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Ni chicas guays ni chicos que no lloran

Llevo días preguntándome cómo llegan a influir los estereotipos de género en nuestras relaciones, especialmente las de pareja, y cómo estos estereotipos introducen dinámicas tóxicas. Parece algo obvio y simple, pero tras esta idea se esconden numerosas frustraciones, complejos, miedos y dinámicas de violencia que dinamitan relaciones y causan sufrimiento.

Es cierto que mujeres y hombres hemos aprendido que nuestro papel en la sociedad es distinto, son siglos de cultura patriarcal sobre nuestras espaldas que no podemos hacer desaparecer de repente. Esto requiere mucho trabajo para desaprender todas nuestras conductas y crear nuevas dinámicas más sanas e igualitarias. Es dinamitar la manera de relacionarnos, de pensar, de amar, y ello requiere un arduo trabajo interno y con el resto del mundo.  La cuestión es que la teoría es muy fácil, ¿quién quiere tener una relación tóxica? Pero a la hora de la verdad todos los comportamientos heredados de nuestra educación y cultura pueden dar lugar a que nuestras relaciones se conviertan en un elemento dañino en nuestras vidas. Entender qué sucede es fundamental para poder cambiarlo.

La teoría es muy fácil, ¿quién quiere tener una relación tóxica? Clic para tuitear

Se podrían identificar estos comportamientos en cualquier representación cultural del amor romántico. Los hombres se muestran fríos, emocionalmente distantes y parcos en palabras, en cambio las mujeres somos parlanchinas y emocionalmente inestables. Como digo, se trata de representaciones socialmente construidas. No es que los hombres sean emocionalmente distantes y las seamos mujeres emocionalmente inestables por naturaleza. Además, estos rasgos se representan de una manera exagerada y, poco a poco, la representación influye en la realidad y viceversa. La buena noticia es que estos estereotipos pueden cambiarse.

Uno de los puntos donde más parece que diferimos hombres y mujeres, o al menos esa es mi experiencia, es el tema de la comunicación. Es cierto que nosotras tenemos mayor facilidad para expresar emociones y sentimientos —no hay más que hablar con mujeres para darte cuenta de ello— mientras que si te juntas con ellos la parte emocional de su vida apenas aparece. Este problema puede parecer sacado del argumento de Sexo en Nueva York, pero a la hora de establecer relaciones puede ser un problema. Evitar tener ciertas conversaciones o expresar sentimientos dificulta que la gente de nuestro entorno entienda qué nos sucede. ¿Quién no se ha montado una película merecedora de un Oscar imaginando lo que sucede en la cabeza de nuestra pareja? Hablar permite entender lo que la otra persona quiere y necesita, ayudándonos a saber qué posición tomar dentro de la situación.

Imagen de Monstruo Espagueti. Para comunicar es necesario hacerlo de manera que se busque el entendimiento de nuestro interlocutor. Esto no es algo fácil, para nada, requiere mucho trabajo previo.

Otro de los aspectos que he visto que se están generalizando es la idea de “las tías guays”. ¿Qué es una tía guay? Es una mujer, guapa, joven y delgada —por supuesto—, divertida, atrevida y algo alocada. Desde mi punto de vista es una imagen profundamente masculina de lo que tiene que ser una mujer: ser complaciente, en todos los sentidos, que solo quiera pasárselo bien, nada de problemas. No es de esas chicas aburridas que hablan de sus sentimientos y que tienen preocupaciones. Es lo que siempre, a través del cine sobre todo, se ha representado en un hombre pero en el cuerpo de una treintañera de talla 34. Pensaba que esta imagen de mujer perfecta era solo eso, una imagen, pero hablando con amigas (de verdad que nuestras charlas son terapéuticas) me di cuenta de que no. La idea de que una mujer tiene que ser perfecta está grabada en la mente masculina.

Llegados a este punto hay que hablar de gestión de emociones y de cuidados. Las mujeres hemos sido y somos las mamás de la Tierra, siempre preocupándonos por el resto, escuchando, queriendo, cuidando. Para ser perfecta hay que cuidar a los demás de manera altruista y con una gran sonrisa. Esto, por desgracia, también lo tenemos presente en nuestra cabeza dando lugar a un nivel de autoexigencia muy peligroso (no voy a hablar de los trastornos que desencadena esto porque no acabo el post). El problema viene cuando nos ponemos a nosotras por delante o cuando no tenemos la capacidad para ello. Nadie quiere una mujer triste, angustiada o estresada. Eso no es sexy. Esos momentos de bajón que todo el mundo tiene a nosotras nos pueden convertir en un coñazo (nótese el machismo y la transmisoginia).

