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Ser feliz, ¿no es útil en el amor?

CONVERSACIÓN 1

  • Me encanta enamorarme, vivir enamorada, pero no entiendo que a nadie le pase conmigo, que nadie se enamore de mí.
  • No parece que lo necesites.
  • No lo necesito, pero me sorprende que nadie se enamore de mí alguna vez, un rato.
  • Eso es porque se te ve bien, a tu rollo, feliz… Mírame a mí, estoy roto, todo el día quejándome y se enamoran. Quieren arreglarme. En ti no hay nada que arreglar.

CONVERSACIÓN 2

  • Soy toda amor.
  • No, eres lo contrario al amor.
  • ¿Por qué? Soy cariñosa, digo cosas bonitas, cuido, abrazo…
  • No sé, igual no lo contrario, pero eres feliz.
feliz amor

¿Es posible ser feliz y ser amada? Vía Pixabay

Ser feliz o enamorar: elige

Parece que el hecho de ser feliz por mí misma es un obstáculo a la hora de conectar a niveles más profundos con las personas. Yo no lo vivo así, yo me siento más cómoda, más amorosa, más abierta, más vulnerable y más, sí, feliz, desde que estoy bien conmigo misma, desde que no necesito tanto amor externo. Pero parece que eso no es atractivo a la hora de tener una relación más allá de la amistad con otra persona. No engancha, la felicidad ajena no nos engancha. Nos hace sentirnos inútiles, supongo.

Nos han enseñado que el amor viene a salvarnos, que si no tenemos amor, tenemos un vacío. Clic para tuitear

Creo que nos han enseñado que el amor viene a salvarnos, que si no tenemos amor, tenemos un vacío. Y, en consecuencia, nos sentimos amadas si logramos llenar ese vacío. Es difícil ser útil, necesaria e imprescindible para una persona que se siente completa, a la que le gusta su vida, que se siente querida sin necesidad de pareja. Podemos aspirar a muchas cosas más: a compartir momentos, a intercambiar opiniones, a tener relaciones sexuales, a verle crecer por sí misma, a ayudarle a ser más libre… Pero no nos han enseñado a hacer eso en las relaciones que calificamos de amorosas. Nos han enseñado a proteger, a limitar, a imponer nuestros deseos, a pedir que colmen nuestras necesidades… Y si alguien no nos pide ese tipo de amor, creemos que no nos ama. Si alguien es feliz, ¿cómo va a querer amor? Como si el amor no fuera precisamente eso: sonreír, estar alegre, compartir buenos (y malos) momentos, hacer las cosas más fáciles, desear lo mejor.

¿Dar y recibir o amar?

Ocurre también que no tengo una pareja estable (ni inestable, en realidad) pero quiero a las personas con las que paso mi tiempo y me gusta decírselo. Eso también las asusta. Intento no decirlo, pero a veces se me escapa. Y entonces me miran y preguntan: “¿Qué quieres?”. Nada. No quiero nada. O sí, verte sonreír, que te vaya todo bien, que vivas la vida que te dé la gana. Pero para mí no quiero nada, solo poder decirte que te deseo lo mejor, a mi lado o no. Cuesta entender. O cuesta cambiar la manera de pensar. Nos hemos acostumbrado a que si nos dan, luego nos pidan. A que si damos, tenemos que recibir. Porque nos falta algo y, como tampoco sabemos pedirlo o dárnoslo a nosotras, pensamos que si nos sacrificamos por alguien, esa persona se sacrificará por nosotras. Y no. Nadie nos pide (o no debería hacerlo) nada. Por eso creo que nos asusta quien no nos pide; si no le damos, ¿cómo vamos a poder pedirle? No se trata de hacer eficaz, justo y equitativo nada. Hay que hacerlo sano y libre. Cualquier relación. Hace falta amar más y querer menos.

Defendiendo a Wendy

Wendy tenía talento para contar cuentos. Era cariñosa, guapa y tenía muy asumido que algún día sería madre. Una chica de su tiempo, compasiva, comprensiva, generosa, a la que le gustaba cuidar. Por eso la eligió Peter. Por eso se coló en sus sueños y luego en su habitación para pedirle que fuese la madre de todos los Niños Perdidos. Y de paso, de sí mismo. ¿A quién no le suena la historia?

Se los llevó -a ella y a sus hermanos- volando por el poder de los pensamientos bonitos, al idílico país de Nunca Jamás, ese mundo imaginario lejos de Inglaterra y su implacable niebla, que cada niño imaginaba como quería pero que tomaba vida mágicamente cuando Peter llegaba. Wendy en principio traga con todo, aguanta a la egocéntrica Campanilla que quiere quitársela de en medio por amor a Peter, con aquella excusa barata de que las hadas son tan pequeñas que no tienen espacio para albergar dos sentimientos a la vez.

Wendy vive todas las aventuras que le tocan, casi muere a manos de Garfio y se resigna a cuidar y cuidar. Y cuando intenta darle un “dedal” (beso) a Peter… A la mierda con todo el cuento.

Wendy Peter Campanilla Beso

Porque Peter no quiere crecer. Es su habilidad especial como “héroe”. Sabe imitar a los piratas, defenderse con la espada, hacer que la comida imaginaria alimente… Pero no, no puede crecer. No puede siquiera recordar sus propias aventuras porque eso le haría madurar o aprender algo de la vida y eso no es algo deseable para el bueno de Peter. Necesita mantenerse así, buscando una madre que le cuide y le cuente cuentos sin esperar nada a cambio cuando vuelva a casa, mientras él sigue de aventura en aventura salvando su propio mundo de la adultez una y otra vez.

¿Qué gana Wendy? Me preguntaba yo. No, en serio, ¿qué gana? Le toca el papel de cuidadora de todos mientras ella no recibe absolutamente nada en compensación. Wendy quiere una vida tranquila, una casa, un marido, hijos, quién sabe. Quién sabe si eso es lo que ella realmente quería o lo que la sociedad victoriana le impuso con cuentos de hadas y princesas, en realidad, daba igual. Los deseos de Wendy estaban destinados a no cumplirse nunca. Nunca Jamás. Porque ello implicaría que Peter, el héroe, madurase… y cómo osar.

Él sí pudo sacarla de su casa, alejarla de sus padres y de todo lo que conocía, hacerle volar y verse envuelta en aventuras con piratas aterradores y hadas patológicamente celosas que querían asesinarla. Él sí. Él podía pedirle que fuese la madre de todos sus amigotes para siempre, pero ella no podía pedirle un beso. Pobrecito. Tiene derecho a seguir viviendo en ese mundo imaginario, sin reglas ni límites. Y de llevarse consigo a ese mundo mágico a quien quiera, con sus propias condiciones y exigencias. Todo es poco por pasar el rato junto al gran héroe que corta manos a piratas y salva el mundo cada noche sin recordarlo. Claro que sí.

