Etiqueta : sumision

Las violencias machistas (en plural)

El próximo día 7 está convocada en Madrid la Marcha Estatal contra las Violencias Machistas. Las violencias, en plural. Hay a quien le sorprende este plural. Los autores de este blog, incluso, llegamos a debatir, después de uno de los últimos feminicidios, qué sentido tiene seguir señalando los micromachismos cuando hay macromachismos, hay asesinatos, hay jueces que exculpan acosadores, que niegan órdenes de alejamiento; hay periódicos que siguen hablando de las mujeres que se caen por las ventanas incluso después de que se detenga a su pareja por sospecha de asesinato.

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No se caen: las tiran. Como a Ana Mendieta. ¿Quién coño es Ana Mendieta? Quizá que no sepamos quién es y por qué se la reivindica hace que nos duela menos su muerte. Quizá que las mujeres se mueran en vez de que las asesinen hace que nos dé mucho menos miedo ser mujeres. Y tendríamos que tener mucho miedo de ser mujeres; porque cuando un experimento demuestra lo predispuestos que están los hombres a violarnos cuando bebemos, el vídeo que se hace viral se titula «los peligros del alcohol».

No, veréis: el alcohol no viola. Los violadores violan. Creo que fue a Charo López a la quien escuché decir que no importa lo acabada que se sienta una mujer o lo alcóholica que sea; no se derrumba a dormir la mona en un parque cualquiera, en un portal cualquiera. Recuerdo a una mujer que este verano vagaba, sin hogar, alrededor de la casa de una amiga. Recuerdo que siempre aseguraba que estaba allí porque ella quería, que era temporal, que no necesitaba ayuda, que gracias, ya había comido. No podemos mostrarnos vulnerables porque nada resulta más atractivo que la vulnerabilidad, parece ser.

Nos quieren vulnerables, y qué mejor forma de hacer a alguien vulnerable que debilitándole. Por ejemplo, privándole de comer. Y así, el canon de belleza empieza a plantear estándares que son cualquier cosa menos estándar, porque hay muy poquitas mujeres que puedan estar flaquísimas sin estar débiles. Pero, por si acaso, porque aún así son muchas las mujeres delgadas que siguen siendo de constitución fuerte, la faena se remata reforzando lo poco femenino que es el ejercicio, la musculatura. Por si acaso. Y así las mujeres dejamos de hacer deporte al llegar a la adolescencia, y así nos privan, poco a poco, de la capacidad física de autodefensa.

Y qué decir de la autodefensa mental; cómo vamos a poner límites a las personas si desde pequeñas nos enseñan a no tenerlos, si, como decía Malena Pichot, jugamos a servir el té y a cuidar muñecos, siempre para los otros, nunca para nosotras. Si nos enseñan que tenemos que ser agradables y corteses, si ser firme es un rasgo positivo en un hombre y una descortesía en una mujer. Nosotras a cuidar, a sonreír, a alimentar, a servir. Y, por supuesto, es importante que pensemos que todo eso no es importante. Que lo importante no es cultivar, sino cazar; la intimidad, sino la esfera pública; la educación, sino la guerra, la familia, sino el empleo remunerado.

Nos han hecho pequeñitas, vulnerables, solícitas y humildes. Cómo, entonces, nos vamos a quejar cuando nuestra pareja nos dice que no valemos para nada, que no nos preocupamos por lo que van a decir de él si nos portamos mal, que a lo mejor se enfada con nosotras y entonces qué, que va a ir a buscar fuera lo que no se le dé en casa.

 

 

Nos están matando. En un goteo de sangre que cada vez es más una riada y que aun así a nadie le parece suficiente como para ponerse a construir presas.

Pero además nos están amenazando, nos están gritando, nos están controlando, nos están humillando. Nos están sometiendo cuando no nos dejan hablar en el trabajo, cuando nuestro compañero cobra más que nosotras por hacer el mismo trabajo y apropiarse de nuestras ideas porque cuando hablamos tampoco nos oyen. Nos están controlando cuando aseguran que lo que llevamos puesto, lo que hemos bebido, por dónde caminamos son motivo para que nos agredan. Nos están sometiendo cuando no aceptan que no queramos follar, besar, sonreír o hablar; con desconocidos o con conocidos. Nos están matando cuando los periódicos fingen que no hay asesinatos, cuando los jueces fingen que no hay amenazas, cuando los vecinos fingen que no oyen ruidos, cuando nuestras personas queridas fingen que no nos ven llorar. Nos están gritando también cuando no nos dejan gritar a nosotras. Nos están humillando cuando dicen que no quiere decir sí.
Nos violan todos los días y nos están matando poquito a poco.

