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Ada, Manuela, y la política en femenino

«Históricamente ser mujer correspondió a la expulsión de la vida política, al no reconocimiento ni remuneración del trabajo doméstico, y es precisamente esto lo que ha permitido a las mujeres -no de modo esencial ni identitario, sino porque se encontraban en esa situación- desarrollar otro tipo de prácticas y estrategias referidas a la cooperación, la solidaridad y la circulación. El devenir-mujer de la política es un devenir minoritario porque implica el desarrollo de estrategias alternativas que pasan a través de la subjetivación y la creación de nueva comunidad, o de nuevos sentidos para la vida común.» Judith Revel

Se dice que estas elecciones, municipales y autonómicas, han sido las de las mujeres; algo que puede resultar chocante para aquellas personas que, como era el caso en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, estábamos ya gobernadas por supuestas mujeres, Ana Botella o Esperanza Aguirre. Sin embargo, a estas «lideresas» no las podemos considerar como mujeres en el sentido tradicional del reparto de roles asignados. Eso es algo que destaca a la perfección Barbijaputa: tendrán vagina, pero esas personas no entran dentro de lo que entendemos por mujer, de lo que tienen en común Colau y Carmena.En El país de las mujeres, Gioconda Belli plantea un escenario en el que son ellas quienes dominan el panorama político: un grupo de mujeres, organizadas en un partido de nombre a priori chocante (el PIE, nada menos que Partido de la Izquierda Erótica), proponen cambiar la ciudadanía por la cuidadanía, un concepto en el que el centro de la política son los cuidados. Esto es algo que se ha comentado mucho tanto estos días como de cara al panorama político que se abre a raíz de los últimos resultados electorales en este momento.

Quizá es buen momento de preguntarse cuántos de los graves problemas actuales se podrían responder simplemente cambiando el paradigma con el objetivo principal de pensar en los cuidados. Hace ya un tiempo me partí un pie y me encontré de pronto completamente dependiente (no piensas que  automáticamente las muletas te obligan también a prescindir de tus brazos). En ese nivel de dependencia en el que tenía que pedir un vaso de agua tuve que obligarme a revisar todo lo que entendía hasta ese momento que era la autosuficiencia; algo en lo que me ayudó mucho Cojas y precarias, un excelente libro de Traficantes de sueños que recomiendo a todas las personas con las que hablo desde entonces, que te enseña que aquello de que ningún ser humano es una isla es tremendamente cierto.

En El país de las mujeres, lo primero que hace el gobierno dirigido por Viviana Sansón es expulsar a los hombres de la esfera pública: despiden a los funcionarios y, dándoles una paga, los envían a su casa a cuidar y se llevan a sus mujeres a ejercer el funcionariado. Este cambio, origen de muchos de los problemas que desestabilizan el gobierno de Sanson, es también el Gran Cambio Radical que hace que muchos de los hombres, al principio simplemente anestesiados por un oportuno volcán que acaba con su testosterona, terminen entendiendo que es cierto que las mujeres necesitan una oportunidad para enseñar que hay otras formas de liderar y de gestionar.Ese es el espíritu que vemos también en Carmena y en Colau: no son personas que mandan a secas, y por eso no son hombres, son personas que gestionan, no lideresas sino delegadas; son personas que respetan la voluntad popular y que entienden que no pueden gobernar solas sino por y con la gente. Una actitud de conciliación, de diálogo, de entender las necesidades ajenas, que forma parte de todo el imaginario de lo femenino y que hasta ahora ha tenido muy poquita reproducción en la política, ni en estos municipios ni en ningún otro, salvo quizás a raíz del 15M en las pequeñas asambleas de barrio donde todo el mundo tiene algo que hacer y decir.

 

Ada Colau y Manuela Carmena

Foto via Disopress

Frente a aquella que hablaba de cuando otros vestían a sus hijos (y que por tanto se colocaban en la posición del varón de la familia y dejaban a su personal doméstico la posición de la mujer) nos encontramos ahora con alcaldesas que van al mercado y lo hacen en el metro, o con aquellas que consideran que la Fórmula 1 es un lujo que debe uno pagarse, a diferencia de las becas comedor. De pronto los problemas de todos los días, los de la gestión de la casa, los de «donde comen dos comen tres», repartir la compra de la semana para que nadie se quede con hambre, hacer caldo con cualquier cosa, son los que protagonizan la esfera política. Algo que era tremendamente necesario considerando las tasas de pobreza, y es que las mujeres no gestionan la pobreza como una humillacion sino como un problema que resolver, como un reto para su creatividad donde demostrar lo que mejor han hecho todos estos siglos: optimizar, repartir, escuchar. Por todo eso son Carmena y Colau las que necesita esta España esquilmada, y por eso sinceramente espero que muy pronto se vea convertido en el país de las mujeres.