Nosotras somos como flores, somos bonitas hasta que nos marchitamos.

Esto está íntimamente ligado a la gestión de emociones. Nosotras somos unas locas del c*** (nótese, de nuevo, la transmisoginia y el capacitismo de la expresión) con nuestras subidas y bajadas emocionales. Si estás arriba, genial, pero cuando atravesamos una racha mala: «Tía, te has vuelto un muermo». En cambio ellos siempre están bien, ¿no? Mentira y bien gorda. Se nos educa desde la cuna para gestionar las emociones de manera distinta, o directamente no se nos enseña a ello. Con esto me refiero al típico “los chicos no lloran”. Claro que lo hacen, y deberían hacerlo más, he aquí un gran trabajo a hacer por parte del género masculino para construir una nueva forma de gestionar, ACEPTAR y COMUNICAR las emociones. Esta descompensación a la hora de trabajar las emociones dificulta las relaciones, ya que por un lado a nosotras se nos ve como inestables y a ellos como distantes.

Otro de los puntos fuertes de las relaciones de pareja es la codependencia que se genera. Nosotras somos dependientes porque se nos ha enseñado a serlo y ellos son los que nos tienen que salvar. Sin embargo, los cuentos de princesas frágiles que necesitan ser rescatadas solo fomentan la toxicidad. No se puede salvar a nadie, por muy jodide que esté. Esta idea fomenta una idea nociva en la que una depende del otro, de manera que nosotras dejamos la responsabilidad al otro, que, si no puede salvarnos, se sentirá inútil por ello. Acompañar a la otra persona en los malos momentos sin pretender ser quien la saque del lodo, así como entender que no somos princesas que requieran de un príncipe azul para resolver sus vidas, es necesario para crear nuevos modelos relacionales en los que seamos más iguales.

Puede parecer que los estereotipos de género son manejables y que no tienen tanta influencia, y puede que así sea; sin embargo, los hemos interiorizado a través de la cultura y las personas que nos rodean, por lo que deshacernos de todo esto no es sencillo. Aun así hay que intentarlo para dinamitar las dinámicas tóxicas que se forman dentro de las relaciones para evitar malentendidos que dan lugar a situaciones dolorosas.

Construir relaciones más sanas pasa por acabar con los estereotipos de género.

«Antes de…» de Linklater (Antes de amanecer, 1995; Antes de atardecer, 2004; Antes del anochecer, 2013)

Nota de la coordinadora: Como hemos comentado ya en otras ocasiones, el proyecto de este blog fue siempre concebido como uno colectivo. En esta ocasión intentamos salir de los límites de la red y aprovechar la excusa para hacer un «cineclub» presencial, viendo unas cuantas de nosotras la famosa trilogía «Before» de Linklater, para luego poner en común nuestras impresiones a lo largo del visionado en forma de diálogo; un nuevo formato de post que espero que tenga recorrido en otras temáticas y otros encuentros.

Antes de Amanecer

VEGA: Por empezar por algún sitio, quería comentar por qué para mí era tan importante la idea de hacer un post colectivo y un visionado conjunto de la trilogía Before de Linklater. Fue viendo la tercera, Antes del anochecer, en el primer año de vida del blog, cuando pensé en la categoría de «construyendo». Me parecía importante que dentro del blog no sólo hubiese espacio para señalar lo que nos parece mal, sino también las representaciones en positivo; es un tópico, ya lo sé, pero un «otras historias de amor son posibles». Luego, cuando pensaba en recuperar el tema, ya no me parecía tan adecuado, porque en realidad me quedaba un sabor agridulce, como que no terminaba de cuajar. Por eso me parecía importante contrastar con otras miradas. ¿Habéis sentido vosotros también que es una representación romántica pero realista, o fui yo sola, entonces?

DOVI: Para mí las películas son una evolución desde lo puramente romántico hacia lo realista. Cada una es más intensa que la anterior porque es más auténtica y compleja. La primera me pareció especialmente romántica en el sentido de «ficticia», la última tiene muchísima verdad: es más dura de ver porque nos recuerda más a una relación de auténtica, con sus problemas, con su historia, sin personajes perfectos… Al final, unos creíamos que seguirían juntos y otros que no. Creo que es porque en la ficción las parejas no discuten (especialmente en las sitcoms), si discuten es que es el fin. Pero en la vida real, se discute. Nos peleamos y nos arreglamos. Y decimos cosas de las que luego nos arrepentimos.