Y habrá mil guerras que luchar y mil discusiones que tener y mil matizaciones que ir negociando; pero para poder hacer todo eso es muy importante que sigamos vivas. Por fuera y por dentro.

Por todo esto, seguiremos denunciando el amor cuando nos debilita; y otras muchas violencias relacionadas y que hemos seleccionado en los tuits que encontraréis más abajo.

Y, por supuesto, por todo esto el sábado que viene nos vemos en Madrid: #YoVoy7N

Recorrido


Cenicienta, come mierda que llegarás lejos

Cenicienta poster película Kenneth Branagh

A raíz de la estupenda reflexión que Eva González escribió en este blog hace unos días, me he animado a daros mi opinión sobre Cenicienta y Disney, porqué no. Desde luego, con Frozen, como decía mi compañera, a Disney se le ha escapado una princesa nada romántica y me atrevo a decir incluso que se les ha ido de las manos. Quién sabe si para compensar el fenómeno Elsa no decidieron hacer un remake con actores reales de una de sus películas de animación clásicas, la Cenicienta.

Si todavía no la habéis visto, no os esperéis nada nuevo. Todo es exactamente igual que en el film de animación de 1950. ¡Fabuloso, pensaréis los amantes de los clásicos de Disney! Pues sí, pero hay un tufillo rancio en esta película que huele a sexismo desde lejos.

Como os decía, ahí los tenéis a todos: a Lucifer, el gato malvado; los ratoncillos, incluido Gus; Anastasia y Griselda y el hada madrina. Como en el cuento clásico, la madre de Ella (Cinder– ceniza en inglés+ Ella, el juego de palabras que da origen al nombre de la protagonista) fallece y la bella joven se queda sola con un padre ausente. Si trasladamos este cuento al mundo real, seguramente los servicios sociales se habrían hecho cargo de la niña porque el padre está menos en casa que lo que la mayoría vamos al gimnasio. Pero yendo al grano, la escena que marca la sumisión y el aroma a machismo de la película es cuando, antes de morir, la madre hace prometer a Cenicienta que siempre será generosa y valiente.

Cenicienta y su padre

Hija mía, te quiero tanto que me voy a casar con una hija de puta que te haga la vida imposible

Parece que Disney entiende que «generosa y valiente» es el equivalente a sumisa y obediente. Como una buena jovencita debe ser. Nada de rechistar. ¿Que te quitan la habitación y te trasladan al ático en tu propia casa? Carita feliz. ¿Que eres la chacha en una casa llena de criados? Carita feliz. ¿Que tu padre se muere y te convierten en una esclava? Carita feliz. ¡Nada de rebelarse, que eso no es ser generosa ni valiente! A limpiar, barrer, fregar y cocinar mientras vas soltando gorgoritos.

En un acto de rebeldía sin límites, la pobre Cenicienta se escapa con su caballo por el bosque. Pero como tragar mierda tiene su recompensa (¡gran mensaje, Disney!) se encuentra casualmente con el príncipe azul, que se enamora perdidamente de ella. Flechazo total. ¿Por qué está buenísima? No, hombre, no. Porque tras una conversación de dos minutos, ha visto la generosidad y valentía de la niña.

Cenicienta sirviendo

¡Qué puta pasada ser una esclava en mi casa!

Tan enamorado se queda, que se marcha en cuanto sus compañeros de cacería se lo dicen. Tan maravilloso es el príncipe que no le explica a la muchacha que es un príncipe. Como el padre quiere casarle porque le quedan dos telediarios y el reino necesita un heredero, el príncipe se lía la manta a la cabeza e invita a todas las doncellas del reino al baile donde debe elegir esposa. ¡Qué dispendio, hoygan! Si yo fuera un plebeyo y escuchara al pregonero decir que al baile real pueden asistir también las doncellas, ¡ojo! ¡Solo las doncellas plebeyas!, o me lío a tomatazos porque yo también quiero asistir aunque tenga rabo o escondo a mis hijas no sea que el heredero sea una especie de degenerado. Pero no, arcoiris y piruletas.

