Por Sophie King, finalista* del I Concurso literario «Parece amor, pero no lo es».
La última vez que lo vi fue a la mitad del vagón. Sus ojos cálidos siempre habían causado una serenidad en mi alma. Sabía poco de él, eso era seguro, pero esos pequeños hoyuelos que se creaban cada que sonreía me hacían sentir como si lo conociera desde hace muchos años. Solíamos compartir el mismo vagón, cada que regresaba del trabajo tenía la oportunidad de verlo aunque fuera una vez, pero un día, simplemente desapareció. Pasó el tiempo, y los días terminaron siendo meses, pero yo seguí esperando por él. Mis inocentes sentimientos me hacían tener fe de que en algún momento lo volvería a ver.
Cuando era pequeña mi madre me contaba que mientras más desearas algo, más posibilidades tenías de que ocurriera. Nunca fui creyente de esas palabras, hasta que un día, ocurrió. Él se encontraba sentado justo enfrente de mí, pero esta vez no estábamos en ese vagón, por primera vez solo éramos los dos en aquel lugar. Sus ojos chocolate me observaron, después de mucho tiempo al fin podía volver verlos. Se habían vuelto más oscuros, pero seguían transmitiendo la misma calidez de antes. Mientras me acercaba a su lado, me cuestioné si en verdad era prudente hablarle como si entre ambos existiese una gran confianza; con algo de vergüenza me senté a su lado. No intercambiamos palabras, el silencio que surgió no era abrumador, de hecho podría decir que era relajante, era como si mis problemas hubieran desaparecido con solo estar a su lado. — Creí que nunca te volvería a ver—, solté después de unos largos minutos, mientras veía la nieve caer sobre la copa de los árboles. Un cosquilleo invadió mi estómago justo cuando nuestras miradas se conectaron, él me dedicó una pequeña sonrisa que, para mí, valía oro. —También me da gusto volver a verte—. Su voz despreocupada me hizo recordar esas pequeñas pláticas que teníamos algunas veces, aún puedo recordar ese libro que me recomendó antes de dejar de verlo. Sentí justo como si me hubiera leído la mente, me pregunto sí lo había leído, y si en verdad me había gustado el final contado. Cuando menos nos dimos cuenta, las horas pasaron volando y ni siquiera logramos notarlo; sin embargo, para mí siempre pareció avanzar tan solo un par de minutos. Esa charla tan simple, donde no hubo necesidad de preguntar sobre nosotros, me causó una enorme satisfacción.
El romper la rutina de las mismas pláticas repetitivas, donde solo fingías interés por cosas que obviamente en algún momento ibas a olvidar, se sentía tan bien… La nieve cubrió casi por completo el parque, el frío se hizo más presente y el tiempo paso con lentitud. Con las piernas algo entumecidas me levanté seguido de él, y en ese instante me di cuenta que ese chico no llevaba una ropa adecuada para el invierno. Tenía miedo de que se enfermera, que se sintiera mal en día de mañana. Con rapidez me quité la bufanda que mi hermana me regaló unas navidades pasadas y la coloqué en su cuello, sabía que no era mucho y que tal vez no haría la gran diferencia, pero me hacía sentir tranquila. Él me miró confundido, y era obvio, no era usual que una chica que apenas y sabes su nombre, te ponga una bufanda que, claramente, aprecia demasiado.
—¿Y esto?—, me preguntó tomando con ternura la tela grisácea. Mis mejillas comenzaron a calentarse, con inseguridad observé mis botas. —Lo necesitas más que yo—, contesté intentando no perder la voz por la vergüenza que sentía. Alborotó mi cabello con rapidez; aunque fuese un simple acto, pude encontrar un pequeño significado en él. Lo miré con ilusión y con una gran sonrisa llena de gratitud se despidió de mí. Sabía que era muy pronto para admitir que me gustaba, no lo conocía, muy apenas y sabía su nombre, pero sus simples actos me cautivaron por completo desde el primer instante que lo vi entrando en aquel vagón. Desde ese momento entendí que el amor no existe en primera instancia, sino que es más bien atracción.
Joven de 17 años con pensamientos lúcidos y surrealistas. Escritora novata tras sufrir de legastenia.
