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Marion Dougherty. Hacer el cambio

Cuando en la pasada ceremonia de los Oscars Leonardo DiCaprio se alzaba con el premio al mejor actor protagonista por su interpretación en El Renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015) una de las personas que incluyó en su agradecimiento fue el director de su primera película como protagonista, Vida de este chico (Michael Caton-Jones, 1993). Su expresión fue «Gracias por escogerme en mi primera película». Leonardo DiCaprio estaba agradeciendo una oportunidad en la selección de un casting de hacía 23 años, una oportunidad sin la cual probablemente él no habría labrado la carrera que le llevó hasta ese escenario. Y precisamente entre el público asistente de esa noche había actores y actrices que tampoco habrían estado allí si no hubieran sido descubiertos y apoyados por directores de casting que apostaron por ellos. ¿Qué pensarías si te dijera que Warren Beatty, James Dean, Peter Fonda, Martin Sheen, Christopher Walken, Robert Duvall, Jon Voight, Dustin Hoffman, Gene Hackman, Glenn Close, Al Pacino, Diane Lane entre muchos otros recibieron sus primeras oportunidades gracias a la labor de selección de una misma persona? ¿Qué pensarías si te dijera que, además, esa persona desarrolló el oficio de director de reparto de la nada e influyó en el cambio de dinámicas de los estudios desde los sesenta hasta principios de los noventa? ¿Crees que merecería el reconocimiento de la industria?

Marion Dougherty se estableció en Nueva York a finales de la década de los cuarenta, entrando a trabajar como asistente en el departamento de reparto del programa Kraft Television Theatre. En esa época la televisión comenzaba a popularizarse mientras que la producción cinematográfica de Hollywood se había estancado. Los estudios supeditaban el carácter artístico de las películas a un modelo industrial que funcionaba a base de clichés de géneros fílmicos. Los actores no eran contratados para papeles concretos sino que eran fichados por su apariencia física para realizar personajes prototipo en varias producciones. No importaban sus cualidades interpretativas sino que su aspecto respondiera a unos cánones concretos, creando así unos estereotipos que se repetían en todas las películas. Sin embargo, en la otra costa del país, el Actors Studio estaba fomentando una revolución en el método de interpretación que priorizaba la credibilidad frente a este modelo comercial. Y Marion Dougherty aprovechó el potencial de toda una generación de actores desarrollando a la vez un sistema de trabajo que sustentaría las bases de lo que acabaría convirtiéndose en una profesión, la dirección de casting. No se limitó a ejercer de organizadora de reparto tirando de agenda de teléfonos, fue a ver obras de teatro, realizó audiciones, entrevistas en las que realizaba fichas y anotaba detalles de las impresiones que obtenía de los actores, realizaba auténticos y pormenorizados trabajos de selección. Ella consideraba que las producciones audiovisuales debían ser más realistas y a la vez ricas, como lo es en realidad la sociedad. Su criterio era que los personajes se definían por sus acciones y por su capacidad de hacer que el público se identificara con ellos, no por su aspecto. Solía decir «Traeré a 3 o 4 actores, todos muy diferentes, pero que podrían interpretar todos el papel». Tenía un gran instinto para saber distinguir las posibilidades de cada actor y no sólo para papeles protagonistas, era consciente de que los personajes secundarios eran un soporte tan fundamental para las historias como los anteriores y ponía tanto detalle en ellos como en los primeros. Aportó calidad a un proceso que hasta ese momento se había considerado menor y pronto su audacia empezó a dar resultados visibles en los proyectos en los que trabajaba. A inicios de los sesenta comenzó a llevar el casting de dos series de televisión que adquirieron gran popularidad, Nacked City (ABC, 1961-63) y Route 66 (CBS, 1963-64), y en 1963 montó su propia compañía de casting, Marion Dougherty Associates, afincada también en Nueva York donde, además de promocionar a parte de los mejores actores del cine y la televisión estadounidense de los 60 y 70, contrataba sólo a mujeres como asistentes, entre las cuales acabarían surgiendo reputadas directoras de casting como Juliet Taylor (descubridora de Maryl Streep y Dianne Wiest), Amanda Mackey, Nessa Hyams, Phyllis Huffman o Wally Nicita. Es decir, no sólo inició el cambio del paradigma del reparto junto a Lynn Stalmaster, director de casting coetáneo a Marion que aplicó sus prácticas en Hollywood descubriendo a estrellas como John Travolta o Chrsitopher Reeve, también ayudó a consolidar el papel y el poder de la mujer en la industria a través de la profesionalización del proceso de creación de reparto.

