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Querida General Organa

Querida General Organa:

Star Wars no se hizo para mí. Nací en los 90, de padres suburbanos a los que la trilogía original les pilló mayores. Además nací en los 90 siendo una niña, así que no consideraron que La guerra de las galaxias fuera algo interesante para mí. De ti escuché hablar cuando salió la trilogía del 2000, pero sólo de tus peinados y tu traje blanco. No me sentí identificada con tu imagen, pero por mucho empeño que pusiera Padme mucho menos con ella. La trilogía del 2000 me pareció blanda, predecible, un blockbuster más.

Ojalá te hubiera conocido antes de los 10 años. Te hubiera amado-odiado a partes iguales. Tu valentía, tu arrojo, tu amor con Han Solo a regañadientes, tu «lo sé» burlón. Me hubiera imaginado siendo tu rival, tu amiga. Siendo tú.

Haberte descubierto a los 20 también ha sido una suerte. Aunque iba ya curtida de cine de autor pero también de mucho peliculón hollywoodiense, Star Wars me absorbió completamente. La forma de aunar culturas de George Lucas, su inspiración en la mitología y en el trabajo de Joseph Campbell sobre ella y, por qué no, que en 1979 hubiera una mujer autosuficiente y guerrera (aunque princesa) es fascinante. Creo que por eso me dolió tanto leer en un análisis de Star Wars desde el punto de vista del viaje del héroe que eras un acompañante masculino, literalmente según el texto, una tomboy.

Porque no, no eres la Princesa Leia. Como dice Anne Thériault no debes ser recordada como una princesa, sino como una general.

Leí la carta que Carrie Fisher te escribió. En ella habla de ti como del retrato de Dorian Gray, tú resplandeciente y blanca y ella envejeciendo e hinchándose. Pero, afortunadamente, pudo volver a interpretarte, porque sin Carrie Fisher quizás tú serías una anécdota.

Cuando fui a ver El despertar de la fuerza me retorcía los dedos buscando palomitas, pensando en si esta sería la puñalada final a la saga después de que la trilogía del 2000 la dejara agonizando. No fue así. Y no fue así, entre otros motivos, por ti.

Tú siempre has sido el corazón de la Rebelión. Con unos orígenes por un lado reales y por el otro lado perturbadores, fuiste capaz de seguir tus propias decisiones. En vez de dar tumbos de un lado a otro de la galaxia, fuiste fiel a tus ideales, a la rebelión. A diferencia de Luke, al que cada perturbación de la Fuerza le hacía cometer imprudencias arriesgadas, tú te mantuviste impasible. También sentías la Fuerza, pero sentías que la Rebelión valía más.

Leia le dice a Han Solo que deje de llamarla alteza.

Leia y Han Solo en una escena de El imperio contraataca vía Giphy

Y en El despertar de la fuerza se ve a la mujer hinchada y mayor que describe Carrie Fisher. Esa mujer que cuadra igualmente con la vida de Fisher que con la vida de una mujer cuyo hijo se ha vuelto lo que ella más podía temer, cuya relación de amor terminó, pero lo más importante: que fue dejada sola ante las circunstancias. Tanto Han Solo como Luke decidieron desentenderse del problema, cada uno a su manera.

Tú no. Tú retomaste las armas y te dispusiste a ser lo que siempre has sido: una líder. No puedo más que dar gracias a Carrie Fisher por habernos mostrado la evolución de Leia, la misma mujer fuerte y decidida que abraza con cariño y protección a la nueva generación de mujeres que se disponen a emprender la lucha. Porque sabe que no es fácil, pero que huir no es una actitud posible.

Algunos románticos dicen que la partida de Han te hizo irte. Cualquiera que te conozca mínimamente sabe que no es cierto. Cualquiera que te conozca sabría que, por mucho dolor que te supusiera, hubieras seguido siendo la líder de tu pueblo, no porque fuera lo que ellos necesitaban, sino porque era lo que tú querías. Tu papel terminó como termina el de Yoda, o el de Obi-Wan Kenobi; aquellos que saben que ya han cumplido un ciclo y necesitan descansar. Creo que en el episodio VIII haces un papelón, y estoy deseando verte, aunque sepa que vaya a ser la despedida final. Sin embargo, siempre te veré, ya sea como la princesa con moño de fallera o la general con ojeras marcadas. Me da igual, porque sé que siempre estarás. Lo maravilloso de la Fuerza es que nunca te has ido del todo.

Gracias por todo, Carrie Fisher. Gracias por todo, General Organa.

No conozco la autoría de este fantástico gif, si alguien lo conoce estaré encantada de citarle.

Amor y huesos: relaciones de pareja en Bones

Me encanta Bones. Me encanta porque la fórmula de personas neurodiversas inadaptadas que, sin embargo, son capaces de prestar un servicio único a la sociedad me apasiona: desde la terrible Scorpion (que es terrible. Lo sé) hasta, a su manera, The Big Bang Theory (aunque para ser justos si habláramos de ella en este blog sería para destriparla). Pero también hay una cosa que no he empezado a valorar hasta hace más bien poco, y es la excelente forma en la que se presentan las relaciones románticas a lo largo de sus temporadas.

SocialSkills

El equilibrio entre trabajo y vida de pareja se negocia continuamente. Booth y Brennan dejan sus empleos al mismo tiempo y vuelven al mismo tiempo: no se presupone que ninguno de los dos deba cuidar y el otro ser cuidado. Hodgins está dispuesto a abandonar su carrera y su país para cumplir el sueño de Angela de mudarse a París y centrarse en su arte como profesión más que como afición; ella considera que el sacrificio no vale la pena y cancelan la mudanza, pero no cumple el clásico “renuncia a sus sueños por amor”: cambia la pintura por la fotografía y sigue avanzando en nuevas formas de expresión artística.

Ugliness
Las conversaciones son asertivas: los personajes, sobre todo en las últimas temporadas, han tenido tiempo de verse en todo tipo de situaciones y se conocen a la perfección. Respetan los sentimientos ajenos aunque no los compartan en absoluto: un ejemplo claro es la pareja Brennan-Booth, que son totalmente opuestos pero aprenden a entenderse en ámbitos tan complicados como la fe católica frente al escepticismo basado en las ciencias naturales. Se coordinan en la educación de su hija procurando respetar las formas de ver el mundo de ambos progenitores, y siempre priorizando el bienestar de la pequeña por encima de sus propias creencias.

ToBeYou
Para ello, lo primero es que sean muy honestos consigo mismos. Esto se ve a la perfección en el caso de Cam (estoy pensando ahora mismo en cómo a las mujeres se las llama por su nombre y a los hombres por su apellido. Muy mal, fatal, Bones, aunque la jefa de todos y la figura de la poderosa fiscal sean mujeres y negras, que eso mola, para variar). Cuando Arastoo se marcha a su país de origen este le plantea que no va a ser capaz de sobrellevar abandonar su puesto, su país y su cultura, y ella no se deja cegar por la fantasía romántica: le da la razón y, con tristeza, le deja. No se oculta la decepción de la ruptura o lo irracional de los sentimientos: empieza una relación con un personaje perfecto para ella pero reconoce no estar preparada. No “he perdido a mi media naranja”, no. Un “eres estupendo pero para mí es muy pronto” que ojalá se pronunciara así de sinceramente más a menudo.

