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Nosotras también nos corremos

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Imagen de Stephanie Wilson via Twitter

Nada de fisting (!), penetración con objetos (!!), facesitting (!!!) y nada de eyaculación femenina (!!!!!!!!!). El pasado mes de diciembre, el parlamento británico decidía qué prácticas podrían exhibirse en la pornografía producida en el país y, por tanto, qué comportamientos sexuales dejarían de ser aceptables. Debates sobre la censura aparte, el listado no puede ser más arbitrario y sexista: las actrices seguirán chupándosela al actor de turno, pero no las veremos sentarse sobre su cara. Se prohíben así los actos sexuales de mayor empoderamiento de la mujer en su rol sexual intencionalmente activo.

Sobra decir que ni existe un sólo tipo de pornografía ni soy yo una experta en la materia. Mi perspectiva es la de la consumidora a la que le gustaría ver en pantalla tantas representaciones visuales del sexo como tipos de personas y de placeres consensuados existan. Sin mecanizar y sin estereotipar. Soy un animal sexual y por lo tanto grito, sudo, me muevo, me retuerzo y me corro. Aunque de esto último no siempre tengamos indicios en las películas.Que la educación sexual no sea precisamente el campo de actuación de la pornografía no es excusa para obviar el impacto que tiene en nuestras ideas acerca de qué es o qué puede dejar de ser el sexo. Todas las creencias aprendidas desde la cultura influyen en mayor o menor medida en nuestra vivencia de la sexualidad: lo que no está contemplado culturalmente es raro, problemático o incorrecto. El porno fomenta nuestras fantasías eróticas, pero también condiciona y normaliza las conductas sexuales. Al igual que ocurre con el amor y las relaciones sentimentales, nuestro primer acercamiento al sexo suele venir del ámbito de la ficción, más aún desde la comodidad que nos proporciona internet. La pornografía convencional vendría a ser una especie de manual de sexología que nos muestra con quién debemos follar, de qué manera, con qué partes del cuerpo y en qué orden. Por supuesto, no hay nada negativo en inspirarse en ciertas posturas o comportamientos, pero el riesgo de culpabilidad si no nos sentimos atraídos por lo que se nos muestra en pantalla es importante.

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Fue precisamente la industria pornográfica la que popularizó el squirting y lo convirtió en un género más dentro de la producción fílmica. Pero nuestros fluidos, al igual que nuestros rostros y nuestros pechos, no escapan al escrutinio público. Siempre ha existido cierto empeño en comprobar si nuestra eyaculación es en realidad orina, en un intento de categorizarla como disfunción típicamente femenina. Algo que, seguramente, habrá llevado a muchas mujeres a inhibir dicho proceso natural (culpabilizar el placer, o que no decaigan las tradiciones). Algunas voces señalan que reducir a orina las manifestaciones físicas del orgasmo femenino resta importancia a la consecución del placer de la mujer durante el coito. Otras defienden justo lo contrario: hablar de algo más que pis, así como el squirting en sí mismo, vendría a perpetuar ciertas fantasías masculinas.

El squirting es un acto político contra la represión a expresar libremente el placer y no sólo el placer sino todas aquellas formas de exceso prohibidas a las bio-mujeres y a todas las personas por un sistema que nos quiere a todos implosivos. El squirting es un acto político contra el miedo a explotar, contra el miedo a sentir la intensidad de la vida, del sexo en cuanto acción, como estrategia de superación del miedo a morir. ¡Si antes tenía un coño ahora tengo un cohete que dispara chispas al correrse!
Del blog ideadestroyingmuros (Venecia, 2005)

Sea como fuera, lo que sí parece incuestionable es que prácticamente todo lo relacionado con el placer femenino desvinculado de su función reproductiva se ha mantenido oculto. Y este sería sólo uno de los motivos por los que deberíamos visibilizar las diferentes opciones de la sexualidad femenina, en especial aquellas prácticas casi rituales asignadas exclusivamente al hombre. Pero no estoy hablando de extremos: algo tan aparentemente simple como un «qué extraño me parece que te guste X siendo mujer» es tan enervante como cualquier otra manifestación de sexismo más evidente (por muy buenas intenciones que tenga nuestro interlocutor).

Por lo tanto, no considero que la solución resida en rechazar la pornografía. Sin entrar en consideraciones sobre el llamado porno feminista, me resulta igual o incluso más discriminatorio asumir que las cintas que más excitarán a las mujeres serán aquellas en las que predominen los besos y caricias, la delicadeza y el romanticismo. Quizá sea una opinión un tanto extrema, pero no estamos demasiado lejos aquí de la idea de mujer como ‘sujeto asexual’ aparentemente incapaz de disfrutar con su cuerpo, de elegir sus propias narrativas, descubrir, experimentar y, en definitiva, actuar en consecuencia con su deseo.

