Neoliberalismo sexual y amor romántico
Hace poco me di cuenta de la absurda cantidad de tiempo que pasamos lxs jóvenes buscando pareja, o en su defecto hablando de buscar pareja. Pero más curiosa me resulta la respuesta confiada de mis amigxs cuando menciono esta reflexión junto con mi típica frase «el amor romántico es tóxico». La respuesta más generalizada que recibo es: ¡será tóxico pero es que yo soy muy románticx!
Pese a los avances de la lucha feminista en la búsqueda de la igualdad, el sistema patriarcal está anclado en la estructura social, el dominio masculino se ha convertido en algo más que su definición literal. Este gobierno, o contrato social que nadie ha firmado, es algo endémico en la vida de las mujeres, la institucionalización de una estructura de creencias establecida para mantenerlas en un continuo estado de sumisión.
Es inevitable, por tanto, tratar de discernir cómo el patriarcado ha llevado a cabo una estrategia para someter a la mujer a través de las relaciones afectivas. Ana de Miguel habla del amor romántico como algo que todo lo puede y todo lo justifica, ya que es el propósito más absoluto de la vida. Ese célebre sin ti no soy nada de Amaral es una clara prueba de que el amor es la búsqueda de la persona perfecta que nos complete, ya que si no se encuentra una pareja la vida se convierte en una perpetua deambulación triste y solitaria. El amor no puede fracasar nunca pase lo que pase, ya que es lo que da sentido a la vida.

Aún así, me resulta alarmante cómo una generación que cada vez está más concienciada sobre la perspectiva de género sigue manteniéndose, de manera voluntaria, en un estado de alienación imperturbable. La entrega total es el ideal que plaga la búsqueda eterna de una pareja que tiene que durar toda la vida, porque si no vaya pérdida de tiempo. Estamos dispuestxs a todo por triunfar en el amor, una de las razones del famoso online dating. Ana de Miguel habla del amor romántico como un clásico del feminismo, es decir, algo que se lleva debatiendo desde el movimiento sufragista.
Es el momento de luchar contra esta quimera, ahora que ponerse las gafas moradas es algo que ya no asusta tanto. Sin embargo, como afirma De Miguel, la dificultad se encuentra en lidiar con la doble moral sexual que, por un lado, defiende la liberación sexual de la mujer y, por otro, en todos los medios proyecta el mensaje del amor como manera de autorrealización.
Cuando empiezas a pensar en esto del amor romántico, te cuestionas cómo lo has tenido toda la vida delante y nunca te has dado cuenta de lo tóxico que realmente es, pero no te sientas culpable: la invisibilización de la coacción a la mujer a través del amor es uno de los factores que habilitan la reproducción de la desigualdad. En esto, como en todo lo respectivo a la desigualdad, no tenemos la culpa nosotras.
Una de las reflexiones de Ana de Miguel que más incendiaria me pareció en el capítulo titulado «del amor como proyecto de vida al amor como valor en la vida» fue cómo analizaba la evolución del amor romántico en la actualidad, una época en la que muchas sociedades son consideradas formalmente igualitarias, y por lo tanto las jóvenes tenemos acceso a más actividades que nunca. Sin embargo, las hostilidades y trabas que nos pone el patriarcado para desarrollar un proyecto de vida pueden condicionar nuestra concepción del amor para convertirlo en algo que ofrece sentido a la vida.
Y es que, después de la revolución sexual, la década prodigiosa de los sesenta, la sexualidad se convirtió en el centro de la reflexión. Fue el inicio de la repulsa de la sexualidad normativa y hegemónica en términos patriarcales; sin embargo, esta lucha nos ha llevado a la división entre dos espectros paralelos de vivir la sexualidad dentro de la ilusión del amor romántico: la promiscuidad, que define a las mujeres como objetos serviles, y las relaciones formales, que definen a las mujeres como propiedad.
Esta reflexión de la que os hablé al principio sobre la búsqueda del amor coincidió en el tiempo con mi descubrimiento de Ana de Miguel y su libro Neoliberalismo sexual, que me dejó con una estupenda sensación de feminista experta.
Este libro defiende que ni hay libertad ni hay igualdad. Hay nuevas formas de reproducción de la desigualdad, una vuelta acrítica a los valores más rancios del rosa y el azul. No vamos a resignarnos ante la conversión del ser humano en mercancía, ¡ven con nosotras!
No me malinterpretéis, no soy de esas personas condescendientes que dan charlas, sino que ahora he perdido la paciencia que me permitía escuchar monólogos vacíos sobre igualdad con la esperanza de que, entre todas, alguna palabra mereciese la pena. Me he convertido, en cierta manera, en una womansplainer, una mujer que tiene una voz fuerte y que decide los términos en los que desarrolla sus relaciones afectivas, así como el tiempo y el esfuerzo que invierte en ellas. He encontrado mi voz y de eso, bajo mi punto de vista, va la lucha contra el amor romántico, de encontrar una voz propia que te permita vencer la cantidad de mensajes que recibimos a diario para darnos por vencidxs y buscar a nuestra media naranja.
El problema no es el tiempo que invertimos ni la forma, sino el tipo de romance idílico que buscamos de manera generalizada (a mis amigxs sólo les falta decir que les encantan las comedias románticas), al fin y al cabo Kate Millet no estaba muy equivocada cuando decía que el amor es el opio de las mujeres. Finalmente, para responder a todos ellxs que se autodenominan muy románticxos, me gustaría utilizar el subtítulo de Neoliberalismo sexual, ya que el amor romántico simplemente es El mito de la libre elección.