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María (y casi todas): sobre «María (y los demás)», de Nely Reguera

(Atención lector/a, este post contiene SPOILERS de la película).

María podríamos ser todas en algún momento de nuestras vidas. Y los demás son aquellas personas que están alrededor: la familia, los amigos, los compañeros o los conocidos con los que se comparten los días. Personas que, aunque físicamente estén cerca, no siempre pueden entenderla.

Cartel promocional de la película "María (y los demás)"

Cartel de la película «María (y los demás)»

Los demás quieren que María les escuche. Pero ella siente que su momento nunca termina de llegar. María ha cuidado de su padre enfermo durante meses, o quizás puede que haya sido más tiempo. Desde que tenía quince años, exactamente, que es cuando murió su madre. Y es que ella tiene dos hermanos que a veces le dicen que la quieren efusivamente y que le cantan el Como yo te amo de Rocío Jurado, pero que se desentienden cuando se trata de compartir tareas y cuidados o la llaman histérica cuando se le ocurre protestar, que no creen en sus capacidades lo más mínimo, a pesar de que lo hace casi todo.

Ahora su padre se ha recuperado y va a casarse con Cachita, su enfermera. Y María no puede tener sororidad hacia Cachita porque ella no la tiene hacia María.

Tampoco María puede conectar con sus amigas cuando le hablan de lo bueno de la vida, de todas esas cosas que ella no tiene. O con la joven y exitosa escritora que presenta su nueva novela en la editorial en la que ella trabaja. En esos casos, María siente una profunda rabia.

María es estricta consigo misma, pero deja los zapatos tirados por la habitación y las carpetas desperdigadas por el escritorio del ordenador. Y con la cabeza desorganizada, durante las noches, busca un final para la novela que no consigue acabar.

Imagen en la que la protagonista de la película, María, escribe su novela

María tratando de acabar su novela

María tiene un amante que es un capullo, que no la valora, que exige demasiado mientras se desentiende de casi todo, que desaparece cuando le da la gana y que la manipula sentimentalmente. Un amante que solo la llama para tener sexo. Siempre el tipo de sexo que él quiere tener. Y ni hablar de lo que María quiere o le apetece o siente. Ella se pone feliz cuando recibe un poco de atención de este amante. Cuando, después de horas esperando, le contesta un WhatsApp. Entonces tararea canciones y sonríe durante el resto del día. Porque sabe que, aunque esté fastidiada, estando con él se aferra a lo que las normas sociales marcan para una chica de su edad. Por eso, cuando su familia le pregunta con quién va a ir a la boda de su padre, ella dice que con su novio.

Y es que a María, al igual que a Amélie Poulain, se le escapan las oportunidades por no enfrentarse a la realidad y perderse en el artificio. Se le escapa la novela, se le escapa la felicidad, se le escapan los treinta y cinco y la fuerza para mandar a paseo a los hombres egoístas que hay a su alrededor. Hasta ella parece querer escaparse de su propia vida cuando la vemos correr por la calle de un lugar a otro en algunas escenas.

Y yo, que llego cerca de un año tarde a esta película, tengo que agradecerle a Nely Reguera que haya dirigido un largometraje tan cuajado de detalles y matices como María (y los demás). Porque no está de más que nos recuerden que la realidad no se compone por personas esencial y arquetípicamente malas o buenas: todos oscilamos entre una amplia gama de grises. Como María, que se sorprende a sí misma observando impasible cómo Cachita se ahoga en el mar justo antes de tirarse a por ella al agua.

Hacen mucha falta películas que pongan bajo el microscopio las historias que narran. Que hablen de que perderse es normal, que nos muestren a mujeres que tienen dificultades, que están en encrucijadas, que pelean y que todos los días se atreven, a pesar de los demás, a pesar del contexto que las acompaña. Estas historias son más importantes, interesantes y necesarias de lo que solemos pensar.

En qué se parecen Ryan Gosling y Álvaro Reyes

Hace unas semanas el «maestro de la seducción» Álvaro Reyes salta otra vez a la palestra; en este caso por el escrache feminista que se ha encontrado en su última llegada a Barcelona; una acción de autodefensa, teniendo en cuenta que estaba en un lugar público rodeado de una serie de discípulos a los que enseña a acosar a mujeres. Lo sorprendente no es este episodio; lo sorprendente es que este tipo y sus congéneres puedan seguir haciendo de eso que llaman «la seducción científica» y que no es más que el acoso sexual sistematizado reconvertido en un programa de coaching su modo de vida. Digo «sorprendente», pero es falso: no me sorprende para nada si consideramos el imaginario al que estos hombres están sometidos.

Y es que no hay ninguna diferencia entre «alvarodaygame» y todos los personajes de Ryan Gosling, salvo, quizás, que la mayoría de la gente encuentra a Gosling atractivo (diferencia, por otra parte, muy relevante, en tanto que hablamos precisamente de un hombre que enseña a «saltarse» las reticencias de las mujeres que no quieren tener sexo con él. Es muy posible que el hecho de que a mí me dé un poco de repelús a nivel físico sea lo único que hace que a mis ojos películas como El diario de Noa, Blue Valentine o Crazy, Stupid, Love no sean más que un alegato romántico a favor del acoso sexual.

Todas ellas se desarrollan bajo el mismo esquema: Gosling aparece, ve a la chica, decide que va a acostarse/casarse /tener hijos con ella, y a partir de ahí durante todo el primer acto se dedica a enfrentarse a sus múltiples negativas de forma más o menos espectacular o más o menos grimosa: desde el «romántico» salto a la noria de El diario de Noa al repugnante movimiento a lo American Psycho de Crazy, Stupid, Love. El problema de El diario de Noa no es la idea del alma gemela o el discurso-sueño americano de que el amor no entiende de clases (en el que mejor que no entre); igual que en Blue Valentine, el problema no es si la vida sexoafectiva de los protagonistas es más o menos satisfactoria. El problema es que en todas estas películas se muestra exactamente el mismo mensaje que en todos estos negocios de acoso al por mayor, es decir: el que la sigue la consigue y si no es así es porque ella es una estrecha.

En Crazy, Stupid, Love es en la que más claramente podemos ver el paralelismo entre Gosling y Álvaro Reyes o cualquiera de estos autoproclamados gurús (estrictamente hablando, acosadores). Pero no existen diferencias más que de estilo en el patrón que todos ellos siguen para acercarse a las mujeres. Aparentemente las negativas de ellas no importan, nunca importan. Aparentemente, Gosling tiene perfecta legitimidad para empezar a seguirla: en sus trabajos, a sus casas, por su pueblo. Y, por supuesto, junto a la protagonista siempre hay un personaje que le recomienda «no ser tan estirada». Chicas del mundo, ¿cuántas veces habéis escuchado que sois unas estiradas/frígidas/bordes simplemente por no ceder ante los requerimientos de un tipo que no os atraía y punto?

