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El futuro es femenino

Mañana es ocho de marzo, el día internacional de la mujer. En este día, pero no solo, el mundo exalta a las mujeres, sus derechos, su empoderamiento, sus logros y su posición en el mundo actual. En este día, escucharemos innumerables discursos, veremos pomposas celebraciones, etc. Todos estos discursos, palabras y eslóganes, repetidos por enésima vez, son muy bonitos. Pero esto no es suficiente.


Necesitamos acciones concretas. Necesitamos personas que tengan el corazón puesto en el feminismo y las cuestiones de la mujer. Necesitamos personas abnegadas que pongan sus corazones y almas en una causa que, antes que nada, es una causa humana y universal. Los derechos de la mujer no son un privilegio, una especie de favor por parte de los hombres, sino una prioridad absoluta. La igualdad no es un eslogan, sino una convicción que tenemos que hacer efectiva mañana y todos los días del año y en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Los derechos de las mujeres y su seguridad son con mucho más urgentes que ciertas cosas como el ego masculino frágil de algunos hombres que se sintieron atacados por una simple publicidad que les solicita redoblar esfuerzos y cambiar de actitud. Pero, señores, las mujeres entendemos vuestro dolor y enojo. Porque todo eso es mas grave que el 80% de mujeres que sufren el acoso sexual en los espacios públicos. Porque todo eso es más preocupante que el 22% de mujeres maltratadas por su padre, hermano o marido. Porque todo eso es más urgente que las 206 mujeres y niñas que son violadas, cada día, en todo el mundo.

Pero no es demasiado tarde para arreglar estos problemas. Empecemos por las niñas y niños, intentemos transmitirles los valores necesarios para poner fin al sexismo y la violencia de género. Enseñemos a nuestras niñas sus derechos como futuras mujeres y cómo defenderse en los casos de agresión en la calle o en otro lugar. Enseñemos a las chicas a decir no explícitamente a los chicos cuando no lo quieren. Enseñemos a nuestras chicas a ser independientes emocionalmente para que no sean objeto de manipulación psicológica e independientes financieramente para que no sean dependientes de un hombre o cualquier otra persona. Enseñémosles que son unos seres humanos completos y que no necesitan un hombre para completarlas. Enseñemos a las chicas que son bellas, inteligentes y poderosas como los chicos.

Y enseñemos también a nuestros niños que no hay diferencia entre ellos y las niñas. Enseñémosles los principios del consentimiento sexual, que sí es sí y no es no. Enseñémosles que las mujeres no son objetos sexuales sino seres humanos con corazones, cerebros y almas, al igual que ellos. Enseñemos a los chicos que las mujeres son su pareja en la construcción de una sociedad más justa.
Yo, tú, ellos y ellas somos los actores del cambio social. Creo firmemente que el cambio es posible y que el futuro es femenino.

¡Larga vida al matriarcado!

El orden divino: el sufragio femenino en Suiza

Gracias a la distribuidora Surtsey Films hemos podido ver esta semana El orden divino, que se estrenó en cines de toda España el pasado 22 de junio. Esta película cuenta la historia del sufragio femenino en Suiza, que es llamativa porque las mujeres no pudieron votar allí hasta el año 1971. Paradójicamente, en la votación que decidió si las mujeres tenían derecho al sufragio solo pudieron participar hombres. Como en tantos otros casos.

La lucha por el derecho de las mujeres al voto lleva más de un siglo gestándose. En 1893, Nueva Zelanda fue el primer país en adoptar el sufragio femenino sin restricciones. Por su parte, en Europa, la primera región en autorizarlo fue Finlandia (en 1906). En Latinoamérica, las mujeres pudieron votar por primera vez en 1927 en Uruguay. A España el voto llegó durante la Segunda República, en 1931, pero la dictadura de Franco nos lo arrebató. Algunos de los últimos países en permitir votar a las mujeres han sido Baréin (2002) o Kuwait (2005).

Divino desorden

El orden divino tiene como protagonista a Nora, una mujer que vive en un pequeño pueblo suizo y se dedica al cuidado de sus hijos, su suegro y su casa, además de ayudar en la granja familiar. La monotonía se rompe cuando ve una oferta de trabajo y le comenta a su marido que le gustaría volver a tener un empleo. Él se niega, ya que considera que su papel divino como mujer son los cuidados. En esa época, por ley el marido podía prohibir que su mujer trabajara fuera de casa, pero Nora no se resigna. La cuestión es: ¿puede haber una relación amorosa sana sin igualdad?

La cuestión es: ¿puede haber una relación amorosa sana sin igualdad? Clic para tuitear

De hecho, lo que empieza siendo un pequeño desafío para una mujer acaba convirtiéndose en una enorme ola feminista a la que se van sumando las mujeres del pueblo. Las resistencias son enormes al principio, incluso por parte de las propias mujeres. En el pueblo, muchas tienen miedo de enfrentarse a sus maridos. Otras están de acuerdo con el papel que les ha sido asignado. Poco a poco, no obstante, se van dando cuenta de que las mujeres se merecen decidir sobre sus propias vidas.

A ritmo de Lesley Gore la película nos habla, como venimos contando, del sufragio femenino y las relaciones familiares. Pero también explora la sexualidad, la sororidad y la fuerza que tienen las personas cuando se unen por una lucha común. Y lo hace en un tono íntimo, entrañable, lleno de humor y, a la vez, duro y reivindicativo.

Una historia de lucha

Y es que el sufragista, como todos los movimientos que han luchado históricamente por reivindicar lo que le había sido arrebatado injustamente a un determinado grupo, es una corriente en la que muchas tácticas se han entrelazado. Si el Estado ha negado sistemáticamente ciertos derechos, no hay razón para que los vaya a otorgar sin pelea. Y, así, vemos que las mujeres de El orden divino se manifiestan, se enfrentan a su maridos y hasta ponen en marcha una huelga para pelear por lo que es suyo.

Uno de los movimientos sufragistas más conocidos es el que llevó a las mujeres mayores de 30 a poder votar en Gran Bretaña en 1918, y a todas sin distinción de edad en 1928. La película Sufragistas cuenta esta lucha de las mujeres inglesas. En la distinción entre suffragettes y suffragists (el ala más radical del movimiento y la más moderada, respectivamente) vemos que la pelea no fue, ni mucho menos, un camino de rosas. La oposición de los hombres, el Estado y la Iglesia al derecho al voto femenino ha sido siempre tremenda, pero también hubo resistencia desde la izquierda, que pensaba que las mujeres votarían lo que sus maridos o los jefes de sus iglesias dijeran.

