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Cuando se les va la mirada

Estación de cercanías de Sol, media tarde. Voy caminando por la pasarela central que está encima de los andenes. La gente marcha en ambas direcciones, unos hacia las vías, otros hacia la salida. Dos chicas caminan delante de mí, van distraídas hablando entre ellas.

Voy a llevar a cabo una prueba. Solo tengo que estar atenta a lo que suceda a partir de ahora. Me estoy anticipando a la situación porque la he vivido un millón de veces; en la estación o en cualquier lugar en que pudiera haber estado. Con otras mujeres o sola. Me la conozco al dedillo.

Empiezo, y voy a tratar de no perder la cuenta. Veo al primero venir de frente, un chico de unos treinta y tantos años, diría. Camina deprisa y parece abstraído, enfrascado en sus propios pensamientos. Pero al sobrepasar a las dos chicas que llevo delante, el devenir tranquilo de su vida se altera por un instante. Sale asombrosamente rápido del estado de sopor que mantenía hasta entonces y ¡chas!, como si un resorte hubiese saltado en su interior, gira la cabeza, les mira el trasero a las compañeras, y retorna igual de rápido a su estado anterior.

Pasa el siguiente. Repite el mismo gesto, pero esta vez con una pequeña modificación. Parece que a este señor el resorte (o la vista) le falla, porque no para de saltarle; gira la cabeza hacia atrás una y otra vez compulsivamente, haciendo, mientras tanto, un gesto zafio con la boca.

De lejos llega un padre con una niña pequeña, la lleva cogida de la mano. En un momento dado se gira hacia la pequeña y hace un amago de colocarle bien la trenca, pero en realidad ni siquiera la está mirando. Es una excusa, un gesto enmascarado para poder girar la vista hacia las chicas.

Esta es una táctica habitualmente utilizada. Los hay que hacen como si se rascasen una pierna o la espalda, los hay que disimulan mientras se atan o se colocan bien el zapato. Luego están los que no disimulan. Hay, incluso, quienes se giran con chulería y mantienen la mirada fija durante un rato.

Ha pasado solo cerca de un minuto y medio, el tiempo que hemos tardado en recorrer la pasarela, y he llegado a contar hasta siete hombres que, con más o menos descaro, giraban la cabeza para mirarles el culo a las chicas.

Da igual si son jóvenes o mayores, si son padres, casados, novios o solteros. Da igual si son de clase alta o baja, si es el señor del banco, el señor catedrático o el señor que trabaja en la obra. Da igual si son feos o guapos. Si son de acá o de allá. El resorte les salta casi universalmente. De la manera más normal y natural. Hay algunos hombres respetuosos y concienciados que no actúan de esta manera con nosotras. Pero aún son pocos y no suelen estar bien vistos en los círculos masculinos, donde son tildados de «calzonazos» o «pavisosos», usando adjetivos suavecitos. A vosotros: ánimo, compañeros. Sois valientes por no seguir la norma.

El problema de todo esto viene cuando la libertad de unos no acaba donde debería empezar la libertad de otras. Ellos son los que observan y desean, mientras que nosotras somos observadas y deseadas. Es complicado salir de esa dinámica, incluso a propósito. Para esos hombres, la pasarela de la estación es una especie de pasarela Cibeles de delanteras y traseros con los que pueden deleitar a sus ojos. Y les sale automático pensarlo así.

A nosotras, en cambio, no. Más bien, nos sale pensar: «Me voy a subir un poco la camiseta, que creo que me he pasado» o «No se por qué esas de allí tienen que ir así vestidas» o «Creo que tengo celos». ¿Dónde queda eso de desear? ¿Dónde queda la sororidad o camaradería femenina?

Últimamente han estado emitiendo una serie de anuncios titulados: No infidelidad. Esta publicidad pertenece a un banco que anuncia la opción de solicitar un préstamo sin pertenecer directamente a él. En los spots se intercalan situaciones  y eslóganes como: «Que se te vaya la vista no es una infidelidad», «Seleccionar en el metro no es una infidelidad» o «Puntuar al nuevo no es una infidelidad». Si bien es cierto que en las cuatro versiones del anuncio que he visto, en dos aparecen hombres y en dos mujeres, también es cierto que en la vida real esto no es así. No te encuentras todos los días por la calle a la «típica mujer» que hace como si se subiese una media para aprovechar a mirarle el culo a un joven atractivo o hace como que le arregla el pelo a su hijo para no dejar pasar la oportunidad de echarle una miradita a un hombre que casi se le pasa de largo, o a la típica mujer que se para en seco y con cara de deseo clava los ojos y persigue con la mirada a aquel con el que se acaba de cruzar. Esa no es la norma, por mucho que en los anuncios o en las películas se trate de equiparar. Nuestra forma de desear es mucho más tímida que la suya. A nosotras nos han enseñado a no traspasar la línea de su libertad.  Y si la pasamos, resulta que nos meten en el saco de frívolas, de groupies locas, de obsesionadas, de ninfómanas o de desesperadas. Igualito que a ellos, ¿verdad?

Fuente:http://www.marketingdirecto.com/creacion/spots/no-infidelidad-campana-ing/

Anuncio vía Marketing Directo

Resulta que el anuncio en cuestión habla principalmente de infidelidad, y aquí retomo un cabo que he dejado suelto antes. Cuando pensamos que la compañera va un poco exagerada, cuando parece que sentimos celos porque nuestra pareja le acaba de hacer una radiografía con los ojos, y el debate gira en torno a lo que es o no es una infidelidad, ¿no será que en realidad sentimos un terrible descontento, el cual no nos atrevemos ni a analizar, con que a las mujeres no se nos perciba como sujetos?

Quizá, mujeres, estamos yendo en una dirección que no nos beneficia nada cuando nos dedicamos a juzgarnos las unas a las otras, y llamamos celos a lo que en realidad es impotencia ante una situación injusta y desigual que creemos no poder cambiar.

Igual empezaríamos a resolver todo esto si nos uniésemos un poco más entre nosotras, si nos diésemos cuenta de que no se trata de que unas reciban más atención de los hombres y otras menos, sino de que de un modo u otro todas estamos subordinadas. A lo mejor esto nos ayudaría a vernos menos como deseadas y más como personas que tienen deseos propios.

Va siendo hora de que nos pongamos de acuerdo y no permitamos que se sobrepase la línea de nuestras libertades.

Miranda, o cómo los niños pueden conocer a las mujeres relevantes de la historia

(Vaya por delante que trabajo para Edelvives, ¿eh?)