Vía http://www.quipmag.com/

Vía Quipmag

El cine empezó a llamarla y ella dio oportunidades a actores de todo tipo dinamitando los prejuicios de la industria hasta ese momento. Fue ella la que logró, gracias a su insistencia, que Jon Voight, un actor casi desconocido hasta ese momento, lograra el papel protagonista en Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969). Y también recomendó a Dustin Hoffman, al que había presentado anteriormente para El Graduado (Mike Nichols, 1967), para el papel de «Ratso» Rizzo en la misma cinta. Ambos fueron nominados a los premios Oscar ese año por sus interpretaciones. Cuando realizaba el reparto para Arma letal (Richard Donner, 1987) presentó como candidatos a Mel Gibson, que sólo había interpretado unos pocos papeles hasta ese momento, y a Danny Glover, a quien había visto en El color púrpura (Steven Spielberg, 1985). Donner admitió con posterioridad que nunca había pensado en darle el papel del Sargento Murtaugh a un actor afroamericano, pero que tras una lectura del guión entre ambos actores estaba absolutamente convencido de que Marion había creado una de las mejores parejas actorales del cine, y se sentía avergonzado por su preconcepción sesgada del guión. El éxito de Arma letal inspiró el estilo buddy cop de finales de los ochenta y principios de los noventa y catapultó las carreras de ambos actores. Marion Dougherty fue una pionera cuyas aportaciones ayudaron a cambiar algunos medios de representación cultural tan importantes en el siglo XX como el cine y la televisión y lo logró sin muchas referencias, sólo haciendo. Sin embargo, la misma industria que se beneficiaba del favor del público a esa renovación se negaba a otorgarle el reconocimiento por ello. Por ejemplo, en 1968 Lynn Stalmaster se convirtió en el primer director de casting en tener un rótulo propio en los créditos de inicio de una película, El secreto de Thomas Crawn (Norman Jewison, 1968). Fue un reconocimiento espontáneo que el propio Stalmaster no esperaba. Al año siguiente Marion Dougherty, quien había inspirado a Lynn Stalmaster en sus métodos, solicitó el mismo privilegio para los créditos de Cowboy de Medianoche, una de las películas con uno de los repartos más icónicos del cine. Ante la negativa de su director a la propuesta, Marion dio un ultimátum indicando que si no podía recibir ese reconocimiento, que no la pusieran en los créditos, y John Schlesinger optó por esto último. Prefirió no mencionar a Marion en los títulos antes que darle el mismo reconocimiento que un hombre había obtenido el año anterior sin siquiera haberlo pedido. Así, Marion Dougherty tuvo que esperar hasta Matadero Cinco (George Roy Hill, 1972) para ver su nombre como directora de casting en los títulos iniciales de una película, algo que su compañero de profesión masculino había logrado cuatro años antes sin que nadie cuestionara que merecía estar ahí.

La ignominia a la que fue sometida se trasladó a la labor general de la profesión de dirección de casting, quizás por estar asociada mayoritariamente a mujeres o simplemente porque parte de los directores de cine que conforman la Academia se niegan a reconocer la importancia de una función no técnica en las películas. El argumento más esgrimido para no añadir una categoría a la dirección de reparto en los Oscars es que, en última instancia, la decisión de tomar a los actores para los proyectos recae sobre el director, aunque todo el trabajo de selección pase previamente por las manos del director de casting. Más o menos lo que plantean es que sólo hay un director, que es el que toma las decisiones, y el resto de departamentos desarrollan su labor amparados en la visión del mismo, un argumento muy respetable si no cayera ante la evidencia de que otras categorías que supuestamente también están bajo la batuta del director de la película, como la dirección artística o la dirección de fotografía, tienen reconocida su propia categoría de dirección en dichos premios. Es decir, un director de fotografía o un director de arte pueden recibir el reconocimiento de sus compañeros de la Academia por su trabajo, pero un director de casting no, porque aunque dirige su departamento no es director, muy lógico todo. Sólo se encargan de elegir a los actores que encarnarán a los personajes, algo sin importancia que no afecta al resultado final de las películas, por supuesto, y en caso de que la tenga, el mérito tiene que ser del director de la película, que además ya tiene su categoría propia.