Queda mucho por hacer

A lo largo de la película acompañaremos a este pequeño grupo de mujeres suizas en su búsqueda de la libertad y el autoconocimiento; ¿qué querrías ser si fueras libre? También veremos todo lo que quedaba y queda por hacer, más por su ausencia en la trama de la película que por mención expresa. Por ejemplo, en la lucha de la T de LGTB+, porque la identificación mujer-coño es evidente en uno de los momentos, por otra parte, más divertidos de la película. Nuestras compañeras trans siguen siendo enormemente invisibles o rechazadas, incluso entre las que dicen llamarse feministas, y queda mucha batalla por delante.

Viñeta de Matilde

No debemos olvidar que la lucha no acaba, ni mucho menos, al lograr el derecho al voto; la batalla por la igualdad social va más allá de eso. Ni, tampoco, que este derecho a participar en las instituciones se logró gracias a la lucha en las calles.

Recordad: podéis ver ya la película El orden divino en los cines de España.

María (y casi todas): sobre «María (y los demás)», de Nely Reguera

(Atención lector/a, este post contiene SPOILERS de la película).

María podríamos ser todas en algún momento de nuestras vidas. Y los demás son aquellas personas que están alrededor: la familia, los amigos, los compañeros o los conocidos con los que se comparten los días. Personas que, aunque físicamente estén cerca, no siempre pueden entenderla.

Cartel promocional de la película "María (y los demás)"

Cartel de la película «María (y los demás)»

Los demás quieren que María les escuche. Pero ella siente que su momento nunca termina de llegar. María ha cuidado de su padre enfermo durante meses, o quizás puede que haya sido más tiempo. Desde que tenía quince años, exactamente, que es cuando murió su madre. Y es que ella tiene dos hermanos que a veces le dicen que la quieren efusivamente y que le cantan el Como yo te amo de Rocío Jurado, pero que se desentienden cuando se trata de compartir tareas y cuidados o la llaman histérica cuando se le ocurre protestar, que no creen en sus capacidades lo más mínimo, a pesar de que lo hace casi todo.

Ahora su padre se ha recuperado y va a casarse con Cachita, su enfermera. Y María no puede tener sororidad hacia Cachita porque ella no la tiene hacia María.

Tampoco María puede conectar con sus amigas cuando le hablan de lo bueno de la vida, de todas esas cosas que ella no tiene. O con la joven y exitosa escritora que presenta su nueva novela en la editorial en la que ella trabaja. En esos casos, María siente una profunda rabia.

María es estricta consigo misma, pero deja los zapatos tirados por la habitación y las carpetas desperdigadas por el escritorio del ordenador. Y con la cabeza desorganizada, durante las noches, busca un final para la novela que no consigue acabar.

Imagen en la que la protagonista de la película, María, escribe su novela

María tratando de acabar su novela

María tiene un amante que es un capullo, que no la valora, que exige demasiado mientras se desentiende de casi todo, que desaparece cuando le da la gana y que la manipula sentimentalmente. Un amante que solo la llama para tener sexo. Siempre el tipo de sexo que él quiere tener. Y ni hablar de lo que María quiere o le apetece o siente. Ella se pone feliz cuando recibe un poco de atención de este amante. Cuando, después de horas esperando, le contesta un WhatsApp. Entonces tararea canciones y sonríe durante el resto del día. Porque sabe que, aunque esté fastidiada, estando con él se aferra a lo que las normas sociales marcan para una chica de su edad. Por eso, cuando su familia le pregunta con quién va a ir a la boda de su padre, ella dice que con su novio.

Y es que a María, al igual que a Amélie Poulain, se le escapan las oportunidades por no enfrentarse a la realidad y perderse en el artificio. Se le escapa la novela, se le escapa la felicidad, se le escapan los treinta y cinco y la fuerza para mandar a paseo a los hombres egoístas que hay a su alrededor. Hasta ella parece querer escaparse de su propia vida cuando la vemos correr por la calle de un lugar a otro en algunas escenas.

Y yo, que llego cerca de un año tarde a esta película, tengo que agradecerle a Nely Reguera que haya dirigido un largometraje tan cuajado de detalles y matices como María (y los demás). Porque no está de más que nos recuerden que la realidad no se compone por personas esencial y arquetípicamente malas o buenas: todos oscilamos entre una amplia gama de grises. Como María, que se sorprende a sí misma observando impasible cómo Cachita se ahoga en el mar justo antes de tirarse a por ella al agua.

Hacen mucha falta películas que pongan bajo el microscopio las historias que narran. Que hablen de que perderse es normal, que nos muestren a mujeres que tienen dificultades, que están en encrucijadas, que pelean y que todos los días se atreven, a pesar de los demás, a pesar del contexto que las acompaña. Estas historias son más importantes, interesantes y necesarias de lo que solemos pensar.

El matriarcado no existe, son los padres

Cuando me puse a investigar sobre la existencia del matriarcado, después de encontrar una cantidad ingente de artículos contando historias sobre visitas a sociedades matriarcales, encontré que los antropólogos que lo han investigado no tienen pruebas reales de que exista, y me sorprendió básicamente porque todo el mundo habla de ello como si fuera un ilustrado en el tema. Pues ahora resulta que hablamos del matriarcado sin documentarnos antes, qué cosas.

Por otro lado, existe una creencia generalizada, incluso dentro del propio feminismo, de que el matriarcado existió en el periodo prehistórico. Existe una fascinación ante este mito que permite disolver, desde la ajena distancia del tiempo, cualquier duda que cuestione un hecho de tal interés. Para el feminismo, la existencia del matriarcado es una ilusión esperanzadora con connotaciones revolucionarias que rompería con la subordinación histórica de la mujer; ya no habríamos sufrido el patriarcado desde siempre, no sería la norma. No importa si es cierto o no pero, en la otra cara de la moneda, esta quimera realiza un trabajo revitalizador de los intereses patriarcales, ya que si ha existido una sociedad en la que dominan las mujeres, ¿qué tiene de malo que ahora dominen los hombres?