Si no es complicado con es el amor de tu vida

Las feministas repetimos continuamente que «ni las mujeres ni los territorios son espacios de conquista», pero exactamente igual que la historia nos demuestra que somos incapaces de aprenderlo en el caso de las fronteras, hay todo un aparato que justifica que también las mujeres deben ser colonizadas. Empezando por el discurso científico de la reproducción en el que los valientes espermatozoides se adentran a través del sinuoso, laberíntico y hostil paso de la vagina para alcanzar al expectante óvulo que aparentemente no tiene nada mejor que hacer que esperar pasivamente a ser fecundado (una descripción bastante sesgada de un proceso que requiere la colaboración de todo el aparato femenino para culminar). Esperar, como dice Pamela Palenciano, es el eterno rol de lo femenino. En este caso tenemos la promesa de una fantástica historia de amor. ¿Qué pasa, que el chico no te atrae? No te preocupes y espera, ¡es cuestión de tiempo! Acostúmbrate.

En psicología social se llama «efecto de mera exposición» a este por el cual los estímulos se nos hacen cada vez más agradables simplemente por el hecho de ser conocidos. Es ese fenómeno por el que preferimos los números que nos recuerdan a nuestra fecha de nacimiento o a la casa que vivíamos de pequeños. Al nivel de la atracción interpersonal, hay experimentos que demuestran que los mismos usuarios encuentran a la misma chica mucho más atractiva después de que esta le siga (que aparezca en sus clases, se deje ver en sus espacios de ocio, etcétera), incluso aunque nunca hayan interactuado. Es decir: lo grave es que, efectivamente, a nivel cognitivo la cosa funciona. Cuando hemos visto numerosas veces el mismo estímulo empieza a parecernos familiar y deja de parecernos amenazante. Por eso los personajes de Ryan Gosling son peligrosos: porque nos están indicando que el acosador al final no es tan malo, que es una cuestión de paciencia, que hay un buen tío detrás de la insistencia, que nadie nos querrá tanto como ellos; en definitiva, que tenemos el imperativo social de decir que sí, de dejar de ser desgraciadas, de dejarnos seducir por estos «científicos» que, amparados en preocupantes deformaciones de todas las teorías biológicas, psicológicas y sociológicas para que legitimen un comportamiento repugnante se empeñan en convertir el consentimiento en el resultado final de una ecuación, en vez de en un acto de voluntad; como si cualquier cosa que obligase a una persona a realizar algo anulando su voluntad previa no fuese, por su propia naturaleza, un acto inmoral.

En qué se parecen los machistas y las ONGs

– Perdona, ¿tienes un minuto?
– No, lo siento.
– ¡Qué desagradable eres!

Si al leer esto has pensado inmediatamente en alguien captando socios para una causa solidaria, enhorabuena, eres o pareces un hombre.  Si eres o pareces mujer, no sabrás si esta conversación se refiere a la situación anterior, a un día que corrías para coger el autobús y un tipo que iba a coger el siguiente te bloqueó en la parada, a ese señor raro que te esperaba en la puerta del colegio cuando tenías nueve años o a cualquiera de las otras miles, millones de variantes que tiene el acoso callejero. Y es que, de una forma curiosa y espeluznante, ambas prácticas (conseguir fondos para las ONGs y exigir atención a las mujeres simplemente porque sí, porque tú lo vales) se están entrecruzando a unos niveles que empiezan a ser prácticamente indistinguibles.

Imagen via Upcycled Patches

Imagen via Upcycled Patches

Empecemos por la parte marketiniana: «¿Tienes un minuto?» es una técnica de venta más vieja que andar hacia delante (o casi), llamada «El pie en la puerta». Esta se basa en algo que nos va a parecer súper evidente, pero que, en serio, no lo es desde el lado del receptor: cuando consigues algo de tu interlocutor es mucho más fácil conseguir algo más. El minuto se transforma en tu atención durante cinco, y esta en una donación puntual, que luego te agradecerán con una carta en la que te invitan a suscribirte permanentemente, y a continuación a aportar algo más de forma extraordinaria porque hay una necesidad puntual urgente que atender, y al cabo del año a subir tu cuota. Todas las ONGs que conozco (y, a pesar de muchas de las cosas que voy a escribir aquí, soy socia de tres y lo he sido de otras cinco más a lo largo de mi vida) funcionan exactamente igual. ¿Por qué? Porque funciona, claro. No siempre, pero funciona. Es como usar una palanca: si encuentras el punto de apoyo, mueves el mundo. Si encuentras la conexión, ese socio potencial ya es tuyo.

Así que las ONGs no van a por tu suscripción anual, claro que no. Van a que les digas que sí. Una sola vez. Van a lo seguro. «¿Te gustan los niños?» «¿No te parece terrible lo que está pasando en Siria?» «¡Tenemos que parar a quienes están destruyendo el Amazonas!, ¿verdad?». Porque a ver quién es el antisocial que tiene valor de decir «no, son una lacra social», «bueno, en la tierra somos muchos» o «a mí me da lo mismo: que se preocupen los que vengan detrás». No, eso no se dice, jamás. Somos buenos ciudadanos: nos gustan los niños y los animalitos y nos preocupamos por las personas que sufren, al menos si las vemos mucho por la tele y nos queda muy claro que no tienen nada que ver con nosotros (ya, lo de Melilla, pues lo comentamos otro día). Tuve la suerte de tener una profesora fantástica que me enseñó todo esto desde un punto de vista sociológico y no sólo desde el marketing que había estudiado yo y que recomiendo leer a todos los que os interese el tema, Vanesa Saiz Echezarreta; por mi parte lo dejo, de momento, aquí, porque casi os enlazo su tesis, y tampoco es la cuestión.

Los captadores de ONGs y los acosadores buscan lo sencillo: que digas que sí. Una sola vez. Clic para tuitear

Pero ahora, para quienes no seáis vistas como mujeres cuando andáis por las calles, tomáis café, estudiáis en la biblioteca, etc., os voy a contar otra cosa: y es que la interacción con los hombres desconocidos es, en nuestro caso, muy parecido a esto cada día, en cada contexto.

¿Os acordáis de la polémica que se desató cuando una chica se indignó en Twitter porque un chico se había acercado a ella en la biblioteca para invitarla a café? «¡Exagerada!» «¡Feminazi!» «¡Odiahombres!» «¡Desagradecida!» Hay que tener muy mala leche para que te siente mal que te inviten a un café, ¿eh? Pues no. Porque ese café tiene una historia detrás, y hemos aprendido de ella a protegernos.

