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En qué se parecen Ryan Gosling y Álvaro Reyes

Hace unas semanas el «maestro de la seducción» Álvaro Reyes salta otra vez a la palestra; en este caso por el escrache feminista que se ha encontrado en su última llegada a Barcelona; una acción de autodefensa, teniendo en cuenta que estaba en un lugar público rodeado de una serie de discípulos a los que enseña a acosar a mujeres. Lo sorprendente no es este episodio; lo sorprendente es que este tipo y sus congéneres puedan seguir haciendo de eso que llaman «la seducción científica» y que no es más que el acoso sexual sistematizado reconvertido en un programa de coaching su modo de vida. Digo «sorprendente», pero es falso: no me sorprende para nada si consideramos el imaginario al que estos hombres están sometidos.

Y es que no hay ninguna diferencia entre «alvarodaygame» y todos los personajes de Ryan Gosling, salvo, quizás, que la mayoría de la gente encuentra a Gosling atractivo (diferencia, por otra parte, muy relevante, en tanto que hablamos precisamente de un hombre que enseña a «saltarse» las reticencias de las mujeres que no quieren tener sexo con él. Es muy posible que el hecho de que a mí me dé un poco de repelús a nivel físico sea lo único que hace que a mis ojos películas como El diario de Noa, Blue Valentine o Crazy, Stupid, Love no sean más que un alegato romántico a favor del acoso sexual.

Todas ellas se desarrollan bajo el mismo esquema: Gosling aparece, ve a la chica, decide que va a acostarse/casarse /tener hijos con ella, y a partir de ahí durante todo el primer acto se dedica a enfrentarse a sus múltiples negativas de forma más o menos espectacular o más o menos grimosa: desde el «romántico» salto a la noria de El diario de Noa al repugnante movimiento a lo American Psycho de Crazy, Stupid, Love. El problema de El diario de Noa no es la idea del alma gemela o el discurso-sueño americano de que el amor no entiende de clases (en el que mejor que no entre); igual que en Blue Valentine, el problema no es si la vida sexoafectiva de los protagonistas es más o menos satisfactoria. El problema es que en todas estas películas se muestra exactamente el mismo mensaje que en todos estos negocios de acoso al por mayor, es decir: el que la sigue la consigue y si no es así es porque ella es una estrecha.

En Crazy, Stupid, Love es en la que más claramente podemos ver el paralelismo entre Gosling y Álvaro Reyes o cualquiera de estos autoproclamados gurús (estrictamente hablando, acosadores). Pero no existen diferencias más que de estilo en el patrón que todos ellos siguen para acercarse a las mujeres. Aparentemente las negativas de ellas no importan, nunca importan. Aparentemente, Gosling tiene perfecta legitimidad para empezar a seguirla: en sus trabajos, a sus casas, por su pueblo. Y, por supuesto, junto a la protagonista siempre hay un personaje que le recomienda «no ser tan estirada». Chicas del mundo, ¿cuántas veces habéis escuchado que sois unas estiradas/frígidas/bordes simplemente por no ceder ante los requerimientos de un tipo que no os atraía y punto?

Si no es complicado con es el amor de tu vida

Las feministas repetimos continuamente que «ni las mujeres ni los territorios son espacios de conquista», pero exactamente igual que la historia nos demuestra que somos incapaces de aprenderlo en el caso de las fronteras, hay todo un aparato que justifica que también las mujeres deben ser colonizadas. Empezando por el discurso científico de la reproducción en el que los valientes espermatozoides se adentran a través del sinuoso, laberíntico y hostil paso de la vagina para alcanzar al expectante óvulo que aparentemente no tiene nada mejor que hacer que esperar pasivamente a ser fecundado (una descripción bastante sesgada de un proceso que requiere la colaboración de todo el aparato femenino para culminar). Esperar, como dice Pamela Palenciano, es el eterno rol de lo femenino. En este caso tenemos la promesa de una fantástica historia de amor. ¿Qué pasa, que el chico no te atrae? No te preocupes y espera, ¡es cuestión de tiempo! Acostúmbrate.

En psicología social se llama «efecto de mera exposición» a este por el cual los estímulos se nos hacen cada vez más agradables simplemente por el hecho de ser conocidos. Es ese fenómeno por el que preferimos los números que nos recuerdan a nuestra fecha de nacimiento o a la casa que vivíamos de pequeños. Al nivel de la atracción interpersonal, hay experimentos que demuestran que los mismos usuarios encuentran a la misma chica mucho más atractiva después de que esta le siga (que aparezca en sus clases, se deje ver en sus espacios de ocio, etcétera), incluso aunque nunca hayan interactuado. Es decir: lo grave es que, efectivamente, a nivel cognitivo la cosa funciona. Cuando hemos visto numerosas veces el mismo estímulo empieza a parecernos familiar y deja de parecernos amenazante. Por eso los personajes de Ryan Gosling son peligrosos: porque nos están indicando que el acosador al final no es tan malo, que es una cuestión de paciencia, que hay un buen tío detrás de la insistencia, que nadie nos querrá tanto como ellos; en definitiva, que tenemos el imperativo social de decir que sí, de dejar de ser desgraciadas, de dejarnos seducir por estos «científicos» que, amparados en preocupantes deformaciones de todas las teorías biológicas, psicológicas y sociológicas para que legitimen un comportamiento repugnante se empeñan en convertir el consentimiento en el resultado final de una ecuación, en vez de en un acto de voluntad; como si cualquier cosa que obligase a una persona a realizar algo anulando su voluntad previa no fuese, por su propia naturaleza, un acto inmoral.

Parece una app feminista para ligar, pero no lo es

Trabajo en una revista de moda y mi bandeja de entrada es un museo de los horrores de todos los clichés dañinos para las mujeres. Solo muy de vez en cuando aparece algo esperanzador sobre un tema que no tiene nada que ver con el índice de masa corporal, la depilación, San Valentín o que la conciliación solo concierne a la parte de la humanidad que tiene vagina. Hace unas semanas me llegó una nota de prensa sobre Muapp, una aplicación para ligar en la que, supuestamente, se priorizan los intereses de las mujeres. “Bravo, albricias, por fin”, pensé, inocente de mí, antes de leer la nota de prensa.