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Una vez rotas las parejas, la relación se mantiene. Escasez de reparto obliga, es cierto. Pero lo bonito es que no hay dramas y sí mucho cariño. Con una empatía sorprendente para el personaje, Bones llega a decirle a Cam “A veces se me olvida que tú y Booth salisteis”, para inmediatamente después consolarla por su vinculación emocional con la familia de él: sin celos, sin acaparar el protagonismo durante la tragedia como «esposa oficial». Hodgins y Wendell son amigos íntimos aunque este haya sido pareja de Angela. Y eso que Hodgins es celoso: algo que no se premia nunca como signo de romanticismo, sino que Angela procura mitigar recordándole periódicamente que le ha elegido a él y que es feliz a su lado. Sin alardes: nada de “mi vida empezó cuando te conocí”: sus muchas ex parejas aparecen de cuando en cuando, físicamente o en las conversaciones, con total naturalidad.

MidWife

Naturalidad. Sinceridad. Autoconocimiento. Diálogo. Negociación. Aceptación. Palabras que deberían regir con más frecuencia nuestras relaciones amorosas, pero que lamentablemente no lo hacen, ni siquiera en la ficción. Y es por eso por lo que Bones sigue siendo una de mis series favoritas, crímenes aparte.

NeverSayNever

En qué se parecen Ryan Gosling y Álvaro Reyes

Hace unas semanas el «maestro de la seducción» Álvaro Reyes salta otra vez a la palestra; en este caso por el escrache feminista que se ha encontrado en su última llegada a Barcelona; una acción de autodefensa, teniendo en cuenta que estaba en un lugar público rodeado de una serie de discípulos a los que enseña a acosar a mujeres. Lo sorprendente no es este episodio; lo sorprendente es que este tipo y sus congéneres puedan seguir haciendo de eso que llaman «la seducción científica» y que no es más que el acoso sexual sistematizado reconvertido en un programa de coaching su modo de vida. Digo «sorprendente», pero es falso: no me sorprende para nada si consideramos el imaginario al que estos hombres están sometidos.

Y es que no hay ninguna diferencia entre «alvarodaygame» y todos los personajes de Ryan Gosling, salvo, quizás, que la mayoría de la gente encuentra a Gosling atractivo (diferencia, por otra parte, muy relevante, en tanto que hablamos precisamente de un hombre que enseña a «saltarse» las reticencias de las mujeres que no quieren tener sexo con él. Es muy posible que el hecho de que a mí me dé un poco de repelús a nivel físico sea lo único que hace que a mis ojos películas como El diario de Noa, Blue Valentine o Crazy, Stupid, Love no sean más que un alegato romántico a favor del acoso sexual.

Todas ellas se desarrollan bajo el mismo esquema: Gosling aparece, ve a la chica, decide que va a acostarse/casarse /tener hijos con ella, y a partir de ahí durante todo el primer acto se dedica a enfrentarse a sus múltiples negativas de forma más o menos espectacular o más o menos grimosa: desde el «romántico» salto a la noria de El diario de Noa al repugnante movimiento a lo American Psycho de Crazy, Stupid, Love. El problema de El diario de Noa no es la idea del alma gemela o el discurso-sueño americano de que el amor no entiende de clases (en el que mejor que no entre); igual que en Blue Valentine, el problema no es si la vida sexoafectiva de los protagonistas es más o menos satisfactoria. El problema es que en todas estas películas se muestra exactamente el mismo mensaje que en todos estos negocios de acoso al por mayor, es decir: el que la sigue la consigue y si no es así es porque ella es una estrecha.

En Crazy, Stupid, Love es en la que más claramente podemos ver el paralelismo entre Gosling y Álvaro Reyes o cualquiera de estos autoproclamados gurús (estrictamente hablando, acosadores). Pero no existen diferencias más que de estilo en el patrón que todos ellos siguen para acercarse a las mujeres. Aparentemente las negativas de ellas no importan, nunca importan. Aparentemente, Gosling tiene perfecta legitimidad para empezar a seguirla: en sus trabajos, a sus casas, por su pueblo. Y, por supuesto, junto a la protagonista siempre hay un personaje que le recomienda «no ser tan estirada». Chicas del mundo, ¿cuántas veces habéis escuchado que sois unas estiradas/frígidas/bordes simplemente por no ceder ante los requerimientos de un tipo que no os atraía y punto?

Si no es complicado con es el amor de tu vida

Las feministas repetimos continuamente que «ni las mujeres ni los territorios son espacios de conquista», pero exactamente igual que la historia nos demuestra que somos incapaces de aprenderlo en el caso de las fronteras, hay todo un aparato que justifica que también las mujeres deben ser colonizadas. Empezando por el discurso científico de la reproducción en el que los valientes espermatozoides se adentran a través del sinuoso, laberíntico y hostil paso de la vagina para alcanzar al expectante óvulo que aparentemente no tiene nada mejor que hacer que esperar pasivamente a ser fecundado (una descripción bastante sesgada de un proceso que requiere la colaboración de todo el aparato femenino para culminar). Esperar, como dice Pamela Palenciano, es el eterno rol de lo femenino. En este caso tenemos la promesa de una fantástica historia de amor. ¿Qué pasa, que el chico no te atrae? No te preocupes y espera, ¡es cuestión de tiempo! Acostúmbrate.

En psicología social se llama «efecto de mera exposición» a este por el cual los estímulos se nos hacen cada vez más agradables simplemente por el hecho de ser conocidos. Es ese fenómeno por el que preferimos los números que nos recuerdan a nuestra fecha de nacimiento o a la casa que vivíamos de pequeños. Al nivel de la atracción interpersonal, hay experimentos que demuestran que los mismos usuarios encuentran a la misma chica mucho más atractiva después de que esta le siga (que aparezca en sus clases, se deje ver en sus espacios de ocio, etcétera), incluso aunque nunca hayan interactuado. Es decir: lo grave es que, efectivamente, a nivel cognitivo la cosa funciona. Cuando hemos visto numerosas veces el mismo estímulo empieza a parecernos familiar y deja de parecernos amenazante. Por eso los personajes de Ryan Gosling son peligrosos: porque nos están indicando que el acosador al final no es tan malo, que es una cuestión de paciencia, que hay un buen tío detrás de la insistencia, que nadie nos querrá tanto como ellos; en definitiva, que tenemos el imperativo social de decir que sí, de dejar de ser desgraciadas, de dejarnos seducir por estos «científicos» que, amparados en preocupantes deformaciones de todas las teorías biológicas, psicológicas y sociológicas para que legitimen un comportamiento repugnante se empeñan en convertir el consentimiento en el resultado final de una ecuación, en vez de en un acto de voluntad; como si cualquier cosa que obligase a una persona a realizar algo anulando su voluntad previa no fuese, por su propia naturaleza, un acto inmoral.

