Mi hijo de meses y yo en el Ministerio de Salud Pública del Ecuador, esperando que luego de un mes de agendada la cita me atendieran. Dos turnos antes de mí, una señora que fue llamada a atención al usuario. Se le escucha a lo lejos: «Señora, usted está asegurada, vaya al Instituto de Seguridad Social». La señora discute, habla, pide y nada. La mandan del MSP. Luego de 5 minutos viene con su esposo o pareja: lo zarandea, lo amenaza y grita: «En 5 minutos mi esposa estará siendo atendida o te desbarato, cabrón» y así fue, en 5 más la atendieron.
Luego de esperar el mes de la cita más hora y media en la antesala me llaman: «Moreano, usted no puede ser atendida, vaya nomas al IESS». «Señor, por favor, he esperado un mes y estoy acá con mi hijo, ¡atiéndanme! El señor que separaba a su esposa decía: «Vengan con sus maridos, si no va a pasar esto muchas veces». Viendo el panorama, agarré a mi hijo, que tenía cerca de 6 meses, y me retiré llorando todo el camino a casa, mintiéndole a mi bebé que me dolía la cabeza, pero en realidad me apretaba el corazón. Nuevamente discriminada por ser mujer y, ahora, por no tener marido.
Escena 2
Estaba feliz porque tapizaría unos muebles que me regaló mi madre. Compré una tela linda, esponjas y solo me faltaba dejar los muebles en el local del tapicero. Los dejé, me dio una factura y me dijo que regrese a los quince días… Pasaron 3 meses y en cada visita hubo un pretexto nuevo, mis muebles estaban desbaratados y la tela encima de ellos. Salí igualmente con mi hijo en brazos llena de impotencia porque el tipo ya no reaccionaba ni con amenazas de la factura que me dio.
Pues nuevamente con el hijo en brazos subía a mi casa y por esos azares de la vida, me encontré con el esposo de una amiga, le conté lo sucedido e inmediatamente volvimos al local: «Mire», le dice mi amigo, «si los muebles de mi esposa no están mañana a las 5 p.m. yo mismo vengo donde usted». Mágicamente los muebles estuvieron a la hora pactada. Estaba tan feliz por mi sala nueva que la discriminación por ser mujer en mala hora la anulé, pero era llorar de nuevo o festejar que mi hijo daba botes en los nuevos y bellos muebles. Decidí lo segundo.
Escena 3
Mandé a dar mantenimiento a un andador de mi hijo que me habían regalado y yo a su vez regalaría a mi sobrina. Eso cuento para tener idea de la economía materna circular. Me dieron recibo del andador que era muy, muy lindo y me dijeron que regrese en 5 días. Regresé y el dueño del local me dijo: «¿Qué andador?». «Este», le dije yo enseñando el recibo. «Acá no hay nada de eso», me gritó mirando a los cortes que hacía en cuerina. Le hice acuerdo los detalles pero de nada valió, se llevó el andador pero esta vez no tuve la suerte de encontrarme ningún amigo así que de nuevo fui agarrada a mi gordo llorando a casa.
Escena 4
Ingresé en un hospital público por una operación delicada, estuve 4 meses ahí metida, viví un infierno. Si no fuera por mi familia y amigas no sé si lo hubiera logrado. A la final me dieron el alta y mi hermano me dio posada para no tener mucha distancia con el hospital. Hubiera querido tener a un compañero que me cuide y me ayude pero en vez de eso pagué enfermeras para las 24h y mi madre se encargó de mi hijo ya que el papá está en otra cuidad y solo puede verlo cada 15 días.
No quiero contar esto con el ánimo de informarles cuánto puede llorar una mujer sola de clase media, media baja, sino cuánto debemos soportar quienes no cabemos en la normalidad establecida hace años y que se invisibiliza el sufrimiento de la violencia de género.
¿Ya sabes por qué soy feminista? ¿Ves que no es tan difícil entender por qué lucha el feminismo? Para evitar la discriminación de la mujer por el simple hecho de serlo.
Si naciste mujer, ya estás dentro de las estadísticas de posibles femicidios. Sí, te pueden matar por ser mujer.
Si naciste mujer e indígena o afro, eres doblemente discriminada.
Si eres mujer, indígena, afro, pagana o politeísta, de izquierda, o no terminaste la U porque te embarazarte, multiplica la discriminación por 5 o más. Pero más allá de esto que cuento, el remedio está en la lucha. Si toparon a tu hermana, si la abusaron, si te violaron, si te pagaron menos, si mataron a tu amiga por ser mujer, ¡protesta! Y si esa protesta es bailando, quemando, rezando, rompiendo, saliendo desnuda a la calle, dale, querida, yo te apoyo.
Así que ahora tengo 42 años, mi cabeza es gris, no tengo pareja y pienso que si la tengo para hacer valer mis derechos y no para vivir con amor, es mejor estar sola que sentirse sola estando acompañada.
Rosa Luxemburgo: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres».
Gracias a la distribuidora Surtsey Films hemos podido ver esta semana El orden divino, que se estrenó en cines de toda España el pasado 22 de junio. Esta película cuenta la historia del sufragio femenino en Suiza, que es llamativa porque las mujeres no pudieron votar allí hasta el año 1971. Paradójicamente, en la votación que decidió si las mujeres tenían derecho al sufragio solo pudieron participar hombres. Como en tantos otros casos.
La lucha por el derecho de las mujeres al voto lleva más de un siglo gestándose. En 1893, Nueva Zelanda fue el primer país en adoptar el sufragio femenino sin restricciones. Por su parte, en Europa, la primera región en autorizarlo fue Finlandia (en 1906). En Latinoamérica, las mujeres pudieron votar por primera vez en 1927 en Uruguay. A España el voto llegó durante la Segunda República, en 1931, pero la dictadura de Franco nos lo arrebató. Algunos de los últimos países en permitir votar a las mujeres han sido Baréin (2002) o Kuwait (2005).
Divino desorden
El orden divino tiene como protagonista a Nora, una mujer que vive en un pequeño pueblo suizo y se dedica al cuidado de sus hijos, su suegro y su casa, además de ayudar en la granja familiar. La monotonía se rompe cuando ve una oferta de trabajo y le comenta a su marido que le gustaría volver a tener un empleo. Él se niega, ya que considera que su papel divino como mujer son los cuidados. En esa época, por ley el marido podía prohibir que su mujer trabajara fuera de casa, pero Nora no se resigna. La cuestión es: ¿puede haber una relación amorosa sana sin igualdad?