Olvídalos, Wendy

Recordemos, eso sí, que la mala es ella. Recordemos que es la mala pécora que tiene la osadía de pretender que el gran héroe… (Oh Dios) cambie. Que asuma responsabilidades de adulto como las que exige a los demás. Porque él puede exigir que le cuiden y respeten pero no puede comprometerse a hacer lo mismo.

Porque el héroe es egocéntrico y narcisista, un eterno adolescente al que ninguna víbora pude perturbar en su pax perpetua en el idílico Nunca Jamás.

Porque Nunca Jamás es ese apartamento de soltero al que nunca podrás llevar tus cosas, porque no caben. Ese armario del que te deja una cuarta parte porque es su armario. Esa mesa odiosa que no pega con ningún otro mueble pero que tuvo a bien comprarse sabiendo que te encanta la decoración y a él no y que no te iba a gustar absolutamente nada. Esa casa con las llaves puestas por dentro para que no le pilles viendo porno como un mandril. Esa partida interminable de un videojuego la mañana de tu cumpleaños. Y todas las demás mañanas. Ese no-regalo de aniversario porque ha decidido unilateralmente que no es un día tan importante. Esa paja viendo porno de chicas siliconadas mientras tú estás en la misma casa, con tu aburrido cuerpo sin siliconar y tu aburrida personalidad incomparable a la libertad de las chicas del porno amateur, esperando a que te haga un poco de caso, sexual o no. Su espacio infranqueable al que no puedes acceder. Cuánta, cuánta maldad femenina.

Cuánta mala mujer suelta. No en vano, si buscamos el “Síndrome de Wendy”, nos encontramos un perfil infantilmente revanchista, que trata de contestar al agravio sufrido al describir el Síndrome de Peter Pan. Si quien padece el Síndrome de Peter Pan (siempre una persona, no un hombre por la gloria de los editores), es inmaduro, narcisista, cruel, arrogante, dependiente, manipulador, con escasa empatía y que cree que está por encima de cualquier ley o norma social; quienes padecen el Síndrome de Wendy son incapaces de llevar el rumbo de sus propias vidas y por ello, se empeñan en “controlar la vida de la otra persona”.

Wendy es mala, controladora y si se hace cargo de las tareas ajenas es por una malévola inseguridad patológica seguida de un tremendo miedo al rechazo. Nada que ver con que la sociedad patriarcal nos inculque todo esto a fuego y hierro entre tanto rol de género, nada que ver con que en el cuento es ella a la que sacan de su casa con el fin de convertirla en la cuidadora de una cuadrilla de energúmenos fantasiosos.


Nada es comparable a una madre de verdad

Al parecer, al Señor Psicólogo Jaime Lira -citado en la Wikipedia posiblemente por los Amigos de la Falacia de la Falsa Equivalencia, y del que poca más información nos ofrece San Google al buscarlo por su nombre y profesión- no se le cae la cara de vergüenza ante semejantes afirmaciones y todavía tratará de diagnosticar y “tratar” a alguna de estas malvadas mujeres.

La mala siempre es y será Wendy. Esa pobre chica que se tuvo que volver a casa con sus padres, con miedo a decepcionarlos y a que descubriesen que se había escapado por amor a un eterno adolescente que le había fascinado con sus polvos de hada. De un hada mala que quiso matarla y luego se arrepintió y casi termina muriendo ella, por amor al mismo héroe del mismo cuento. Suponemos que ninguna era digna de tal amor. Wendy, la chica que jamás hizo daño a nadie y que sólo trató de hacer de ella lo que todos esperaban, sin conseguirlo. Que seguramente al final fue madre de unos cuantos niños felices y tuvo un buen marido, quizá, sin miedo a ser adulto y a compartir responsabilidades en el único mundo que existe. Lejos, muy lejos de Nunca Jamás.

Seguramente, por suerte para ella, dijo: «Que le den el héroe».

Porque al final, la verdadera heroína, la que se atreve con el monstruo más grande y temible de todos, el mundo real, siempre será ella, la genial  y gran olvidada, la injustamente denostada heroína. Wendy Darling.

«Antes de…» de Linklater (Antes de amanecer, 1995; Antes de atardecer, 2004; Antes del anochecer, 2013)

Nota de la coordinadora: Como hemos comentado ya en otras ocasiones, el proyecto de este blog fue siempre concebido como uno colectivo. En esta ocasión intentamos salir de los límites de la red y aprovechar la excusa para hacer un «cineclub» presencial, viendo unas cuantas de nosotras la famosa trilogía «Before» de Linklater, para luego poner en común nuestras impresiones a lo largo del visionado en forma de diálogo; un nuevo formato de post que espero que tenga recorrido en otras temáticas y otros encuentros.

Antes de Amanecer

VEGA: Por empezar por algún sitio, quería comentar por qué para mí era tan importante la idea de hacer un post colectivo y un visionado conjunto de la trilogía Before de Linklater. Fue viendo la tercera, Antes del anochecer, en el primer año de vida del blog, cuando pensé en la categoría de «construyendo». Me parecía importante que dentro del blog no sólo hubiese espacio para señalar lo que nos parece mal, sino también las representaciones en positivo; es un tópico, ya lo sé, pero un «otras historias de amor son posibles». Luego, cuando pensaba en recuperar el tema, ya no me parecía tan adecuado, porque en realidad me quedaba un sabor agridulce, como que no terminaba de cuajar. Por eso me parecía importante contrastar con otras miradas. ¿Habéis sentido vosotros también que es una representación romántica pero realista, o fui yo sola, entonces?

DOVI: Para mí las películas son una evolución desde lo puramente romántico hacia lo realista. Cada una es más intensa que la anterior porque es más auténtica y compleja. La primera me pareció especialmente romántica en el sentido de «ficticia», la última tiene muchísima verdad: es más dura de ver porque nos recuerda más a una relación de auténtica, con sus problemas, con su historia, sin personajes perfectos… Al final, unos creíamos que seguirían juntos y otros que no. Creo que es porque en la ficción las parejas no discuten (especialmente en las sitcoms), si discuten es que es el fin. Pero en la vida real, se discute. Nos peleamos y nos arreglamos. Y decimos cosas de las que luego nos arrepentimos.

BEFORE SUNSET, Ethan Hawke, Julie Delpy, 2004, (c) Warner Brothers/courtesy Everett Collection

VEGA: Estaba pensando en por qué me gustó tantísimo la tercera en comparación con las primeras y creo que has dado totalmente en el clavo. Para mí no es tanto que sea más dura de ver (aunque nos costó, es cierto, por lo realista de la discusión), como el hecho de que en este caso es real. En realidad, las dos primeras son un salto al vacío: son dos personas que no se conocen de nada y deciden lanzarse hacia lo desconocido. El hecho de que haya una tercera es en realidad lo que hace que la apuesta valiera la pena, pero lo normal es que hubiera salido mal. Quiero decir: que la tercera es, independientemente de su desarrollo, el final feliz de las primeras, el «a veces los flechazos salen bien». Es curioso porque si lo ves así, en realidad la más realista es la verdaderamente romántica de las tres.

