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El orden divino: el sufragio femenino en Suiza

Gracias a la distribuidora Surtsey Films hemos podido ver esta semana El orden divino, que se estrenó en cines de toda España el pasado 22 de junio. Esta película cuenta la historia del sufragio femenino en Suiza, que es llamativa porque las mujeres no pudieron votar allí hasta el año 1971. Paradójicamente, en la votación que decidió si las mujeres tenían derecho al sufragio solo pudieron participar hombres. Como en tantos otros casos.

La lucha por el derecho de las mujeres al voto lleva más de un siglo gestándose. En 1893, Nueva Zelanda fue el primer país en adoptar el sufragio femenino sin restricciones. Por su parte, en Europa, la primera región en autorizarlo fue Finlandia (en 1906). En Latinoamérica, las mujeres pudieron votar por primera vez en 1927 en Uruguay. A España el voto llegó durante la Segunda República, en 1931, pero la dictadura de Franco nos lo arrebató. Algunos de los últimos países en permitir votar a las mujeres han sido Baréin (2002) o Kuwait (2005).

Divino desorden

El orden divino tiene como protagonista a Nora, una mujer que vive en un pequeño pueblo suizo y se dedica al cuidado de sus hijos, su suegro y su casa, además de ayudar en la granja familiar. La monotonía se rompe cuando ve una oferta de trabajo y le comenta a su marido que le gustaría volver a tener un empleo. Él se niega, ya que considera que su papel divino como mujer son los cuidados. En esa época, por ley el marido podía prohibir que su mujer trabajara fuera de casa, pero Nora no se resigna. La cuestión es: ¿puede haber una relación amorosa sana sin igualdad?

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De hecho, lo que empieza siendo un pequeño desafío para una mujer acaba convirtiéndose en una enorme ola feminista a la que se van sumando las mujeres del pueblo. Las resistencias son enormes al principio, incluso por parte de las propias mujeres. En el pueblo, muchas tienen miedo de enfrentarse a sus maridos. Otras están de acuerdo con el papel que les ha sido asignado. Poco a poco, no obstante, se van dando cuenta de que las mujeres se merecen decidir sobre sus propias vidas.

A ritmo de Lesley Gore la película nos habla, como venimos contando, del sufragio femenino y las relaciones familiares. Pero también explora la sexualidad, la sororidad y la fuerza que tienen las personas cuando se unen por una lucha común. Y lo hace en un tono íntimo, entrañable, lleno de humor y, a la vez, duro y reivindicativo.

Una historia de lucha

Y es que el sufragista, como todos los movimientos que han luchado históricamente por reivindicar lo que le había sido arrebatado injustamente a un determinado grupo, es una corriente en la que muchas tácticas se han entrelazado. Si el Estado ha negado sistemáticamente ciertos derechos, no hay razón para que los vaya a otorgar sin pelea. Y, así, vemos que las mujeres de El orden divino se manifiestan, se enfrentan a su maridos y hasta ponen en marcha una huelga para pelear por lo que es suyo.

Uno de los movimientos sufragistas más conocidos es el que llevó a las mujeres mayores de 30 a poder votar en Gran Bretaña en 1918, y a todas sin distinción de edad en 1928. La película Sufragistas cuenta esta lucha de las mujeres inglesas. En la distinción entre suffragettes y suffragists (el ala más radical del movimiento y la más moderada, respectivamente) vemos que la pelea no fue, ni mucho menos, un camino de rosas. La oposición de los hombres, el Estado y la Iglesia al derecho al voto femenino ha sido siempre tremenda, pero también hubo resistencia desde la izquierda, que pensaba que las mujeres votarían lo que sus maridos o los jefes de sus iglesias dijeran.

Queda mucho por hacer

A lo largo de la película acompañaremos a este pequeño grupo de mujeres suizas en su búsqueda de la libertad y el autoconocimiento; ¿qué querrías ser si fueras libre? También veremos todo lo que quedaba y queda por hacer, más por su ausencia en la trama de la película que por mención expresa. Por ejemplo, en la lucha de la T de LGTB+, porque la identificación mujer-coño es evidente en uno de los momentos, por otra parte, más divertidos de la película. Nuestras compañeras trans siguen siendo enormemente invisibles o rechazadas, incluso entre las que dicen llamarse feministas, y queda mucha batalla por delante.

Viñeta de Matilde

No debemos olvidar que la lucha no acaba, ni mucho menos, al lograr el derecho al voto; la batalla por la igualdad social va más allá de eso. Ni, tampoco, que este derecho a participar en las instituciones se logró gracias a la lucha en las calles.

Recordad: podéis ver ya la película El orden divino en los cines de España.

Marion Dougherty. Hacer el cambio

Cuando en la pasada ceremonia de los Oscars Leonardo DiCaprio se alzaba con el premio al mejor actor protagonista por su interpretación en El Renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015) una de las personas que incluyó en su agradecimiento fue el director de su primera película como protagonista, Vida de este chico (Michael Caton-Jones, 1993). Su expresión fue «Gracias por escogerme en mi primera película». Leonardo DiCaprio estaba agradeciendo una oportunidad en la selección de un casting de hacía 23 años, una oportunidad sin la cual probablemente él no habría labrado la carrera que le llevó hasta ese escenario. Y precisamente entre el público asistente de esa noche había actores y actrices que tampoco habrían estado allí si no hubieran sido descubiertos y apoyados por directores de casting que apostaron por ellos. ¿Qué pensarías si te dijera que Warren Beatty, James Dean, Peter Fonda, Martin Sheen, Christopher Walken, Robert Duvall, Jon Voight, Dustin Hoffman, Gene Hackman, Glenn Close, Al Pacino, Diane Lane entre muchos otros recibieron sus primeras oportunidades gracias a la labor de selección de una misma persona? ¿Qué pensarías si te dijera que, además, esa persona desarrolló el oficio de director de reparto de la nada e influyó en el cambio de dinámicas de los estudios desde los sesenta hasta principios de los noventa? ¿Crees que merecería el reconocimiento de la industria?

Marion Dougherty se estableció en Nueva York a finales de la década de los cuarenta, entrando a trabajar como asistente en el departamento de reparto del programa Kraft Television Theatre. En esa época la televisión comenzaba a popularizarse mientras que la producción cinematográfica de Hollywood se había estancado. Los estudios supeditaban el carácter artístico de las películas a un modelo industrial que funcionaba a base de clichés de géneros fílmicos. Los actores no eran contratados para papeles concretos sino que eran fichados por su apariencia física para realizar personajes prototipo en varias producciones. No importaban sus cualidades interpretativas sino que su aspecto respondiera a unos cánones concretos, creando así unos estereotipos que se repetían en todas las películas. Sin embargo, en la otra costa del país, el Actors Studio estaba fomentando una revolución en el método de interpretación que priorizaba la credibilidad frente a este modelo comercial. Y Marion Dougherty aprovechó el potencial de toda una generación de actores desarrollando a la vez un sistema de trabajo que sustentaría las bases de lo que acabaría convirtiéndose en una profesión, la dirección de casting. No se limitó a ejercer de organizadora de reparto tirando de agenda de teléfonos, fue a ver obras de teatro, realizó audiciones, entrevistas en las que realizaba fichas y anotaba detalles de las impresiones que obtenía de los actores, realizaba auténticos y pormenorizados trabajos de selección. Ella consideraba que las producciones audiovisuales debían ser más realistas y a la vez ricas, como lo es en realidad la sociedad. Su criterio era que los personajes se definían por sus acciones y por su capacidad de hacer que el público se identificara con ellos, no por su aspecto. Solía decir «Traeré a 3 o 4 actores, todos muy diferentes, pero que podrían interpretar todos el papel». Tenía un gran instinto para saber distinguir las posibilidades de cada actor y no sólo para papeles protagonistas, era consciente de que los personajes secundarios eran un soporte tan fundamental para las historias como los anteriores y ponía tanto detalle en ellos como en los primeros. Aportó calidad a un proceso que hasta ese momento se había considerado menor y pronto su audacia empezó a dar resultados visibles en los proyectos en los que trabajaba. A inicios de los sesenta comenzó a llevar el casting de dos series de televisión que adquirieron gran popularidad, Nacked City (ABC, 1961-63) y Route 66 (CBS, 1963-64), y en 1963 montó su propia compañía de casting, Marion Dougherty Associates, afincada también en Nueva York donde, además de promocionar a parte de los mejores actores del cine y la televisión estadounidense de los 60 y 70, contrataba sólo a mujeres como asistentes, entre las cuales acabarían surgiendo reputadas directoras de casting como Juliet Taylor (descubridora de Maryl Streep y Dianne Wiest), Amanda Mackey, Nessa Hyams, Phyllis Huffman o Wally Nicita. Es decir, no sólo inició el cambio del paradigma del reparto junto a Lynn Stalmaster, director de casting coetáneo a Marion que aplicó sus prácticas en Hollywood descubriendo a estrellas como John Travolta o Chrsitopher Reeve, también ayudó a consolidar el papel y el poder de la mujer en la industria a través de la profesionalización del proceso de creación de reparto.