Amor y postureo (Fuck forever, Babyshambles, 2005)

Hay por ahí una cantidad preocupante de gente que mola todo el rato. Gente que parece que nunca ha visto Telecinco ni sin querer, ni obligado. Que jamás se ha reído con un chiste de leperos, que siempre supo lo que era el feminismo queer, que no baila como si no hubiera un mañana con Shake It Off o con cualquier canción HORROROSA de solemnidad que pusieran en las fiestas de verano cuando tenía quince años.

Gente que parece que no ha tenido quince años.

Gente que no es capaz de decir que hay un grupo que no conoce, un autor que no ha leído. Que no entiende el arte abstracto, o el punk, o qué quiere decir «la confluencia de las izquierdas». Gente que jamás ha confundido Irán e Iraq, o Monet y Manet; o que no hubo un momento de su vida en que no tenía ni idea de quiénes eran Monet y Manet, o que ese momento es ahora. Gente que nunca se asfixió después de diez minutos de carrera o prendió fuego a unos huevos fritos, sino que directamente pasó a correr maratones y hornear pasteles veganos. Gente que nunca salió de casa con la camiseta del revés o un calcetín de cada color (bueno, lo hizo, pero era un alegato estético). Personas que nunca se han perdido en el centro de la ciudad, porque eso es cosa de provincianos. Gente que no se equivoca nunca, que dice cosas incorrectas «a sabiendas, para provocar».

Esa gente tiene una relación curiosa con todo este amplio universo de saberes, porque, por un lado, es fundamental dejar claro que son innatos, que ellos ya escuchaban a los grupos antes de que existieran y que jamás han visto una película por primera vez, sino que han pasado directamente a las reposiciones en la Filmoteca o en el Círculo de Bellas Artes; y, en consecuencia, que todas las personas a su alrededor DEBEN tener dichos saberes si no quieren quedarse fuera, y, por otro lado, quieren que se les reconozca lo especiales que son por todo esto, así que tienen que hablar en clave, para iniciados. En fin, una gente que nunca da explicaciones ni las ha tenido que pedir. Las cosas se sobreentienden, y ya está.

Es lo que se viene llamando «postureo», y sí, nos reímos mucho de él en Internet y jijijaja, pero 1) es jodidamente agotador convivir con gente en ese plan y 2) es algo que hemos hecho todos, en mayor o menor medida, en un ámbito o en otro, y, particular y tristemente, cuando nos enamoramos.

Que levante la mano quien nunca fingió que le gustaba un grupo de mierda o una película en la que se durmió porque quería impresionar a alguien. Que levante la mano quien nunca ha tenido miedo auténtico a que le interrogaran sobre un tema sobre el que acababa de asegurar que estaba enterado porque había un testigo interesante mirándonos con una sonrisa y no nos atrevíamos a decepcionarle. Que levante la mano, en fin, quien no haya postureado por «amor».

Y, qué quieren que les diga, no compensa. Hay una escena fantástica de Cómo conocí a vuestra madre en la que descubrimos que Marshall lleva diez años sin comer aceitunas, que le encantan, porque le dijo a Lily que no le gustaban para que pudiera comerse las suyas. Diez años sin comer aceitunas. No sé vosotros, pero a mí no hay romance de película que me merezca tal cosa.

Esto aplica a todo en general. ¿Vas a fingir que te encanta el cine iraní el resto de tu vida? ¿Vas a acompañar a tu pareja al fútbol cada fin de semana aunque lo odies? ¿Te vas a mudar a una casa llena de animales que detestas? ¿Vas a seguir mirando por encima del hombro a la gente que no sabe patinar cuando a ti te tiemblan las piernas sólo de pensar en subirte a unos patines?

¿En qué momento nos parece que fingir que somos diferentes puede salir bien?

Hay tres opciones: o aun así no te presta la menor atención (y tú pasarás un mal rato espantoso intentando localizar los discos de ese rapero del que te has dicho que te sabes todas las letras cuando no recuerdas ni su nombre, por si acaso); o realmente te presta atención y es por eso (y si pensabas que localizar la discografía había sido un mal trago espera a levantarte con su música todos los domingos de ahora en adelante) o esa persona va a tener interés realmente por ti, en cuyo caso le importará CERO que no tengáis ese punto en común, porque tendréis otros (y si no los tenéis, en serio, háztelo mirar, porque no va a funcionar y no sé qué narices pretendes exactamente).

Cuento entre mis amigas a personas maravillosas e interesantísimas, y probablemente lo sean porque no tienen reparo alguno en decir «yo de música no entiendo nada», «¿me explicas eso de lo que estáis hablando?», «¡yo no sabía que el Titanic se había hundido!», «¿sabes dónde puedo encontrar un libro para aprender más sobre eso?», o «no sabes el ridículo que hice ayer». Y se ríen, y aprenden de lo que les interesa. Y hay un montón de cosas que no sabrán nunca, pero seguirán siendo unas personas excelentes, curiosas, estimulantes, y vivas. Así que, como diría Doherty, si no es capaz de entender lo inteligente que eres, que le den. («Because I’m so clever, But clever ain’t wise. And fuck forever, If you don’t mind. (…) See I’m stuck forever – I’m stuck in your mind, your mind, your mind, your mind.»)

Y si tú no eres capaz de entender que ninguna de esas cosas que sabes y haces perfectamente te hacen mejor ni peor que nadie, entonces que te den a ti («Go ahead and know about that way to make you feel anxious and make you pay»).

«Antes de…» de Linklater (Antes de amanecer, 1995; Antes de atardecer, 2004; Antes del anochecer, 2013)

Nota de la coordinadora: Como hemos comentado ya en otras ocasiones, el proyecto de este blog fue siempre concebido como uno colectivo. En esta ocasión intentamos salir de los límites de la red y aprovechar la excusa para hacer un «cineclub» presencial, viendo unas cuantas de nosotras la famosa trilogía «Before» de Linklater, para luego poner en común nuestras impresiones a lo largo del visionado en forma de diálogo; un nuevo formato de post que espero que tenga recorrido en otras temáticas y otros encuentros.

Antes de Amanecer

VEGA: Por empezar por algún sitio, quería comentar por qué para mí era tan importante la idea de hacer un post colectivo y un visionado conjunto de la trilogía Before de Linklater. Fue viendo la tercera, Antes del anochecer, en el primer año de vida del blog, cuando pensé en la categoría de «construyendo». Me parecía importante que dentro del blog no sólo hubiese espacio para señalar lo que nos parece mal, sino también las representaciones en positivo; es un tópico, ya lo sé, pero un «otras historias de amor son posibles». Luego, cuando pensaba en recuperar el tema, ya no me parecía tan adecuado, porque en realidad me quedaba un sabor agridulce, como que no terminaba de cuajar. Por eso me parecía importante contrastar con otras miradas. ¿Habéis sentido vosotros también que es una representación romántica pero realista, o fui yo sola, entonces?

DOVI: Para mí las películas son una evolución desde lo puramente romántico hacia lo realista. Cada una es más intensa que la anterior porque es más auténtica y compleja. La primera me pareció especialmente romántica en el sentido de «ficticia», la última tiene muchísima verdad: es más dura de ver porque nos recuerda más a una relación de auténtica, con sus problemas, con su historia, sin personajes perfectos… Al final, unos creíamos que seguirían juntos y otros que no. Creo que es porque en la ficción las parejas no discuten (especialmente en las sitcoms), si discuten es que es el fin. Pero en la vida real, se discute. Nos peleamos y nos arreglamos. Y decimos cosas de las que luego nos arrepentimos.