DOVI: ¡Es cierto! Es que lo más real es lo más bonito. Por cierto, me sorprendió que os cayera tan mal el personaje femenino, ¿alguien me lo explica? 😉

VEGA: Ella me parece mucho más estereotipada que él. La francesa feminista liberada que en realidad se escuda en los discursos políticos para no enfrentarse a sus propios privilegios, a sus miedos. Recurre mucho a lo de que «lo personal es político» pero no veo que haga nada de política en su vida personal. No me parece que sea justa en ningún momento con Jesse, su comunicación es bastante pasivo-agresiva. No respeta las fronteras (lo comentamos cuando sacaba a colación, de pronto, en la comida con los demás huéspedes, el problema de la mudanza, cuando no lo había hablado en absoluto). No para de criticar a Jesse por una supuesta masculinidad estándar (cuando se mete con él por «querer una rubia tonta») cuando es ella la que no para de ejercer la feminidad estándar. Creo que se victimiza sin motivos, y eso hace que me ponga muy nerviosa. ¿Por qué no cuestiona nunca sus propios privilegios, sólo los ajenos?

Antes de la Medianoche

ANA: Después de darle muchas vueltas a la sensación contradictoria que me dejaban las películas he descubierto por qué. La propuesta de Vega de hacer un post colectivo encerraba la idea de que la trilogía mostraba una relación poco habitual en los relatos románticos. Una idea mucho más sana de lo que es el amor. Al verlas pensé: «madre mía, si no son más que una sucesión de tópicos». Pero no. Creo que encierra una crítica profunda al modelo de amor romántico contado desde el mismo arquetipo de relación romántica.Así que he dejado un tiempo de reposo a las películas, he olvidado los detalles y, tal vez, me he quedado tan solo con las sensaciones que perduran, y he llegado a la conclusión de que la trilogía es una demostración de la tragedia que supone el amor romántico para las parejas. Un discurso complejo en el que los personajes son atravesados una y otra vez por elementos extratextuales que hace que se comporten de una forma extraña, que de pronto la acción dé un giro inesperado o que llegue a resultar hasta desagradable de lo previsible de los acontecimientos. Muy a menudo, lo que ocurre en la narración no se debe a la ficción en la que se enmarca sino al entramado de elementos culturales de los que hemos aprendido qué es el amor y cómo se ejecuta.

En la primera película, que ella baje del tren porque él se lo pide, es una acción que obedece a cánones absolutamente románticos. Por una cuestión de puro pragmatismo ninguna de nosotras bajaríamos. Pero hemos aprendido que por la media naranja hay que hacer locuras. Pensemos por un momento que lo llamamos «hacer locuras por amor», por lo que es lógico pensar que son acciones que o bien ponen en peligro nuestra seguridad, integridad o estabilidad emocional y que, probablemente, si no provocaran ninguna de estas cosas, no las llamaríamos locuras. Pues bien, el personaje de ella, como personaje, ha visto las mismas películas románticas que hemos visto las demás y por eso lo hace. Y él, como personaje, también las ha visto y es por eso se lo pide.

Esperamos del final que él cumpla con su papel de romántico empedernido y que sea él quien pague la afrenta y decida quedarse. Sin embargo, la ilusión desmedida por un final con perdices de primero tendremos que dejarla para más adelante. Él falla a los espectadores y solo deja encima de la mesa una promesa que suena a mentira. Volveremos. Un coitus interruptus que nos pone tras la pista de que la trilogía se niega a ser un tópico de amor adolescente.

Durante el desarrollo del film hemos asistido a la crítica explícita al amor como construcción cultural, que los personajes se sientan como en una película es sin duda un metadiscurso que le da la coartada perfecta al director para escribir una trama al uso y, sin embargo, estar haciendo una crítica abierta de lo que ocurre.

La última película, sin embargo, es la muestra del peligro que tiene esta forma de entender el amor, cuando el amor mal entendido se convierte en el eje mismo de la vida. Si no es dramático no es amor. Él y ella han hecho todas las locuras posibles. Primero es él quien abandona todo por ella y luego ella quien deja atrás todo por él. Después, vuelve a ser Jesse quien deja a su hijo en otro continente para vivir la vida «real» junto a Celine. Se acabaron las locuras de la juventud y toca hacerse adulto de golpe.

Aquí es donde creo que lleváis más razón: la tercera película es la más realista. Muestra el resultado de las prácticas del amor romántico. Cuando ya no quedan imposturas comienza el drama. El personaje de él parece haber decidido dejar lo romántico para los textos que escribe y disfrutar fuera de sus páginas. El de ella, sin embargo, preferiría vivir lo que como personaje de ficción vive en los libros de él. Por eso se niega a firmar el libro, porque ella se niega a ser un personaje de ficción. Es una pulsión de muerte que plantea un nuevo dilema en el que le toca a él salvar el amor de nuevo. Es una espiral sin límite que encierra una promesa de fondo: ella hará lo que sea para mantener viva la tensión narrativa que exige el amor romántico y él está llamado a resolverla una y otra vez para cerrar la trama. Por eso ella nos cae mal, porque es la responsable de los dramas presentes y futuros.

 ¿Y quienes nos leéis, qué pensáis? Os animamos a formar parte de nuestro «cineclub virtual».

La ciencia de hacer ciencia siendo mujer

Recientemente descubrí la existencia de una gran mujer, Ángela Ruiz Robles, conocida como “Doña Angelita” (Villamanín, 1895 – Ferrol, 1975) que fue maestra, escritora e inventora, precursora del libro electrónico. Una mujer muy avanzada en su tiempo. Inventora de la “Enciclopedia Mecánica” en 1962, 50 años antes del boom de las tablets. Dedicada a la investigación y a la enseñanza y que en los años 50 ya era viuda y con 3 hijas. Debió ser una mujer increíble que decía que “si los muertos resucitaran verían todos los cambios tecnológicos de la sociedad, ascensores, electrodomésticos… pero si miraran la enseñanza, comprobarían que todo sigue como en la Edad Media”. Veinte años después de su muerte, si Angelita levantara la cabeza, vería que la cosa no ha variado sustancialmente, aunque eso sí, por fin se puede aligerar el peso de las carteras de los escolares (una de sus preocupaciones) gracias a las “tabletas electrónicas”, de las que ella podría considerarse una precursora.

