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María (y casi todas): sobre «María (y los demás)», de Nely Reguera

(Atención lector/a, este post contiene SPOILERS de la película).

María podríamos ser todas en algún momento de nuestras vidas. Y los demás son aquellas personas que están alrededor: la familia, los amigos, los compañeros o los conocidos con los que se comparten los días. Personas que, aunque físicamente estén cerca, no siempre pueden entenderla.

Cartel promocional de la película "María (y los demás)"

Cartel de la película «María (y los demás)»

Los demás quieren que María les escuche. Pero ella siente que su momento nunca termina de llegar. María ha cuidado de su padre enfermo durante meses, o quizás puede que haya sido más tiempo. Desde que tenía quince años, exactamente, que es cuando murió su madre. Y es que ella tiene dos hermanos que a veces le dicen que la quieren efusivamente y que le cantan el Como yo te amo de Rocío Jurado, pero que se desentienden cuando se trata de compartir tareas y cuidados o la llaman histérica cuando se le ocurre protestar, que no creen en sus capacidades lo más mínimo, a pesar de que lo hace casi todo.

Ahora su padre se ha recuperado y va a casarse con Cachita, su enfermera. Y María no puede tener sororidad hacia Cachita porque ella no la tiene hacia María.

Tampoco María puede conectar con sus amigas cuando le hablan de lo bueno de la vida, de todas esas cosas que ella no tiene. O con la joven y exitosa escritora que presenta su nueva novela en la editorial en la que ella trabaja. En esos casos, María siente una profunda rabia.

María es estricta consigo misma, pero deja los zapatos tirados por la habitación y las carpetas desperdigadas por el escritorio del ordenador. Y con la cabeza desorganizada, durante las noches, busca un final para la novela que no consigue acabar.

Imagen en la que la protagonista de la película, María, escribe su novela

María tratando de acabar su novela

María tiene un amante que es un capullo, que no la valora, que exige demasiado mientras se desentiende de casi todo, que desaparece cuando le da la gana y que la manipula sentimentalmente. Un amante que solo la llama para tener sexo. Siempre el tipo de sexo que él quiere tener. Y ni hablar de lo que María quiere o le apetece o siente. Ella se pone feliz cuando recibe un poco de atención de este amante. Cuando, después de horas esperando, le contesta un WhatsApp. Entonces tararea canciones y sonríe durante el resto del día. Porque sabe que, aunque esté fastidiada, estando con él se aferra a lo que las normas sociales marcan para una chica de su edad. Por eso, cuando su familia le pregunta con quién va a ir a la boda de su padre, ella dice que con su novio.

Y es que a María, al igual que a Amélie Poulain, se le escapan las oportunidades por no enfrentarse a la realidad y perderse en el artificio. Se le escapa la novela, se le escapa la felicidad, se le escapan los treinta y cinco y la fuerza para mandar a paseo a los hombres egoístas que hay a su alrededor. Hasta ella parece querer escaparse de su propia vida cuando la vemos correr por la calle de un lugar a otro en algunas escenas.

Y yo, que llego cerca de un año tarde a esta película, tengo que agradecerle a Nely Reguera que haya dirigido un largometraje tan cuajado de detalles y matices como María (y los demás). Porque no está de más que nos recuerden que la realidad no se compone por personas esencial y arquetípicamente malas o buenas: todos oscilamos entre una amplia gama de grises. Como María, que se sorprende a sí misma observando impasible cómo Cachita se ahoga en el mar justo antes de tirarse a por ella al agua.

Hacen mucha falta películas que pongan bajo el microscopio las historias que narran. Que hablen de que perderse es normal, que nos muestren a mujeres que tienen dificultades, que están en encrucijadas, que pelean y que todos los días se atreven, a pesar de los demás, a pesar del contexto que las acompaña. Estas historias son más importantes, interesantes y necesarias de lo que solemos pensar.

El día de la madre son todos

Hoy me gustaría dedicar este post a todas las madres, especialmente a la mía. En mi experiencia personal no me he dado cuenta del trabajo no pagado y no valorado que realizan las madres a diario, hasta que me he independizado. Un trabajo restado de su tiempo de ocio, en parte por la horrorosa cuasi-inexistencia de la conciliación laboral y personal, pero en eso no me voy a meter que da para dos o tres artículos más y muchas barbaridades que no debo decir.

Tradicionalmente, las mujeres siempre nos hemos dedicado a los trabajos de cuidados, no por razones biológicas —no os dejéis engañar—, sino por simple supervivencia de los bebés, ya que dependen de un adulto durante un largo periodo de tiempo en comparación con el resto de los mamíferos. Y qué mejor que las mujeres para tal tarea, ¿verdad?

El amor es lo más importante y requiere entrega total

Ese es uno de los axiomas del amor romántico del que hoy quiero hablaros. La referencia que tiene una misma de la propia existencia personal se elimina para convertirse en algo completamente dependiente de la pareja: no eres nadie sin tu media naranja. Si después de creerte todo eso encima tienes hijos, ya es el summum de la desintegración personal, y es que ya no eres ni media naranja, eres un gajo como mucho.

El amor romántico es la herramienta omnipotente y omnipresente para someter a las mujeres 

Efectivamente como dijo el machirulo Nietzsche, Dios ha muerto, pero en su lugar siempre ha estado el patriarcado. Lo que me pregunto ahora es: en las “sociedades formalmente igualitarias”, como dice la grandísima Ana de Miguel, ¿por qué el amor romántico invita a las mujeres, de manera sutil —o no tanto—, a dejarlo todo por amor? Lo curioso es que no lo dejamos todo realmente, solo dejamos lo que nos gusta hacer, nuestra profesión, nuestros amigos… y, por el camino, a nosotras mismas.

Hablo de mis padres porque es lo que conozco, y porque esto lo escribo como hija de una madre que tuvo que dejar sus sueños para trabajar al lado de su marido y cuidar de sus hijos. Ambos son hijos sanos del patriarcado, mi madre está alienada y mi padre es el prototipo de machirulo (menos mal que sé que no lo va a leer). Tras años de rebelión y de concienciación, el camino feminista me ha llevado a un estado de autoconciencia de la lucha contra el patriarcado que personalmente me hace sentir muy orgullosa. Sin embargo, me ha tocado irme de casa para darme cuenta de las muchas horas que ha dado mi madre por mí quitándoselas a ella misma.

Efectivamente, lo dejó todo.

via: https://morguefile.com/search/morguefile/17/mother%20bike/pop

Madre e hija via: https://morguefile.com/search/morguefile/17/mother%20bike/pop

Su negocio, su casa, sus amigos… Porque claro, después de 25 años casados es inconcebible que tengan amigos propios; de hecho si mi padre se entera de que algún amigo común habla con ella por WhatsApp se monta la de Dios es Cristo. Lo curioso es que la alienación de mi propia madre dentro de su burbuja de amor romántico consigue que lo vea como un gesto excepcionalmente bonito y, finalmente, que ella acabe haciendo lo mismo con él. Comen juntos, beben juntos, duermen juntos y no cagan juntos porque solo hay un váter, pero no os preocupéis que lo hacen con la puerta abierta.

Mi madre tuvo que ir sola a las ecografías, sola al paritorio y estuvo sola en su recuperación, que realmente duró tres días porque al cuarto tuvo que ir a casa a poner lavadoras y a trabajar. Porque otro tema, además, son las mujeres autónomas, que también da para decir muchas barbaridades. Eso es simplemente un ejemplo de todas las tareas que realiza diariamente, que ella jura que le gustan, pero que le ha tocado hacer sin intervención alguna de sus propios deseos. Al fin y al cabo, te casas y tienes que cuidar de tu familia y tu casa, porque si no vaya mierda de mujer eres, que no vales ni para limpiar.

El contrato que se firma con el matrimonio para hacer perdurar las relaciones de amor romántico no es más que una herramienta para controlar el tiempo de la mujer, un tiempo que podríamos dedicar a derribar un sistema social que nos oprime con creencias falsas como que lo tienes que hacer todo por tu pareja y, si no, eres un fracaso; ideas como que tienes que cuidar de tus hijos, educarles, ayudarles a hacer los deberes y hasta hacerles la cama. Una vez te casas, dejas de ser mujer para ser madre y esposa.

Estatua de madre e hija via https://morguefile.com/search/morguefile/17/mother%20statue/pop

La cama la tienen hecha los hombres por nosotras, mujeres trabajadoras que día a día hacemos por mejorar la vida de los demás sin importar la nuestra. Madres, esto va para vosotras, gracias. Gracias por querernos y cuidarnos, gracias por luchar con todo el peso del patriarcado que lleváis a las espaldas.

Vosotras nos estáis inspirando y nosotras nos estamos liberando

* También va por ti space mom; siempre estarás en nuestros corazones, Carrie.

La paja en el coño ajeno

Leo con estupor, rabia y una infinita tristeza la columna de Elvira Lindo «Coño, esa palabra de moda«. Con estupor, porque realmente me sorprende que una persona inteligente, como ella misma se define, con capacidad crítica, como yo le atribuía a fuerza de leerla durante estos años, y con capacidad de defenderse de «patosos», que ella llama, considere que realmente lo más relevante de un «determinado tipo de feminismo» (no nos explica cuál, pero me encantaría saberlo) sea el uso de una palabra que ella misma dice que utiliza con frecuencia. Con rabia, porque lo atribuye a la «necesidad de llamar la atención», como si no fuera plenamente legítimo llamar la atención tanto sobre el feminismo como sobre el coño en sí, cuando no lo conocemos en absoluto (ni el movimiento ni el coño. Lo uno se ve claramente leyendo su columna. Lo otro se ve también bastante claro en este maravilloso capítulo de Orange is the New Black, donde es precisamente el personaje trans el que viene a explicar cómo es un coño, porque las demás reclusas no parecen haber pensado lo más mínimo en el suyo). Con infinita tristeza, porque es de esas ocasiones en las que lo personal se mezcla con lo político (si es que alguna vez no lo hace) y conforme avanzo en la lectura se me remueven todos los encontronazos con «patosos», violadores y asesinos que yo misma he pasado, y pienso en que los vivo desde el privilegio (de mujer cis, blanca, europea, con estudios superiores, con ingresos propios) y no puedo soportar pensar qué habrán sentido quienes lean esto desde otros puntos menos favorecidos. Y porque me doy cuenta de que no importa lo inteligente, crítica, fuerte que sea una persona, mujer para más inri: sigue habiendo por ahí demasiadas personas que se empeñan en no entender nada, y que además presumen de ello desde su pedestal de los miles de lectores.