Muapp, "ladies first"

Muapp, Ladies first

Y es que las aplicaciones para ligar son un entorno bastante hostil (otro) para las mujeres. Si tenéis dudas acerca de este punto os invito a echarle un vistazo a @Byefelipe, una cuenta de Instagram en la que se recopilan las burradas que las usuarias de Tinder y otras apps para ligar reciben por rechazar o ignorar a los hombres por chat. Cuando la descubrí,  los tres o cuatro primeros posts me hicieron gracia. Ver a esos individuos con esas fotos de perfil sonrojantes, con esas gafas de sol, con esos fondos, con esas pintas, cabrearse como niños y decirle a una desconocida que se está perdiendo el polvo del año o una “monstruosa polla que le cambiará la vida” me despertó hasta ternura. Pero a medida que iba bajando el timeline se me iban revolviendo las tripas.

Las apps para ligar son un entorno hostil para las mujeres. Clic para tuitear

Resulta que en las apps para ligar, igual que en el mundo real, hay mucho gatillo fácil. Basta que no reciban respuesta en un tiempo que consideren aceptable para que desaten una agresividad descontrolada. “Estás demasiado gorda para tener tanta seguridad en ti misma”, “No te me puedes permitir”, “No eres lo suficientemente guapa para ignorarme». Y otras cositas más barrocas y alarmantes del tipo “vas a morir sola” o “espero que todos tus hijos nazcan muertos”.

Byefelipe es una prueba (otra) de que existe una estructura que educa a los hombres en el convencimiento de que si no obtienen lo que quieren de las mujeres tienen todo el derecho a decirles que ojalá acaben descuartizadas en el fondo del camión de la basura.

Sospechaba yo que si  Muapp se vendía como una aplicación confortable para las mujeres era porque ofrecía herramientas para evitarles toda esta mierda. Bueno, pues no. Muapp se vende como una aplicación feminista por las siguientes razones: los hombres solo pueden entrar por invitación anónima y las usuarias saben si un hombre está hablando con más de una mujer a la vez. Las dos fundadoras definen la historia de la siguiente manera: “Los hombres y las mujeres son diferentes y, por lo tanto, buscan soluciones diferentes. En las aplicaciones actuales las mujeres parecen no estar satisfechas ya que suponen solamente el 35% del total de los usuarios. Se pierde mucho tiempo pasando perfiles que provocan rechazo o hablando con personas que no buscan lo mismo. Por eso, decidimos desarrollar Muapp, el ‘Tinder’ que a nosotras nos hubiese gustado tener”. No llegan a decir que su app es feminista, solo que se basa en “el concepto del ladies first”. Los medios que se refieren a ella sí lo hacen.

Las jóvenes emprendedoras y las webs que hablan sobre el tema, o bien tienen una confusión monumental sobre el concepto de “feminismo”, o bien piensan que la tenemos todos los demás. Este reclamito casposo del ladies first no tiene nada que ver con el feminismo, pero el feminismo vende camisetas así que coloquémoslo aquí, que igual también sirve para vender aplicaciones de móvil. Sobre este abaratamiento e instrumentalización del término como algo cuqui y de moda se despacha estupendamente Diana Aller aquí.  

Muapp no solo no es feminista sino que se basa en prejuicios dañinos para las mujeres. Asume como una realidad el estereotipo de que las mujeres vivimos nuestra sexualidad con cierta ansiedad y desagrado, con cierta sensación de obligación. La utilizamos como moneda de cambio porque después de todo, no es más que un engorroso peaje que pagar para conseguir el amor.  El amor exclusivo. El mensaje es que nosotras somos diferentes. Todas una caricatura de la novia del pueblo, celosas y posesivas, nos molesta la mera interacción entre nuestro pretendiente y el resto de las mujeres. Si caemos en la imperdonable ordinariez de bajarnos el Tinder en el móvil no es para pillar sin ton ni son, aquí hemos venido a  enamorarnos. Ellos son diferentes. Cosas de la biología.

Muapp no solo no es feminista sino que se basa en prejuicios dañinos para las mujeres. Clic para tuitear

“El Tinder que a nosotras nos hubiera gustado tener”; a algunas, quizá, otras prefieren usar esta clase de aplicaciones a modo de red de arrastre para follar como simias. Sorpresa. Exactamente igual que les sucede a los hombres.
Puede que la causa de que las mujeres solo supongamos un 35% de los usuarios de aplicaciones para ligar tenga más que ver con que queremos evitar todo lo recogido en @Byefelipe que con que busquemos todo lo que ofrece Muapp.

Mala Hembra: visibilizando nuestro miedo

Mala Hembra es un maravilloso proyecto, una tienda online, creado por dos jóvenes feministas con espíritu guerrero y emprendedor. Os dejo aquí información sobre Mala Hembra. Entre su variedad de productos de cariz feminista (camisetas, bolsas, chapas…) está su joya de la corona: el llavero gato. Este llavero de autodefensa con forma de gato está diseñado por ellas mismas y elaborado gracias a la impresión 3D. La idea la cogieron de productos similares comercializados en Estados Unidos, pero como no podían importarlo por considerarse arma, se las han ingeniado para producirlos aquí, con su propio diseño, haciendo un Verkami para conseguir financiación para la impresora 3D. En esta entrevista explican todo acerca del llavero y cómo nació la idea. Como bien dicen, además de ser verdaderamente útil, el llavero visibiliza una realidad. La realidad que vivimos la inmensa mayoría de las mujeres que, por desgracia, somos potenciales víctimas de agresores que ven en una mujer sola la presa perfecta.