Pero la aportación de esta mujer al cine fue tal que muchas voces como Clint Eastwood o Martin Scorsese se alzaron para solicitar que se le reconociera el trabajo de toda su carrera con un Oscar honorífico. Pensemos que elaboró el casting de, además de las ya citadas, Lenny, El mundo según Garp, Los gritos del silencio, Batman, Gorilas en la niebla, Un día de furia, por decir algunas sin contar lo que aportó al reparto en televisión. Sin embargo, la campaña fue en vano y Marion Dougherty falleció en 2011 sin haber recibido ese reconocimiento de la Academia. Casting by (HBO, 2012), un documental realizado por Thomas Donahue en torno a la figura de Marion, al menos sirvió como el homenaje que nunca tuvo por parte de la Academia y ayudó a reflexionar sobre la labor de los directores de casting.

Por suerte ha habido mujeres dentro del gremio que han recibido apoyo. Woody Allen publicó una carta abierta en favor de Juliet Taylor, Martin Scorsese también defendió el valor del trabajo de selección de su directora de casting durante años, Ellen Lewis y de otros compañeros de profesión. Y Allison Jones, asidua directora de casting de Judd Apatow, directamente ha tenido gran implicación en el estilo de la nueva comedia americana, descubriendo a actores como Seth Rogen, James Franco, Jason Segel, Emma Stone o Jonah Hill. Apatow dice sobre ella: «Allison no sólo nos encuentra actores, ella encuentra gente con la que queremos trabajar el resto de nuestras vidas». Otro de los directores con los que Jones ha trabajado en varias ocasiones es Paul Feig, director de la nueva Cazafantasmas que se estrenará este año y cuya promoción está viéndose afectada por la polémica derivada de que las protagonistas sean mujeres. Desde que el proyecto salió a la luz, las redes sociales se han plagado de descalificaciones y vaticinios catastrofistas por parte de melancólicos recalcitrantes ofendidos por el cambio de género. El trailer, estrenado esta semana, cuenta casi con el doble de dislikes que de likes en Youtube. Y es que sigue siendo difícil que los egos de la vieja escuela de Hollywood toleren las demandas, cada vez más mayoritarias, de un público diverso, cansado de estereotipos patriarcales. Este año la polémica de la ceremonia ha sido la ausencia de más nominados de color, la campaña #OscarSoWhite se ha extendido como reclamo ante la menor representación entre los candidatos a los premios, pero incluso entre las voces discordantes la peor factura social la pasaron las actrices, porque si tienes una opinión que no guste y eres hombre no tienes que dar muchas explicaciones por ello, una mujer sí. El año pasado el discurso con contenido social lo dio Patrica Arquette con su reflexión sobre la desigualdad salarial de las mujeres y ha reconocido que aquel gesto le ha pasado factura económica. En el cine, como en la mayor parte de los ámbitos de la sociedad, ser mujer y ejercer tu libertad de palabra y acción sin condicionantes de género es algo harto difícil. Es una industria controlada mayoritariamente por hombres hasta el punto de que, en 88 años de premios Oscars, sólo en 4 ocasiones ha habido una mujer nominada en la categoría de mejor dirección, llevándose la estatuilla sólo una vez Kathryn Bigelow por En tierra hostil (2008). Y esta ausencia de voces femeninas en las categorías de más prestigio se produce también en la industria española, como se puso de manifiesto en la última entrega de los premios Goya, donde la nominación de dos mujeres en la categoría de dirección se presentaba como la noticia del certamen, mientras que sólo unas pocas mujeres lograban un Goya en categorías mixtas. ¿Cuál es el avance entonces en la industria del cine si cada mujer que se sale de la norma siempre paga un precio en su vida personal e incluso profesional? La falta de reconocimiento a Marion, el desprestigio mediático que sufre toda propuesta mainstream con cierto mensaje feminista, el cuestionamiento de las opiniones y discursos de mujeres sobre la realidad social, todo responde a un sistema obsesionado con prolongar los privilegios de los hombres blancos heterosexuales.