Stephanie Sarley, The fruits of art

Lo que nos sale del coño

Vamos a empezar por el principio. Lindo asegura que «hay mujeres que han entendido que la igualdad está en pronunciar tantas veces la palabra ‘coño’ como ellos lo hicieron con sus palabra fetiche, ‘polla'». No sé a qué clase de mujeres conoce, y desde luego no coinciden con las que he conocido yo, pero me parece interesante que no sea consciente de lo paradójica que es su queja. Para empezar, porque titula un artículo arrancando con la palabra «coño», lo que le garantiza muchas más visitas que de ordinario sin que lo necesite en absoluto (otra cosa es lo que crea su equipo editorial, por supuesto), quejándose de que esta sirva para llamar la atención. Para seguir, porque ve que no hay igualdad en la reclamación de que el coño sea idéntico a la polla en su capacidad de llamar la atención, manifestando al mismo tiempo que no es idéntico. Y no, lamento que no lo sea.

Las personas con vagina seguimos sin tener una relación sana y normal con nuestro cuerpo porque la formación con respecto a nuestros genitales está marcadamente sesgada desde la educación primaria. Si bien se explica con todo lujo de detalles cómo funciona el placer masculino, el clítoris sigue siendo el gran excluido de los libros de texto, por aquello de que no tiene una finalidad meramente reproductiva. Esto conduce a que las personas con vagina capaces de eyacular crean que tienen un problema; pero yéndonos más a la cotidianidad, conduce también a que las mujeres sigan sin saber cuántos agujeros tiene su vulva, a que los angloparlantes no distingan la misma de la vagina (nosotros, con el mucho menos fino «coño», pues es un problema que nos ahorramos), a que no consideremos que nuestro placer forma parte de la relación sexual, a mitos como el de que la virginidad sólo se pierde a través de la penetración y a un sinfín de malentendidos y desconexiones corporales.

¿Por qué las mujeres somos las únicas que no podemos nombrar nuestros genitales? Clic para tuitear

Porque nuestros coños, parece ser, sólo están destinados a la reproducción. Así nos lo recuerdan las leyes, que se atreven a opinar sobre qué tiene que salir o dejar de salir de ellos; las noticias, que nos indican que somos nosotras quienes usamos mal los preservativos (curioso cómo la responsabilidad del embarazo no deseado es nuestra pero la decisión de qué hacer con él no tanto); los hombres que nos recuerdan cuando salimos a la calle cómo de sexualmente atractivas les resultamos. ¿Es más o menos escandaloso que a las menores de edad las llamen «chochitos» a que una actriz porno hable de su coño como herramienta de trabajo? ¿O que un periodista publique «traviesamente» el estado de las ingles de la fallera mayor cuando ella entiende mal una pregunta en una entrevista? ¿Por qué somos las únicas que no podemos mencionar nuestros genitales?

Las guardianas de las buenas costumbres

Y es que parece que seguimos siendo nosotras aquellas en quienes recae la responsabilidad de mantener el recato, de usar un lenguaje menos soez, de ser más cerebrales y menos hormonales. Muy curioso eso, cuando es precisamente a nosotras a quienes se nos llama histéricas (que, claro, viene de útero, no de coño, y es mucho más fino) cuando manifestamos unas emociones que a los hombres les educan a no manifestar en público. Uno de los motivos que hace que su forma de expresar lo que sienten sea de forma más agresiva. No, no son las hormonas. Son los constreñimientos sociales. Es esa idea de que las mujeres no pensamos con el coño y de que los hombres no lloran. Y, vaya, resulta que son las feministas, precisamente, quienes dicen que genitales, hormonas y cromosomas aparte, las personas somos sexuales, emocionales e inteligentes y tenemos derecho y obligación de ser educadas conforme a esto para poder vivir en libertad y responsabilidad. Son las feministas las que dicen «la calle y la noche también son nuestras», las que se niegan a creer que los hombres sean depredadores al acecho que están esperando a ver a una mujer sola caminando de noche para violarla. Son las feministas las que dicen que no es la ropa que llevas o tu forma de bailar. Pero, oh, vaya; «las feministas generalizan». Sí, claro que generalizamos. Hablamos de cultura de violación y hablamos de heteropatriarcado porque, nos guste o no, es el sistema en el que vivimos. Es el mismo que hace que a ti te rechine mucho más escuchar «coño» que «nos matan». Es el mismo que hace que se culpabilice a las víctimas de agresiones sexuales. Que es exactamente lo que has hecho en tu artículo. «Sin querer», dirás. Ya me imagino. De eso, precisamente, es de lo que va la historia.

El origen del mundo, de Courbet

El origen del mundo, de Gustave Courbet

Lo que nos entra en el coño

Es ese tipo de feminismo que gusta hablar en plural siempre y afirma “nos matan”, “nos violan”, como convirtiendo a todas las mujeres en víctimas: tanto a las vivas como a las muertas, a las que han sufrido una violación como a las que se han tenido que enfrentar a un simple patoso. Porque hay patosos, sí, pero lo que hay que predicar es la defensa, no el victimismo. Desde los 19 años, como trabajadora me he topado con más de uno, pero he aprendido a pararles los pies, y es una victoria que tengo en el saco. No siempre me han sacado otros las castañas del fuego.

Este párrafo, Lindo, es exactamente lo que se llama «revictimización». Se trata de un proceso por el cual a quienes han tenido la experiencia de una agresión sexual se las señala como torpes, como culpables, como incapaces de defenderse. Como seres pasivos que buscaban que «otros les sacaran las castañas del fuego». Dices que «casi de manera inconsciente, algunas, yo creo que las más listas, encontramos a hombres que tenían un pensamiento más sofisticado y tanta capacidad como nosotras de pensar con la cabeza en unos momentos y de dejarse llevar por sus instintos cuando terciaba». Eso que tú llamas un proceso inconsciente fruto de la inteligencia es un privilegio.

Para empezar, porque los hombres que no se dejan llevar por sus instintos no son «los más sofisticados». Porque artistas, filósofos, militantes incluso por los derechos humanos, abusan de sus compañeras. Porque la inteligencia no es un seguro de vida: porque las mujeres con altas capacidades, estudios superiores, inquietudes feministas, una excelente educación y mucha lectura a cuestas (convendrás conmigo en que son cosas que no siempre van juntas, aunque tú pareces dar por sentado que se combinan necesariamente varias de ellas) también hemos sido violadas por nuestras parejas. Porque no se trata de «elegir un hombre sofisticado», se trata de darte cuenta de cuándo el hombre sofisticado se ha convertido en un maltratador, y eso que tú llamas orgullosa «parar los pies» no es sólo una victoria: es una guerra larga y terrible, en primer lugar contra ti misma. Porque el amor romántico nos ha dicho que las mujeres (las buenas mujeres, las que no dicen «coño» sin parar) somos capaces de convertir a los hombres en príncipes azules desde que no levantábamos un palmo del suelo y nos explicaban que Bella salvó a la Bestia, que la Bella Durmiente se casó con el príncipe que la besó mientras dormía con dieciséis años recién cumplidos, que la Cenicienta lo dejó todo para irse con su príncipe azul aunque no recordara siquiera su cara, y así sucesivamente.

Porque ha tenido que venir Pamela Palenciano a explicarnos a todas que «No solo duelen los golpes«, porque hasta ahora parecía que el control, el aislamiento, los celos, los silencios hostiles, no eran mecanismos de abuso sino signos de amor (y de masculinidad; de esa masculinidad tóxica de la que tú hablas como «hombres así de transparentes, algunos incluso me hacían gracia por su evidente primitivismo, pero no eran mi tipo»). Porque ahí está A tres metros sobre el cielo para seguir educando a las adolescentes en que el chico malo es el deseable.

Hablas de «elegir mejor». Tú, como mujer inteligente, cultivada, posiblemente seas aficionada al cine clásico y habrás visto (o leído), sin duda, Luz que agoniza. ¿Se puede decir que Paula Alquist elige mal? Un apuesto Gregory Anton, atento, «con posibles», se enamora locamente de ella y le ofrece ir a vivir a un hogar maravilloso, a disfrutar juntos de su afición musical compartida, a empezar de nuevo tras haberse quedado sola en el mundo. ¿Elige mal Alquist? ¿Es ella la responsable de no pararle los pies a ese marido encantador que la halaga continuamente y que se preocupa muchísimo por esos «brotes de locura» que él mismo provoca? Porque este es el proceso que multitud de mujeres maltratadas hemos vivido durante años. Algunas pueden salir. Otras no. Otras, como Alquist, no tienen familia. O también llevan trabajando desde los 19 años, pero en un trabajo de cuidados, que sigue sin ser remunerado, y por tanto no tienen independencia económica. O, directamente, están amenazadas de muerte.

¿Son ellas unas débiles? ¿Somos las demás quienes las victimizamos al decirles que nosotras escuchamos, que somos legión, que si las tocan a ellas nos tocan a todas, que no están solas? ¿En serio?

El fuego cruzado de ser feminista

Todos los días, las personas que nos declaramos abiertamente feministas recibimos impactos dolorosos. Vemos a Trump jactarse de que puede agarrarnos cuando quiera por ese coño del que nosotras no podemos hablar. ¿Por qué? ¿Es suyo? ¿Es como nuestras tetas, que solo pueden usarse para placer masculino pero no para amamantar? ¿Del coño se puede hablar para abusar de él pero no para explicarnos que es un indicador de nuestro estado de salud?