*Nota: este texto se enmarca en el I Concurso Literario «Parece amor, pero no lo es». Ha sido seleccionado como finalista por parte del jurado porque creemos que puede ser interesante para un debate en torno a la construcción de relaciones amorosas más sanas. No coincide necesariamente con la opinión de las personas que integran el jurado o la coordinación de Parece amor, pero no lo es. Si tienes algún comentario, no dudes en dejarlo debajo de este artículo. ¡Todo debate respetuoso es más que bienvenido!
El amor rara vez es como aparece en las películas, pero está en nuestras manos forjar grandes historias. Esta historia nos muestra que el amor viene de forma inesperada, que no tenemos por qué buscarlo. También que, a veces, para ganar hay que arriesgar. Que nos podemos enamorar a primera vista, pero luego el amor hay que trabajarlo día a día. Y que ningún nuevo amor debería hacernos dejar de lado los que ya existen. Porque en este blog caben la crítica y la deconstrucción, pero también las historias bonitas.
El recuerdo de los inicios de esta historia está algo desdibujado. Probablemente porque fue algo progresivo y tal vez demasiado surrealista. Era mi último año de instituto. Me había pasado seis años de mi vida entre esas paredes y, a pesar de haber intentado en algún momento salir con alguna chica, no había tenido éxito alguno. Tampoco le daba mucha importancia, simplemente pasaba página cada vez que algo así sucedía. Pero lo cierto es que dentro de mí había algo que me hacía ver que quería estar en una relación. Con esto no me refiero a que quisiera desesperadamente salir con cualquiera, sino que, iluso de mí, pensaréis, estaba deseando que llegara el momento en el que encontrara a la chica ideal.
La vida en los pasillos era igual de aburrida que siempre. Llenos de gente, cada uno con los suyos y sin hacer mucho caso de las locuras de los demás. Así era yo también hasta que un día, en el segundo trimestre, mi mirada se encontró con un largo y precioso pelo rubio que parecía querer llegar hasta la cintura. Me llamó la atención, pero no le di más importancia. Unos días después me volvería a encontrar con aquella chica por el pasillo. “Es realmente guapa”, pensé.
No sabía absolutamente nada de ella. Ni cuántos años tenía, ni a qué curso iba (aunque al mío estaba casi convencido de que no iba), ni por supuesto cómo se llamaba. Todo eran incógnitas. Pasaban los días y cada vez tenía más ganas de volver a cruzarme con ella. Me suscitaba mucha curiosidad y tenía bastantes ganas de conocer cómo era realmente. No sabía qué, pero algo hacía que destacara entre el resto de las chicas. No solo físicamente, sino que se podía intuir que era alguien especial. Parecía una chica inteligente y muy agradable, pero podía saberlo a ciencia cierta. Al cabo de unas semanas tuve que aceptar la realidad: me había enamorado. Todo esto estaba muy bien, pero no tenía ni la más mínima idea de cómo podía conocerla. No me gusta considerarme tímido, pero siempre me ha costado empezar a hablar con alguien que no conozco de nada.
Con el paso de las semanas, con la sucesión de ciertas casualidades y con la ayuda de algunas personas, descubrí que aquella chica tenía un bonito nombre y unas aspiraciones académicas idénticas a las mías. Toda esta labor de investigación iba más o menos bien encaminada hasta que me enteré de que tenía novio. En ese momento mi mundo se derrumbó por unos minutos. Pero poco tiempo me faltó para darme cuenta de que ese no iba a ser motivo suficiente como para tirar la toalla. Mi hermana me comentó, a mi parecer de manera acertada, que el hecho de que alguien tenga pareja no te impide poder conocer a persona. Aunque obviamente las cosas se habían complicado ligeramente, se me ocurrió que tal vez escribirle una carta podía ser una bonita forma de que supiese de mi existencia. El formato de la carta varió en diversas ocasiones hasta aproximarse al resultado final: sería una carta anónima en la cual le propondría conocerme a la salida del instituto una tarde.
