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Amor diferente al resto

Por El Chico Atrás del Muro, finalista* del I Concurso literario «Parece amor, pero no lo es».

¿Amor?

¿Qué es el amor?

¿Por qué duele?

¿Por qué es cálido?

Y, ¿por qué es diferente?

Esta historia podría parecerte absurda y cansada, algo que ya todos han contado, pero esta historia será contada a mi manera y con mi propia verdad.

En mi gran mundo imaginario, un lugar creado por y para mí, un lugar que lo tiene casi todo, ¿qué falta? Sencillo: estrellas, pequeños destellos de luz que alumbren el cielo nocturno y oscuro. Siéndote sincero, querido lector, aun no consigo las estrellas, pero encontré algo que alumbra con la misma intensidad.

Encontré el amor de tres personas, tres diferentes formas de amar con el mismo objetivo, iluminar mi cielo oscuro, solo y vacío.

Antes de empezar con el primer destello, querido lector, tengo que hablar contigo. Tal vez ya lo hayas pensado por el grandioso título, pero confirmare tus sospechas: sí, soy gay. Debes de estar pensando que eso no te importa y tienes razón, pero este dato es la base de mis tres destellos.

Comencemos por el primer gran destello. El descubrimiento de este gran brillo sucedió en ambos mundos. Siendo más específico, en un hermoso parque; juegos sencillos y divertidos como los columpios y resbaladillas, sin olvidar ese pequeño puesto de estatuillas de yeso con la forma de tus personajes favoritos de alguna caricatura. Ese puesto era mi favorito, siempre iba con papá a pintar alguna estatuilla de El Chavo del 8 o de Goku, me divertía mucho. En fin, volviendo al tema principal, mi mamá se encontraba sentada a mi lado, enfrente estaba una estatua de Emiliano Zapata, El Caudillo del Sur.

En ese preciso momento estaba en mi mundo, acompañado por mi mamá y la estatua. Debido al silencio profundo, tuve que hablar.

—Mamá, tengo que hablar contigo —solté por fin entre tartamudeos y una voz ahogada en miedo y nerviosismo—. Es algo muy importante.

—Está bien, hijo. —Su voz era dulce y tranquila, pero aun así tenía miedo, mucho miedo, aunque continué.

—Mamá. —Sin darme cuenta mis ojos se encontraban húmedos; en algún momento bajé la mirada, no podía verla a los ojos—. No sé cómo decirte esto, no es fácil para mí.

No hallaba palabra alguna para decirle le verdad, tenía miedo, por primera vez no me sentía seguro en mi propio mundo y de un momento a otro mis ojos se posaron en esa estatua, una señal de conmemoración a una persona que en vida fue valiente y se enfrentó, ante todo, mientras que yo era el mismísimo significado del miedo.

—Mamá, soy gay.

Un silencio tormentoso apareció, pasaron segundos, minutos y nada.

Hasta que…

—¿Estás seguro, hijo?

—Sí, mamá.

Y otro silencio interminable apareció.

—Sabes que eso no me importa… Yo te quiero, sigues siendo mi hijo y respeto tus gustos.

De un momento a otro nos estábamos abrazando, lloraba mientras que ella sonreía, su sonrisa era la señal de que todo estaría bien.

Y lo estuvo.

Su sonrisa era la señal de que todo estaría bien. Y lo estuvo. Clic para tuitear

Ese mismo día, en la noche, antes de irme a dormir, visité por última vez mi mundo. Era de noche, con un cielo con varias nubes, pero, aun así, un hermoso destello se encontraba adornando mi cielo.

Dormí bajo ese cielo, siendo alumbrado por la luz resplandeciente, con una sonrisa en mi rostro.

El siguiente destello es mi mejor amiga, mi propia Arquitecta de Sonrisas, la segunda persona en saber la verdad. Mi amiga Isabel.

Esta pequeña confesión fue muy distinta a la anterior, principalmente porque Isabel es de otro país; la historia de cómo nos conocimos es divertida y rara, pero es mi historia rara y divertida, así que lo siento, querido lector, pero esa historia morirá conmigo y con ella. Sí te puedo contar la parte en que nuestra amistad se volvió más especial.

Todo empezó el día 22 de diciembre; una refrescante brisa se colaba por la ventana de mi habitación, eran las 11.30 de la noche (mucho más tarde en República Dominicana), chateaba con ella sobre varias cosas —sobre la escuela, el clima y, sobre todo, de la comida— pero en mi mente solo estaba una idea, escribirle mi mayor secreto.

