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Ni chicas guays ni chicos que no lloran

Llevo días preguntándome cómo llegan a influir los estereotipos de género en nuestras relaciones, especialmente las de pareja, y cómo estos estereotipos introducen dinámicas tóxicas. Parece algo obvio y simple, pero tras esta idea se esconden numerosas frustraciones, complejos, miedos y dinámicas de violencia que dinamitan relaciones y causan sufrimiento.

Es cierto que mujeres y hombres hemos aprendido que nuestro papel en la sociedad es distinto, son siglos de cultura patriarcal sobre nuestras espaldas que no podemos hacer desaparecer de repente. Esto requiere mucho trabajo para desaprender todas nuestras conductas y crear nuevas dinámicas más sanas e igualitarias. Es dinamitar la manera de relacionarnos, de pensar, de amar, y ello requiere un arduo trabajo interno y con el resto del mundo.  La cuestión es que la teoría es muy fácil, ¿quién quiere tener una relación tóxica? Pero a la hora de la verdad todos los comportamientos heredados de nuestra educación y cultura pueden dar lugar a que nuestras relaciones se conviertan en un elemento dañino en nuestras vidas. Entender qué sucede es fundamental para poder cambiarlo.

La teoría es muy fácil, ¿quién quiere tener una relación tóxica? Clic para tuitear

Se podrían identificar estos comportamientos en cualquier representación cultural del amor romántico. Los hombres se muestran fríos, emocionalmente distantes y parcos en palabras, en cambio las mujeres somos parlanchinas y emocionalmente inestables. Como digo, se trata de representaciones socialmente construidas. No es que los hombres sean emocionalmente distantes y las seamos mujeres emocionalmente inestables por naturaleza. Además, estos rasgos se representan de una manera exagerada y, poco a poco, la representación influye en la realidad y viceversa. La buena noticia es que estos estereotipos pueden cambiarse.

Uno de los puntos donde más parece que diferimos hombres y mujeres, o al menos esa es mi experiencia, es el tema de la comunicación. Es cierto que nosotras tenemos mayor facilidad para expresar emociones y sentimientos —no hay más que hablar con mujeres para darte cuenta de ello— mientras que si te juntas con ellos la parte emocional de su vida apenas aparece. Este problema puede parecer sacado del argumento de Sexo en Nueva York, pero a la hora de establecer relaciones puede ser un problema. Evitar tener ciertas conversaciones o expresar sentimientos dificulta que la gente de nuestro entorno entienda qué nos sucede. ¿Quién no se ha montado una película merecedora de un Oscar imaginando lo que sucede en la cabeza de nuestra pareja? Hablar permite entender lo que la otra persona quiere y necesita, ayudándonos a saber qué posición tomar dentro de la situación.

Imagen de Monstruo Espagueti. Para comunicar es necesario hacerlo de manera que se busque el entendimiento de nuestro interlocutor. Esto no es algo fácil, para nada, requiere mucho trabajo previo.

Otro de los aspectos que he visto que se están generalizando es la idea de “las tías guays”. ¿Qué es una tía guay? Es una mujer, guapa, joven y delgada —por supuesto—, divertida, atrevida y algo alocada. Desde mi punto de vista es una imagen profundamente masculina de lo que tiene que ser una mujer: ser complaciente, en todos los sentidos, que solo quiera pasárselo bien, nada de problemas. No es de esas chicas aburridas que hablan de sus sentimientos y que tienen preocupaciones. Es lo que siempre, a través del cine sobre todo, se ha representado en un hombre pero en el cuerpo de una treintañera de talla 34. Pensaba que esta imagen de mujer perfecta era solo eso, una imagen, pero hablando con amigas (de verdad que nuestras charlas son terapéuticas) me di cuenta de que no. La idea de que una mujer tiene que ser perfecta está grabada en la mente masculina.