Vía http://www.quipmag.com/

Vía Quipmag

El cine empezó a llamarla y ella dio oportunidades a actores de todo tipo dinamitando los prejuicios de la industria hasta ese momento. Fue ella la que logró, gracias a su insistencia, que Jon Voight, un actor casi desconocido hasta ese momento, lograra el papel protagonista en Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969). Y también recomendó a Dustin Hoffman, al que había presentado anteriormente para El Graduado (Mike Nichols, 1967), para el papel de «Ratso» Rizzo en la misma cinta. Ambos fueron nominados a los premios Oscar ese año por sus interpretaciones. Cuando realizaba el reparto para Arma letal (Richard Donner, 1987) presentó como candidatos a Mel Gibson, que sólo había interpretado unos pocos papeles hasta ese momento, y a Danny Glover, a quien había visto en El color púrpura (Steven Spielberg, 1985). Donner admitió con posterioridad que nunca había pensado en darle el papel del Sargento Murtaugh a un actor afroamericano, pero que tras una lectura del guión entre ambos actores estaba absolutamente convencido de que Marion había creado una de las mejores parejas actorales del cine, y se sentía avergonzado por su preconcepción sesgada del guión. El éxito de Arma letal inspiró el estilo buddy cop de finales de los ochenta y principios de los noventa y catapultó las carreras de ambos actores. Marion Dougherty fue una pionera cuyas aportaciones ayudaron a cambiar algunos medios de representación cultural tan importantes en el siglo XX como el cine y la televisión y lo logró sin muchas referencias, sólo haciendo. Sin embargo, la misma industria que se beneficiaba del favor del público a esa renovación se negaba a otorgarle el reconocimiento por ello. Por ejemplo, en 1968 Lynn Stalmaster se convirtió en el primer director de casting en tener un rótulo propio en los créditos de inicio de una película, El secreto de Thomas Crawn (Norman Jewison, 1968). Fue un reconocimiento espontáneo que el propio Stalmaster no esperaba. Al año siguiente Marion Dougherty, quien había inspirado a Lynn Stalmaster en sus métodos, solicitó el mismo privilegio para los créditos de Cowboy de Medianoche, una de las películas con uno de los repartos más icónicos del cine. Ante la negativa de su director a la propuesta, Marion dio un ultimátum indicando que si no podía recibir ese reconocimiento, que no la pusieran en los créditos, y John Schlesinger optó por esto último. Prefirió no mencionar a Marion en los títulos antes que darle el mismo reconocimiento que un hombre había obtenido el año anterior sin siquiera haberlo pedido. Así, Marion Dougherty tuvo que esperar hasta Matadero Cinco (George Roy Hill, 1972) para ver su nombre como directora de casting en los títulos iniciales de una película, algo que su compañero de profesión masculino había logrado cuatro años antes sin que nadie cuestionara que merecía estar ahí.

La ignominia a la que fue sometida se trasladó a la labor general de la profesión de dirección de casting, quizás por estar asociada mayoritariamente a mujeres o simplemente porque parte de los directores de cine que conforman la Academia se niegan a reconocer la importancia de una función no técnica en las películas. El argumento más esgrimido para no añadir una categoría a la dirección de reparto en los Oscars es que, en última instancia, la decisión de tomar a los actores para los proyectos recae sobre el director, aunque todo el trabajo de selección pase previamente por las manos del director de casting. Más o menos lo que plantean es que sólo hay un director, que es el que toma las decisiones, y el resto de departamentos desarrollan su labor amparados en la visión del mismo, un argumento muy respetable si no cayera ante la evidencia de que otras categorías que supuestamente también están bajo la batuta del director de la película, como la dirección artística o la dirección de fotografía, tienen reconocida su propia categoría de dirección en dichos premios. Es decir, un director de fotografía o un director de arte pueden recibir el reconocimiento de sus compañeros de la Academia por su trabajo, pero un director de casting no, porque aunque dirige su departamento no es director, muy lógico todo. Sólo se encargan de elegir a los actores que encarnarán a los personajes, algo sin importancia que no afecta al resultado final de las películas, por supuesto, y en caso de que la tenga, el mérito tiene que ser del director de la película, que además ya tiene su categoría propia.

Pero la aportación de esta mujer al cine fue tal que muchas voces como Clint Eastwood o Martin Scorsese se alzaron para solicitar que se le reconociera el trabajo de toda su carrera con un Oscar honorífico. Pensemos que elaboró el casting de, además de las ya citadas, Lenny, El mundo según Garp, Los gritos del silencio, Batman, Gorilas en la niebla, Un día de furia, por decir algunas sin contar lo que aportó al reparto en televisión. Sin embargo, la campaña fue en vano y Marion Dougherty falleció en 2011 sin haber recibido ese reconocimiento de la Academia. Casting by (HBO, 2012), un documental realizado por Thomas Donahue en torno a la figura de Marion, al menos sirvió como el homenaje que nunca tuvo por parte de la Academia y ayudó a reflexionar sobre la labor de los directores de casting.

Por suerte ha habido mujeres dentro del gremio que han recibido apoyo. Woody Allen publicó una carta abierta en favor de Juliet Taylor, Martin Scorsese también defendió el valor del trabajo de selección de su directora de casting durante años, Ellen Lewis y de otros compañeros de profesión. Y Allison Jones, asidua directora de casting de Judd Apatow, directamente ha tenido gran implicación en el estilo de la nueva comedia americana, descubriendo a actores como Seth Rogen, James Franco, Jason Segel, Emma Stone o Jonah Hill. Apatow dice sobre ella: «Allison no sólo nos encuentra actores, ella encuentra gente con la que queremos trabajar el resto de nuestras vidas». Otro de los directores con los que Jones ha trabajado en varias ocasiones es Paul Feig, director de la nueva Cazafantasmas que se estrenará este año y cuya promoción está viéndose afectada por la polémica derivada de que las protagonistas sean mujeres. Desde que el proyecto salió a la luz, las redes sociales se han plagado de descalificaciones y vaticinios catastrofistas por parte de melancólicos recalcitrantes ofendidos por el cambio de género. El trailer, estrenado esta semana, cuenta casi con el doble de dislikes que de likes en Youtube. Y es que sigue siendo difícil que los egos de la vieja escuela de Hollywood toleren las demandas, cada vez más mayoritarias, de un público diverso, cansado de estereotipos patriarcales. Este año la polémica de la ceremonia ha sido la ausencia de más nominados de color, la campaña #OscarSoWhite se ha extendido como reclamo ante la menor representación entre los candidatos a los premios, pero incluso entre las voces discordantes la peor factura social la pasaron las actrices, porque si tienes una opinión que no guste y eres hombre no tienes que dar muchas explicaciones por ello, una mujer sí. El año pasado el discurso con contenido social lo dio Patrica Arquette con su reflexión sobre la desigualdad salarial de las mujeres y ha reconocido que aquel gesto le ha pasado factura económica. En el cine, como en la mayor parte de los ámbitos de la sociedad, ser mujer y ejercer tu libertad de palabra y acción sin condicionantes de género es algo harto difícil. Es una industria controlada mayoritariamente por hombres hasta el punto de que, en 88 años de premios Oscars, sólo en 4 ocasiones ha habido una mujer nominada en la categoría de mejor dirección, llevándose la estatuilla sólo una vez Kathryn Bigelow por En tierra hostil (2008). Y esta ausencia de voces femeninas en las categorías de más prestigio se produce también en la industria española, como se puso de manifiesto en la última entrega de los premios Goya, donde la nominación de dos mujeres en la categoría de dirección se presentaba como la noticia del certamen, mientras que sólo unas pocas mujeres lograban un Goya en categorías mixtas. ¿Cuál es el avance entonces en la industria del cine si cada mujer que se sale de la norma siempre paga un precio en su vida personal e incluso profesional? La falta de reconocimiento a Marion, el desprestigio mediático que sufre toda propuesta mainstream con cierto mensaje feminista, el cuestionamiento de las opiniones y discursos de mujeres sobre la realidad social, todo responde a un sistema obsesionado con prolongar los privilegios de los hombres blancos heterosexuales.