Miranda tiene 8 años. Le gustan las pompas de jabón, el olor de las tardes de lluvia y los pájaros que le caben en la mano pero, sobre todo, le gusta que le cuenten historias y más si son de verdad. Esta niña curiosa y pizpireta es la protagonista de la nueva colección que Edelvives ha lanzado para acercar a los niños las biografías de mujeres relevantes de la historia.

Itziar Miranda, Jorge Miranda y Nacho Rubio son los creadores de esta pequeña que no quiere ser princesa, no viste de rosa, ni canta el “Suéltalo”. Las ilustraciones de Lola Castejón (Thilopia), elegantes y delicadas, nos muestran una cría muy alejada del estilo Disney. Miranda es alta, espigada, lleva trenzas, calcetines de rayas y, sobre todo, tiene ideas propias.

Las recetas de Miranda. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Las recetas de Miranda. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Miranda es lista y centra su atención en mujeres significativas de la historia que conocemos de manera muy superficial. Y es que la historia ha ninguneado a muchas de esas mujeres por el mero hecho de no haber nacido hombres.

La historia ha ninguneado a muchas mujeres por el mero hecho de no haber nacido hombres. Clic para tuitear

Mujeres como Juana la Loca, Frida Khalo o Marie Curie dejaron en el pasado una huella que tendrá peso en el futuro, pero sus hazañas han dejado un poso ligero en nuestras mentes como simples menciones en los libros de historia. ¿Qué sabemos de ellas realmente?

Miranda nos invita a conocer a Juanita, Frida y Marieta (como ella las llama) desde la inocencia de sus 8 años. Con mucho ojo crítico, Miranda analiza los matrimonios concertados en la infancia, los amores obsesivos, los destructivos (esos que parecen amor pero no lo son), la infidelidad, los celos. También da un repaso a la prohibición de acceder a la cultura, la negación del reconocimiento profesional, la asfixia del talento femenino eclipsado por un hombre…

Frida. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Frida. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

¿Habríamos conocido el talento de Frida Khalo si no hubiera dejado atrás a Diego Rivera para volar sola? ¿Qué tal habría gobernado Juana si no la hubieran tildado de loca? ¿Qué habría sido de la humanidad si Marie Curie se hubiera sometido a la prohibición de estudiar de su Polonia natal?

Personalmente, creo que a Frida le habría pasado lo que a las mujeres que rodearon a los Beatles. Me parece aberrante que un país europeo prohibiese estudiar a las mujeres en los albores del siglo XX y creo firmemente que a todo el mundo le importaba un pito si Juana estaba realmente loca porque, en un momento en que Castilla era el mundo y se configuraban los confines de un imperio en el que jamás se pondría el sol, ¿alguien habría dejado gobernar a una mujer? ¡Venga ya!

La colección Miranda es valiosa y valiente. Debe seguir creciendo

Quiero que esta cría contestataria nos cuente las vidas de más mujeres porque ya era hora de poner el foco sobre las artistas, las científicas, las reinas, las políticas… Ya era hora de profundizar en sus vidas. Ya era hora de que los niños las conocieran en la infancia y ya va siendo hora de aumentar el espacio que se les dedica en los libros de arte, ciencia e historia.

Marieta. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Marieta. Ilustración de Lola Castejón (Thilopia)

Miranda me mola. Por eso he utilizado a mi niño de conejillo de Indias. Le enseñé los libros y los rechazó porque “son para niñas”. Le juré que no y como el enano este se da un aire a Miranda pero sin trenzas, concluyó que yo estaba ciega. ¿Acaso no veía yo esos colores pastel, esas líneas delicadas? “Esto es de niñas y tú no te enteras.”.

Me ha costado que se decidiera a empezar con Marieta pero al enemigo se le vence por cansancio, así que en cuanto le repetí 20 veces a mi futuro CSI que si no llega a ser por Marieta, ahora no existirían las radiografías y los forenses no podrían usar los rayos X para resolver casos, claudicó. Aunque “Los dibujos son de niñas”. Si logro que sepa que Marieta obtuvo 2 Premios Nobel y fue la primera mujer en enseñar en la Sorbona, ya sabrá de ella mucho más que los niños de su edad. Sólo por eso ya vale la pena la pelea.

Eso sí, como tengo enchufe en Edelvives, voy a aprovechar para hacer una pregunta: ¿podemos hacer que estos libros entren también por los ojos de los niños? Es que ese pequeño detalle puede contribuir a derribar muchas barreras desde la más tierna infancia 😉

La infidelidad como argumento de venta

Para mí, uno de los éxitos del capitalismo consiste en haber logrado convertir el consumismo (el consumo exacerbado, el consumo de cosas que no son imprescindibles) en algo cotidiano, normal y, hasta cierto punto, inevitable. Nuestra sociabilidad, la creación de nuestra identidad, nuestro ocio, etc. se basan cada vez más, como tenencia histórica, en el consumo y menos en otras cuestiones como la política.

La creación de necesidades no puede, sin duda, surgir de la nada, sino que se construye a partir de alguna de las necesidades básicas: la necesidad de relacionarnos con otros, de alimentarnos, de disponer de un techo… A partir de ahí, el capitalismo empieza a bombardearnos con anuncios y discursos sobre lo imprescindible que es para nosotros disponer del último modelo de iPhone, beber agua embotellada o quedar con los amigos en el garito de moda de Malasaña.

En cualquier caso, no pretendo discutir aquí el hecho de que estos artefactos mejoren o no nuestra vida, ni quiero dejar entrever que debamos prescindir de todo lo que no es absolutamente necesario y volver a vivir en cuevas. Sólo pretendo señalar el hecho de que, en la mayoría de los casos, nuestras formas de consumo no son fruto de una reflexión que nos lleve a pensar que necesitamos un producto o servicio (donde necesitar puede traducirse perfectamente por querer), sino que son consecuencia principalmente de un bombardeo constante de mensajes que nos incitan a ser de una forma determinada, lo cual lograremos a través del consumo de ciertos productos.

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Escena de la película They Live

Generalmente este bombardeo es tan constante y a gran escala que no somos conscientes de él y, sin embargo, parece ser efectivo. En mi opinión (advierto que no he estudiado publicidad y no es más que eso, una opinión), esa efectividad se basa en el hecho de que la publicidad -y otro tipo de herramientas empleadas para convencernos de que consumamos- apelan a sentimientos, ideas con las cuales nos sentimos cómodos, entretenidos, etc. y que calan de manera suave en nosotros, a base de repeticiones. ¿Que también podría ser que acabemos comprando un producto porque la forma de venderlo nos desagrada o no estamos de acuerdo con los valores que transmite? Puede ser, pero no lo creo.