De hecho, lo que empieza siendo un pequeño desafío para una mujer acaba convirtiéndose en una enorme ola feminista a la que se van sumando las mujeres del pueblo. Las resistencias son enormes al principio, incluso por parte de las propias mujeres. En el pueblo, muchas tienen miedo de enfrentarse a sus maridos. Otras están de acuerdo con el papel que les ha sido asignado. Poco a poco, no obstante, se van dando cuenta de que las mujeres se merecen decidir sobre sus propias vidas.
A ritmo de Lesley Gore la película nos habla, como venimos contando, del sufragio femenino y las relaciones familiares. Pero también explora la sexualidad, la sororidad y la fuerza que tienen las personas cuando se unen por una lucha común. Y lo hace en un tono íntimo, entrañable, lleno de humor y, a la vez, duro y reivindicativo.
Una historia de lucha
Y es que el sufragista, como todos los movimientos que han luchado históricamente por reivindicar lo que le había sido arrebatado injustamente a un determinado grupo, es una corriente en la que muchas tácticas se han entrelazado. Si el Estado ha negado sistemáticamente ciertos derechos, no hay razón para que los vaya a otorgar sin pelea. Y, así, vemos que las mujeres de El orden divino se manifiestan, se enfrentan a su maridos y hasta ponen en marcha una huelga para pelear por lo que es suyo.
Uno de los movimientos sufragistas más conocidos es el que llevó a las mujeres mayores de 30 a poder votar en Gran Bretaña en 1918, y a todas sin distinción de edad en 1928. La película Sufragistas cuenta esta lucha de las mujeres inglesas. En la distinción entre suffragettes y suffragists (el ala más radical del movimiento y la más moderada, respectivamente) vemos que la pelea no fue, ni mucho menos, un camino de rosas. La oposición de los hombres, el Estado y la Iglesia al derecho al voto femenino ha sido siempre tremenda, pero también hubo resistencia desde la izquierda, que pensaba que las mujeres votarían lo que sus maridos o los jefes de sus iglesias dijeran.
Queda mucho por hacer
A lo largo de la película acompañaremos a este pequeño grupo de mujeres suizas en su búsqueda de la libertad y el autoconocimiento; ¿qué querrías ser si fueras libre? También veremos todo lo que quedaba y queda por hacer, más por su ausencia en la trama de la película que por mención expresa. Por ejemplo, en la lucha de la T de LGTB+, porque la identificación mujer-coño es evidente en uno de los momentos, por otra parte, más divertidos de la película. Nuestras compañeras trans siguen siendo enormemente invisibles o rechazadas, incluso entre las que dicen llamarse feministas, y queda mucha batalla por delante.
No debemos olvidar que la lucha no acaba, ni mucho menos, al lograr el derecho al voto; la batalla por la igualdad social va más allá de eso. Ni, tampoco, que este derecho a participar en las instituciones se logró gracias a la lucha en las calles.
Recordad: podéis ver ya la película El orden divino en los cines de España.
Hoy me gustaría dedicar este post a todas las madres, especialmente a la mía. En mi experiencia personal no me he dado cuenta del trabajo no pagado y no valorado que realizan las madres a diario, hasta que me he independizado. Un trabajo restado de su tiempo de ocio, en parte por la horrorosa cuasi-inexistencia de la conciliación laboral y personal, pero en eso no me voy a meter que da para dos o tres artículos más y muchas barbaridades que no debo decir.
Tradicionalmente, las mujeres siempre nos hemos dedicado a los trabajos de cuidados, no por razones biológicas —no os dejéis engañar—, sino por simple supervivencia de los bebés, ya que dependen de un adulto durante un largo periodo de tiempo en comparación con el resto de los mamíferos. Y qué mejor que las mujeres para tal tarea, ¿verdad?
El amor es lo más importante y requiere entrega total
Ese es uno de los axiomas del amor romántico del que hoy quiero hablaros. La referencia que tiene una misma de la propia existencia personal se elimina para convertirse en algo completamente dependiente de la pareja: no eres nadie sin tu media naranja. Si después de creerte todo eso encima tienes hijos, ya es el summum de la desintegración personal, y es que ya no eres ni media naranja, eres un gajo como mucho.
El amor romántico es la herramienta omnipotente y omnipresente para someter a las mujeres
Efectivamente como dijo el machirulo Nietzsche, Dios ha muerto, pero en su lugar siempre ha estado el patriarcado. Lo que me pregunto ahora es: en las “sociedades formalmente igualitarias”, como dice la grandísima Ana de Miguel, ¿por qué el amor romántico invita a las mujeres, de manera sutil —o no tanto—, a dejarlo todo por amor? Lo curioso es que no lo dejamos todo realmente, solo dejamos lo que nos gusta hacer, nuestra profesión, nuestros amigos… y, por el camino, a nosotras mismas.
Hablo de mis padres porque es lo que conozco, y porque esto lo escribo como hija de una madre que tuvo que dejar sus sueños para trabajar al lado de su marido y cuidar de sus hijos. Ambos son hijos sanos del patriarcado, mi madre está alienada y mi padre es el prototipo de machirulo (menos mal que sé que no lo va a leer). Tras años de rebelión y de concienciación, el camino feminista me ha llevado a un estado de autoconciencia de la lucha contra el patriarcado que personalmente me hace sentir muy orgullosa. Sin embargo, me ha tocado irme de casa para darme cuenta de las muchas horas que ha dado mi madre por mí quitándoselas a ella misma.
Efectivamente, lo dejó todo.
Madre e hija via: https://morguefile.com/search/morguefile/17/mother%20bike/pop
Su negocio, su casa, sus amigos… Porque claro, después de 25 años casados es inconcebible que tengan amigos propios; de hecho si mi padre se entera de que algún amigo común habla con ella por WhatsApp se monta la de Dios es Cristo. Lo curioso es que la alienación de mi propia madre dentro de su burbuja de amor romántico consigue que lo vea como un gesto excepcionalmente bonito y, finalmente, que ella acabe haciendo lo mismo con él. Comen juntos, beben juntos, duermen juntos y no cagan juntos porque solo hay un váter, pero no os preocupéis que lo hacen con la puerta abierta.
Mi madre tuvo que ir sola a las ecografías, sola al paritorio y estuvo sola en su recuperación, que realmente duró tres días porque al cuarto tuvo que ir a casa a poner lavadoras y a trabajar. Porque otro tema, además, son las mujeres autónomas, que también da para decir muchas barbaridades. Eso es simplemente un ejemplo de todas las tareas que realiza diariamente, que ella jura que le gustan, pero que le ha tocado hacer sin intervención alguna de sus propios deseos. Al fin y al cabo, te casas y tienes que cuidar de tu familia y tu casa, porque si no vaya mierda de mujer eres, que no vales ni para limpiar.