Cenicienta conoce al príncipe en el bosque

No me gustas porque estés buenísima, es que he visto más allá. En una conversación de 2 minutos, claro que sí.

El resto os lo podéis imaginar: las hermanastras me rompen el vestido, me pongo a llorar como una loca, aparece mi hada madrina, me voy al baile hecha un pincel y ¡sorpresa! ¡El maromo del bosque, que me dijo que era un aprendiz, es un príncipe! ¿Me enfado porque me ha mentido? ¡No, hombre, no! Carita feliz. Total, yo también estoy mintiendo. Eso son cimientos de una relación sana y lo demás son tonterías.

La muchacha pierde el zapato y se organiza la gran búsqueda. Las hermanastras y la malvada madrastra, interpretada por Cate Blanchett en estado de gracia, como es habitual (en serio, es de lo poco que vale la pena de la película) intentan que no se pruebe el zapato de todas las maneras posibles pero no, triunfa el amor verdadero y comen perdices.

La madrastra y Cenicienta

¡Qué puta pasada estar todo el día limpiando, barriendo, recogiendo, cocinando…!

¿Amor verdadero? Lo que da de sí una conversación de dos minutos a caballo y una cita en un palacio, ¡Qué cosas! Lo más grandioso del final de la película es ella, Cenicienta, saliendo de la casa del brazo del príncipe y diciendo «te perdono» a su terrible madrastra. Porque ser sumisa, calladita y obediente tiene premio, señoras. Porque callarse y hacer siempre lo que te dicen te da opciones a casarte con un chulazo que está forrado. Pues eso, se entiende el mensaje, ¿no? Chin pun.

Lo que me da más pena del asunto es que la moraleja rancia y machista de esta película llegará a un montón de niñas que ya han demostrado, como decía mi compañera, que prefieren ser Elsa a ser Ana. No quieren enamorarse y casarse, quieren tirar rayos de hielos por las manos. ¿Y quién no querría ser una maga de hielo? ¡Si es lo más grande! Elsa tiene un 10 en coolness, en su castillo de hielo, viviendo feliz y tranquila. Sin príncipesSin reglas. Siendo ella misma.

Elsa, ¡cómo mejoras en coolness!

Elsa, ¡cómo mejoras en coolness!

Por eso pienso que a Disney le ha salido el tiro por la culata con Frozen porque creo que ni en sus sueños más descabellados habrían pensado que las niñas del siglo XXI prefieren ser superheroínas antes que princesas. ¡Y gracias a Dios que es así! ¡Vivan las Elsas del mundo!

Amor, admiración, ¿anulación?

¿Qué quieres que te diga?
¿Que mi vida va genial?
¿Que todo transcurre tal y como lo pensé,
tal cual, sin más?
¿Que todas mis decisiones
pasan por un autotune de aciertos?
Qué más da, si no lo vas a escuchar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que escogiste lo mejor?
¿Que ya no quedaba amor?
¿Que no me merecías porque eras lo peor?
¿Qué tengo mil ilusiones,
qué ya no queda ni un gramo de pena?
Qué más da. Nunca supiste escuchar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que el tiempo va a mejorar,
que el gobierno está fatal,
que el Barça hoy ha vuelto a pinchar?
¿Qué quieres que te diga,
que sin ti no puedo más,
Que mi vida se rompió cuando te fuiste sin pensar que

nunca, nunca más me iba a recuperar
porque cuando tú jugabas yo creía
que lo que hacías era amar?
Y mientras,
yo me enamoraba como un fan
de tu voz, de tus amigos, de tu ropa
y de tu forma de mirar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que prefiero pasear por la playa
y escuchar a Billy Joel, o quizás a Ben Folds Five,
porque sé que tú los odiabas,
no eran suficientemente indies…?
Qué más da. Tú siempre fuiste lo más.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que el trabajo no está mal,
que cerraron el local donde solíamos tocar?
¿Qué quieres que te diga,
que me arrancaste el corazón?
Y hoy se te ocurre venir a pedir perdón
Después de un siglo o dos.