Y esto me lleva al punto central de este post, que es la proliferación (o quizás el número haya sido constante en el tiempo y me haya ido yo a fijar ahora) de anuncios que nos venden un producto a través de la mención de la infidelidad.

El primero que vi fue uno de Canal+ que forma parte de una serie bastante extensa de anuncios que venden su paquete de cine, series y fútbol por diez euros. En él aparecen dos chicas charlando en el coche sobre el novio de una de ellas, porque a ella le molesta cuando él se pone futbolero. La amiga le dice que pase de él y “se lo monte” con varios personajes de ficción, a lo que ella responde que le va a “dar un repaso” a uno de estos personajes. Obviamente no se hace referencia a una infidelidad real, pero queda ahí.

 

El segundo iba en la misma línea, es de Movistar y reza “Mi novia me engaña con otra serie”, en enormes dimensiones en plena plaza de Jacinto Benavente.

Mi novia me engaña con otra serie

Publicidad desplegada en la madrileña plaza de Jacinto Benavente

El último, quizás el más explícito, es de la web de venta de ropa Zalando, y muestra a una mujer probándose ropa en su casa mientras le pide al repartidor que le vaya pasando prendas. El que suponemos que es pareja de la chica llega a casa, se encuentra la escena, pone mala cara y la mujer le dice que no se preocupe, que puede devolverlo todo hasta en 100 días. (No entraremos en el hecho de que tenga que justificar ante el hombre lo que compra o deja de comprar, porque no viene al caso, pero también es digno de análisis). El tío, que parece ser que no era eso por lo que estaba mosqueado, le pregunta si al repartidor también le puede devolver, como insinuando que no le mola nada que ese hombre estuviera ahí, con su chica, haciendo vete tú a saber qué cosas.

De estos tres ejemplos me llama la atención el hecho de que se recurra a la infidelidad para vender un producto. En ellos se pasa del tono jocoso del anuncio de Canal+ al dramático en el de Movistar y por último a la construcción de una situación en la que uno de los protagonistas parece creer realmente que una infidelidad ha ocurrido o
podría ocurrir (también bañada de un tono jocoso). ¿Qué quiere decir esto? ¿Por qué se recurre a la infidelidad? Tengo varias hipótesis: puede ser que la infidelidad genere (o, en fin, los publicistas crean que genera) un gran rechazo en la población y por eso se intente hacer chiste con ella. Para suavizar su peso, como queriendo decir “empatizo contigo, te comprendo, la infidelidad es una mierda”. Puede ser también que estemos sufriendo una crisis de identidad de las relaciones, el amor y la familia que todo nos haga un poco de
gracia y no sepamos muy bien cómo gestionar esto de la infidelidad (lo cual no es incompatible con lo primero). O puede ser, frente a esto, que la infidelidad esté bastante extendida y no sea algo que genere tanto rechazo como cabría pensar. Quien ve el anuncio se siente interpelado, no necesariamente de manera reflexiva, porque es o podría ser parte activa de esa relación de infidelidad.

En cualquier caso, para mí no cabe duda de que el capitalismo apela a nuestros sentimientos y debilidades para vender y hacernos conscientes de esto puede ser una herramienta poderosa.

Parece amor, pero sólo es drama: estereotipos del cine lésbico

Habitualmente, cuando se piensa en una relación homosexual, se tiende a considerarla mejor o peor que las heterosexuales, o en cualquier caso distinta a ellas. Esto ocurre, además de por los prejuicios homófobos aún extendidos en la sociedad, porque las personas hemos otorgado al hombre y a la mujer un rol en la pareja y en la vida, y nos negamos a deshacer esa asociación. Tenemos que comprender que no todas las mujeres son codependientes y frágiles emocionalmente, y no todas las personas codependientes y frágiles son mujeres (de igual forma, no todos los hombres son controladores y protectores, y no todas las personas de ese perfil son hombres).

Tradicionalmente, en la filmografía lésbica ha existido una predominancia clara del drama por encima de otros géneros, si bien ha habido honrosas excepciones (desde comedias románticas hasta películas de acción o históricas). Ya sea por la querencia de muchas lesbianas a meterse en relaciones tortuosas o por el deseo de los directores y guionistas de mostrarlas en pantalla, puede decirse que el cine lésbico es, mayoritariamente, famoso por sus bollodramas. El caso es que, si nos paramos a pensarlo, tiene todo el sentido del mundo porque ¿qué crea más y mejor drama que la dependencia psicológica y el extremismo emocional? Nada. Y ¿dónde hay de eso? Pues en la mujer, claro (pensarán los directores). Así que, ¿para qué voy a representar a una Bridget Jones enamorada, obsesionada y anulada completamente si puedo representar a dos y ponerlas a interactuar?

En 2001, Léa Pool nos trajo Lost and Delirious (más conocida en España como El último suspiro). En ella, Paulie y Tori son dos estudiantes de un internado de chicas que mantienen una relación a escondidas del resto. Una de ellas (Paulie) es valiente y no teme las consecuencias de que salga a la luz su romance; la otra (Tori), sin embargo, vive atemorizada por ello y decide cortar la relación cuando su hermana pequeña las descubre juntas en la cama una fría mañana. Hasta aquí, la historia podría parecerse a otras muchas que siguen la fórmula del «amor prohibido». El drama viene cuando, tras verse abandonada, Paulie comete todo tipo de locuras autodestructivas para llamar la atención de Tori y del colegio entero. Al final, como no podía ser de otra forma, se suicida tirándose desde el tejado del edificio.

Esa misma lógica bollodramática siguió el director Pawel Pawlikowski cuando escribió la historia de Mona y Tamsin (My summer of love), dos jóvenes que, ante la perspectiva de pasar un aburrido verano en el campo, deciden liarse y prometerse amor eterno porque es mucho más divertido. Este planteamiento no tendría nada de especial si no fuera porque su relación está dominada por los celos de Mona y la ciclotimia de Tamsin. Esta, para alimentar los celos de su novia, decide liarse también con su hermano. Mona, tras averiguar esto, la intenta asesinar ahogándola en el río, pero Tamsin consigue huir y ahí termina la película. También hay que entender a Mona… ¿Quién no ha intentado matar a su ex después de que le ponga los cuernos?