En cualquier caso, pese a que no existe ninguna prueba del matriarcado, sino suposiciones antropológicas, podemos afirmar que, aunque no sabemos si el matriarcado existió, sabemos que ahora no existe.

No existe ni una sola sociedad que conozcamos donde el colectivo femenino tenga el poder de adoptar decisiones sobre los hombres o donde las mujeres marquen las normas de conducta sexual o controlen intercambios matrimoniales. (Gerda Lerner)

Y es que esa es la definición del patriarcado, es una organización social en la que los hombres toman todas las decisiones públicas y privadas, y ejercen dominio sobre la sexualidad y el matrimonio de las mujeres.

Sin embargo, este mito no es algo creado por el feminismo, sino algo que se retomó en el siglo XIX, y posteriormente dentro de los círculos feministas de la Segunda Ola. La única prueba en la que se basan para afirmar que ha existido el matriarcado es una visión primitiva de la femineidad previa a la Grecia clásica que defiende cómo la veneración al icono tipo Diosa Madre da poder y relevancia a la maternidad en estas sociedades y, por tanto, a las mujeres.

En 1972 Gloria Steinem sugirió que previamente el parto y la creación de la vida eran algo místico que otorgaba poder y superioridad a las mujeres, y por tanto el descubrimiento de la paternidad fue el catalizador de la subordinación de la mujer. Lo que no se cuenta es que la importancia de las representaciones de la mujer como una Diosa que tenía poder de creación se vieron relevadas desde la época helénica debido a este descubrimiento, que llevó al ascenso de los Dioses creadores varones.

Cynthia Eller escribió en El mito de la prehistoria matriarcal que esta idea es un mito basado en un supuesto sexista de la biología femenina aplicada a conjeturas antropológicas pseudo-científicas. Lo que quiere decir es que estas suposiciones antropológicas semi-inventadas tienen su base en la idea de que lo más importante, y lo único, que aporta la mujer a una sociedad es la natalidad, su biología, menospreciando la multidimensionalidad de una mitad de la raza humana.

Me atrevo a afirmar que el problema de este mito es que no sabemos que el patriarcado y el matriarcado no son lo mismo, intercambiando los roles de poder. La idea generalizada, y equivocada, es que el  matriarcado es cualquier organización social en la que las mujeres tengan poder sobre algún aspecto de la vida pública.

Pero lo cierto es que no se puede encontrar una conexión entre la estructura de parentesco y la posición social que ocupan las mujeres. Y por qué es importante la organización alrededor del  parentesco, os preguntaréis. Es importante porque el tipo de organización de las sociedades está directamente regido por las relaciones familiares, y del tipo de organización desciende el poder político, especialmente en la época prehistórica.

Todas las suposiciones de antropólogos resulta que no eran matriarcados, sino sociedades matrilocales y matrilineales. En éstas últimas, las familias se continúan por el lado de la madre, por lo que los hombres siguen viviendo en el núcleo familiar de su madre. De esta manera, la herencia se transmite de madre a hija, lxs hijxs pertenecen al grupo de su madre, pero no transmiten relación de parentesco ni herencia con sus respectivxs hijxs. La característica principal de las sociedades matrilocales es que la convivencia post-matrimonial se mantiene en el núcleo familiar de la madre.

También es importante recordar que existen las sociedades patrilineales y patrilocales, ya que, por desgracia, esto no es sólo cosa de mujeres.

Os voy a hablar de tres ejemplos, dos actuales, uno de la América pre-colonial y uno de la época prehistórica, que es de donde proviene este mito.

La sociedad de la que más se ha hablado de la prehistoria refiriéndose a ella como matriarcado es Catal Hüyük, un asentamiento urbano neolítico situado en lo que ahora sería Turquía. James Mellaart, quien dirigió la excavación, llegó a una serie de conclusiones que podrían otorgar a Catal Hüyük carácter matrilocal. Los pobladores de Catal Hüyük enterraban a sus muertos dentro de la aldea, que tendría una media de entre 5.000 y 8.000 habitantes. Tan solo los privilegiados, en su mayor parte mujeres, eran enterrados en las casas y estaban teñidos de rojo, por lo que los antropólogos han concluido que mantenían un alto estatus en esta sociedad. El hecho de que pintaran a las mujeres antes de enterrarlas no significa que fuera un matriarcado.

Museo, estatuilla, prehistoria, Catal Huyuk, Anatolia

Estatuilla representando una Diosa Madre de Catal Hüyük en el Museo de Ankara

Pese al considerable comercio y la elevada especialización no se reconoce una división del trabajo. La mujer era venerada dentro del gran número de lugares de culto dentro de la ciudad, con representaciones llamadas Diosa Madre, generalmente estatuillas y pinturas, que representan la fecundidad de la mujer, sentadas o en el momento del parto. Tampoco esto significa que fuese un matriarcado, significa que se dieron cuenta de que lxs niñxs no los trae la cigüeña.

Uno de los ejemplos actuales de una sociedad matrilineal son los Mosuo, en China, cerca de la frontera con el Tíbet, a las orillas del lago Lugu. Su aislamiento del resto del mundo y la escasez de hombres provocaron que las mujeres tuvieran que proporcionar alimento. Ésta es una de las razones más comunes del desarrollo de sociedades matrilineales, la independencia económica de sociedades cazadoras y recolectoras, por lo que, como dice Gerda Lerner, generalmente en sociedades matrilineales el estatus de los hombres y las mujeres está separado pero es igual.

Flickr, Lago Lugu, China, Mosuo

Lago Lugu, Rhea Lee en Flickr

Sin embargo, que no existan jerarquías de poder por la división del trabajo no significa que sea un matriarcado. Al mismo tiempo, no existe el concepto de matrimonio, es común que tanto los hombres como las mujeres tengan varios amantes; éstas relaciones se llaman matrimonios andantes. Por lo tanto, las familias son muy extensas y las parejas no están ligadas por ningún tipo de relación económica. De esta manera no conviven en la misma casa, los hombres viven siempre en casa de sus madres.

Esto es una sociedad matrilineal, las relaciones de parentesco y la herencia se cercan en el marco de la familia materna. Con todo, incluso en sociedades matrilineales en muchas ocasiones el pariente varón toma las decisiones económicas y familiares. Particularmente, el poder político de los Mosuo está controlado por los hombres.