«I am no man» – la mujer en el mundo de Tolkien

En el post anterior sobre el «Amor y Tolkien», me quedé con varios temas en el tintero, no sobre la idea del Amor en la obra del escritor británico, sino sobre la visión de la mujer en el mundo de la Tierra Media, ya no solo en El Señor de los Anillos ni El Hobbit, sino en la totalidad de la obra de Tolkien. (Un post, la verdad sea dicha, no daba para tanto…) Aunque esté de más, recordar a todo aquel que haya decidido dedicar algo de su tiempo a leer este humilde post, que no me considero una experta en Tolkien, sino una admiradora, y que espero no ofender a nadie y sé que mi visión no hace justicia a la genialidad de J.R.R. [Gracias por leerme. 🙂 ]

Una de los comentarios que más he oído sobre la obra de Tolkien es que de ella se desprende una visión machista del mundo. La mayoría – por no decir el 90% aproximadamente – de los protagonistas son masculinos, y teniendo en cuenta que ya hay una raza en la que predomina precisamente los varones (los Enanos) es lógico que en una primera lectura extraigamos una visión machista del mundo que nos regaló Tolkien. Yo he sido la primera que extraje una lectura de este tipo.

Sin embargo, y aunque no cabe duda que el sexo masculino tiene predominancia en la obra del Profesor, tras varias lecturas de la obra, ya en las adaptaciones cinematográficas como en los escritos de Tolkien, creo que realmente «machista» no sería la palabra para definir la visión de la mujer del J.R.R. Reflexionando mucho, tengo la sensación de que en la obra de Tolkien las mujeres aparecen algo distantes de la acción principal por la misma razón que en la obra de Jane Austen jamás leemos una conversación entre hombres: ambos autores vivieron en un mundo en el que se relacionaban predominantemente con los de su sexo. Tal como Austen reveló, nunca había escrito una escena en la que estuvieran a solas dos hombres porque como no conocía de qué hablaban en privado, no se sentía capaz de ello. Creo que en la obra de Tolkien se puede desprender también esa idea: lo cierto es que no recuerdo ninguna escena en la obra de Tolkien protagonizada por un grupo de mujeres. (Por favor, siéntase libres de corregirme) En la obra de J.R.R. Tolkien se destila, en mi visión, y según he podido leer a ciertos expertos, una visión idealizada de la mujer, unos «seres» «deseados»,»anhelados» y admirados por los protagonistas masculinos. Pero eso no significa que la visión de Tolkien sea una visión machista ni mucho menos, puesto que la mujer nunca está «por debajo del hombre», sino que se encuentra, precisamente, en un pedestal, y además… en la obra de Tolkien encontramos varios ejemplos de mujeres poderosas.

Evitaré en este post hablar de Arwen, Lúthien o Rosita (la hobbit que se convierte en la esposa de Sam), porque aunque no niego que tengan su importancia en la Tierra Media y demostrar una gran personalidad, más allá de ser personajes que reafirman la imagen de la mujer «anhelada» y «soñada» por el protagonista masculino, no representan el poder que Tolkien quiso dar a las mujeres.

 

Los dos mayores ejemplos de empoderamiento femenino que podemos encontrar en la obra de Tolkien, a parte de las deidades que conocemos en «El Silmarilion» (Varda,Yávanna, Estë… ) son Galadriel y Éowyn. Es curioso cómo en un mundo en el que la acción es dirigida principalmente por los varones, sean precisamente dos personajes femeninos los que demuestren determinado poder que los varones no son capaces de alcanzar y que suponen todo un hito para la trama.  

Galadriel no solo es guardiana de uno de los tres anillos de poder que fueron dados a los Elfos, sino que además, cuenta con el Espejo, con la Luz de Eärendil (capaz de iluminar, recordemos, los lugares más oscuros), el don de la videncia y es la destructora (como podemos leer en los apéndices) de Dol Guldur. Una elfa mediocre, vamos. 🙂

 

Pero mención a parte merece el personaje de Éowyn. Éowyn no solo es una mujer regia, luchadora, que decide combatir en batalla junto con sus homólogos masculinos… sino que además, Tolkien le concede a este personaje un gran honor solo por ser mujer: ser la único humano capaz de acabar con el Rey Brujo, aquel del que se profetizó que «nunca acabará por la mano de ningún hombre«. ¿Cabría pensar mayor proeza para cualquier personaje que acabar con uno de los principales villanos de la Tierra Media? Y Tolkien se lo dio precisamente a una mujer. 