Sin embargo algo va quedando, haciendo mella; los hechos, el legado de estas mujeres, realidades materializadas que son innegables. El feminismo no va a entrar de la mano de los que no entienden que se trata de lo justo y beneficioso para todos, mujeres y hombres, ni de aquellos que no ven la necesidad de que todos tengamos representación en nuestros productos culturales. Es uno mismo quien debe demandarlo, apoyarlo, construirlo, hacerlo, como hizo Marion Dougherty. Puede ser que no veamos la categoría de mejor dirección de casting hasta dentro de unos cuantos años porque, al tratarse de una profesión con un alto grado de excelencia reconocida en mujeres tanto como en hombres, inevitablemente se convertiría en una categoría con asiduas nominaciones femeninas. La ley de la probabilidad iría en su beneficio y eso supondría otra puerta de acceso a la representación y voto en la Academia para la minoría más mayoritaria del planeta, y progresivamente un cambio de modelo. Glenn Close afirmaba Todos los grandes directores están muy agradecidos a los encargados del casting. Gracias a su trabajo y a saber asumir riesgos, las películas son mejores”. Pero no todos los riesgos luego se reconocen igual de cara a la galería de la industria. Sin ir más lejos este año Carol (Todd Haynes, 2015) fue escandalosamente ignorada en las categorías de mejor película y dirección, tal vez por tocar un tema como el romance entre dos mujeres en la sociedad estadounidense de los cincuenta sin hacer uso de manidos estereotipos lésbicos masculinos. Deben temer que la sagrada meca del cine se tambalee llenándose de feministas, trans de verdad, lesbianas y mujeres maduras en chupas de cuero que encima se lleven el premio. Ah, espera. Ya lo están haciendo.

Mujeres, Beatles y viceversa

Seguro que os suena la frase Detrás de un gran hombre hay una gran mujer, y aunque no es que me guste demasiado la expresión por el hecho de que se coloque a la mujer detrás del hombre, y no al lado, en el caso de Los Beatles es más que cierto.

Como fan de toda la vida del que ha sido proclamado «el mejor grupo de todos los tiempos» (algo, por supuesto, cuestionable) nunca ha dejado de sorprenderme cómo se ha relegado a un segundo lugar a las mujeres, la mayoría artistas, que formaron parte del universo de Los Beatles y que han influido en su obra tanto o incluso más que hombres de su círculo como su manager Brian Epstein (conocido como El Quinto Beatle), su productor George Martin o los artistas Klaus Voormann o Stuart Sutcliffle. Y cuando digo relegado a un segundo plano, me quedo corta, porque, ¿a quién no le suena aquello de La culpa de todo la tiene Yoko Ono?

Se ha relegado a un segundo lugar a las mujeres que formaron parte del universo de Los Beatles. Clic para tuitear

¡¿Otra vez con el cuento de que Yoko Ono tiene la culpa de la separación de Los Beatles?! Mira, NO.

Y es que para mí es una cuestión de machismo. De cómo en el momento en el que una artista tiene una relación con otro artista su actividad pasa a un segundo plano para pasar a ser «la mujer/novia de», e incluso hasta «la amiga de». Sin embargo, Los Beatles no serían los mismos sin la influencia de las artistas (ojo que digo artistas y NO mujeres) Astrid Kichherr, Yoko Ono o Linda McCartney (de soltera Eastman), al igual que no serían los mismos sin la influencia de George Martin y el duro trabajo de Brian Epstein. Páginas y páginas se han escrito sobre cómo George Martin contribuyó a definir el sonido de los fab four y de su trabajo con otros artistas, del trabajo de Brian Epstein como manager más allá de Los Beatles y de la obra de Voorman e incluso de la influencia de Sutcliffle sobre John Lennon a pesar de su prematura muerte.

¿Por qué no empezamos a reivindicar la figura de estas mujeres como artistas al igual que hacemos con los hombres, más allá de su mero papel como compañeras sentimentalesmala malísima de la película o amiga maternal?

Dejaré, por tanto, fuera de este post a Patti Boyd, cuya influencia fue principalmente de musa.

¿La sexta Beatle? Astrid Kichherr

Astrid Kichherr no solo obstenta el título de ser la primera artista que tuvo el honor de capturar las que se consideran como las primeras fotografías «oficiales» de Los Beatles, sino que es la responsable de que reconozcamos a Los Beatles por su característico corte de pelo. No, no es que lo inventase (como ella misma reconoció), pero conocer a Astrid fue el catalizador para que Los Beatles pudieran ver más allá del rock ‘n’ roll.

Autorretrato de Astrid Kichherr

Antes de conocer a Astrid, Los Beatles eran unos rockers más abriéndose camino entre las bandas de Liverpool y Hamburgo, su aspecto y su aproximación al rock no diferían demasiado de los de otros. Relacionarse con Astrid abrió a nuestros cuatro chicos las puertas al mundo de los jóvenes artistas beatniks de Hamburgo, cambiando para siempre su mentalidad.