BEFORE SUNSET, Ethan Hawke, Julie Delpy, 2004, (c) Warner Brothers/courtesy Everett Collection

VEGA: Estaba pensando en por qué me gustó tantísimo la tercera en comparación con las primeras y creo que has dado totalmente en el clavo. Para mí no es tanto que sea más dura de ver (aunque nos costó, es cierto, por lo realista de la discusión), como el hecho de que en este caso es real. En realidad, las dos primeras son un salto al vacío: son dos personas que no se conocen de nada y deciden lanzarse hacia lo desconocido. El hecho de que haya una tercera es en realidad lo que hace que la apuesta valiera la pena, pero lo normal es que hubiera salido mal. Quiero decir: que la tercera es, independientemente de su desarrollo, el final feliz de las primeras, el «a veces los flechazos salen bien». Es curioso porque si lo ves así, en realidad la más realista es la verdaderamente romántica de las tres.

DOVI: ¡Es cierto! Es que lo más real es lo más bonito. Por cierto, me sorprendió que os cayera tan mal el personaje femenino, ¿alguien me lo explica? 😉

VEGA: Ella me parece mucho más estereotipada que él. La francesa feminista liberada que en realidad se escuda en los discursos políticos para no enfrentarse a sus propios privilegios, a sus miedos. Recurre mucho a lo de que «lo personal es político» pero no veo que haga nada de política en su vida personal. No me parece que sea justa en ningún momento con Jesse, su comunicación es bastante pasivo-agresiva. No respeta las fronteras (lo comentamos cuando sacaba a colación, de pronto, en la comida con los demás huéspedes, el problema de la mudanza, cuando no lo había hablado en absoluto). No para de criticar a Jesse por una supuesta masculinidad estándar (cuando se mete con él por «querer una rubia tonta») cuando es ella la que no para de ejercer la feminidad estándar. Creo que se victimiza sin motivos, y eso hace que me ponga muy nerviosa. ¿Por qué no cuestiona nunca sus propios privilegios, sólo los ajenos?

Antes de la Medianoche

ANA: Después de darle muchas vueltas a la sensación contradictoria que me dejaban las películas he descubierto por qué. La propuesta de Vega de hacer un post colectivo encerraba la idea de que la trilogía mostraba una relación poco habitual en los relatos románticos. Una idea mucho más sana de lo que es el amor. Al verlas pensé: «madre mía, si no son más que una sucesión de tópicos». Pero no. Creo que encierra una crítica profunda al modelo de amor romántico contado desde el mismo arquetipo de relación romántica.Así que he dejado un tiempo de reposo a las películas, he olvidado los detalles y, tal vez, me he quedado tan solo con las sensaciones que perduran, y he llegado a la conclusión de que la trilogía es una demostración de la tragedia que supone el amor romántico para las parejas. Un discurso complejo en el que los personajes son atravesados una y otra vez por elementos extratextuales que hace que se comporten de una forma extraña, que de pronto la acción dé un giro inesperado o que llegue a resultar hasta desagradable de lo previsible de los acontecimientos. Muy a menudo, lo que ocurre en la narración no se debe a la ficción en la que se enmarca sino al entramado de elementos culturales de los que hemos aprendido qué es el amor y cómo se ejecuta.

En la primera película, que ella baje del tren porque él se lo pide, es una acción que obedece a cánones absolutamente románticos. Por una cuestión de puro pragmatismo ninguna de nosotras bajaríamos. Pero hemos aprendido que por la media naranja hay que hacer locuras. Pensemos por un momento que lo llamamos «hacer locuras por amor», por lo que es lógico pensar que son acciones que o bien ponen en peligro nuestra seguridad, integridad o estabilidad emocional y que, probablemente, si no provocaran ninguna de estas cosas, no las llamaríamos locuras. Pues bien, el personaje de ella, como personaje, ha visto las mismas películas románticas que hemos visto las demás y por eso lo hace. Y él, como personaje, también las ha visto y es por eso se lo pide.