Llaveros Mala Hembra Verkami

Llavero de Mala Hembra

Mala Hembra Gatas

Llavero de Mala Hembra

En la entrevista, me llama la atención que hablan sobre imágenes de mujeres con las llaves entre los dedos y cómo la mayoría de los hombres no es capaz de identificar el significado. Todas hemos hecho algo para sentirnos un poco más protegidas a la hora de volver solas a casa de noche después de, por ejemplo, una fiesta. Yo no era muy de llaves, siempre he sido más de cigarro encendido (¡mal vicio confesado!). Siempre que volvía a casa sola después de una noche de juerga, de una tarde o noche de trabajo, de entrenar, de clase… lo que fuera, pero de noche y sola, llevaba un cigarro encendido en la mano. En caso de que se consumiera antes de llegar a casa, rápidamente encendía otro. Pensaba que si un hombre me atacaba, le quemaría un ojo (o lo que pudiese) con el cigarrillo y aprovecharía para escapar. Pero también es una buena opción llevar las llaves en la mano, cualquier objeto punzante, un spray… lo que pueda ayudarte.

Otra técnica habitual es ir haciendo como que hablas por el móvil. Chicas, confesad, ¿quién no lo ha hecho? Las veces en que volvía a casa en taxi, durante el trayecto “hablaba” con mi padre (ya fallecido, pero me parecía que imponía más “resucitar” a mi padre que hablar con mi madre, claro) contándole dónde estaba y que iba de camino, en taxi. Por si el taxista tenía la tentación de llevarme a otro lugar y hacerme daño, que se lo pensara dos veces. Durante mis años de juventud en los que salía de fiesta todos (o casi) los fines de semana, si volvía sola a casa (muchas veces me acompañaban amigos, el noviete que tuviese en ese momento o algunas amigas), la única situación en la que no estaba tensa desde que perdía a mis amigos de vista hasta que llegaba a casa, era si cogía un taxi y la conductora era una mujer. Era como que te tocase el premio en un sorteo, ¡un broche final estupendo para una buena noche de juerga! Pero, como todo premio, no era muy frecuente.

¿Os habéis fijado en que es rarísimo encontrarte a una mujer de madrugada borrachísima (o similar) tirada en cualquier sitio (durmiendo, por ejemplo)? Pues eso refleja bien que, por mucho que perdamos hasta la consciencia, rara vez bajamos la guardia…

Imagen de la película El Callejón

Imagen de la película El Callejón

Puede que alguien, leyendo esto, piense que soy una paranoica, histérica o exagerada. Seguramente, si eres mujer me entiendes perfectamente. Lo cierto es que no me considero especialmente cobarde. No chillo con un simple susto, me encantan las pelis de terror y disfruto mucho de atracciones y espectáculos de miedo. No voy por la calle pensando que todos los hombres son peligros potenciales para mí, pero lo cierto es que la realidad hace que las mujeres tengamos que tomar muchas precauciones. Hablando con mi novio sobre esto, me decía que él no recordaba haber sentido miedo volviendo a casa solo. Quizá alguna vez puntual, en una zona muy oscura con “mal ambiente”. Si preguntas a cualquier mujer de tu entorno, seguro que no recuerda cuántas veces ha sentido miedo regresando sola a casa, de tantas que han sido. La mayoría de las mujeres con mucha razón, pues a casi todas nos ha pasado algo, algún susto o algo peor, a lo largo de nuestra vida, probablemente más de una vez.

Seguro que muchas mujeres no recuerdan cuántas veces han sentido miedo volviendo solas a casa. Clic para tuitear

Hace poco discutía lo injusto que me parece que nosotras tengamos que “tener cuidado” y tomar ciertas precauciones que los hombres no. La persona con la que lo debatía me respondió Bueno, es que tampoco dejarías que tus hijos fueran solos de noche por la calle, por ejemplo. Sentí un mazazo tremendo. Claro que no, pero es que ellos ¡son niños!: vulnerables, inocentes y debemos protegerles. Pero yo soy adulta, creo que la diferencia es obvia. Compararme con un igual sería hacerlo con un hombre adulto, no con un niño. ¿Estamos las mujeres adultas en el escalafón de los niños? Y en ese caso, ¿cómo podré entonces proteger, como madre, a mis hijos, si estoy al mismo nivel que ellos? Llamadme loca por querer ser tratada y vivir como una persona adulta.

Otra respuesta tan habitual como irritante cuando le muestras a un hombre tu indignación por no poder ser e ir libre por la calle -¡sólo por el hecho de ser mujer!- es aquella de Bueno, yo tampoco estoy libre de que me ataquen para robarme, o un psicópata, por ejemplo. Analicemos esto, a ver si razonamos mejor antes de hablar: Puedes ser atacado por otra persona para robarte o por un psicópata, vale. Yo también. Ahí estamos en igualdad. Si me apuras, entre robar a un hombre adulto o a una mujer, si yo fuera atracadora, creo que tendría claro a quién. Por aquello de la –en general- superioridad física. Así que creo realmente más probable que me elijan a mí como víctima. Pero vamos a dejarlo en empate. A parte de una agresión con el fin de hurtar, está la agresión sexual. Y ahí, perdóname, “ganamos” (terrible honor) por goleada. Ningún hombre al que se lo he preguntado (y han sido muchos y de muy diversas edades y tamaños) siente miedo a que le violen. Lo creen muy improbable. Sin embargo, nosotras no corremos la misma suerte. Los números los conocemos de sobra, ¿verdad? No hace falta una comparativa entre mujeres víctimas de agresiones sexuales y hombres. El único caso en el que no hay tanto desequilibrio es en la infancia, que es otro tema, pero igualmente hay un mayor número de casos de abusos a niñas que a niños. Algo en lo que no hay diferencia según la edad de la víctima es el agresor: por mayoría aplastante, es hombre. Un altísimo porcentaje de los agresores sexuales son hombres. “Corregir” y educar a estos hombres y a los niños (hombres del futuro) es responsabilidad de todos y todas y sólo se conseguirá erradicando cada pequeño detalle en el que la mujer se cosifica y sexualiza, pero esto ya daría para un millón de posts sobre el tema, y ahora no toca.