El contrato que se firma con el matrimonio para hacer perdurar las relaciones de amor romántico no es más que una herramienta para controlar el tiempo de la mujer, un tiempo que podríamos dedicar a derribar un sistema social que nos oprime con creencias falsas como que lo tienes que hacer todo por tu pareja y, si no, eres un fracaso; ideas como que tienes que cuidar de tus hijos, educarles, ayudarles a hacer los deberes y hasta hacerles la cama. Una vez te casas, dejas de ser mujer para ser madre y esposa.
Estatua de madre e hija via https://morguefile.com/search/morguefile/17/mother%20statue/pop
La cama la tienen hecha los hombres por nosotras, mujeres trabajadoras que día a día hacemos por mejorar la vida de los demás sin importar la nuestra. Madres, esto va para vosotras, gracias. Gracias por querernos y cuidarnos, gracias por luchar con todo el peso del patriarcado que lleváis a las espaldas.
Vosotras nos estáis inspirando y nosotras nos estamos liberando
* También va por ti space mom; siempre estarás en nuestros corazones, Carrie.
Ayer, día 8 de marzo (8M), se conmemoraba el día de las mujeres en honor a aquellas que, en 1857 y en 1908, lucharon por la reducción de jornada, la igualdad salarial o un tiempo para dar de mamar a los hijos, es decir, por los derechos de todas nosotras.
Como tantas otras mujeres alrededor del mundo, paré de trabajar durante media hora para tratar de visibilizar que, aunque tenemos pensiones más bajas; aunque cobramos menos, porque los trabajos a los que nos dedicamos están peor valorados y porque, en un mundo en el que se está poniendo de moda la negociación salarial individual, a nosotras no nos han enseñado a hacernos valer; aunque el trabajo doméstico, que seguimos realizando de manera abrumadoramente mayoritaria, no recibe ningún tipo de reconocimiento; a pesar de todo esto y mucho más, nuestro trabajo mueve el mundo.
Ayer, también, muchas dejamos de cuidar. Dejamos de recoger la casa, hacer la comida, cuidar a los niños, a los mayores, a las parejas. Porque todo ese trabajo que hacemos —que es, por supuesto, un trabajo, aunque no se reconozca como empleo— no se nos reconoce, no se nos valora y no se ve… hasta que dejamos de hacerlo. Hasta que te encuentras un día con que no tienes calzoncillos limpios, hasta que no tienes nada que comer, hasta que te llaman del colegio porque nadie ha ido a recoger a tu hijo.
Pero gestionar un hogar no es solo realizar tareas (menos aún si te han tenido que decir qué hacer previamente), también es planificarlas, prever… un trabajo no siempre agradecido y muy cansado, porque lleva muchísimo tiempo (tienes que estar pendiente de la casa para ver qué cosas hay que hacer, qué falta por comprar…). La ejecución, al final, es casi lo de menos.
Así que, hombre que estás leyendo esto, si el reparto de las tareas en tu hogar no está equilibrado (venga, haz un esfuerzo y piensa no ya qué tareas haces habitualmente, sino si sabes siquiera dónde se guardan las sábanas o cómo se pone una lavadora), sé tú quien toma la iniciativa, no esperes a que tu madre o tu compañera (o tu hija, incluso) venga a decírtelo, porque eso también es agotador: no disfrutamos llamándoos la atención o dándoos órdenes, creedme. Y no penséis en el reparto de tareas como un «yo te ayudo», porque se trata de co-responsabilidad, no de asistencia. Aquí podéis encontrar algunos consejos.
Cartel del 8M de 2017 en Madrid
Ayer, también, muchas fuimos a la manifestación de nuestra ciudad. La asistencia fue masiva, y empezaré felicitándonos por ello, porque hay que celebrar la capacidad de organizar una manifestación multitudinaria en los tiempos que corren. Pero también tengo —cómo no— cosas malas que decir, porque ayer era 8 de marzo, día de las mujeres, y una vez más quisisteis ser protagonistas. Ayer, en la manifestación, oí gracietas relacionadas con violaciones; oí cuestionamientos sobre la existencia de bloques no-mixtos; vi a un hombre que «se había metido en la manifestación sin querer» (cuando estábamos paradas en Cibeles, donde se agolpaban miles de personas) y preguntaba cómo salir de allí. Pueden parecer cosas anecdóticas, pero eso ocurrió en 10 minutos, en apenas 10 metros (sí, recorrimos 10 minutos en 10 metros, estaba la cosa complicada, qué os voy a decir). Y cansa que no seáis capaces de respetarnos ni un solo día.
Pancarta de la manifestación del 8M de 2017 en Madrid
Así que, para mí, ayer fue un día de lucha, como son (o deberían ser) todos en mayor o menor medida, y no un día de celebración.
Quiero terminar dando las gracias a las valientes mujeres de Ve-la luz que, tras casi un mes de huelga de hambre, han conseguido su objetivo: que los 25 puntos que reivindicaban salgan adelante (aunque está por ver a qué puerto llegan). Pero también recordando a las 23 mujeres que, según feminicidio.net, han sido asesinadas desde principios de año y ya no están con nosotras y diciendo que YA BASTA de matarnos.
Tarde de domingo, grupo de chicas en el que una de ellas cuenta desanimadamente que ha tenido una discusión con su pareja. Él no muestra ni un mínimo de interés de arrepentimiento. Aun así todas intentan animarla, excusándolo, con comentarios tales como «Estará pasando por un mal momento». Dos mesas más allá, otro grupo de chicas comenta sobre el mismo tema. En el fondo del bar dos chicas debatiendo sobre el amor.
¿Por qué tantas conversaciones sobre el mismo debate? ¿Será coincidencia o es que a las mujeres, en ciertas etapas, nos preocupa especialmente el amor?
Creo que hay una etapa en la vida de una mujer en la que todos sus pensamientos giran en torno al mismo asunto: tener una pareja. A veces, el problema radica en que quedan atrapadas en ese círculo que parece no tener fin. He visto a muchas mujeres dejar su vida aparcada por mantener una relación de amor romántico que no les beneficia.
Amor romántico, amor insano o tóxico, como queráis llamarlo, he aquí la raíz del problema. Hemos crecido con las películas de Disney, las cuales nos dicen que somos princesas indefensas que necesitamos ser salvadas por nuestro príncipe azul. No somos princesas, somos unas guerreras. Luego, llega la sociedad para volver a repetirte que busques a tu media naranja, o de lo contrario nunca serás feliz, porque eres una persona incompleta. Prueba de ello, todos los programas que existen, tales como Mujeres y hombres y viceversa o First Dates, entre otros.