Esperamos del final que él cumpla con su papel de romántico empedernido y que sea él quien pague la afrenta y decida quedarse. Sin embargo, la ilusión desmedida por un final con perdices de primero tendremos que dejarla para más adelante. Él falla a los espectadores y solo deja encima de la mesa una promesa que suena a mentira. Volveremos. Un coitus interruptus que nos pone tras la pista de que la trilogía se niega a ser un tópico de amor adolescente.

Durante el desarrollo del film hemos asistido a la crítica explícita al amor como construcción cultural, que los personajes se sientan como en una película es sin duda un metadiscurso que le da la coartada perfecta al director para escribir una trama al uso y, sin embargo, estar haciendo una crítica abierta de lo que ocurre.

La última película, sin embargo, es la muestra del peligro que tiene esta forma de entender el amor, cuando el amor mal entendido se convierte en el eje mismo de la vida. Si no es dramático no es amor. Él y ella han hecho todas las locuras posibles. Primero es él quien abandona todo por ella y luego ella quien deja atrás todo por él. Después, vuelve a ser Jesse quien deja a su hijo en otro continente para vivir la vida «real» junto a Celine. Se acabaron las locuras de la juventud y toca hacerse adulto de golpe.

Aquí es donde creo que lleváis más razón: la tercera película es la más realista. Muestra el resultado de las prácticas del amor romántico. Cuando ya no quedan imposturas comienza el drama. El personaje de él parece haber decidido dejar lo romántico para los textos que escribe y disfrutar fuera de sus páginas. El de ella, sin embargo, preferiría vivir lo que como personaje de ficción vive en los libros de él. Por eso se niega a firmar el libro, porque ella se niega a ser un personaje de ficción. Es una pulsión de muerte que plantea un nuevo dilema en el que le toca a él salvar el amor de nuevo. Es una espiral sin límite que encierra una promesa de fondo: ella hará lo que sea para mantener viva la tensión narrativa que exige el amor romántico y él está llamado a resolverla una y otra vez para cerrar la trama. Por eso ella nos cae mal, porque es la responsable de los dramas presentes y futuros.

 ¿Y quienes nos leéis, qué pensáis? Os animamos a formar parte de nuestro «cineclub virtual».

¿Qué hace realmente que una tía sea guay?

Perdida no es un thriller, o, al menos, no es sólo un thriller. Desde mi punto de vista es, sobre todo, un retrato increíble de cómo los estereotipos desiguales de hombres y mujeres en las relaciones románticas generan dinámicas tóxicas. Incluso aunque no llegara a los extremos a los que llega (y advierto que a partir de ahora comienzan los spoilers, por lo que si no la has visto o leído, es mejor que lo dejes aquí), la obsesión de Amy por adaptarse a lo que debe ser una chica guay y el desapego de Nick, fomentado por sus inseguridades al tener una esposa perfecta a cuya altura no siente que llegue, habrían terminado mal. Al menos, eso es lo que transmite el libro. Creo que en la película el magistral relato tridimensional de los personajes queda anulado, y con ello «lo que le da calidad a la película», que diría aquel.

«Estaba confundida. Ninguna de las personas a las que he amado habían carecido nunca de propósitos ulteriores. Así que ¿cómo iba a saberlo? (…) Ha sido necesario llegar a esta terrible situación para que los dos nos demos cuenta. Nick y yo encajamos bien juntos». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

«Era cierto que yo también había experimentado aquella sensación, durante el mes anterior, en las raras ocasiones en las que no había estado deseándole todos los males a Amy. (…) Detectaba un pinchazo de admiración, y más que eso, de cariño por mi esposa, justo en el centro de mi ser, en las tripas. (…) Todo aquel tiempo pensando que en realidad éramos unos desconocidos y resultó que nos conocíamos intuitivamente, en los huesos, en la sangre». (Nick Dunne, en Perdida)

 

Fotograma de Perdida

¿Qué hacen las chicas enrolladas?

Lo que Nick y Amy quieren ser queda perfectamente plasmado cuando Amy está aún retratando su feliz y modélica historia de amor y pone el ejemplo de una «noche de chicas» que debe terminar con que sus novios se unan a ellas. Uno de ellos llega cuarenta minutos tarde, lo que conduce a una discusión tensa con su novia llena de reproches velados («Sí, perdona que gane dinero para los dos»). Nick no aparece y Amy no se da por aludida; en ese momento, incluso el novio de la tercera amiga, aparentemente feliz por estar junto a ellas, muestra una cierta envidia hacia Nick, ese novio que no tiene que ir «a cumplir». Lo que, siguiendo el relato de Amy, le convierte en un «mono bailarín»: aquel que se pliega a «tareas sin sentido, la miríada de sacrificios, las interminables rendiciones», que piden sus parejas para demostrar su amor. Ellos se ríen y lo consideran un ejercicio de poder, de sumisión, de obediencia. Nick y Amy no necesitan tareas de monos bailarines. Ellos se quieren. Amy no necesita jugar con Nick ni que este le demuestre su amor. Segura de sí misma, divertida, tranquila, comprensiva, Amy es una Chica Enrollada: una tía guay.