Llegados a este punto hay que hablar de gestión de emociones y de cuidados. Las mujeres hemos sido y somos las mamás de la Tierra, siempre preocupándonos por el resto, escuchando, queriendo, cuidando. Para ser perfecta hay que cuidar a los demás de manera altruista y con una gran sonrisa. Esto, por desgracia, también lo tenemos presente en nuestra cabeza dando lugar a un nivel de autoexigencia muy peligroso (no voy a hablar de los trastornos que desencadena esto porque no acabo el post). El problema viene cuando nos ponemos a nosotras por delante o cuando no tenemos la capacidad para ello. Nadie quiere una mujer triste, angustiada o estresada. Eso no es sexy. Esos momentos de bajón que todo el mundo tiene a nosotras nos pueden convertir en un coñazo (nótese el machismo y la transmisoginia).

Nosotras somos como flores, somos bonitas hasta que nos marchitamos.

Esto está íntimamente ligado a la gestión de emociones. Nosotras somos unas locas del c*** (nótese, de nuevo, la transmisoginia y el capacitismo de la expresión) con nuestras subidas y bajadas emocionales. Si estás arriba, genial, pero cuando atravesamos una racha mala: «Tía, te has vuelto un muermo». En cambio ellos siempre están bien, ¿no? Mentira y bien gorda. Se nos educa desde la cuna para gestionar las emociones de manera distinta, o directamente no se nos enseña a ello. Con esto me refiero al típico “los chicos no lloran”. Claro que lo hacen, y deberían hacerlo más, he aquí un gran trabajo a hacer por parte del género masculino para construir una nueva forma de gestionar, ACEPTAR y COMUNICAR las emociones. Esta descompensación a la hora de trabajar las emociones dificulta las relaciones, ya que por un lado a nosotras se nos ve como inestables y a ellos como distantes.

Otro de los puntos fuertes de las relaciones de pareja es la codependencia que se genera. Nosotras somos dependientes porque se nos ha enseñado a serlo y ellos son los que nos tienen que salvar. Sin embargo, los cuentos de princesas frágiles que necesitan ser rescatadas solo fomentan la toxicidad. No se puede salvar a nadie, por muy jodide que esté. Esta idea fomenta una idea nociva en la que una depende del otro, de manera que nosotras dejamos la responsabilidad al otro, que, si no puede salvarnos, se sentirá inútil por ello. Acompañar a la otra persona en los malos momentos sin pretender ser quien la saque del lodo, así como entender que no somos princesas que requieran de un príncipe azul para resolver sus vidas, es necesario para crear nuevos modelos relacionales en los que seamos más iguales.

Puede parecer que los estereotipos de género son manejables y que no tienen tanta influencia, y puede que así sea; sin embargo, los hemos interiorizado a través de la cultura y las personas que nos rodean, por lo que deshacernos de todo esto no es sencillo. Aun así hay que intentarlo para dinamitar las dinámicas tóxicas que se forman dentro de las relaciones para evitar malentendidos que dan lugar a situaciones dolorosas.

Construir relaciones más sanas pasa por acabar con los estereotipos de género.

María (y casi todas): sobre «María (y los demás)», de Nely Reguera

(Atención lector/a, este post contiene SPOILERS de la película).

María podríamos ser todas en algún momento de nuestras vidas. Y los demás son aquellas personas que están alrededor: la familia, los amigos, los compañeros o los conocidos con los que se comparten los días. Personas que, aunque físicamente estén cerca, no siempre pueden entenderla.

Cartel promocional de la película "María (y los demás)"

Cartel de la película «María (y los demás)»

Los demás quieren que María les escuche. Pero ella siente que su momento nunca termina de llegar. María ha cuidado de su padre enfermo durante meses, o quizás puede que haya sido más tiempo. Desde que tenía quince años, exactamente, que es cuando murió su madre. Y es que ella tiene dos hermanos que a veces le dicen que la quieren efusivamente y que le cantan el Como yo te amo de Rocío Jurado, pero que se desentienden cuando se trata de compartir tareas y cuidados o la llaman histérica cuando se le ocurre protestar, que no creen en sus capacidades lo más mínimo, a pesar de que lo hace casi todo.

Ahora su padre se ha recuperado y va a casarse con Cachita, su enfermera. Y María no puede tener sororidad hacia Cachita porque ella no la tiene hacia María.