Tal y como dictan los cánones, he reservado para el final el mejor exponente del drama lésbico que estos ojos míos han podido ver: Love and suicide. Creo que viendo el título no hará falta decir mucho más, pero no os voy a ahorrar el gusto. Esta película es de bajo presupuesto, no creo que llegase a estrenarse ni siquiera en DVD, así que las críticas al apartado técnico no han lugar. La historia es simple: Kaye es una adolescente de familia muy religiosa que se muda a una ciudad nueva. Allí conocerá a Emily, otra adolescente de carácter fuerte y con las ideas muy claras. Ninguna de las dos sabe aún que es lesbiana, pero lo descubrirán juntas. Evidentemente, la familia de Kaye no tardará en enterarse y ésta se verá obligada a cortar la relación y a iniciar una vida heterosexual «normal» que satisfaga a su familia y a la sociedad en la que vive. Emily intentará llamar su atención en repetidas ocasiones y, una vez se rinda, se suicidará. La escena del suicidio es la cosa más dolorosamente lamentable que he podido ver en una pantalla: una chica tirada en el suelo, llorando, rodeada de fotos de su ex destrozadas, con botellas de alcohol vacías aquí y allá y regocijándose en el momento del suicidio durante varios minutos. Lo lamentable no es el deseo de suicidio, ni pillarse una borrachera cuando tienes el corazón roto, ni romper a bocados las fotos de tu ex, ni desear que le pille un autobús. Lo lamentable es que lo juntes todo, hagas una película y pretendas venderme que eso es el amor entre dos mujeres (o el amor a secas). 

Para terminar, me gustaría recomendaros algunas películas que presentan historias de amor sanas entre mujeres, sin suicidios ni asesinatos ni órdenes de alejamiento. Por mencionar algunas: If walls could talk 2, Aimée & Jaguar , Desert hearts, Imagine me & you y I can’t think straight.

¿Qué hace realmente que una tía sea guay?

Perdida no es un thriller, o, al menos, no es sólo un thriller. Desde mi punto de vista es, sobre todo, un retrato increíble de cómo los estereotipos desiguales de hombres y mujeres en las relaciones románticas generan dinámicas tóxicas. Incluso aunque no llegara a los extremos a los que llega (y advierto que a partir de ahora comienzan los spoilers, por lo que si no la has visto o leído, es mejor que lo dejes aquí), la obsesión de Amy por adaptarse a lo que debe ser una chica guay y el desapego de Nick, fomentado por sus inseguridades al tener una esposa perfecta a cuya altura no siente que llegue, habrían terminado mal. Al menos, eso es lo que transmite el libro. Creo que en la película el magistral relato tridimensional de los personajes queda anulado, y con ello «lo que le da calidad a la película», que diría aquel.

«Estaba confundida. Ninguna de las personas a las que he amado habían carecido nunca de propósitos ulteriores. Así que ¿cómo iba a saberlo? (…) Ha sido necesario llegar a esta terrible situación para que los dos nos demos cuenta. Nick y yo encajamos bien juntos». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

«Era cierto que yo también había experimentado aquella sensación, durante el mes anterior, en las raras ocasiones en las que no había estado deseándole todos los males a Amy. (…) Detectaba un pinchazo de admiración, y más que eso, de cariño por mi esposa, justo en el centro de mi ser, en las tripas. (…) Todo aquel tiempo pensando que en realidad éramos unos desconocidos y resultó que nos conocíamos intuitivamente, en los huesos, en la sangre». (Nick Dunne, en Perdida)

 

Fotograma de Perdida

¿Qué hacen las chicas enrolladas?

Lo que Nick y Amy quieren ser queda perfectamente plasmado cuando Amy está aún retratando su feliz y modélica historia de amor y pone el ejemplo de una «noche de chicas» que debe terminar con que sus novios se unan a ellas. Uno de ellos llega cuarenta minutos tarde, lo que conduce a una discusión tensa con su novia llena de reproches velados («Sí, perdona que gane dinero para los dos»). Nick no aparece y Amy no se da por aludida; en ese momento, incluso el novio de la tercera amiga, aparentemente feliz por estar junto a ellas, muestra una cierta envidia hacia Nick, ese novio que no tiene que ir «a cumplir». Lo que, siguiendo el relato de Amy, le convierte en un «mono bailarín»: aquel que se pliega a «tareas sin sentido, la miríada de sacrificios, las interminables rendiciones», que piden sus parejas para demostrar su amor. Ellos se ríen y lo consideran un ejercicio de poder, de sumisión, de obediencia. Nick y Amy no necesitan tareas de monos bailarines. Ellos se quieren. Amy no necesita jugar con Nick ni que este le demuestre su amor. Segura de sí misma, divertida, tranquila, comprensiva, Amy es una Chica Enrollada: una tía guay.

Ser la chica enrollada significa que soy una mujer atractiva, brillante y divertida que adora el fútbol americano, el poker, los chistes verdes y eructar, que juega a videojuegos, bebe cerveza barata, adora los tríos y el sexo anal y se llena la boca con perritos y hamburguesas como si estuviera presentando la mayor orgía culinaria del mundo a la vez que es capaz de algún modo de mantener una talla 34, porque las chicas enrolladas, por encima de todo, están buenas. Son atractivas y comprensivas. Las chicas enrolladas nunca se enfadan; solo sonríen de manera disgustada pero cariñosa y dejan que sus hombres hagan lo que ellos quieran. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Una chica guay no tiene problemas discutiendo abiertamente prácticas sexuales con sus compañeros de trabajo. Incluso de forma insinuante. ¡Está sexualmente liberada! Como muestra, el personaje de Becky en Clerks 2, que utilizaba la foto de Rosario Dawson junto al eslogan «It’s open» para anunciar el estreno.

 

 

Podríamos creer que esto es cosificación. Podríamos incluso decir que esto es acoso sexual en el entorno laboral. Pero, eh, eso sólo se dice de broma, como hace Randal. Tomárselo en serio, creer que las prácticas sexuales no son un tema de charla de máquina de café sino parte del espacio privado de cada uno, eso es de feminazis. Las chicas guays no necesitan el feminismo, entre otras cosas porque las chicas guays se portan como hombres. En el sentido de que tienen sexo abiertamente, les gustan los deportes y beben cerveza, claro. No en todos los demás sentidos. Porque una chica guay, que no se nos olvide, es una chica sexy. Sin eso, da absolutamente igual que cumpla todos los demás criterios. Y una chica sexy debe ser muy, muy, muy femenina.