Este amor que nos refleja la sociedad no es un amor sano, nos roba todo lo que somos para que tengamos una actitud sumisa ante la vida. Este es un factor determinante para establecer relaciones en las que cabe la violencia de género. El amor romántico nos lleva a atravesar límites que dejan nuestra autoestima y dignidad heridas. Es una relación basada en la conquista y la seducción, exime de toda culpa al hombre y castiga duramente a la mujer. Nuestra cultura ha idealizado este amor, dando sentido a nuestra vida cuando llega. Que un hombre te elija te da valor y éxito social.
Nosotras no tenemos la culpa de que nos preocupe tanto el amor, es la sociedad la que nos lo exige. Hemos nacido en una cultura patriarcal en la que nos educan para ser la parte pasiva de la sociedad. Nuestra misión: amar por encima de todo.
El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a las mujeres y hacerlas dependientes, en todos los sentidos. (Kate Millet)
Para romper con este esquema hay que dejar el amor insano a un lado, dejar de creer en su existencia. Olvidar el amor tóxico y conversar de lo verdaderamente importante: el amor hacia ti. Habla de ti, de lo que sientes, de tus intereses, de lo que te preocupa. Búscate y conócete, porque nadie te va a querer tanto como tú misma. Elimina los hábitos de amor insano. Rechaza preocuparte exclusivamente de la persona que menos te quiere. Evita los consejos que nos hagan ser sujetos pasivos. Actúa. Recuerda siempre que las mujeres no necesitamos del amor romántico para vivir.
La única persona que va a estar contigo durante toda tu vida eres tú misma. Para plantarle cara al patriarcado, quiérete, porque si tú te quieres jamás aceptarás comportamientos que vayan contra tu dignidad. Tú eres el pilar fundamental de tu vida, descúbrete y disfruta de este viaje. Puedes hacerlo sola o acompañada, solo tú eres quien decide. Te perteneces a ti misma.
Recuérdaselo a todas las mujeres guerreras de tu alrededor, porque siempre unidas es mejor.
Leo con estupor, rabia y una infinita tristeza la columna de Elvira Lindo «Coño, esa palabra de moda«. Con estupor, porque realmente me sorprende que una persona inteligente, como ella misma se define, con capacidad crítica, como yo le atribuía a fuerza de leerla durante estos años, y con capacidad de defenderse de «patosos», que ella llama, considere que realmente lo más relevante de un «determinado tipo de feminismo» (no nos explica cuál, pero me encantaría saberlo) sea el uso de una palabra que ella misma dice que utiliza con frecuencia. Con rabia, porque lo atribuye a la «necesidad de llamar la atención», como si no fuera plenamente legítimo llamar la atención tanto sobre el feminismo como sobre el coño en sí, cuando no lo conocemos en absoluto (ni el movimiento ni el coño. Lo uno se ve claramente leyendo su columna. Lo otro se ve también bastante claro en este maravilloso capítulo de Orange is the New Black, donde es precisamente el personaje trans el que viene a explicar cómo es un coño, porque las demás reclusas no parecen haber pensado lo más mínimo en el suyo). Con infinita tristeza, porque es de esas ocasiones en las que lo personal se mezcla con lo político (si es que alguna vez no lo hace) y conforme avanzo en la lectura se me remueven todos los encontronazos con «patosos», violadores y asesinos que yo misma he pasado, y pienso en que los vivo desde el privilegio (de mujer cis, blanca, europea, con estudios superiores, con ingresos propios) y no puedo soportar pensar qué habrán sentido quienes lean esto desde otros puntos menos favorecidos. Y porque me doy cuenta de que no importa lo inteligente, crítica, fuerte que sea una persona, mujer para más inri: sigue habiendo por ahí demasiadas personas que se empeñan en no entender nada, y que además presumen de ello desde su pedestal de los miles de lectores.
Stephanie Sarley, The fruits of art
Lo que nos sale del coño
Vamos a empezar por el principio. Lindo asegura que «hay mujeres que han entendido que la igualdad está en pronunciar tantas veces la palabra ‘coño’ como ellos lo hicieron con sus palabra fetiche, ‘polla'». No sé a qué clase de mujeres conoce, y desde luego no coinciden con las que he conocido yo, pero me parece interesante que no sea consciente de lo paradójica que es su queja. Para empezar, porque titula un artículo arrancando con la palabra «coño», lo que le garantiza muchas más visitas que de ordinario sin que lo necesite en absoluto (otra cosa es lo que crea su equipo editorial, por supuesto), quejándose de que esta sirva para llamar la atención. Para seguir, porque ve que no hay igualdad en la reclamación de que el coño sea idéntico a la polla en su capacidad de llamar la atención, manifestando al mismo tiempo que no es idéntico. Y no, lamento que no lo sea.
Las personas con vagina seguimos sin tener una relación sana y normal con nuestro cuerpo porque la formación con respecto a nuestros genitales está marcadamente sesgada desde la educación primaria. Si bien se explica con todo lujo de detalles cómo funciona el placer masculino, el clítoris sigue siendo el gran excluido de los libros de texto, por aquello de que no tiene una finalidad meramente reproductiva. Esto conduce a que las personas con vagina capaces de eyacular crean que tienen un problema; pero yéndonos más a la cotidianidad, conduce también a que las mujeres sigan sin saber cuántos agujeros tiene su vulva, a que los angloparlantes no distingan la misma de la vagina (nosotros, con el mucho menos fino «coño», pues es un problema que nos ahorramos), a que no consideremos que nuestro placer forma parte de la relación sexual, a mitos como el de que la virginidad sólo se pierde a través de la penetración y a un sinfín de malentendidos y desconexiones corporales.
Porque nuestros coños, parece ser, sólo están destinados a la reproducción. Así nos lo recuerdan las leyes, que se atreven a opinar sobre qué tiene que salir o dejar de salir de ellos; las noticias, que nos indican que somos nosotras quienes usamos mal los preservativos (curioso cómo la responsabilidad del embarazo no deseado es nuestra pero la decisión de qué hacer con él no tanto); los hombres que nos recuerdan cuando salimos a la calle cómo de sexualmente atractivas les resultamos. ¿Es más o menos escandaloso que a las menores de edad las llamen «chochitos» a que una actriz porno hable de su coño como herramienta de trabajo? ¿O que un periodista publique «traviesamente» el estado de las ingles de la fallera mayor cuando ella entiende mal una pregunta en una entrevista? ¿Por qué somos las únicas que no podemos mencionar nuestros genitales?