Tampoco María puede conectar con sus amigas cuando le hablan de lo bueno de la vida, de todas esas cosas que ella no tiene. O con la joven y exitosa escritora que presenta su nueva novela en la editorial en la que ella trabaja. En esos casos, María siente una profunda rabia.

María es estricta consigo misma, pero deja los zapatos tirados por la habitación y las carpetas desperdigadas por el escritorio del ordenador. Y con la cabeza desorganizada, durante las noches, busca un final para la novela que no consigue acabar.

Imagen en la que la protagonista de la película, María, escribe su novela

María tratando de acabar su novela

María tiene un amante que es un capullo, que no la valora, que exige demasiado mientras se desentiende de casi todo, que desaparece cuando le da la gana y que la manipula sentimentalmente. Un amante que solo la llama para tener sexo. Siempre el tipo de sexo que él quiere tener. Y ni hablar de lo que María quiere o le apetece o siente. Ella se pone feliz cuando recibe un poco de atención de este amante. Cuando, después de horas esperando, le contesta un WhatsApp. Entonces tararea canciones y sonríe durante el resto del día. Porque sabe que, aunque esté fastidiada, estando con él se aferra a lo que las normas sociales marcan para una chica de su edad. Por eso, cuando su familia le pregunta con quién va a ir a la boda de su padre, ella dice que con su novio.

Y es que a María, al igual que a Amélie Poulain, se le escapan las oportunidades por no enfrentarse a la realidad y perderse en el artificio. Se le escapa la novela, se le escapa la felicidad, se le escapan los treinta y cinco y la fuerza para mandar a paseo a los hombres egoístas que hay a su alrededor. Hasta ella parece querer escaparse de su propia vida cuando la vemos correr por la calle de un lugar a otro en algunas escenas.

Y yo, que llego cerca de un año tarde a esta película, tengo que agradecerle a Nely Reguera que haya dirigido un largometraje tan cuajado de detalles y matices como María (y los demás). Porque no está de más que nos recuerden que la realidad no se compone por personas esencial y arquetípicamente malas o buenas: todos oscilamos entre una amplia gama de grises. Como María, que se sorprende a sí misma observando impasible cómo Cachita se ahoga en el mar justo antes de tirarse a por ella al agua.

Hacen mucha falta películas que pongan bajo el microscopio las historias que narran. Que hablen de que perderse es normal, que nos muestren a mujeres que tienen dificultades, que están en encrucijadas, que pelean y que todos los días se atreven, a pesar de los demás, a pesar del contexto que las acompaña. Estas historias son más importantes, interesantes y necesarias de lo que solemos pensar.

Alejandro Sanz no canta al amor sano

Hace años (muchos años) cantaba yo en las fiestas del pueblo de al lado eso de Quién me va curar el corazón partío.

¿Para qué me curaste cuando estaba herío / si hoy me dejas de nuevo el corazón partío?
¿Quién me tapara esta noche si hace frío? ¿Quién me va a curar el corazón partío?

A la canción no le falta nada: Mujer, cuídame, que es tu trabajo. Mujer, sé mi media naranja, perpetuemos juntos el mito. Y es que Alejandro Sanz no encarna, precisamente, el ideal de relación sana. Podría seguir con ejemplos, pero mejor poneos un disco suyo y valorad.

A mí me encantaba la música de Alejandro Sanz. Después descubrí el feminismo. Y digo Alejandro Sanz como puedo poner miles de ejemplos más de la música pop, porque sí, porque la música pop está llena de letras podridas. Nos gusta quejarnos del reguetón porque somos blancas, occidentales, de clase media. Nos gusta quejarnos del reguetón porque somos racistas y clasistas. Y sí, el reguetón está plagado de letras horribles, pero el pop refleja y reproduce también modelos de relación dañinos y parece que eso se nos olvida. Las letras del pop nos hacen pensar que sufrir por amor está bien, que controlar por amor es signo de que la otra persona nos importa, que los celos son la máxima expresión del romance. Y puede parecer amor, pero no lo es.