Astrid, de hecho, nunca desapareció de la vida de Los Beatles, siendo especialmente íntima su relación con George Harrison. Como es innegable el carácter maternal de Astrid y como cuidó de nuestros chicos favoritos durante aquellos locos años en Hamburgo y probablemente durante toda su vida, este papel ha sido más reivindicado que su influencia artística. Incluso películas como Backbeat, que parecían querer reivindicar su figura, se centraron en los aspectos personales. ¿Mostrarla como una fotógrafa en ciernes con mucho talento? Pa’qué.

George Harrison y Astrid Kirchherr, BFF junto al mar

Astrid, harta de ser solo reconocida por las fotografías de Los Beatles en sus primeros años, decidió abandonar por completo la fotografía, habiéndose perdido gran parte de su obra.

Linda Eastman, más allá de McCartney

Un caso peculiar el de Linda. Fotógrafa de talento como Astrid, fue absorbida completamente por la figura de McCa (que ya sabemos cómo se las gasta). Que ella participara conscientemente en esto o no, no lo tengo tan claro, teniendo en cuenta que asumió el apellido de su marido, algo que Yoko Ono no hizo (al menos no totalmente, fue conocida durante una temporada como Yoko Ono Lennon).

Linda McCartney capturando los 60

En todo caso, no veríamos los 60 con los mismos ojos sin las fotografías de Linda, que antes de fotografiar el periodo de Let it Be de Los Beatles había fotografiado a The Rolling Stones, Aretha Franklin, Jimi Hendrix, Bob Dylan, Janis Joplin, Eric Clapton (para la primera portada que le dedicó la revista Rolling StoneSimon and Garfunkel, The Who, The Doors, Neil Young… A pesar de que su obra ha sido expuesta en galerías internacionales y hasta en el Victoria & Albert Museum, seguimos pensado en ella como «la mujer de McCa«.

Además, Linda contribuyó definitivamente a definir el sonido de la banda Wings, algo que McCartney ha intentado reivindicar desde siempre, pero sigue siendo vista como «la mujer enchufada de Paul» por haber iniciado su actividad musical convencida por este.

Por otro lado, Linda fue hasta su muerte en 1998 una activista pro derechos de los animales y pro vegetarianismo que influyó bastante en la aceptación de este modo de vida en la cultura popular y empresaria de éxito con su línea de congelados vegetarianos Linda McCartney FoodsPaul McCartney nunca se hubiese decidido a ser vegetariano de no ser por ella.

Si ya somos capaces de reconocer el trabajo de Stella McCartney independientemente de su padre, ¿por qué no empezamos a hacer lo mismo con Linda? 

La culpa de todo la tiene Yoko Ono

Artista de vanguardia, sin pelos en la lengua, raruna, divorciada con un hijo, poco agraciada y japonesa: la pobre lo tenía todo para no caer en gracia en la Inglaterra de los años 60 (la Segunda Guerra Mundial y su propaganda anti-japonesa no estaba tan lejos).

Sip, Yoko Ono puede gustarte o no gustarte, su obra te puede llegar más o menos, pero está claro que jamás nos va a dejar indiferentes: siempre tuvo y ha tenido entidad propia como artista. ¡Y qué entidad! Es otro caso de «la mujer de», que en este caso va más allá para ser «la mujer loca de» y que sirve para barrer de un plumazo y deslegitimar toda la obra de Ono. Y es que además la música de Los Beatles no hubiese avanzado tanto si John Lennon no la hubiese conocido y no le hubiese abierto al mundo del arte de vanguardia de los años 60. En mi opinión, algo indiscutible. [Por mi parte: gracias, Yoko]. Y, por supuesto, el John Lennon de las bed-ins, el Lennon contestario, experimental y radical de finales de los años 60 y los 70 que todos recordamos no hubiese existido sin su influencia artística. Para muestra, una performance: 

A Ono le colgaron el San Benito de ser la causante de la separación de Los Beatles cuando el barco hacía aguas desde hacía años porque era más fácil echarle la culpa a una mujer, que encima era fea, artista rara como ella sola, divorciada y japonesa (vamos, una bruja) que asumir que esa combinación de egos iba a explotar en cualquier momento. Cuando alguien me dice que le cae mal Yoko Ono siempre pregunto: «¿Por qué?» y siempre obtengo respuestas vagas. Mi siguiente pregunta es: «¿Has intentado conocer algo de su obra?», la respuesta siempre es «No». Y creo que lo que más nos jode es que además Yoko siempre ha demostrado que lo que pensemos de ella le importa más bien poco… o nada.