¿El relato sobre la Tierra Media, escrito desde una perspectiva masculina? Sí. ¿Machista? Me parece que va a ser que no. 🙂

«-  Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre puede impedirme nada!

        – ¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer (…) «


El -dudoso- lugar de las mujeres en el cambio

Vivimos tiempos apasionantes en lo que a política se refiere. Como en un tablero de ajedrez donde las fichas se mueven para ganar. Se intentan anticipar las jugadas de los adversarios, pero cada movimiento sorprende al anterior. Hay viejas jugadas, jugadas que parecen nuevas y jugadas que aun siendo novedosas se enmarcan en estrategias que se han empleado antes ya.

Hoy es 14 de abril, el día en el que se conmemora la proclamación de la II República española. Y lo hace en un escenario discursivo que rescata la memoria de aquel abril de 1931 en el que la instauración de la República fue posible gracias a la aplastante victoria de los partidos republicanos en aquellas elecciones municipales.

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Imagen via La República Española

A las puertas de la campaña de municipales y autonómicas las voces por recuperar el poder de las instituciones, que permita recuperar los derechos perdidos, recorren las calles de todas nuestras ciudades y pueblos. No es un movimiento republicano (o lo es en la intimidad, como en su día Aznar hablaba el catalán), pero no lo es explícitamente (o eso afirman) porque en su afán por regenerar la política ese discurso le parece antiguo. Teniendo en cuenta que la primera monarquía de lo que hoy es el territorio del Estado español fue la de Don Pelayo, en Asturias, en el 718, parece que esa manifestación no tiene demasiada base.

Pero tiene una explicación lógica, es aquello que dejó de pasar hace muchos años. Es el discurso hegemónico encarnizado, hecho verdad. Y es que si no se lucha decididamente contra él, desde el trabajo individual hasta el colectivo, volvemos a caer una y otra vez en el pensamiento dominante.

Ocurre igual con las mujeres. En estos proyectos nuevos, participativos y de firmes convicciones democráticas (Podemos, Ganemos, Ahora, Común, etc.) tienen vicios antiguos contra los que deberían luchar con más firmeza de lo vienen haciendo.

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Fuente de la imagen: IU Mujer

Entre sonidos de tic tac y otros golpes de efecto, se les quedan atrás las mujeres en la esfera pública. Está Ada Colau en Barcelona en comú, Teresa Rodríguez en Podemos Andalucía y la súper nova Manuela Carmena, en Ahora Madrid. Lo que queda de estos nuevos partidos es un jardín de hombres medianamente jóvenes que lo que aportan al escenario político es una carrera académica muy bien argumentada y una presencia mediática descaradamente superior a la de sus compañeras.

En el último tiempo se ve un intento de visibilizar que no son un puñado de hombres pujando por el poder, que los acompañan compañeras en ocasiones más válidas que ellos. Pero el intento llega tarde y llega mal. El momento que ellas acceden a las tertulias televisivas es el mismo en el que solo dos de ellas (tres contando con Teresa Rodríguez) figuran como candidatas a sus respectivas comunidades autónomas. El resto, hombres. Ni más preparados, ni más consecuentes; hombres.

El último barómetro del CIS en intención de voto refleja que la intención de voto en hombres es 7 puntos superior que la de las mujeres porque probablemente el reflejo del poder y de la fuerza encarnado por ellos sea más potente en su electorado masculino que en el femenino. Posiblemente. Las que se hayan acercado a una asamblea de un círculo cualquiera y las que participen activamente en ellos habrán notado que la pugna por la palabra y el respeto por los turnos tiene una nota eminentemente masculina.

Eso sí, las cuotas las aplican como el catecismo. Una rigurosa corrección política en lo fácil, en lo que sale aplicando números, que nadie los pueda tachar de machistas. Pero les siguen faltando las herramientas para que el nosotras y nosotros sea realmente inclusivo. Que cuando se habla en plural femenino de hecho esté incluyendo a las mujeres que conforman estos movimientos.

Y es que nos queda un camino largo en el que el empoderamiento juega un papel fundamental, pero para que sea posible tenemos que tener a nuestros compañeros realmente de nuestra parte. Que valoren la preparación y la fortaleza de quienes están y de quienes no quieren jugar en su tablero de ajedrez y que entiendan que es tarea de todos y de todas aniquilar el sistema patriarcal que nos sitúa siempre a las mujeres un peldaño más abajo en la esfera social.

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