Otro debate que tuve con un hombre hace poco, nos llevó a una clara conclusión: tenemos todos, mayoritariamente, más miedo a los hombres. No a todos, por supuesto, concretemos. Está demostrado que un niño o niña, que en cualquier caso jamás deberían fiarse de ningún desconocido, lo harían antes de una mujer que de un hombre. Instintivamente, les da más confianza una mujer. Las mujeres tenemos más miedo, generalmente, de un hombre. Si pensamos en alguien que pudiera hacernos daño aprovechando que estamos solas, nos viene a la cabeza un hombre. Y un hombre, del mismo modo, ve un mayor peligro en otro hombre que en una mujer. Con esto, y quiero que quede muy claro, no criminalizo a todos los hombres ni pretendo decir que todos los hombres son agresores, desde luego; pero esta explicación (obvia y que, para mí, sobraría) he de darla porque ya me conozco bien las reacciones de hombres indignados con el lema “no todos somos iguales”. Por supuesto que no lo sois, ni siquiera son mayoría. Por eso, os animo a que os rebeléis contra aquellos que manchan vuestro género y combatáis el machismo desde el primero y más pequeño de los detalles. Que no le riáis la gracia al colega que humilla a una chica y la insulta llamándola guarra, zorra, buscona, calienta porque enseña el tanga o lleva una minifalda-cinturón, mientras él mismo o cualquier otro chico alrededor lleva el pantalón por debajo del culo, deleitándonos con todo su hermoso calzoncillo y a él, sin embargo, no se le critica de igual manera. Con cada pequeña lucha feminista (esto es, en favor de la igualdad y no en contra de los hombres, no confundamos) daremos un paso más hacia conseguir que las mujeres ocupemos en el mundo el lugar que nos corresponde, el mismo que nuestros compañeros y en igualdad de derechos y condiciones. Para esto es importante responsabilizar al culpable y nunca a la víctima, porque no es responsable una mujer de no ir sola por la calle, sino culpa de quien la agreda el violar ese derecho, esa libertad de la que nosotras también queremos gozar. Mientras tanto y hasta que esto se consiga, tendremos que seguir protegiéndonos y creando llaveros gato.

Un ejemplo rápido de esa falta de libertad que tenemos es mi propia experiencia, ahora mismo. Hace un mes que me propuse salir a correr (vale, caminar rápido, admito que para correr no estoy) para ponerme un poco en forma, ya que hace años que llevo una vida más sedentaria de lo que me gustaría. El caso es que, por horarios y quehaceres, no consigo tener una hora libre hasta, como pronto, las ocho de la tarde. Ahora, a esa hora ya es de noche. Cerca de mi casa hay una pista campestre ideal, que mucha gente utiliza durante el día y que sería perfecta para mí, pero claro, está apartada y poco iluminada. Como no puedo ir por la mañana, tengo que conformarme con ir por el centro de la ciudad. Aún así, he salido ya unas cuantas veces y según con quién me cruce y por dónde, paso algo de miedo. Tengo que organizar mis rutas en función de lo transitadas que estén las calles, lo bien iluminadas, etcétera. Por sacarle un lado positivo, como intento hacer con todo en la vida, he de admitir que sentir algo de miedo me viene bien para subir el ritmo cuando el cansancio se apodera de mí y voy bajando el paso. Es cruzarme con un hombre que me mira con ojos lascivos y acelerar como si me hubiesen inyectado la sangre de Usain Bolt. ¡Gracias por ayudarme a quemar más calorías! Ahora pongámonos serios, ¿por qué no puedo ir a la pista que está acondicionada para senderismo/running y es perfecta para ello? ¿Por qué, además, he de escoger qué calles y barrios andar? ¿Por qué, encima de todas estas limitaciones, tengo que pasar algo de miedo? Sin mencionar el pasar por delante de una terraza con cuatro amigos tomando algo y tener que oír cómo me quedan las mallas, miraditas, silbidos como si fuese un perro… Y todo, SÓLO porque soy una chica. En serio, es muy injusto, un hombre puede salir a correr cuando y por donde quiera y no creo que se sienta muy acosado por ninguna mujer que se cruce. Yo también quiero salir a hacer deporte tranquila. Sin desear ser invisible.

Por último, me gustaría comentar lo que, a nivel personal, me propongo profundamente hacer para aportar igualdad y tranquilidad a esta injusta realidad en la que las mujeres sufrimos y morimos sólo por serlo. Tengo un hijo y una hija, ambos muy pequeños aún. Tengo claro que los educaré en la igualdad y que a ella tendré que enseñarle a ser precavida y protegerse, pues soy consciente de la realidad en que vivimos y quiero velar por ella y que aprenda a defenderse. Pero si en algo haré aún más hincapié es en educarle a él a respetar a las mujeres como iguales. La clave está en que si ÉL no es una amenaza para ellas, ELLA no tendría nada de qué defenderse. Y ella viviría libre. Algún día, ojalá.

Gracias, Mala Hembra, por visibilizar esta realidad que aunque la mayoría no ignoramos, creo que estamos tan acostumbrados a que “esto es lo normal” que muchas personas piensan que no puede cambiarse y que habremos de resignarnos a ir siempre mirando para atrás, con las llaves entre los dedos y a paso ligero.

Sobre el viejo (no) arte de los piropos

Voy a empezar apelando a la subjetividad presente en todo estudio, investigación o artículo sobre temas sociales o personales, porque quienes los escribimos somos personas inmersas en la sociedad, con nuestras realidades. Por lo tanto, pretender vender una cierta objetividad pura y aséptica me parece directamente una farsa. Este post lo escribo desde mi condición de mujer, joven y crítica, por la cual he sufrido (y supongo que seguiré sufriendo) el acoso callejero en forma de piropos, silbidos y miradas.