Sin embargo algo va quedando, haciendo mella; los hechos, el legado de estas mujeres, realidades materializadas que son innegables. El feminismo no va a entrar de la mano de los que no entienden que se trata de lo justo y beneficioso para todos, mujeres y hombres, ni de aquellos que no ven la necesidad de que todos tengamos representación en nuestros productos culturales. Es uno mismo quien debe demandarlo, apoyarlo, construirlo, hacerlo, como hizo Marion Dougherty. Puede ser que no veamos la categoría de mejor dirección de casting hasta dentro de unos cuantos años porque, al tratarse de una profesión con un alto grado de excelencia reconocida en mujeres tanto como en hombres, inevitablemente se convertiría en una categoría con asiduas nominaciones femeninas. La ley de la probabilidad iría en su beneficio y eso supondría otra puerta de acceso a la representación y voto en la Academia para la minoría más mayoritaria del planeta, y progresivamente un cambio de modelo. Glenn Close afirmaba Todos los grandes directores están muy agradecidos a los encargados del casting. Gracias a su trabajo y a saber asumir riesgos, las películas son mejores”. Pero no todos los riesgos luego se reconocen igual de cara a la galería de la industria. Sin ir más lejos este año Carol (Todd Haynes, 2015) fue escandalosamente ignorada en las categorías de mejor película y dirección, tal vez por tocar un tema como el romance entre dos mujeres en la sociedad estadounidense de los cincuenta sin hacer uso de manidos estereotipos lésbicos masculinos. Deben temer que la sagrada meca del cine se tambalee llenándose de feministas, trans de verdad, lesbianas y mujeres maduras en chupas de cuero que encima se lleven el premio. Ah, espera. Ya lo están haciendo.

Mujeres, Beatles y viceversa (Parte II)

Este post es la continuación del que escribí hace unas semanas sobre las artistas femeninas del círculo de Los Beatles. Por problemas de extensión, tuve que hacer determinadas omisiones… Sin embargo, conocer a las mujeres del círculo de Los Beatles va más allá de reivindicar a las artistas olvidadas por su condición de mujer. Hubo musas a las que debemos agradecer haber sido la inspiración para algunas de sus mejores canciones, y también mujeres fuertes que estuvieron a su lado, y Los Beatles no serían lo que son sin ellas. Y, por supuesto, la historia las ha tratado injustamente.

Las musas de The Beatles

Cynthia Powell (más allá de Lennon) 

La historia de Cynthia Powell (Lennon) ha sido definido siempre cómo trágica por todos aquellos que han escrito sobre Los Beatles y su círculo. Sin embargo, tenemos una gran razón para admirar a Cynthia: siempre quiso alejarse de esa imagen de víctima-santa que nuestra sociedad patriarcal le ha querido asignar. Cynthia supo siempre mantenerse en un discreto segundo plano y ni siquiera quiso cobrarse su venganza armando un gran escándalo después de que John Lennon la abandonara por Yoko Ono o tras su divorcio. En una situación en la que otras personas podrían haberse aprovechado para obtener beneficios económicos o sociales, Cynthia decidió ser elegante y discreta. Fue una mujer fuerte y aguantó demasiado. Siempre hizo lo que la sociedad de su época esperaba de ella. Y quedó marcada para siempre.

En principio artista gráfica (conoció a Lennon en el Colegio de Artes de Liverpool en 1957), abandonó su carrera artística tras quedar embarazada del beatle y casarse con este. Y aquí es donde empezó el particular infierno de Cynthia: no solo tuvo que renunciar a sus sueños como artista para mantener intacta la autoestima de un John Lennon inmaduro, algo acomplejado y machista (Los Beatles aún no habían entrado en contacto con determinadas ideas entonces), sino que sufrió infidelidades y malos tratos por parte de sí, el gran pacifista Lennon. Para más humillación, durante años tuvo que soportar que su matrimonio se ocultara para que las fans creyeran que tenían una oportunidad con John. 

El sufrimiento de Cynthia y de su hijo Julian durante la ruptura de la pareja inspiró a Paul McCartney a escribir una de las mejores canciones de Los Beatles: Hey Jude

Siempre que veo fotografías de Cynthia, como esta, veo el sufrimiento en sus ojos.

Cynthia Powell

Cynthia Powell

Pero también veo una inmensa capacidad de lucha y un afán de supervivencia. Y es que había que ser muy fuerte para estar al lado de John Lennon.

Pattie Boyd

Si en las historias que nos contamos sobre un grupo de hombres siempre hay una mujer abnegada-santa como Cynthia, en historia de Los Beatles tampoco podía faltar la mujer a la que le han colgado la etiqueta de putilla superficial. Y esa es Pattie Boyd.

Pattie Boyd

Pattie Boyd

Una modelo, actriz y fotógrafa bellísima (todo hay que decirlo), la imagen de Pattie es a los sesenta como los sesenta son a la imagen de Patty Boyd. Y es que hasta Twiggy reconoció haberse inspirado en su estilo para conseguir el look tan característico de sus primeros años.

Pattie Boyd amó a George Harrison como a su mejor amigo Eric Clapton, y estoy segura de que lo hizo con la misma intensidad. Aunque Harrison aceptó la situación de forma bastante pragmática, los tres acabaron por adaptarse a la idea de amor que conoce nuestra sociedad y Pattie se vio obligada a elegir entre George y Eric, divorciándose de su primer marido y casándose con Clapton. Al fin y al cabo, todos acabamos presa de las convenciones.

Pattie fue la inspiradora de una de las canciones más bellas de Los Beatles: Somethingy de otras hermosas canciones de Clapton: LaylaWonderful TonightTambién de otras buenas canciones de Harrison: I Need You, Love You To… La lista es larga. 🙂

Siempre que se escribe de Pattie Boyd se hace con una perspectiva algo condescendiente en la que se la presenta como una lianta y una mujer superficial. Y me planto entonces: ¿acaso no se puede amar a dos personas al mismo tiempo?

¿Por qué colgamos la etiqueta de superficial a una mujer por desarrollar una imagen estética y mantenerla? Si no juzgamos de esta forma a artistas masculinos que se expresan a través de su imagen como David Bowie, ¿por qué sí a las mujeres como Pattie? La imagen de Pattie se integra y adapta a la imagen de los Beatles de forma tan natural que se hace imprescindible para entenderlos y entender los sesenta.

Pattie-Boyd-Muse

Paul McCartney, Pattie Boyd y George Harrison

Aunque las historias de Cynthia y Pattie me parecían las más interesantes para reflexionar en este post sobre cómo nos seguimos contando el cuento de santas y putas incluso cuando tratamos hacer historia sobre un grupo de música, no quiero dejar de mencionar a otras musas y mujeres del círculo de Los Beatles que contribuyeron no solo a inspirarlos sino a formar su carácter único:

  • Julia Lennon y Mary McCartney, madres de los músicos y ambas de muerte prematura, lo que les unió para siempre;
  • la tía Mimi, a quien tenemos que agradecer el haber despertado el interés por la literatura en Lennon, haciendo más complejas sus letras;
  • Maureen Cox (Starkey), primera mujer de Ringo Starr, que siempre se mantuvo a su lado (incluso después del divorcio) y quien inspiró a Paul McCartney para componer la canción Little Willow tras su muerte;
  • Jane Asher, novia de Paul durante los primeros años de los sesenta e inspiradora de tantas bonitas canciones de ese periodo;
  • y, por supuesto, muchas otras más que me dejo en el tintero.

Dejemos de contarnos historias de víctimas-santas, putas, brujas, madres, novias… Las mujeres del círculo de Los Beatles tienen su papel en la historia como inspiradoras y como artistas.

Porque amar a Los Beatles es amarlas también a ellas

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Mujeres, Beatles y viceversa

Seguro que os suena la frase Detrás de un gran hombre hay una gran mujer, y aunque no es que me guste demasiado la expresión por el hecho de que se coloque a la mujer detrás del hombre, y no al lado, en el caso de Los Beatles es más que cierto.