Las guardianas de las buenas costumbres
Y es que parece que seguimos siendo nosotras aquellas en quienes recae la responsabilidad de mantener el recato, de usar un lenguaje menos soez, de ser más cerebrales y menos hormonales. Muy curioso eso, cuando es precisamente a nosotras a quienes se nos llama histéricas (que, claro, viene de útero, no de coño, y es mucho más fino) cuando manifestamos unas emociones que a los hombres les educan a no manifestar en público. Uno de los motivos que hace que su forma de expresar lo que sienten sea de forma más agresiva. No, no son las hormonas. Son los constreñimientos sociales. Es esa idea de que las mujeres no pensamos con el coño y de que los hombres no lloran. Y, vaya, resulta que son las feministas, precisamente, quienes dicen que genitales, hormonas y cromosomas aparte, las personas somos sexuales, emocionales e inteligentes y tenemos derecho y obligación de ser educadas conforme a esto para poder vivir en libertad y responsabilidad. Son las feministas las que dicen «la calle y la noche también son nuestras», las que se niegan a creer que los hombres sean depredadores al acecho que están esperando a ver a una mujer sola caminando de noche para violarla. Son las feministas las que dicen que no es la ropa que llevas o tu forma de bailar. Pero, oh, vaya; «las feministas generalizan». Sí, claro que generalizamos. Hablamos de cultura de violación y hablamos de heteropatriarcado porque, nos guste o no, es el sistema en el que vivimos. Es el mismo que hace que a ti te rechine mucho más escuchar «coño» que «nos matan». Es el mismo que hace que se culpabilice a las víctimas de agresiones sexuales. Que es exactamente lo que has hecho en tu artículo. «Sin querer», dirás. Ya me imagino. De eso, precisamente, es de lo que va la historia.
El origen del mundo, de Gustave Courbet
Lo que nos entra en el coño
Es ese tipo de feminismo que gusta hablar en plural siempre y afirma “nos matan”, “nos violan”, como convirtiendo a todas las mujeres en víctimas: tanto a las vivas como a las muertas, a las que han sufrido una violación como a las que se han tenido que enfrentar a un simple patoso. Porque hay patosos, sí, pero lo que hay que predicar es la defensa, no el victimismo. Desde los 19 años, como trabajadora me he topado con más de uno, pero he aprendido a pararles los pies, y es una victoria que tengo en el saco. No siempre me han sacado otros las castañas del fuego.
Este párrafo, Lindo, es exactamente lo que se llama «revictimización». Se trata de un proceso por el cual a quienes han tenido la experiencia de una agresión sexual se las señala como torpes, como culpables, como incapaces de defenderse. Como seres pasivos que buscaban que «otros les sacaran las castañas del fuego». Dices que «casi de manera inconsciente, algunas, yo creo que las más listas, encontramos a hombres que tenían un pensamiento más sofisticado y tanta capacidad como nosotras de pensar con la cabeza en unos momentos y de dejarse llevar por sus instintos cuando terciaba». Eso que tú llamas un proceso inconsciente fruto de la inteligencia es un privilegio.
Para empezar, porque los hombres que no se dejan llevar por sus instintos no son «los más sofisticados». Porque artistas, filósofos, militantes incluso por los derechos humanos, abusan de sus compañeras. Porque la inteligencia no es un seguro de vida: porque las mujeres con altas capacidades, estudios superiores, inquietudes feministas, una excelente educación y mucha lectura a cuestas (convendrás conmigo en que son cosas que no siempre van juntas, aunque tú pareces dar por sentado que se combinan necesariamente varias de ellas) también hemos sido violadas por nuestras parejas. Porque no se trata de «elegir un hombre sofisticado», se trata de darte cuenta de cuándo el hombre sofisticado se ha convertido en un maltratador, y eso que tú llamas orgullosa «parar los pies» no es sólo una victoria: es una guerra larga y terrible, en primer lugar contra ti misma. Porque el amor romántico nos ha dicho que las mujeres (las buenas mujeres, las que no dicen «coño» sin parar) somos capaces de convertir a los hombres en príncipes azules desde que no levantábamos un palmo del suelo y nos explicaban que Bella salvó a la Bestia, que la Bella Durmiente se casó con el príncipe que la besó mientras dormía con dieciséis años recién cumplidos, que la Cenicienta lo dejó todo para irse con su príncipe azul aunque no recordara siquiera su cara, y así sucesivamente.
Porque ha tenido que venir Pamela Palenciano a explicarnos a todas que «No solo duelen los golpes«, porque hasta ahora parecía que el control, el aislamiento, los celos, los silencios hostiles, no eran mecanismos de abuso sino signos de amor (y de masculinidad; de esa masculinidad tóxica de la que tú hablas como «hombres así de transparentes, algunos incluso me hacían gracia por su evidente primitivismo, pero no eran mi tipo»). Porque ahí está A tres metros sobre el cielo para seguir educando a las adolescentes en que el chico malo es el deseable.
Hablas de «elegir mejor». Tú, como mujer inteligente, cultivada, posiblemente seas aficionada al cine clásico y habrás visto (o leído), sin duda, Luz que agoniza. ¿Se puede decir que Paula Alquist elige mal? Un apuesto Gregory Anton, atento, «con posibles», se enamora locamente de ella y le ofrece ir a vivir a un hogar maravilloso, a disfrutar juntos de su afición musical compartida, a empezar de nuevo tras haberse quedado sola en el mundo. ¿Elige mal Alquist? ¿Es ella la responsable de no pararle los pies a ese marido encantador que la halaga continuamente y que se preocupa muchísimo por esos «brotes de locura» que él mismo provoca? Porque este es el proceso que multitud de mujeres maltratadas hemos vivido durante años. Algunas pueden salir. Otras no. Otras, como Alquist, no tienen familia. O también llevan trabajando desde los 19 años, pero en un trabajo de cuidados, que sigue sin ser remunerado, y por tanto no tienen independencia económica. O, directamente, están amenazadas de muerte.
¿Son ellas unas débiles? ¿Somos las demás quienes las victimizamos al decirles que nosotras escuchamos, que somos legión, que si las tocan a ellas nos tocan a todas, que no están solas? ¿En serio?
El fuego cruzado de ser feminista
Todos los días, las personas que nos declaramos abiertamente feministas recibimos impactos dolorosos. Vemos a Trump jactarse de que puede agarrarnos cuando quiera por ese coño del que nosotras no podemos hablar. ¿Por qué? ¿Es suyo? ¿Es como nuestras tetas, que solo pueden usarse para placer masculino pero no para amamantar? ¿Del coño se puede hablar para abusar de él pero no para explicarnos que es un indicador de nuestro estado de salud?
Vemos a los hombres decir que las feministas esto y las feministas lo otro. Bueno. Es un «ladran, luego cabalgamos»; a nadie le gusta que le quiten sus privilegios, y lo raro sería verles encantados con que hayamos decidido convertir a nuestros coños en sujetos en vez de objetos de las frases. Panda de locas, que queremos ser vistas como seres sexuales y tener orgías cuando nos apetezca, y no cuando nos droguen y nos graben en vídeo.