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Imagen via Agencia SINC

La pregunta que en 1958 le hizo un periodista: “¿Una buena inventora puede ser una buena ama de casa?” debió dejarle bizca (o al menos a mí, en pleno siglo XXI, así me deja). Realmente es desolador leer cómo a principios del siglo XX sólo el 25% de la población femenina sabía leer y escribir, con una tasa de analfabetismo un 60% mayor que la masculina.

Sin ir más lejos mi pobre madre se quedó con las ganas de estudiar una carrera. Hija de farmacéutico (como Doña Angelita), pero quizás no tuvo la suerte de tener un padre con la mente tan abierta, pues entonces sólo a los hijos varones se les pagaban los estudios superiores. En ese sentido tengo que dar gracias de haber tenido un padre que en lo que a estudios se refiere (que no en cuanto a tareas del hogar) nos exigía por igual a los 9 hermanos (6 varones y 3 mujeres). Si Doña Angelita hubiera sido hombre, quién sabe si no habría llegado aún más lejos, quién sabe…

Por otro lado, leyendo el reciente artículo de Materia en El País: “El acceso de la mujer a la ciencia es un problema social”, una no puede hacer otra cosa que seguir indignándose porque a estas alturas del siglo XXI las mujeres tengamos que seguir luchando contra lo que la sociedad espera de nosotras.

Coincido con la astrónoma Silvia Torres en que si hubiera permitido el trato de favor por ser la «mujer de» (otro astrónomo) no podría haber demostrado al mundo científico que por sí misma era capaz de llegar a donde ha llegado, o sea, a presidenta de la Unión Astronómica Internacional (¿más lejos de lo que ha llegado su marido? Lo desconozco, la verdad).

Desde su actual posición y como sensibilizada que está con el tema, se ha puesto a indagar sobre el por qué no hay más mujeres científicas y/o con puestos de responsabilidad en el mundo de la ciencia. Y el por qué sigue siendo bien triste. La mujer sigue renunciando a estas alturas a su futuro profesional en pro de sus parejas. Es como que lo tenemos asumido y no hay manera de cambiarlo, salvo en raras excepciones.

Otro ejemplo de mujer científica de nuestro tiempo capaz de compaginarlo todo, es la matemática y gran divulgadora sevillana Clara Grima, que recientemente ha exhibido en sus actos de divulgación una camiseta cuyo mensaje me vuelve loca (que por cierto, si se os antoja una, podéis encargársela a “EsbozArte”, empresa artífice de semejante genialidad. Yo ya estoy tardando…):

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Imagen via Twitter
Clara es doctora en Matemáticas y Catedrática del Departamento de Matemática Aplicada en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática de la Universidad de Sevilla. Está empeñada en que las matemáticas lleguen a la sociedad (sí, las “mates”, esa asignatura que a más de uno nos ha traído por la calle de la amargura) y parece que lo está consiguiendo. Clara es un “culo inquieto” que no para y que compagina su trabajo con una vida familiar feliz y que además es madre de dos «polluelos». Digo yo que con lo que viaja es al marido al que le toca hacerse más cargo de los hijos. Y…¿pasa algo porque esto sea así?, ¿no, verdad? Todos “happy”. ¡Pues ya está!

En resumidas cuentas, que aunque no es fácil y la sociedad aún no acompañe todo lo que debiera a estas alturas, las mujeres «poc a poc» (como dicen en esta, mi tierra adoptiva – Mallorca) vamos haciéndonos un huequito en este «mundillo de la ciencia», donde no hay horarios y todas las horas son pocas.

Aunque parece que 7 de cada 10 niñas están interesadas ​​en la ciencia, curiosamente sólo 2 de cada 10 pretenden estudiar una carrera científica o tecnológica. Y lo cierto es que parece que todos tenemos nuestra parte de culpa de que esto sea así y si no lo crees, mira este vídeo:

La multinacional Microsoft ha hecho recientemente una campaña para intentar cambiar esto y ha creado el programa «DigiGirlz» para dar a las niñas la oportunidad de aprender acerca de las carreras tecnológicas. ¡Chapó por la iniciativa! Siempre he creído que sentimos menos interés por lo que no conocemos y/o entendemos, así es que esta iniciativa no vendrá nada mal. Ahora sólo falta que ese interés no sea «castrado» por el entorno familiar más cercano, que suele ser bastante determinante.

Y para terminar, mola el «Instituto de Investigación» recientemente sacado por Lego. En esta ocasión el juego está formado por una paleontóloga, una astrónoma y una científica de laboratorio. Su creadora ha sido la geocientífica Ellen Kooijman.

 

Laboratorio de lego
LEGO Instituto de investigación: mujeres científicas

Al parecer la idea surgió a raíz de la carta que una niña de 7 años envió a la empresa, en la que indirecta y sutilmente les tachaba de machistas. Les echaba en cara que en las figuras de Lego, los niños hacen cosas divertidas y de aventura, mientras que las niñas sólo hacen cosas aburridas como ir de compras, estar en casa, etc.

Carta Charlotte a Lego
Imagen de la carta de Charlotte Benjamin a LEGO

Bueno, a ver si entre todos conseguimos un poco de igualdad, que ya va siendo hora. Yo soy de las que de pequeña se lo pasaba mejor jugando con los Madelman y los indios y los vaqueros de mis hermanos. Voy a ver si me hago con uno de estos Legos de científicas, que me ha molado.

«Speak friend, and enter»: una primera aproximación al amor y la amistad en Tolkien

Que me perdonen los puristas y los académicos por lo que sé, de entrada, que será un post con una aproximación bastante personal, poco intelectual y que seguramente no hará justicia a la genialidad de Tolkien. Escribo desde la total admiración y respeto hacia el mundo del profesor de Oxford, pero sin otra pretensión que realizar una primera aproximación que nos permita debatir sobre el tema y según mis impresiones personales y sin ánimo de profundizar más allá de lo que da un primer post de un blog. (No se trata de escribir aquí otros “Apéndices” :O) )

Al pensar en las dos obras clave de J.R.R. Tolkien, “El Señor de los Anillos” y “El Hobbit”, a pocos se les vendrá la idea del Amor como temática de estos dos clásicos de la literatura fantástica. “El hobbit”, bien por ser un cuento infantil, y “El Señor de los Anillos” por estar enmarcado en un contexto de guerra, no nos vienen a la mente como una referencia cultural que trate las relaciones humanas.

Sin embargo, Tolkien sí habló de amor en su obra, y sobre todo, de amistad: como ávida lectora y seguidora de todas las adaptaciones del mundo de la Tierra Media, no se me viene a la cabeza sino la palabra Amistad, así, con mayúsculas, cuando pienso en la Comunidad del Anillo, en la Compañía de Thorin Oakenshield y ¿cómo no…? en Frodo y Sam. ¿Qué otra idea podría extraerse de esas alianzas que se producen en sus dos obras clave? Los protagonistas de la acción están unidos por fuertes lazos de amistad y compañerismo, siendo bastante significativo en el caso de Frodo y Sam, probablemente los verdaderos protagonistas de “El Señor de los Anillos”. Tan solo tenemos que recordar la frase que Frodo dedica a su amigo al final de la historia: Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam”.  Para mí, la amistad entre Frodo y Sam es una de las más entrañables de la literatura que ha podido caer en mis manos.