Como fan de toda la vida del que ha sido proclamado «el mejor grupo de todos los tiempos» (algo, por supuesto, cuestionable) nunca ha dejado de sorprenderme cómo se ha relegado a un segundo lugar a las mujeres, la mayoría artistas, que formaron parte del universo de Los Beatles y que han influido en su obra tanto o incluso más que hombres de su círculo como su manager Brian Epstein (conocido como El Quinto Beatle), su productor George Martin o los artistas Klaus Voormann o Stuart Sutcliffle. Y cuando digo relegado a un segundo plano, me quedo corta, porque, ¿a quién no le suena aquello de La culpa de todo la tiene Yoko Ono?

Se ha relegado a un segundo lugar a las mujeres que formaron parte del universo de Los Beatles. Clic para tuitear

¡¿Otra vez con el cuento de que Yoko Ono tiene la culpa de la separación de Los Beatles?! Mira, NO.

Y es que para mí es una cuestión de machismo. De cómo en el momento en el que una artista tiene una relación con otro artista su actividad pasa a un segundo plano para pasar a ser «la mujer/novia de», e incluso hasta «la amiga de». Sin embargo, Los Beatles no serían los mismos sin la influencia de las artistas (ojo que digo artistas y NO mujeres) Astrid Kichherr, Yoko Ono o Linda McCartney (de soltera Eastman), al igual que no serían los mismos sin la influencia de George Martin y el duro trabajo de Brian Epstein. Páginas y páginas se han escrito sobre cómo George Martin contribuyó a definir el sonido de los fab four y de su trabajo con otros artistas, del trabajo de Brian Epstein como manager más allá de Los Beatles y de la obra de Voorman e incluso de la influencia de Sutcliffle sobre John Lennon a pesar de su prematura muerte.

¿Por qué no empezamos a reivindicar la figura de estas mujeres como artistas al igual que hacemos con los hombres, más allá de su mero papel como compañeras sentimentalesmala malísima de la película o amiga maternal?

Dejaré, por tanto, fuera de este post a Patti Boyd, cuya influencia fue principalmente de musa.

¿La sexta Beatle? Astrid Kichherr

Astrid Kichherr no solo obstenta el título de ser la primera artista que tuvo el honor de capturar las que se consideran como las primeras fotografías «oficiales» de Los Beatles, sino que es la responsable de que reconozcamos a Los Beatles por su característico corte de pelo. No, no es que lo inventase (como ella misma reconoció), pero conocer a Astrid fue el catalizador para que Los Beatles pudieran ver más allá del rock ‘n’ roll.

Autorretrato de Astrid Kichherr

Antes de conocer a Astrid, Los Beatles eran unos rockers más abriéndose camino entre las bandas de Liverpool y Hamburgo, su aspecto y su aproximación al rock no diferían demasiado de los de otros. Relacionarse con Astrid abrió a nuestros cuatro chicos las puertas al mundo de los jóvenes artistas beatniks de Hamburgo, cambiando para siempre su mentalidad.

Astrid, de hecho, nunca desapareció de la vida de Los Beatles, siendo especialmente íntima su relación con George Harrison. Como es innegable el carácter maternal de Astrid y como cuidó de nuestros chicos favoritos durante aquellos locos años en Hamburgo y probablemente durante toda su vida, este papel ha sido más reivindicado que su influencia artística. Incluso películas como Backbeat, que parecían querer reivindicar su figura, se centraron en los aspectos personales. ¿Mostrarla como una fotógrafa en ciernes con mucho talento? Pa’qué.

George Harrison y Astrid Kirchherr, BFF junto al mar

Astrid, harta de ser solo reconocida por las fotografías de Los Beatles en sus primeros años, decidió abandonar por completo la fotografía, habiéndose perdido gran parte de su obra.

Linda Eastman, más allá de McCartney

Un caso peculiar el de Linda. Fotógrafa de talento como Astrid, fue absorbida completamente por la figura de McCa (que ya sabemos cómo se las gasta). Que ella participara conscientemente en esto o no, no lo tengo tan claro, teniendo en cuenta que asumió el apellido de su marido, algo que Yoko Ono no hizo (al menos no totalmente, fue conocida durante una temporada como Yoko Ono Lennon).

Linda McCartney capturando los 60

En todo caso, no veríamos los 60 con los mismos ojos sin las fotografías de Linda, que antes de fotografiar el periodo de Let it Be de Los Beatles había fotografiado a The Rolling Stones, Aretha Franklin, Jimi Hendrix, Bob Dylan, Janis Joplin, Eric Clapton (para la primera portada que le dedicó la revista Rolling StoneSimon and Garfunkel, The Who, The Doors, Neil Young… A pesar de que su obra ha sido expuesta en galerías internacionales y hasta en el Victoria & Albert Museum, seguimos pensado en ella como «la mujer de McCa«.

Además, Linda contribuyó definitivamente a definir el sonido de la banda Wings, algo que McCartney ha intentado reivindicar desde siempre, pero sigue siendo vista como «la mujer enchufada de Paul» por haber iniciado su actividad musical convencida por este.

Por otro lado, Linda fue hasta su muerte en 1998 una activista pro derechos de los animales y pro vegetarianismo que influyó bastante en la aceptación de este modo de vida en la cultura popular y empresaria de éxito con su línea de congelados vegetarianos Linda McCartney FoodsPaul McCartney nunca se hubiese decidido a ser vegetariano de no ser por ella.

Si ya somos capaces de reconocer el trabajo de Stella McCartney independientemente de su padre, ¿por qué no empezamos a hacer lo mismo con Linda? 

La culpa de todo la tiene Yoko Ono

Artista de vanguardia, sin pelos en la lengua, raruna, divorciada con un hijo, poco agraciada y japonesa: la pobre lo tenía todo para no caer en gracia en la Inglaterra de los años 60 (la Segunda Guerra Mundial y su propaganda anti-japonesa no estaba tan lejos).

Sip, Yoko Ono puede gustarte o no gustarte, su obra te puede llegar más o menos, pero está claro que jamás nos va a dejar indiferentes: siempre tuvo y ha tenido entidad propia como artista. ¡Y qué entidad! Es otro caso de «la mujer de», que en este caso va más allá para ser «la mujer loca de» y que sirve para barrer de un plumazo y deslegitimar toda la obra de Ono. Y es que además la música de Los Beatles no hubiese avanzado tanto si John Lennon no la hubiese conocido y no le hubiese abierto al mundo del arte de vanguardia de los años 60. En mi opinión, algo indiscutible. [Por mi parte: gracias, Yoko]. Y, por supuesto, el John Lennon de las bed-ins, el Lennon contestario, experimental y radical de finales de los años 60 y los 70 que todos recordamos no hubiese existido sin su influencia artística. Para muestra, una performance: 

A Ono le colgaron el San Benito de ser la causante de la separación de Los Beatles cuando el barco hacía aguas desde hacía años porque era más fácil echarle la culpa a una mujer, que encima era fea, artista rara como ella sola, divorciada y japonesa (vamos, una bruja) que asumir que esa combinación de egos iba a explotar en cualquier momento. Cuando alguien me dice que le cae mal Yoko Ono siempre pregunto: «¿Por qué?» y siempre obtengo respuestas vagas. Mi siguiente pregunta es: «¿Has intentado conocer algo de su obra?», la respuesta siempre es «No». Y creo que lo que más nos jode es que además Yoko siempre ha demostrado que lo que pensemos de ella le importa más bien poco… o nada.

A Yoko Ono se la pela lo que pienses. Y lo sabes.

Da que pensar, ¿no?  😉 

Una última reflexión… 

Desde que llevo trabajando en este post me pregunto si realmente Los Beatles fagocitan a todos aquellos que estuvieron en su órbita, sean hombres o mujeres. Puede que se trate de eso, pero tras la lectura de muchos libros dedicados a Los Beatles y su círculo, siempre he visto cómo se trataba de reivindicar el trabajo de Brian Epstein, George Martin, etc. más allá de Los Beatles, y también cómo se ha reconocido que la influencia de estos era fundamental en la obra de los fab four.

Algo que si se ha tratado de hacer con estas mujeres, ha sido bastante de soslayo. ¿Vosotros cómo lo veis? 

Gracias por leerme hasta aquí. 😉

«I am no man» – la mujer en el mundo de Tolkien

En el post anterior sobre el «Amor y Tolkien», me quedé con varios temas en el tintero, no sobre la idea del Amor en la obra del escritor británico, sino sobre la visión de la mujer en el mundo de la Tierra Media, ya no solo en El Señor de los Anillos ni El Hobbit, sino en la totalidad de la obra de Tolkien. (Un post, la verdad sea dicha, no daba para tanto…) Aunque esté de más, recordar a todo aquel que haya decidido dedicar algo de su tiempo a leer este humilde post, que no me considero una experta en Tolkien, sino una admiradora, y que espero no ofender a nadie y sé que mi visión no hace justicia a la genialidad de J.R.R. [Gracias por leerme. 🙂 ]

Una de los comentarios que más he oído sobre la obra de Tolkien es que de ella se desprende una visión machista del mundo. La mayoría – por no decir el 90% aproximadamente – de los protagonistas son masculinos, y teniendo en cuenta que ya hay una raza en la que predomina precisamente los varones (los Enanos) es lógico que en una primera lectura extraigamos una visión machista del mundo que nos regaló Tolkien. Yo he sido la primera que extraje una lectura de este tipo.