Ser la chica enrollada significa que soy una mujer atractiva, brillante y divertida que adora el fútbol americano, el poker, los chistes verdes y eructar, que juega a videojuegos, bebe cerveza barata, adora los tríos y el sexo anal y se llena la boca con perritos y hamburguesas como si estuviera presentando la mayor orgía culinaria del mundo a la vez que es capaz de algún modo de mantener una talla 34, porque las chicas enrolladas, por encima de todo, están buenas. Son atractivas y comprensivas. Las chicas enrolladas nunca se enfadan; solo sonríen de manera disgustada pero cariñosa y dejan que sus hombres hagan lo que ellos quieran. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Una chica guay no tiene problemas discutiendo abiertamente prácticas sexuales con sus compañeros de trabajo. Incluso de forma insinuante. ¡Está sexualmente liberada! Como muestra, el personaje de Becky en Clerks 2, que utilizaba la foto de Rosario Dawson junto al eslogan «It’s open» para anunciar el estreno.

 

 

Podríamos creer que esto es cosificación. Podríamos incluso decir que esto es acoso sexual en el entorno laboral. Pero, eh, eso sólo se dice de broma, como hace Randal. Tomárselo en serio, creer que las prácticas sexuales no son un tema de charla de máquina de café sino parte del espacio privado de cada uno, eso es de feminazis. Las chicas guays no necesitan el feminismo, entre otras cosas porque las chicas guays se portan como hombres. En el sentido de que tienen sexo abiertamente, les gustan los deportes y beben cerveza, claro. No en todos los demás sentidos. Porque una chica guay, que no se nos olvide, es una chica sexy. Sin eso, da absolutamente igual que cumpla todos los demás criterios. Y una chica sexy debe ser muy, muy, muy femenina.

Rosario Dawson, durante el rodaje de Clerks 2

¿Qué no hacen las chicas enrolladas?

Nick llega a casa, tarde y borracho, manda a Amy a tomar por culo (literalmente) y ella escribe en su diario que siente que es la única que se compromete (a negociar, a comunicarse, a no irse enfadada a la cama), justo antes de contar cómo ha ido a buscar a la basura los recibos que le cuenten las anécdotas de la noche que su marido le niega, descubriendo que ha estado en dos clubes de striptease. Se imagina la escena con todo lujo de detalles, sobre todo cuando encuentra un número de teléfono y concluye que Nick le ha sido infiel. Amy, por supuesto, no critica a Hannah («es Hannah, una mujer real, presumiblemente como yo»), pero puede ver a su marido negándole su existencia y se echa a llorar. La narración concluye con un «es un rasgo muy femenino, ¿no? Eso de tomar una salida nocturna entre amigos y agigantarla hasta convertirla en una infidelidad que destruirá nuestro matrimonio».

Fotograma de Perdida
Pero sobre todo, una chica guay no se enfada. No se enfada nunca. ¿Cómo iba a enfadarse? Es lo que los anglosajones llaman una chica de mantenimiento bajo: no tiene necesidades propias. No necesita que se la trate con respeto, que se escuchen sus problemas, que se mantengan los compromisos adquiridos. «¿No vas a venir, cariño? No, claro que no me importa»: una chica guay se quita su aspecto de chica lista para salir a cenar en dos minutos y se sienta a ver La jungla de cristal otra vez frente al PC comiendo ganchitos, ¡qué más da! Por eso una chica guay, por sexy que sea, tiene que disimularlo: es el prototipo de «recién salida de la cama», es decir, despeinada pero lo justo, maquillada pero sin que se note. Tiene que ser perfecta de serie. Una chica guay, de hecho, más que Amy, es Margo, la hermana de Nick. Que, por supuesto, como persona sin necesidades que es, cumple únicamente el papel de «escudera» de Nick, y está puesta en la trama para que alguien gestione el bar que no sea él, para que alguien haya cuidado de los padres cuando él estaba en Nueva York. Pero como hermana de Nick, no es objeto de deseo. Por tanto no puede ser una chica enrollada, ¿recuerdan?Una chica guay no hace «esas cosas tan femeninas». Una chica guay no tiene síndrome premenstrual. Es más, no tiene ciclos hormonales de ningún tipo. Una chica guay siempre quiere sexo. Si sólo es «una de los chicos», y se limita a compartir con ellos las actividades sociales pero no la cama, entonces les ha «friendzoneado», y ya se sabe que una tía que coloca a todos los tíos en la friendzone en realidad es una calentona.