Iroqués, en Flickr por David Eastis

Los iroquesesnativos norteamericanos, son especialmente famosos entre los antropólogos. Asentadas en los Grandes Lagos, las iroquesas tenían una alto posición en la tribu eligiendo a los nuevos jefes militares. Éste es un ejemplo de matrilocalidad, ya que las familias se asientan en el lado de la madre y lxs hijxs reciben el nombre del clan de la madre. Las mujeres, por mucho prestigio que tuvieran dentro de la tribu, no formaban parte del consejo de ancianos. Aunque tenían un papel central como dueñas de toda la propiedad, y protagonistas de los servicios religiosos, éstas nunca fueron los líderes políticos de la tribu ni tampoco sus jefes.

Por otro lado, Campo Piyapi o Chayahuitas, un pueblo del amazonas peruano, con una población de entre 10.000 y 12.000 habitantes, viven entre el río Marañón al norte, las estribaciones de los Andes al oeste y el río Huallaga. Esta sociedad tiene descendencia bilateral, ya que tanto el padre como la madre tienen el derecho de parentesco y herencia para con sus hijxs.

Además, la sociedad tiene carácter matrilocal, lo que quiere decir que la norma de convivencia post-matrimonial es que la residencia se mantenga con la familia materna. Que las familias vivan con sus abuelas no significa que sea un matriarcado. 

Sabiendo todo esto voy a compartir con vosotros mi “Guía fácil para saber si te están hablando de un matriarcado, o se están colando” en tres pasos:

  1. Pregunta: ¿Las mujeres tienen dominio sobre la sexualidad y el matrimonio de los hombres, y toman todas las decisiones públicas y privadas?
  2. Si la respuesta es no, no es un matriarcado.
  3. Vuelve a repetir el paso nº 1 hasta que se den cuenta de que se están colando, o te la están intentando colar a ti.

Miranda, o cómo los niños pueden conocer a las mujeres relevantes de la historia

(Vaya por delante que trabajo para Edelvives, ¿eh?)

Miranda tiene 8 años. Le gustan las pompas de jabón, el olor de las tardes de lluvia y los pájaros que le caben en la mano pero, sobre todo, le gusta que le cuenten historias y más si son de verdad. Esta niña curiosa y pizpireta es la protagonista de la nueva colección que Edelvives ha lanzado para acercar a los niños las biografías de mujeres relevantes de la historia.

Itziar Miranda, Jorge Miranda y Nacho Rubio son los creadores de esta pequeña que no quiere ser princesa, no viste de rosa, ni canta el “Suéltalo”. Las ilustraciones de Lola Castejón (Thilopia), elegantes y delicadas, nos muestran una cría muy alejada del estilo Disney. Miranda es alta, espigada, lleva trenzas, calcetines de rayas y, sobre todo, tiene ideas propias.

Las recetas de Miranda. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Las recetas de Miranda. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Miranda es lista y centra su atención en mujeres significativas de la historia que conocemos de manera muy superficial. Y es que la historia ha ninguneado a muchas de esas mujeres por el mero hecho de no haber nacido hombres.

La historia ha ninguneado a muchas mujeres por el mero hecho de no haber nacido hombres. Clic para tuitear

Mujeres como Juana la Loca, Frida Khalo o Marie Curie dejaron en el pasado una huella que tendrá peso en el futuro, pero sus hazañas han dejado un poso ligero en nuestras mentes como simples menciones en los libros de historia. ¿Qué sabemos de ellas realmente?

Miranda nos invita a conocer a Juanita, Frida y Marieta (como ella las llama) desde la inocencia de sus 8 años. Con mucho ojo crítico, Miranda analiza los matrimonios concertados en la infancia, los amores obsesivos, los destructivos (esos que parecen amor pero no lo son), la infidelidad, los celos. También da un repaso a la prohibición de acceder a la cultura, la negación del reconocimiento profesional, la asfixia del talento femenino eclipsado por un hombre…

Frida. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Frida. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

¿Habríamos conocido el talento de Frida Khalo si no hubiera dejado atrás a Diego Rivera para volar sola? ¿Qué tal habría gobernado Juana si no la hubieran tildado de loca? ¿Qué habría sido de la humanidad si Marie Curie se hubiera sometido a la prohibición de estudiar de su Polonia natal?

Personalmente, creo que a Frida le habría pasado lo que a las mujeres que rodearon a los Beatles. Me parece aberrante que un país europeo prohibiese estudiar a las mujeres en los albores del siglo XX y creo firmemente que a todo el mundo le importaba un pito si Juana estaba realmente loca porque, en un momento en que Castilla era el mundo y se configuraban los confines de un imperio en el que jamás se pondría el sol, ¿alguien habría dejado gobernar a una mujer? ¡Venga ya!

La colección Miranda es valiosa y valiente. Debe seguir creciendo

Quiero que esta cría contestataria nos cuente las vidas de más mujeres porque ya era hora de poner el foco sobre las artistas, las científicas, las reinas, las políticas… Ya era hora de profundizar en sus vidas. Ya era hora de que los niños las conocieran en la infancia y ya va siendo hora de aumentar el espacio que se les dedica en los libros de arte, ciencia e historia.

Marieta. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Marieta. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Miranda me mola. Por eso he utilizado a mi niño de conejillo de Indias. Le enseñé los libros y los rechazó porque “son para niñas”. Le juré que no y como el enano este se da un aire a Miranda pero sin trenzas, concluyó que yo estaba ciega. ¿Acaso no veía yo esos colores pastel, esas líneas delicadas? “Esto es de niñas y tú no te enteras.”.

Me ha costado que se decidiera a empezar con Marieta pero al enemigo se le vence por cansancio, así que en cuanto le repetí 20 veces a mi futuro CSI que si no llega a ser por Marieta, ahora no existirían las radiografías y los forenses no podrían usar los rayos X para resolver casos, claudicó. Aunque “Los dibujos son de niñas”. Si logro que sepa que Marieta obtuvo 2 Premios Nobel y fue la primera mujer en enseñar en la Sorbona, ya sabrá de ella mucho más que los niños de su edad. Sólo por eso ya vale la pena la pelea.