Empecé sutilmente, un simple “¿Puedo contarte algo?” que fue respondido de manera rápida con un “Claro, dime” acompañado de un emoji. Escribía, borraba y volvía a escribir, no tenía ni idea de cómo se lo iba a decir y, por eso, fui directo.

«Soy gay».

Tardó aproximadamente tres minutos en contestar. Tenía miedo, no contestaba, escribía y se detenía. Necesitaba distraerme, así que puse música para lograr despejar mi mente, pero ese intento por distraerme fue interrumpido por un mensaje de ella.

“No me importa, sigues siendo el mismo, el chico loco que me hace reír, el mismo chico con ideas raras y divertidas, nada cambiará, yo te sigo queriendo. Yo te apoyo de corazón”.

En esa fresca noche, con un cielo que ya tenía sus dos destellos, únicos y perfectos que alumbraban mi mundo mientras que el sol se escondía y la oscuridad emergía, esa oscuridad ya no importaba, ya tenía luz aun en la penumbra.

Cielo estrellado por Ryan Hutton vía Unsplash

Por último, mi tercer destello es aquel símbolo de un amor único: el amor propio.

Un amor que debe estar presente todos lo momentos, porque durante el tiempo que estás en este mundo te encontrarás con muchas personas que podrán hacerte daño, pero nunca debes olvidar quererte.

En el mundo hay muchas formas de amar,

diferentes, únicas y geniales.

Amar diferente

no es malo, ni un pecado.

Es, simplemente, hermoso.

Sobre El Chico Atrás del Muro:

Mi nombre es Saúl y mis apellidos son Cazeres Calderón, vivo en el pequeño estado de Morelos, en la ciudad de Cuautla, junto a mi hermano, mis padres y mis abuelos.

Actualmente estudio en el CBTIS 76, curso el cuarto semestre de mi especialidad en electrónica, aunque mi pasión siempre ha sido escribir.

Comencé a escribir en segundo grado de secundaria, mi primer cuento se llamaba La Maldición del Tiempo y fue el favorito del maestro; luego de eso continúe escribiendo solo para mí.

Mis libros favoritos son El Chico de las Estrellas y Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo.

*Nota: este texto se enmarca en el I Concurso Literario «Parece amor, pero no lo es». Ha sido seleccionado como finalista por parte del jurado porque creemos que puede ser interesante para un debate en torno a la construcción de relaciones amorosas más sanas. No coincide necesariamente con la opinión de las personas que integran el jurado o la coordinación de Parece amor, pero no lo es. Si tienes algún comentario, no dudes en dejarlo debajo de este artículo. ¡Todo debate respetuoso es más que bienvenido!

Glee: aceptate a ti mismo y atrévete a cambiar el mundo (Ryan Murphy, 2009- 2015)

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Hacía tiempo que tenía muchas ganas de escribir este post porque va directo a la categoría «Construyendo». Y porque hace pocas semanas que se terminó la serie Glee y creo que en muchos aspectos, es una de las mejores series sobre relaciones humanas que he visto.

¿Qué pasa con Glee? ¿Por qué es diferente? Si no sabéis de que va la serie, os resumo el argumento: en un instituto de un pueblo de Ohio, un grupo de marginados se apunta al coro como actividad extraescolar. Lo que en los primeros capítulos te parece una serie más sobre institutos, líos amorosos y quiero-ser-popular-y-no-puedo se va
transformando en una reflexión sobre las relaciones afectivas de todo tipo. Y en una comedia con muy mala leche.

Al igual que Aristófanes hacía en sus obras, la Comedia en Glee se plasma enfrentando a personajes corrientes a situaciones cotidianas para mostrar de forma exagerada sus vicios y defectos. Y es esta exageración de las conductas de los protagonistas de la ficción lo que divierte al espectador, que es testigo de diálogos y situaciones muy políticamente incorrectas en ocasiones.Precisamente la capacidad de la serie para llevar al extremo todas las situaciones corrientes de la vida, a extremos que rozan el absurdo y el surrealismo, es lo que aporta la reflexión al espectador de cómo el mundo en el que vivimos está muy loco. Y es intransigente, lleno de prejuicios y no permite la diferencia, ni la admite. La margina.

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En esta forma de comedia se percibe un mensaje muy claro: lo más importante es aceptarte tal y como eres. Da igual que el mundo te margine, tienes que ser tú mismo y mostrarte sin máscaras. Creo que esta es la grandeza de Glee puesto que consigue que sea cuál sea tu raza, sexo, religión, orientación sexual o aspecto físico te aceptes a ti mismo como un primer paso para cambiar lo que no te gusta de la sociedad.