 
 

Es cierto que las relaciones entre los personajes del mundo de la Tierra Media quedan empañadas por la acción y trama principal y bueno, todo hay que decirlo, por la falta de talento de Tolkien en ese sentido. No olvidemos que a pesar de que Tolkien contaba con muchísima imaginación, se trataba de un académico, no de un escritor al uso. Las relaciones de Amor y Amistad entre sus protagonistas están por lo tanto, más desarrolladas en los Apéndices.

Así, en los Apéndices y en “El Silmarillion” podemos aprender más de la relación entre Arwen y Aragorn, que a duras penas tiene cabida en el libro, o entre Eówyn y Faramir (lo siento, tengo especial predilección por estos personajes) o la “amistad” entre Legolas y Gimli… entre muchas otras entre los protagonistas, ya sean por medio de árboles genealógicos o apuntes sobre el desarrollo de su relación.

Las comillas en la palabra “amistad” para referirme a Legolas y Gimli, son por supuesto, intencionadas: ¿quién no ha sospechado de una relación homosexual entre estos dos personajes? En los Apéndices podemos leer: “»Hemos oído decir que Legolas llevó consigo a Gimli, hijo de Gloin, por causa de la amistad que los unía, más grande que ninguna otra habida entre Elfo y Enano”. También se ha especulado bastante sobre la naturaleza de la relación entre Frodo y Sam… En todo caso, la relación entre Legolas y Gimli, sea del tipo que sea, creo que representa la idea principal del Amor en el mundo de Tolkien, junto con las historias de las elfas Arwen y y Lúthien y los hombres mortales Aragorn y Béren (la historia de Béren y Luthien la encontraréis en “El Silmarillion”) 😉 : el Amor y la Amistad no entiende barreras culturales o raciales.

En la relación de Legolas y Gimli podemos ver cómo dos razas históricamente enfrentadas (elfos y enanos) pueden entenderse, apreciarse y construir un equipo que, como bien se ha dedicado a ilustrar Peter Jackson en sus adaptaciones cinematográficas, puede llegar a ser invencible. En el caso de Aragorn y Arwen  y Béren y Lúthien vemos la idea principal de Tolkien sobre el Amor: el amor que vence la muerte.  Arwen y Lúthien renuncian voluntariamente a la inmortalidad que pertenece a su raza por puro amor a Aragon/Béren. La idea principal que Tolkien nos da del Amor con estas historias es en mi punto de vista, la siguiente: los amantes se mantienen unidos hasta La Muerte. Arwen y Luthien prefieren morir antes de vivir sin sus amantes a su lado.

Y bueno, y aquí es cuando entramos en los temas más espinosos y de los que espero réplica: claramente en el mundo de Tolkien los sacrificios “por Amor” los hacen las mujeres. No hay más que recordar el caso de Eówyn, que por “Amor” a su familia, a su pueblo y a Aragorn, parte en batalla, una tarea que Tolkien, como hombre de su tiempo entendía – cómo no- reservada a los hombres. ¿Se podría hablar largo y tendido sobre el papel de la mujer en el mundo de la Tierra Media? Claramente sí. Es de los aspectos más criticables en la obra de Tolkien. Pero seguramente que esto nos da para otro post. 

 

 

Con esta primera aproximación quería destacar la idea sobre la Amistad y el Amor que más me conmueve en la obra de Tolkien: la idea de que los afectos no entienden de orígenes, razas, culturas o clases sociales (no olvidemos que Sam es el jardinero de Frodo). La obra de Tolkien es para mí, en ese sentido, todo un ejemplo de apología de la diversidad, el respeto por las diferencias y el entendimiento.

 
 

Y ahora, llega la parte más divertida del post: ¿qué visión tenéis vosotros del Amor y de la Amistad en Tolkien? ¿Qué aspectos os parecen más criticables y cuáles a destacar en su visión del Amor y en el papel de la mujer? ¿Qué otras relaciones que no he mencionado os parecen dignas de analizar?

 Voy encendiendo la pipa que esto sé que va a dar para debatir largo y tendido. 🙂

Amor, admiración, ¿anulación?

¿Qué quieres que te diga?
¿Que mi vida va genial?
¿Que todo transcurre tal y como lo pensé,
tal cual, sin más?
¿Que todas mis decisiones
pasan por un autotune de aciertos?
Qué más da, si no lo vas a escuchar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que escogiste lo mejor?
¿Que ya no quedaba amor?
¿Que no me merecías porque eras lo peor?
¿Qué tengo mil ilusiones,
qué ya no queda ni un gramo de pena?
Qué más da. Nunca supiste escuchar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que el tiempo va a mejorar,
que el gobierno está fatal,
que el Barça hoy ha vuelto a pinchar?
¿Qué quieres que te diga,
que sin ti no puedo más,
Que mi vida se rompió cuando te fuiste sin pensar que

nunca, nunca más me iba a recuperar
porque cuando tú jugabas yo creía
que lo que hacías era amar?
Y mientras,
yo me enamoraba como un fan
de tu voz, de tus amigos, de tu ropa
y de tu forma de mirar.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que prefiero pasear por la playa
y escuchar a Billy Joel, o quizás a Ben Folds Five,
porque sé que tú los odiabas,
no eran suficientemente indies…?
Qué más da. Tú siempre fuiste lo más.

¿Qué quieres que te diga?
¿Que el trabajo no está mal,
que cerraron el local donde solíamos tocar?
¿Qué quieres que te diga,
que me arrancaste el corazón?
Y hoy se te ocurre venir a pedir perdón
Después de un siglo o dos.

(La Casa Azul – Como un fan)

Este post es un exorcismo, una confesión, una hoja de diario; muy poco filosófica, ni psicológica, ni sociológica. Me enamoré como una fan casi a la vez que era lanzada esta canción; y no era la primera vez. Y es una forma terrible de enamorarse. Bebía cada una de sus palabras. Sus gustos eran mis deberes. Lo que en aquella época leía, veía o escuchaba está todavía tan relacionado con su persona que tengo autores, cineastas y grupos vetados aún, diez años después. Por si a alguien le cabía duda, la historia acabó mal, fatal. De hecho suelo presumir de que entre mis ex parejas se cuentan varios de mis mejores amigos pero en este caso aún no podemos estar en la misma habitación sin que se enrarezca el ambiente. Sí, diez años después.Si intento entender por qué aquella relación me dolió tanto a día de hoy sigo sin entenderlo bien. El pasado 25N una chica que conozco y que trabaja precisamente sobre el amor en su tesis nos proponía en Facebook que analizásemos entre las formas sutiles de dominación dentro de la pareja la que se construye desde la admiración, que cuestionásemos nuestro propio deseo. «¿Por qué tanta necesidad de admirar? Y sobre todo ¿qué es lo que consideramos admirable?» Me parecen dos preguntas indispensables para pensar sobre cómo nos enamoramos.