Eso sí, como tengo enchufe en Edelvives, voy a aprovechar para hacer una pregunta: ¿podemos hacer que estos libros entren también por los ojos de los niños? Es que ese pequeño detalle puede contribuir a derribar muchas barreras desde la más tierna infancia 😉

El fútbol y las mujeres

«- Hola, me llamo Carmen y me gusta el fútbol. – ¡Hola Carmen!»

Así me siento a veces, como si confesar que eres una mujer y te gusta el fútbol te llevara a un grupo de ayuda para recuperar tu feminidad. Pero lo peor no es eso. Eso en realidad, me importa bien poco. Lo peor es luchar contra ese estigma de «las mujeres no entienden el fútbol». Es un deporte, ¡no un problema de astrofísica! Vamos a ver, que alguien me explique cual es la «lógica» que hace que una mujer no entienda las reglas de un deporte y un hombre sí. ¿Cuál es la conexión neuronal que hace que las mujeres entiendan el mecanismo de una lavadora pero no el fútbol? Y viceversa, ¿Cuál es la conexión neuronal que hace que un hombre pueda poner una excusa para no entender el mecanismo de una lavadora?

Hemos hablado sobre este tema del fútbol y las mujeres más de una y dos veces entre las autoras de este blog. Hace unos meses en un programa de televisión, salía una muchacha explicando reglas del fútbol «en lenguaje femenino». Metáforas sobre la cola para pagar en Zara, métodos de cortejo en la discoteca y demás. Pero oye, no te puedes enfadar porque han añadido «en tono de humor», y es que si te enfadas encima eres una loca feminazi que no sabe encajar una broma. No soy capaz de volver a visionar el vídeo porque me cabreé tanto. Tantísimo. Pero os lo dejo aquí para que sepáis de qué hablo.

Buscando este vídeo como «fútbol explicado para mujeres» estas son las perlas que salen en la primera página de youtube.

  • Este vídeo explicando cómo funcionan los mundiales. A priori cuando empiezas a verlo está bien explicado, no hace metáforas con ir de compras, seguro que mucha gente diría ¿no sé qué ves de malo en este vídeo?. «Para mujeres», es el problema. Porque este vídeo está muy bien, pero si fuera simplemente para «novatos», para «inexpertos», para «los que están perdidos porque nunca les ha interesado el fútbol pero quieren entrar en la conversación»… No «para mujeres». Esa condescendencia de «ven bonita, que te vamos a explicar en estos simples vídeos de youtube como funciona esto para que así puedas saber de qué va el rollo».
  • Este vídeo que dice «Guía de Fútbol para mujeres» cuando es la perfecta guía de introducción simple a fútbol… para niños de cinco años.
  • Y estas perlas para ilustrar todo lo contrario. ¡Ay! esos momentos de la vida que un hombre sólo es capaz de entender si se lo explicas con una buena metáfora futbolística.

https://www.youtube.com/watch?v=PAF_RI4SbAE

Sí, sé de fútbol, me gusta. Y sí, es posible que sepa más que tú de fútbol. Probablemente haya visto más partidos de fútbol profesionales, amateur y de niños que tú. Y a todo esto le tienes que quitar los últimos seis años de mi vida en los que me he mudado a un país en el que el fútbol es «soccer» y entre eso y el cambio horario, se hace cuesta arriba seguir el fútbol europeo. Sí, europeo. Cuando tenía menos de diez años mi padre y yo veíamos los partidos de la liga inglesa en Canal Plus y hacíamos apuestas a ver cuántos nombres de estadios ingleses podía recordar – ¡ay, la era pre-internet!

Esto no me hace menos femenina, ni un genio intelectual capaz de entender algún tipo de ciencia complicada para la que hay que estudiar durante años. Dejemos a un lado todos esos prejuicios y, por favor, enseñad a vuestros hijos a seguir el fútbol y a jugar a las casitas por igual, independientemente de si son niños o niñas.

 

De cómo me di cuenta de que el cromosoma XX te impide conducir

Hace un año, mi madre quería ir a Granada. Así que le puse el cinturón, metí a mi hermano también en el coche y los llevé a Granada.
Repito: (YO) los llevé a Granada.
Cuando llegamos salió toda mi familia, que es muy efusiva, a saludarnos con muchos besos, abrazos, y una pregunta. A mi hermano. Resalto la O de hermanO.
– ¿Qué? ¿Has venido conduciendo tú, no?

Mi hermano, que es un ser muy lógico, hace lo mismo que yo. Miramos MI coche (que toda mi familia reconoce como mío), miramos las llaves en mi mano, miramos a mi tío (de cuya boca había salido la pregunta) y decimos, con cara de quédiseloco:
– No.
-Ah, claro, claro.

Y es una tontería, pero de estas tonterías que te dejan pensando. Hasta que (OH!!!) llegué a una conclusión que debe estar escrita por ahí en piedra, junto a los 10 mandamientos:
Según la ley de Dios, vol. 39, se establece que SIEMPRE que haya la opción de que conduzca un hombre en una pareja o conjunto familiar, conducirá el hombre, porque para eso son XY.

Y es que es así. Si una pareja se desplaza, conduce el hombre. Si una familia se desplaza, conduce el padre. Mi padre me ha llegado a pedir las llaves de mi coche cuando hemos ido a hacer un viaje. Y es que para mí, llamadme absurda, o materialista, o lo que sea, pero conduce el dueño del coche. INGENUA DE MÍ.

 

HIMYM - Going to be on lost
http://syriohghar.tumblr.com/post/29773938477/the-best-of-himym-in-my-opinion

Desde entonces he estado consultando, porque yo no soy de lanzar una teoría así sin más sin consultar ni nada.


Bueno, sí lo soy.
Pero esto no era una teoría, era una revelación, así que decidí compartirla (generosa que es una).
Lo que me he encontrado al revelar mi revelación (valga la redundancia) es:
1- Tía, mi padre conduce pero es que a mi madre no le gusta conducir.
2- Es que a mi madre le da miedo conducir.
3- Pues unos amigos que tengo ella conduce donde es más peligroso.
4- Yo no conduzco con mi novio pero porque me grita. Vamos, que es decisión mía.