Vemos a muchas feministas señalándose entre sí. Algunas lo hacen mejor y otras peor. Yo aprendo cada día de las feministas negras, islámicas, trans. De opresiones de las que no tengo ni idea. Y les agradezco infinito que a pesar de mis torpezas sigan confiando en mi capacidad de aprender, de respetarlas y de apoyar su lucha cuando quieran que lo haga. El feminismo, ya lo dije en otro sitio, se trata de reconstruirse, y las primeras que nos revisamos somos nosotras. Todos los días.
Pero cuando una mujer viene a hablar de «un tipo de feminismo» señalando simplemente que no le gustan sus formas, desde su espacio público, su altavoz privilegiado; cuando a esa mujer la leen tantas y tantas personas que la admiran y van a formarse una opinión a partir de la suya y lo hace desde la intención de sacar punta a una decisión que no comprende y que no ha intentado explicarse, cuando lo hace comparándolo con la misma estructura que sí, aunque no te guste, «nos mata» y «nos viola», duele, Elvira. No sabes cuánto duele.
Ojalá que un día encuentres tus gafas moradas y te des cuenta de que por muy maravillosos y llamativos que sean nuestros coños, son lo de menos en todo esto.
Cuando me puse a investigar sobre la existencia del matriarcado, después de encontrar una cantidad ingente de artículos contando historias sobre visitas a sociedades matriarcales, encontré que los antropólogos que lo han investigado no tienen pruebas reales de que exista, y me sorprendió básicamente porque todo el mundo habla de ello como si fuera un ilustrado en el tema. Pues ahora resulta que hablamos del matriarcado sin documentarnos antes, qué cosas.
Por otro lado, existe una creencia generalizada, incluso dentro del propio feminismo, de que el matriarcado existió en el periodo prehistórico. Existe una fascinación ante este mito que permite disolver, desde la ajena distancia del tiempo, cualquier duda que cuestione un hecho de tal interés. Para el feminismo, la existencia del matriarcado es una ilusión esperanzadora con connotaciones revolucionarias que rompería con la subordinación histórica de la mujer; ya no habríamos sufrido el patriarcado desde siempre, no sería la norma. No importa si es cierto o no pero, en la otra cara de la moneda, esta quimera realiza un trabajo revitalizador de los intereses patriarcales, ya que si ha existido una sociedad en la que dominan las mujeres, ¿qué tiene de malo que ahora dominen los hombres?
En cualquier caso, pese a que no existe ninguna prueba del matriarcado, sino suposiciones antropológicas, podemos afirmar que, aunque no sabemos si el matriarcado existió, sabemos que ahora no existe.
No existe ni una sola sociedad que conozcamos donde el colectivo femenino tenga el poder de adoptar decisiones sobre los hombres o donde las mujeres marquen las normas de conducta sexual o controlen intercambios matrimoniales. (Gerda Lerner)
Y es que esa es la definición del patriarcado, es una organización social en la que los hombres toman todas las decisiones públicas y privadas, y ejercen dominio sobre la sexualidad y el matrimonio de las mujeres.
Sin embargo, este mito no es algo creado por el feminismo, sino algo que se retomó en el siglo XIX, y posteriormente dentro de los círculos feministas de la Segunda Ola. La única prueba en la que se basan para afirmar que ha existido el matriarcado es una visión primitiva de la femineidad previa a la Grecia clásica que defiende cómo la veneración al icono tipo Diosa Madre da poder y relevancia a la maternidad en estas sociedades y, por tanto, a las mujeres.
En 1972 Gloria Steinem sugirió que previamente el parto y la creación de la vida eran algo místico que otorgaba poder y superioridad a las mujeres, y por tanto el descubrimiento de la paternidad fue el catalizador de la subordinación de la mujer. Lo que no se cuenta es que la importancia de las representaciones de la mujer como una Diosa que tenía poder de creación se vieron relevadas desde la época helénica debido a este descubrimiento, que llevó al ascenso de los Dioses creadores varones.
Cynthia Eller escribió en El mito de la prehistoria matriarcal que esta idea es un mito basado en un supuesto sexista de la biología femenina aplicada a conjeturas antropológicas pseudo-científicas. Lo que quiere decir es que estas suposiciones antropológicas semi-inventadas tienen su base en la idea de que lo más importante, y lo único, que aporta la mujer a una sociedad es la natalidad, su biología, menospreciando la multidimensionalidad de una mitad de la raza humana.
Me atrevo a afirmar que el problema de este mito es que no sabemos que el patriarcado y el matriarcado no son lo mismo, intercambiando los roles de poder. La idea generalizada, y equivocada, es que el matriarcado es cualquier organización social en la que las mujeres tengan poder sobre algún aspecto de la vida pública.
Pero lo cierto es que no se puede encontrar una conexión entre la estructura de parentesco y la posición social que ocupan las mujeres. Y por qué es importante la organización alrededor del parentesco, os preguntaréis. Es importante porque el tipo de organización de las sociedades está directamente regido por las relaciones familiares, y del tipo de organización desciende el poder político, especialmente en la época prehistórica.
Todas las suposiciones de antropólogos resulta que no eran matriarcados, sino sociedades matrilocales y matrilineales. En éstas últimas, las familias se continúan por el lado de la madre, por lo que los hombres siguen viviendo en el núcleo familiar de su madre. De esta manera, la herencia se transmite de madre a hija, lxs hijxs pertenecen al grupo de su madre, pero no transmiten relación de parentesco ni herencia con sus respectivxs hijxs. La característica principal de las sociedades matrilocales es que la convivencia post-matrimonial se mantiene en el núcleo familiar de la madre.
También es importante recordar que existen las sociedades patrilineales y patrilocales, ya que, por desgracia, esto no es sólo cosa de mujeres.
Os voy a hablar de tres ejemplos, dos actuales, uno de la América pre-colonial y uno de la época prehistórica, que es de donde proviene este mito.
La sociedad de la que más se ha hablado de la prehistoria refiriéndose a ella como matriarcado es Catal Hüyük, un asentamiento urbano neolítico situado en lo que ahora sería Turquía. James Mellaart, quien dirigió la excavación, llegó a una serie de conclusiones que podrían otorgar a Catal Hüyük carácter matrilocal. Los pobladores de Catal Hüyük enterraban a sus muertos dentro de la aldea, que tendría una media de entre 5.000 y 8.000 habitantes. Tan solo los privilegiados, en su mayor parte mujeres, eran enterrados en las casas y estaban teñidos de rojo, por lo que los antropólogos han concluido que mantenían un alto estatus en esta sociedad. El hecho de que pintaran a las mujeres antes de enterrarlas no significa que fuera un matriarcado.