Vemos a los hombres decir que las feministas esto y las feministas lo otro. Bueno. Es un «ladran, luego cabalgamos»; a nadie le gusta que le quiten sus privilegios, y lo raro sería verles encantados con que hayamos decidido convertir a nuestros coños en sujetos en vez de objetos de las frases. Panda de locas, que queremos ser vistas como seres sexuales y tener orgías cuando nos apetezca, y no cuando nos droguen y nos graben en vídeo.

Vemos a muchas feministas señalándose entre sí. Algunas lo hacen mejor y otras peor. Yo aprendo cada día de las feministas negras, islámicas, trans. De opresiones de las que no tengo ni idea. Y les agradezco infinito que a pesar de mis torpezas sigan confiando en mi capacidad de aprender, de respetarlas y de apoyar su lucha cuando quieran que lo haga. El feminismo, ya lo dije en otro sitio, se trata de reconstruirse, y las primeras que nos revisamos somos nosotras. Todos los días.

Pero cuando una mujer viene a hablar de «un tipo de feminismo» señalando simplemente que no le gustan sus formas, desde su espacio público, su altavoz privilegiado; cuando a esa mujer la leen tantas y tantas personas que la admiran y van a formarse una opinión a partir de la suya y lo hace desde la intención de sacar punta a una decisión que no comprende y que no ha intentado explicarse, cuando lo hace comparándolo con la misma estructura que sí, aunque no te guste, «nos mata» y «nos viola», duele, Elvira. No sabes cuánto duele.

Ojalá que un día encuentres tus gafas moradas y te des cuenta de que por muy maravillosos y llamativos que sean nuestros coños, son lo de menos en todo esto.

Ojalá, @ElviraLindo, descubras un día que nuestros coños son lo de menos en todo esto. Clic para tuitear

Defendiendo a Wendy

Wendy tenía talento para contar cuentos. Era cariñosa, guapa y tenía muy asumido que algún día sería madre. Una chica de su tiempo, compasiva, comprensiva, generosa, a la que le gustaba cuidar. Por eso la eligió Peter. Por eso se coló en sus sueños y luego en su habitación para pedirle que fuese la madre de todos los Niños Perdidos. Y de paso, de sí mismo. ¿A quién no le suena la historia?

Se los llevó -a ella y a sus hermanos- volando por el poder de los pensamientos bonitos, al idílico país de Nunca Jamás, ese mundo imaginario lejos de Inglaterra y su implacable niebla, que cada niño imaginaba como quería pero que tomaba vida mágicamente cuando Peter llegaba. Wendy en principio traga con todo, aguanta a la egocéntrica Campanilla que quiere quitársela de en medio por amor a Peter, con aquella excusa barata de que las hadas son tan pequeñas que no tienen espacio para albergar dos sentimientos a la vez.

Wendy vive todas las aventuras que le tocan, casi muere a manos de Garfio y se resigna a cuidar y cuidar. Y cuando intenta darle un “dedal” (beso) a Peter… A la mierda con todo el cuento.

Wendy Peter Campanilla Beso

Porque Peter no quiere crecer. Es su habilidad especial como “héroe”. Sabe imitar a los piratas, defenderse con la espada, hacer que la comida imaginaria alimente… Pero no, no puede crecer. No puede siquiera recordar sus propias aventuras porque eso le haría madurar o aprender algo de la vida y eso no es algo deseable para el bueno de Peter. Necesita mantenerse así, buscando una madre que le cuide y le cuente cuentos sin esperar nada a cambio cuando vuelva a casa, mientras él sigue de aventura en aventura salvando su propio mundo de la adultez una y otra vez.

¿Qué gana Wendy? Me preguntaba yo. No, en serio, ¿qué gana? Le toca el papel de cuidadora de todos mientras ella no recibe absolutamente nada en compensación. Wendy quiere una vida tranquila, una casa, un marido, hijos, quién sabe. Quién sabe si eso es lo que ella realmente quería o lo que la sociedad victoriana le impuso con cuentos de hadas y princesas, en realidad, daba igual. Los deseos de Wendy estaban destinados a no cumplirse nunca. Nunca Jamás. Porque ello implicaría que Peter, el héroe, madurase… y cómo osar.

Él sí pudo sacarla de su casa, alejarla de sus padres y de todo lo que conocía, hacerle volar y verse envuelta en aventuras con piratas aterradores y hadas patológicamente celosas que querían asesinarla. Él sí. Él podía pedirle que fuese la madre de todos sus amigotes para siempre, pero ella no podía pedirle un beso. Pobrecito. Tiene derecho a seguir viviendo en ese mundo imaginario, sin reglas ni límites. Y de llevarse consigo a ese mundo mágico a quien quiera, con sus propias condiciones y exigencias. Todo es poco por pasar el rato junto al gran héroe que corta manos a piratas y salva el mundo cada noche sin recordarlo. Claro que sí.

Olvídalos, Wendy

Recordemos, eso sí, que la mala es ella. Recordemos que es la mala pécora que tiene la osadía de pretender que el gran héroe… (Oh Dios) cambie. Que asuma responsabilidades de adulto como las que exige a los demás. Porque él puede exigir que le cuiden y respeten pero no puede comprometerse a hacer lo mismo.

Porque el héroe es egocéntrico y narcisista, un eterno adolescente al que ninguna víbora pude perturbar en su pax perpetua en el idílico Nunca Jamás.

Porque Nunca Jamás es ese apartamento de soltero al que nunca podrás llevar tus cosas, porque no caben. Ese armario del que te deja una cuarta parte porque es su armario. Esa mesa odiosa que no pega con ningún otro mueble pero que tuvo a bien comprarse sabiendo que te encanta la decoración y a él no y que no te iba a gustar absolutamente nada. Esa casa con las llaves puestas por dentro para que no le pilles viendo porno como un mandril. Esa partida interminable de un videojuego la mañana de tu cumpleaños. Y todas las demás mañanas. Ese no-regalo de aniversario porque ha decidido unilateralmente que no es un día tan importante. Esa paja viendo porno de chicas siliconadas mientras tú estás en la misma casa, con tu aburrido cuerpo sin siliconar y tu aburrida personalidad incomparable a la libertad de las chicas del porno amateur, esperando a que te haga un poco de caso, sexual o no. Su espacio infranqueable al que no puedes acceder. Cuánta, cuánta maldad femenina.

Cuánta mala mujer suelta. No en vano, si buscamos el “Síndrome de Wendy”, nos encontramos un perfil infantilmente revanchista, que trata de contestar al agravio sufrido al describir el Síndrome de Peter Pan. Si quien padece el Síndrome de Peter Pan (siempre una persona, no un hombre por la gloria de los editores), es inmaduro, narcisista, cruel, arrogante, dependiente, manipulador, con escasa empatía y que cree que está por encima de cualquier ley o norma social; quienes padecen el Síndrome de Wendy son incapaces de llevar el rumbo de sus propias vidas y por ello, se empeñan en “controlar la vida de la otra persona”.

Wendy es mala, controladora y si se hace cargo de las tareas ajenas es por una malévola inseguridad patológica seguida de un tremendo miedo al rechazo. Nada que ver con que la sociedad patriarcal nos inculque todo esto a fuego y hierro entre tanto rol de género, nada que ver con que en el cuento es ella a la que sacan de su casa con el fin de convertirla en la cuidadora de una cuadrilla de energúmenos fantasiosos.


Nada es comparable a una madre de verdad

Al parecer, al Señor Psicólogo Jaime Lira -citado en la Wikipedia posiblemente por los Amigos de la Falacia de la Falsa Equivalencia, y del que poca más información nos ofrece San Google al buscarlo por su nombre y profesión- no se le cae la cara de vergüenza ante semejantes afirmaciones y todavía tratará de diagnosticar y “tratar” a alguna de estas malvadas mujeres.

La mala siempre es y será Wendy. Esa pobre chica que se tuvo que volver a casa con sus padres, con miedo a decepcionarlos y a que descubriesen que se había escapado por amor a un eterno adolescente que le había fascinado con sus polvos de hada. De un hada mala que quiso matarla y luego se arrepintió y casi termina muriendo ella, por amor al mismo héroe del mismo cuento. Suponemos que ninguna era digna de tal amor. Wendy, la chica que jamás hizo daño a nadie y que sólo trató de hacer de ella lo que todos esperaban, sin conseguirlo. Que seguramente al final fue madre de unos cuantos niños felices y tuvo un buen marido, quizá, sin miedo a ser adulto y a compartir responsabilidades en el único mundo que existe. Lejos, muy lejos de Nunca Jamás.

Seguramente, por suerte para ella, dijo: «Que le den el héroe».

Porque al final, la verdadera heroína, la que se atreve con el monstruo más grande y temible de todos, el mundo real, siempre será ella, la genial  y gran olvidada, la injustamente denostada heroína. Wendy Darling.

Single ladies que no quieren ser singles aunque van de que sí (Beyoncé – Single ladies, 2008)

Now put your hands up
Up in the club, we just broke up
I’m doing my own little thing
I decided to dip
but now you wanna trip
Because another brother noticed me
I’m up on him, he up on me
Don’t pay him many attention
Because I cried my tears,
for three good years
You can’t be mad at me

If you liked it
Then you should have put a ring on it
If you liked it then you should’ve put a ring on it
Don’t be mad once you see that he want it
If you liked it then you should’ve put a ring on it

♬ Oh, oh, oh, oh, oh,oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh! ♬

I got gloss on my lips,
a man on my hips
Got me tighter than my Dereon jeans
Acting up, drinking my cup
I could care less what you think
I need no permission, did I mention
Don’t pay him many attention
Because you had your turn
But now you’re gonna learn
What it really feels like to miss me

If you liked it
Then you should have put a ring on it
If you liked it then you should’ve put a ring on it
Don’t be mad once you see that he want it
If you liked it then you should’ve put a ring on it

♬ Oh, oh, oh, oh, oh,oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh! ♬

Don’t treat me to this things of the world
I’m not that kind of girl
Your love is what I prefer, what I deserve
He’s a man that makes me, then takes me
And delivers me to a destiny, to infinity and beyond
Pull me into your arms
Say I’m the one you own
If you don’t, you’ll be alone
And like a ghost I’ll be gone

All the single ladies (x7)
Now put your hands up

♬ Oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh! ♬

Ahora, levantad las manos,
en el club, acabamos de romper,
estoy haciendo las cosas a mi manera.
Yo decidí mojarme,
pero ahora quieres fastidiarme
porque otro hermano se ha fijado en mí.
Yo estoy detrás de él, y él detrás de mí,
no le presto mucha atención
porque lloré mis lágrimas
durante tres buenos años,
no puedes enfadarte conmigo.