(La Casa Azul – Como un fan)

Este post es un exorcismo, una confesión, una hoja de diario; muy poco filosófica, ni psicológica, ni sociológica. Me enamoré como una fan casi a la vez que era lanzada esta canción; y no era la primera vez. Y es una forma terrible de enamorarse. Bebía cada una de sus palabras. Sus gustos eran mis deberes. Lo que en aquella época leía, veía o escuchaba está todavía tan relacionado con su persona que tengo autores, cineastas y grupos vetados aún, diez años después. Por si a alguien le cabía duda, la historia acabó mal, fatal. De hecho suelo presumir de que entre mis ex parejas se cuentan varios de mis mejores amigos pero en este caso aún no podemos estar en la misma habitación sin que se enrarezca el ambiente. Sí, diez años después.Si intento entender por qué aquella relación me dolió tanto a día de hoy sigo sin entenderlo bien. El pasado 25N una chica que conozco y que trabaja precisamente sobre el amor en su tesis nos proponía en Facebook que analizásemos entre las formas sutiles de dominación dentro de la pareja la que se construye desde la admiración, que cuestionásemos nuestro propio deseo. «¿Por qué tanta necesidad de admirar? Y sobre todo ¿qué es lo que consideramos admirable?» Me parecen dos preguntas indispensables para pensar sobre cómo nos enamoramos.

She's hot she's read everything

¿Es Alex Vause, de Orange is the new black, también sapiosexual?

Al buscar quien me guíe, busco a quien sepa más que yo. Me coloco inmediatamente en la posición de aprendiz. ¿Qué implica eso? Para empezar, que mi capacidad crítica se ve tremendamente mermada. Esa persona ya no tiene fallos. Siempre tiene razón. Eso empieza a generar dudas, una tras otra, sobre el propio criterio. ¿Es cierto esto que creo? ¿Estoy segura de que disfruto con esto? Una base fantástica, por cierto, para las relaciones tóxicas de todo tipo. No es necesario que alguien te haga sentir inútil si tú misma ya te has colocado en esa posición a costa de idolatrar a la otra persona, de creer que ella es el producto terminado y tú quien aún tiene un largo camino por recorrer.¿Cuántas de las personas que conocéis consideran que la admiración es un componente indispensable del amor? George Sand decía que el amor, sin admiración, es sólo amistad. Si contesto instintivamente, yo misma levantaría la mano. Necesito admirar para enamorarme porque, como esta chica proponía, hay una cierta sensación de estatus construida en torno al amar a quien es mejor que nosotros. Y así, no amamos al compañero, sino al guía. Admiramos la inteligencia; y ojo, que esto es preocupante: creemos que las personas negativas son más inteligentes, encima.

To me you are perfect

Una profecía que, en realidad, se autocumple. Incluso aunque tenga qué aportar, no lo voy a demostrar. Como un perrillo faldero, soy yo quien se entusiasma, quien admira, quien sigue, quien imita. La otra persona se puede sentir halagada, incluso obligada. Pero en estas condiciones no hay forma de que se sienta entusiasmada por estar conmigo. Y leía hace poco que si las dos partes no sienten entusiasmo, no hay nada que hacer. Me parece un buen criterio. La relación se convierte en un cementerio para las aspiraciones de una de las dos partes, que se coloca en el plano secundario. Pero también para el orgullo, la admiración y la sorpresa de quien se coloca en la posición de superioridad. También me he visto en esas, y aquel guía me dejó porque «había dejado de ser yo misma». Eso es lo que pasa cuando una se enamora como una fan. Que desaparece en el otro. Y nadie quiere estar con una cáscara vacía (de hecho, si alguien quiere estar con vosotros cuando no sois vosotros mismos, huid; es un síntoma de narcisismo bastante chungo no echar de menos a la persona por la que os habíais sentido atraídos cuando desaparece para convertirse en vuestro espejo).

Creo que esto nos pasa más a las mujeres. Supongo que por varios factores que confluyen en torno a esta desigualdad de poderes, que queda perfectamente reflejada en el «detrás de un gran hombre hay una gran mujer». Detrás. La Mujer-Pigmalión puede sentirse perfectamente realizada gracias a lo que ha conseguido que su pareja sea, que sus hijos sean. En ciencia, lo llamamos «Efecto Matilda«. En las revistas de estilo de vida, han decidido llamarlo «sapiosexualidad«: el fenómeno de sentirse atraído por la inteligencia ajena. O quizá deberíamos decir «atraída»: al buscar sapiosexual en Google, tres de las diez entradas de la primera página hablan de «mujeres sapiosexuales» expresamente. De entre las que no están marcadas en el título, otra más está ilustrada con una mujer, otra con una pareja heterosexual (aunque en el pie de foto se dice expresamente «Las mujeres sapiosexuales sienten atracción por los hombres inteligentes«, como si no pudiera suceder a la inversa), y otra comienza diciendo: «Hace rato fue derribado el estereotipo de la mina que va tras el dinero, éxito y belleza de un hombre. Quizás quedan algunas por ahí, pero hoy la moda es otra: los sapiosexuales, una especie más común de lo que pensabas.»