Yo no tenía muchas esperanzas de que aquel plan fuera a funcionar y por ello le di bastantes vueltas durante bastantes semanas a si debía o no llevarlo a cabo. Pero el tiempo se me echaba encima y realmente quería conocerla. Finalmente me decidí a intentarlo. Un viernes conseguí hacerle llegar la carta. La suerte estaba echada.
Al día siguiente me coloqué en la barandilla y me dispuse a esperar. A medida que avanzaban los minutos sobre la hora de la quedada, yo iba perdiendo la esperanza. De pronto, la vi acercándose. Cualquiera pensaría que era una locura, pero allí estaba ella, aproximándose hacia mí. Yo no lo podía creer. Ciertamente no había pensado en que aquella situación pudiera llegar a producirse y ella no se creía que aquella carta fuera real. Me confesó que se quedó alucinada cuando leyó aquella carta tan profunda. Tras saludarnos, fuimos a dar una vuelta y congeniamos bastante bien. Yo flotaba en una nube. Por si no estaba yendo todo suficientemente bien, me dijo que ya no tenía novio.
Un mes después empezamos a salir y desde entonces hemos hablado cada día durante horas por WhatsApp (sobre todo al principio, momento en el que yo tenía que estudiar para la Selectividad y ella que preparar los exámenes finales) y hemos quedado cada día que hemos podido. Además, he seguido escribiendo para ella en momentos de inspiración.
Soy consciente de que el tiempo que he estado con mi novia desde entonces ha sido mucho mayor del que le he dedicado a familia y amigos y es algo que estoy tratando de corregir, porque no lo quiero así.
Tras unos meses de relación en los que hemos pasado momentos increíbles, he hecho cientos de kilómetros en bus para poder estar con ella y he perdido la cuenta de las flores que nos hemos regalado, me alegro mucho de haber confiado en aquella mínima posibilidad que tenía de que todo saliera bien, y he de decir que me ha servido para demostrarme que merece la pena perseguir aquello que queremos. Por eso creo que cualquier acción de la que se dude, debe ser realizada siempre que la recompensa sea mayor que el posible fracaso, como fue en este caso.
Pero antes de contarte qué es lo que pasó y lo que sentí quiero que vayamos al concepto de dependencia emocional. Muchas veces los términos de tanto leerlos pierden gran parte de su significado.
Qué es la dependencia emocional y cómo llegamos a ella
Vivimos en un mundo en el que aprendemos a que estamos separados, irremediablemente, de los demás. Tenemos una forma de entender las relaciones donde todo es efímero y los vínculos débiles.
En cierta manera, tendemos a pensar que sólo hay dos modelos de relación donde los vínculos son realmente fuertes. El primero con los padres. Muchos autores dirían que mayormente con la madre. Según sugieren muchos autores, el tipo de amor maternal es mucho más incondicional que el del padre. Una madre que ama incondicionalmente, frente a un padre que ama con condiciones.
El segundo vínculo afectivo importante aprendemos que es con la pareja. Un tipo de amor, que en relaciones destructivas queremos conseguir sea maternal, incondicional, a pesar que cuando amamos al otro lo hacemos con condiciones.
Para simplificar: «necesito que mi pareja me quiera pase lo que pase, y por supuesto para siempre»
Ese vínculo afectivo, que hace que el amor funcione de forma que nos sintamos unidos a alguien en un mundo que nos enseña que estamos separados los unos de los otros.
Si existe una dependencia, es que de fondo hay una adicción. La comunicación por WhatsApp probablemente sea adictiva porque es un sistema de generación de recompensas inmediata. Quiero decir, que la comunicación se convierte en un juego de premios y castigos.
Puede que estés iniciando una relación afectiva con otra persona. El momento en que te manda un mensaje, aunque sea para decir buenos días, está generando una recompensa. La comunicación se convierte en un juego, en una forma de saber que el otro nos quiere. Nos genera una necesidad constante de saber que nos quieren todo el tiempo.
Es difícil darse cuenta de ello en los primeros estadios de una relación. La dependencia es algo que surge después de un tiempo. Obviamente hay personas con una estructura de personalidad más dependiente que otras.
No tengo claro si nos volvemos adictos al amor o a la aplicación. Pero mi impresión es que nos sentimos más atraídos en los primeros estadios al sistema de recompensas de la comunicación, que a la propia persona.