BEFORE SUNSET, Ethan Hawke, Julie Delpy, 2004, (c) Warner Brothers/courtesy Everett Collection

VEGA: Estaba pensando en por qué me gustó tantísimo la tercera en comparación con las primeras y creo que has dado totalmente en el clavo. Para mí no es tanto que sea más dura de ver (aunque nos costó, es cierto, por lo realista de la discusión), como el hecho de que en este caso es real. En realidad, las dos primeras son un salto al vacío: son dos personas que no se conocen de nada y deciden lanzarse hacia lo desconocido. El hecho de que haya una tercera es en realidad lo que hace que la apuesta valiera la pena, pero lo normal es que hubiera salido mal. Quiero decir: que la tercera es, independientemente de su desarrollo, el final feliz de las primeras, el «a veces los flechazos salen bien». Es curioso porque si lo ves así, en realidad la más realista es la verdaderamente romántica de las tres.

DOVI: ¡Es cierto! Es que lo más real es lo más bonito. Por cierto, me sorprendió que os cayera tan mal el personaje femenino, ¿alguien me lo explica? 😉

VEGA: Ella me parece mucho más estereotipada que él. La francesa feminista liberada que en realidad se escuda en los discursos políticos para no enfrentarse a sus propios privilegios, a sus miedos. Recurre mucho a lo de que «lo personal es político» pero no veo que haga nada de política en su vida personal. No me parece que sea justa en ningún momento con Jesse, su comunicación es bastante pasivo-agresiva. No respeta las fronteras (lo comentamos cuando sacaba a colación, de pronto, en la comida con los demás huéspedes, el problema de la mudanza, cuando no lo había hablado en absoluto). No para de criticar a Jesse por una supuesta masculinidad estándar (cuando se mete con él por «querer una rubia tonta») cuando es ella la que no para de ejercer la feminidad estándar. Creo que se victimiza sin motivos, y eso hace que me ponga muy nerviosa. ¿Por qué no cuestiona nunca sus propios privilegios, sólo los ajenos?

Antes de la Medianoche

ANA: Después de darle muchas vueltas a la sensación contradictoria que me dejaban las películas he descubierto por qué. La propuesta de Vega de hacer un post colectivo encerraba la idea de que la trilogía mostraba una relación poco habitual en los relatos románticos. Una idea mucho más sana de lo que es el amor. Al verlas pensé: «madre mía, si no son más que una sucesión de tópicos». Pero no. Creo que encierra una crítica profunda al modelo de amor romántico contado desde el mismo arquetipo de relación romántica.Así que he dejado un tiempo de reposo a las películas, he olvidado los detalles y, tal vez, me he quedado tan solo con las sensaciones que perduran, y he llegado a la conclusión de que la trilogía es una demostración de la tragedia que supone el amor romántico para las parejas. Un discurso complejo en el que los personajes son atravesados una y otra vez por elementos extratextuales que hace que se comporten de una forma extraña, que de pronto la acción dé un giro inesperado o que llegue a resultar hasta desagradable de lo previsible de los acontecimientos. Muy a menudo, lo que ocurre en la narración no se debe a la ficción en la que se enmarca sino al entramado de elementos culturales de los que hemos aprendido qué es el amor y cómo se ejecuta.

En la primera película, que ella baje del tren porque él se lo pide, es una acción que obedece a cánones absolutamente románticos. Por una cuestión de puro pragmatismo ninguna de nosotras bajaríamos. Pero hemos aprendido que por la media naranja hay que hacer locuras. Pensemos por un momento que lo llamamos «hacer locuras por amor», por lo que es lógico pensar que son acciones que o bien ponen en peligro nuestra seguridad, integridad o estabilidad emocional y que, probablemente, si no provocaran ninguna de estas cosas, no las llamaríamos locuras. Pues bien, el personaje de ella, como personaje, ha visto las mismas películas románticas que hemos visto las demás y por eso lo hace. Y él, como personaje, también las ha visto y es por eso se lo pide.

Esperamos del final que él cumpla con su papel de romántico empedernido y que sea él quien pague la afrenta y decida quedarse. Sin embargo, la ilusión desmedida por un final con perdices de primero tendremos que dejarla para más adelante. Él falla a los espectadores y solo deja encima de la mesa una promesa que suena a mentira. Volveremos. Un coitus interruptus que nos pone tras la pista de que la trilogía se niega a ser un tópico de amor adolescente.

Durante el desarrollo del film hemos asistido a la crítica explícita al amor como construcción cultural, que los personajes se sientan como en una película es sin duda un metadiscurso que le da la coartada perfecta al director para escribir una trama al uso y, sin embargo, estar haciendo una crítica abierta de lo que ocurre.

La última película, sin embargo, es la muestra del peligro que tiene esta forma de entender el amor, cuando el amor mal entendido se convierte en el eje mismo de la vida. Si no es dramático no es amor. Él y ella han hecho todas las locuras posibles. Primero es él quien abandona todo por ella y luego ella quien deja atrás todo por él. Después, vuelve a ser Jesse quien deja a su hijo en otro continente para vivir la vida «real» junto a Celine. Se acabaron las locuras de la juventud y toca hacerse adulto de golpe.

Aquí es donde creo que lleváis más razón: la tercera película es la más realista. Muestra el resultado de las prácticas del amor romántico. Cuando ya no quedan imposturas comienza el drama. El personaje de él parece haber decidido dejar lo romántico para los textos que escribe y disfrutar fuera de sus páginas. El de ella, sin embargo, preferiría vivir lo que como personaje de ficción vive en los libros de él. Por eso se niega a firmar el libro, porque ella se niega a ser un personaje de ficción. Es una pulsión de muerte que plantea un nuevo dilema en el que le toca a él salvar el amor de nuevo. Es una espiral sin límite que encierra una promesa de fondo: ella hará lo que sea para mantener viva la tensión narrativa que exige el amor romántico y él está llamado a resolverla una y otra vez para cerrar la trama. Por eso ella nos cae mal, porque es la responsable de los dramas presentes y futuros.

 ¿Y quienes nos leéis, qué pensáis? Os animamos a formar parte de nuestro «cineclub virtual».

«I am no man» – la mujer en el mundo de Tolkien

En el post anterior sobre el «Amor y Tolkien», me quedé con varios temas en el tintero, no sobre la idea del Amor en la obra del escritor británico, sino sobre la visión de la mujer en el mundo de la Tierra Media, ya no solo en El Señor de los Anillos ni El Hobbit, sino en la totalidad de la obra de Tolkien. (Un post, la verdad sea dicha, no daba para tanto…) Aunque esté de más, recordar a todo aquel que haya decidido dedicar algo de su tiempo a leer este humilde post, que no me considero una experta en Tolkien, sino una admiradora, y que espero no ofender a nadie y sé que mi visión no hace justicia a la genialidad de J.R.R. [Gracias por leerme. 🙂 ]

Una de los comentarios que más he oído sobre la obra de Tolkien es que de ella se desprende una visión machista del mundo. La mayoría – por no decir el 90% aproximadamente – de los protagonistas son masculinos, y teniendo en cuenta que ya hay una raza en la que predomina precisamente los varones (los Enanos) es lógico que en una primera lectura extraigamos una visión machista del mundo que nos regaló Tolkien. Yo he sido la primera que extraje una lectura de este tipo.