Sin embargo, y aunque no cabe duda que el sexo masculino tiene predominancia en la obra del Profesor, tras varias lecturas de la obra, ya en las adaptaciones cinematográficas como en los escritos de Tolkien, creo que realmente «machista» no sería la palabra para definir la visión de la mujer del J.R.R. Reflexionando mucho, tengo la sensación de que en la obra de Tolkien las mujeres aparecen algo distantes de la acción principal por la misma razón que en la obra de Jane Austen jamás leemos una conversación entre hombres: ambos autores vivieron en un mundo en el que se relacionaban predominantemente con los de su sexo. Tal como Austen reveló, nunca había escrito una escena en la que estuvieran a solas dos hombres porque como no conocía de qué hablaban en privado, no se sentía capaz de ello. Creo que en la obra de Tolkien se puede desprender también esa idea: lo cierto es que no recuerdo ninguna escena en la obra de Tolkien protagonizada por un grupo de mujeres. (Por favor, siéntase libres de corregirme) En la obra de J.R.R. Tolkien se destila, en mi visión, y según he podido leer a ciertos expertos, una visión idealizada de la mujer, unos «seres» «deseados»,»anhelados» y admirados por los protagonistas masculinos. Pero eso no significa que la visión de Tolkien sea una visión machista ni mucho menos, puesto que la mujer nunca está «por debajo del hombre», sino que se encuentra, precisamente, en un pedestal, y además… en la obra de Tolkien encontramos varios ejemplos de mujeres poderosas.

Evitaré en este post hablar de Arwen, Lúthien o Rosita (la hobbit que se convierte en la esposa de Sam), porque aunque no niego que tengan su importancia en la Tierra Media y demostrar una gran personalidad, más allá de ser personajes que reafirman la imagen de la mujer «anhelada» y «soñada» por el protagonista masculino, no representan el poder que Tolkien quiso dar a las mujeres.

 

Los dos mayores ejemplos de empoderamiento femenino que podemos encontrar en la obra de Tolkien, a parte de las deidades que conocemos en «El Silmarilion» (Varda,Yávanna, Estë… ) son Galadriel y Éowyn. Es curioso cómo en un mundo en el que la acción es dirigida principalmente por los varones, sean precisamente dos personajes femeninos los que demuestren determinado poder que los varones no son capaces de alcanzar y que suponen todo un hito para la trama.  

Galadriel no solo es guardiana de uno de los tres anillos de poder que fueron dados a los Elfos, sino que además, cuenta con el Espejo, con la Luz de Eärendil (capaz de iluminar, recordemos, los lugares más oscuros), el don de la videncia y es la destructora (como podemos leer en los apéndices) de Dol Guldur. Una elfa mediocre, vamos. 🙂

 

Pero mención a parte merece el personaje de Éowyn. Éowyn no solo es una mujer regia, luchadora, que decide combatir en batalla junto con sus homólogos masculinos… sino que además, Tolkien le concede a este personaje un gran honor solo por ser mujer: ser la único humano capaz de acabar con el Rey Brujo, aquel del que se profetizó que «nunca acabará por la mano de ningún hombre«. ¿Cabría pensar mayor proeza para cualquier personaje que acabar con uno de los principales villanos de la Tierra Media? Y Tolkien se lo dio precisamente a una mujer. 

¿El relato sobre la Tierra Media, escrito desde una perspectiva masculina? Sí. ¿Machista? Me parece que va a ser que no. 🙂

«-  Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre puede impedirme nada!

        – ¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer (…) «


Contacto sin tacto

Conocemos, aunque sea superficialmente, que el ser humano ha hecho tímidos intentos de comunicarse con hipotéticas especies extraterrestres en cuanto ha dispuesto de la convicción de su existencia y de la tecnología necesaria. El proyecto SETI sigue, sorteando los vientos del escaso presupuesto, buscando alguna señal proveniente de inteligencias de otras estrellas, después de que la señal WOW se desinflara quedando en nada. Pero no todo va a ser esperar sentados, así que en los años 70 se mandaron una serie de mensajes al Universo.

Como es de esperar, los mensajes son bastante sencillos, bienintencionados y pacíficos. Hay que mostrar nuestra mejor cara ante los desconocidos, ¡a ver qué van a pensar de la Humanidad! Yo tengo constancia de tres de estos mensajes. Todos ellos con escasísimas posibilidades de ser recibidos, y mucho menos decodificados.

Sólo uno de ellos está hecho con la suficiente seriedad. Los otros dos, en mi humilde opinión, fueron una maniobra de promoción de la NASA más que otra cosa; como esas cartas de niños dirigidas a Dios que los astronautas de aquel capítulo de Los Simpsons custodiaban con celo.

El primero al que me refiero (que fue el segundo en ser mandado, en 1974) es el Mensaje de Arecibo, creado por Frank Drake, con la colaboración, entre otros, del famoso Carl Sagan. Consiste en una señal de radio en binario que, convenientemente decodificada, concede información matemática, química, del ADN y otros datos de interés, suponemos, para nuestros vecinos de la galaxia. Esperemos que hagan buen uso de ellos y no tengamos que arrepentirnos del contacto, como insinúa Stephen Hawking. Ahora sólo queda esperar tranquilamente 50.000 años, que es lo que tardaría una hipotética respuesta. El Universo es precioso, pero tiene mucho lag, qué le vamos a hacer.

El Mensaje de Arecibo, o ZX Spectrum versus Alien

Los otros dos, también coordinados por Sagan, tienen, como digo, muchas menos probabilidades (y mirad que el de Arecibo tiene pocas) de ser recibidos por varias razones. En primer lugar, se trata de mensajes materiales, alojados en sondas que recorrerán el espacio. Básicamente, mensajes en una botella en un océano un gritón de veces más grande que el Pacífico.

En segundo lugar, uno de ellos (el de las sondas Voyager 1 y 2) está codificado en un disco de oro (bastante similar a un vinilo) no autorreproducible. Es decir, los extraterrestres tendrían que fabricarse un tocadiscos. A no ser que sean hipsters también y ya lo tengan en casa. Al menos, las instrucciones para crearlo están incluidas; aunque presuponen una percepción de la realidad y de las dimensiones demasiado antropocéntrica, por decirlo de algún modo.

Y aunque lograran reproducirlo, aún tendrían el problema de comprender los sonidos e imágenes grabadas en el disco (sonidos de ballenas, fotos de ciudades, llanto de bebé, música de Mozart, saludos de todos los países e idiomas…). No me resisto a reproducir aquí el mensaje en amoy (un dialecto chino):
«Amigos del espacio, ¿cómo están ustedes? ¿Han comido ya? Vengan a visitarnos, si tienen tiempo»

En fin, un despropósito, un batiburrillo de estímulos sin ningún tipo de orden lógico y siempre presuponiendo que los procesos mentales y culturales y los espectros visuales y auditivos son los mismos en todo el Universo.

El Disco de Oro de las Voyager, Google:ebay vintage records


Tengo entendido que recientemente se han creado unos discos de silicio con más muestras del ingenio humano y se han lanzando junto al EchoStar XVI, un satélite de comunicaciones que orbita la Tierra. La lógica de esta iniciativa se me escapa (un satélite no viaja por el espacio), tal vez por falta de información o porque, efectivamente, no es más que otra demostración de la vanidad humana.

Nos vamos a detener en el «mejor» de estos mensajes. El primero de todos. La placa adherida a la sonda Pioneer 10, lanzada en 1972.

«Saluda, cari, qué van a pensar estos señores…»

Esta nos presenta una serie de dibujitos que muestran la ubicación de la Tierra en el Sistema Solar (con todos los planetas alineaditos en fila india y equidistantes entre sí) y en relación a los púlsares más cercanos (una serie de rallajos que además, se superponen con los demás dibujos, complicando aún más la comprensión). También hay una flecha que marca el origen y la dirección de la sonda. Esperemos que los señores alienígenas dispongan de arco y flechas o no serán capaces de entender qué significa ese símbolo. La palma se la lleva una representación de una molécula de Hidrógeno que si es más convencional y abstracta revienta. Pero no perdamos la esperanza, quizá también posean libros de química de secundaria.