No pensamos lo que escribimos
En este blog hablamos de relaciones amorosas. Por eso me quiero ceñir a ellas.
Una de las cosas que he podido experimentar estos meses a través de la observación es que no pensamos lo que escribimos.
Después de mi experimento «el fin de semana sin WhatsApp», decidí observar cómo los demás se relacionaban con este medio como filtro. Ya sé que no es un estudio muy amplio, y mucho menos riguroso, pero en la observación y la experiencia está la sabiduría. Distinguiendo entre lo que sabemos porque lo hemos experimentado, observado y analizado, y lo que solo conocemos de referencia.
Decidí adoptar un papel pasivo de observadora de relaciones por WhatsApp. Observé mis relaciones amorosas. Mis relaciones incipientes, mi relación con mi ex, y esa especie de cementerio emocional que queda en WhatsApp de relaciones que han sido efímeras. Y de paso aproveché para observar las relaciones de otros.
Una de mis primeras conclusiones es que con WhatsApp no pensamos. Cuando yo intentaba por ejemplo hablar con mi ex, tenía que dejar de hacerlo a través de WhatsApp para que mis emociones no produjeran un secuestro emocional que desencadenara en discusiones sin sentido, y la mayoría de las veces unidireccionales.
Para mí había una diferencia fundamental entre hablar por email y por WhatsApp. Por email paraba a pensar qué decía y cómo lo decía. Bien es cierto que los que nos separamos con niños tenemos consciencia que las comunicaciones por email se presentan fácilmente en un juicio. Es mucho más sencillo de usar de prueba que un simple WhatsApp. Quizás por eso el email se utiliza de otro modo más pausado.
Además con el email tenemos una diferencia fundamental: No esperamos que nos contesten inmediatamente. Con WhatsApp sin embargo sí.
Al final, si quieres molestar a un ex en un proceso de custodia, ruptura y demás es fácil, bloquéalo en WhatsApp. A ser posible cuando recibas un email, no contestes inmediatamente. Hazlo en día. Es más, a mayor importancia del email menos contestación. Eso es algo que mi ex usa conmigo cada vez que algo no le gusta.
Pienso sinceramente que WhatsApp es un medio ideal para premiar y castigar. Un sistema que te permite parapetarte detrás de las letras, en la distancia, sin mirar a los ojos, sin empatía. Un sistema que te permite transmitir independientemente de lo que sientas.
Sin embargo he observado que la mayoría de personas usa la respuesta inmediata, que suele ser la emocional. No para a pensar lo que escribe. Hay poco filtro racional, sobre todo en momentos en que se requiere inmediatez en la respuesta.
Quizás dentro de los medios que usamos habitualmente para comunicarnos WhatsApp es uno de los más emocionales, y a la vez más complicados de usar eficazmente.
La cuestión es que WhatsApp es un reflejo de nuestro mundo emocional. Que eso no quiere decir que comuniquemos bien ese mundo.
No sabemos comunicarnos
No, no sabemos comunicarnos. WhatsApp es un medio caliente donde podemos escondernos. Quiero decir, no estamos cara a cara, donde necesitemos temple para contener las emociones. No estamos por teléfono donde podemos esconder las emociones cambiando el tono de voz.
Por tanto ¿es realmente WhatsApp un medio de comunicación eficaz en una relación de pareja, no parejas, ex conflictivos? ¿De verdad?
Sinceramente, esto de dar tanto peso a la comunicación por WhatsApp en las relaciones de pareja es construir relaciones con cimientos poco sólidos. No, no tiene sentido confiar en un medio donde podemos ocultar nuestro mundo emocional.
Pero a esto le tenemos que sumar que la inmensa mayoría de las personas no saben transmitir a través de la escritura. Es así. Rindámonos ante la evidencia. Nos han enseñado a escribir, a repetir, a hacer análisis de textos. Pero nadie se ha preocupado de que sepamos plasmar nuestras emociones por escrito.
No sólo no sabemos cómo plasmar emociones. Apostaría a que la mayoría ni siquiera tiene un lenguaje emocional rico.