Sin embargo, y aunque no cabe duda que el sexo masculino tiene predominancia en la obra del Profesor, tras varias lecturas de la obra, ya en las adaptaciones cinematográficas como en los escritos de Tolkien, creo que realmente «machista» no sería la palabra para definir la visión de la mujer del J.R.R. Reflexionando mucho, tengo la sensación de que en la obra de Tolkien las mujeres aparecen algo distantes de la acción principal por la misma razón que en la obra de Jane Austen jamás leemos una conversación entre hombres: ambos autores vivieron en un mundo en el que se relacionaban predominantemente con los de su sexo. Tal como Austen reveló, nunca había escrito una escena en la que estuvieran a solas dos hombres porque como no conocía de qué hablaban en privado, no se sentía capaz de ello. Creo que en la obra de Tolkien se puede desprender también esa idea: lo cierto es que no recuerdo ninguna escena en la obra de Tolkien protagonizada por un grupo de mujeres. (Por favor, siéntase libres de corregirme) En la obra de J.R.R. Tolkien se destila, en mi visión, y según he podido leer a ciertos expertos, una visión idealizada de la mujer, unos «seres» «deseados»,»anhelados» y admirados por los protagonistas masculinos. Pero eso no significa que la visión de Tolkien sea una visión machista ni mucho menos, puesto que la mujer nunca está «por debajo del hombre», sino que se encuentra, precisamente, en un pedestal, y además… en la obra de Tolkien encontramos varios ejemplos de mujeres poderosas.

Evitaré en este post hablar de Arwen, Lúthien o Rosita (la hobbit que se convierte en la esposa de Sam), porque aunque no niego que tengan su importancia en la Tierra Media y demostrar una gran personalidad, más allá de ser personajes que reafirman la imagen de la mujer «anhelada» y «soñada» por el protagonista masculino, no representan el poder que Tolkien quiso dar a las mujeres.

 

Los dos mayores ejemplos de empoderamiento femenino que podemos encontrar en la obra de Tolkien, a parte de las deidades que conocemos en «El Silmarilion» (Varda,Yávanna, Estë… ) son Galadriel y Éowyn. Es curioso cómo en un mundo en el que la acción es dirigida principalmente por los varones, sean precisamente dos personajes femeninos los que demuestren determinado poder que los varones no son capaces de alcanzar y que suponen todo un hito para la trama.  

Galadriel no solo es guardiana de uno de los tres anillos de poder que fueron dados a los Elfos, sino que además, cuenta con el Espejo, con la Luz de Eärendil (capaz de iluminar, recordemos, los lugares más oscuros), el don de la videncia y es la destructora (como podemos leer en los apéndices) de Dol Guldur. Una elfa mediocre, vamos. 🙂

 

Pero mención a parte merece el personaje de Éowyn. Éowyn no solo es una mujer regia, luchadora, que decide combatir en batalla junto con sus homólogos masculinos… sino que además, Tolkien le concede a este personaje un gran honor solo por ser mujer: ser la único humano capaz de acabar con el Rey Brujo, aquel del que se profetizó que «nunca acabará por la mano de ningún hombre«. ¿Cabría pensar mayor proeza para cualquier personaje que acabar con uno de los principales villanos de la Tierra Media? Y Tolkien se lo dio precisamente a una mujer. 

¿El relato sobre la Tierra Media, escrito desde una perspectiva masculina? Sí. ¿Machista? Me parece que va a ser que no. 🙂

«-  Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre puede impedirme nada!

        – ¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer (…) «


¿Por qué las mujeres en las pelis de acción son unas inútiles totales?

Seamos sinceros. Las mujeres en las películas de acción son unas completas  inútiles. No aciertan a defenderse ni intentan mínimamente ayudar a sus compañeros masculinos a resolver las situaciones de peligro. Normalmente no entran en la pelea y, si lo hacen, suele ser para empeorar las cosas.

En líneas generales, hay 2 tipos de personaje femenino. El primero, el más común, lo llamaremos la «princesita indefensa». Seguro que sabes a qué me refiero. Esa mujer femenina, guapa y sobre todo asustada cuyo papel es simplemente esperar a ser rescatada o salvada por los machos.

 

Recuperando el viejo cuento de princesas y héroes, solo acierta a mirar y quizá a emitir gritos de auxilio. O bien ha sido capturada y necesita ser rescatada o bien, sobrepasada por los acontecimientos, mira boquiabierta desde un rincón. Como en esta escena del Caso Bourne (o millones de otras escenas):

Luego está la «mujer guerrera». Es mucho menos común y suele aparecer solo si ya hay varios tíos, como un bonito complemento al grupo presentado en forma de tía maciza. Tiene que ser sexy y fría. Eso no suele faltar.

Pero, ojo, que si entran en la pelea, lo habitual que la caguen en algún momento y son muchas las veces en las que necesitan ser salvadas tras cometer errores en el combate. Porque, claro, todos sabemos que la mujeres no están hechas para la violencia física.

WonderWoman
Wonder Woman rescatada por los machos

Otro clásico, el que más gracia me hace. La secuencia la conoces, porque la has visto mil veces: hombre malo ataca a mujer indefensa. Mujer indefensa consigue coger un arma y apuntar hacia él. Mujer indefensa tiembla y balbucea mientras apunta temblorosa al hombre malo. El hombre malo (y desarmado), solo con el increíble poder de su masculinidad, es capaz de desarmar a la mujer, quien ha perdido totalmente el control de la situación.

Un ejemplo más: «Payback», minuto 48. Mel Gibson se acaba de ir dejando a la chica sola, momento que ha aprovechado el hombre malo para atacar. En un momento de la pelea, ella consigue coger un bate e intenta darle no una ni dos, sino TRES veces. Y las tres falla. Por supuesto.

Y así podríamos seguir horas y horas. Incluso hay películas con una mujer fuerte y guerrera, como Leia en Star Wars o Trinity en Matrix, cuyo valor en algunos casos y protagonismo en otros se va diluyendo a medida que avanza la acción. En la Guerra de las Galaxias IV «Una Nueva Esperanza», casi al final, cuando Obi Wan lucha con Darth Vader llegan Leia, Hans y Luke. Por algún motivo, Leia ha dejado de ser autosuficiente, es la única que no va armada, y solo grita, agitando mucho las manitas.

Aún más, en un género de cine tan poco realista como es este, con su explosiones imposibles y protagonistas casi inmortales, parece que lo inverosímil son los personajes femeninos, valientes y poderosos. Recientemente, tras el estreno de «Mad Max: Furia en la Carretera», donde Charlize Theron interpreta a una heroína llamada Imperator Furiosa, hay quien ha pedido el boicot a la película con argumentos como este:

«El feminismo se ha infiltrado en Hollywood, arruinando todas las películas de acción potencialmente buenas con personajes femeninos forzados y tramas románticas sin sentido. Han tenido el valor de marginar al protagonista de una franquicia de cine titulada ‘Mad jodido Max’ y reemplazarle por un personaje femenino imposible con el objetivo de complacer a las feministas.»