A medida que avanzan los tiempos, vamos repensando más y mejor a nivel colectivo todos los espacios colonizados por el patriarcado y el machismo, de manera que nuestras opiniones como personas (mujeres y hombres) respecto a lo que debe ocurrir o lo que es aceptable o no aceptable que pase en esos lugares va variando progresivamente. En este post me voy a centrar solamente en lo que ocurre en la calle, espacio público por excelencia, porque para hablar de todos los espacios en los que las mujeres sufrimos piropos y demás serían necesarios varios posts o directamente una tesis doctoral.

Tal vez sería necesario empezar por el principio y remontarnos a la incipiente adolescencia de cualquier chica, ya que en ese momento se producen multitud de cambios corporales y emocionales: los pechos y las curvas parece que estorban más que de lo que ayudan, la regla incomoda, las cosas afectan más, la autoestima baja, la inseguridad aumenta… En esos momentos, pasar por una calle, un parque, una obra, o cualquier otro espacio público repleto de chicos o hombres puede producir cierta angustia. Recuerdo que yo pasaba pensando «por favor, que no me digan nada». Y como yo, muchas otras. Ese pensamiento te hace buscar estrategias para no llamar la atención y casi sin darte cuenta vistes de otra manera, tu posado en la calle es otro, tu forma de relacionarte es diferente. Al final aparcas las minifaldas, los vestidos vistosos, los escotes y todas aquellas prendas ceñidas que realcen tu figura. Y luego caminas por la calle con cara de mala leche, mirando fijamente al frente, fingiendo que no oyes nada, para aparentar algo así como que eres una tía dura que no puede ser objeto de según qué comentarios.

La adolescencia pasa, la individualidad de cada una ha seguido evolucionando, sin embargo, toda esta coraza que has pasado tanto tiempo construyendo sigue vigente, y es que todavía no te gusta que te digan cosas, te silben o te miren de aquella manera. Nosotras caminamos por la calle creyéndonos que también es nuestra, pero es que ellos (algunos) creen que la calle les pertenece más y, de paso, también tu cuerpo y el derecho a decirte, hacerte o mirarte lo que quieran y como quieran. Que te digan guapa u otros piropos, cuando no que te acosen persiguiéndote y pidiéndote que tomes una copa o un café con ellos, que te silben o que te miren de arriba abajo tiene que ver con su posición respecto a la nuestra, con la supremacía masculina que ellos mismos se han ido otorgando a lo largo de la historia y que parece que no quieren abandonar.

Después entra en juego nuestra respuesta o la ausencia de ésta. Son muchas las ocasiones en las que queremos expresarnos pero no nos sale. O respondemos algo que, visto con perspectiva, no nos gusta. Y luego hay otras veces en las que nos empoderamos y soltamos algo increíble que nos sirve para alimentar de nuevo ese empoderamiento y hacerlo durar hasta el infinito y más allá. Pero éstas son las menos, normalmente. Y es que, para responderle a un hombre que te grite algo por la calle, tienen que alinearse muchos factores, entre ellos, tu estado emocional y contexto en el que se produce el presunto piropo. No es lo mismo responderle a un machirulo de día que de madrugada, sola que acompañada, etc. Pero, preparaos, porque tu respuesta a su atrevimiento puede comportar dos reacciones: por una parte, que no se lo espere y se quede tan cortado que no replique y, por otra parte, que no se lo espere y le siente tan mal tu osadía que te replique como si no hubiera mañana. Esta última reacción es la más habitual según mi experiencia y la de las mujeres de mi entorno. En estos casos el hombre en cuestión se transforma (aún más) en un energúmeno y las palabras salen atropelladas de su boca, puesto que tiene ganas de hacerte saber rapidísimo todo lo que piensa de ti: ya no eres bonita, ahora eres una zorra. Y es que están tan acostumbrados a que agaches la cabeza y sigas tu camino avergonzada, haciéndoles sentir el vencedor de turno, que cuando osas responder te conviertes directamente en una bruja, porque eres disidente, porque los afrentas, porque cuestionas esa supremacía.

Imagen via Nomellamonena

No debemos olvidar que el acoso callejero y el presunto arte rancio del piropo son agresiones en toda regla, si bien no marcan nuestra piel dejando cicatrices, sí nos dejan huellas dentro, donde más duele. Así que hacer frente a estas agresiones es autodefensa. Desde aquí me gustaría animar a todas las mujeres a responder de forma contundente a sus agresores, pero debo admitir que incluso a mí, que lo he hecho varias veces, me cuesta y no siempre sé responder, por las circunstancias, por mi estado anímico, por un sinfín de elementos. Pero sí puedo deciros que, cuando he respondido como quería, me he sentido la mujer más poderosa del universo y esa sensación me ha durado días enteros y que, en cambio, cuando no respondo me juzgo y me machaco repetitivamente culpándome por no haber sacado las agallas suficientes para plantarle cara al machito que se atrevió a soltarme algo por su boca sin pensar si yo quería o no recibir ese piropo.

Imagen via Nomellamonena

Nada me gustaría menos que aburriros con mis anécdotas personales, pero creo que debo explicaros que la última vez que respondí a una agresión de este tipo fue en las pasadas vacaciones navideñas. En esos días se celebraban cenas de empresas por doquier, pero mis amigas y yo celebrábamos el cumpleaños de una de ellas. Después de cenar salimos a buscar un bar donde tomar algo y en esas nos encontramos dando vueltas por un conocido barrio barcelonés en el que la primavera pasada hubo disturbios a causa del desalojo de un Centro Social Autogestionado. En casi cada esquina había restaurantes que acogían fumadores a sus puertas y en uno de esos grupos un hombre decidió que debía gritarme a los cuatro vientos un «¡GUAPA!» bien fuerte, a mí, que me había quedado rezagada mirando las fotos que nos habíamos hecho un rato antes. De manera que me giré, le sonreí y le enseñé el dedo corazón de mi mano izquierda. Os podéis imaginar su reacción completamente airada. Después de un montón de insultos, me gritó (también bien fuerte) «¡PUES QUE SEPAS QUE TENGO PARIENTA!». Ah vale, que en casa tienes a una mujer que te espera, qué machote. Evidentemente, mis amigas, que aparte de amigas son compañeras en esto de vivir la vida feminísticamente me aplaudieron y me dieron todo su apoyo.