Es fácil tener un diálogo de estas características:
– ¿Qué tal estás hoy?
– Bien, bueno mejor que ayer.
– ¿Ya se te pasó entonces?
– Del todo no, pero ya mejor. Estoy menos triste.
Nuestro vocabulario emocional es muy reducido. Bien-mal, triste-feliz. Las emociones contrarias son lo mismo en diferentes escalas. Pero ¿podríamos ser más exactos con nuestras emociones? ¿mejoraría nuestra comunicación si utilizáramos un vocabulario más rico? ¿Qué pasaría si usáramos mejor el lenguaje emocional?
¿Cuanta gente usa en WhatsApp expresiones cómo estas?
– Me siento exaltado
– Estoy realmente molesto con el tema
– Hoy me siento desorientado
– Sí, realmente hoy me siento muy afortunada
– Hoy me siento desilusionado
Teniendo en cuenta que WhatsApp sólo dispone de emoticonos para mostrar las emociones, quizás deberíamos aprender a usar de una manera más rica el lenguaje emocional. No creo que las caritas sonrientes o las caquitas de WhatsApp suplan por escrito una forma de escribir más emocional. Si no tenemos ni postura ni tono ¿qué tal probar a ser más explícito y concreto en el lenguaje?
Control a través de Whatsapp
No puedo hablar de dependencia sin hablar de control. La dependencia emocional y el control sobre el otro van unidos. No conozco ninguna relación dependiente donde el control no exista. Y creo que en este blog se ha escrito mucho sobre cómo confundimos el control con el amor.
Yo quiero dejar clara mi posición: para mí el control sobre otra persona es la manera de considerarla de tu propiedad. Para mucha gente una relación de pareja pasa por convertir al otro en un objeto de su propiedad. Y creo que todos hemos caído en este tipo de relaciones alguna vez.
Es importante salir de esta dinámica. El amor no es control. Las personas no son/somos propiedad de nadie. Ni las parejas, ni los hijos.
Amar más no significa controlar más. No implica controlar al otro.
Es curioso: en este tiempo he visto este tipo de control por las dos partes. Por una parte cómo hay personas con la necesidad imperiosa de controlar a otras. Y por otra parte cómo hay personas que creen que ser controlados por otro significa que te quieren más.
WhatsApp, cómo suele pasar con todo el mundo digital no es un lugar aparte del mundo real. Quiero decir con esto, que lo que pasa en WhatsApp es un reflejo de lo que pasa en la vida real, en las relaciones reales.
En cuanto a medio de control WhatsApp permite ejercer un control mucho más intenso y más inmediato.
Te voy a poner un ejemplo. Antes podías llamar por teléfono a otro y te decía «estoy aquí, en el bar Pepito, con Juan y Nuria». Ahora el control puede amplificarse. No hace falta que el otro te lo diga. Si estás acostumbrado al control no sólo escribirás eso, sino que mandarás una foto con Juan y Nuria, con una cerveza en la mano con el cartel del Bar Pepito de fondo. El control es más eficaz, más inmediato, y no te da lugar a escapatoria.
El control puede ser también una necesidad constante de recibir información sobre la actividad de la otra persona. Dónde está. Qué hace. Con quién está. Hay personas acostumbradas a tener absoluto control sobre los demás. Igual que hay personas acostumbradas a ser controladas. Es más, lo ven cómo algo intrínseco a las relaciones amorosas.
Dentro de la dependencia emocional, creo que podemos hacernos fácilmente adictos a controlar, y además a ser controlados.
Mi experimento
Un jueves sobre las once de la noche decidí enviar un mensaje a mis contactos más comunes. El mensaje venía a decir que iba a dejar WhatsApp unos días (no dije cuando volvería) por el simple placer de saber qué pasaba.
Puede parecer estúpido, pero la verdad es que sí pasaron cosas. Primero vino una mañana de Viernes con una avalancha de llamadas donde la gente me preguntaba si estaba bien ¿Perdón? Os habéis vuelto locos, mundo, SÓLO HE DESINSTALADO UNA APLICACIÓN DEL MÓVIL.