She's hot she's read everything

¿Es Alex Vause, de Orange is the new black, también sapiosexual?

Al buscar quien me guíe, busco a quien sepa más que yo. Me coloco inmediatamente en la posición de aprendiz. ¿Qué implica eso? Para empezar, que mi capacidad crítica se ve tremendamente mermada. Esa persona ya no tiene fallos. Siempre tiene razón. Eso empieza a generar dudas, una tras otra, sobre el propio criterio. ¿Es cierto esto que creo? ¿Estoy segura de que disfruto con esto? Una base fantástica, por cierto, para las relaciones tóxicas de todo tipo. No es necesario que alguien te haga sentir inútil si tú misma ya te has colocado en esa posición a costa de idolatrar a la otra persona, de creer que ella es el producto terminado y tú quien aún tiene un largo camino por recorrer.¿Cuántas de las personas que conocéis consideran que la admiración es un componente indispensable del amor? George Sand decía que el amor, sin admiración, es sólo amistad. Si contesto instintivamente, yo misma levantaría la mano. Necesito admirar para enamorarme porque, como esta chica proponía, hay una cierta sensación de estatus construida en torno al amar a quien es mejor que nosotros. Y así, no amamos al compañero, sino al guía. Admiramos la inteligencia; y ojo, que esto es preocupante: creemos que las personas negativas son más inteligentes, encima.

To me you are perfect

Una profecía que, en realidad, se autocumple. Incluso aunque tenga qué aportar, no lo voy a demostrar. Como un perrillo faldero, soy yo quien se entusiasma, quien admira, quien sigue, quien imita. La otra persona se puede sentir halagada, incluso obligada. Pero en estas condiciones no hay forma de que se sienta entusiasmada por estar conmigo. Y leía hace poco que si las dos partes no sienten entusiasmo, no hay nada que hacer. Me parece un buen criterio. La relación se convierte en un cementerio para las aspiraciones de una de las dos partes, que se coloca en el plano secundario. Pero también para el orgullo, la admiración y la sorpresa de quien se coloca en la posición de superioridad. También me he visto en esas, y aquel guía me dejó porque «había dejado de ser yo misma». Eso es lo que pasa cuando una se enamora como una fan. Que desaparece en el otro. Y nadie quiere estar con una cáscara vacía (de hecho, si alguien quiere estar con vosotros cuando no sois vosotros mismos, huid; es un síntoma de narcisismo bastante chungo no echar de menos a la persona por la que os habíais sentido atraídos cuando desaparece para convertirse en vuestro espejo).

Creo que esto nos pasa más a las mujeres. Supongo que por varios factores que confluyen en torno a esta desigualdad de poderes, que queda perfectamente reflejada en el «detrás de un gran hombre hay una gran mujer». Detrás. La Mujer-Pigmalión puede sentirse perfectamente realizada gracias a lo que ha conseguido que su pareja sea, que sus hijos sean. En ciencia, lo llamamos «Efecto Matilda«. En las revistas de estilo de vida, han decidido llamarlo «sapiosexualidad«: el fenómeno de sentirse atraído por la inteligencia ajena. O quizá deberíamos decir «atraída»: al buscar sapiosexual en Google, tres de las diez entradas de la primera página hablan de «mujeres sapiosexuales» expresamente. De entre las que no están marcadas en el título, otra más está ilustrada con una mujer, otra con una pareja heterosexual (aunque en el pie de foto se dice expresamente «Las mujeres sapiosexuales sienten atracción por los hombres inteligentes«, como si no pudiera suceder a la inversa), y otra comienza diciendo: «Hace rato fue derribado el estereotipo de la mina que va tras el dinero, éxito y belleza de un hombre. Quizás quedan algunas por ahí, pero hoy la moda es otra: los sapiosexuales, una especie más común de lo que pensabas.»

Es decir: la atracción por la inteligencia viene a sustituir la atracción por el dinero y el éxito por los que las mujeres han cambiado tradicionalmente su belleza física. La inteligencia, lógicamente, está asociada al estatus en la sociedad del conocimiento. ¿Pensaban ustedes que eran menos superficiales porque les atraía más una buena conversación que un buen tono muscular? Se equivocaban. En realidad es el mismo mecanismo superficial, aplicado a los nuevos tiempos. Mala suerte.

Y, ¿saben una cosa? El problema del amor basado en las mentes es que es pegajoso. Se queda adherido a las canciones, a los libros, a las películas. Nos ataca por sorpresa detrás de algunas palabras del diccionario y se come nuestros gustos. Y de pronto, con la ruptura, no perdemos sólo a esa persona. Detrás de ella se van discografías completas, el cine francés, tres estaciones de metro, una forma de hablar y de escribir.

Cada persona que forma parte de nuestra vida deja una herencia, un aprendizaje. Qué bonito sería entenderlo así y hacerlo nuestro de forma natural, progresiva, selectiva. Y mutua. Y compartir lo que nosotras también hemos aprendido, y seguimos aprendiendo por otras vías. E intercambiarnos, en lugar de anularnos.

Y que no tengan que pasar diez años para poder volver a leer a Pizarnik.

La mujer-niña: de Nora Helmer a Tania Sánchez

Dice Goffman que existe un «acuerdo entre los sexos» a través del cual se organiza la sociedad, cualquier sociedad. Los chicos a un lado, las chicas a otro. Que esa organización determina nuestra manera de ser, pensar y sentir. Que los chicos tienen maestros y patrones y luego empleados y aprendices, y las chicas padres, maridos e hijos. Según Goffman, las mujeres son el único grupo adulto discriminado al que se tiene al mismo tiempo una gran estima, patente en los sistemas de cortejo y las reglas de cortesía (qué casualidad lo de la raíz lingüística, supongo). Esta estima lleva a muestras de admiración como el piropo, el cortejo, y en última instancia, la violación. No lo digo yo, ¿eh? Lo dice Goffman, que es un señor.

Pero antes de llegar a la violación se da un estado intermedio, que es el de la mujer-objeto, la mujer-muñeca. La mujer-accesorio del varón. Ese papel social, asignado desde el nacimiento y para el que nos enseñan a comportarnos. A ser modestas. A ser sumisas. A ser generosas. A ser agradables. A volcarnos en nuestra familia. A ser frívolas, porque toda nuestra coquetería refleja en realidad el poder adquisitivo de nuestro compañero.