Nuestra experiencia, a lo largo de los años, seamos más o menos guapas o feas conforme al canon de belleza que nos toque, viene a ser terriblemente similar en cuanto empezamos a compartirla: en muy poquitas ocasiones un desconocido nos ha abordado sin que hubiera una intención detrás. Generalmente, la sexual. Es más: luego esos mismos que levantan gritos de «odiahombres», si ella se hubiera levantado de la biblioteca y se hubiera ido a tomar un café con él, y él hubiera aprovechado la salida del café para llevarla a un callejón y violarla, son quienes dicen «qué ingenua, a quién se le ocurre tomar un café con un desconocido». Entre otros, nuestro Ministerio del Interior, nada menos.

Quienes acusan de odiahombres a una mujer por desconfiar la llaman ingenua si finalmente es violada. Clic para tuitear
Imagen via Tumblr

Imagen via Tumblr. La noticia completa sobre el asesinato de Mary «Unique» Spears se puede leer aquí.

Esto, así contado, suena ridículo de lo incoherente que es, pero vivimos con esto todos los días de nuestras vidas, sobre todo desde que nos desarrollamos. Porque, de pronto, tú tienes nueve o diez años pero hay señores random que se bajan de sus coches y te dicen «oye, guapa, ven un momento» (¿tienes un minuto?). Porque sacas a tu perro y montones de hombres solos te acorralan en los portales con el «qué perro tan bonito, ¿muerde?» (¿te gustan los niños?) para convertirse después en un «y la dueña, ¿muerde o se va a dejar tocar?». Porque cuando andas por la calle, señores random te gritan «qué seria vas, hija mía, sonríeme un poquito, alégrame la mañana» (sólo es un euro y es súper importante), pero resulta que cuando no te da la gana de sonreír, la cosa, a veces, se pone muy fea: porque ya no se trata de que tú sonrías y eso sea bonito para ti y para quienes te ven feliz, sino de que han hecho un mandato sobre lo que tienes que hacer, tú, como mujer, para formar parte del espacio público que dominan ellos, los hombres, y no has cumplido. ¿Cómo osas, mala mujer? A ver si vamos a tener que enderezarte. Y todas nosotras temblamos cuando oímos esas palabras porque no será la primera vez que, por plantarnos ante un trato que no nos gusta, lo que nos encontramos es, directamente, una agresión.

 

Volviendo a la relación entre ambas cosas: quizá las mujeres que os hayáis encontrado con captadores de ONGs recientemente hayáis visto un extraño fenómeno, y es que ahora en muchos casos el estilo original de aquellos se ha reforzado con las características primarias del acoso. Hemos llegado a tal punto que el chico simpático con chaleco de una asociación que, a priori, te cae bien, te dice «Madre mía, vaya belleza» y cuando no contestas dice «Está claro que eres sólo guapa por fuera, qué vergüenza no pararte a hablar conmigo». La primera vez me dejó a cuadros. Pero es que no me ha pasado una sola vez, no me ha pasado sólo a mí, y, por lo que he contrastado, no pasa sólo en Madrid. Que os acosen por la calle cuando quieren pediros dinero para una buena causa es tendencia, chicas. Tomad nota.

Y, por supuesto, no falta el recurso a la culpa. «Con lo guapa que eres y lo poco que sonríes» (hay que ver lo desagradecida que soy, que encima de que soy guapa no comparto mi belleza con todas las personas que quieran mirarla, así, como si mi vida fuera un escaparate gigantesco) se convierte en «con lo guapa que eres y lo poco solidaria que eres». Madre mía. Soy un desastre ciudadano. No me gustan los niños. No me importan los sirios. Están matando focas. Yo no llevo suelto, o estoy en el paro, o tengo un mal día, o me he sentido agredida por las formas terribles en las que el captador se ha dirigido a mí, pero, no os quepa duda, el sabor de boca que me llevo es que la culpa es mía. Porque soy una seca. Una rancia. Una desagradable. Una borde. Porque «una sonrisa no cuesta nada», «un euro no cuesta nada».

Verás, es que esa no es forma de dirigirte a una desconocida. Es que no me importa lo más mínimo que te parezca bella por dentro, por fuera o por donde meo. Mal está que me hostigues por la calle para pedirme dinero para un problema que resolvemos con organizaciones mediadoras en vez de demandando a nuestros gobiernos que tomen medidas sistémicas (perdón. Ya sabía que se me iba a escapar. Aun así, insisto, soy y he sido socia de varias ONGs y este texto es sin acritud hacia ellas, dejando al margen las estrategias de venta, que suelen estar externalizadas); pero que lo hagas apelando a la misma forma en la que me acosarías sexualmente me parece de locos.

Lección clave de autodefensa: pon límites lo antes que puedas, porque los van a intentar saltar. Clic para tuitear

¿Sabéis qué enseñan en los cursos de autodefensa? Que el pie en la puerta es súper eficaz. Y que, por tanto, cuando sepas que tu límite está en un punto determinado, tienes que ponérselo a la otra persona mucho antes. Para que no haga palanca. Da igual lo fácil que parezca la primera demanda, si es un minuto, una sonrisa o un café; si la interacción no te está gustando, si no tienes tiempo, si no tienes ganas, recuerda que no estás obligada a nada. Que no le debes nada a nadie. Pon ese límite desde el principio, para que tu interlocutor no se aproveche de esa culpa que tenemos tan bien interiorizada las mujeres, de esa necesidad permanente de agradar que nos enseñan como parte clave del ser mujer, de esa generosidad que conlleva el ser ciudadano pero a la que, curiosamente, sólo apelamos de forma puntual (¿hola, tienes un minuto?) y no desde el civismo que enseñaría, por ejemplo, que hacer sentir mal a una persona no es, en ningún caso, una técnica aceptable de venta. Ni de ligoteo, por supuesto.

Magical Girl: todos somos tóxicos

Nota: el texto detalla información importante sobre la trama de la película Magical Girl, de Carlos Vermut, por lo que no recomendaría la lectura a aquellos que no la hayan visto.
Fotograma de Magical Girl

 

«Tampoco estamos tan mal» es la defensa de Bárbara cuando le sugieren que los medios nos están distrayendo para silenciar nuestras quejas. Un conflicto entre lo real y lo que preferimos creer que no sólo ilustra la idea de una España en crisis que no es capaz de hacerse entender, sino que aparece también en los comportamientos de género de los protagonistas de esta Magical Girl. Manipuladores pero vulnerables, todos confían en llevar a cabo sus acciones para ayudar a quienes están a su lado, cuando en realidad no hacen sino moverse para alcanzar su propio beneficio. Otra cosa muy distinta es lo que se cuenten a sí mismos. Magical Girl nos impacta y nos altera, nos exige que la repensemos desde la crueldad del impulso emocional, pero también desde la angustia del devenir político. La segunda cinta de Carlos Vermut desgrana la amnesia colectiva de un país que aún transita entre la picaresca y el deseo europeo, para golpearnos con lo que más nos incomoda: todos en algún momento hemos hecho daño, aun cuando sabíamos qué era lo correcto.