De ahí pasé a descubrir la dependencia emocional o al mismo medio. Personas, una en concreto, que pensaban que un SMS venía a ser diferente al WhatsApp. ¿Mande?
La mañana del viernes la sensación para mí fue un poco extraña. Sentí que me faltaba algo. La aplicación o las personas por las que me comunicaba, no lo sé.
Pero lo importante es que sí pasaban cosas. Pasaba que yo me sentía con más necesidad de comunicarme. Ya no disponía de la intimidad que WhatsApp me brindaba, así que cedí tiempo a escribir en mis Redes Sociales.
Y decidí hacer cosas diferentes. Era difícil quedar sin WhatsApp, ya no estamos acostumbrados a quedar por teléfono y asistir a la cita sin más. Me di cuenta que necesitamos confirmar y reafirmar la confirmación.
Salí del control. Ya no tenía a quien contar lo que hacía, ni a nadie que lo preguntara. Pude centrarme en las personas con las que físicamente estaba sin interrupciones, con la suerte de que ellos hicieron lo mismo conmigo.
Y aprendí que WhatsApp es un medio de comunicación nefasto. Donde los que intervienen son imperfectos, el lenguaje es inadecuado, las caritas sonrientes no suplen una risa verdadera. Lo cierto es que el mensaje no llega.
Abismo
Hay un abismo entre lo que sentimos, lo que escribimos por WhatsApp y lo que la otra persona interpreta.
No tenemos una educación emocional adecuada, cuanto menos cómo para disponer de medios donde todo depende de cómo decimos las cosas, más que lo que decimos.
Creo que es un problema similar al que tiene Twitter con el anonimato. En Twitter hay individuos que parecen obtener placer en el sufrimiento de otros. A veces creo que genera para algunos una especie de psicopatía transitoria donde la empatía brilla por su ausencia. En un medio como ese que te permite ser anónimo y además carece de lenguaje no verbal induce esa falta de empatía.
En WhatsApp no somos anónimos. Tendemos a reconstruir la parte del lenguaje no verbal. Dependiendo de nuestro mundo emocional podemos poner tono y postura a los mensajes. Genera empatía, no hay anonimato.
Relaciones a base de Whatsapp
¿Qué diferencia hay entre las relaciones antes de WhatsApp y después de WhatsApp?
Estoy segura que hoy en día configuramos relaciones amorosas diferentes a las que creábamos años antes. A través de WhatsApp podemos falsear lo que somos, nuestro estado de ánimo y nuestras verdaderas emociones. Muchas parejas incipientes pasan más tiempo relacionándose a través de WhatsApp que a través de ningún otro medio.
Si WhatsApp es un sistema que genera dependencia. Si es tan fácil de falsear. Si no disponemos de los recursos para comunicarnos emocionalmente ¿Qué tipo de relaciones estamos generando?
Tengo la impresión que generamos relaciones donde idealizamos fácilmente a la otra persona. El contacto constante e intermitente, junto al sistema de recompensa, no puede hacer más que generar relaciones con carencias de comunicación muy importantes.
Donde no hay una comunicación eficaz hay lugar para enamoramientos idealizados, mentiras sin resolver, dependencias intensas o incapacidad para diferenciar entre la realidad y nuestra construcción sobre la relación o la persona.
Les tengo una noticia dura: el amor es una historia aburrida. No se trata de una afirmación al aire. Déjenme comenzar bien, es decir, por la historia de mis vecinos. La señora Mari y el señor Julián son un sonriente matrimonio de ancianos cuya edad debe rondar el millón de años. Nuca me atreví a preguntar, pero sé dos cosas: que pasaron sus bodas de oro hace mucho y que aún se les ve profundamente enamorados. Si a esta altura no han suspirado es porque que tienen esa cara de imbécil que se nos pone con el amor. Ahora, salgan por un momento de su sopor y traten de hacer película una romántica con esto, así, a palo seco, sin conflictos ¿se imaginan? Yo ya me estoy aburriendo.