Si te gustaba,
deberías haber puesto un anillo
si te gustó, entonces haberle puesto un anillo.
Ahora no te enfades cuando veas que él sí quiere.
Si te gustaba, tendrías que haberle puesto un anillo.

♬ Oh, oh, oh, oh, oh,oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh! ♬

Tengo brillo en los labios,
un hombre en mis caderas,
me tiene más sujeta que mis pantalones Dereon,
Dando guerra, bebiéndome mi copa,
no podría importarme menos lo que piensas,
no necesito permiso, ¿lo he mencionado?
No le prestes tanta atención,
porque tú tuviste tu oportunidad,
pero ahora vas a aprender,
cómo sienta de verdad echarme de menos.

Si te gustaba,
deberías haber puesto un anillo
si te gustó, entonces haberle puesto un anillo.
Ahora no te enfades cuando veas que él sí quiere.
Si te gustaba, tendrías que haberle puesto un anillo.

♬ Oh, oh, oh, oh, oh,oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh! ♬

No me trates como cualquier cosa de este mundo,
no soy esa clase de chica,
tu amor es lo que prefiero, lo que merezco,
él es un hombre que me hace, me toma,
y me entrega a un destino, a la infinidad y más allá,
arrástrame a tus brazos,
di que soy tuya (la que posees),
si no lo haces, estarás solo,
y como un fantasma, me iré.

Todas las chicas solteras (bis)
Levantad las manos

♬ Oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh! ♬

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Oh, wait…

¿Sabéis cuál es mi historia de terror preferida? Esa en la que Beyoncé, símbolo feminista desde su etapa de Destiny’s Child (y feminista declarada, además), pasaba de gritarle al mundo que a ella no le hacía falta un maromo para vivir a escribir una canción en la que se ponía “a la venta”.

Pues sí, en el 2008 Beyoncé lanzaba Single Ladies y, encima, iba y lo petaba. Era poner la canción en cualquier momento de la noche y todas las chicas de la discoteca y algún que otro chico extendía los brazos y gritaba como si no hubiera mañana “Siiiiiiiingle leiiiiiiiiidissssss”, y a darlo todo. Y yo me consolaba pensando que en España no sabemos inglés.

Pero es que resulta que eso pasaba en todo el mundo y, oye, en el resto del mundo sí saben inglés…

Entonces, ¿por qué las mujeres celebraban esto?

Because I cried my tears, for three good years. You can’t be mad at me: aquí el dato importante es lo de los 3 años que estuvo llorando por el ex-chorbo. Obviamente, si fueran 2 y 364 días, un tío con el que ya no estás tiene todo el derecho del mundo a enfadarse si te ve con otro y a pedirte explicaciones.

If you liked it Then you should have put a ring on it: ya sabes, si te gustaba haberme dado un anillo y ahora no te tendrías que preocupar de que otra persona me atraiga. Como comprar un coche, una vez que lo compras, el coche no se va con nadie más. Es tuyo y punto. Chicas jóvenes y solteras, tenedlo en cuenta, vuestra máxima aspiración en la vida debe ser que un señor os haga el favor de daros un anillo. Y si no, preguntadle a Gollum. Él lo entiende.

♬ Oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh, oh! ♬: esto me encanta, en realidad.

I could care less what you think, I need no permission: no necesito tu permiso porque no me diste un anillo. Si lo hubieras hecho, sí lo necesitaría, obviamente.

Because you had your turn, But now you’re gonna learn, What it really feels like to miss me: tú tuviste tu turno y ahora le toca a otro, que para eso soy un servicio público, hombrepordiós. Ahora él puede comprarme como tenías que haber hecho tú dándome un anillo. Ah, y de paso sufres, siente celos cuando otro macho me mea encima.

Don’t treat me to this things of the world, I’m not that kind of girl: esto lo comento por comentar, la verdad, porque no entiendo qué quiere decir. ¿Qué Beyoncé no es materialista?

Your love is what I prefer, what I deserve: ¿pero no decías que ya no lo querías, Beyoncé? O es lo que mereces precisamente porque ya no lo quieres? Estoy confusa y quiero llorar.

He’s a man that makes me, then takes me and delivers me to a destiny, to infinity and beyond: sólo puedo decir que me alegro de que mi madre me enseñara a ir a donde me diera la gana, sin necesidad que otra persona (en general) me llevara. Si Beyoncé se refiere al orgasmo de una manera así como muy sutil y elegante, también sé llegar solita, y si lo consigo en pareja no considero que nadie “me haya llevado”.

Pull me into your arms, say I’m the one you own: … what…

 

If you don’t, you’ll be alone and like a ghost I’ll be gone: si no me dices que soy tuya vas a estar muy solo o, visto de otra manera, si me respetas como mujer y no me consideras un objeto que pueda constituir una propiedad, te va a ir muy mal en la vida, majete.

Y esta visión perturbada que tiene la señora Beyoncé (señora porque a ella sí le pusieron el anillo y supongo que su chorbo-marido la llevará a muchos sitios y le dirá que es de su propiedad y por eso ella es tan feliz) de las relaciones es la que nos cuela en este pretendido himno a la soltería. Soltería que, por supuesto, está muy bien sólo al empezar la noche, porque en vez de pasárselo bien y tal, se dedica a ligar con un tío toda la noche para poner celoso al ex de hace 3 años, con el que al final resulta que quiere volver.

Muy mal, Beyoncé, muy mal.

Rebecca, fantasmas del pasado y relaciones tóxicas

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Rebeca, Alfred Hitchcock, 1940
Es complicado desde la perspectiva actual hablar sobre Rebecca, la fabulosa novela de Daphne Du Maurier publicada en 1938 y adaptada por Alfred Hitchcock para la gran pantalla (Oscar a la mejor película en 1940). Aunque no hayamos conseguido la igualdad de géneros, desde luego las cosas han cambiado bastante desde los años 30. Aún así, creo que vale la pena dedicar un post a una de las relaciones románticas más tóxicas de la literatura.

Rebecca es la historia de una muchacha sin posibles que se enamora locamente de Maxim de Winter, un terrateniente inglés con mucho dinero, dueño y señor de una de las mansiones más famosas de la ficción de todos los tiempos, Manderley. Tal vez el principio de la novela sea uno de los mejores de todos los tiempos. ¿Quién no recuerda el fantástico…?

«Anoche soñé que había vuelto a Manderley. Me encontraba ante la verja del parque, pero durante algunos momentos no pude entrar. La puerta estaba cerrada con candado y cadena. Llamé en sueños al guarda, pero nadie me contestó…«
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Manderley

La obra está narrada en primera persona por la protagonista, la muchacha que se enamora de Maxim de Winter en Montecarlo durante unas vacaciones y que se convierte en su segunda esposa. Porque Maxim ya había estado casado antes, con la fascinante Rebecca. Una mujer fuerte, bellísima, inteligente y de la que escuchamos hablar durante todo el libro. Una de las cosas que más fascina de esta novela es que Rebecca, estando muerta, es la protagonista absoluta de la narración.

Queremos saber más de ella, porque la protagonista, la segunda mujer de Maxim, está obsesionada con ella. Si os adentráis en sus páginas y llegáis al final de este libro, quizás una de las cosas más fascinantes es que NUNCA llegaréis a saber el nombre de la protagonista. Y lo más impactante es que no te das cuenta, no eres consciente de que no sabes el nombre de esa muchacha que va relatando su historia y no necesitas saberlo porque ella es tan insignificante, tan poca cosa, que te da igual, porque al fin y al cabo, la que importa es la fascinante Rebecca, la primera esposa, la primera señora de Winter. (Cuidado con este enlace, spoilers de la historia) Pero vamos al meollo de la relación. Durante la estancia en Montecarlo de nuestra protagonista, una dama de compañía de una señora mayor, entrometida y chismosa, se encuentran por casualidad con un apuesto viudo, el señor de Winter. Maxim, ese es su nombre, es un soltero codiciado por su riqueza y su posición social pero todo el mundo es consciente de que está destrozado por haber perdido a esa maravillosa criatura que era su primera esposa, Rebecca.

Por casualidades de la vida, la protagonista y Maxim acaban compartiendo veladas y excursiones en secreto, y cuando ella tiene que partir a América, para acompañar a la señora de la que depende, Maxim decide proponerle matrimonio.

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Laurence Olivier y Joan Fontaine en la película

Tras varias lecturas puedo afirmar que uno de los principales problemas de esta nueva relación, de este segundo matrimonio es la falta total de comunicación entre ambos. El segundo problema gravísimo reside en la completa falta de autoestima de la protagonista, que se infravalora hasta extremos inconcebibles, y la incapacidad de Maxim de mostrar el mínimo afecto por su nueva esposa. Como vamos descubriendo a lo largo de la novela, ella se tortura por no llegarle a Rebecca ni a la suela de los zapatos (según su visión) mientras que su marido se muestra totalmente hermético e incapaz de decir una palabra sobre su anterior relación.