La película juega con las representaciones tradicionales de clase y género creando paradojas morales que, a pesar de sus múltiples torsiones, hablan muy directamente de la realidad social española. El ser humano es corrupto; el sexo, siempre permeable a nuestros intereses. No hay artificio alguno en la trama. Los conceptos de los que se sirve Vermut (la mujer fatal que se autocondena, el recurso fácil al chantaje, lo turbio en la inocencia infantil) están anclados en nuestras cabezas, en nuestra forma de entender las relaciones sentimentales, la paternidad o la sexualidad. Los personajes femeninos en Magical Girl son mártires y a la vez verdugos, pero en la misma medida que los masculinos: todos explotarán rasgos consolidados a su género para lograr sus objetivos.

Alicia es una niña que padece una enfermedad terminal y cuya mayor ilusión es conseguir el vestido de su personaje de anime favorito. Luis quiere hacer realidad el sueño de su hija, pero su situación de desempleo y el alto precio del regalo le superan. Su suerte parece cambiar cuando conoce a Bárbara, una mujer de clase acomodada que vive inmersa en una relación dependiente con un marido psiquiatra que la controla a través de la medicación. Luis chantajea a Bárbara con argumentos sexuales y ella acude a Damián, un antiguo profesor que decide enfrentarse al hombre que la está acosando.

 

Cartel de Magical Girl

La cinta exprime numerosos estereotipos de género, pero si los retuerce es para mostrar lo grotesco que hay en ellos: ¿es posible que Bárbara sea ‘la mala’ de la película cuando, en primer lugar, ha sido chantajeada por un hombre que se ha aprovechado de su inestabilidad emocional? El personaje se nos descubre a través de varias etiquetas: atractiva, desequilibrada, autodestructiva y dependiente de los hombres, motivos por los cuales es necesario controlarla. Sin embargo, y así como sucede más allá de la ficción, Bárbara no es un ser malvado ni tampoco un ángel de cuento. Y, desde luego, no está más enferma que su marido, que la custodia hasta la extorsión emocional.

– No puedo estar siempre detrás de ti como si fueras una niña de siete años. Bárbara, ¿me miras cuando te hablo? ¿Tengo que estar siempre detrás de ti como si fueras una niña de siete años? Si algún día me entero de que me mientes te juro que me voy y no vuelvo […] Perdona por enfadarme.
– No pasa nada. Te enfadas porque me quieres.

La actitud dominante del marido de Bárbara se expone de forma cruda y produce un rechazo inmediato que ataca directamente a los pilares del amor romántico. La necesidad emocional de la mujer parece total y se presenta como una conducta insana que la empuja al extremo de hacer cosas terribles. Es esta correspondencia tóxica y desigual la que desencadena su aparato manipulador: la relación amorosa está por encima de todo, incluso del chantaje al que acepta ser sometida. Como espectadores, queremos que Bárbara abandone la dinámica de terror con su marido, pero al mismo tiempo entendemos de dónde viene. Y no, no es necesario un historial clínico para explicarlo. Desde el ámbito familiar, pero también desde la ficción, se nos ha inculcado que la mujer debe luchar y aguantar por amor. Vermut acierta plenamente al no mostrar romanticismo alguno en la relación de pareja: no sentimos ese supuesto amor que los une porque no puede existir.

En cuanto al vínculo entre Bárbara y Damián, la cinta no explicita lo ocurrido pero podemos intuir algún tipo de relación sexual previa. Una vez más, se nos lanza de lleno contra los estereotipos. Ambos personajes son adultos y, por lo tanto, completamente responsables de sus actos. Culparla a ella de las decisiones del otro supone recrear el mito de la mujer pecadora que arrastra al hombre hacia la fatalidad. La copla de Manolo Caracol que escuchamos en dos de las escenas clave de la película subraya el afán de Vermut por dejar claro que las cosas no son blancas o negras: los personajes cohabitan en situaciones injustas, pero han sido ellos mismos quienes las han provocado.

La niña del fuego te llama la gente y te están dejando que mueras de sed.
Ay, niña de fuego.
Dentro de mi alma yo tengo una fuente pa’ que tu culpita se incline a beber.
Ay, niña de fuego.
Mujer que llora y padece te ofrezco la salvación.
Tu cariño ciego, soy un hombre bueno que se compadece.
Ay, ay, mi niña de fuego.

Es casi imposible resumir toda la complejidad de Magical Girl en una sola frase, pero si algo podemos concluir al respecto es que todos somos corruptos porque la sociedad misma en la que vivimos está podrida desde la base. O en otras palabras, seguimos haciéndonos daño porque sabemos que podemos sostener relaciones insanas. Al igual que Bárbara y el resto de personajes, hemos asumido una serie de comportamientos viciados que nos aseguran que hacer el mal es plausible aun cuando la exigencia es hacer el ‘bien’ a toda costa. El predominio de las relaciones afectivas tóxicas en un sistema que estimula la corrupción es ciertamente desalentador, pero tampoco debemos olvidar que no existen las conductas infalibles. Las alternativas seguirán actualizándose a medida que reflexionemos con la misma ferocidad con la que lo hace Magical Girl.

¿Qué hace realmente que una tía sea guay?

Perdida no es un thriller, o, al menos, no es sólo un thriller. Desde mi punto de vista es, sobre todo, un retrato increíble de cómo los estereotipos desiguales de hombres y mujeres en las relaciones románticas generan dinámicas tóxicas. Incluso aunque no llegara a los extremos a los que llega (y advierto que a partir de ahora comienzan los spoilers, por lo que si no la has visto o leído, es mejor que lo dejes aquí), la obsesión de Amy por adaptarse a lo que debe ser una chica guay y el desapego de Nick, fomentado por sus inseguridades al tener una esposa perfecta a cuya altura no siente que llegue, habrían terminado mal. Al menos, eso es lo que transmite el libro. Creo que en la película el magistral relato tridimensional de los personajes queda anulado, y con ello «lo que le da calidad a la película», que diría aquel.