Pero lo que más nos llama la atención es, lógicamente, las dos figuras humanas dibujadas. La obra por la que Linda Salzman Sagan (esposa de Carl en aquella época) pasará a la historia. Llama la atención que sea una mujer la que tenga el dudoso honor de comunicar el machismo a los extraterrestres.

Porque todo mensaje es más que su contenido. El canal, el código y, en general, todos los elementos comunicativos, también dicen algo. A veces refuerzan el mensaje y a veces lo contradicen. Sospecho que es imposible comunicar algo sin que, al mismo tiempo que el mensaje, se cuele información sobre la ideología, las costumbres y la forma de ver el mundo del emisor. Inconscientemente, la mayoría de las veces.

Estoy seguro que Carl y Linda (fijaos que he puesto primero a Carl por defecto, otra vez el mensaje dando más información de la contenida simplemente en él) no se consideraban machistas, e incluso me atrevo a afirmar que rara vez se les escaparían ramalazos machistas, y que estos serían perdonables cuando ocurrieran. Pero no esta vez. No en un mensaje al espacio destinado a servir de carta de presentación de nuestra especie. Así no.

Vamos a analizar:
Tenemos a un hombre de aspecto mediterráneo, tal vez caucásico, saludando con la mano. Está desnudo y sus genitales quedan perfectamente a la vista. Es activo, toma la iniciativa en el contacto con el hipotético receptor del mensaje.

A su lado, una mujer que, por mucho que me esfuerzo, no puedo evitar ver como subordinada a su compañero. Su actitud es más relajada, casi indiferente. Sus rasgos faciales sí son un poco más ambiguos: podría ser tanto occidental como oriental. Tiene la mirada ligeramente desviada, no parece mirar directamente al receptor. En mi opinión, cede toda iniciativa de comunicación al hombre. No sé si es que no le interesa o es que está pensando en qué hará de cena para sorprender a sus invitados extraterrestres. Parece ausente, carece de toda expresión (tampoco el hombre es Jack Nicholson precisamente, pero al menos actúa). ¡Ah, se me olvidaba! Sus genitales están totalmente ocultos, o mejor dicho, no representados.

Si Linda hubiera dibujado esto con intención artística tendría todo el derecho del mundo, como cualquier otro artista, a dibujar lo que le dé la gana y como le dé la gana, y sus decisiones de diseño estarían basadas en criterios puramente estéticos o personales. El arte es libre. Pero esto es un mensaje se suponía que representativo de toda la humanidad y desprovisto de ideologías.

En su libro «La Conexión Cósmica», Carl Sagan dedica un capítulo entero al diseño de la placa y a las críticas que recibió. Según parece, la idea original era presentar a las dos figuras cogidas de la mano, pero se desechó porque podría llevar a confusiones a los extraterrestres; podrían pensar que se trataba de un solo ser (eso sí, que estos dos humanos aparecieran superponiéndose a la representación de los púlsares como colosos en mitad del espacio no se juzgó lo bastante confuso).

Sagan pretendía mostrar la forma de la mano con su pulgar oponible, de ahí que el hombre «salude» con la mano en alto, un gesto de buena voluntad. Lástima que la mujer estuviera «distraída» y no saludara también.

También menciona la crítica feminista sobre el hecho de que los genitales de la mujer desaparecieran. Parece ser que fue un caso más de autocensura de cara la puritana NASA. Al menos tuvieron el detalle de dejar los pezones. Aún así, la imagen recibió un aluvión de críticas por ser demasiado inmoral, incluso pornográfica, según algunas mentes preclaras de la sociedad estadounidense.

«Speak friend, and enter»: una primera aproximación al amor y la amistad en Tolkien

Que me perdonen los puristas y los académicos por lo que sé, de entrada, que será un post con una aproximación bastante personal, poco intelectual y que seguramente no hará justicia a la genialidad de Tolkien. Escribo desde la total admiración y respeto hacia el mundo del profesor de Oxford, pero sin otra pretensión que realizar una primera aproximación que nos permita debatir sobre el tema y según mis impresiones personales y sin ánimo de profundizar más allá de lo que da un primer post de un blog. (No se trata de escribir aquí otros “Apéndices” :O) )

Al pensar en las dos obras clave de J.R.R. Tolkien, “El Señor de los Anillos” y “El Hobbit”, a pocos se les vendrá la idea del Amor como temática de estos dos clásicos de la literatura fantástica. “El hobbit”, bien por ser un cuento infantil, y “El Señor de los Anillos” por estar enmarcado en un contexto de guerra, no nos vienen a la mente como una referencia cultural que trate las relaciones humanas.

Sin embargo, Tolkien sí habló de amor en su obra, y sobre todo, de amistad: como ávida lectora y seguidora de todas las adaptaciones del mundo de la Tierra Media, no se me viene a la cabeza sino la palabra Amistad, así, con mayúsculas, cuando pienso en la Comunidad del Anillo, en la Compañía de Thorin Oakenshield y ¿cómo no…? en Frodo y Sam. ¿Qué otra idea podría extraerse de esas alianzas que se producen en sus dos obras clave? Los protagonistas de la acción están unidos por fuertes lazos de amistad y compañerismo, siendo bastante significativo en el caso de Frodo y Sam, probablemente los verdaderos protagonistas de “El Señor de los Anillos”. Tan solo tenemos que recordar la frase que Frodo dedica a su amigo al final de la historia: Me hace feliz que estés aquí conmigo. Aquí al final de todas las cosas, Sam”.  Para mí, la amistad entre Frodo y Sam es una de las más entrañables de la literatura que ha podido caer en mis manos.

 
 

Es cierto que las relaciones entre los personajes del mundo de la Tierra Media quedan empañadas por la acción y trama principal y bueno, todo hay que decirlo, por la falta de talento de Tolkien en ese sentido. No olvidemos que a pesar de que Tolkien contaba con muchísima imaginación, se trataba de un académico, no de un escritor al uso. Las relaciones de Amor y Amistad entre sus protagonistas están por lo tanto, más desarrolladas en los Apéndices.

Así, en los Apéndices y en “El Silmarillion” podemos aprender más de la relación entre Arwen y Aragorn, que a duras penas tiene cabida en el libro, o entre Eówyn y Faramir (lo siento, tengo especial predilección por estos personajes) o la “amistad” entre Legolas y Gimli… entre muchas otras entre los protagonistas, ya sean por medio de árboles genealógicos o apuntes sobre el desarrollo de su relación.

Las comillas en la palabra “amistad” para referirme a Legolas y Gimli, son por supuesto, intencionadas: ¿quién no ha sospechado de una relación homosexual entre estos dos personajes? En los Apéndices podemos leer: “»Hemos oído decir que Legolas llevó consigo a Gimli, hijo de Gloin, por causa de la amistad que los unía, más grande que ninguna otra habida entre Elfo y Enano”. También se ha especulado bastante sobre la naturaleza de la relación entre Frodo y Sam… En todo caso, la relación entre Legolas y Gimli, sea del tipo que sea, creo que representa la idea principal del Amor en el mundo de Tolkien, junto con las historias de las elfas Arwen y y Lúthien y los hombres mortales Aragorn y Béren (la historia de Béren y Luthien la encontraréis en “El Silmarillion”) 😉 : el Amor y la Amistad no entiende barreras culturales o raciales.

En la relación de Legolas y Gimli podemos ver cómo dos razas históricamente enfrentadas (elfos y enanos) pueden entenderse, apreciarse y construir un equipo que, como bien se ha dedicado a ilustrar Peter Jackson en sus adaptaciones cinematográficas, puede llegar a ser invencible. En el caso de Aragorn y Arwen  y Béren y Lúthien vemos la idea principal de Tolkien sobre el Amor: el amor que vence la muerte.  Arwen y Lúthien renuncian voluntariamente a la inmortalidad que pertenece a su raza por puro amor a Aragon/Béren. La idea principal que Tolkien nos da del Amor con estas historias es en mi punto de vista, la siguiente: los amantes se mantienen unidos hasta La Muerte. Arwen y Luthien prefieren morir antes de vivir sin sus amantes a su lado.