¿Qué hay detrás de una chica enrollada?

La locura de Amy (que la hay, también) se justifica precisamente a partir del sacrificio. De la idea de que tiene que pasar de ser La asombrosa Amy que diseñaron sus padres («Ser hija única conlleva una responsabilidad injusta; te educas en la certeza de que en realidad no tienes permitido causar desengaños (…) Eso te conduce a desesperarte por ser perfecta y también te vuelve ebria de poder») a ser Amy Eliott Dunne, la esposa «del Medio Oeste» que «se emociona cuidando de su marido y de la casa». Amy se siente como una marioneta de los deseos ajenos y todo el complot es su forma enfermiza de empoderarse, de erguirse como autora de una trama, de convertirse en un personaje diseñado por sí misma, que el de la arpía manipuladora. Y cuando Amy se libera, lo primero que hace es acudir al episodio del mono bailarín.

¿Aquella absurda entrada en mi diario? (…) No eran sino estupideces de la Chica Enrollada. Menuda imbécil. Una vez más, no lo entiendo: si permites que un hombre cancele planes o se niegue a hacer cosas por ti, estás perdiendo. No has obtenido lo que deseabas. Es perfectamente evidente. Por supuesto, puede que con eso le hagas feliz, puede que diga que eres la tía más enrollada del mundo, pero lo dice porque se ha salido con la suya. ¡Te llama la Chica Enrollada para tenerte engañada» Es lo que hacen los hombres: intentan que creas que eres una chica enrollada para que te sometas a sus deseos. (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

No se trata de ganar o de perder, pero sí, indudablemente, de eso tan femenino de agradar, de renunciar, de callar y conceder. De ese papel secundario que se supone que la mujer debe adoptar para ser capaz de encajar en una pareja («detrás de un gran hombre hay una gran mujer»). Volvamos a Margo: ella, sin embargo, no tiene una relación. ¿Cómo es posible? Quizá porque ella sí es una verdadera chica enrollada, y tampoco permite que su pareja ejerza ningún control sobre su libertad. Quizá en el caso de Margo es ella quien llega borracha del bar sin dar explicaciones o quien no se esfuerza demasiado por cuidar a su pareja.

¿Sabes? Durante todas las eras, hombres patéticos han abusado de las mujeres fuertes que amenazan su masculinilidad – está diciendo Desi -. Sus psiques son tan frágiles que necesitan ejercer ese control…
Yo estoy pensando en otro tipo de control. Estoy pensando en control disfrazado de preocupación: «Aquí tienes un suéter para protegerte del frío, querida, ahora póntelo y acomódate a mi visión». (Amy Elliott Dunne, en Perdida)

Las chicas enrolladas deben mostrar vulnerabilidad y ternura y dependencia, también, una vez iniciada la relación. Porque si no, se corre el riesgo de hacer que su pareja (varón) se sienta insegura y se vaya con otra chica que no sólo sea enrollada, sino que sea mediocre. Porque ser brillante, ser independiente, ser fuerte, implica no necesitar, de verdad. Y nada es peor para el romanticismo tal y como lo conocemos hoy día que no necesitarse.
Imagen promocional de Perdida

 

Muchas personas se sorprenden al llegar al final de Perdida. ¿Cómo es posible que vuelvan? Vuelven porque deben volver. Porque lo que Perdida intenta demostrar es que seguir estas actitudes estereotipadas conduce a unas dinámicas de codependencia en las que no sólo no se puede salir dentro de la misma pareja, sino tampoco a lo largo de la biografía sexoafectiva de cada uno de ellos (no es que la relación de Amy y Desi fuese sana, precisamente). El dedo de Flynn señala lo tóxico: y lo tóxico implica también que el estado natural sea el de la pareja.

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