Rosario Dawson, durante el rodaje de Clerks 2

¿Qué no hacen las chicas enrolladas?

Nick llega a casa, tarde y borracho, manda a Amy a tomar por culo (literalmente) y ella escribe en su diario que siente que es la única que se compromete (a negociar, a comunicarse, a no irse enfadada a la cama), justo antes de contar cómo ha ido a buscar a la basura los recibos que le cuenten las anécdotas de la noche que su marido le niega, descubriendo que ha estado en dos clubes de striptease. Se imagina la escena con todo lujo de detalles, sobre todo cuando encuentra un número de teléfono y concluye que Nick le ha sido infiel. Amy, por supuesto, no critica a Hannah («es Hannah, una mujer real, presumiblemente como yo»), pero puede ver a su marido negándole su existencia y se echa a llorar. La narración concluye con un «es un rasgo muy femenino, ¿no? Eso de tomar una salida nocturna entre amigos y agigantarla hasta convertirla en una infidelidad que destruirá nuestro matrimonio».

Fotograma de Perdida
Pero sobre todo, una chica guay no se enfada. No se enfada nunca. ¿Cómo iba a enfadarse? Es lo que los anglosajones llaman una chica de mantenimiento bajo: no tiene necesidades propias. No necesita que se la trate con respeto, que se escuchen sus problemas, que se mantengan los compromisos adquiridos. «¿No vas a venir, cariño? No, claro que no me importa»: una chica guay se quita su aspecto de chica lista para salir a cenar en dos minutos y se sienta a ver La jungla de cristal otra vez frente al PC comiendo ganchitos, ¡qué más da! Por eso una chica guay, por sexy que sea, tiene que disimularlo: es el prototipo de «recién salida de la cama», es decir, despeinada pero lo justo, maquillada pero sin que se note. Tiene que ser perfecta de serie. Una chica guay, de hecho, más que Amy, es Margo, la hermana de Nick. Que, por supuesto, como persona sin necesidades que es, cumple únicamente el papel de «escudera» de Nick, y está puesta en la trama para que alguien gestione el bar que no sea él, para que alguien haya cuidado de los padres cuando él estaba en Nueva York. Pero como hermana de Nick, no es objeto de deseo. Por tanto no puede ser una chica enrollada, ¿recuerdan?Una chica guay no hace «esas cosas tan femeninas». Una chica guay no tiene síndrome premenstrual. Es más, no tiene ciclos hormonales de ningún tipo. Una chica guay siempre quiere sexo. Si sólo es «una de los chicos», y se limita a compartir con ellos las actividades sociales pero no la cama, entonces les ha «friendzoneado», y ya se sabe que una tía que coloca a todos los tíos en la friendzone en realidad es una calentona.

¿Qué hay detrás de una chica enrollada?

La locura de Amy (que la hay, también) se justifica precisamente a partir del sacrificio. De la idea de que tiene que pasar de ser La asombrosa Amy que diseñaron sus padres («Ser hija única conlleva una responsabilidad injusta; te educas en la certeza de que en realidad no tienes permitido causar desengaños (…) Eso te conduce a desesperarte por ser perfecta y también te vuelve ebria de poder») a ser Amy Eliott Dunne, la esposa «del Medio Oeste» que «se emociona cuidando de su marido y de la casa». Amy se siente como una marioneta de los deseos ajenos y todo el complot es su forma enfermiza de empoderarse, de erguirse como autora de una trama, de convertirse en un personaje diseñado por sí misma, que el de la arpía manipuladora. Y cuando Amy se libera, lo primero que hace es acudir al episodio del mono bailarín.

¿Aquella absurda entrada en mi diario? (…) No eran sino estupideces de la Chica Enrollada. Menuda imbécil. Una vez más, no lo entiendo: si permites que un hombre cancele planes o se niegue a hacer cosas por ti, estás perdiendo. No has obtenido lo que deseabas. Es perfectamente evidente. Por supuesto, puede que con eso le hagas feliz, puede que diga que eres la tía más enrollada del mundo, pero lo dice porque se ha salido con la suya. ¡Te llama la Chica Enrollada para tenerte engañada» Es lo que hacen los hombres: intentan que creas que eres una chica enrollada para que te sometas a sus deseos. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

No se trata de ganar o de perder, pero sí, indudablemente, de eso tan femenino de agradar, de renunciar, de callar y conceder. De ese papel secundario que se supone que la mujer debe adoptar para ser capaz de encajar en una pareja («detrás de un gran hombre hay una gran mujer»). Volvamos a Margo: ella, sin embargo, no tiene una relación. ¿Cómo es posible? Quizá porque ella sí es una verdadera chica enrollada, y tampoco permite que su pareja ejerza ningún control sobre su libertad. Quizá en el caso de Margo es ella quien llega borracha del bar sin dar explicaciones o quien no se esfuerza demasiado por cuidar a su pareja.

¿Sabes? Durante todas las eras, hombres patéticos han abusado de las mujeres fuertes que amenazan su masculinilidad – está diciendo Desi -. Sus psiques son tan frágiles que necesitan ejercer ese control…
Yo estoy pensando en otro tipo de control. Estoy pensando en control disfrazado de preocupación: «Aquí tienes un suéter para protegerte del frío, querida, ahora póntelo y acomódate a mi visión». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Las chicas enrolladas deben mostrar vulnerabilidad y ternura y dependencia, también, una vez iniciada la relación. Porque si no, se corre el riesgo de hacer que su pareja (varón) se sienta insegura y se vaya con otra chica que no sólo sea enrollada, sino que sea mediocre. Porque ser brillante, ser independiente, ser fuerte, implica no necesitar, de verdad. Y nada es peor para el romanticismo tal y como lo conocemos hoy día que no necesitarse.
Imagen promocional de Perdida

 

Muchas personas se sorprenden al llegar al final de Perdida. ¿Cómo es posible que vuelvan? Vuelven porque deben volver. Porque lo que Perdida intenta demostrar es que seguir estas actitudes estereotipadas conduce a unas dinámicas de codependencia en las que no sólo no se puede salir dentro de la misma pareja, sino tampoco a lo largo de la biografía sexoafectiva de cada uno de ellos (no es que la relación de Amy y Desi fuese sana, precisamente). El dedo de Flynn señala lo tóxico: y lo tóxico implica también que el estado natural sea el de la pareja.