Seguramente si no hubiera contado con la seguridad de mi grupo de amigas no hubiera dado esa respuesta. Lo sé porque, debido a mi afición a la montaña y a mi trabajo para el cual a veces madrugo lo inimaginable, me encuentro yendo cuando todavía está oscuro a buscar el coche los fines de semana, es entonces cuando me topo con manadas de machirulos volviendo a casa después de una noche de farra descontrolada. Entre que de por sí ya se creen los amos de la calle y que han bebido, se envalentonan más de lo normal y se pasan de la raya (también más de lo normal). En estos casos, la reacción suele ser la misma tanto si respondes como si no: improperios como si no hubiera mañana. Así que lo único que puedes hacer es acelerar el paso, por si les da por seguirte y «darte tu merecido», como oí el pasado domingo.

Si os soy sincera, presuntos piropos, silbidos y miradas los he recibido a cualquier hora del día, pero es de noche cuando las agresiones han sido más numerosas y más contundentes. En esos momentos me siento más insegura y me doy cuenta que con la edad ha ido aumentando mi percepción del peligro real de sufrir una agresión más allá de las palabras, por lo que me pongo en estado de alerta aun sin ser consciente muchas veces desde que salgo del punto de origen y llego a mi destino. Pero también debo decir que el feminismo me ha ayudado a canalizar y gestionar mejor esas agresiones, tanto dentro de mí como fuera. De hecho, el feminismo es la base que nos permite catalogar y analizar estos hechos como agresiones y, al mismo tiempo, es la herramienta a través de la cual podemos exterminar estas prácticas y protegernos las mujeres.

Los videojuegos, última frontera feminista: el #GamerGate

¿Son los videojuegos un arte? Cada vez parece haber más acuerdo en una respuesta afirmativa, incluso entre los que conocen el medio sólo de una manera indirecta.

«Journey«, de una belleza audiovisual cautivadora, «Passage«, que pretende reflexionar sobre la fugacidad del tiempo y la condición humana como lugar de paso, o «Papers, please«, una sátira política muy ácida pero en absoluto adoctrinante, dejando que sea el jugador el que saque sus conclusiones de una manera que sólo un videojuego puede hacer, son demostraciones, a mi entender, incontestables de ello.

Digámoslo bien alto: los videojuegos son arte. Y no porque lo diga el MoMA, sino porque han demostrado ser capaces de proporcionar, no sólo una experiencia lúdica sino también estética, filosófica y, efectivamente, artística, con un lenguaje y dinámicas propios.

Ahora bien, los videojuegos son la manifestación cultural más moderna. Tiene apenas cuatro décadas y sólo hace unos pocos años ha empezado a ser consciente de sí misma como arte y a dominar sus posibilidades. Hasta hace muy poco era un bebé gateando y tropezando. Ahora es un niño que juega y experimenta con sus habilidades. Aún queda tiempo para el «Ciudadano Kane» de los videojuegos.
Además, es, probablemente, el arte más «capitalista» de todos. No sólo porque las obras sean, en su mayoría, bienes de consumo (algo que también puede decirse en mayor o menor medida de las demás artes), sino por la peculiar relación que mantiene con sus consumidores.

Al ser tan joven y no existir una audiencia masiva (todo el mundo ha visto una película, todo el mundo ha contemplado un cuadro, no todo el mundo ha jugado a un videojuego), el grueso de sus consumidores se tiende a definir en virtud de lo que consume, creando un sentimiento de pertenencia a un grupo; un «nosotros» y «ellos». Cuando uno escucha música no se considera parte de un grupo de «escuchadores de música» (si ésta es lo bastante elitista podría hablarse de una diferencia entre melómanos y simples oyentes, pero se trata ya de una diferencia de grado, no absoluta), pero sí ocurre con los videojuegos: existe una comunidad gamer que juega a videojuegos y el resto que no lo hace. Esta reflexión es pertinente y volveremos a ella más tarde para entender algunos matices del tema central.

Pero podemos atender a una característica aún más apasionante de la juventud de los videojuegos.
Es la primera vez que un arte florece en el contexto de la sociedad de la información y de la red global. El público masivo puede ser testigo (y partícipe) del crecimiento de los videojuegos como forma de expresión y esto provoca que vicios y tics propios de la inmadurez de un medio salgan a la luz y puedan ser analizados. En este sentido, el valor de los videojuegos para entender cómo se forma un arte y su lenguaje y cómo éste se relaciona con su incipiente audiencia es incalculable.

Y los videojuegos (y con esto os prometo que ya nos metemos en materia) son, como arte inmaduro, un medio machista. O al menos más machista que los demás. ¿Es más machista por ser más joven? Es muy probable. Un arte engendrado en una sociedad heteropatriarcal hace relativamente poco tiempo es un arte que aún no ha ejercido la suficiente autocrítica para desprenderse de lacras propias de la sociedad en la que fue engendrado.

Pero hay más: Por su propia naturaleza, el medio es tecnológico hasta el extremo, lo que provocó que, en el contexto social e histórico en el que surgió, interesara fundamentalmente a hombres. A pesar de que los primeros juegos («Pong«, «Asteroids«, «Pac-man«) estaban totalmente desprovistos de sexismo (aunque posteriormente se lanzó un «Ms.Pac-man«, en un intento de captar al público femenino desde una lógica sexista: el personaje ahora lleva moño, largas pestañas, maquillaje y demás complementos tradicionalmente femeninos), conforme empezaba a ser evidente (siempre desde la óptica de las empresas productoras) que el mercado era mayoritariamente masculino, se comenzó a lanzar títulos con unas temáticas e imaginería machistas. En los 80 y 90, para vender el producto a estos chicos adolescentes de hormonas descontroladas, la industria empezó a colocar a auténticas mujeres-objeto en portadas o el propio desarrollo narrativo del juego.