¿No veis aquí un nexo común? ¿A nadie le parece raro que a las mujeres no les guste conducir o le tengan miedo (que la que conduce donde es más peligroso puede conducir porque le da pánico que lo lleve el novio)?
Igual es porque nuestros padres, o nuestros novios se han adjudicado siempre el papel de instructor. Porque siempre hemos visto que conducía el tío, si iban los dos en el coche. O por lo menos es lo que yo he visto. Excepto en dos ocasiones:
1- En autovía en viajes largos, para que él descanse. Una tía mía creo que se sacó el carnet concretamente para esto. Y no, no es broma.
2- Si se va de fiesta, para que él pueda beber. Que que una mujer beba está más feo, aparte.

Obviamente, hay excepciones, en las que todos pensareis. Yo hablo de una generalización que yo he observado a mi alrededor, de una experiencia en la que tíos con los que he «salido» han sido los conductores y ni hablar de ir en mi coche, del comentario típico de «mujer tenía que ser» y todo eso, que parece que una mujer sólo debe acercarse a un coche para hacer esto:

Chica en Bikini Lavando Coche
http://nimphie.blogspot.com.es/2013/01/el-automovil-como-simbolo-sexual.html

Eso sí, con poca ropa, que si no se mancha.

Perdóname por ser varón heterosexual

Hablé en otro post de la inquietante ola de odio al feminismo que asola nuestra sociedad y que es firmemente sostenida por una mayoría de hombres y alguna mujer despistada. Quiero hablaros hoy de los argumentos que suelen salir en las conversaciones en que una feminista se encuentra con un hater. Probablemente os suenen porque, todo sea dicho, además de poco convincentes son bastante poco originales.

Llamarte feminazi o hembrista: Entiéndelo, tienen que intentarlo. Con estos términos te desacreditan como interlocutora y niegan tu autoridad para debatir sobre el tema. Al fin y al cabo, no eres más que una radical con la que no se puede razonar. Pero adivina qué: ni el feminazismo ni el hembrismo existen. Ni en la RAE ni en la vida real. Que sí, que habrá alguna persona en el universo que quiera darle la vuelta a la tortilla y someter a los hombres o agarrar un cuchillo y…el resto os lo podéis imaginar. Pero ni se trata de una mayoría sustancial, ni conforman un movimiento real, ni pertenecemos a él todas las personas que nos identificamos con los feminismos.

El feminazismo y el hembrismo existen en tanto que amenaza imaginada por los hombres, que temen que años de sometimiento de las mujeres por parte del colectivo masculino acabe en una rebelión de éstas contra ellos. Es decir, existe en tanto que paranoia. Creednos, tenemos cosas más importantes que hacer. Queremos poder vivir nuestra vida plenamente y sin miedo. Con muchos de vosotros a nuestro lado, si es lo que decidimos. Y lo que es más, nuestra lucha va a liberaros a vosotros de la imposición de roles e identidades que también os perjudican. Si nosotras podemos librarnos de nuestros miedos, vosotros también.

El argumento del “flaco favor le haces al feminismo”: sabemos que históricamente habéis llevado la voz cantante en política, historia, filosofía, arte, sociología más recientemente, y un largo etcétera. Nuestra incorporación a la educación y los movimientos sociopolíticos puede ser reciente, pero es firme. Lo de que a los hombres se les asocie la inteligencia y a las mujeres la belleza está superado. No creáis que nos podéis dar lecciones también en esto. No sabéis lo que es bueno para el feminismo mejor que nosotras (al menos, no por definición). La mayor parte de las veces que he oído este argumento hacía referencia a algún chiste o slogan tipo “machete al machote” o “ante la duda, tú la viuda” que había sido sacado de quicio, de contexto o exagerado. En cualquier caso, si ante la extensión y buenas prácticas del feminismo tu único recurso es atacar un meme, vamos bien.

Imagen de Memes Feministas

Imagen de Memes Feministas

El argumento de “perdóname por ser varón heterosexual” o argumento “pasivo-agresivo”: pues mira, no, no te perdono. No puedes elegir con qué privilegios naces, pero sí de qué privilegios detentas…y ostentas. Cuando dices algo así estás mostrando que no crees que tengas un privilegio por haber nacido hombre, cuando sí lo tienes. Si, por el contrario, lo reconoces y haces algo por cambiarlo, entonces no se te puede reprochar nada porque, efectivamente, uno no elige cómo nace. Reconocer tus propias cadenas es lo que te permite acabar con ellas.El argumento de “imagínate eso al revés”: podemos volver al ejemplo anterior del “ante la duda, tú la viuda”. –Es que imagínate que eso lo dijéramos de las mujeres. A ver cómo te lo explico…Es que eso YA pasa. Nos asesinan diariamente, nos violan, nos vejan, nos insultan, nos lanzan “piropos”…No necesitamos imaginar estúpidos memes porque es nuestra realidad diaria.

El argumento del “yo no soy machista”: puede no parecer un argumento de tipo odio-al-feminismo, pero lo es en un sentido muy radical, porque da a entender que el feminismo no es tan importante como parece, ya que “la gente normal” como él no es machista. Sería, por tanto, cosa de otros, de un grupo reducido y a-normal. Exime, además, de responsabilidad a quien esgrime este argumento. La triste realidad es que el machismo está extendido y normalizado hasta tal punto que todo el mundo tiene interiorizados conductas y actitudes machistas y el machismo penetra todas las esferas de la vida.

Imagen de Memes Feministas

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Si te topas con alguno de estos argumentos…suerte. Quienes se escudan tras ellos no suelen estar dispuestos a debatir, escuchar ni tratar de entender. Pero, en fin, que no se diga que no lo intentaste.El argumento del “pero también los hombres son asesinados”: nadie lo niega. Y, aunque podría enfatizar que las mujeres asesinadas son muchísimas más, me parece que la cuestión cuantitativa es secundaria con respecto a otra: creo que esos casos (haciendo referencia a los que son perpetrados por mujeres y no en defensa propia) son también consecuencia del sistema machista y patriarcal en el que nos hallamos inmersos, esta vez en sentido contrario.

Nota: Podéis leer más sobre el tema en Falacias ‘ab machismum’ volumen I y volumen II, de Barbijaputa.

El odio al feminismo

Me recuerdo, no sin vergüenza y hasta un poquito de grima, diciendo hace unos años que el feminismo me parecía una lucha muy legítima e importante, pero que no me identificaba con esa etiqueta. Hoy digo abiertamente y con orgullo que sí, que por supuesto, que soy FEMINISTA. Subrayo lo del orgullo porque este movimiento está siendo frankensteinizado, y ser feminista parece querer decir ser una suerte de monstruo que quiere cortar el pene a todos los hombres, robarles sus derechos y someterles.