Y bueno, y aquí es cuando entramos en los temas más espinosos y de los que espero réplica: claramente en el mundo de Tolkien los sacrificios “por Amor” los hacen las mujeres. No hay más que recordar el caso de Eówyn, que por “Amor” a su familia, a su pueblo y a Aragorn, parte en batalla, una tarea que Tolkien, como hombre de su tiempo entendía – cómo no- reservada a los hombres. ¿Se podría hablar largo y tendido sobre el papel de la mujer en el mundo de la Tierra Media? Claramente sí. Es de los aspectos más criticables en la obra de Tolkien. Pero seguramente que esto nos da para otro post. 

 

 

Con esta primera aproximación quería destacar la idea sobre la Amistad y el Amor que más me conmueve en la obra de Tolkien: la idea de que los afectos no entienden de orígenes, razas, culturas o clases sociales (no olvidemos que Sam es el jardinero de Frodo). La obra de Tolkien es para mí, en ese sentido, todo un ejemplo de apología de la diversidad, el respeto por las diferencias y el entendimiento.

 
 

Y ahora, llega la parte más divertida del post: ¿qué visión tenéis vosotros del Amor y de la Amistad en Tolkien? ¿Qué aspectos os parecen más criticables y cuáles a destacar en su visión del Amor y en el papel de la mujer? ¿Qué otras relaciones que no he mencionado os parecen dignas de analizar?

 Voy encendiendo la pipa que esto sé que va a dar para debatir largo y tendido. 🙂

Cuando Penélope se impacienta

Los viajes en el tiempo

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. Es como recibir, ya completamente definido en su última onda de expansión, un sonido cuyo eco se inició en otro tiempo y que sólo has podido percibir una vez que éste ha recorrido ese espacio hasta ti rebotando entre los acontecimientos. La memoria se traslada, con toda su carga de decepciones y anhelos, de un punto al otro de la trayectoria, y se adquiere sin esfuerzo ese entendimiento odiséico del valor del viaje. Así me ocurre cada vez que vuelvo a ver El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001). Siempre hay un viaje, a modo de lectura, en el que no sólo cuentan las aventuras de Rafael (Ricardo Darín), ese personaje en crisis que se enfrenta a las presiones de mantener el negocio familiar, lidiar con la separación de su esposa y asumir los efectos del alzheimer que padece su madre, todo ello rodeado por personas que lo cuestionan y a la vez lo apoyan y a las que es incapaz de acercarse realmente. En El hijo de la novia hay varias historias de amor que se entrecruzan, pero en el recorrido de esta ocasión me ha llamado la atención algo muy específico de la relación entre Rafael y Naty (Natalia Verbeke), porque es un fenómeno más común de lo que imaginamos.

Naty es una chica joven que se debate entre sus sentimientos hacia Rafael y la impotencia de sentir cómo éste toma distancia de ella y no termina de vincularla a su plan vital. En la película no hay demasiada información sobre el tiempo que llevan juntos, pero se da a entender que Rafael comparte parte de su vida con ella. Naty conoce a su familia, cuida de la hija de Rafael cuando éste trabaja, es evidente que no es una relación puntual, pero siempre se desarrolla desde ciertas dinámicas egocéntricas de Rafael que presuponen la conformidad de Naty con ese compromiso en eterna prueba. Nuestro Ulises, inmerso en su propio viaje de crecimiento, no se da cuenta de que no es el único que intenta superar problemas o que sufre o tiene objetivos por los que luchar. Así, se ve sorprendido cuando su pareja no actúa siguiendo el complejo de Penélope y no asume una espera pasiva que será recompensada por el amor del héroe. Naty se da cuenta de que no desea sacrificar su ilusión y su tiempo por una promesa infundada de recompensa romántica.

‘La mujer suele sufrir de lo que yo denomino el complejo de Penélope, cuya figura es esa mujer en espera continuamente, al lado del teléfono, tejiendo y destejiendo fantasías: «¿Me llamará?», «no me llamará?», «¡ah!, pero me lo prometió», «bueno, finalmente llamó». Pero no hay solución de continuidad porque aunque llame, el drama se volverá a repetir: después de la llamada todo vuelve a empezar. Penélope recomienza a tejer y destejer.’
Marie Langer

Naty abandona Ítaca para autoafirmarse y escoger para sí misma en función de aquello a lo que aspira aunque su criterio sea visto como algo infantil por el propio Rafael; la fantasía de la princesa que espera fiel a su príncipe frente la fantasía de construir un amor real y compartido por ambas partes con convicción. ¿Qué factores sociales llevan a Rafael a considerar imposible la realización de la segunda idealización mientras que la primera parece algo aceptable? Pues no es tanto una cuestión de escepticismo personal frente a la idea del amor como la implicación de que él no sea el único sujeto activo y válido para decidir.

hijo01
Vía www.pelisargentinas.blogspot.com

 

«Yo no estoy segura de estar enamorada de vos. Siempre supe que no tenés el cerebro de Einstein, ni la plata de Bill Gates, no sé… tampoco sos, yo que sé, Dick Watson, pero me enamoré… no sé por qué. Ahora no estoy segura. Yo no creo que seas el tipo que yo pensaba que eras. Te agradezco mucho que no quieras jugar conmigo, de todos modos yo no te iba a dejar jugar conmigo, porque yo valgo la pena ¿entendés?.. yo valgo.»
(Naty, en El hijo de la novia)

Lo habitual en el discurso dominante es presentar situaciones en las que el sujeto que ejerce el rol femenino, no obligatoriamente tiene que ser una mujer, se limita esperar la resolución del rol masculino. Penélope, que puede ser la «buena chica», el «pagafantas» o la víctima de la «friendzone» (indistintamente del género) acaba centrando toda su potencialidad en el cultivo de virtudes admirables en vez de en el desarrollo de capacidades respetables. En consecuencia se perpetúa la dicotomía de ‘objeto al que ver y sujeto que mira y determina el valor del objeto’, y por tanto, su sentido. El efecto más nocivo de todo esto es la dependencia de aprobación por parte de los sujetos inmóviles (sólo los Ulises asumen la capacidad de decidir y se ponen en movimiento, sólo sus sentimientos y valoraciones son las relevantes) Dicha atribución desigual de poder puede condenar la autoestima de los individuos invisibilizados y generarles perspectivas nada saludables sobre la posibilidad de experimentar el amor de forma sana y positiva, o incluso hacerles sentir que su propia existencia carece de sentido sin el otro.  

El amor no puede ser un ejercicio de estoicismo y espera incondicional en el que dependamos de la evolución del otro para evolucionar nosotros mismos. A pesar de los innumerables mensajes mediáticos que repiten el mismo patrón de héroe-princesa, la realidad es que nos relacionamos con un compañero o compañera, no con un objeto que nos aporte un valor X como si fuera un patrimonio, ni con una pieza que hay que lograr poseer para sentirnos completos como si se tratara de la piedra angular de nuestra vida.

YouCompleteMe
YouHadMeAtHello
 
“Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa). Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta […] Se sigue de ello que en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara; este hombre que espera y que sufre, está milagrosamente feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido, sino por estar enamorado”.
Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso, 1977)

Persuasión

Otro ejemplo que ahonda en el concepto de la espera en una relación es el de la novela de Jane Austen Persuasión (1818). La relación entre los protagonistas de esta historia de amor, Anne Elliot y el Capitán Wentworth, se ve truncada por condicionantes sociales, obligando a cada uno a continuar con una trayectoria vital independiente tras su separación. Tras 8 años sin mantener contacto, vuelven a encontrarse y ambos se plantean la posibilidad de darle otra oportunidad a su relación o dejarlo estar en sus vidas separadas. Volvemos a ese punto de inflexión que experimenta el personaje de Naty en El hijo de la novia¿Lo sigo intentando con esta relación, espero a ver si puede funcionar, si esa persona es como pensaba que era o sigo mi vida sin condicionarme por esa espera incierta? En este caso el elemento añadido a la reflexión es la manifestación del propio paso del tiempo. Durante la separación, tanto Anne Elliot como el Capitán Wentworth asumen el rol activo de decidir sobre su destino, sin importar su género. No han esperado al otro, han vuelto a encontrarse , pero habiendo desarrollado su madurez, teniendo definidas sus ideas y su propia realización personal. Y tras ese intervalo vuelven a ese estado inicial, siendo de nuevo ellos dos, pero diferentes, comprendiendo en ese momento cosas de sí mismos que no habrían visto sin haberse aventurado a su propio viaje.