En el cine nos enseñan que la agresividad y la fuerza son cosas de hombres y nosotras no debemos (ni sabemos) usarlas, que lo físico es patrimonio del sexo «fuerte». Y, posiblemente, esto contribuye a reforzar entre las mujeres la indefensión aprendida.

The Game: El Arte Venusiano y demás deshumanizaciones

 

The Game Método Portada Neil
Portada de la
edición española

The Game (El Método en castellano) es un libro escrito por el periodista Neil Strauss, también conocido como Style. Dónde narra cómo comenzó a hacer un reportaje para la revista Rolling Stones acerca de la/s comunidad/es de seducción. Neil pasa por todas las etapas necesarias para convertirse en un AVEN (Artista Venusiano) que van desde cambiar de imagen, cambiar de nombre, forma de vestir, actuar y demás. Todo por conseguir llevarse a una mujer a la cama.

El problema del autor es el mismo que el de todos los que se dejan embaucar por este «Código DaVinci» de la psicología y el conductismo. Cuando éste libro cayó en mis manos no me encontraba en mi momento más álgido de autoestima. Es posible que ésta sea la clave de su éxito.

Nuestro grupo de amigos nunca había destacado por su capacidad para atraer chicas. Por eso cuando uno del grupo incorporó «el libro» a la «estrategia» vino como caído del cielo. No sólo eso, sino que vino con una especial recomendación, ya que contaba la leyenda que «Fulano», que no se había comido un colín en su vida, había conseguido el «éxito» con una gran cantidad de mujeres.

Empezamos a ingerir toda esta clase de libros: «El Método» de Style, «El Secreto» de Mystery, «Sex Code» de Mario Luna, etc. Todo para ver como nuestro grupo se iba transformando cada vez más en más en un aburrido entorno donde sólo se hablaba de lo que hacer y cómo hacerlo. Se hablaba de ligar, de acostarse con chicas y de las mejores frases para conseguirlo. Nos intercambiabamos frases de ligoteo como los mecánicos se intercambian tornillos de cabeza plana. El ligar (con mayor o menos éxito) se había convertido en algo programado, aburrido y sin lugar a la equivocación. Éste proceso deshumanizaba a las chicas a las que entrábamos y a nosotros mismos. Nuestra propia personalidad se había visto mermada para dar paso a una infinidad de conceptos: set, apertura, identificador de valor, etc.

Íbamos de tipos duros como si estuviéramos en una peli.

No lo pude soportar. Decidí abandonar todas las «estrategias». Salir a hablar con la gente ya no era divertido, puesto que inconscientemente debías responder de una manera determinada.

– ¿¡Pero también podías no hacerlo, no!?

Cómo si una peli de Al Pacino o de Clint Eastwood se tratara, nuestra falta de autoestima había hecho de adoptáramos nuestro personaje y lo interiorizáramos. Estábamos perdidos.

Lo que yo vi como un problema no tardó en hacerse patente en el resto del grupo. Estas técnicas no sólo devaluaban a las chicas, sino que nos frustraban. Irónicamente nos frustraban igual que al autor de ‘El Método’, ya que a la hora de la verdad la calidad de las relaciones que conseguíamos eran pobres. Pobres y vacías como nuestras técnicas. Puesto que lo en realidad buscábamos no era un polvo de una noche para contarlo con los amigotes.

Lo que buscábamos era algo más. Y eso no te lo pueden contar en un libro.

Escena del capítulo «Love Letters» de «Steven Universe». Creado por Rebecca Sugar.

 

Cada cierto tiempo vuelve a aparecer un libro de estos y me gusta echar una ojeada para ver si cambian algo. Pero lo más aprovechable de estos libros lo puedes encontrar en cualquier libro de «Cómo mejorar tus relaciones personales».

La friendzone (Pagafantas, Borja Cobeaga, 2009; Mi historia entre tus dedos, Sergio Dalma, 2004)

Hay una palabra en inglés que (creo que) no tiene equivalente en castellano: es el entitlement. Se traduciría algo así como «derechos adquiridos», es decir, aquellos que no vienen fundamentados por ninguna declaración, pero se sobreentienden. El derecho natural, en fin. Eso que las personas damos por hecho por haber nacido, como, por ejemplo, el derecho a la vida.Me da mucha pena que no exista tal palabra en castellano, porque no puedo traducir una cita maravillosa de Mindy Kaling:

Mindy dice, en resumidas cuentas, que si la vida no le ha otorgado el papel de segundona servil que le correspondía por ser mujer no blanca, ha sido porque fue criada con esa autoridad, esa confianza en sí mismos y en lo que la vida les debe, que tienen los hombres blancos, altos y rubios.

Esta frase creo que define muy bien muchos de los problemas a los que se enfrentan las mujeres cada día. El acoso callejero, el derecho que el varón considera que tiene a que las mujeres con las que se cruza le hagan caso, le escuchen, se sientan influidas por su opinión. La nula preocupación por lo que llevan puesto. La seguridad de que no serán atacados aunque vayan de viaje solos con sus hijos o aunque tengan problemas con su pareja. La garantía de que los cuidados se reparten de tal forma que interfieren lo menos posible con sus rutinas, o de que una relación sexual tiene como objetivo satisfacerles. La tranquilidad de que nadie cuestiona su autoridad cuando la ejercen en el trabajo o en la esfera pública. Esa necesidad de sentirse incluidos también cuando se habla de feminismo, «¿por qué no humanismo o igualitarismo?«, no sea que, por una vez, sean ellos quienes se sientan personas de segunda, quienes se sientan un poquito menos importantes. En definitiva, de todo lo que hemos comentado desde primeros de año hacia acá que hace que las mujeres seamos normalmente el objeto y no el sujeto de cualquier acción. Y esa frase creo que habla muy claramente de un problema que sí nos devuelve al amor (el que se supone que es nuestro tema central), y es el de la famosa friendzone.

Se dice que «zorra» es el castigo a una mujer por tener sexo y «calientapollas» es el castigo por no tenerlo. Son dos apelativos terribles y vergonzosos que dicen más de quien juzga que de la mujer juzgada, a mi entender. Pero hay otro que parece denigrante para el hombre, y, sin embargo, sigue siendo peligroso para la mujer: el de «pagafantas«.

Pagafantas, de Borja Cobeaga

Es decir: que existe un «precio» a partir del cual el sexo se considera comprado, y la mujer que no cumple el contrato es una estafadora. Es decir, un derecho adquirido. Es el «la maté porque era mía». Es el «la violé porque iba provocando». Son las violaciones como muestra de poder tras una guerra. Pero en plan risas y bromas y «pobre hombre». Ajá. Diréis que estoy exagerando, sí, pero este meme existe. ¿Cultura de la violación? ¿Por qué lo dices?El eslógan de la película es «no se puede caer más bajo», nada menos. Porque parece que un pagafantas es aquel que se deja manipular por una malvada mujer-súcubo, que, consciente de que el único capital al que tienen más acceso las mujeres que los hombres, el erótico, usa sus armas de mujer para aprovecharse de un ingenuo y bienintencionado varón, que, creyendo que sus esfuerzos tendrán recompensa, se desvive por ella en pos de una relación sexual insinuada, pero inalcanzable.