En este texto, quiero tratar de buscar las razones para este odio al feminismo; me resulta llamativo, porque creo que muy poca gente sería capaz de decir abiertamente que no está de acuerdo con los valores que el feminismo defiende (aunque siempre hay alguien dispuesto a decir que ya hemos alcanzado la igualdad) y sin embargo hay mucha gente que dedica tiempo a criticar el feminismo. No es que no se impliquen en el movimiento feminista, no: es que emplean horas de su tiempo en atacarlo. ¿Por qué este odio? ¿Por qué este esfuerzo en criticar un movimiento que busca acabar con el machismo, con los ataques e injusticias hacia la mujer, con la violencia y los asesinatos o con la imposición de roles dañinos? ¿Por qué, en definitiva, ese odio a una palabra?

Creo encontrar pistas para responder en Una habitación propia. La obra me trajo esa sensación de déjà vu típica de los escritos de hace décadas que están hoy de rabiosa actualidad. Siendo sincera con una misma, la sorpresa viene más por ese optimismo militante de no poder creer que haya tantos paralelismos entre la sociedad descrita en un libro de hace casi 100 años (1929) y las actuales que porque realmente haya algo de lo que sorprenderse. Porque, al fin, ¿quién dijo progreso?

Porque aquí nos acercamos de nuevo a este interesante y oscuro complejo masculino que ha tenido tanta influencia sobre el movimiento feminista; este deseo profundamente arraigado en el hombre no tanto de que ella sea inferior, sino más bien de ser él superior, este complejo que no sólo le coloca, mire uno por donde mire, a la cabeza de las artes, sino que le hace interceptar también el camino de la política, incluso cuando el riesgo que corre es infinitesimal y la peticionaria humilde y fiel. […] La historia de la oposición de los hombres a la emancipación de las mujeres es más interesante quizá que el relato de la emancipación misma. (P.40)

¿Será esto verdad? ¿Tendrán los hombres miedo de perder su posición privilegiada, su poder? ¿Miedo de encontrarse con mujeres en puestos de mayor responsabilidad, de tener jefas? ¿Miedo, quizás, de que cuando nuestras posibilidades de acceder puestos en empresas o en política se igualen, se elija a una mujer antes que a ellos?

El hecho de que, hasta hace muy poco, los hombres hayan sido mayoritariamente quienes proveen y las mujeres quienes trabajan en casa va ligado a una educación y una asignación de roles que los hombres, como las mujeres, llevan interiorizados. Apuesto a que el choque de una realidad social cambiante con estos roles está llevando a una crisis (no necesariamente consciente) de la identidad masculina que puede conducir a la percepción del feminismo como una amenaza. También desde la quiebra de la identidad femenina. Este momento de crisis no es necesariamente negativo (aunque lo sea, y mucho, a corto plazo, generando no sólo odio hacia el feminismo sino también hacia las mujeres). Puede ser también un momento para redefinir roles e identidades.

Para mí, si crees que las mujeres merecen tener las mismas oportunidades y derechos que los hombres, eres feminista. Si crees que los hombres no deberían tener privilegios sobre las mujeres, eres feminista. Si crees que debemos acabar con una cultura que hace que cientos de mujeres mueran a manos de sus parejas cada año, eres feminista. Si crees que el horror de las violaciones y las agresiones físicas y verbales debe ser cortado de raíz, eres feminista. Podríamos seguir, pero para muestra un botón. Parece que cualquiera debería estar de acuerdo con estas ideas, ¿no? No parece descabellado, ni radical ni mucho menos una señal de las aspiraciones secretas de las mujeres que buscan en el fondo someter a los hombres. Sin embargo, oyendo a muchos hablar parece que sí.

Una vez que una/o se reconoce a sí misma/o en el feminismo, creo que no le queda otra opción, moralmente hablando, que combatir el machismo. Esta lucha puede adoptar múltiples formas. Creo que el cambio, que la desaparición de la cultura del machismo, se puede dar (entre otras cosas) a partir de una paulatina reconfiguración de las relaciones entre las personas. Por ejemplo, haciendo ver a tus compañeros de trabajo o amigos que un comentario que han hecho es ofensivo. No permitiendo que te sujeten la puerta a ti, mujer, porque jamás les has visto sujetar la puerta para un hombre. Haciendo un reparto igualitario de las tareas con tu pareja. No dejando que la cultura del “rosa para niñas, azul para niños” te condicione a la hora de educar a tus hijos.

Imagen via RedBubble

Por supuesto, otros cambios deben ser de carácter legal, o requieren de una lucha colectiva. También te animo a unirte a alguno de los movimientos que luchan por realizar cambios a un nivel más amplio. Pero no hay que restar importancia a la lucha diaria, a las microacciones que todas y todos podemos realizar, ya que el sostén último del machismo son los dispositivos que llevamos incorporados, que están invisibilizados y que operan en el día a día.Existen también multitud de grupos de apoyo y de cuidados que creo que son fundamentales para hacer frente a nuestro día a día como mujeres, un día a día que es de lucha constante y que, incluso cuando no nos damos cuenta de ello, supone un desgaste emocional muy grande.

En definitiva, organízate, lucha…y cuídate y deja que te cuiden.

Nosotras también nos corremos

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Imagen de Stephanie Wilson via Twitter

Nada de fisting (!), penetración con objetos (!!), facesitting (!!!) y nada de eyaculación femenina (!!!!!!!!!). El pasado mes de diciembre, el parlamento británico decidía qué prácticas podrían exhibirse en la pornografía producida en el país y, por tanto, qué comportamientos sexuales dejarían de ser aceptables. Debates sobre la censura aparte, el listado no puede ser más arbitrario y sexista: las actrices seguirán chupándosela al actor de turno, pero no las veremos sentarse sobre su cara. Se prohíben así los actos sexuales de mayor empoderamiento de la mujer en su rol sexual intencionalmente activo.