Hablo de Alejandro Sanz porque hace unos días salía la noticia de que había interrumpido uno de sus conciertos para echar a un hombre que estaba agrediendo a una mujer. ¡¡Paren las rotativas!! Por supuesto, cualquier persona debería intervenir ante una situación así. Más aún si eres hombre, estás dando un concierto y tienes a 10 personas de seguridad a tu lado. Lo que realmente habría sido noticia es:

Alejandro Sanz presencia una agresión machista en uno de sus conciertos y no hace absolutamente nada. 

Lo otro es, simple y llanamente, no ser cómplice.

El cantante, al volver al micrófono, parece ser que dijo: Bueno, les pido disculpas por el episodio de antes, porque yo no concibo que nadie toque a nadie, me da igual, y menos a una mujer. ¿Por qué dice Alejandro «menos a una mujer»? Porque cree que, a las mujeres, los hombres tienen que cuidarnos y protegernos. Y eso también es machismo. Igual que son machistas las letras de sus canciones. Está muy bien que los hombres ayuden a las mujeres cuando las están agrediendo pero, por favor, no lo convirtamos en una heroicidad. Y menos cuando esa misma persona dice en sus letras cosas que están en la base de la violencia:

¿A que no me dejas?
¿A que hago que recuerdes y que aprendas a olvidar?
¿A que hago que se caigan las murallas de tu pena?
¿A que te beso y te entregas, sin ni siquiera te des cuenta ?

¿Sólo a mí me suena esto a violencia de género?

Violencia de género

Violencia de género vía Amnistía Internacional

Los celos, el control, las amenazas, forzar a alguien a hacer algo… todo eso es también violencia. No solo pegar a alguien. Son violencias que tenemos más interiorizadas, asociadas a cosas como el amor, lo cual hace que seamos menos capaces de identificarlas como algo negativo. Las letras de Alejandro Sanz llegan a millones de personas de todo el mundo. Por eso tiene la posibilidad, y la responsabilidad, de transmitir modelos saludables de amor.

 

Las relaciones amorosas en Pretty Little Liars (II): Aria

En mi último post, expliqué los motivos por los que algunos colaboradores de este blog y servidora somos fanses acérrimos de la serie Pretty Little Liars. Tal y como adelanté al final del post, hoy vamos a continuar el repaso a las vidas amorosas de estas muchachas hablando de Aria Montgomery.

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Aria Montgomery, personaje de Pretty Little Liars

Aria es la sensible, la poeta, la única de ellas que muestra inquietudes artísticas claras. Le apasiona leer y escribir, por lo que no es nada raro que su gran amor sea un profesor de Literatura recién llegado al instituto al principio de la serie.

Aria presenta en la serie dos grandes obsesiones: sus outfits imposibles y su amor por Ezra. Se conocen casualmente (my ass) en un bar de Rosewood y el flechazo es instantáneo. Más tarde averiguaremos que aquel encuentro fue buscado por Ezra porque estaba escribiendo un libro sobre la desaparición de Alison y necesitaba penetrar de alguna forma en su círculo de amigas, pero qué más da. El flechazo ya se ha producido.

Durante las dos primeras temporadas, la muchacha es monotemática. Que si Ezra esto, que si Ezra lo otro. A tu mejor amiga igual la acaban de atropellar, pero OyemiraloquemehadichoEzra, quémonoes.

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Y es verdad que el chico es muy mono, pero, ¿y la lucha interior por enrollarte con una alumna menor de edad? ¡Que la serie es de ABC Family! No, a Ezra sólo le preocupa que no les pillen y, más tarde, cuando los padres de Aria se enteran, que ellos les acaben aceptando. En fin, supongo que hay opiniones para todo en este aspecto. La mía, desde luego, es que el comportamiento de Aria es comprensible (tiene 16 años y se enamora) pero el de Ezra no. Al menos sabemos que no tienen relaciones sexuales desde el principio, pero… Aun así, esa relación me parece de una moral, cuando menos, dudosa.