«Estaba confundida. Ninguna de las personas a las que he amado habían carecido nunca de propósitos ulteriores. Así que ¿cómo iba a saberlo? (…) Ha sido necesario llegar a esta terrible situación para que los dos nos demos cuenta. Nick y yo encajamos bien juntos». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

«Era cierto que yo también había experimentado aquella sensación, durante el mes anterior, en las raras ocasiones en las que no había estado deseándole todos los males a Amy. (…) Detectaba un pinchazo de admiración, y más que eso, de cariño por mi esposa, justo en el centro de mi ser, en las tripas. (…) Todo aquel tiempo pensando que en realidad éramos unos desconocidos y resultó que nos conocíamos intuitivamente, en los huesos, en la sangre». (Nick Dunne, en Perdida)

 

Fotograma de Perdida

¿Qué hacen las chicas enrolladas?

Lo que Nick y Amy quieren ser queda perfectamente plasmado cuando Amy está aún retratando su feliz y modélica historia de amor y pone el ejemplo de una «noche de chicas» que debe terminar con que sus novios se unan a ellas. Uno de ellos llega cuarenta minutos tarde, lo que conduce a una discusión tensa con su novia llena de reproches velados («Sí, perdona que gane dinero para los dos»). Nick no aparece y Amy no se da por aludida; en ese momento, incluso el novio de la tercera amiga, aparentemente feliz por estar junto a ellas, muestra una cierta envidia hacia Nick, ese novio que no tiene que ir «a cumplir». Lo que, siguiendo el relato de Amy, le convierte en un «mono bailarín»: aquel que se pliega a «tareas sin sentido, la miríada de sacrificios, las interminables rendiciones», que piden sus parejas para demostrar su amor. Ellos se ríen y lo consideran un ejercicio de poder, de sumisión, de obediencia. Nick y Amy no necesitan tareas de monos bailarines. Ellos se quieren. Amy no necesita jugar con Nick ni que este le demuestre su amor. Segura de sí misma, divertida, tranquila, comprensiva, Amy es una Chica Enrollada: una tía guay.

Ser la chica enrollada significa que soy una mujer atractiva, brillante y divertida que adora el fútbol americano, el poker, los chistes verdes y eructar, que juega a videojuegos, bebe cerveza barata, adora los tríos y el sexo anal y se llena la boca con perritos y hamburguesas como si estuviera presentando la mayor orgía culinaria del mundo a la vez que es capaz de algún modo de mantener una talla 34, porque las chicas enrolladas, por encima de todo, están buenas. Son atractivas y comprensivas. Las chicas enrolladas nunca se enfadan; solo sonríen de manera disgustada pero cariñosa y dejan que sus hombres hagan lo que ellos quieran. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Una chica guay no tiene problemas discutiendo abiertamente prácticas sexuales con sus compañeros de trabajo. Incluso de forma insinuante. ¡Está sexualmente liberada! Como muestra, el personaje de Becky en Clerks 2, que utilizaba la foto de Rosario Dawson junto al eslogan «It’s open» para anunciar el estreno.

 

 

Podríamos creer que esto es cosificación. Podríamos incluso decir que esto es acoso sexual en el entorno laboral. Pero, eh, eso sólo se dice de broma, como hace Randal. Tomárselo en serio, creer que las prácticas sexuales no son un tema de charla de máquina de café sino parte del espacio privado de cada uno, eso es de feminazis. Las chicas guays no necesitan el feminismo, entre otras cosas porque las chicas guays se portan como hombres. En el sentido de que tienen sexo abiertamente, les gustan los deportes y beben cerveza, claro. No en todos los demás sentidos. Porque una chica guay, que no se nos olvide, es una chica sexy. Sin eso, da absolutamente igual que cumpla todos los demás criterios. Y una chica sexy debe ser muy, muy, muy femenina.

Rosario Dawson, durante el rodaje de Clerks 2

¿Qué no hacen las chicas enrolladas?

Nick llega a casa, tarde y borracho, manda a Amy a tomar por culo (literalmente) y ella escribe en su diario que siente que es la única que se compromete (a negociar, a comunicarse, a no irse enfadada a la cama), justo antes de contar cómo ha ido a buscar a la basura los recibos que le cuenten las anécdotas de la noche que su marido le niega, descubriendo que ha estado en dos clubes de striptease. Se imagina la escena con todo lujo de detalles, sobre todo cuando encuentra un número de teléfono y concluye que Nick le ha sido infiel. Amy, por supuesto, no critica a Hannah («es Hannah, una mujer real, presumiblemente como yo»), pero puede ver a su marido negándole su existencia y se echa a llorar. La narración concluye con un «es un rasgo muy femenino, ¿no? Eso de tomar una salida nocturna entre amigos y agigantarla hasta convertirla en una infidelidad que destruirá nuestro matrimonio».

Fotograma de Perdida
Pero sobre todo, una chica guay no se enfada. No se enfada nunca. ¿Cómo iba a enfadarse? Es lo que los anglosajones llaman una chica de mantenimiento bajo: no tiene necesidades propias. No necesita que se la trate con respeto, que se escuchen sus problemas, que se mantengan los compromisos adquiridos. «¿No vas a venir, cariño? No, claro que no me importa»: una chica guay se quita su aspecto de chica lista para salir a cenar en dos minutos y se sienta a ver La jungla de cristal otra vez frente al PC comiendo ganchitos, ¡qué más da! Por eso una chica guay, por sexy que sea, tiene que disimularlo: es el prototipo de «recién salida de la cama», es decir, despeinada pero lo justo, maquillada pero sin que se note. Tiene que ser perfecta de serie. Una chica guay, de hecho, más que Amy, es Margo, la hermana de Nick. Que, por supuesto, como persona sin necesidades que es, cumple únicamente el papel de «escudera» de Nick, y está puesta en la trama para que alguien gestione el bar que no sea él, para que alguien haya cuidado de los padres cuando él estaba en Nueva York. Pero como hermana de Nick, no es objeto de deseo. Por tanto no puede ser una chica enrollada, ¿recuerdan?Una chica guay no hace «esas cosas tan femeninas». Una chica guay no tiene síndrome premenstrual. Es más, no tiene ciclos hormonales de ningún tipo. Una chica guay siempre quiere sexo. Si sólo es «una de los chicos», y se limita a compartir con ellos las actividades sociales pero no la cama, entonces les ha «friendzoneado», y ya se sabe que una tía que coloca a todos los tíos en la friendzone en realidad es una calentona.

¿Qué hay detrás de una chica enrollada?

La locura de Amy (que la hay, también) se justifica precisamente a partir del sacrificio. De la idea de que tiene que pasar de ser La asombrosa Amy que diseñaron sus padres («Ser hija única conlleva una responsabilidad injusta; te educas en la certeza de que en realidad no tienes permitido causar desengaños (…) Eso te conduce a desesperarte por ser perfecta y también te vuelve ebria de poder») a ser Amy Eliott Dunne, la esposa «del Medio Oeste» que «se emociona cuidando de su marido y de la casa». Amy se siente como una marioneta de los deseos ajenos y todo el complot es su forma enfermiza de empoderarse, de erguirse como autora de una trama, de convertirse en un personaje diseñado por sí misma, que el de la arpía manipuladora. Y cuando Amy se libera, lo primero que hace es acudir al episodio del mono bailarín.