Hoy día vivimos unos años cruciales para los videojuegos. Todos los dogmas están cayendo: los videojuegos son creaciones interactivas, no sólo jueguecillos; la frontera entre los gamers y los no gamers empieza a romperse; el medio explora sus posibilidades artísticas ya sin complejos de inferioridad y, en el tema que nos ocupa, las mujeres juegan a videojuegos. Cada vez más. Ya nada será lo mismo.

Anita Sarkeesian

Saltamos al año 2012, Anita Sarkeesian es una videobloguera canadiense que con su proyecto Femenist Frequency está analizando el papel de la mujer en las manifestaciones culturales. En la serie «Tropes vs Women» enumera una serie de tropos recurrentes a la hora de representar a la mujer, como «la damisela en apuros», la «Manic Pixie Dream Girl», «el Principio de la Pitufina», la mujer como decorado o los personajes principales que sólo son la variación femenina de uno masculino existente al cual se supedita.

Para financiar los siguientes episodios, que versarán sobre los tropos contra las mujeres en los videojuegos, se inicia una campaña en kickstater que resulta un éxito arrollador. Hay mucho interés en lo que estos vídeos tienen que decir.

Anita Sarkeesian
Anita lleva jugando y amando los videojuegos toda su vida

Anita se presenta como una genuina aficionada a los videojuegos. No es una puritana que los considera el mal corruptor de nuestros jóvenes, sino una chica que se ha criado jugando a los clásicos, pero que pretende realizar una crítica feminista desde dentro.

Desgraciadamente, la autora incurre en contadas ocasiones al cherry picking o falacia de la prueba incompleta; es decir, cita datos aislados, descontextualizándolos y dándoles un nuevo sentido una vez están todos juntos. Lo hace con extremadamente poca frecuencia, pero sus enemigos (y uso la palabra en sentido literal) pudieron agarrarse a ello (y a veces ni eso) y obviar la muy pertinente crítica feminista que, en general, sí estaba realizando. En resumen, Anita fue considerada una intrusa en un medio que supuestamente no conoce bien y que pretende modificar su statu quo; una mujer aburrida que, como no tiene nada que mejor que hacer, se mete donde no la llaman y estropea algo bonito y puro con su feminismo.

Y ese sentimiento de pertenencia al grupo del que hablábamos antes cobra fuerza y lleva a los «verdaderos gamers» a sentirse atacados en su propio bastión. Por si no fuera bastante el auge de los «casuals» (videojuegos realizados pensando en jugadores no tradicionales, como algunos de la Wii o el «Candy Crush», que lo juegan hasta las «madres» o «señoras de Cuenca»), la comunidad gamer debe ahora soportar que las feministas pongan sus manazas en sus amados videojuegos, cambiándolos para siempre. Se desmorona la exclusividad, el castillo construido por el jugador «hardcore» y que le servía de agradable barrera con el mundo exterior empieza a destruirse. Parece que ya no quedan reductos donde poder estar a gusto. Y se rebelan, claro.

Poco importa que las intenciones de Anita Sarkeesian no sean censurar ni prohibir, sino sólo poner de manifiesto tics machistas con el empeño de promover más variedad en los personajes femeninos, o que deje claro que es posible disfrutar de un videojuego con temáticas machistas pero al mismo tiempo ser consciente de ellas, una parte de la comunidad gamer, no sé si muy numerosa o representativa, pero sí muy ruidosa y activa, comenzó a insultar, amenazar y acosarla (incluso se creó un videojuego cuya mecánica consistía en golpear a Anita) hasta que todo estalló con una amenaza de muerte programada para una conferencia que ella debía dar en Utah en Octubre de 2014 y que, debido a lo creíble de la amenaza, canceló. Incluso tuvo que mudarse de casa un tiempo.
Todo parece indicar que los responsables formaban parte de la facción reaccionaria de la controversia #GamerGate. ¿Qué es #GamerGate? Para explicarlo, hay que hablar de nuestra segunda heroína en esta historia.

Zoe Quinn

Paralelamente al comienzo de la polémica sobre los vídeos de Anita Sarkeesian, un chico descubre (supuestamente) que su novia le es infiel y, como lo suyo en realidad parece amor pero no lo es, decide vengarse aireando en su blog todo el «proceso», incluyendo conversaciones privadas con ella.
Todo esto viene al caso, no sólo porque ambos pertenecen al entorno gamer, sino porque la ocurrencia del chico desembocará en el mayor terremoto mediático que se recuerda en la historia reciente de los videojuegos: el #GamerGate.

Zoe Quinn, la chica en cuestión, es una entusiasta de la tecnología y, ya antes había recibido el interés de los medios por el chip que se implantó en su mano y que le permite realizar tareas sencillas con su móvil y su ordenador. Pero no se podía imaginar que meses después su nombre sería famoso por ser el centro de una polémica delirante en la que su vida privada y su condición de mujer serían usadas como armas arrojadizas contra ella.

