Mala Hembra: visibilizando nuestro miedo
Publicado el: 05/11/2015 /
Mala Hembra es un maravilloso proyecto, una tienda online, creado por dos jóvenes feministas con espíritu guerrero y emprendedor. Os dejo aquí información sobre Mala Hembra. Entre su variedad de productos de cariz feminista (camisetas, bolsas, chapas…) está su joya de la corona: el llavero gato. Este llavero de autodefensa con forma de gato está diseñado por ellas mismas y elaborado gracias a la impresión 3D. La idea la cogieron de productos similares comercializados en Estados Unidos, pero como no podían importarlo por considerarse arma, se las han ingeniado para producirlos aquí, con su propio diseño, haciendo un Verkami para conseguir financiación para la impresora 3D. En esta entrevista explican todo acerca del llavero y cómo nació la idea. Como bien dicen, además de ser verdaderamente útil, el llavero visibiliza una realidad. La realidad que vivimos la inmensa mayoría de las mujeres que, por desgracia, somos potenciales víctimas de agresores que ven en una mujer sola la presa perfecta.
En la entrevista, me llama la atención que hablan sobre imágenes de mujeres con las llaves entre los dedos y cómo la mayoría de los hombres no es capaz de identificar el significado. Todas hemos hecho algo para sentirnos un poco más protegidas a la hora de volver solas a casa de noche después de, por ejemplo, una fiesta. Yo no era muy de llaves, siempre he sido más de cigarro encendido (¡mal vicio confesado!). Siempre que volvía a casa sola después de una noche de juerga, de una tarde o noche de trabajo, de entrenar, de clase… lo que fuera, pero de noche y sola, llevaba un cigarro encendido en la mano. En caso de que se consumiera antes de llegar a casa, rápidamente encendía otro. Pensaba que si un hombre me atacaba, le quemaría un ojo (o lo que pudiese) con el cigarrillo y aprovecharía para escapar. Pero también es una buena opción llevar las llaves en la mano, cualquier objeto punzante, un spray… lo que pueda ayudarte.
Otra técnica habitual es ir haciendo como que hablas por el móvil. Chicas, confesad, ¿quién no lo ha hecho? Las veces en que volvía a casa en taxi, durante el trayecto “hablaba” con mi padre (ya fallecido, pero me parecía que imponía más “resucitar” a mi padre que hablar con mi madre, claro) contándole dónde estaba y que iba de camino, en taxi. Por si el taxista tenía la tentación de llevarme a otro lugar y hacerme daño, que se lo pensara dos veces. Durante mis años de juventud en los que salía de fiesta todos (o casi) los fines de semana, si volvía sola a casa (muchas veces me acompañaban amigos, el noviete que tuviese en ese momento o algunas amigas), la única situación en la que no estaba tensa desde que perdía a mis amigos de vista hasta que llegaba a casa, era si cogía un taxi y la conductora era una mujer. Era como que te tocase el premio en un sorteo, ¡un broche final estupendo para una buena noche de juerga! Pero, como todo premio, no era muy frecuente.
¿Os habéis fijado en que es rarísimo encontrarte a una mujer de madrugada borrachísima (o similar) tirada en cualquier sitio (durmiendo, por ejemplo)? Pues eso refleja bien que, por mucho que perdamos hasta la consciencia, rara vez bajamos la guardia…
Puede que alguien, leyendo esto, piense que soy una paranoica, histérica o exagerada. Seguramente, si eres mujer me entiendes perfectamente. Lo cierto es que no me considero especialmente cobarde. No chillo con un simple susto, me encantan las pelis de terror y disfruto mucho de atracciones y espectáculos de miedo. No voy por la calle pensando que todos los hombres son peligros potenciales para mí, pero lo cierto es que la realidad hace que las mujeres tengamos que tomar muchas precauciones. Hablando con mi novio sobre esto, me decía que él no recordaba haber sentido miedo volviendo a casa solo. Quizá alguna vez puntual, en una zona muy oscura con “mal ambiente”. Si preguntas a cualquier mujer de tu entorno, seguro que no recuerda cuántas veces ha sentido miedo regresando sola a casa, de tantas que han sido. La mayoría de las mujeres con mucha razón, pues a casi todas nos ha pasado algo, algún susto o algo peor, a lo largo de nuestra vida, probablemente más de una vez.