She put you in the friendzone put her in the rape zone

La víctima de la friendzone, claro, es siempre un hombre, un pagafantas masculino. En ningún momento se plantea qué cara se le queda a esa mujer que supuestamente ha realizado activamente una injusticia con respecto a su pobre, servil e inocente pagafantas cuando descubre que el que era su mejor amigo durante los cinco años anteriores estaba en realidad echando monedas en la hucha a la espera de que ella terminara su relación y le proporcionara el justo sexo en pago por sus servicios. Por las buenas, como debe ser, o por las malas, con suficiente alcohol en sangre.

Mario-Friend-zone-FIXED-with-alcohol
Esto PASA. Hay quien se considera con suficiente legitimidad como para hablar de «sucesores naturales» a los novios de sus amigas; hay quien se considera con suficiente legitimidad como para echar en cara a esa mujer que le ha estado utilizando. OJO: ella a él. No él a ella, haciéndole creer que eran amigos cuando lo que quería era sexo, no; ELLA A ÉL. Porque las mujeres, ya se sabe, somos brujas manipuladoras desde tiempos bíblicos. Va en nuestra naturaleza. Hay hasta un hit italiano, traído al mercado hispanohablante por ese galán romántico que es Sergio Dalma, que narra con todo cuidado esa crueldad de la mujer que no quiere más que amistad.

Yo pienso que
no son tan inútiles las noches que te di.
(que me debes algo, en fin. Que me lo des. ¿no?)
Te marchas, ¿y qué?
Yo no intento discutírtelo,
lo sabes y lo sé.
(Yo no te fuerzo, no, yo te respeto. Pero…)
Al menos quédate solo esta noche.
Prometo no tocarte, está segura.
(Me tranquiliza mucho que tengas que prometérmelo, sí)
Hay veces que me voy sintiendo solo
porque conozco esa sonrisa
tan definitiva,
tu sonrisa, que a mí mismo
me abrió tu paraíso.
Se dice que
con cada hombre hay una como tú
pero mi sitio
luego ocuparás por alguno
igual que yo; mejor, lo dudo.
Porque esta vez agachas la mirada,
me pides que sigamos siendo amigos,
amigos, para qué, maldita sea.
(Porque como todo el mundo sabe, una amistad es una cosa completamente inútil, infructuosa, insatisfactoria; algo que sólo se puede tener con otros machos)
A un amigo lo perdono pero a ti te amo.
(La conclusión lógica, entonces, ¿es que quien te ama no te perdona?)
Pueden parecer banales mis instintos naturales
(Y aquí llega, claro, el instinto, ese que todo lo perdona, que todo lo justifica, «es que biológicamente, los hombres necesitamos…»).
Hay una cosa que yo no te he dicho aún:
que mis problemas sabes que se llaman tú.
(Ahora no vengas con que te sorprende, con que no lo sabías: ahora dame lo que es mío)
Solo por eso tú me ves hacerme el duro,
para sentirme un poquito más seguro.
Y si no quieres ni decir en qué he fallado
recuerda que también a ti te he perdonado
y en cambio tú dices «lo siento, no te quiero»
y te me vas con esta historia entre tus dedos.
(¿Cómo te atreves, cómo, a no quererme? Todo el mundo sabe que el papel de una mujer es esperar, tranquila, a ser elegida, a ser objeto: te elegí, así que fin de la discusión)
¿Qué vas a hacer?
Busca una excusa y luego márchate,
(No quiero nada contigo y me voy no es un argumento válido, claro)
porque de mí
no debes preocuparte.
No debes provocarme,
(no sea que al final te termine violando o pegando y encima digan que soy un pervertido o un maltratador)
que yo te escribiré un par de canciones
tratando de ocultar mis emociones,
(o, peor aún, que me digan maricón, ¡imagina!)
pensando, pero poco, en las palabras.
Te hablaré de la sonrisa
tan definitiva,
tu sonrisa, que a mí mismo
me abrió tu paraíso.

No se lo van a creer, pero incluso los bisexuales tienen amigos: amigos de verdad, no futuras parejas sexuales en lista de espera. Los amigos, de hecho, son algo mucho más importante, rico, variado, libremente negociado que la pareja. En serio, herederos naturales, prueben a tener amigas de verdad. Igual hasta les compensa.

Joseph Gordon-Levitt y el hombre nuevo

La primera imagen que recuerdo de Joseph Gordon-Levitt es la de su personaje en 10 razones para odiarte (Gill Junger, 1999), una adaptación libre de La fierecilla domada (William Shakespeare, 1594) en la que interpretaba a un adolescente que se enamoraba por primera vez. Su personaje representaba el clásico viaje de iniciación juvenil en el mundo de las relaciones de pareja, cumpliendo con todos los cánones de la comedia romántica, aunque con algunos detalles que convirtieron a la cinta en un pequeño fenómeno dentro del género. Luego vinieron más películas, con papeles de todo tipo, hasta la icónica 500 días juntos (Marc Webb, 2009). En ella compartía protagonismo con Zooey Deschanel, una de las actuales musas indies que ejercía el rol de manic pixie dream girl en nivel extremo. Como el crítico Nathan Rabin describió en su definición de este tipo de personajes, se trata de «esa criatura cinematográfica burbujeante y superficial que sólo existe en la febril imaginación de escritores-directores sensibles para enseñar a los jóvenes graves y pensativos a abrazar la vida y sus infinitos misterios y aventuras». Y en cierta forma, todos hemos sido Joseph Gordon-Levitt en su relación con Summer (Zooey Deschanel) alguna vez. Todos nos hemos encontrado con alguien que hace tambalear nuestros esquemas y nos hace soñar con una vida  de cuento de hadas en absoluta conexión con un igual.