¿Aquella absurda entrada en mi diario? (…) No eran sino estupideces de la Chica Enrollada. Menuda imbécil. Una vez más, no lo entiendo: si permites que un hombre cancele planes o se niegue a hacer cosas por ti, estás perdiendo. No has obtenido lo que deseabas. Es perfectamente evidente. Por supuesto, puede que con eso le hagas feliz, puede que diga que eres la tía más enrollada del mundo, pero lo dice porque se ha salido con la suya. ¡Te llama la Chica Enrollada para tenerte engañada» Es lo que hacen los hombres: intentan que creas que eres una chica enrollada para que te sometas a sus deseos. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

No se trata de ganar o de perder, pero sí, indudablemente, de eso tan femenino de agradar, de renunciar, de callar y conceder. De ese papel secundario que se supone que la mujer debe adoptar para ser capaz de encajar en una pareja («detrás de un gran hombre hay una gran mujer»). Volvamos a Margo: ella, sin embargo, no tiene una relación. ¿Cómo es posible? Quizá porque ella sí es una verdadera chica enrollada, y tampoco permite que su pareja ejerza ningún control sobre su libertad. Quizá en el caso de Margo es ella quien llega borracha del bar sin dar explicaciones o quien no se esfuerza demasiado por cuidar a su pareja.

¿Sabes? Durante todas las eras, hombres patéticos han abusado de las mujeres fuertes que amenazan su masculinilidad – está diciendo Desi -. Sus psiques son tan frágiles que necesitan ejercer ese control…
Yo estoy pensando en otro tipo de control. Estoy pensando en control disfrazado de preocupación: «Aquí tienes un suéter para protegerte del frío, querida, ahora póntelo y acomódate a mi visión». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Las chicas enrolladas deben mostrar vulnerabilidad y ternura y dependencia, también, una vez iniciada la relación. Porque si no, se corre el riesgo de hacer que su pareja (varón) se sienta insegura y se vaya con otra chica que no sólo sea enrollada, sino que sea mediocre. Porque ser brillante, ser independiente, ser fuerte, implica no necesitar, de verdad. Y nada es peor para el romanticismo tal y como lo conocemos hoy día que no necesitarse.
Imagen promocional de Perdida

 

Muchas personas se sorprenden al llegar al final de Perdida. ¿Cómo es posible que vuelvan? Vuelven porque deben volver. Porque lo que Perdida intenta demostrar es que seguir estas actitudes estereotipadas conduce a unas dinámicas de codependencia en las que no sólo no se puede salir dentro de la misma pareja, sino tampoco a lo largo de la biografía sexoafectiva de cada uno de ellos (no es que la relación de Amy y Desi fuese sana, precisamente). El dedo de Flynn señala lo tóxico: y lo tóxico implica también que el estado natural sea el de la pareja.

No es regalo para ellas

Estas semanas suelen ser tiempo de regalar, de dar y de recibir. De pensar por unos días, aunque solo sea un poquito, en los demás. Y en estas fechas, todos los años, podemos apreciar el acusado machismo que podemos ver en los regalos para los niños, pero, ¿qué pasa con los adultos? ¿El problema se queda en la infancia? ¿O seguimos pensando que hay “regalos para ellas” y “regalos para ellos”? Y no me refiero porque haya “perfumes para ellas”, “moda para ellos”… (que este tema daría para un enciclopedia), me refiero a productos culturales… Y os preguntaréis, ¿por qué estoy diciendo esto?

 Pues porque hace cosa de un mes, un colega compartió en Facebook esta publicación de una página de fans de Star Wars:

 
Star Wars - Best Gif any man can have
 

El vídeo, que resulta ser un anuncio (lo podéis ver aquí), muestra a una joven pareja heterosexual haciéndose obsequios mutuamente. Él le regala a ella joyas, otro regalo que no sabemos qué es, y un reluciente coche blanco. Ella le regala a él… un Halcón Milenario. Todo para anunciar los “fines de semana Star Wars” en una de las cadenas del imperio Disney. Si el vídeo es ya toda una declaración, el administrador de la página de fans redondeó la idea con su comentario:

«Lol… this is the best gift any man can have!» 

Any man.

Any MAN.

Dejando aparte esa bonita competición por la que cada miembro de la pareja lucha “por hacer el mejor regalo”, que es, claro está, una cosa sanísima… (Cuánto más gasto = más te quiero, pero esto da para otro post…). Evidentemente, las reacciones de las fans femeninas no se hicieron esperar, y comentaron que también sería el regalo ideal para cualquier MUJER que le gustase la saga Star Wars.

Sí, me diréis que el administrador de la página en cuestión no se dio cuenta, y que desde su perspectiva como hombre, es normal, y que estoy sacando las cosas de quicio.  No soy de las que piensa que el lenguaje sea inocente, y menos aquel que surge de una forma automática, pero bueno, teniendo en cuenta la idea que presenta ya el anuncio, podemos concederle el beneficio de la duda.

Pero, en serio: ¿de verdad no había otra forma de anunciar los “fines de semana Star Wars”? ¿No hubiese sido mejor recalcar las horas de diversión, de emoción, de valores… que aporta a cualquiera, los que ya son unos clásicos del cine?

¿Por qué desde un primer momento los lumbreras de los creativos pensaron que sería el hombre dentro de esta pareja el fan de la saga? ¿Si fuese una pareja de hombres homosexuales, por definición los dos serían fans y competirían por regalarse un Halcón Milenario o un X-Wing? Y es que aquí está el quid de la cuestión: ¿por qué creemos que este producto cultural es “para hombres”? Decidme: ¿cuántas veces habéis pensado que Star Wars eran “unas pelis para tíos” y habéis pensado que las mujeres que se confiesan fans de la saga eran unas “raritas”? ¿Tal vez por la misma razón que pensamos que un hombre al que no le gusta el fútbol es “un rarito”?

Y lo voy a dejar aquí, porque prefiero que entre todos nos planteemos la respuesta a estas preguntas.

Tan solo terminaré este post con esta frase que me ronda por la cabeza desde que vi el vídeo: cada vez que definimos un producto cultural bajo una cuestión de género, estamos robando horas de felicidad y de diversión a una persona.