Pero volvamos a Aria. Aunque es indudable que Ezra es el niño de sus ojos, no pierde la oportunidad de algún escarceo puntual en los momentos in-between. Tontea un poco con Noel, un estudiante tan malvado como guapo; con Jason, el hermano de Alison, y para terminar, con Jake, un profesor de artes marciales que huye despavorido de Rosewood cuando A le deja el saco de boxeo minaíto de cuchillas (pobre muchacho). A pesar de todas estas minihistorias, la sombra de Ezra nunca deja de planear su día a día; como dije al principio, es su obsesión durante toda la serie. De hecho, ambos forman una pareja muy querida por los fans. Tanto, que Marlene King (la creadora de la serie) se hizo caquita encima y no fue capaz de mantener a Ezra como A (aunque los que siempre defendimos su implicación tuvimos varios capítulos para disfrutarlo).

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Conversación entre Aria y Jake

En definitiva, Aria es otra adolescente un poquito disfuncional en sus relaciones amorosas, pero al menos es consistente en sus obsesiones (eso no podemos negárselo). Hasta que no lleguemos a Hanna Marin y su relación con Caleb no veremos una relación madura y sensata en la serie. No obstante, para eso aún nos queda, porque en el próximo post hablaremos de… ¡Spencer Hastings!

Las relaciones amorosas en Pretty Little Liars (I): Emily

Como ya habréis notado, en este blog la temática de muchos posts viene muy marcada por la actualidad. Es un blog que tiene un planteamiento serio y unas ideas serias, pero que no renuncia en ocasiones a reflejar otros puntos de vista más cómicos. Entre las miles de cosas que debatimos de forma cibernética los que colaboramos aquí se encuentran también las series de televisión y el cine, y cómo estos contribuyen a perpetuar esos tópicos que tanto nos desagradan en esta página. Pues bien, os lo confieso: yo tengo alma de adolescente. Es más, la mamá de este blog, de este proyecto, también tiene alma de adolescente. Y, como tales adolescentes que en parte somos, nos encanta la serie Pretty Little Liars.

No es momento de hablar del argumento de la serie (eso sería más apropiado en otro tipo de blogs), sino que sólo nos interesa dejar constancia (con un poco de rigor y un mucho de guasa) de cómo son las relaciones amorosas entre adolescentes según los productores de este éxito de la televisión estadounidense. Dado que hay cuatro personajes protagonistas, serán cuatro los posts que vamos a ir presentando. Hoy comenzaré con el plato fuerte: Emily Fields. Ah, que no se me olvide: major spoilers included.

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Emily Fields, de Pretty Little Liars

Emily es una muchacha muy tímida que, en la primera temporada de la serie, confiesa a sus amigos y a su familia que es lesbiana. Aunque en los primeros capítulos está saliendo con un chico, muy pronto lo deja e inicia una relación con el que será su primer gran amor (Maya), otra adolescente viejoven recién llegada a Rosewood. Hago aquí un pequeño paréntesis para aplaudir a ABC Family por incluir este personaje y tratar de presentarlo con la mayor naturalidad posible, eso hay que reconocérselo. Emily encandena varias parejas, tontea con ellas, se besa con ellas, corta con ellas, y todas las fases y la problemática habitual es mostrada con el mismo respeto que la productora tiene hacia el resto de adolescentes.

Peeeeeeeeeeeeeeeero (porque tenía que haber un pero) el personaje de Emily tiene un problema: es tan sosa y tan lacia que no te crees sus relaciones. Y, para más inri, todas las cosas raras le pasan a ella. Sí, no exagero: os voy a contar su historial amoroso y veréis que tengo razón. A ver, el primer gran amor de Emily es su mejor amiga (Alison), que durante su adolescencia se dedica a tontear con ella y darle algunos besitos mientras espera the real thing (dicho por ella misma). Un día, Alison desaparece (¿es asesinada?) y Emily cae en depresión.

Al tiempo, conoce a su primera novia (Maya), pero apenas les dejan tiempo de disfrutar: Maya es enviada a una especie de campo de trabajo barra reformatorio para curarse de su adicción a las drogas (porque le encuentran un porro en la mochila, cuidao) y allí conocerá al que después será su asesino. Off topic: al final Emily se venga y lo asesina a él, en defensa propia, claro.