La obra de Webb se alimentaba de la mitología posmoderna del amor. Vivimos en la primera era en la que varias generaciones experimentan un acceso más generalizado a la cultura, por lo que los criterios para elegir compañero vital se amplían. La prioridad general ya no es exclusivamente encontrar a alguien con quien crear una familia o reforzar nuestra inclusión en una sociedad concreta. Buscamos perfiles ideales en nuestro mundo hiperconectado, cuantos más checks a nuestra lista de necesidades contenga el individuo en cuestión, mejor. Y lo tremendo es que hay herramientas para hacerlo, para agruparnos en tendencias, categorías, prototipos, clases, como un enorme catálogo a veces sutil y otras vergonzosamente evidente. Si además el lote incluye una apariencia que nos atraiga, ya no cabe duda de que el relato del amor romántico y perfecto se ha hecho realidad.  ¿Pero hasta qué punto es real esto?¿Cómo esperar respuestas que atiendan a la complejidad humana en un entorno social estructurado como un mercado de valores económicos? ¿Qué ocurre cuando las inversiones, beneficios y pérdidas de nuestras estrategias amorosas afectan a una parte importante de nosotros mismos y no a recursos materiales? 
Expectativas 500 dias
Fotogramas de 500 días juntos vía http://catmaster10000.tumblr.com/

Pues lo habitual es el desconcierto y la decepción. Probablemente acabemos como el personaje de Joseph Gordon-Levitt en 500 días juntos, arrastrados por la culpabilización del otro y/o de nosotros, refugiados en los patrones del género; ‘los hombres son así’, ‘las mujeres son así’,’para que las relaciones tengan el final el feliz de película las cosas deben ser así’. Y llega un punto en el que no sabemos lo que queremos, sólo lo que queremos querer, lo que nos han dicho que es querer. Es curioso cómo la trayectoria artística de un actor lo ha colocado tras dos personajes que representan dos etapas claves en el crecimiento personal de cualquiera; el primer enamoramiento, vinculado a nuestra idea preconcebida del amor, y la primera gran ruptura, que supone nuestra toma de conciencia de que esa idea era más una construcción imbuida que un conocimiento real.

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Pero el arco de transformación no acaba aquí. Sin necesidad de esperar una década de nuevo, el actor estadounidense encarnó a otro personaje que se adentraba en la raíz de parte de los problemas de la pareja media; el sexismo como condicionante de nuestras relaciones. En esta ocasión dirigió su propio guión para contar la historia de Jon Martello, una especie de  Don Juan moderno que a pesar de todas sus conquistas sólo alcanza cierto éxtasis viendo pornografía en su ordenador. Don Jon (Josep Gordon-Levitt, 2013) es una declaración de intenciones desde sus títulos de inicio. Jon  trata a las mujeres como objetos y simplifica su ideología en una premisa: «Hay pocas cosas en la vida que realmente me importan: mi cuerpo, mi apartamento, mi coche, mi familia, mi iglesia, mis amigos, mis chicas, y mi porno». Toda su vida responde a unas expectativas calibradas milimétricamente por lo que se espera de él como hombre en la cultura del patriarcado más sexista. Trabaja, cuida su imagen según el patrón en el que cree que encaja, cuida sus cosas, donde incluye a las mujeres, como cree que debe hacerse para tener éxito en ese patrón, mantiene una imagen de cara a su familia y sus amigos y utiliza el porno como vía de escape para una insatisfacción que no es capaz de ver porque él hace las cosas como la sociedad le ha enseñado y por tanto eso conlleva la consecución de la felicidad. Su vida es una rutina cómoda y segura hasta que en su camino se cruzan dos mujeres, Barbara (Scarlett Johansson) y Esther (Julianne Moore).

La primera parece ser la horma de su zapato en cuanto a clichés de género, mostrando algunas de las actitudes más negativas de los mismos como sus tácticas para transformar al chico que le interesa en el chico que le gustaría que fuera. Y la segunda incita a Jon a reflexionar sobre su obsesión por el porno como baremo para plantearse sus relaciones. Jon empieza a descubrir que el sexo y la vida en pareja no pueden ser ejercicios unilaterales conjuntados con el otro en los que cada uno ejecuta un inexorable rol predeterminado como si fuéramos actores de una peli (porno o romántica dependiendo de si somos hombres o mujeres). Y ya no se trata sólo de algo que afecte a nuestra vida amorosa, el sexismo limita nuestro desarrollo personal  y nos convierte en intérpretes de nuestra propia vida en vez de en propulsores de la misma.

Maybe its time
Fotograma de Don Jon via http://biofikill.com/
La modernidad líquida -como categoría sociológica- es una figura del cambio y de la transitoriedad, de la desregulación y liberalización de los mercados. La metáfora de la liquidez -propuesta por Bauman- intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro, se reduce al vínculo sin rostro que ofrece la Web.
Adolfo Vásquez Rocca, Zygmunt Bauman: Modernidad líquida y fragilidad humana

El periplo de Jon Martell, un ejemplo de persona totalmente alienada por la cultura de la imagen y el sexo, es la forma en la que Joseph Gordon-Levitt muestra su ética sobre cómo debería ser la sociedad o al menos cómo no debería ser. Y lo hace sin tapujos, sin tibieza. Utiliza su repercusión mediática como estrella de Hollywood para hablar sobre los efectos de esa normalización aberrante de los condicionantes de género y lo hace porque cree que la discusión abierta es necesaria para eliminarlos. Podría decirse que es un de esos nuevos hombres que también se han cansado del machismo y quieren más libertad para sí mismos porque han entendido que la lucha es común. Al igual que las mujeres, quieren decidir sobre sus vidas y no interpretar un rol. Quieren que ser hombre no les defina como las mujeres quieren que ser mujeres no las defina. No estamos hablando de afirmar la igualdad per se dentro de esta sociedad. Hay diferencias biológicas que influyen en nuestra manera de ver el mundo y eso nos distingue, pero también hay elementos sociales que influyen en nuestra visión del mismo que escapan de todo determinismo biológico y que pueden exponernos al conflicto interno y a la exclusión social. Y cuando nos convertimos en nuestro propio enemigo o en el del otro género por ser como somos, la sociedad como mecanismo de supervivencia y desarrollo humano no tiene sentido. No es posible plantearse la igualdad en una sociedad así, no es posible para muchos hombres y mujeres ser feliz en una sociedad así. Es preciso desarrollar una sociedad nueva, con nuevos hombres y nuevas mujeres.

Odio darme cuenta

Los hombres aprendemos a ser hombres. No nacemos machistas, aprendernos a reproducir patriarcado a través del sexismo, la homofobia, el falocentrismo, la heteronormatividad. Lo importante es que esos aprendizajes se pueden desaprender, lo que implica necesariamente una lucha política.

Claudio Duarte (Sociólogo, académico e investigador de la Universidad de Chile)
A través de su propia productora, Hit Records, Joseph Gordon-Levitt intenta promover el feminismo difundiendo creaciones artísticas que se sustenten en el debate colectivo sobre el género. Como actor entiende la importancia del compromiso de los mensajes culturales con la reeducación, que no adoctrinamiento, de la sociedad. Sólo implicando al mayor número de personas posible, exponiendo ideas, analizando situaciones y fomentando el diálogo, se podrá avanzar hacia esa nueva sociedad más sana para todos. Su ejemplo puede verse como un símbolo de la generación de los 80 y su experiencia con las relaciones de pareja. Crecimos creyendo en el amor romántico con final feliz como en 10 razones para odiarte. Asumimos la transición a la madurez empujados por el fracaso de ese ideal como en 500 días juntos. Y tenemos la posibilidad de reflexionar sobre el papel del sexismo en nuestra insatisfacción vital y cómo podemos cambiarlo como en Don Jon. Cualquiera de nosotros puede y debe plantearse quién es y cómo experimenta el amor. Y si la respuesta no es la que se esperaba de cada uno, no hay que inquietarse, igual es que eres un hombre nuevo o una mujer nueva. Como decía el personaje de Heath Ledger en 10 razones para odiarte: «No hace falta ser siempre quien quieren que seas»

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