A Yoko Ono se la pela lo que pienses. Y lo sabes.

Da que pensar, ¿no?  😉 

Una última reflexión… 

Desde que llevo trabajando en este post me pregunto si realmente Los Beatles fagocitan a todos aquellos que estuvieron en su órbita, sean hombres o mujeres. Puede que se trate de eso, pero tras la lectura de muchos libros dedicados a Los Beatles y su círculo, siempre he visto cómo se trataba de reivindicar el trabajo de Brian Epstein, George Martin, etc. más allá de Los Beatles, y también cómo se ha reconocido que la influencia de estos era fundamental en la obra de los fab four.

Algo que si se ha tratado de hacer con estas mujeres, ha sido bastante de soslayo. ¿Vosotros cómo lo veis? 

Gracias por leerme hasta aquí. 😉

«I am no man» – la mujer en el mundo de Tolkien

En el post anterior sobre el «Amor y Tolkien», me quedé con varios temas en el tintero, no sobre la idea del Amor en la obra del escritor británico, sino sobre la visión de la mujer en el mundo de la Tierra Media, ya no solo en El Señor de los Anillos ni El Hobbit, sino en la totalidad de la obra de Tolkien. (Un post, la verdad sea dicha, no daba para tanto…) Aunque esté de más, recordar a todo aquel que haya decidido dedicar algo de su tiempo a leer este humilde post, que no me considero una experta en Tolkien, sino una admiradora, y que espero no ofender a nadie y sé que mi visión no hace justicia a la genialidad de J.R.R. [Gracias por leerme. 🙂 ]

Una de los comentarios que más he oído sobre la obra de Tolkien es que de ella se desprende una visión machista del mundo. La mayoría – por no decir el 90% aproximadamente – de los protagonistas son masculinos, y teniendo en cuenta que ya hay una raza en la que predomina precisamente los varones (los Enanos) es lógico que en una primera lectura extraigamos una visión machista del mundo que nos regaló Tolkien. Yo he sido la primera que extraje una lectura de este tipo.

Sin embargo, y aunque no cabe duda que el sexo masculino tiene predominancia en la obra del Profesor, tras varias lecturas de la obra, ya en las adaptaciones cinematográficas como en los escritos de Tolkien, creo que realmente «machista» no sería la palabra para definir la visión de la mujer del J.R.R. Reflexionando mucho, tengo la sensación de que en la obra de Tolkien las mujeres aparecen algo distantes de la acción principal por la misma razón que en la obra de Jane Austen jamás leemos una conversación entre hombres: ambos autores vivieron en un mundo en el que se relacionaban predominantemente con los de su sexo. Tal como Austen reveló, nunca había escrito una escena en la que estuvieran a solas dos hombres porque como no conocía de qué hablaban en privado, no se sentía capaz de ello. Creo que en la obra de Tolkien se puede desprender también esa idea: lo cierto es que no recuerdo ninguna escena en la obra de Tolkien protagonizada por un grupo de mujeres. (Por favor, siéntase libres de corregirme) En la obra de J.R.R. Tolkien se destila, en mi visión, y según he podido leer a ciertos expertos, una visión idealizada de la mujer, unos «seres» «deseados»,»anhelados» y admirados por los protagonistas masculinos. Pero eso no significa que la visión de Tolkien sea una visión machista ni mucho menos, puesto que la mujer nunca está «por debajo del hombre», sino que se encuentra, precisamente, en un pedestal, y además… en la obra de Tolkien encontramos varios ejemplos de mujeres poderosas.

Evitaré en este post hablar de Arwen, Lúthien o Rosita (la hobbit que se convierte en la esposa de Sam), porque aunque no niego que tengan su importancia en la Tierra Media y demostrar una gran personalidad, más allá de ser personajes que reafirman la imagen de la mujer «anhelada» y «soñada» por el protagonista masculino, no representan el poder que Tolkien quiso dar a las mujeres.

 

Los dos mayores ejemplos de empoderamiento femenino que podemos encontrar en la obra de Tolkien, a parte de las deidades que conocemos en «El Silmarilion» (Varda,Yávanna, Estë… ) son Galadriel y Éowyn. Es curioso cómo en un mundo en el que la acción es dirigida principalmente por los varones, sean precisamente dos personajes femeninos los que demuestren determinado poder que los varones no son capaces de alcanzar y que suponen todo un hito para la trama.  