Por lo demás, espero que los Reyes os hayan traído lo que verdaderamente deseabais, os sintáis del género que os sintáis. A mí  aún no me ha caído el Halcón Milenario, voy a ver si regalando joyas, coches, cenas, zapatillas de fútbol… a mi pareja, acabo consiguiéndolo.  😉

Y, por supuesto, que la fuerza os acompañe.

¿Tan asumida tenemos la «cultura de la culpabilidad femenina»? El caso «Nosotras»

Hace unos días nos topamos con un ejemplo de más de lo que podríamos denominar “cultura de la culpabilidad femenina”. Lo más sorprendente del caso es que no encontramos este ejemplo por parte de alguna publicación tirando a la derecha o desde sectores que pudiéramos calificar como “machistas”… No, lo encontramos en un medio femenino.

La revista online ‘Nosotras’, que presume de ser un medio escrito por y para mujeres, se hacía eco de una “encuesta” en la que los hombres confesaban “qué comportamientos femeninos les llevaban a ser infieles”. Sí, como lo leen.

Tenemos que decir que el artículo en cuestión ya no puede leerse en el medio puesto que ha sido borrado, a petición de un grupo de usuarias que, escandalizadas, nos pusimos en contacto con el/la Community Manager del medio para denunciar el contenido y pedir su retirada. Gesto que les honra. No entraremos en este post en cuestiones de Gestión de Comunidad, que por muy analizable que sea – por ser un mal ejemplo – no es la temática de este blog. Pero hay que dejar claro desde el primer momento que nos costó lo nuestro que el artículo de marras fuese retirado. Más allá de que nos encontrásemos ante un tipo de empresa a la que es posible que le cueste borrar su contenido o rectificar,  nos llevó nuestro tiempo e insistencia que el artículo fuese retirado. Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Por qué nos costó tanto?

Pues simplemente –en la humilde opinión de la autora de este post – porque los encargados de esta publicación no comprendían los motivos de nuestra indignación. Y de ahí que creamos que sea necesario este post.

El artículo en cuestión es este. Del que, evidentemente, hicimos captura de pantalla para poder denunciarlo, pasara lo que pasara.

Articulo Nosotras infidelidad

No hay por dónde cogerlo. Más allá de que la encuesta refleje o no el sentir real del sector masculino, cosa que dudo, el artículo destila una perspectiva rancia, anticuada y que, de forma deliberada o no, acepta y valida la idea de que las mujeres tienen la culpa con sus actitudes de que los hombres les sean infieles. Una vuelta más de tuerca a la “cultura de la culpabilidad femenina” que sigue presente en nuestra sociedad. Recoger en un medio femenino una encuesta en la que podemos leer que los hombres son infieles porque las mujeres tienen la culpa, y que los motivos de un hombre para ser infiel a su pareja femenina son perlas como “sus cambios de humor por el síndrome premenstrual son horribles”, “tiene poco apetito sexual” o “limitando mi libertad” no hace sino validar determinados estereotipos sobre la menstruación (tema que da para varios posts), el deseo sexual femenino (otro tema para tomos) y el papel de las mujeres en las relaciones. En determinado momento el/la Community Manager de “Nosotras” nos quiso convencer de que el motivo de compartir la encuesta era, precisamente, “denunciarla”, pero llegar hasta ese punto nos había costado dejar varios comentarios.

Evidentemente, la motivación que llevó al/a la redactor/a a escribir este artículo no fue en ningún momento la denuncia de esta clase de encuestas, puesto que en los últimos párrafos podemos leer: ¿Qué os parecen estos motivos? (Con esta frase ya se está asumiendo que los hombres tienen que tener un motivo para ser infieles) ¿Los comprendéis u os parecen tonterías con fácil solución? (…) son totalmente evitables si las cosas se hablan” y el remate final: “Además, el primer motivo por el que son infieles los hombres es porque, en ocasiones, las mujeres no quieren tener sexo. Este hecho demuestra la gran importancia que dan los hombres a las relaciones sexuales (…)” Por favor, si alguien ha captado el tono de denuncia en estos dos párrafos, que me lo explique, porque yo no lo veo. Desde luego, si la intención era la denuncia, se trata de un artículo fallido. Al leerlos tuve la sensación de estar leyendo una publicación propia de la Sección Femenina, de los Cuadernos “para mujeres casadas” o cualquier otro tipo de publicación femenina de hace –eeeh- más de 60 años. El artículo valida varias ideas, a mi parecer:

  • Recuerda que los hombres necesitan sexo, si tú no se lo das, lo buscarán en otro sitio. (¿Hola? ¿Y a una mujer no podría pasarle lo mismo? ¿Nosotras no necesitamos sexo?)
  • Derivado de esa afirmación anterior, que las mujeres necesitamos menos sexo que los hombres. (Bienvenidos a 1952)
  • Una infidelidad masculina es “una tontería”, tú como mujer debes “evitarla”, “hablando las cosas” (… bienvenidos de nuevo a 1952, o al consultorio de Elena Francis)
  • Tu síndrome premenstrual es algo de lo que avergonzarse. Ya puedes estar retorciéndote de dolor, no te quejes, o impulsarás a tu pareja a serte infiel. (Eleeeenaaaa Fraaanciisss)
  • Los hombres necesitan libertad. Si haces demandas propias del vínculo que se supone que ambos habéis aceptado, cuidado con cómo las realizas, puedes estar impulsándole a ser infiel. (Fraaaanciiisss Fraaanciiisss)

En definitiva: este artículo no hace sino validar ciertos estereotipos que creíamos de la época de nuestras abuelas sobre la sexualidad femenina y masculina y el papel de la mujer en las relaciones. El título ya es de traca. Pero lo que más me entristece es que una publicación femenina haya caído en una generalización: mujeres contra hombres, hombres contra mujeres, de nuevo. La infidelidad, según este artículo, no es una cuestión de carácter, sino de género. Y es justificable para los hombres, porque tienen más apetito sexual. Y por supuesto… porque las mujeres tenemos actitudes tan irritantes que provocan a los hombres ser infieles. Y con este artículo, “Nosotras” se cargó todo un siglo de avances en derechos de la mujer. Y la pregunta que no se me va de la cabeza desde que emprendimos nuestra “particular cruzada” contra este artículo es: ¿tan asumida tenemos la “cultura de la culpabilidad femenina” que una publicación dirigida precisamente a mujeres no puede entender que no debe recoger tales encuestas? ¿Tan asumida tenemos esta “cultura de la culpabilidad femenina” que un/a lumbreras de un portal de citas ve necesario hacer tal clase de encuestas? ¿De verdad aún este juego sigue siendo una lucha de géneros?

Y al estilo de “Nosotras”, cerraré este artículo con un: “¿qué pensáis al respecto? ¿Os parece “la cultura de la culpabilidad femenina”… “una tontería con fácil solución”? 