Nuestra protagonista llega a Manderley, la intimidante mansión de los de Winter, sin tener ni idea de cómo encargarse de gestionar la propiedad ni los quehaceres diarios de la dueña de semejante caserón. Ella se siente intimidada por todos, por su marido, por su nueva cuñada e incluso por los criados. Esta percepción de no merecer ser amada ni tenida en consideración se acentúa a causa del ama de llaves, que gobierna la casa, la también fascinante señora Danvers, que conoció y crió a Rebecca, la primera señora De Winter, y que conserva la casa como un mausoleo, un museo dedicado al recuerdo de la inolvidable Rebecca. El carácter tímido y apocado de la protagonista se ve aún más castigado cuando tiene que lidiar con la autoritaria señora Davers, que siente auténtica devoción su primera ama, y por su marido, quien también parece vivir de los recuerdos del pasado.

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La terrible señora Danvers y la protagonista

En definitiva, Rebecca es una novela que, aunque llevado al extremo, nos muestra un problema muy actual: cómo convivir con el fantasma delas relaciones anteriores de nuestras parejas. El hermetismo que rodea a la amada, a la primera esposa, a la anterior relación; la incapacidad de comunicarse entre ellos y la negativa de él a hablar sobre el tema van creando un muralla que cada vez les aleja más. No estoy diciendo que tengamos que explicar con pelos y señales nuestras relaciones anteriores, pero desde luego la negativa a hablar de ellas es mucho menos sana. Es una cuestión que debería de tratarse con normalidad y esta normalización es la que permite que sigamos adelante con esa nueva persona que amamos.

El otro aspecto que merece la pena comentar sobre esta relación es cómo la protagonista depende totalmente de su pareja, no solo económicamente y por su posición social, sino porque mendiga afecto, es incapaz de valorarse a sí misma y no se siente merecedora de amor, de respeto, de ser tratada como una igual. No quisiera dar lecciones sobre cómo deben de ser las relaciones amorosas, pero desde luego, si eres incapaz de apreciarte a ti misma, si ni siquiera tú sabes valorarte, es imposible que los demás lo hagan.
Creo que es una reflexión que muchas personas deberían hacerse. ¿Es tóxica mi relación? Pregúntate esto: ¿te sientes valorada? ¿Crees que tu pareja te respeta y te ama? Pero no como parte de la vida que compartís, sino como individuo. Si la respuesta es no, tal vez deberías plantearte algunas cosas. Una relación sana se basa en el respeto entre dos personas, dos personas que se quieren pero que también se quieren y se respetan a sí mismas.

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Maxim de Winter y su segunda esposa

Si no te aprecias y te aceptas tal y como eres, si te machacas tanto que te hundes como persona, si sientes que te falta autoestima lo más probable es que no estés preparada o preparado para compartir tu vida con una persona. Solo cuando nos aceptamos con nuestros defectos y nuestras virtudes, cuando entendemos que  podemos aportar mucho a otras personas, somos capaces de mantener una relación sana en la que ninguna de las partes resulte dañada. Si queréis ver un caso extremo, os  recomiendo la lectura de Rebecca. Una fascinante historia donde nada es lo que parece. Y no diré más, para no fastidiaros la que para mí es una de las mejores novelas que he leído.

Parece amor, pero sólo es drama: estereotipos del cine lésbico

Habitualmente, cuando se piensa en una relación homosexual, se tiende a considerarla mejor o peor que las heterosexuales, o en cualquier caso distinta a ellas. Esto ocurre, además de por los prejuicios homófobos aún extendidos en la sociedad, porque las personas hemos otorgado al hombre y a la mujer un rol en la pareja y en la vida, y nos negamos a deshacer esa asociación. Tenemos que comprender que no todas las mujeres son codependientes y frágiles emocionalmente, y no todas las personas codependientes y frágiles son mujeres (de igual forma, no todos los hombres son controladores y protectores, y no todas las personas de ese perfil son hombres).

Tradicionalmente, en la filmografía lésbica ha existido una predominancia clara del drama por encima de otros géneros, si bien ha habido honrosas excepciones (desde comedias románticas hasta películas de acción o históricas). Ya sea por la querencia de muchas lesbianas a meterse en relaciones tortuosas o por el deseo de los directores y guionistas de mostrarlas en pantalla, puede decirse que el cine lésbico es, mayoritariamente, famoso por sus bollodramas. El caso es que, si nos paramos a pensarlo, tiene todo el sentido del mundo porque ¿qué crea más y mejor drama que la dependencia psicológica y el extremismo emocional? Nada. Y ¿dónde hay de eso? Pues en la mujer, claro (pensarán los directores). Así que, ¿para qué voy a representar a una Bridget Jones enamorada, obsesionada y anulada completamente si puedo representar a dos y ponerlas a interactuar?

En 2001, Léa Pool nos trajo Lost and Delirious (más conocida en España como El último suspiro). En ella, Paulie y Tori son dos estudiantes de un internado de chicas que mantienen una relación a escondidas del resto. Una de ellas (Paulie) es valiente y no teme las consecuencias de que salga a la luz su romance; la otra (Tori), sin embargo, vive atemorizada por ello y decide cortar la relación cuando su hermana pequeña las descubre juntas en la cama una fría mañana. Hasta aquí, la historia podría parecerse a otras muchas que siguen la fórmula del «amor prohibido». El drama viene cuando, tras verse abandonada, Paulie comete todo tipo de locuras autodestructivas para llamar la atención de Tori y del colegio entero. Al final, como no podía ser de otra forma, se suicida tirándose desde el tejado del edificio.

Esa misma lógica bollodramática siguió el director Pawel Pawlikowski cuando escribió la historia de Mona y Tamsin (My summer of love), dos jóvenes que, ante la perspectiva de pasar un aburrido verano en el campo, deciden liarse y prometerse amor eterno porque es mucho más divertido. Este planteamiento no tendría nada de especial si no fuera porque su relación está dominada por los celos de Mona y la ciclotimia de Tamsin. Esta, para alimentar los celos de su novia, decide liarse también con su hermano. Mona, tras averiguar esto, la intenta asesinar ahogándola en el río, pero Tamsin consigue huir y ahí termina la película. También hay que entender a Mona… ¿Quién no ha intentado matar a su ex después de que le ponga los cuernos?

Tal y como dictan los cánones, he reservado para el final el mejor exponente del drama lésbico que estos ojos míos han podido ver: Love and suicide. Creo que viendo el título no hará falta decir mucho más, pero no os voy a ahorrar el gusto. Esta película es de bajo presupuesto, no creo que llegase a estrenarse ni siquiera en DVD, así que las críticas al apartado técnico no han lugar. La historia es simple: Kaye es una adolescente de familia muy religiosa que se muda a una ciudad nueva. Allí conocerá a Emily, otra adolescente de carácter fuerte y con las ideas muy claras. Ninguna de las dos sabe aún que es lesbiana, pero lo descubrirán juntas. Evidentemente, la familia de Kaye no tardará en enterarse y ésta se verá obligada a cortar la relación y a iniciar una vida heterosexual «normal» que satisfaga a su familia y a la sociedad en la que vive. Emily intentará llamar su atención en repetidas ocasiones y, una vez se rinda, se suicidará. La escena del suicidio es la cosa más dolorosamente lamentable que he podido ver en una pantalla: una chica tirada en el suelo, llorando, rodeada de fotos de su ex destrozadas, con botellas de alcohol vacías aquí y allá y regocijándose en el momento del suicidio durante varios minutos. Lo lamentable no es el deseo de suicidio, ni pillarse una borrachera cuando tienes el corazón roto, ni romper a bocados las fotos de tu ex, ni desear que le pille un autobús. Lo lamentable es que lo juntes todo, hagas una película y pretendas venderme que eso es el amor entre dos mujeres (o el amor a secas). 

Para terminar, me gustaría recomendaros algunas películas que presentan historias de amor sanas entre mujeres, sin suicidios ni asesinatos ni órdenes de alejamiento. Por mencionar algunas: If walls could talk 2, Aimée & Jaguar , Desert hearts, Imagine me & you y I can’t think straight.

Cuando Penélope se impacienta

Los viajes en el tiempo

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. Es como recibir, ya completamente definido en su última onda de expansión, un sonido cuyo eco se inició en otro tiempo y que sólo has podido percibir una vez que éste ha recorrido ese espacio hasta ti rebotando entre los acontecimientos. La memoria se traslada, con toda su carga de decepciones y anhelos, de un punto al otro de la trayectoria, y se adquiere sin esfuerzo ese entendimiento odiséico del valor del viaje. Así me ocurre cada vez que vuelvo a ver El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001). Siempre hay un viaje, a modo de lectura, en el que no sólo cuentan las aventuras de Rafael (Ricardo Darín), ese personaje en crisis que se enfrenta a las presiones de mantener el negocio familiar, lidiar con la separación de su esposa y asumir los efectos del alzheimer que padece su madre, todo ello rodeado por personas que lo cuestionan y a la vez lo apoyan y a las que es incapaz de acercarse realmente. En El hijo de la novia hay varias historias de amor que se entrecruzan, pero en el recorrido de esta ocasión me ha llamado la atención algo muy específico de la relación entre Rafael y Naty (Natalia Verbeke), porque es un fenómeno más común de lo que imaginamos.

Naty es una chica joven que se debate entre sus sentimientos hacia Rafael y la impotencia de sentir cómo éste toma distancia de ella y no termina de vincularla a su plan vital. En la película no hay demasiada información sobre el tiempo que llevan juntos, pero se da a entender que Rafael comparte parte de su vida con ella. Naty conoce a su familia, cuida de la hija de Rafael cuando éste trabaja, es evidente que no es una relación puntual, pero siempre se desarrolla desde ciertas dinámicas egocéntricas de Rafael que presuponen la conformidad de Naty con ese compromiso en eterna prueba. Nuestro Ulises, inmerso en su propio viaje de crecimiento, no se da cuenta de que no es el único que intenta superar problemas o que sufre o tiene objetivos por los que luchar. Así, se ve sorprendido cuando su pareja no actúa siguiendo el complejo de Penélope y no asume una espera pasiva que será recompensada por el amor del héroe. Naty se da cuenta de que no desea sacrificar su ilusión y su tiempo por una promesa infundada de recompensa romántica.