Goffman habla de la ritualización de la sumisión de la mujer ante la figura masculina inmediata, sea esta el padre o el marido. Nora lo dice mucho más claramente: «Nuestro hogar no fue más que el cuarto de jugar. En casa, con papá, se me trataba como a una muñequita; aquí como a una muñeca grande. Y los niños eran, a su vez, mis muñecos. Yo me divertía mucho cuando tú jugabas conmigo, lo mismo que los niños se divierten cuando yo juego con ellos». Su marido intenta explicarle su rol en la sociedad: «Ante todo eres esposa y madre», y Nora responde con un revolucionario: «Ya no lo creo así. Lo que creo es que ante todo soy un ser humano, yo, exactamente como tú… o, en todo caso, que debo luchar por serlo.»

Casa de muñecas

Sí, he dicho revolucionario. Casa de muñecas se estrenó en 1879. Sin embargo, a día de hoy, Nora sigue siendo uno de los papeles con los que sueñan las actrices de teatro. Nora, esa señora burguesa, frívola y torpe, coqueta e inútil, caprichosa y juguetona. Nora, que es capaz de ser todo eso y al mismo tiempo ser la imagen de la dignidad femenina, porque es el primer personaje que se planta ante esa posición y dice no. El drama de Casa de muñecas es una excusa para que asistamos, estupefactos, al empoderamiento de Nora, que de pronto decide dejar de ser la muñeca.

Queremos creer que esto está más que superado. Pero si hay un caso que ejemplifica hasta qué punto no lo está, este es el de Tania Sánchez. El tratamiento mediático de su candidatura la convierte permanentemente en una muñeca, a la que su novio, Pablo Iglesias, le permite «jugar» a la política. «Pablo tiene su proyecto, y yo el mío», intenta defender, mientras todos los medios (vale, casi todos, con honrosas excepciones) oyen «de momento, claro, hasta que tenga que empezar a ser consorte». ¿No es eso lo que hacen las mujeres, no es eso lo que hizo la reina Letizia, esa princesa profesional y divorciada, indie y moderna? Esa permanente autorreferencialidad del varón, que convierte a su compañera en «la novia de», que convierte el acoso a la mujer en un acoso a su mujer, en un problema de masculinidades. El papel del hombre en la pareja es el de protegernos, cuidarnos, dejarnos brillar, pero a su sombra. Tania es la elegida por «el deseado», ¿qué más quiere?

¡Oh, qué tranquilo y delicioso hogar el nuestro, Nora! Aquí estás segura; te guardaré como si fueras una paloma recién recogida por mí después de sacarla sana y salva de las garras del buitre. Sabré tranquilizar tu pobre corazón palpitante. Lo conseguiré poco a poco; créeme, Nora. Mañana verás todo de otra manera. Todo seguirá como antes. No necesitaré decirte a cada momento que te he perdonado, porque tú misma lo comprenderás indudablemente. ¿Cómo puedes creer que vaya a rechazarte ni a hacerte cargo siquiera? ¡Ah!, tú no sabes lo que es un corazón que ama, Nora. ¡Es tan dulce, es tan grato para la conciencia de un hombre perdonar sinceramente! No es ya su esposa lo único que ve en el ser perdonado, sino también su hija. Así te trataré en el porvenir, criatura extraviada, sin brújula. No te preocupes de nada, Nora; sé franca conmigo nada más, y yo seré tu voluntad y tu conciencia.

«Soy mujer, joven y rubia; por eso en la televisión tengo que ser más dura». La diputada de Izquierda Unida, actual candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid tras su arrolladora victoria en las primarias, forma parte de la nueva corriente que está intentando renovar la formación de izquierdas después de una tendencia descendente. Sin embargo, ¿qué le preguntan? Por qué no sonríe más. Tania-Nora, mi estornino, mi pajarito cantor, ¿por qué no nos bailas una tarantela?

 

 

El papel social de las mujeres sigue siendo el del agrado. Ni siquiera dentro de la pareja: agradar al género masculino, en general. Debemos sonreír. Ser educadas. Graciosas, dentro de unos límites. Pizpiretas. Como niñas bien educadas. Si queremos jugar a la política, está bien, siempre y cuando la disfrutemos. Nada de tomárnosla en serio, nada de preocuparnos, nada de tener voluntad o conciencia. Eso son cosas de hombres.

El amor adulto en Harry Potter

Nota de la coordinadora: este blog tiene sentido sólo como proyecto compartido. Si algo me ha gustado de Harry Potter, es la capacidad que ha tenido para movilizarnos a varias de nosotras a hablar del amor, el que Verónica definió como «el monotema de la saga». Tenemos diferentes opiniones, lo que es fabuloso, y hemos intentado también centrarnos en diferentes aspectos. Este post es en parte una réplica, pero también otra línea a la que replicar. Nada más en línea con el objetivo del blog que generar debate. Así que, ¡a los comentarios!

Siempre he sido una gran fan de Harry Potter, desde que mi madre compró los dos primeros del tirón para mi hermano que, asumámoslo, es el que tiene la edad «target» para ser fan de Harry. Intuyo que sería 1999. Mi hermano devoró los libros y detrás de él lo hice yo… ¡y mi madre! No sólo me fascinó siempre el mundo Harry Potter sino el mundo J.K. Rowling y su historia: de madre soltera con dos duros escribiendo en una cafetería a una de las mujeres más ricas del mundo. En realidad no tengo claro si veía más inspiracional ningún personaje que el de la propia Rowling, pero eso es para otro post.

Este post nació como réplica o continuación a este otro. Porque mi reacción automática al último párrafo en el que Vega se queja de la ausencia de relaciones adultas en el mundo Potter fue: ¿y qué pasa con los Weasley? ¿¡Y con Lupin y Tonks?!

Es cierto que los profesores más importantes de Howarts no tienen relaciones de pareja, o no se especifica. Dumbledore, McGonagall, Snape (nada sabemos de sus relaciones de adulto, sólo se sabe de su obsesión adolescente con Lily Evans)… o Hagrid, que su único acercamiento «amoroso» es cuando cree tener a una «igual» cerca: Madame Maxime de Beauxbatons.

Pero los Weasley, los miembros de la Orden del Fénix y la complicada genealogía de la familia Black está llena de relaciones de pareja. Lupin-Tonks, Molly-Arthur, Bill-Fleur, Lucius-Narcissa y, como bien apuntaba Vega, quizás incluso Bellatrix-Voldemort.

Mi favorita sin duda es Lupin y Tonks, dos personajes que siempre me gustaron especialmente y a los que creo que ningunearon demasiado en la saga de las películas (pero incluye tú 600 páginas de libro en 2 horas de película, amiga…). Nymphadora Tonks es un personaje que, pese a lo cambiante de su apariencia, parece tener las cosas claras desde el principio. Es maravilloso ver cómo un personaje femenino es el que se declara, el que tiene la iniciativa. No espera paciente a que él se de cuenta sino que pone las cartas sobre la mesa sin dudar.