Hace poco discutía lo injusto que me parece que nosotras tengamos que “tener cuidado” y tomar ciertas precauciones que los hombres no. La persona con la que lo debatía me respondió Bueno, es que tampoco dejarías que tus hijos fueran solos de noche por la calle, por ejemplo. Sentí un mazazo tremendo. Claro que no, pero es que ellos ¡son niños!: vulnerables, inocentes y debemos protegerles. Pero yo soy adulta, creo que la diferencia es obvia. Compararme con un igual sería hacerlo con un hombre adulto, no con un niño. ¿Estamos las mujeres adultas en el escalafón de los niños? Y en ese caso, ¿cómo podré entonces proteger, como madre, a mis hijos, si estoy al mismo nivel que ellos? Llamadme loca por querer ser tratada y vivir como una persona adulta.
Otra respuesta tan habitual como irritante cuando le muestras a un hombre tu indignación por no poder ser e ir libre por la calle -¡sólo por el hecho de ser mujer!- es aquella de Bueno, yo tampoco estoy libre de que me ataquen para robarme, o un psicópata, por ejemplo. Analicemos esto, a ver si razonamos mejor antes de hablar: Puedes ser atacado por otra persona para robarte o por un psicópata, vale. Yo también. Ahí estamos en igualdad. Si me apuras, entre robar a un hombre adulto o a una mujer, si yo fuera atracadora, creo que tendría claro a quién. Por aquello de la –en general- superioridad física. Así que creo realmente más probable que me elijan a mí como víctima. Pero vamos a dejarlo en empate. A parte de una agresión con el fin de hurtar, está la agresión sexual. Y ahí, perdóname, “ganamos” (terrible honor) por goleada. Ningún hombre al que se lo he preguntado (y han sido muchos y de muy diversas edades y tamaños) siente miedo a que le violen. Lo creen muy improbable. Sin embargo, nosotras no corremos la misma suerte. Los números los conocemos de sobra, ¿verdad? No hace falta una comparativa entre mujeres víctimas de agresiones sexuales y hombres. El único caso en el que no hay tanto desequilibrio es en la infancia, que es otro tema, pero igualmente hay un mayor número de casos de abusos a niñas que a niños. Algo en lo que no hay diferencia según la edad de la víctima es el agresor: por mayoría aplastante, es hombre. Un altísimo porcentaje de los agresores sexuales son hombres. “Corregir” y educar a estos hombres y a los niños (hombres del futuro) es responsabilidad de todos y todas y sólo se conseguirá erradicando cada pequeño detalle en el que la mujer se cosifica y sexualiza, pero esto ya daría para un millón de posts sobre el tema, y ahora no toca.
Otro debate que tuve con un hombre hace poco, nos llevó a una clara conclusión: tenemos todos, mayoritariamente, más miedo a los hombres. No a todos, por supuesto, concretemos. Está demostrado que un niño o niña, que en cualquier caso jamás deberían fiarse de ningún desconocido, lo harían antes de una mujer que de un hombre. Instintivamente, les da más confianza una mujer. Las mujeres tenemos más miedo, generalmente, de un hombre. Si pensamos en alguien que pudiera hacernos daño aprovechando que estamos solas, nos viene a la cabeza un hombre. Y un hombre, del mismo modo, ve un mayor peligro en otro hombre que en una mujer. Con esto, y quiero que quede muy claro, no criminalizo a todos los hombres ni pretendo decir que todos los hombres son agresores, desde luego; pero esta explicación (obvia y que, para mí, sobraría) he de darla porque ya me conozco bien las reacciones de hombres indignados con el lema “no todos somos iguales”. Por supuesto que no lo sois, ni siquiera son mayoría. Por eso, os animo a que os rebeléis contra aquellos que manchan vuestro género y combatáis el machismo desde el primero y más pequeño de los detalles. Que no le riáis la gracia al colega que humilla a una chica y la insulta llamándola guarra, zorra, buscona, calienta porque enseña el tanga o lleva una minifalda-cinturón, mientras él mismo o cualquier otro chico alrededor lleva el pantalón por debajo del culo, deleitándonos con todo su hermoso calzoncillo y a él, sin embargo, no se le critica de igual manera. Con cada pequeña lucha feminista (esto es, en favor de la igualdad y no en contra de los hombres, no confundamos) daremos un paso más hacia conseguir que las mujeres ocupemos en el mundo el lugar que nos corresponde, el mismo que nuestros compañeros y en igualdad de derechos y condiciones. Para esto es importante responsabilizar al culpable y nunca a la víctima, porque no es responsable una mujer de no ir sola por la calle, sino culpa de quien la agreda el violar ese derecho, esa libertad de la que nosotras también queremos gozar. Mientras tanto y hasta que esto se consiga, tendremos que seguir protegiéndonos y creando llaveros gato.