Love Actually

La culpa de todo la tiene James Stewart . Él empezó todo esto con el pomo de la barandilla de la escalera que siempre se soltaba, y de ahí hasta nuestros días. Llega la navidad y nos ponemos a hacer balance vital cual George Bailey en ‘¡Qué bello es vivir!’ preguntándonos si llevamos la vida que queremos o si somos víctimas del destino. Es la época del año en la que nos vemos obligados a dedicar más tiempo y atención a nuestras relaciones personales, lo que a veces se convierte en un revulsivo inesperado para cuestionar el amor en nuestras vidas. Quizás por eso ‘Love Actually’ se ambiente precisamente en el periodo navideño, para aprovechar esa red de encuentros tan concentrada que sólo tienen lugar en esos días del calendario. La película, escrita y dirigida por Richard Curtis, realiza un breve recorrido por varias relaciones y apela a nuestro optimismo para mostrar una idea del amor.

«La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo entiendo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo no es especialmente decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí. Padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos. […] Si lo buscáis tengo la extraña sensación de que descubriréis que el amor en realidad está en todas partes.»

scrooged

Escena de ‘Los fantasmas atacan al jefe’ (‘Scrooged’, 1988)

El mensaje no es nuevo y el resultado del conjunto es ciertamente agradable, un producto perfecto para todos los públicos, pero el collage de historias no es tan heterogéneo como se anuncia, ni la panorámica sobre el amor resulta tan realista. Sólo una de las propuestas se sale del patrón pareja heterosexual y todas aspiran al noviazgo o el matrimonio salvo el caso nombrado y los damnificados por circunstancias insalvables como el personaje de Mark (Andrew Lincoln) que está enamorado de la esposa de su mejor amigo, o Sarah (Laura Linney) y Karl (Rodrigo Antoro), que no logran superar la relación absorbente de Sarah con su hermano enfermo mental. El caso de Sarah resulta interesante como manifestación del concepto de sacrificio de amor tan vinculado al universo femenino. Ella lleva dos años enamorada de su compañero de trabajo y cuando por fin hay un acercamiento entre ambos prefiere seguir manteniendo su vida como está, centrando toda su atención en la relación con su hermano. Ni siquiera hay un intento de adaptación por su parte. Karl no es consultado para saber si a pesar de las aparentes dificultades está dispuesto a esforzarse, es una decisión unilateral.

Es como si la devoción hacia un tipo de afecto fuera incompatible con cualquier otro. Es una clásica postura de resignación heredada de la idea de amor romántico, en la que el individuo es un agente pasivo sin capacidad creativa de alternativas a un totalitarismo social sobre el ámbito privado. «Como ya no tenemos padres y ahora los dos vivimos aquí es mi deber cuidarle. Bueno, no es mi deber, pero obviamente lo hago encantada.» Con ese obviamente lo hago encantada Sarah oculta la frustración de una vida solitaria marcada por la dependencia de su hermano. No estaría bien visto ser sincero y afirmar que algo nos sobrepasa, que no sabemos cómo afrontar una situación difícil en una relación. Hay otro momento significativo con respecto a esto en la historia de Daniel (Liam Neeson) un hombre que acaba de quedarse viudo y al cargo de su hijastro. En determinado punto recurre a su amiga Karen para mostrar sus temores y su dolor y ella le insiste en que se controle, que nadie soporta a los cobardes. Nos encontramos de nuevo ante un condicionamiento de género. Puede que estos sean los detalles de la película más cercanos a lo que podría ser una crítica a la idealización del amor romántico y nuestros roles en dicho esquema, pero no se profundiza en ello, Curtis prefiere quedarse con una imagen general más amable.

Por otro lado, determinadas líneas argumentales se desarrollan de forma un tanto forzada como la infidelidad sufrida por Jamie (Colin Firth) y su enamoramiento absoluto de alguien a quien apenas conoce, Aurelia (Lúcia Boniz), la asistenta portuguesa que le ayuda en la casa de campo donde se retira para escribir. La barrera del idioma no les impide conectar, pero de eso a una propuesta matrimonial estilo caballero hay un trecho. Resulta más realista la infidelidad de Harry (Alan Rickman) hacia Karen (Emma Thompson), ambos formando el modelo clásico de matrimonio maduro. Y es creíble entre otras cosas por la tremenda secuencia de Emma Thompson asumiendo la decepción mientras escucha Both Sides Now de Joni Mitchell, un momento íntimo y conmovedor.

Escena de Love Actually

Nos encontramos también con otras líneas argumentales más frescas como ese primer amor del hijastro de Daniel, el romance entre los dobles de cine porno o la relación entre el Primer Ministro británico (Hugh Grant) y su secretaria Natalie (Martine McCutcheon). Esta historia se adentra quizás en terreno algo inverosímil y no sólo por el movimiento de caderas de Grant cuando le da por bailar, sino por representar una versión del cuento del rey enamorado de una chica del pueblo. Refuerza el dañino mito del príncipe azul. Aunque para exagerar tópicos está el personaje de Colin (Kris Marshall) y su idealización de la mujer americana como  la solución para su limitada vida sexual. Esto último es además un llamativo ejemplo de la cosificación sexual de la mujer, ya que lo que acontece desde que Colin pisa tierras estadounidenses parece más una fantasía erótica que la consecuencia lógica de una fe ciega en sí mismo y su plan.

Por último quiero destacar mi historia favorita de toda la película,  la relación entre el rockero Billy Mack (Bill Nighy) y su manager Joe (Gregor Fisher). Billy intenta colarse en las listas de éxitos navideños con una versión de ‘Love is all around’ que se limita a cambiar la palabra ‘love’ por ‘christmas’, todo un prodigio. Su curiosa campaña promocional basada en la sinceridad más descarada  y certera no sólo proporciona las secuencias más divertidas del film, además desemboca en la única declaración de amor fuera del patrón heterosexual, e incluso fuera de la propia concepción del amor romántico en sí. Billy descubre que el verdadero amor de su vida ha sido su agente, quien le ha apoyado de forma incondicional incluso en sus manifestaciones más irreverentes. El vínculo entre ambos es real y honesto, inclasificable y tierno. Es amor, del de verdad, del de navidad, y no ha sido algo casual, ha sido algo sustentado a lo largo del tiempo. «Hemos tenido una vida maravillosa» le confesaba Billy Mack a Joe.