El amor en Harry Potter: primera aproximación

Una cosa que llama la atención inmediatamente es que, al menos desde lo que yo entiendo por deseabilidad, los personajes femeninos en Harry Potter juegan en otra liga. Hay una tendencia de crear protagonistas femeninas cada vez más fuertes para la que Harry Potter es en cierto sentido pionera; Hermione Granger es en gran medida la pieza clave de la historia. Hermione es brusca y repelente, de acuerdo, pero también inteligente, generosa, y leal; y, aparentemente, físicamente atractiva para todo el mundo, menos para sus amigos. Ginny Weasley tiene escasos momentos no ligados a su admiración por Harry o su éxito con otros chicos, pero los que tiene marcan: excelente buscadora de Quidditch, destaca en el Ejército de Dumbledore, y excelente amiga de una chica inteligente como Hermione, lo que hace presuponer que tiene al menos una buena conversación. Lo mismo sucede cuando vamos una generación atrás: Lily Potter parece darle varias vueltas a los alumnos masculinos de su promoción en Hogwarts, atendiendo a la desafortunada actitud de James y Sirius y la admiración que despierta en todos los que se cruzan con ella (Snape, Slughorn…). Luna Lovegood es una «chiflada», pero también es la única con suficiente templanza como para haber visto la muerte, varias veces, y no sentirse afectada en ningún momento: su tranquilidad, su infinita curiosidad ante todos los fenómenos y el aplomo con el que toma su rechazo social la colocan a un nivel de madurez que contrarresta claramente con las actitudes de sus homólogos masculinos, sobre todo de Ron Weasley.

Sin embargo, todas ellas se enamoran de los personajes masculinos. ¿Por qué?

 


Cuando se introduce el tema del filtro amoroso en la trama se distingue muy claramente qué dos tipos de amor existen en Harry Potter. A pesar de la juventud de los personajes (e incluso de lo jóvenes que eran también los adultos), cuando sus relaciones pasan del flirteo, entonces se convierten en amores eternos. Por una parte tenemos el enamoramiento de Ginny por Harry. Este es discreto, tímido, vergonzoso. Ginny y Harry casi no han tenido relación antes de que Ginny se enamore de él, aunque poco a poco Harry se va introduciendo en la familia Weasly como uno más. Ginny «enmudece» cuando se encuentra frente a Harry, desaparece. Incluso llama la atención cómo Ginny y Hermione llegan a trabar amistad considerando el poco tiempo que pasan juntas sin Harry. No obstante, esta es quien le propone la solución: Ginny debe flirtear con otros chicos, mostrarse disponible, aparecer como mujer deseable, en definitiva, en la misma línea que a ella le genera una terrible rabieta antes del baile de Yule cuando Ron le dice: «al fin y al cabo, tú eres una chica». La clásica distinción entre las chicas-amigas y las chicas-novias. En este post de Coral Herrera se expresa muy claramente: porque las chicas siempre se enamoran, porque siempre lo hacen total e incondicionalmente. Incluyendo en esa incondicionalidad el hecho de que Ron Weasley no haga absolutamente nada destacable en toda la saga que haga comprensible el amor paciente de Hermione; tampoco Harry se merece en nada a Ginny, aunque al menos tiene un componente de leyenda (relacionado con la misión del héroe que se desarrolla también en el post de Coral) y una humildad frente a esa fama que pueden justificar su atractivo. De la relación de Lily y James poco sabemos, y, personalmente, no recuerdo si Luna y Neville también se convierten en pareja en el libro pero de todas estas es la única que me parece que puede tener un cierto sentido en cuanto a la afinidad que se puede presuponer a ambos personajes (peculiares, con una pasión poco común – las criaturas míticas de Luna, la herbología de Neville -, etc.), pero los amores del libro tienen también algo en común, y es que cuando son amor, son para siempre.

 Hermione - I happen to be his friend

Las chicas-novias son las Lavender Brown, con sus apodos absurdos, su obsesión enfermiza por pasar cada minuto del tiempo junto a su pareja, y su «sólo nos damos besos». Las Cho Chang, guapas, inaccesibles, que cuando se convierten en cita se muestran incomprensibles, caprichosas, volubles. Las Romina Vane, dispuestas a engatusar a un chico con un filtro amoroso camuflado en unos bombones, una poción de terribles efectos, según el propio maestro. Para que Ginny pierda el papel de compañera, de hermana pequeña, de chica-amiga, debe convertirse en la novia de otros chicos. El éxito de la benjamina de los Weasley exaspera a su hermano, que se comporta como el clásico varón-guardián del honor de su hermana, y pierde los nervios al verla junto a otros: este episodio de control masculino es el que convierte a Ginny en mujer a los ojos de Harry, como es el ver a Hermione teniendo una cita con Krum lo que la convierte en chica a los ojos de Ron. Es decir: el valor de una mujer como pareja lo determina el valor que tiene ante los ojos de otros varones.

 

 

Y las chicas en Harry Potter están más que dispuestas a jugar con estas reglas. Ginny se enamora de Harry desde el principio, igual que Hermione se enamora de Ron mucho antes de que este la considere algo más que una empollona. Pero ambas esperan, con paciencia, jugando sus cartas como mujeres manipuladoras que son ya desde la adolescencia, a que ambos caigan en la cuenta de que son las mujeres destinadas a ellos. La posibilidad de que Hermione se encariñe de Krum, que la trata como a la chica valiosa que es, no entra dentro de la trama, como tampoco entra la de que Ginny sea feliz con alguna de sus conquistas de los primeros años en Hogwart. Esto es genérico en los adultos también: Dumbledore no tiene pareja, y no queda claro si esto es por ser gay o por su amor frustrado por Grindewald (según las hipótesis de los fans y los comentarios de la propia autora); del resto de profesorado no se conoce pareja alguna, pero sí tenemos el amor trágico de Snape, que guía todas sus acciones, le conduce a pasar por todo tipo de sacrificios, y todo esto generando una relación amor-odio con Harry Potter. ¿Qué tenía Lily Potter para que Snape no consiga recomponerse de un amor no correspondido en su adolescencia? ¿Tiene relación esto con la capacidad para convertirse en el amor maternal, el genuino, el que salva? ¿Qué papel tiene el amor en la relación de Bellatrix Lestrange y Voldemort? ¿Cómo siendo el amor un factor fundamental de la dinámica entre personajes y de la forma en que avanza la trama no se ha molestado la autora en trabajar alguna relación más sana en toda la heptalogía? He llegado tarde a esta saga, y comentar diez años de cine y literatura en un post es tremendamente ambicioso, así que este post es sólo el comienzo, y espero que otras voces puedan ayudarme a analizar el amor en una de las series más populares de la literatura infantil y juvenil.

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