Es decir: la atracción por la inteligencia viene a sustituir la atracción por el dinero y el éxito por los que las mujeres han cambiado tradicionalmente su belleza física. La inteligencia, lógicamente, está asociada al estatus en la sociedad del conocimiento. ¿Pensaban ustedes que eran menos superficiales porque les atraía más una buena conversación que un buen tono muscular? Se equivocaban. En realidad es el mismo mecanismo superficial, aplicado a los nuevos tiempos. Mala suerte.

Y, ¿saben una cosa? El problema del amor basado en las mentes es que es pegajoso. Se queda adherido a las canciones, a los libros, a las películas. Nos ataca por sorpresa detrás de algunas palabras del diccionario y se come nuestros gustos. Y de pronto, con la ruptura, no perdemos sólo a esa persona. Detrás de ella se van discografías completas, el cine francés, tres estaciones de metro, una forma de hablar y de escribir.

Cada persona que forma parte de nuestra vida deja una herencia, un aprendizaje. Qué bonito sería entenderlo así y hacerlo nuestro de forma natural, progresiva, selectiva. Y mutua. Y compartir lo que nosotras también hemos aprendido, y seguimos aprendiendo por otras vías. E intercambiarnos, en lugar de anularnos.

Y que no tengan que pasar diez años para poder volver a leer a Pizarnik.

¿Qué hace realmente que una tía sea guay?

Perdida no es un thriller, o, al menos, no es sólo un thriller. Desde mi punto de vista es, sobre todo, un retrato increíble de cómo los estereotipos desiguales de hombres y mujeres en las relaciones románticas generan dinámicas tóxicas. Incluso aunque no llegara a los extremos a los que llega (y advierto que a partir de ahora comienzan los spoilers, por lo que si no la has visto o leído, es mejor que lo dejes aquí), la obsesión de Amy por adaptarse a lo que debe ser una chica guay y el desapego de Nick, fomentado por sus inseguridades al tener una esposa perfecta a cuya altura no siente que llegue, habrían terminado mal. Al menos, eso es lo que transmite el libro. Creo que en la película el magistral relato tridimensional de los personajes queda anulado, y con ello «lo que le da calidad a la película», que diría aquel.

«Estaba confundida. Ninguna de las personas a las que he amado habían carecido nunca de propósitos ulteriores. Así que ¿cómo iba a saberlo? (…) Ha sido necesario llegar a esta terrible situación para que los dos nos demos cuenta. Nick y yo encajamos bien juntos». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

«Era cierto que yo también había experimentado aquella sensación, durante el mes anterior, en las raras ocasiones en las que no había estado deseándole todos los males a Amy. (…) Detectaba un pinchazo de admiración, y más que eso, de cariño por mi esposa, justo en el centro de mi ser, en las tripas. (…) Todo aquel tiempo pensando que en realidad éramos unos desconocidos y resultó que nos conocíamos intuitivamente, en los huesos, en la sangre». (Nick Dunne, en Perdida)

 

Fotograma de Perdida

¿Qué hacen las chicas enrolladas?

Lo que Nick y Amy quieren ser queda perfectamente plasmado cuando Amy está aún retratando su feliz y modélica historia de amor y pone el ejemplo de una «noche de chicas» que debe terminar con que sus novios se unan a ellas. Uno de ellos llega cuarenta minutos tarde, lo que conduce a una discusión tensa con su novia llena de reproches velados («Sí, perdona que gane dinero para los dos»). Nick no aparece y Amy no se da por aludida; en ese momento, incluso el novio de la tercera amiga, aparentemente feliz por estar junto a ellas, muestra una cierta envidia hacia Nick, ese novio que no tiene que ir «a cumplir». Lo que, siguiendo el relato de Amy, le convierte en un «mono bailarín»: aquel que se pliega a «tareas sin sentido, la miríada de sacrificios, las interminables rendiciones», que piden sus parejas para demostrar su amor. Ellos se ríen y lo consideran un ejercicio de poder, de sumisión, de obediencia. Nick y Amy no necesitan tareas de monos bailarines. Ellos se quieren. Amy no necesita jugar con Nick ni que este le demuestre su amor. Segura de sí misma, divertida, tranquila, comprensiva, Amy es una Chica Enrollada: una tía guay.