‘La mujer suele sufrir de lo que yo denomino el complejo de Penélope, cuya figura es esa mujer en espera continuamente, al lado del teléfono, tejiendo y destejiendo fantasías: «¿Me llamará?», «no me llamará?», «¡ah!, pero me lo prometió», «bueno, finalmente llamó». Pero no hay solución de continuidad porque aunque llame, el drama se volverá a repetir: después de la llamada todo vuelve a empezar. Penélope recomienza a tejer y destejer.’
Marie Langer

Naty abandona Ítaca para autoafirmarse y escoger para sí misma en función de aquello a lo que aspira aunque su criterio sea visto como algo infantil por el propio Rafael; la fantasía de la princesa que espera fiel a su príncipe frente la fantasía de construir un amor real y compartido por ambas partes con convicción. ¿Qué factores sociales llevan a Rafael a considerar imposible la realización de la segunda idealización mientras que la primera parece algo aceptable? Pues no es tanto una cuestión de escepticismo personal frente a la idea del amor como la implicación de que él no sea el único sujeto activo y válido para decidir.

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Vía www.pelisargentinas.blogspot.com

 

«Yo no estoy segura de estar enamorada de vos. Siempre supe que no tenés el cerebro de Einstein, ni la plata de Bill Gates, no sé… tampoco sos, yo que sé, Dick Watson, pero me enamoré… no sé por qué. Ahora no estoy segura. Yo no creo que seas el tipo que yo pensaba que eras. Te agradezco mucho que no quieras jugar conmigo, de todos modos yo no te iba a dejar jugar conmigo, porque yo valgo la pena ¿entendés?.. yo valgo.»
(Naty, en El hijo de la novia)

Lo habitual en el discurso dominante es presentar situaciones en las que el sujeto que ejerce el rol femenino, no obligatoriamente tiene que ser una mujer, se limita esperar la resolución del rol masculino. Penélope, que puede ser la «buena chica», el «pagafantas» o la víctima de la «friendzone» (indistintamente del género) acaba centrando toda su potencialidad en el cultivo de virtudes admirables en vez de en el desarrollo de capacidades respetables. En consecuencia se perpetúa la dicotomía de ‘objeto al que ver y sujeto que mira y determina el valor del objeto’, y por tanto, su sentido. El efecto más nocivo de todo esto es la dependencia de aprobación por parte de los sujetos inmóviles (sólo los Ulises asumen la capacidad de decidir y se ponen en movimiento, sólo sus sentimientos y valoraciones son las relevantes) Dicha atribución desigual de poder puede condenar la autoestima de los individuos invisibilizados y generarles perspectivas nada saludables sobre la posibilidad de experimentar el amor de forma sana y positiva, o incluso hacerles sentir que su propia existencia carece de sentido sin el otro.  

El amor no puede ser un ejercicio de estoicismo y espera incondicional en el que dependamos de la evolución del otro para evolucionar nosotros mismos. A pesar de los innumerables mensajes mediáticos que repiten el mismo patrón de héroe-princesa, la realidad es que nos relacionamos con un compañero o compañera, no con un objeto que nos aporte un valor X como si fuera un patrimonio, ni con una pieza que hay que lograr poseer para sentirnos completos como si se tratara de la piedra angular de nuestra vida.

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“Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa). Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta […] Se sigue de ello que en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara; este hombre que espera y que sufre, está milagrosamente feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido, sino por estar enamorado”.
Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso, 1977)

Persuasión

Otro ejemplo que ahonda en el concepto de la espera en una relación es el de la novela de Jane Austen Persuasión (1818). La relación entre los protagonistas de esta historia de amor, Anne Elliot y el Capitán Wentworth, se ve truncada por condicionantes sociales, obligando a cada uno a continuar con una trayectoria vital independiente tras su separación. Tras 8 años sin mantener contacto, vuelven a encontrarse y ambos se plantean la posibilidad de darle otra oportunidad a su relación o dejarlo estar en sus vidas separadas. Volvemos a ese punto de inflexión que experimenta el personaje de Naty en El hijo de la novia¿Lo sigo intentando con esta relación, espero a ver si puede funcionar, si esa persona es como pensaba que era o sigo mi vida sin condicionarme por esa espera incierta? En este caso el elemento añadido a la reflexión es la manifestación del propio paso del tiempo. Durante la separación, tanto Anne Elliot como el Capitán Wentworth asumen el rol activo de decidir sobre su destino, sin importar su género. No han esperado al otro, han vuelto a encontrarse , pero habiendo desarrollado su madurez, teniendo definidas sus ideas y su propia realización personal. Y tras ese intervalo vuelven a ese estado inicial, siendo de nuevo ellos dos, pero diferentes, comprendiendo en ese momento cosas de sí mismos que no habrían visto sin haberse aventurado a su propio viaje.

Muchas veces nos enfrentamos a esa situación. Nos planteamos esperar o no por el desarrollo de una relación con la esperanza de que se cumplan nuestras expectativas, a veces cuando no hay señales claras que respalden esa creencia, o incluso cuando las señales son opuestas a lo que requieren nuestras necesidades afectivas. La escena en la que Naty declara sus ideas y la reflexión que planteaba Jane Austen  con esa relación a destiempo son ejemplos de la naturaleza cambiante del ser humano, de la inevitable diferencia de nuestro yo de cada momento, y de la necesidad de hacer ese viaje a partir de nuestra iniciativa y no delegar su gestión a otro ser humano. Debemos cuestionarnos a nosotros mismos para avanzar en la búsqueda de nuestro desarrollo, no hay otra manera. Podemos dar tiempo a aquellas cosas y personas que consideremos que merecen la pena, pero no de forma pasiva/exclusiva, no tejiendo y destejiendo nuestro día a día como si esa abnegada voluntad fuera a ser colmada con la consecución de nuestros sueños. El tiempo es como una flecha que va siempre en una dirección irreversible y lo que acontece en él no vuelve a suceder igual nunca. Lo que transcurre no es un periodo de prueba eterno, es nuestra vida. Cada momento es único, nada se mantiene sólo porque uno se mantenga esperando. No detendremos la posible pérdida, el posible dolor, el posible error, sólo nos detendremos a nosotros mismos, a nuestras posibilidades de ser, de experimentar. E igual cuando llegue o regrese nuestro/a Ulises, el paso del tiempo lo habrá cambiado tanto, que ni siquiera reconoceremos ese amor anhelado. Y su gesto de valoración por nuestro sacrificio será algo decepcionante, como una palmada en la espalda pero sin sonido, vacía.

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Vía www.zazzle.com

Así que la opción más sensata es asumir el riesgo de decidir, hacer aquellas cosas que nos hagan ser quienes realmente somos e integrar todo eso en un viaje común, pero recorrido siempre por cada uno con su propio pie. Eso no nos aportará la seguridad de lograr lo que nos propongamos, ni de solventar todos los obstáculos, pero puestos a esforzarse, que sea por algo nuestro, por algo escogido. Como afirmaba el personaje de Rafael en determinado momento de la película de Campanella: «Quiero todos tus problemas, y los míos, esos problemas, no los otros» Y con respecto a la asociación de lo ‘femenino’ con la incapacidad de decidir y asumir el reto de los cambios y el paso del tiempo Jane Austen lo expresó con claridad:“Odio oírte hablar así como un fino caballero, como si todas las mujeres fueran finas señoritas en lugar de criaturas racionales. Ninguna de nosotras espera estar en aguas tranquilas todos los días”. 

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. A veces ocurre con las relaciones y éstas sólo funcionan en el tiempo en el que ambas partes están listas y no antes. No hay una norma que asegure cuándo se trata de un tipo de amor o de otro, cuándo va a enriquecernos y cuándo no, pero es más probable que tomemos las decisiones que nos hagan más felices si somos conscientes de que esa flecha que es el tiempo tiene que ser lanzada por nuestra mano.

Amor, admiración, ¿anulación?

¿Qué quieres que te diga?
¿Que mi vida va genial?
¿Que todo transcurre tal y como lo pensé,
tal cual, sin más?
¿Que todas mis decisiones
pasan por un autotune de aciertos?
Qué más da, si no lo vas a escuchar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que escogiste lo mejor?
¿Que ya no quedaba amor?
¿Que no me merecías porque eras lo peor?
¿Qué tengo mil ilusiones,
qué ya no queda ni un gramo de pena?
Qué más da. Nunca supiste escuchar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que el tiempo va a mejorar,
que el gobierno está fatal,
que el Barça hoy ha vuelto a pinchar?
¿Qué quieres que te diga,
que sin ti no puedo más,
Que mi vida se rompió cuando te fuiste sin pensar que

nunca, nunca más me iba a recuperar
porque cuando tú jugabas yo creía
que lo que hacías era amar?
Y mientras,
yo me enamoraba como un fan
de tu voz, de tus amigos, de tu ropa
y de tu forma de mirar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que prefiero pasear por la playa
y escuchar a Billy Joel, o quizás a Ben Folds Five,
porque sé que tú los odiabas,
no eran suficientemente indies…?
Qué más da. Tú siempre fuiste lo más.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que el trabajo no está mal,
que cerraron el local donde solíamos tocar?
¿Qué quieres que te diga,
que me arrancaste el corazón?
Y hoy se te ocurre venir a pedir perdón
Después de un siglo o dos.