Cualquiera diría que acaban de matar a su novia

Cualquiera diría que acaban de matar a su novia

Total, ¿por dónde iba? Maya se va al campo de trabajo barra hogar católico antidrogas y Emily se enrolla con otra nadadora (porque Emily nada y es muy guapa) (¿no había dicho aún que Emily es SÚPER guapa?) pero, como esta nadadora (Paige) también tiene arranques de homofobia, intenta ahogarla en la piscina así, para hacer la gracia. No lo consigue y, como premio, se lían un tiempo. Muy lógico y adolescente todo. Emily se cansa de los rollos de lesbiana in-the-closet de Paige y se lía con Samara, una rubia muy mona y que no está loca ni fuma porros, pero A (el malo malísimo de la serie) las separa con sus amenazas y sus chantajes de siempre.

A Emily parece que todo esto le afecta mucho, porque siempre tiene su cara de estreñimiento dramático:

Emily Fields

Emily Fields, de Pretty Little Liars

Después de ser asesinada Maya, Emily pasa su duelo con Paige de nuevo, y este reprise están varios meses (¿años? El tiempo en PLL es un concepto difícil de abarcar) juntas, y puede decirse que es la época «normal y sana» de Emily. Pero ese período normal dura poco: Paige se marcha fuera a vivir y Emily cae en una etapa un poco confusa de la que aún no ha conseguido salir: primero, se lía con una cocinera casada (con un hombre); después, ¿se enrolla? ¿se acuesta? (el sexo en PLL es otro concepto difícil de entender) con Alison, su primer gran amor prohibido (que sí que estaba viva, a todo esto), porque sí, porque that’s what friends are for. Y ya para terminar, acoge en su casa a una chica, un personaje nuevo (Sara Harvey) con el que también se enrolla, porque Emily es Emily y nunca nos defrauda.

Al principio dije que Emily tenía dos problemas: que los guionistas sólo escriben historias dramáticas para ella y que ella en sí es muy sosa. Sobre este segundo aspecto sólo diré que aún estoy esperando una escena apasionada de Emily, y no creo que sea porque es lesbiana, sino porque es MUY LACIA. Pero como siempre le digo a mis amigos… Es tan guapa que todo se le perdona.

En la próxima entrega os hablaré de Aria y su amor ilegal con su profe de Literatura.

Glee: aceptate a ti mismo y atrévete a cambiar el mundo (Ryan Murphy, 2009- 2015)

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Hacía tiempo que tenía muchas ganas de escribir este post porque va directo a la categoría «Construyendo». Y porque hace pocas semanas que se terminó la serie Glee y creo que en muchos aspectos, es una de las mejores series sobre relaciones humanas que he visto.

¿Qué pasa con Glee? ¿Por qué es diferente? Si no sabéis de que va la serie, os resumo el argumento: en un instituto de un pueblo de Ohio, un grupo de marginados se apunta al coro como actividad extraescolar. Lo que en los primeros capítulos te parece una serie más sobre institutos, líos amorosos y quiero-ser-popular-y-no-puedo se va
transformando en una reflexión sobre las relaciones afectivas de todo tipo. Y en una comedia con muy mala leche.

Al igual que Aristófanes hacía en sus obras, la Comedia en Glee se plasma enfrentando a personajes corrientes a situaciones cotidianas para mostrar de forma exagerada sus vicios y defectos. Y es esta exageración de las conductas de los protagonistas de la ficción lo que divierte al espectador, que es testigo de diálogos y situaciones muy políticamente incorrectas en ocasiones.Precisamente la capacidad de la serie para llevar al extremo todas las situaciones corrientes de la vida, a extremos que rozan el absurdo y el surrealismo, es lo que aporta la reflexión al espectador de cómo el mundo en el que vivimos está muy loco. Y es intransigente, lleno de prejuicios y no permite la diferencia, ni la admite. La margina.

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En esta forma de comedia se percibe un mensaje muy claro: lo más importante es aceptarte tal y como eres. Da igual que el mundo te margine, tienes que ser tú mismo y mostrarte sin máscaras. Creo que esta es la grandeza de Glee puesto que consigue que sea cuál sea tu raza, sexo, religión, orientación sexual o aspecto físico te aceptes a ti mismo como un primer paso para cambiar lo que no te gusta de la sociedad.