Muchas veces nos enfrentamos a esa situación. Nos planteamos esperar o no por el desarrollo de una relación con la esperanza de que se cumplan nuestras expectativas, a veces cuando no hay señales claras que respalden esa creencia, o incluso cuando las señales son opuestas a lo que requieren nuestras necesidades afectivas. La escena en la que Naty declara sus ideas y la reflexión que planteaba Jane Austen  con esa relación a destiempo son ejemplos de la naturaleza cambiante del ser humano, de la inevitable diferencia de nuestro yo de cada momento, y de la necesidad de hacer ese viaje a partir de nuestra iniciativa y no delegar su gestión a otro ser humano. Debemos cuestionarnos a nosotros mismos para avanzar en la búsqueda de nuestro desarrollo, no hay otra manera. Podemos dar tiempo a aquellas cosas y personas que consideremos que merecen la pena, pero no de forma pasiva/exclusiva, no tejiendo y destejiendo nuestro día a día como si esa abnegada voluntad fuera a ser colmada con la consecución de nuestros sueños. El tiempo es como una flecha que va siempre en una dirección irreversible y lo que acontece en él no vuelve a suceder igual nunca. Lo que transcurre no es un periodo de prueba eterno, es nuestra vida. Cada momento es único, nada se mantiene sólo porque uno se mantenga esperando. No detendremos la posible pérdida, el posible dolor, el posible error, sólo nos detendremos a nosotros mismos, a nuestras posibilidades de ser, de experimentar. E igual cuando llegue o regrese nuestro/a Ulises, el paso del tiempo lo habrá cambiado tanto, que ni siquiera reconoceremos ese amor anhelado. Y su gesto de valoración por nuestro sacrificio será algo decepcionante, como una palmada en la espalda pero sin sonido, vacía.

HalfAgonyHalfHope
Vía www.zazzle.com

Así que la opción más sensata es asumir el riesgo de decidir, hacer aquellas cosas que nos hagan ser quienes realmente somos e integrar todo eso en un viaje común, pero recorrido siempre por cada uno con su propio pie. Eso no nos aportará la seguridad de lograr lo que nos propongamos, ni de solventar todos los obstáculos, pero puestos a esforzarse, que sea por algo nuestro, por algo escogido. Como afirmaba el personaje de Rafael en determinado momento de la película de Campanella: «Quiero todos tus problemas, y los míos, esos problemas, no los otros» Y con respecto a la asociación de lo ‘femenino’ con la incapacidad de decidir y asumir el reto de los cambios y el paso del tiempo Jane Austen lo expresó con claridad:“Odio oírte hablar así como un fino caballero, como si todas las mujeres fueran finas señoritas en lugar de criaturas racionales. Ninguna de nosotras espera estar en aguas tranquilas todos los días”. 

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. A veces ocurre con las relaciones y éstas sólo funcionan en el tiempo en el que ambas partes están listas y no antes. No hay una norma que asegure cuándo se trata de un tipo de amor o de otro, cuándo va a enriquecernos y cuándo no, pero es más probable que tomemos las decisiones que nos hagan más felices si somos conscientes de que esa flecha que es el tiempo tiene que ser lanzada por nuestra mano.

Story of (Timeless) Love: amor y erotismo en la madurez

Hace unos meses una serie de fotografías de Ken Griffiths para el Sunday Times conmovía a las redes sociales. Se trataba de una recopilación de retratos de una pareja de ancianos posando frente a su casa, durante doces meses, siempre en las mismas posiciones. Los cambios del clima, las diferentes estaciones, los efectos del envejecimiento en sus protagonistas, todos los elementos de las instantáneas, evocaban un recorrido vital compartido. Esta historia de amor incondicional se cerraba con la última imagen de la colección, la fotografía solitaria de uno de ellos ocupando el lugar del otro ausente.

Ken Griffiths
Imagen de Ken Griffiths via Indulgd

El proyecto de Griffiths generó una respuesta bastante emotiva y tuvo una amplia difusión en Internet. Justo en el mismo periodo, me encontré con otro proyecto fotográfico que trataba también el amor en nuestra etapa más adulta. ‘Timeless Love’, un trabajo de Marrie Bot, reflexionaba sobre el erotismo en la madurez a través de escenas íntimas de distintas parejas. La serie llamaba la atención sobre la realidad de la sexualidad a partir de determinadas edades, a menudo considerada un tabú social. Fue entonces cuando me cuestioné por qué obras como la de Bot pasan desapercibidas a pesar de que apelan, como la primera historia, a la complicidad del amor hasta el final.

Marrie Bot Liesbeth and Cor - Timeless Love
(Imagen de Marrie Bot via Cultura Inquieta)

«El amor durante la vejez no es repugnante o extraño, sino muy natural,
y….la gente mayor desnuda no es repelente o aterradora.» 

Marrie Bot, fotógrafa.

El contraste de la repercusión mediática de ambas propuestas es un ejemplo más de culto a la juventud que invade nuestro entorno y de cómo éste puede afectar a nuestras relaciones de pareja y generar una percepción distorsionada de nosotros mismos. El mensaje con el que nos bombardean es que para ser feliz el ideal al que aspirar es el amor romántico. Para conseguir dicho amor hay que gustar. Y lo que agrada de verdad es aquello que se enmarca en nuestra concepción social de belleza y perfección. Ninguna necesidad es más lucrativa para el mercado que el deseo de ser amado. Intentamos ser más atractivos, parecer más jóvenes, disimular lo más posible nuestros supuestos defectos y responder a las expectativas de comportamiento propias de cada etapa de nuestra vida, porque así nos aceptarán, porque así nos querrán. De esta forma, asistimos a rocambolescos fenómenos de consumo reflejo de la carrera por mantenernos jóvenes o leemos declaraciones de la veterana actriz Hellen Mirren bromeando con su decepción porque nadie hackease su móvil en el escándalo de los desnudos robados a estrellas de Hollywood (the fappening). Y es que para ser trending topic hay que ser joven y perfecto, la madurez no puede ser sugerente ni desafiante, ni mucho menos normalizarse en todas sus dimensiones.

A real woman is never too old

El sexo es el principal reclamo publicitario y aceptamos que invada la mayoría de los discursos de comunicación, pero siempre asociado a la juventud, o incluso a estereotipos irreales de la pornografía. Según aumenta nuestra edad, la atención dedicada a determinados aspectos de nuestra vida se resiente. Lo que no resulta apropiado en el escaparate en el que nos exhibimos para ser amados se silencia, se oculta. Pero resulta que como seres humanos adultos seguimos teniendo las mismas necesidades de contacto, afectividad física y autoafirmación que cuando éramos más jóvenes. Continuamos desarrollando nuestra sexualidad de la misma forma en que no dejamos de construir nuestro pensamiento a lo largo de los años. Con canas, celulitis o arrugas seguimos sintiendo la misma atracción por vivir y amar de forma plena. «Es totalmente falso y cruelmente arbitrario poner todo el juego y el aprendizaje en la infancia, todo el trabajo en la mediana edad, y todos los pesares en la vejez» afirmaba Margaret Mead. Y es necesario visibilizar tanto la ternura de la pareja de las fotografías de Griffiths como la sensualidad de las parejas desnudas de Bot porque ambas manifestaciones forman parte de la belleza de crecer y de la fascinante complejidad de las relaciones. Debemos reivindicar todo lo que somos como individuos, valorarnos a nosotros mismos como seres diversos, sin anular ninguna de las facetas que nos hacen felices y humanos. Considerar incómoda o vergonzosa la desnudez natural, la pasión, la autenticidad con todas sus imperfecciones, sin importar la edad, es condenarnos a la frustración personal y a una inútil y triste limitación del amor. Es preciso reclamar a las personas como referentes, NO a los roles, empoderar al amor real en vez de a las idealizaciones inalcanzables y dañinas. De ello depende el equilibrio de nuestras emociones y el respeto hacia nosotros mismos. Cuanta mayor comprensión haya sobre la riqueza de envejecer, mayor será la liberación de condicionamientos destructivos.

I'm nine hundred and three years old

You got a problem with that?

Terminaré con una cita de «Beginners» (2010), una película de Mike Mills en la que el padre del protagonista salía del armario a los 75 años en todo un ejercicio de valentía y buen humor. Y es que nunca es demasiado  tarde para ser uno mismo ni se es demasiado viejo para amar realmente.

«¿Ocurre de repente? Requiere mucho tiempo. Normalmente, para cuando eres real, la mayoría de tu pelo se ha caído, se te han salido los ojos y se te aflojan las articulaciones. Pero estas cosas no importan en absoluto porque eres real. No puedes ser feo excepto para la gente que no lo entiende».

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