(La Casa Azul – Como un fan)

Este post es un exorcismo, una confesión, una hoja de diario; muy poco filosófica, ni psicológica, ni sociológica. Me enamoré como una fan casi a la vez que era lanzada esta canción; y no era la primera vez. Y es una forma terrible de enamorarse. Bebía cada una de sus palabras. Sus gustos eran mis deberes. Lo que en aquella época leía, veía o escuchaba está todavía tan relacionado con su persona que tengo autores, cineastas y grupos vetados aún, diez años después. Por si a alguien le cabía duda, la historia acabó mal, fatal. De hecho suelo presumir de que entre mis ex parejas se cuentan varios de mis mejores amigos pero en este caso aún no podemos estar en la misma habitación sin que se enrarezca el ambiente. Sí, diez años después.Si intento entender por qué aquella relación me dolió tanto a día de hoy sigo sin entenderlo bien. El pasado 25N una chica que conozco y que trabaja precisamente sobre el amor en su tesis nos proponía en Facebook que analizásemos entre las formas sutiles de dominación dentro de la pareja la que se construye desde la admiración, que cuestionásemos nuestro propio deseo. «¿Por qué tanta necesidad de admirar? Y sobre todo ¿qué es lo que consideramos admirable?» Me parecen dos preguntas indispensables para pensar sobre cómo nos enamoramos.

She's hot she's read everything

¿Es Alex Vause, de Orange is the new black, también sapiosexual?

Al buscar quien me guíe, busco a quien sepa más que yo. Me coloco inmediatamente en la posición de aprendiz. ¿Qué implica eso? Para empezar, que mi capacidad crítica se ve tremendamente mermada. Esa persona ya no tiene fallos. Siempre tiene razón. Eso empieza a generar dudas, una tras otra, sobre el propio criterio. ¿Es cierto esto que creo? ¿Estoy segura de que disfruto con esto? Una base fantástica, por cierto, para las relaciones tóxicas de todo tipo. No es necesario que alguien te haga sentir inútil si tú misma ya te has colocado en esa posición a costa de idolatrar a la otra persona, de creer que ella es el producto terminado y tú quien aún tiene un largo camino por recorrer.¿Cuántas de las personas que conocéis consideran que la admiración es un componente indispensable del amor? George Sand decía que el amor, sin admiración, es sólo amistad. Si contesto instintivamente, yo misma levantaría la mano. Necesito admirar para enamorarme porque, como esta chica proponía, hay una cierta sensación de estatus construida en torno al amar a quien es mejor que nosotros. Y así, no amamos al compañero, sino al guía. Admiramos la inteligencia; y ojo, que esto es preocupante: creemos que las personas negativas son más inteligentes, encima.

To me you are perfect

Una profecía que, en realidad, se autocumple. Incluso aunque tenga qué aportar, no lo voy a demostrar. Como un perrillo faldero, soy yo quien se entusiasma, quien admira, quien sigue, quien imita. La otra persona se puede sentir halagada, incluso obligada. Pero en estas condiciones no hay forma de que se sienta entusiasmada por estar conmigo. Y leía hace poco que si las dos partes no sienten entusiasmo, no hay nada que hacer. Me parece un buen criterio. La relación se convierte en un cementerio para las aspiraciones de una de las dos partes, que se coloca en el plano secundario. Pero también para el orgullo, la admiración y la sorpresa de quien se coloca en la posición de superioridad. También me he visto en esas, y aquel guía me dejó porque «había dejado de ser yo misma». Eso es lo que pasa cuando una se enamora como una fan. Que desaparece en el otro. Y nadie quiere estar con una cáscara vacía (de hecho, si alguien quiere estar con vosotros cuando no sois vosotros mismos, huid; es un síntoma de narcisismo bastante chungo no echar de menos a la persona por la que os habíais sentido atraídos cuando desaparece para convertirse en vuestro espejo).

Creo que esto nos pasa más a las mujeres. Supongo que por varios factores que confluyen en torno a esta desigualdad de poderes, que queda perfectamente reflejada en el «detrás de un gran hombre hay una gran mujer». Detrás. La Mujer-Pigmalión puede sentirse perfectamente realizada gracias a lo que ha conseguido que su pareja sea, que sus hijos sean. En ciencia, lo llamamos «Efecto Matilda«. En las revistas de estilo de vida, han decidido llamarlo «sapiosexualidad«: el fenómeno de sentirse atraído por la inteligencia ajena. O quizá deberíamos decir «atraída»: al buscar sapiosexual en Google, tres de las diez entradas de la primera página hablan de «mujeres sapiosexuales» expresamente. De entre las que no están marcadas en el título, otra más está ilustrada con una mujer, otra con una pareja heterosexual (aunque en el pie de foto se dice expresamente «Las mujeres sapiosexuales sienten atracción por los hombres inteligentes«, como si no pudiera suceder a la inversa), y otra comienza diciendo: «Hace rato fue derribado el estereotipo de la mina que va tras el dinero, éxito y belleza de un hombre. Quizás quedan algunas por ahí, pero hoy la moda es otra: los sapiosexuales, una especie más común de lo que pensabas.»

Es decir: la atracción por la inteligencia viene a sustituir la atracción por el dinero y el éxito por los que las mujeres han cambiado tradicionalmente su belleza física. La inteligencia, lógicamente, está asociada al estatus en la sociedad del conocimiento. ¿Pensaban ustedes que eran menos superficiales porque les atraía más una buena conversación que un buen tono muscular? Se equivocaban. En realidad es el mismo mecanismo superficial, aplicado a los nuevos tiempos. Mala suerte.

Y, ¿saben una cosa? El problema del amor basado en las mentes es que es pegajoso. Se queda adherido a las canciones, a los libros, a las películas. Nos ataca por sorpresa detrás de algunas palabras del diccionario y se come nuestros gustos. Y de pronto, con la ruptura, no perdemos sólo a esa persona. Detrás de ella se van discografías completas, el cine francés, tres estaciones de metro, una forma de hablar y de escribir.

Cada persona que forma parte de nuestra vida deja una herencia, un aprendizaje. Qué bonito sería entenderlo así y hacerlo nuestro de forma natural, progresiva, selectiva. Y mutua. Y compartir lo que nosotras también hemos aprendido, y seguimos aprendiendo por otras vías. E intercambiarnos, en lugar de anularnos.

Y que no tengan que pasar diez años para poder volver a leer a Pizarnik.

WhatsApp y la dependencia emocional

Whatsapp Encadena

Hace unos meses decidí hacer un experimento: desinstalar unos días WhatsApp.

Lo sé, no suena a experimento valiente. Y menos aun,  si le sumas que apenas duró unos pocos días (no laborables).

Tomé esa decisión tras leer el artículo escrito por Vega sobre cuánto nos dolía el doble check que WhatsApp había implementado.

Pero antes de contarte qué es lo que pasó y lo que sentí quiero que vayamos al concepto de dependencia emocional. Muchas veces los términos de tanto leerlos pierden gran parte de su significado.

Qué es la dependencia emocional y cómo llegamos a ella

Vivimos en un mundo en el que aprendemos a que estamos separados, irremediablemente, de los demás. Tenemos una forma de entender las relaciones donde todo es efímero y los vínculos débiles.

En cierta manera, tendemos a pensar que sólo hay dos modelos de relación donde los vínculos son realmente fuertes. El primero con los padres. Muchos autores dirían que mayormente con la madre. Según sugieren muchos autores, el tipo de amor maternal es mucho más incondicional que el del padre. Una madre que ama incondicionalmente, frente a un padre que ama con condiciones.

El segundo vínculo afectivo importante aprendemos que es con la pareja. Un tipo de amor, que en relaciones destructivas queremos conseguir sea maternal, incondicional, a pesar que cuando amamos al otro lo hacemos con condiciones.

Para simplificar: «necesito que mi pareja me quiera pase lo que pase, y por supuesto para siempre»

Ese vínculo afectivo, que hace que el amor funcione de forma que nos sintamos unidos a alguien en un mundo que nos enseña que estamos separados los unos de los otros.

Si existe una dependencia, es que de fondo hay una adicción. La comunicación por WhatsApp probablemente sea adictiva porque es un sistema de generación de recompensas inmediata. Quiero decir, que la comunicación se convierte en un juego de premios y castigos.

Puede que estés iniciando una relación afectiva con otra persona. El momento en que te manda un mensaje, aunque sea para decir buenos días, está generando una recompensa. La comunicación se convierte en un juego, en una forma de saber que el otro nos quiere. Nos genera una necesidad constante de saber que nos quieren todo el tiempo.

Es difícil darse cuenta de ello en los primeros estadios de una relación. La dependencia es algo que surge después de un tiempo. Obviamente hay personas con una estructura de personalidad más dependiente que otras.

No tengo claro si nos volvemos adictos al amor o a la aplicación. Pero mi impresión es que nos sentimos más atraídos en los primeros estadios al sistema de recompensas de la comunicación, que a la propia persona.

No pensamos lo que escribimos

En este blog hablamos de relaciones amorosas. Por eso me quiero ceñir a ellas.

Una de las cosas que he podido experimentar estos meses a través de la observación es que no pensamos lo que escribimos.

Después de mi experimento «el fin de semana sin WhatsApp», decidí observar cómo los demás se relacionaban con este medio como filtro. Ya sé que no es un estudio muy amplio, y mucho menos riguroso, pero en la observación y la experiencia está la sabiduría. Distinguiendo entre lo que sabemos porque lo hemos experimentado, observado y analizado, y lo que solo conocemos de referencia.

Decidí adoptar un papel pasivo de observadora de relaciones por WhatsApp. Observé mis relaciones amorosas. Mis relaciones incipientes, mi relación con mi ex, y esa especie de cementerio emocional que queda en WhatsApp de relaciones que han sido efímeras. Y de paso aproveché para observar las relaciones de otros.

Una de mis primeras conclusiones es que con WhatsApp no pensamos. Cuando yo intentaba por ejemplo hablar con mi ex, tenía que dejar de hacerlo a través de WhatsApp para que mis emociones no produjeran un secuestro emocional que desencadenara en discusiones sin sentido, y la mayoría de las veces unidireccionales.

Para mí había una diferencia fundamental entre hablar por email y por WhatsApp. Por email paraba a pensar qué decía y cómo lo decía. Bien es cierto que los que nos separamos con niños tenemos consciencia que las comunicaciones por email se presentan fácilmente en un juicio. Es mucho más sencillo de usar de prueba que un simple WhatsApp. Quizás por eso el email se utiliza de otro modo más pausado.