Galadriel no solo es guardiana de uno de los tres anillos de poder que fueron dados a los Elfos, sino que además, cuenta con el Espejo, con la Luz de Eärendil (capaz de iluminar, recordemos, los lugares más oscuros), el don de la videncia y es la destructora (como podemos leer en los apéndices) de Dol Guldur. Una elfa mediocre, vamos. 🙂

 

Pero mención a parte merece el personaje de Éowyn. Éowyn no solo es una mujer regia, luchadora, que decide combatir en batalla junto con sus homólogos masculinos… sino que además, Tolkien le concede a este personaje un gran honor solo por ser mujer: ser la único humano capaz de acabar con el Rey Brujo, aquel del que se profetizó que «nunca acabará por la mano de ningún hombre«. ¿Cabría pensar mayor proeza para cualquier personaje que acabar con uno de los principales villanos de la Tierra Media? Y Tolkien se lo dio precisamente a una mujer. 

¿El relato sobre la Tierra Media, escrito desde una perspectiva masculina? Sí. ¿Machista? Me parece que va a ser que no. 🙂

«-  Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre puede impedirme nada!

        – ¡Es que no soy ningún hombre viviente! Lo que tus ojos ven es una mujer (…) «


¿Por qué las mujeres en las pelis de acción son unas inútiles totales?

Seamos sinceros. Las mujeres en las películas de acción son unas completas  inútiles. No aciertan a defenderse ni intentan mínimamente ayudar a sus compañeros masculinos a resolver las situaciones de peligro. Normalmente no entran en la pelea y, si lo hacen, suele ser para empeorar las cosas.

En líneas generales, hay 2 tipos de personaje femenino. El primero, el más común, lo llamaremos la «princesita indefensa». Seguro que sabes a qué me refiero. Esa mujer femenina, guapa y sobre todo asustada cuyo papel es simplemente esperar a ser rescatada o salvada por los machos.

 

Recuperando el viejo cuento de princesas y héroes, solo acierta a mirar y quizá a emitir gritos de auxilio. O bien ha sido capturada y necesita ser rescatada o bien, sobrepasada por los acontecimientos, mira boquiabierta desde un rincón. Como en esta escena del Caso Bourne (o millones de otras escenas):

Luego está la «mujer guerrera». Es mucho menos común y suele aparecer solo si ya hay varios tíos, como un bonito complemento al grupo presentado en forma de tía maciza. Tiene que ser sexy y fría. Eso no suele faltar.

Pero, ojo, que si entran en la pelea, lo habitual que la caguen en algún momento y son muchas las veces en las que necesitan ser salvadas tras cometer errores en el combate. Porque, claro, todos sabemos que la mujeres no están hechas para la violencia física.

WonderWoman
Wonder Woman rescatada por los machos

Otro clásico, el que más gracia me hace. La secuencia la conoces, porque la has visto mil veces: hombre malo ataca a mujer indefensa. Mujer indefensa consigue coger un arma y apuntar hacia él. Mujer indefensa tiembla y balbucea mientras apunta temblorosa al hombre malo. El hombre malo (y desarmado), solo con el increíble poder de su masculinidad, es capaz de desarmar a la mujer, quien ha perdido totalmente el control de la situación.

Un ejemplo más: «Payback», minuto 48. Mel Gibson se acaba de ir dejando a la chica sola, momento que ha aprovechado el hombre malo para atacar. En un momento de la pelea, ella consigue coger un bate e intenta darle no una ni dos, sino TRES veces. Y las tres falla. Por supuesto.

Y así podríamos seguir horas y horas. Incluso hay películas con una mujer fuerte y guerrera, como Leia en Star Wars o Trinity en Matrix, cuyo valor en algunos casos y protagonismo en otros se va diluyendo a medida que avanza la acción. En la Guerra de las Galaxias IV «Una Nueva Esperanza», casi al final, cuando Obi Wan lucha con Darth Vader llegan Leia, Hans y Luke. Por algún motivo, Leia ha dejado de ser autosuficiente, es la única que no va armada, y solo grita, agitando mucho las manitas.

Aún más, en un género de cine tan poco realista como es este, con su explosiones imposibles y protagonistas casi inmortales, parece que lo inverosímil son los personajes femeninos, valientes y poderosos. Recientemente, tras el estreno de «Mad Max: Furia en la Carretera», donde Charlize Theron interpreta a una heroína llamada Imperator Furiosa, hay quien ha pedido el boicot a la película con argumentos como este:

«El feminismo se ha infiltrado en Hollywood, arruinando todas las películas de acción potencialmente buenas con personajes femeninos forzados y tramas románticas sin sentido. Han tenido el valor de marginar al protagonista de una franquicia de cine titulada ‘Mad jodido Max’ y reemplazarle por un personaje femenino imposible con el objetivo de complacer a las feministas.»