El amor está en todas partes pero no es algo que se tenga que buscar para verlo o con lo que nos tropezamos si tenemos suerte en el camino. Si fuera así, el desarrollo de nuestras emociones estaría  expuesto al devenir de la vida y nosotros estaríamos indefensos. Este planteamiento es una forma de evadir nuestra responsabilidad en la gestión de nuestra propia felicidad. Tal vez sea mejor considerar  que el amor es una construcción que nos permite elevar un sentimiento de base hasta alcanzar una emoción profunda que cuando está nos estimula como pocas cosas lo hacen y cuando desaparece no nos abandona en un pozo de dolor profundo  porque aunque sea temporal no es efímera.

Love Actually Agony

Con esto no quiero decir que cada uno «elabore su amor ideal» como si se tratase de una receta de cocina. No es cuestión de cambiar a nadie, ni de idear un plan maestro para el éxito como el personaje de Colin, ‘el dios del sexo’. Si confiamos en ese tipo de estrategias lo más probable es que nos decepcionemos y suframos más de lo necesario a pesar de que quienes prueban dicha fórmula  en la película salgan bien parados. Construir no es controlar ni establecer un canon a nuestra imagen y semejanza. Puede haber una atracción implícita o un afecto entre dos personas, pero si no hay una comunicación entre ambos, una implicación de ambas partes, las posibilidades se diluyen, como le ocurría al personaje de Sarah (Laura Linney) con Karl. Construir el amor es un diálogo entre dos seres humanos para complementarse en un proyecto común. Las relaciones no deben ser entes misteriosos que nos atacan a veces dejándonos como víctimas a su merced, ni inaccesibles fórmulas de desigualdad bajo las que tenemos que someternos para ser felices. No hay nadie que encarne nuestros sueños ni se nos aparecerá en un futuro como el espíritu de la navidad si creemos en el amor como en una bendición concedida. Ambos la habían construido juntos en un entendimiento mutuo. A diferencia de las comedias románticas en las que lo personajes están supeditados a roles, la vida en el mundo real nos permite construir un amor perfecto para cada uno, construirlo con el otro y experimentarlo.

To me You Are Perfect

Y volvemos a James Stewart y a ‘¡Qué bello es vivir!’. George Bailey pasó una navidad muy complicada para comprender qué era lo que quería y aunque el final de su historia es casi milagroso, no deja de ser el resultado de lo que el personaje de James Stewart construyó como amor. Y se trataba de un amor como el descrito al inicio de ‘Love Actually’, no exclusivo del prototipo romántico, esa clase de magia que te encuentras en la terminal de llegadas de un aeropuerto. Tú lo construyes a partir de algo que te hace sentirte en comunión con otro ser humano, como cuando George y Mary conversan al regresar a casa tras el baile:

«-¿Qué has pedido?¿Deseas la luna? Dime solamente una palabra, la cogeré con un lazo y te la entregaré. Te regalaré la luna.
-La acepto. ¿Y luego qué?
-Pues luego te la comes. Y los rayos lunares saldrán entonces de la punta de tus dedos y de la punta de tus dedos de los pies y de la punta de tus pelos ¿Estoy hablando demasiado?»

¿Tan asumida tenemos la «cultura de la culpabilidad femenina»? El caso «Nosotras»

Hace unos días nos topamos con un ejemplo de más de lo que podríamos denominar “cultura de la culpabilidad femenina”. Lo más sorprendente del caso es que no encontramos este ejemplo por parte de alguna publicación tirando a la derecha o desde sectores que pudiéramos calificar como “machistas”… No, lo encontramos en un medio femenino.

La revista online ‘Nosotras’, que presume de ser un medio escrito por y para mujeres, se hacía eco de una “encuesta” en la que los hombres confesaban “qué comportamientos femeninos les llevaban a ser infieles”. Sí, como lo leen.

Tenemos que decir que el artículo en cuestión ya no puede leerse en el medio puesto que ha sido borrado, a petición de un grupo de usuarias que, escandalizadas, nos pusimos en contacto con el/la Community Manager del medio para denunciar el contenido y pedir su retirada. Gesto que les honra. No entraremos en este post en cuestiones de Gestión de Comunidad, que por muy analizable que sea – por ser un mal ejemplo – no es la temática de este blog. Pero hay que dejar claro desde el primer momento que nos costó lo nuestro que el artículo de marras fuese retirado. Más allá de que nos encontrásemos ante un tipo de empresa a la que es posible que le cueste borrar su contenido o rectificar,  nos llevó nuestro tiempo e insistencia que el artículo fuese retirado. Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Por qué nos costó tanto?

Pues simplemente –en la humilde opinión de la autora de este post – porque los encargados de esta publicación no comprendían los motivos de nuestra indignación. Y de ahí que creamos que sea necesario este post.

El artículo en cuestión es este. Del que, evidentemente, hicimos captura de pantalla para poder denunciarlo, pasara lo que pasara.

Articulo Nosotras infidelidad

No hay por dónde cogerlo. Más allá de que la encuesta refleje o no el sentir real del sector masculino, cosa que dudo, el artículo destila una perspectiva rancia, anticuada y que, de forma deliberada o no, acepta y valida la idea de que las mujeres tienen la culpa con sus actitudes de que los hombres les sean infieles. Una vuelta más de tuerca a la “cultura de la culpabilidad femenina” que sigue presente en nuestra sociedad. Recoger en un medio femenino una encuesta en la que podemos leer que los hombres son infieles porque las mujeres tienen la culpa, y que los motivos de un hombre para ser infiel a su pareja femenina son perlas como “sus cambios de humor por el síndrome premenstrual son horribles”, “tiene poco apetito sexual” o “limitando mi libertad” no hace sino validar determinados estereotipos sobre la menstruación (tema que da para varios posts), el deseo sexual femenino (otro tema para tomos) y el papel de las mujeres en las relaciones. En determinado momento el/la Community Manager de “Nosotras” nos quiso convencer de que el motivo de compartir la encuesta era, precisamente, “denunciarla”, pero llegar hasta ese punto nos había costado dejar varios comentarios.