Además con el email tenemos una diferencia fundamental: No esperamos que nos contesten inmediatamente. Con WhatsApp sin embargo sí.

Al final, si quieres molestar a un ex en un proceso de custodia, ruptura y demás es fácil, bloquéalo en WhatsApp. A ser posible cuando recibas un email, no contestes inmediatamente. Hazlo en día. Es más, a mayor importancia del email menos contestación. Eso es algo que mi ex usa conmigo cada vez que algo no le gusta.

Pienso sinceramente que WhatsApp es un medio ideal para premiar y castigar. Un sistema que te permite parapetarte detrás de las letras, en la distancia, sin mirar a los ojos, sin empatía. Un sistema que te permite transmitir independientemente de lo que sientas.

Sin embargo he observado que la mayoría de personas usa la respuesta inmediata, que suele ser la emocional. No para a pensar lo que escribe. Hay poco filtro racional, sobre todo en momentos en que se requiere inmediatez en la respuesta.

Quizás dentro de los medios que usamos habitualmente para comunicarnos WhatsApp es uno de los más emocionales, y a la vez más complicados de usar eficazmente.

La cuestión es que WhatsApp es un reflejo de nuestro mundo emocional. Que eso no quiere decir que comuniquemos bien ese mundo.

No sabemos comunicarnos

No, no sabemos comunicarnos. WhatsApp es un medio caliente donde podemos escondernos. Quiero decir, no estamos cara a cara, donde necesitemos temple para contener las emociones. No estamos por teléfono donde podemos esconder las emociones cambiando el tono de voz.

WhatsApp nos permite parapetarnos en un espacio aséptico donde sólo está la palabra. Donde podemos decir lo felices que somos mientras estamos llorando sin que nadie lo note. 

Por tanto ¿es realmente WhatsApp un medio de comunicación eficaz en una relación de pareja, no parejas, ex conflictivos? ¿De verdad?

Sinceramente, esto de dar tanto peso a la comunicación por WhatsApp en las relaciones de pareja es construir relaciones con cimientos poco sólidos. No, no tiene sentido confiar en un medio donde podemos ocultar nuestro mundo emocional.

Pero a esto le tenemos que sumar que la inmensa mayoría de las personas no saben transmitir a través de la escritura. Es así. Rindámonos ante la evidencia. Nos han enseñado a escribir, a repetir, a hacer análisis de textos. Pero nadie se ha preocupado de que sepamos plasmar nuestras emociones por escrito.

No sólo no sabemos cómo plasmar emociones. Apostaría a que la mayoría ni siquiera tiene un lenguaje emocional rico.

Es fácil tener un diálogo de estas características:

– ¿Qué tal estás hoy?
– Bien, bueno mejor que ayer.
– ¿Ya se te pasó entonces?
– Del todo no, pero ya mejor. Estoy menos triste.

Nuestro vocabulario emocional es muy reducido. Bien-mal, triste-feliz. Las emociones contrarias son lo mismo en diferentes escalas. Pero ¿podríamos ser más exactos con nuestras emociones? ¿mejoraría nuestra comunicación si utilizáramos un vocabulario más rico? ¿Qué pasaría si usáramos mejor el lenguaje emocional?

¿Cuanta gente usa en WhatsApp expresiones cómo estas?

– Me siento exaltado
– Estoy realmente molesto con el tema
– Hoy me siento desorientado
– Sí, realmente hoy me siento muy afortunada
– Hoy me siento desilusionado

Teniendo en cuenta que WhatsApp sólo dispone de emoticonos para mostrar las emociones, quizás deberíamos aprender a usar de una manera más rica el lenguaje emocional. No creo que las caritas sonrientes o las caquitas de WhatsApp suplan por escrito una forma de escribir más emocional. Si no tenemos ni postura ni tono ¿qué tal probar a ser más explícito y concreto en el lenguaje?

Control a través de Whatsapp

No puedo hablar de dependencia sin hablar de control. La dependencia emocional y el control sobre el otro van unidos. No conozco ninguna relación dependiente donde el control no exista. Y creo que en este blog se ha escrito mucho sobre cómo confundimos el control con el amor.

Yo quiero dejar clara mi posición: para mí el control sobre otra persona es la manera de considerarla de tu propiedad. Para mucha gente una relación de pareja pasa por convertir al otro en un objeto de su propiedad. Y creo que todos hemos caído en este tipo de relaciones alguna vez.

Es importante salir de esta dinámica. El amor no es control. Las personas no son/somos propiedad de nadie. Ni las parejas, ni los hijos.

Amar más no significa controlar más. No implica controlar al otro.

Es curioso: en este tiempo he visto este tipo de control por las dos partes. Por una parte cómo hay personas con la necesidad imperiosa de controlar a otras. Y por otra parte cómo hay personas que creen que ser controlados por otro significa que te quieren más.

WhatsApp, cómo suele pasar con todo el mundo digital no es un lugar aparte del mundo real. Quiero decir con esto, que lo que pasa en WhatsApp es un reflejo de lo que pasa en la vida real, en las relaciones reales.

En cuanto a medio de control WhatsApp permite ejercer un control mucho más intenso y más inmediato.

Te voy a poner un ejemplo. Antes podías llamar por teléfono a otro y te decía «estoy aquí, en el bar Pepito, con Juan y Nuria». Ahora el control puede amplificarse. No hace falta que el otro te lo diga. Si estás acostumbrado al control no sólo escribirás eso, sino que mandarás una foto con Juan y Nuria, con una cerveza en la mano con el cartel del Bar Pepito de fondo. El control es más eficaz, más inmediato, y no te da lugar a escapatoria.

El control puede ser también una necesidad constante de recibir información sobre la actividad de la otra persona. Dónde está. Qué hace. Con quién está. Hay personas acostumbradas a tener absoluto control sobre los demás. Igual que hay personas acostumbradas a ser controladas. Es más, lo ven cómo algo intrínseco a las relaciones amorosas.

Dentro de la dependencia emocional, creo que podemos hacernos fácilmente adictos a controlar, y además a ser controlados.

Mi experimento

Un jueves sobre las once de la noche decidí enviar un mensaje a mis contactos más comunes. El mensaje venía a decir que iba a dejar WhatsApp unos días (no dije cuando volvería) por el simple placer de saber qué pasaba.

Puede parecer estúpido, pero la verdad es que sí pasaron cosas. Primero vino una mañana de Viernes con una avalancha de llamadas donde la gente me preguntaba si estaba bien ¿Perdón? Os habéis vuelto locos, mundo, SÓLO HE DESINSTALADO UNA APLICACIÓN DEL MÓVIL.

De ahí pasé a descubrir la dependencia emocional o al mismo medio. Personas, una en concreto, que pensaban que un SMS venía a ser diferente al WhatsApp. ¿Mande?

La mañana del viernes la sensación para mí fue un poco extraña. Sentí que me faltaba algo. La aplicación o las personas por las que me comunicaba, no lo sé.

Pero lo importante es que sí pasaban cosas. Pasaba que yo me sentía con más necesidad de comunicarme. Ya no disponía de la intimidad que WhatsApp me brindaba, así que cedí tiempo a escribir en mis Redes Sociales.

Y decidí hacer cosas diferentes. Era difícil quedar sin WhatsApp, ya no estamos acostumbrados a quedar por teléfono y asistir a la cita sin más. Me di cuenta que necesitamos confirmar y reafirmar la confirmación.

Salí del control. Ya no tenía a quien contar lo que hacía, ni a nadie que lo preguntara. Pude centrarme en las personas con las que físicamente estaba sin interrupciones, con la suerte de que ellos hicieron lo mismo conmigo.

Y aprendí que WhatsApp es un medio de comunicación nefasto. Donde los que intervienen son imperfectos, el lenguaje es inadecuado, las caritas sonrientes no suplen una risa verdadera. Lo cierto es que el mensaje no llega.

Abismo

Hay un abismo entre lo que sentimos, lo que escribimos por WhatsApp y lo que la otra persona interpreta.

No tenemos una educación emocional adecuada, cuanto menos cómo para disponer de medios donde todo depende de cómo decimos las cosas, más que lo que decimos.

Creo que es un problema similar al que tiene Twitter con el anonimato. En Twitter hay individuos que parecen obtener placer en el sufrimiento de otros. A veces creo que genera para algunos una especie de psicopatía transitoria donde la empatía brilla por su ausencia. En un medio como ese que te permite ser anónimo y además carece de lenguaje no verbal induce esa falta de empatía.

En WhatsApp no somos anónimos. Tendemos a reconstruir la parte del lenguaje no verbal. Dependiendo de nuestro mundo emocional podemos poner tono y postura a los mensajes. Genera empatía, no hay anonimato.

Relaciones a base de Whatsapp

¿Qué diferencia hay entre las relaciones antes de WhatsApp y después de WhatsApp?

Estoy segura que hoy en día configuramos relaciones amorosas diferentes a las que creábamos años antes. A través de WhatsApp podemos falsear lo que somos, nuestro estado de ánimo y nuestras verdaderas emociones. Muchas parejas incipientes pasan más tiempo relacionándose a través de WhatsApp que a través de ningún otro medio.

Si WhatsApp es un sistema que genera dependencia. Si es tan fácil de falsear. Si no disponemos de los recursos para comunicarnos emocionalmente ¿Qué tipo de relaciones estamos generando?

Tengo la impresión que generamos relaciones donde idealizamos fácilmente a la otra persona. El contacto constante e intermitente, junto al sistema de recompensa, no puede hacer más que generar relaciones con carencias de comunicación muy importantes.

Donde no hay una comunicación eficaz hay lugar para enamoramientos idealizados, mentiras sin resolver, dependencias intensas o incapacidad para diferenciar entre la realidad y nuestra construcción sobre la relación o la persona.

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