Lo que hace interesante a cualquier historia es el conflicto. Sin conflicto, la poesía, el cine, las novelas, los cuentos, las canciones, las series, es decir, las historias; serían tan cotidianas como la vida misma y para eso ya tenemos nuestras propias vidas. Lo que nos provoca curiosidad del amor es el principio y el final pero, lo que más nos gusta es el triunfo del amor ante la dificultad:
El amor prohibido: por familias enemigas, la diferencia de clases, la esposa de él, el marido de ella, los hijos de ambos, las diferencias culturales, etc. Cualquier cosa que impida amar correctamente.
El amor fugaz que hace que dos personas se enamoren en décimas de segundo y decidan cambiar sus vidas para siempre: la casualidad vencida para que dos personas acaben sentados uno junto a otro en una estación de autobús.
El amor atormentado o trágico, donde uno de los dos debió pasar por enorme dificultades personales para poder amar, es más, solo haber conocido al otro le llevó a darse cuenta de que el amor era posible.
En la cinta encontraremos temas con mayúsculas acerca de las secuelas, sobre todo emocionales, que deja la Segunda Guerra Mundial. La historia es simple: después de rodar una película en Hiroshima, una joven actriz francesa (Emmanuelle Riva) pasa su última noche en un hotel, en compañía de un japonés (Eiji Okada). Son dos desconocidos, pero la fugaz aventura de una noche se convierte en un intenso idilio que hace que él la persiga por todo Hiroshima solo por estar unas horas más con ellas. Hablan sobre todo de la bomba y de sus consecuencias. Pero, poco a poco ella va desgranando la historia de un amor imposible vivido en Nevers (Francia), durante la guerra unos años antes, con un joven soldado aleman. Se trata de un amor con el enemigo. A partir ahí, la historia se convierte entonces en un proceso introspectivo a través del cual la mujer reconstruye su pasado y revela sus sentimientos más íntimos a su compañero siempre contando los minutos que faltan para separarse y explicandose por qué no podrán amarse. Como una Spartan Race pero del enamoramiento, vamos.
La película es bellísima. Muchas partes podrían exhibirse, tal cual, en una muestra de videopoesía. Casi cualquier punto donde uno ponga pausa es una imagen lista para imprimir y enmarcar. La historia es fuerte y contundente. Pero nadie te dice que el amor es otra cosa que rogar por unas horas más para estar junto al otro. Qué vencer los fantasmas del pasado, a la locura o al primer amor que nadie comprendió. Nadie te explica, ni esta ni en otras películas, que cada vez que el amor triunfa, cada vez que supera una dificultad la vida debe continuar y después viene la convivencia pacifica: agarrarse de la mano y amar al otro como es una vez agotado ese enamoramiento que roza lo patológico. Esto, lo que pasa antes y después del conflicto, es algo que en las historias de amor se da por sabido.
No culpo a los guionistas, ellos solo cuentan historias de estos amores que existen en la realidad y que todos hemos tenido al menos una vez —¿quién no ha sido adolescente? El problema es confundir lo efímero con lo permanente: hacer del amor un deporte extremo y hacerse adicto a la adrenalina de este enamoramiento trágico. Malinterpretar relaciones y amores. Dejarse vapulear porque el amor siempre triunfa, porque el amor es esa cosa que todo lo puede, esa cosa que pone en suspenso lo cotidiano para dejarse arrobar por la pasión en lugar de estar disfrutando nuestras vidas con un compañero. Porque, dicen las películas, el único amor de verdad ese amor que canta Sabina: “porque el amor cuando no muere mata porque amores que matan nunca mueren”. Pues no, resulta que ese amor es momentáneo y está destinado a desaparecer una vez vencida la dificultad. Luego viene el amor de verdad: ese amor cotidiano, aparentemente aburrido, que no llena las salas de cine. El amor que nos permite convivir con alguien el resto de la vida. En fin, lo que viene después de escalar, sin cuerda, la montaña.
Si aún no han tenido uno de estos amores trágicos, arriésguense. Es una experiencia fuerte, como saltar en paracaídas o hacer puenting. Ojalá salgan solo un poco rasguñados, lo justo para notar que han vivido. Pero, no se engañen: el amor es otra cosa más parecido al matrimonio que atesoran la señora Mari y el señor Julián: un remanso de paz lleno de lo cotidiano donde para regodearse en el conflicto hay que ir al cine.
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