Estatuilla representando una Diosa Madre de Catal Hüyük en el Museo de Ankara
Pese al considerable comercio y la elevada especialización no se reconoce una división del trabajo. La mujer era venerada dentro del gran número de lugares de culto dentro de la ciudad, con representaciones llamadas Diosa Madre, generalmente estatuillas y pinturas, que representan la fecundidad de la mujer, sentadas o en el momento del parto. Tampoco esto significa que fuese un matriarcado, significa que se dieron cuenta de que lxs niñxs no los trae la cigüeña.
Uno de los ejemplos actuales de una sociedad matrilineal son los Mosuo, en China, cerca de la frontera con el Tíbet, a las orillas del lago Lugu. Su aislamiento del resto del mundo y la escasez de hombres provocaron que las mujeres tuvieran que proporcionar alimento. Ésta es una de las razones más comunes del desarrollo de sociedades matrilineales, la independencia económica de sociedades cazadoras y recolectoras, por lo que, como dice Gerda Lerner, generalmente en sociedades matrilineales el estatus de los hombres y las mujeres está separado pero es igual.
Sin embargo, que no existan jerarquías de poder por la división del trabajo no significa que sea un matriarcado. Al mismo tiempo, no existe el concepto de matrimonio, es común que tanto los hombres como las mujeres tengan varios amantes; éstas relaciones se llaman matrimonios andantes. Por lo tanto, las familias son muy extensas y las parejas no están ligadas por ningún tipo de relación económica. De esta manera no conviven en la misma casa, los hombres viven siempre en casa de sus madres.
Esto es una sociedad matrilineal, las relaciones de parentesco y la herencia se cercan en el marco de la familia materna. Con todo, incluso en sociedades matrilineales en muchas ocasiones el pariente varón toma las decisiones económicas y familiares. Particularmente, el poder político de los Mosuo está controlado por los hombres.
Los iroqueses, nativos norteamericanos, son especialmente famosos entre los antropólogos. Asentadas en los Grandes Lagos, las iroquesas tenían una alto posición en la tribu eligiendo a los nuevos jefes militares. Éste es un ejemplo de matrilocalidad, ya que las familias se asientan en el lado de la madre y lxs hijxs reciben el nombre del clan de la madre. Las mujeres, por mucho prestigio que tuvieran dentro de la tribu, no formaban parte del consejo de ancianos. Aunque tenían un papel central como dueñas de toda la propiedad, y protagonistas de los servicios religiosos, éstas nunca fueron los líderes políticos de la tribu ni tampoco sus jefes.
Por otro lado, Campo Piyapi o Chayahuitas, un pueblo del amazonas peruano, con una población de entre 10.000 y 12.000 habitantes, viven entre el río Marañón al norte, las estribaciones de los Andes al oeste y el río Huallaga. Esta sociedad tiene descendencia bilateral, ya que tanto el padre como la madre tienen el derecho de parentesco y herencia para con sus hijxs.
Además, la sociedad tiene carácter matrilocal, lo que quiere decir que la norma de convivencia post-matrimonial es que la residencia se mantenga con la familia materna. Que las familias vivan con sus abuelas no significa que sea un matriarcado.
Sabiendo todo esto voy a compartir con vosotros mi “Guía fácil para saber si te están hablando de un matriarcado, o se están colando” en tres pasos:
Pregunta: ¿Las mujeres tienen dominio sobre la sexualidad y el matrimonio de los hombres, y toman todas las decisiones públicas y privadas?
Si la respuesta es no, no es un matriarcado.
Vuelve a repetir el paso nº 1 hasta que se den cuenta de que se están colando, o te la están intentando colar a ti.
Hace poco me di cuenta de la absurda cantidad de tiempo que pasamos lxs jóvenes buscando pareja, o en su defecto hablando de buscar pareja. Pero más curiosa me resulta la respuesta confiada de mis amigxs cuando menciono esta reflexión junto con mi típica frase «el amor romántico es tóxico». La respuesta más generalizada que recibo es: ¡será tóxico pero es que yo soy muy románticx!
Pese a los avances de la lucha feminista en la búsqueda de la igualdad, el sistema patriarcal está anclado en la estructura social, el dominio masculino se ha convertido en algo más que su definición literal. Este gobierno, o contrato social que nadie ha firmado, es algo endémico en la vida de las mujeres, la institucionalización de una estructura de creencias establecida para mantenerlas en un continuo estado de sumisión.
Es inevitable, por tanto, tratar de discernir cómo el patriarcado ha llevado a cabo una estrategia para someter a la mujer a través de las relaciones afectivas. Ana de Miguel habla del amor romántico como algo que todo lo puede y todo lo justifica, ya que es el propósito más absoluto de la vida. Ese célebre sin ti no soy nada de Amaral es una clara prueba de que el amor es la búsqueda de la persona perfecta que nos complete, ya que si no se encuentra una pareja la vida se convierte en una perpetua deambulación triste y solitaria. El amor no puede fracasar nunca pase lo que pase, ya que es lo que da sentido a la vida.
Portada de «Neoliberalismo sexual», de Ana de Miguel
Aún así, me resulta alarmante cómo una generación que cada vez está más concienciada sobre la perspectiva de género sigue manteniéndose, de manera voluntaria, en un estado de alienación imperturbable. La entrega total es el ideal que plaga la búsqueda eterna de una pareja que tiene que durar toda la vida, porque si no vaya pérdida de tiempo. Estamos dispuestxs a todo por triunfar en el amor, una de las razones del famosoonline dating. Ana de Miguel habla del amor romántico como un clásico del feminismo, es decir, algo que se lleva debatiendo desde el movimiento sufragista.
Es el momento de luchar contra esta quimera, ahora que ponerse las gafas moradas es algo que ya no asusta tanto. Sin embargo, como afirma De Miguel, la dificultad se encuentra en lidiar con la doble moral sexual que, por un lado, defiende la liberación sexual de la mujer y, por otro, en todos los medios proyecta el mensaje del amor como manera de autorrealización.
Cuando empiezas a pensar en esto del amor romántico, te cuestionas cómo lo has tenido toda la vida delante y nunca te has dado cuenta de lo tóxico que realmente es, pero no te sientas culpable: la invisibilización de la coacción a la mujer a través del amor es uno de los factores que habilitan la reproducción de la desigualdad. En esto, como en todo lo respectivo a la desigualdad, no tenemos la culpa nosotras.
Una de las reflexiones de Ana de Miguel que más incendiaria me pareció en el capítulo titulado «del amor como proyecto de vida al amor como valor en la vida» fue cómo analizaba la evolución del amor romántico en la actualidad, una época en la que muchas sociedades son consideradas formalmente igualitarias, y por lo tanto las jóvenes tenemos acceso a más actividades que nunca. Sin embargo, las hostilidades ytrabas que nos pone el patriarcado para desarrollar un proyecto de vida pueden condicionar nuestra concepción del amor para convertirlo en algo que ofrece sentido a la vida.