Sé tú mismo. Olvida el qué dirán

Una de las cosas en las que creo que Glee es un ejemplo a seguir es la manera en la que la homosexualidad se normaliza. Estamos hablando de chavales de 15 y 16 años que están empezando a descubrir las relaciones amorosas. ¿No debería ser así en la realidad? No hay grandes traumas en el argumento porque alguien descubre que es homosexual o lesbiana. El trauma viene ocasionado por la incapacidad de los demás a aceptarlo. El miedo al qué dirán. A ser juzgados por ser diferentes. De hecho, creo que la manera en que dos de las protagonistas se dan cuenta de que son lesbianas es magistral. De los besos de chicas para experimentar van dándose cuenta de que están enamoradas. Sin dramas. Sin somos-lesbianas-madre-mía. Y aunque eso no supone un problema para ellas, sí que lo es para sus familiares y para la sociedad.

Pero en todas las situaciones, el Glee Club se convierte en su santuario donde gracias a la maestría con la que el educador trata todas las cuestiones, los chavales pueden ser ellos mismos. No importa que seas lesbiana, gay, transexual o travesti, en el Glee Club nadie va a juzgarte. Y consiguen que esta visión se traslade a todo el instituto, logrando que el acoso escolar desaparezca, al menos, aparentemente. Pero hay muchísimos más ejemplos geniales como es el caso de Kurt, uno de los protagonistas de la serie. Kurt es homosexual pero intenta no serlo para complacer a su padre cuando precisamente su padre le quiere por lo que es: diferente, especial. Y no por ser homosexual, si no por su manera de enfrentarse a la sociedad, sin esconder su personalidad. Por ser capaz en un pueblo lleno de prejuicios del Medio Oeste norteamericano de no querer ocultar quién es.

O Unique, un chiquillo con una voz privilegiada que solo se siente seguro y feliz consigo mismo cuando se disfraza de chica y se sube a un escenario. O la entrañable entrenadora Shannon Beiste, que se siente acomplejada por ser muy poco femenina según dictan los cánones sociales.

Las relaciones heterosexuales son muy tóxicas. Esta toxicidad se percibe desde el primer capítulo. El profesor al cargo del Glee  Club está atrapado en un matrimonio que no le permite realizarse profesionalmente ni como persona. Y cuando lo consigue, cuando se siente bien consigo mismo enseñando la grandeza de la música y el arte a sus chavales su propia mujer quiere apartarle: «No quiero que seas feliz. Nuestro matrimonio funciona porque tú no eres feliz contigo mismo«. «Desde que te encargas del Glee Club vas por ahí pensando que eres mejor que yo«. Muy extremo, ¿verdad? Pero qué ciertas son estas afirmaciones para muchas relaciones en las que la inseguridad de uno de los cónyuges resulta tóxica para la pareja.

O los protagonistas, Rachel y Finn, dos de los chicos del Club que se atraen y acaban teniendo una relación. También en este caso es ella, llena de inseguridades por no ser popular la que le echa en cara a él que no vuelva al equipo de fútbol porque el único motivo por el que su relación funciona es porque ambos son unos marginados. Gracias a la manera en la que evoluciona la relación, al final, realmente acabarán aportándose mucho el uno al otro.

En cualquier caso, como proclama uno de los ídolos de los chicos, Lady Gaga, acabaran aceptándose tal como son. Y queriéndose unos a otrosayudándose a aceptar sus diferencias. Porque la principal batalla del ser humano empieza por aprender a quererse a uno mismo, con sus virtudes y defectos. Y gracias al Glee Club, todos se atreven a ser quienes son, a abrazar sus diferencias y a permitirse soñar con vivir por y para el arte.

Muchos pensarán que es una visión muy ingenua de la realidad. Y puede que lo sea. Pero, me remito a la declaración de intenciones del final de la serie, que me pareció absolutamente fantástica: no eres mejor ni más inteligente por ver el mundo cómo es, con su maldad e intolerancia. No eres un idiota por ver las cosas cómo te gustarían que fueran. Al contrario, eres más valiente que los demás por atreverte a ver el mundo no como es, sino como tú querrías que fuera. Al fin y al cabo, seremos nosotros, los que nos atrevemos a soñar, los que cambiaremos el mundo para que sea un sitio mejor.

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