Sobra decir que ni existe un sólo tipo de pornografía ni soy yo una experta en la materia. Mi perspectiva es la de la consumidora a la que le gustaría ver en pantalla tantas representaciones visuales del sexo como tipos de personas y de placeres consensuados existan. Sin mecanizar y sin estereotipar. Soy un animal sexual y por lo tanto grito, sudo, me muevo, me retuerzo y me corro. Aunque de esto último no siempre tengamos indicios en las películas.Que la educación sexual no sea precisamente el campo de actuación de la pornografía no es excusa para obviar el impacto que tiene en nuestras ideas acerca de qué es o qué puede dejar de ser el sexo. Todas las creencias aprendidas desde la cultura influyen en mayor o menor medida en nuestra vivencia de la sexualidad: lo que no está contemplado culturalmente es raro, problemático o incorrecto. El porno fomenta nuestras fantasías eróticas, pero también condiciona y normaliza las conductas sexuales. Al igual que ocurre con el amor y las relaciones sentimentales, nuestro primer acercamiento al sexo suele venir del ámbito de la ficción, más aún desde la comodidad que nos proporciona internet. La pornografía convencional vendría a ser una especie de manual de sexología que nos muestra con quién debemos follar, de qué manera, con qué partes del cuerpo y en qué orden. Por supuesto, no hay nada negativo en inspirarse en ciertas posturas o comportamientos, pero el riesgo de culpabilidad si no nos sentimos atraídos por lo que se nos muestra en pantalla es importante.

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Fue precisamente la industria pornográfica la que popularizó el squirting y lo convirtió en un género más dentro de la producción fílmica. Pero nuestros fluidos, al igual que nuestros rostros y nuestros pechos, no escapan al escrutinio público. Siempre ha existido cierto empeño en comprobar si nuestra eyaculación es en realidad orina, en un intento de categorizarla como disfunción típicamente femenina. Algo que, seguramente, habrá llevado a muchas mujeres a inhibir dicho proceso natural (culpabilizar el placer, o que no decaigan las tradiciones). Algunas voces señalan que reducir a orina las manifestaciones físicas del orgasmo femenino resta importancia a la consecución del placer de la mujer durante el coito. Otras defienden justo lo contrario: hablar de algo más que pis, así como el squirting en sí mismo, vendría a perpetuar ciertas fantasías masculinas.

El squirting es un acto político contra la represión a expresar libremente el placer y no sólo el placer sino todas aquellas formas de exceso prohibidas a las bio-mujeres y a todas las personas por un sistema que nos quiere a todos implosivos. El squirting es un acto político contra el miedo a explotar, contra el miedo a sentir la intensidad de la vida, del sexo en cuanto acción, como estrategia de superación del miedo a morir. ¡Si antes tenía un coño ahora tengo un cohete que dispara chispas al correrse!
Del blog ideadestroyingmuros (Venecia, 2005)

Sea como fuera, lo que sí parece incuestionable es que prácticamente todo lo relacionado con el placer femenino desvinculado de su función reproductiva se ha mantenido oculto. Y este sería sólo uno de los motivos por los que deberíamos visibilizar las diferentes opciones de la sexualidad femenina, en especial aquellas prácticas casi rituales asignadas exclusivamente al hombre. Pero no estoy hablando de extremos: algo tan aparentemente simple como un «qué extraño me parece que te guste X siendo mujer» es tan enervante como cualquier otra manifestación de sexismo más evidente (por muy buenas intenciones que tenga nuestro interlocutor).

Por lo tanto, no considero que la solución resida en rechazar la pornografía. Sin entrar en consideraciones sobre el llamado porno feminista, me resulta igual o incluso más discriminatorio asumir que las cintas que más excitarán a las mujeres serán aquellas en las que predominen los besos y caricias, la delicadeza y el romanticismo. Quizá sea una opinión un tanto extrema, pero no estamos demasiado lejos aquí de la idea de mujer como ‘sujeto asexual’ aparentemente incapaz de disfrutar con su cuerpo, de elegir sus propias narrativas, descubrir, experimentar y, en definitiva, actuar en consecuencia con su deseo.

La prohibición de la eyaculación femenina es completamente sexista, pero no sólo nos concierne a las mujeres. No quiero vivir en un mundo en el que los hombres consideren que una mujer que se corre de la forma que más placer le produce es una mujer que debería avergonzarse de sus actos. No quiero que nadie se sorprenda si me gusta que se corran en mi cara. ¿Debería sentirme culpable porque en pantalla se muestra únicamente como acto de humillación? ¿Qué posibilidades hay de pedir prácticas como esta de forma natural?

Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997)

Las instituciones de poder, político o religioso, insisten en regular el porno porque entienden la dimensión de nuestra sexualidad como motor desestabilizador del binomio hombre/mujer. No dispuestas a consentir un posible cambio en el modelo de representación de la interacción sexual, lo combaten censurando los lenguajes mediáticos, aquellos que con mayor facilidad pueden transformar y modificar nuestras perspectivas. Controlar la pornografía es eficaz porque conecta con la parte más visceral de lo que significa ser humano: todos tenemos una sexualidad aunque no tengamos encuentros sexuales.

Legislaciones como la que tratamos aquí nos hacen retroceder en cuestiones de igualdad de género y perpetúan el rol de la mujer como simple objeto invisible subordinado al placer masculino. Más allá del porno, entendemos que la sexualidad es algo privado. Sin embargo, la eyaculación masculina es completamente pública: el hombre se libera y ocupa un espacio; todo lo contrario ocurre con el orgasmo femenino, que debe ser limpio, aséptico, transparente. La representación desigual no sólo de las fantasías, sino de las acciones más esencialmente biológicas, responde a la realidad sexual en la que vivimos: si hombres y mujeres no tenemos las mismas condiciones en la sociedad, ¿es plausible que alcancemos las mismas condiciones en el porno?

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Imagen original publicada en Vice

Me gustaría pensar que sí. Que la pornografía, ambivalente como la sexualidad misma, puede ser transgresora además de alienante. Y más aún me gustaría pensar que la visibilidad de un porno sin mecanizar, libre de los roles misóginos de la representación hegemónica, podría llegar a filtrarse en nuestros comportamientos sociales. Un porno donde, por ejemplo, el anal se mostrara como una práctica satisfactoria para ambos sexos y no sólo como un instrumento para excitar al varón heterosexual. Mientras tanto, educación, educación y más educación en todos los campos de batalla donde nos toque luchar.

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