La prohibición de la eyaculación femenina es completamente sexista, pero no sólo nos concierne a las mujeres. No quiero vivir en un mundo en el que los hombres consideren que una mujer que se corre de la forma que más placer le produce es una mujer que debería avergonzarse de sus actos. No quiero que nadie se sorprenda si me gusta que se corran en mi cara. ¿Debería sentirme culpable porque en pantalla se muestra únicamente como acto de humillación? ¿Qué posibilidades hay de pedir prácticas como esta de forma natural?

Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997)

Las instituciones de poder, político o religioso, insisten en regular el porno porque entienden la dimensión de nuestra sexualidad como motor desestabilizador del binomio hombre/mujer. No dispuestas a consentir un posible cambio en el modelo de representación de la interacción sexual, lo combaten censurando los lenguajes mediáticos, aquellos que con mayor facilidad pueden transformar y modificar nuestras perspectivas. Controlar la pornografía es eficaz porque conecta con la parte más visceral de lo que significa ser humano: todos tenemos una sexualidad aunque no tengamos encuentros sexuales.

Legislaciones como la que tratamos aquí nos hacen retroceder en cuestiones de igualdad de género y perpetúan el rol de la mujer como simple objeto invisible subordinado al placer masculino. Más allá del porno, entendemos que la sexualidad es algo privado. Sin embargo, la eyaculación masculina es completamente pública: el hombre se libera y ocupa un espacio; todo lo contrario ocurre con el orgasmo femenino, que debe ser limpio, aséptico, transparente. La representación desigual no sólo de las fantasías, sino de las acciones más esencialmente biológicas, responde a la realidad sexual en la que vivimos: si hombres y mujeres no tenemos las mismas condiciones en la sociedad, ¿es plausible que alcancemos las mismas condiciones en el porno?

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Imagen original publicada en Vice

Me gustaría pensar que sí. Que la pornografía, ambivalente como la sexualidad misma, puede ser transgresora además de alienante. Y más aún me gustaría pensar que la visibilidad de un porno sin mecanizar, libre de los roles misóginos de la representación hegemónica, podría llegar a filtrarse en nuestros comportamientos sociales. Un porno donde, por ejemplo, el anal se mostrara como una práctica satisfactoria para ambos sexos y no sólo como un instrumento para excitar al varón heterosexual. Mientras tanto, educación, educación y más educación en todos los campos de batalla donde nos toque luchar.

¿Tan asumida tenemos la «cultura de la culpabilidad femenina»? El caso «Nosotras»

Hace unos días nos topamos con un ejemplo de más de lo que podríamos denominar “cultura de la culpabilidad femenina”. Lo más sorprendente del caso es que no encontramos este ejemplo por parte de alguna publicación tirando a la derecha o desde sectores que pudiéramos calificar como “machistas”… No, lo encontramos en un medio femenino.

La revista online ‘Nosotras’, que presume de ser un medio escrito por y para mujeres, se hacía eco de una “encuesta” en la que los hombres confesaban “qué comportamientos femeninos les llevaban a ser infieles”. Sí, como lo leen.

Tenemos que decir que el artículo en cuestión ya no puede leerse en el medio puesto que ha sido borrado, a petición de un grupo de usuarias que, escandalizadas, nos pusimos en contacto con el/la Community Manager del medio para denunciar el contenido y pedir su retirada. Gesto que les honra. No entraremos en este post en cuestiones de Gestión de Comunidad, que por muy analizable que sea – por ser un mal ejemplo – no es la temática de este blog. Pero hay que dejar claro desde el primer momento que nos costó lo nuestro que el artículo de marras fuese retirado. Más allá de que nos encontrásemos ante un tipo de empresa a la que es posible que le cueste borrar su contenido o rectificar,  nos llevó nuestro tiempo e insistencia que el artículo fuese retirado. Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Por qué nos costó tanto?

Pues simplemente –en la humilde opinión de la autora de este post – porque los encargados de esta publicación no comprendían los motivos de nuestra indignación. Y de ahí que creamos que sea necesario este post.

El artículo en cuestión es este. Del que, evidentemente, hicimos captura de pantalla para poder denunciarlo, pasara lo que pasara.