Evidentemente, la motivación que llevó al/a la redactor/a a escribir este artículo no fue en ningún momento la denuncia de esta clase de encuestas, puesto que en los últimos párrafos podemos leer: ¿Qué os parecen estos motivos? (Con esta frase ya se está asumiendo que los hombres tienen que tener un motivo para ser infieles) ¿Los comprendéis u os parecen tonterías con fácil solución? (…) son totalmente evitables si las cosas se hablan” y el remate final: “Además, el primer motivo por el que son infieles los hombres es porque, en ocasiones, las mujeres no quieren tener sexo. Este hecho demuestra la gran importancia que dan los hombres a las relaciones sexuales (…)” Por favor, si alguien ha captado el tono de denuncia en estos dos párrafos, que me lo explique, porque yo no lo veo. Desde luego, si la intención era la denuncia, se trata de un artículo fallido. Al leerlos tuve la sensación de estar leyendo una publicación propia de la Sección Femenina, de los Cuadernos “para mujeres casadas” o cualquier otro tipo de publicación femenina de hace –eeeh- más de 60 años. El artículo valida varias ideas, a mi parecer:

  • Recuerda que los hombres necesitan sexo, si tú no se lo das, lo buscarán en otro sitio. (¿Hola? ¿Y a una mujer no podría pasarle lo mismo? ¿Nosotras no necesitamos sexo?)
  • Derivado de esa afirmación anterior, que las mujeres necesitamos menos sexo que los hombres. (Bienvenidos a 1952)
  • Una infidelidad masculina es “una tontería”, tú como mujer debes “evitarla”, “hablando las cosas” (… bienvenidos de nuevo a 1952, o al consultorio de Elena Francis)
  • Tu síndrome premenstrual es algo de lo que avergonzarse. Ya puedes estar retorciéndote de dolor, no te quejes, o impulsarás a tu pareja a serte infiel. (Eleeeenaaaa Fraaanciisss)
  • Los hombres necesitan libertad. Si haces demandas propias del vínculo que se supone que ambos habéis aceptado, cuidado con cómo las realizas, puedes estar impulsándole a ser infiel. (Fraaaanciiisss Fraaanciiisss)

En definitiva: este artículo no hace sino validar ciertos estereotipos que creíamos de la época de nuestras abuelas sobre la sexualidad femenina y masculina y el papel de la mujer en las relaciones. El título ya es de traca. Pero lo que más me entristece es que una publicación femenina haya caído en una generalización: mujeres contra hombres, hombres contra mujeres, de nuevo. La infidelidad, según este artículo, no es una cuestión de carácter, sino de género. Y es justificable para los hombres, porque tienen más apetito sexual. Y por supuesto… porque las mujeres tenemos actitudes tan irritantes que provocan a los hombres ser infieles. Y con este artículo, “Nosotras” se cargó todo un siglo de avances en derechos de la mujer. Y la pregunta que no se me va de la cabeza desde que emprendimos nuestra “particular cruzada” contra este artículo es: ¿tan asumida tenemos la “cultura de la culpabilidad femenina” que una publicación dirigida precisamente a mujeres no puede entender que no debe recoger tales encuestas? ¿Tan asumida tenemos esta “cultura de la culpabilidad femenina” que un/a lumbreras de un portal de citas ve necesario hacer tal clase de encuestas? ¿De verdad aún este juego sigue siendo una lucha de géneros?

Y al estilo de “Nosotras”, cerraré este artículo con un: “¿qué pensáis al respecto? ¿Os parece “la cultura de la culpabilidad femenina”… “una tontería con fácil solución”? 

Medianoche en París

Imagen via Filmaffinity

Gil e Inez están prometidos y en París, un cliché romántico perfecto (que, de hecho, cuesta la vida a varios japoneses cada año, aunque esto es off-topic). Sin embargo, mientas que Inez busca antigüedades en compañía de su familia Gil sólo quiere contar con tiempo para escribir y vagabundear. En uno de sus paseos nocturnos viaja en el tiempo y comienza a codearse con la bohemia de los años 20. No, obviamente no estamos ante una película realista, pero sí lo es la forma en que Gil e Inez se tratan el uno al otro. Que parte de una total indiferencia hacia los intereses del otro.

Como suele pasar en las películas de Woody Allen, el diálogo no es más que aparente, y en realidad se compone de una sucesión de monólogos donde la información no fluye de un personaje a otro, sino, en todo caso, de ambos personajes hacia el espectador. No existe la escucha, ni la retroalimentación. Ambos personajes se desprecian mutuamente: Gil no entiende la frivolidad de Inez, Inez no entiende la pretenciosidad de Gil. O podríamos hablar del interés de Inez por la decoración y el detalle, y el vasto conocimiento de Gil de la vida intelectual de París a lo largo de la historia, pero entonces probablemente sería el inicio de la relación.

Cuando conocemos a otra persona en muchas ocasiones nos sentimos fascinados por todo lo que a esa persona le interesa y de lo que nosotros no hemos oído hablar, o que jamás nos ha llamado la atención. Hemos escuchado hasta la saciedad que «los opuestos se atraen» y nos lo creemos. Vemos, incluso, una oportunidad de aprender sobre temas totalmente nuevos para nosotros. Pero muchas veces la prueba no supera la rutina. Porque no hay nada que compartir o porque, simplemente, pasado el impacto inicial en realidad descubrimos que si nunca nos acercamos a ese interés que tanto le importa a nuestra pareja es porque realmente no nos satisface lo más mínimo.

Y no pasa nada. No es necesario en absoluto que ambos compartan un interés, siempre y cuando sean compatibles. Pero ni siquiera buscamos esa compatibilidad. No buscamos personas que disfruten saliendo solas si a nosotras también nos gusta salir solas o quedarnos en casa, a solas. No buscamos personas que disfruten estando en casa haciendo una actividad diferente. Buscamos una especie de clon de nosotros mismos. Alguien que salga con nosotros, que vea la televisión con nosotros, que comparta con nosotros cada minuto de actividad. Lo que lleva a la dependencia. O, por el contrario, una persona con sus propias aficiones que realiza en el mismo tiempo que dedicamos a las nuestras… Y no compartir esa actividad se termina convirtiendo en indiferencia. No trabajamos en nuestra empatía: no somos capaces de disfrutar viendo a nuestra pareja disfrutar con algo que nos resulta aburrido o ajeno. No es necesario que nuestra pareja sea un clon o un compañero de equipo, pero desde luego no es sano que nuestra pareja se convierta en una extraña.

En la película, sin embargo, la ruptura no viene por esto, sino a raíz de una serie de infidelidades. No somos capaces de romper en base a la incompatibilidad porque no le damos la importancia que merece. Buscamos un motivo de peso: una gran pelea, una infidelidad, etc. Cuando no ser feliz debería ser un motivo de peso más que suficiente para acabar con una relación, o como mínimo, para transformarla.

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