En el cine nos enseñan que la agresividad y la fuerza son cosas de hombres y nosotras no debemos (ni sabemos) usarlas, que lo físico es patrimonio del sexo «fuerte». Y, posiblemente, esto contribuye a reforzar entre las mujeres la indefensión aprendida.

Ciencia ficción feminista



Al igual que el anterior post que escribí, empiezo este haciendo referencia de nuevo a una “vivencia casual”, es decir, ese momento en el que de repente, como por arte de magia, algo que para entonces era desconocido o casi, te asalta, ocupa espacio en tu mente y te dices a ti misma: lo quiero. En este caso fue hace tiempo escuchando un programa de radio. Estaban hablando de este libro y la alerta me saltó cuando escuché las palabras novela de ciencia ficción feminista y ¡yo no había leído ninguna!

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La puerta al país de las mujeres (The Gate to Women’s Country) es una novela de la escritora norteamericana, Sheri S. Tepper publicada en 1988. La acción se desarrolla unos trescientos años después de lo que parece ser un holocausto nuclear. Para evitar que volviera a ocurrir deciden organizar la sociedad de otra forma.

En las amuralladas ciudades las mujeres mantienen una parte de la cultura del pasado. Ellas son las que se encargan de gestionar y dirigir la sociedad mientras que fuera, las guarniciones de guerreros se encargan de cultivar la violencia y luchar para defender las ciudades. Para las mujeres, estos hombres son sus propios hijos, hermanos y amantes a los que pueden perder para siempre si, tras el período de formación militar en la adolescencia, deciden no volver a las ciudades.

A medida que avanza la narración vamos descubriendo que estamos ante una historia marcada por conspiraciones, secretos, amores, contrastes. Además de mantenernos en una continua tensión, nos hace ir planteándonos un sinfín de preguntas que nos llevan sin duda, a respuestas que tienen que ver con el poder y el ansia de poseerlo. Poder sobre los más pobres, los de otra raza, los de otro sexo, de otra religión, en definitiva el poder de unos humanos sobre otros.La autora, con una prosa sugerente y dinámica, nos adentra en las cabecitas de cada uno de los personajes. Utiliza la ciencia ficción para reflexionar sobre nuevos modelos de sociedad y nos plantea cuestiones sobre cómo la sociedad asigna roles de género y de qué manera el papel reproductivo de la mujer afecta en su posición social.

Los y las protagonistas de la historia recuerdan a los personajes de la Ilíada de Homero y tanto es así, que a lo largo de la novela se va desarrollando una obra teatral griega, con la que resalta una de las ideas principales de este texto: lo que supone el conflicto bélico para las mujeres.

Este sería el planteamiento general de una novela que ha levantado opiniones de todo tipo, ya que en definitiva, nos reconstruye una civilización bajo el dominio de las féminas, que mantienen a los varones en una ridícula autocontemplación fálica consagrados a la lucha y al culto de sus cuerpos, mientras ellas rigen la sociedad, con la colaboración de algunos hombres que deciden abandonar la guarnición.

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Tepper ha sido acusada de feminazi por esta obra. Plantea una discusión clásica dentro de la comunidad científica: si las identidades de género masculino-femenino tienen una base biológica o son construcciones culturales e ideológicas. Aunque parezca que la obra se decanta por el biologicismo, lo cual me dejó ojiplática, teniendo en cuenta mi formación sociológica y mi convicción firme sobre el peso determinante que lo social y lo cultural tiene sobre los individuos y sus grupos. La sensación que me queda después del impacto final, es que la autora tampoco termina de creerse este posicionamiento porque lo apoya en creencias y lo resuelve con una ausencia científica evidente.

Por último, hacer referencia a que la autora también nos plantea otras cuestiones que no he mencionado todavía. La primera es que el amor romántico supone una forma de manipulación a las mujeres, y la otra es que la educación sexista, dentro de la organización claramente funcional que se plantea, es antinatural.

Estamos ante un libro, como digo yo, con sustancia, que no deja indiferente e incita a la reflexión constante desde la primera línea, compartas o no esta hipotética civilización.

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