Ser la chica enrollada significa que soy una mujer atractiva, brillante y divertida que adora el fútbol americano, el poker, los chistes verdes y eructar, que juega a videojuegos, bebe cerveza barata, adora los tríos y el sexo anal y se llena la boca con perritos y hamburguesas como si estuviera presentando la mayor orgía culinaria del mundo a la vez que es capaz de algún modo de mantener una talla 34, porque las chicas enrolladas, por encima de todo, están buenas. Son atractivas y comprensivas. Las chicas enrolladas nunca se enfadan; solo sonríen de manera disgustada pero cariñosa y dejan que sus hombres hagan lo que ellos quieran. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Una chica guay no tiene problemas discutiendo abiertamente prácticas sexuales con sus compañeros de trabajo. Incluso de forma insinuante. ¡Está sexualmente liberada! Como muestra, el personaje de Becky en Clerks 2, que utilizaba la foto de Rosario Dawson junto al eslogan «It’s open» para anunciar el estreno.

 

 

Podríamos creer que esto es cosificación. Podríamos incluso decir que esto es acoso sexual en el entorno laboral. Pero, eh, eso sólo se dice de broma, como hace Randal. Tomárselo en serio, creer que las prácticas sexuales no son un tema de charla de máquina de café sino parte del espacio privado de cada uno, eso es de feminazis. Las chicas guays no necesitan el feminismo, entre otras cosas porque las chicas guays se portan como hombres. En el sentido de que tienen sexo abiertamente, les gustan los deportes y beben cerveza, claro. No en todos los demás sentidos. Porque una chica guay, que no se nos olvide, es una chica sexy. Sin eso, da absolutamente igual que cumpla todos los demás criterios. Y una chica sexy debe ser muy, muy, muy femenina.

Rosario Dawson, durante el rodaje de Clerks 2

¿Qué no hacen las chicas enrolladas?

Nick llega a casa, tarde y borracho, manda a Amy a tomar por culo (literalmente) y ella escribe en su diario que siente que es la única que se compromete (a negociar, a comunicarse, a no irse enfadada a la cama), justo antes de contar cómo ha ido a buscar a la basura los recibos que le cuenten las anécdotas de la noche que su marido le niega, descubriendo que ha estado en dos clubes de striptease. Se imagina la escena con todo lujo de detalles, sobre todo cuando encuentra un número de teléfono y concluye que Nick le ha sido infiel. Amy, por supuesto, no critica a Hannah («es Hannah, una mujer real, presumiblemente como yo»), pero puede ver a su marido negándole su existencia y se echa a llorar. La narración concluye con un «es un rasgo muy femenino, ¿no? Eso de tomar una salida nocturna entre amigos y agigantarla hasta convertirla en una infidelidad que destruirá nuestro matrimonio».

Fotograma de Perdida
Pero sobre todo, una chica guay no se enfada. No se enfada nunca. ¿Cómo iba a enfadarse? Es lo que los anglosajones llaman una chica de mantenimiento bajo: no tiene necesidades propias. No necesita que se la trate con respeto, que se escuchen sus problemas, que se mantengan los compromisos adquiridos. «¿No vas a venir, cariño? No, claro que no me importa»: una chica guay se quita su aspecto de chica lista para salir a cenar en dos minutos y se sienta a ver La jungla de cristal otra vez frente al PC comiendo ganchitos, ¡qué más da! Por eso una chica guay, por sexy que sea, tiene que disimularlo: es el prototipo de «recién salida de la cama», es decir, despeinada pero lo justo, maquillada pero sin que se note. Tiene que ser perfecta de serie. Una chica guay, de hecho, más que Amy, es Margo, la hermana de Nick. Que, por supuesto, como persona sin necesidades que es, cumple únicamente el papel de «escudera» de Nick, y está puesta en la trama para que alguien gestione el bar que no sea él, para que alguien haya cuidado de los padres cuando él estaba en Nueva York. Pero como hermana de Nick, no es objeto de deseo. Por tanto no puede ser una chica enrollada, ¿recuerdan?Una chica guay no hace «esas cosas tan femeninas». Una chica guay no tiene síndrome premenstrual. Es más, no tiene ciclos hormonales de ningún tipo. Una chica guay siempre quiere sexo. Si sólo es «una de los chicos», y se limita a compartir con ellos las actividades sociales pero no la cama, entonces les ha «friendzoneado», y ya se sabe que una tía que coloca a todos los tíos en la friendzone en realidad es una calentona.