Tonks y Lupin - You know

Ella persiste mientras que Lupin no se cree suficiente para ella sino todo lo contrario además de demasiado mayor y peligroso. Y es ahí, ¡ay!, Rowling, ¿por qué cuando Tonks es rechazada llega hasta tal punto que sus poderes se debilitan? Es una vez más ese retrato del amor como algo que te hace débil como mujer: si no lo tienes, tú eres menos tú. No sólo se debilitan sus poderes, su pelo pierde color y ¡hasta se pone fea! Una vez que están juntos tienen una relación en la que ella, una vez más, es la fuerte de la pareja. Le cuida en sus horas bajas y ambos cuidan el uno del otro pese a las continuas dudas de Lupin debido a su condición de hombre-lobo.

Tonks y Lupin - You need me

No sabemos cómo habría continuado la relación ya que ambos mueren en la batalla de la torre.

Tonks y Lupin - Dead

Todas las otras parejas mencionadas tienen poderosos personajes femeninos.

Fleur es la elegida de Beauxbatons para la Copa de los Tres Magos y pese a su inicial orgullo y altanería es la que insiste en su amor por Bill Weasley pese a su apariencia física tras el ataque de Greyback.

Bill y Fleur - Boda

Molly aparece como el típico personaje de señora de mediana edad que ha dejado todo para cuidar de su familia. Arthur es un hombre descuidado, torpe y afable y Molly cuida de él. Quizás es otro ejemplo de mujer que busca alguien a quien cuidar y se empareja muy por debajo de sus posibilidades. Esa tendencia de las mujeres de buscar alguien a quien poder cuidar, alguien que dependa de ti, para asegurarte que no te va a dejar. Molly deja todo por su marido y su familia y, pese a ser una mujer de armas tomar, no es hasta el final de la saga que se la pone en el lugar que merece. Porque cuando se va a la guerra con Voldemort, Molly es una parte importante de la Orden del Fénix y, no lo olvidemos, es quien venga a Tonks y mata a Bellatrix.

Molly es una grande pero, admitámoslo, ¿sería lo mismo en las películas si la actriz no fuera Julie Walters?

Molly Weasley - Whos next

Creo que poner nada después de Molly se va a quedar corto. Y entrar en la toxicidad de los Malfoy y los Black quizás requiera otro post en sí mismo. ¿Alguien se anima? 😉

 

El príncipe y yo (Martha Coolidge, 2004)

– A tus hermanos les cae bien.
– Mamá…
– Y a mí también.
– Ya lo veo. Ahora no puedo permitirme ese tipo de distracciones.
– La química no es sólo una asignatura. Vosotros la tenéis.
– Ya, ¿y me hago ilusiones pensando que es mi príncipe azul? ¿Que nos casaremos y viviremos felices? No puedo tirar tanto trabajo por la borda para ocuparme de hacer la comida y de cuidar a los niños.
– Cariño, a mí no me ha ido tan mal, ¿verdad?
– No lo decía por ti.
– Lo sé. Pero no estamos hablando de mí. Yo tomé mi decisión. Toma la decisión adecuada para ti.

Es evidente que no se puede pedir peras al olmo, y si algo no se espera de una comedia romántica de sobremesa es que se convierta en una lanza por la igualdad de género, pero seguramente este título se lleva la palma en varios sentidos.

Imagen via Filmaffinity

El argumento es un clásico de historias de princesas: el amor verdadero surge cuando las personas ocultan su identidad y permite a un miembro de la realeza saber que le aman por quien es y no por el cargo o las riquezas de que dispone. Una vez conseguido ese amor, entonces ambas partes deberán ajustarse a la realidad; en parte es una historia de ascenso social: la pareja recibe el premio de convertirse en parte de la realeza gracias a su generosidad y honestidad. Un clásico contemporáneo que revisitamos incluso cuando hablamos de relaciones reales: es la honestidad y la ética del trabajo de Letizia Ortiz la que la convierte en reina, dicen. Y por supuesto, es la enorme responsabilidad que abre ante ella el hacerse reina la que hace que merezca la pena que renuncie a su carrera profesional.

Volviendo a la película, Paige Morgan tiene una vocación muy clara que le importa hasta la obsesión: formarse como doctora para viajar por el mundo con Médicos sin Fronteras. Hasta que se topa con un compañero de laboratorio que resulta ser príncipe en Dinamarca de incógnito, y se enamora.

La conversación con la que abre este post, preocupantemente, no es a posteriori. No es un momento en que la protagonista deba plantearse a qué está dispuesta a renunciar en caso de convertirse en reina de Dinamarca, es una conversación con su madre cuando el príncipe no es más que «Eddie» y ni siquiera han llegado a besarse, aunque él no deja de mostrar su interés por ella.

La conversación da por sentado que si una mujer es ambiciosa y tiene objetivos profesionales propios debe renunciar al amor, puesto que el amor implica renunciar a estos para convertirse en ama de casa. Sin negociación. Incluso cuando la pareja es (al menos aparentemente) una persona mediocre sin grandes planes para sí, iniciar una relación implica poner en riesgo el proyecto vital de ella. Por supuesto, el príncipe danés está también dispuesto a renunciar al trono por ella: un sacrificio que no tiene nada de meritorio en tanto que es esa renuncia la que inicia la trama, pero que aún así se presenta como una escena clave.

El gran giro argumental de la película viene después de que ambos jóvenes decidan comprometerse inmediatamente, una decisión clásica del género. Paige decide renunciar (de nuevo) a la corona y al amor y vuelve a Estados Unidos para graduarse. El día en que finaliza sus estudios y va a poder incorporarse a la facultad a la que aspiraba, Edward aparece y, en un gesto que pone fin a la trama, le informa de que va a esperar a que se gradúe en Medicina. Y ese es el cuento de hadas. Paige lo consigue todo: su formación universitaria y su príncipe danés. Renuncia tras renuncia, finalmente es afortunada ya que la persona a su lado cede ante sus deseos. En ningún momento se confían el uno al otro las preocupaciones, las dudas; nunca planifican juntos. Edward vuelve a Dinamarca tras la enfermedad de su padre para convertirse en rey. Paige corre tras él y abandona sus estudios. Se comprometen. Edward y Paige son preparados para la coronación de forma separada; sólo planifican juntos el lugar en el que pasarán la luna de miel. Paige observa a Edward reinar y este la mira y la menciona como símbolo de la incorporación de la influencia de ella en su vida, pero no conversan. No dialogan. No negocian. 

Las personas ambiciosas, las personas con grandes planes y grandes responsabilidades, toman solas sus decisiones, y luego sus parejas se acoplan a ellas o no. Principalmente sus parejas femeninas, claro. Así, ¿cómo va a ser posible tener una vocación y una relación romántica al mismo tiempo?

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