Y es que, después de la revolución sexual, la década prodigiosa de los sesenta, la sexualidad se convirtió en el centro de la reflexión. Fue el inicio de la repulsa de la sexualidad normativa y hegemónica en términos patriarcales; sin embargo, esta lucha nos ha llevado a la división entre dos espectros paralelos de vivir la sexualidad dentro de la ilusión del amor romántico: la promiscuidad, que define a las mujeres como objetos serviles, y las relaciones formales, que definen a las mujeres como propiedad.
Esta reflexión de la que os hablé al principio sobre la búsqueda del amor coincidió en el tiempo con mi descubrimiento de Ana de Miguel y su libro Neoliberalismo sexual, que me dejó con una estupenda sensación de feminista experta.
Este libro defiende que ni hay libertad ni hay igualdad. Hay nuevas formas de reproducción de la desigualdad, una vuelta acrítica a los valores más rancios del rosa y el azul. No vamos a resignarnos ante la conversión del ser humano en mercancía, ¡ven con nosotras!
No me malinterpretéis, no soy de esas personas condescendientes que dan charlas, sino que ahora he perdido la paciencia que me permitía escuchar monólogos vacíos sobre igualdad con la esperanza de que, entre todas, alguna palabra mereciese la pena. Me he convertido, en cierta manera, en una womansplainer, una mujer que tiene una voz fuertey que decide los términos en los que desarrolla sus relaciones afectivas, así como el tiempo y el esfuerzo que invierte en ellas. He encontrado mi voz y de eso, bajo mi punto de vista, va la lucha contra el amor romántico, de encontrar una voz propia que te permita vencer la cantidad de mensajes que recibimos a diario para darnos por vencidxs y buscar a nuestra media naranja.
El problema no es el tiempo que invertimos ni la forma, sino el tipo de romance idílico que buscamos de manera generalizada (a mis amigxs sólo les falta decir que les encantan las comedias románticas), al fin y al cabo Kate Millet no estaba muy equivocada cuando decía que el amor es el opio de las mujeres. Finalmente, para responder a todos ellxs que se autodenominan muy románticxos, me gustaría utilizar el subtítulo de Neoliberalismo sexual, ya que el amor romántico simplemente es El mito de la libre elección.
El pasado 28 de marzo se cumplieron 75 años desde la muerte de Virginia Woolf. Sus textos, sin embargo, son imperecederos. Aunque no cabe duda de que hemos avanzado mucho en las últimas décadas, tampoco cabe duda de que queda mucho por hacer. Y es, por ejemplo, cuando leemos relatos escritos hace tanto tiempo, cuando nos damos cuenta.
Adeline Virginia Stephen (más conocida como Virginia Woolf) denunciaba en 1929 el hecho de que las mujeres no podían disponer en muchos casos una habitación propia, imprescindible para escribir. No tenían independencia económica. Y tampoco eran, en definitiva, valoradas igual que los hombres, como no lo eran sus escritos.
Me aventuraría a decir que Anon, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer. (p.37)
Nunca lo sabremos. Pero sí sabemos que, a día de hoy, el trabajo de las mujeres no se reconoce -ni salarialmente ni a nivel valorativo- en la misma medida que el de los hombres. Sabemos que solo unas pocas mujeres ocupan altos cargos. Que el techo de cristal es una realidad muy visible. No habría sido extraño que muchas mujeres, sabedoras del rechazo que generaría hacia su libro ver su nombre de mujer en la portada, decidieran sacar a la luz de forma anónima su obra. De hecho es algo que seguimos viviendo: J. K. Rowling escondió su nombre tras sus iniciales cuando sacó Harry Potter por recomendación de sus editores.
Ser mujer no está de moda. Y menos aún decir esto, decir que el feminismo sigue siendo enormemente necesario. Que hay que continuar la labor de denuncia de Virginia y de tantas otras mujeres a lo largo de la historia. Mujeres cuya lucha ha permitido que hoy podamos expresarnos políticamente, abortar o no hacerlo según sea nuestra voluntad o tener nuestra propia habitación, nuestros propios ingresos nuestros textos publicados con nuestro nombre en la portada.
La historia de la oposición de los hombres a la emancipación de las mujeres es más interesante quizá que el relato de la emancipación misma. (p.41)
Hace unos días, uno de mis artículos recibía un comentario de un chico que decía haberse sentido excluido al ver la última película de Star Wars: el despertar de la fuerza. Para él, los personajes masculinos de la entrega eran «planos» y creía estar viendo «una película de Barbie». Déjame contestarte desde aquí y decirte que nosotras tenemos que soportar película tras película ser «la» mujer de la película. La única. Frente a los variados personajes «planos» que aparecen en Star Wars-Barbie, las mujeres somos representadas a menudo en la ficción como una única mujer que, por supuesto, no puede condensar la enorme diversidad del género femenino y acaba siendo, por tanto, un personaje enormemente estereotipado, en lo que se conoce como «El principio de la Pitufina«. Déjame pedirte un esfuerzo de empatía, porque si tú te sientes excluido viendo una película, imagínate cómo nos sentiremos nosotras viendo tantas otras. O caminando por la calle. O en una discoteca. O incluso en nuestro trabajo, nuestra asamblea o nuestra casa. Permíteme decirte que, si el feminismo de Star Wars te ofende, más nos ofende a nosotras que te ofenda. El feminismo no es ofensivo. Las mujeres empoderadas no son ofensivas. El machismo es ofensivo. Y mata.
Woolf hablaba de «hombres sin más calificación aparente que la de no ser mujeres». Esos que parece que saben más y tienen mucho más que decir que tú, mujer, por el hecho de ser leídos como hombres. Y quedan muchos.
Por esto, hoy, quiero reivindicar, como hizo Virginia, el feminismo:
Porque aquí nos acercamos de nuevo a este interesante y oscuro complejo masculino que ha tenido tanta influencia sobre el movimiento feminista; este deseo profundamente arraigado en el hombre no tanto de que ella sea inferior, sino más bien de ser él superior […]. (p.73)
Porque cada vez que rechazas el feminismo y dices que «lo importante son las personas» o que «debería llamarse igualitarismo» estás rechazando y dando la espalda a un movimiento que reivindica eso. Precisamente, lo importante son las personas, así que ¿por qué tanto rechazo? ¿Porque «te sientes excluido»? Las mujeres estamos verdaderamente excluidas (como lo están otros colectivos como las personas migrantes, las trans, las homosexuales, etc.) así que intenta mirar dentro de ti y pregúntate si nosotras queremos excluirte o lo que temes es perder tus privilegios.
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