Los «pecados» de Zoe fueron dos: ser la autora de «Depression Quest«, una obra de ficción interactiva (un género de videojuegos pionero y ya olvidado) y ponerle los cuernos a su novio con un periodista del sector. Vamos con el primero de ellos:

«Depression Quest» (cuyo título remite a las antiguas aventuras gráficas de Roberta Williams, la primera diseñadora de éxito) no es un videojuego al uso. No es más que un conjunto de textos que narran una historia, a través de la cual se avanza eligiendo opciones, disyuntivas en las que el jugador debe escoger qué hará el personaje que encarna, al estilo de los antiguos libros de Elige tu Propia Aventura. La particularidad y único interés es la depresión que sufre el personaje protagonista que manejamos, la cual limita dramáticamente nuestras opciones en el juego, generando en nosotros frustración y dejándonos prácticamente como única posibilidad la inacción y el perpetuamiento de nuestra depresión. Como juego es deficiente (por propia decisión de diseño), pero usando resortes y mecánicas típicas de videojuego, que generan una mayor implicación con el personaje y sus problemas, «Depression Quest» nos hace ponernos en la piel de este tipo de enfermos brillantemente.

Claramente, no es el tipo de videojuegos a los que la comunidad gamer más clásica está acostumbrada y, con lo que llevamos contado, ya podemos imaginar que la acogida no fue calurosa. Una vez más, una mujer, diseñadora indie y con ínfulas artísticas, venía a profanar el medio.
Pero aún quedaba lo peor, pues su novio ahora la acusaba públicamente de infidelidad, con un personaje influyente del mundillo, para más inri. Los gamers más misóginos de los foros (Reddit, 4chan y, cuando el tema fue baneado en este, 8chan), ya calentitos por el asunto Sarkeesian, se frotaron las manos. Tenían la oportunidad de linchar a Zoe.

Quinnspiracy y #GamerGate

Luego «resultó» que Zoe no se había acostado sólo con uno, sino con cinco hombres, todos relacionados con el sector. Pronto se habló de una conspiración de Zoe para obtener buenas críticas y premios para su «Depression Quest». Claro, y ya de paso, controlar, sólo con su vagina, toda la millonaria industria de los videojuegos ¿Por qué no?

Zoe tuvo que soportar ataques ridículos, como que editaran
la fecha de su muerte en Wikipedia, y otros más serios

Se empezó hablar de la Quinnspiracy y de cómo ésta atentaba contra la ética del periodismo.
Este es un debate tremendamente pertinente en el mundillo pues los medios especializados viven, no sólo de la publicidad de la industria (más aún que en otros sectores, pues no tienen otra), sino que, como ventaja competitiva deben ofrecer contenidos y adelantos sobre los gigantescos lanzamientos que su audiencia espera con avidez. Las grandes productoras pueden cortar el grifo si ven sus intereses peligrar, por ejemplo, con una mala crítica. Así que la sospecha planea incansable sobre la prensa de los videojuegos.

Pero la Quinnspiracy no tiene nada que ver con todo esto y sí con el machismo puro y duro. Zoe es una mindundi y sus acciones apenas provocarían unas tímidas ondas en el océano de la industria. Y todo eso en el caso de que su furor uterino utilitarista fuera cierto; y no lo es. Y además, el periodista con el que supuestamente se acostó, jamás ha reseñado «Depression Quest» y apenas ha mencionado de pasada a Zoe en alguna ocasión. Por si quedara alguna duda, Zoe fue objeto de todo tipo de insultos inequívocamente machistas, amenazas de una violencia atroz y datos privados suyos corrieron de mano en mano por los foros. Su padre recibió llamadas anónimas. Aunque Zoe fuera una novia pésima (siempre según su despechado ex) o una diseñadora de juegos sin talento (siempre según los más puristas), nada podía justificar aquello.

Todos estos temas se fundían y mezclaban en Twitter en un laberinto que alguien (el actor Adam Baldwin, en un giro surrealista de los acontecimientos) acertó a llamar #GamerGate. Los más feministas mostraban su apoyo a Zoe, Anita y otras diseñadoras de videojuegos acosadas, los más ingenuos seguían pensando que se trataba de un movimiento para exigir más ética en las publicaciones del ramo y mientras, unos salvajes (de representatividad cambiante según quién hable) se dedicaban a mostrar su misoginia y sus tendencias acosadoras en todo su esplendor.

Consecuencias

De #GamerGate surgieron inifinidad de webs asociadas, vídeos de YouTube, memes, otros submovimientos como #NotYourShield, un grupo supuestamente heterogéneo de gamers que pedían a las feministas que no hablaran en su nombre para sus reivindicaciones, personajes ficticios como Vivian James (similar fonéticamente a «Video Games»), un intento desde #Gamergate de representar
a la típica chica gamer, por oposición a Anita o Zoe, etc.

Otra de las consecuencias más comentadas fue la retirada de la profesión de Phil Fish, autor polémico por sus declaraciones sin filtro y famoso creador del genial «Fez«, quien, después de opinar que todos los que acosaban a Anita y Zoe eran «esencialmente violadores», vio cómo los datos económicos de su empresa eran filtrados al público por hackers vinculados a #GamerGate. Hastiado, Fish renunció a seguir creando videojuegos.

Pero principalmente, #GamerGate ha puesto sobre la mesa un debate con el que no contaba.
Puede que realmente fuera una controversia sobre la ética periodística y no una excusa para decir a unas cuantas mujeres «esto es lo que hacemos con las que se pasan de listas»; al fin y al cabo un hashtag puede apropiárselo quien quiera. Sin embargo, supuso una excusa para que algunos gamers sacaran lo peor de sí mismos y se mostraran muy reaccionarios con cualquier intento de cambio en el medio. Es posible que no fueran la mayoría, pero fue un porcentaje lo bastante amplio como para que todos tengamos que preocuparnos mucho. Las consecuencias salieron del mundo virtual y llegaron hasta la realidad de varias mujeres (no sólo Zoe y Anita), cuyas vidas fueron trastocadas.

La inesperada conclusión que #GamerGate puso de manifiesto es que la comunidad gamer había muerto, o está agonizante. Que la entrada en el medio de feministas, artistas anteriormente no interesados y jugadores casuales es inevitable y enriquecedora. Que la cultura gamer no merece ser salvada sino enterrada y olvidada como el anacronismo que pronto será. El jugador medio ya no es un geek ni un nerd, es prácticamente cualquier persona. El arte se abre camino.

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