Articulo Nosotras infidelidad

No hay por dónde cogerlo. Más allá de que la encuesta refleje o no el sentir real del sector masculino, cosa que dudo, el artículo destila una perspectiva rancia, anticuada y que, de forma deliberada o no, acepta y valida la idea de que las mujeres tienen la culpa con sus actitudes de que los hombres les sean infieles. Una vuelta más de tuerca a la “cultura de la culpabilidad femenina” que sigue presente en nuestra sociedad. Recoger en un medio femenino una encuesta en la que podemos leer que los hombres son infieles porque las mujeres tienen la culpa, y que los motivos de un hombre para ser infiel a su pareja femenina son perlas como “sus cambios de humor por el síndrome premenstrual son horribles”, “tiene poco apetito sexual” o “limitando mi libertad” no hace sino validar determinados estereotipos sobre la menstruación (tema que da para varios posts), el deseo sexual femenino (otro tema para tomos) y el papel de las mujeres en las relaciones. En determinado momento el/la Community Manager de “Nosotras” nos quiso convencer de que el motivo de compartir la encuesta era, precisamente, “denunciarla”, pero llegar hasta ese punto nos había costado dejar varios comentarios.

Evidentemente, la motivación que llevó al/a la redactor/a a escribir este artículo no fue en ningún momento la denuncia de esta clase de encuestas, puesto que en los últimos párrafos podemos leer: ¿Qué os parecen estos motivos? (Con esta frase ya se está asumiendo que los hombres tienen que tener un motivo para ser infieles) ¿Los comprendéis u os parecen tonterías con fácil solución? (…) son totalmente evitables si las cosas se hablan” y el remate final: “Además, el primer motivo por el que son infieles los hombres es porque, en ocasiones, las mujeres no quieren tener sexo. Este hecho demuestra la gran importancia que dan los hombres a las relaciones sexuales (…)” Por favor, si alguien ha captado el tono de denuncia en estos dos párrafos, que me lo explique, porque yo no lo veo. Desde luego, si la intención era la denuncia, se trata de un artículo fallido. Al leerlos tuve la sensación de estar leyendo una publicación propia de la Sección Femenina, de los Cuadernos “para mujeres casadas” o cualquier otro tipo de publicación femenina de hace –eeeh- más de 60 años. El artículo valida varias ideas, a mi parecer:

  • Recuerda que los hombres necesitan sexo, si tú no se lo das, lo buscarán en otro sitio. (¿Hola? ¿Y a una mujer no podría pasarle lo mismo? ¿Nosotras no necesitamos sexo?)
  • Derivado de esa afirmación anterior, que las mujeres necesitamos menos sexo que los hombres. (Bienvenidos a 1952)
  • Una infidelidad masculina es “una tontería”, tú como mujer debes “evitarla”, “hablando las cosas” (… bienvenidos de nuevo a 1952, o al consultorio de Elena Francis)
  • Tu síndrome premenstrual es algo de lo que avergonzarse. Ya puedes estar retorciéndote de dolor, no te quejes, o impulsarás a tu pareja a serte infiel. (Eleeeenaaaa Fraaanciisss)
  • Los hombres necesitan libertad. Si haces demandas propias del vínculo que se supone que ambos habéis aceptado, cuidado con cómo las realizas, puedes estar impulsándole a ser infiel. (Fraaaanciiisss Fraaanciiisss)

En definitiva: este artículo no hace sino validar ciertos estereotipos que creíamos de la época de nuestras abuelas sobre la sexualidad femenina y masculina y el papel de la mujer en las relaciones. El título ya es de traca. Pero lo que más me entristece es que una publicación femenina haya caído en una generalización: mujeres contra hombres, hombres contra mujeres, de nuevo. La infidelidad, según este artículo, no es una cuestión de carácter, sino de género. Y es justificable para los hombres, porque tienen más apetito sexual. Y por supuesto… porque las mujeres tenemos actitudes tan irritantes que provocan a los hombres ser infieles. Y con este artículo, “Nosotras” se cargó todo un siglo de avances en derechos de la mujer. Y la pregunta que no se me va de la cabeza desde que emprendimos nuestra “particular cruzada” contra este artículo es: ¿tan asumida tenemos la “cultura de la culpabilidad femenina” que una publicación dirigida precisamente a mujeres no puede entender que no debe recoger tales encuestas? ¿Tan asumida tenemos esta “cultura de la culpabilidad femenina” que un/a lumbreras de un portal de citas ve necesario hacer tal clase de encuestas? ¿De verdad aún este juego sigue siendo una lucha de géneros?

Y al estilo de “Nosotras”, cerraré este artículo con un: “¿qué pensáis al respecto? ¿Os parece “la cultura de la culpabilidad femenina”… “una tontería con fácil solución”? 

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