Un ejemplo rápido de esa falta de libertad que tenemos es mi propia experiencia, ahora mismo. Hace un mes que me propuse salir a correr (vale, caminar rápido, admito que para correr no estoy) para ponerme un poco en forma, ya que hace años que llevo una vida más sedentaria de lo que me gustaría. El caso es que, por horarios y quehaceres, no consigo tener una hora libre hasta, como pronto, las ocho de la tarde. Ahora, a esa hora ya es de noche. Cerca de mi casa hay una pista campestre ideal, que mucha gente utiliza durante el día y que sería perfecta para mí, pero claro, está apartada y poco iluminada. Como no puedo ir por la mañana, tengo que conformarme con ir por el centro de la ciudad. Aún así, he salido ya unas cuantas veces y según con quién me cruce y por dónde, paso algo de miedo. Tengo que organizar mis rutas en función de lo transitadas que estén las calles, lo bien iluminadas, etcétera. Por sacarle un lado positivo, como intento hacer con todo en la vida, he de admitir que sentir algo de miedo me viene bien para subir el ritmo cuando el cansancio se apodera de mí y voy bajando el paso. Es cruzarme con un hombre que me mira con ojos lascivos y acelerar como si me hubiesen inyectado la sangre de Usain Bolt. ¡Gracias por ayudarme a quemar más calorías! Ahora pongámonos serios, ¿por qué no puedo ir a la pista que está acondicionada para senderismo/running y es perfecta para ello? ¿Por qué, además, he de escoger qué calles y barrios andar? ¿Por qué, encima de todas estas limitaciones, tengo que pasar algo de miedo? Sin mencionar el pasar por delante de una terraza con cuatro amigos tomando algo y tener que oír cómo me quedan las mallas, miraditas, silbidos como si fuese un perro… Y todo, SÓLO porque soy una chica. En serio, es muy injusto, un hombre puede salir a correr cuando y por donde quiera y no creo que se sienta muy acosado por ninguna mujer que se cruce. Yo también quiero salir a hacer deporte tranquila. Sin desear ser invisible.
Por último, me gustaría comentar lo que, a nivel personal, me propongo profundamente hacer para aportar igualdad y tranquilidad a esta injusta realidad en la que las mujeres sufrimos y morimos sólo por serlo. Tengo un hijo y una hija, ambos muy pequeños aún. Tengo claro que los educaré en la igualdad y que a ella tendré que enseñarle a ser precavida y protegerse, pues soy consciente de la realidad en que vivimos y quiero velar por ella y que aprenda a defenderse. Pero si en algo haré aún más hincapié es en educarle a él a respetar a las mujeres como iguales. La clave está en que si ÉL no es una amenaza para ellas, ELLA no tendría nada de qué defenderse. Y ella viviría libre. Algún día, ojalá.
Gracias, Mala Hembra, por visibilizar esta realidad que aunque la mayoría no ignoramos, creo que estamos tan acostumbrados a que “esto es lo normal” que muchas personas piensan que no puede cambiarse y que habremos de resignarnos a ir siempre mirando para atrás, con las llaves entre los dedos y a paso ligero.