¿Qué hay detrás de una chica enrollada?

La locura de Amy (que la hay, también) se justifica precisamente a partir del sacrificio. De la idea de que tiene que pasar de ser La asombrosa Amy que diseñaron sus padres («Ser hija única conlleva una responsabilidad injusta; te educas en la certeza de que en realidad no tienes permitido causar desengaños (…) Eso te conduce a desesperarte por ser perfecta y también te vuelve ebria de poder») a ser Amy Eliott Dunne, la esposa «del Medio Oeste» que «se emociona cuidando de su marido y de la casa». Amy se siente como una marioneta de los deseos ajenos y todo el complot es su forma enfermiza de empoderarse, de erguirse como autora de una trama, de convertirse en un personaje diseñado por sí misma, que el de la arpía manipuladora. Y cuando Amy se libera, lo primero que hace es acudir al episodio del mono bailarín.

¿Aquella absurda entrada en mi diario? (…) No eran sino estupideces de la Chica Enrollada. Menuda imbécil. Una vez más, no lo entiendo: si permites que un hombre cancele planes o se niegue a hacer cosas por ti, estás perdiendo. No has obtenido lo que deseabas. Es perfectamente evidente. Por supuesto, puede que con eso le hagas feliz, puede que diga que eres la tía más enrollada del mundo, pero lo dice porque se ha salido con la suya. ¡Te llama la Chica Enrollada para tenerte engañada» Es lo que hacen los hombres: intentan que creas que eres una chica enrollada para que te sometas a sus deseos. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

No se trata de ganar o de perder, pero sí, indudablemente, de eso tan femenino de agradar, de renunciar, de callar y conceder. De ese papel secundario que se supone que la mujer debe adoptar para ser capaz de encajar en una pareja («detrás de un gran hombre hay una gran mujer»). Volvamos a Margo: ella, sin embargo, no tiene una relación. ¿Cómo es posible? Quizá porque ella sí es una verdadera chica enrollada, y tampoco permite que su pareja ejerza ningún control sobre su libertad. Quizá en el caso de Margo es ella quien llega borracha del bar sin dar explicaciones o quien no se esfuerza demasiado por cuidar a su pareja.

¿Sabes? Durante todas las eras, hombres patéticos han abusado de las mujeres fuertes que amenazan su masculinilidad – está diciendo Desi -. Sus psiques son tan frágiles que necesitan ejercer ese control…
Yo estoy pensando en otro tipo de control. Estoy pensando en control disfrazado de preocupación: «Aquí tienes un suéter para protegerte del frío, querida, ahora póntelo y acomódate a mi visión». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Las chicas enrolladas deben mostrar vulnerabilidad y ternura y dependencia, también, una vez iniciada la relación. Porque si no, se corre el riesgo de hacer que su pareja (varón) se sienta insegura y se vaya con otra chica que no sólo sea enrollada, sino que sea mediocre. Porque ser brillante, ser independiente, ser fuerte, implica no necesitar, de verdad. Y nada es peor para el romanticismo tal y como lo conocemos hoy día que no necesitarse.
Imagen promocional de Perdida

 

Muchas personas se sorprenden al llegar al final de Perdida. ¿Cómo es posible que vuelvan? Vuelven porque deben volver. Porque lo que Perdida intenta demostrar es que seguir estas actitudes estereotipadas conduce a unas dinámicas de codependencia en las que no sólo no se puede salir dentro de la misma pareja, sino tampoco a lo largo de la biografía sexoafectiva de cada uno de ellos (no es que la relación de Amy y Desi fuese sana, precisamente). El dedo de Flynn señala lo tóxico: y lo tóxico implica también que el estado natural sea el de la pareja.

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