Sé tú mismo. Olvida el qué dirán

Una de las cosas en las que creo que Glee es un ejemplo a seguir es la manera en la que la homosexualidad se normaliza. Estamos hablando de chavales de 15 y 16 años que están empezando a descubrir las relaciones amorosas. ¿No debería ser así en la realidad? No hay grandes traumas en el argumento porque alguien descubre que es homosexual o lesbiana. El trauma viene ocasionado por la incapacidad de los demás a aceptarlo. El miedo al qué dirán. A ser juzgados por ser diferentes. De hecho, creo que la manera en que dos de las protagonistas se dan cuenta de que son lesbianas es magistral. De los besos de chicas para experimentar van dándose cuenta de que están enamoradas. Sin dramas. Sin somos-lesbianas-madre-mía. Y aunque eso no supone un problema para ellas, sí que lo es para sus familiares y para la sociedad.

Pero en todas las situaciones, el Glee Club se convierte en su santuario donde gracias a la maestría con la que el educador trata todas las cuestiones, los chavales pueden ser ellos mismos. No importa que seas lesbiana, gay, transexual o travesti, en el Glee Club nadie va a juzgarte. Y consiguen que esta visión se traslade a todo el instituto, logrando que el acoso escolar desaparezca, al menos, aparentemente. Pero hay muchísimos más ejemplos geniales como es el caso de Kurt, uno de los protagonistas de la serie. Kurt es homosexual pero intenta no serlo para complacer a su padre cuando precisamente su padre le quiere por lo que es: diferente, especial. Y no por ser homosexual, si no por su manera de enfrentarse a la sociedad, sin esconder su personalidad. Por ser capaz en un pueblo lleno de prejuicios del Medio Oeste norteamericano de no querer ocultar quién es.

O Unique, un chiquillo con una voz privilegiada que solo se siente seguro y feliz consigo mismo cuando se disfraza de chica y se sube a un escenario. O la entrañable entrenadora Shannon Beiste, que se siente acomplejada por ser muy poco femenina según dictan los cánones sociales.

Las relaciones heterosexuales son muy tóxicas. Esta toxicidad se percibe desde el primer capítulo. El profesor al cargo del Glee  Club está atrapado en un matrimonio que no le permite realizarse profesionalmente ni como persona. Y cuando lo consigue, cuando se siente bien consigo mismo enseñando la grandeza de la música y el arte a sus chavales su propia mujer quiere apartarle: «No quiero que seas feliz. Nuestro matrimonio funciona porque tú no eres feliz contigo mismo«. «Desde que te encargas del Glee Club vas por ahí pensando que eres mejor que yo«. Muy extremo, ¿verdad? Pero qué ciertas son estas afirmaciones para muchas relaciones en las que la inseguridad de uno de los cónyuges resulta tóxica para la pareja.

O los protagonistas, Rachel y Finn, dos de los chicos del Club que se atraen y acaban teniendo una relación. También en este caso es ella, llena de inseguridades por no ser popular la que le echa en cara a él que no vuelva al equipo de fútbol porque el único motivo por el que su relación funciona es porque ambos son unos marginados. Gracias a la manera en la que evoluciona la relación, al final, realmente acabarán aportándose mucho el uno al otro.

En cualquier caso, como proclama uno de los ídolos de los chicos, Lady Gaga, acabaran aceptándose tal como son. Y queriéndose unos a otrosayudándose a aceptar sus diferencias. Porque la principal batalla del ser humano empieza por aprender a quererse a uno mismo, con sus virtudes y defectos. Y gracias al Glee Club, todos se atreven a ser quienes son, a abrazar sus diferencias y a permitirse soñar con vivir por y para el arte.

Muchos pensarán que es una visión muy ingenua de la realidad. Y puede que lo sea. Pero, me remito a la declaración de intenciones del final de la serie, que me pareció absolutamente fantástica: no eres mejor ni más inteligente por ver el mundo cómo es, con su maldad e intolerancia. No eres un idiota por ver las cosas cómo te gustarían que fueran. Al contrario, eres más valiente que los demás por atreverte a ver el mundo no como es, sino como tú querrías que fuera. Al fin y al cabo, seremos nosotros, los que nos atrevemos a soñar, los que cambiaremos el mundo para que sea un sitio mejor.





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