El verano empezaba sofocante, quería refrescarme con tus besos y no podía. Los compromisos y el trabajo este año nos habían obligado a mantener una relación a distancia de manera temporal. Las dos sabíamos de sobra estar sin la otra, pero nunca nos ha impedido echarnos de menos. Las llamadas a veces saciaban mi sed por contarte cosas, las que no le cuento a todo el mundo, algunas que sólo te cuento a ti. Y sin embargo entendimos que algo faltaba en todos los mensajes y fotos que nos enviamos. Somos sólo cuerpos, tú y yo, más que nadie, necesitábamos tocarnos.
Estas vacaciones nos han obligado a ponernos creativas, a hablar, antes que nada, y disfrutar también los momentos en que no teníamos nada que decirnos. He descubierto que me pone cachonda contarte mis amores de verano, lo que me gusta y lo que no de la gente que me he follado estos meses a medio camino entre el mar y la montaña. Me pone también que me cuentes tus romances, chicas que te están enseñando cosas nuevas que después compartirás conmigo.
Ilustración: Joan Turu
Es verano y toca conocer a gente nueva. Espero que algún día subas al pueblo a conocer a mis yayos y al chico que me comió el coño por primera vez, hay momentos que sellan amistades supongo. Pero el año que viene me toca a mí visitar Tenerife contigo y tus tíos, que ayer por la noche debieron de escuchar sin querer cómo te corrías con mi voz al teléfono. Qué bueno haber sido novatas las dos en tantas cosas. Me gusta que sepas reírte de nosotras constantemente, así equivocarse nunca es demasiado grave.
¿Sabes? Lo primero que me pregunta la gente a la que le hablo sobre ti es cómo nos conocimos, para preguntar después, con cierto tono de ansiedad, si nuestra relación era “así” desde el principio. Curioso que una cosa que nos salió de manera tan natural le resulte tan maravillosa a las demás. Curioso que fuera ya verano cuando un día decidimos quedar solas después de la asamblea a tomar una birra y tal vez fumar un porro en tu terraza. Hacía poco menos de un año que nos conocíamos y ahora hablábamos por WhatsApp a diario, aunque solo fuera para quejarse de los exámenes o enviarnos memes marxistas. Esa tarde de junio era más que nada pegajosa, a ti te brillaban las mejillas y a mí se me pegaban los muslos a la silla. Por ese entonces ya teníamos un par de bromas internas y se notaba que estábamos cómodas la una con la otra. A lo mejor el choco nos subió más de la cuenta con el sol, a lo mejor fue el momento en el que encontramos este deseo mutuo y cariñoso que no conocíamos antes. No lo sé, pero me encontré besando tus labios carnosos, tu lengua buscando la mía. La gente empezó a llamarnos parejita, novias, follamigas, qué manía con ponernos etiquetas, nosotras simplemente éramos mejores amigas y lo seguimos siendo.
Hoy el sol no me da tregua; me fumo el piti de buenos días escuchando la canción que me enviaste ayer por la noche, muy tú. He encontrado placer en extrañarte, contra todo pronóstico ajeno no me duele y me regodeo en recordar todas tus constelaciones una por una. Las empecé a contar una noche de julio mientras dormías sobre mi cama empapada y pude comprobar la alineación de todas tus pecas. Qué bonito, qué bonito no tenerte.
Me encanta Bones. Me encanta porque la fórmula de personas neurodiversas inadaptadas que, sin embargo, son capaces de prestar un servicio único a la sociedad me apasiona: desde la terrible Scorpion (que es terrible. Lo sé) hasta, a su manera, The Big Bang Theory (aunque para ser justos si habláramos de ella en este blog sería para destriparla). Pero también hay una cosa que no he empezado a valorar hasta hace más bien poco, y es la excelente forma en la que se presentan las relaciones románticas a lo largo de sus temporadas.
El equilibrio entre trabajo y vida de pareja se negocia continuamente. Booth y Brennan dejan sus empleos al mismo tiempo y vuelven al mismo tiempo: no se presupone que ninguno de los dos deba cuidar y el otro ser cuidado. Hodgins está dispuesto a abandonar su carrera y su país para cumplir el sueño de Angela de mudarse a París y centrarse en su arte como profesión más que como afición; ella considera que el sacrificio no vale la pena y cancelan la mudanza, pero no cumple el clásico “renuncia a sus sueños por amor”: cambia la pintura por la fotografía y sigue avanzando en nuevas formas de expresión artística.
Las conversaciones son asertivas: los personajes, sobre todo en las últimas temporadas, han tenido tiempo de verse en todo tipo de situaciones y se conocen a la perfección. Respetan los sentimientos ajenos aunque no los compartan en absoluto: un ejemplo claro es la pareja Brennan-Booth, que son totalmente opuestos pero aprenden a entenderse en ámbitos tan complicados como la fe católica frente al escepticismo basado en las ciencias naturales. Se coordinan en la educación de su hija procurando respetar las formas de ver el mundo de ambos progenitores, y siempre priorizando el bienestar de la pequeña por encima de sus propias creencias.
Para ello, lo primero es que sean muy honestos consigo mismos. Esto se ve a la perfección en el caso de Cam (estoy pensando ahora mismo en cómo a las mujeres se las llama por su nombre y a los hombres por su apellido. Muy mal, fatal, Bones, aunque la jefa de todos y la figura de la poderosa fiscal sean mujeres y negras, que eso mola, para variar). Cuando Arastoo se marcha a su país de origen este le plantea que no va a ser capaz de sobrellevar abandonar su puesto, su país y su cultura, y ella no se deja cegar por la fantasía romántica: le da la razón y, con tristeza, le deja. No se oculta la decepción de la ruptura o lo irracional de los sentimientos: empieza una relación con un personaje perfecto para ella pero reconoce no estar preparada. No “he perdido a mi media naranja”, no. Un “eres estupendo pero para mí es muy pronto” que ojalá se pronunciara así de sinceramente más a menudo.
Una vez rotas las parejas, la relación se mantiene. Escasez de reparto obliga, es cierto. Pero lo bonito es que no hay dramas y sí mucho cariño. Con una empatía sorprendente para el personaje, Bones llega a decirle a Cam “A veces se me olvida que tú y Booth salisteis”, para inmediatamente después consolarla por su vinculación emocional con la familia de él: sin celos, sin acaparar el protagonismo durante la tragedia como «esposa oficial». Hodgins y Wendell son amigos íntimos aunque este haya sido pareja de Angela. Y eso que Hodgins es celoso: algo que no se premia nunca como signo de romanticismo, sino que Angela procura mitigar recordándole periódicamente que le ha elegido a él y que es feliz a su lado. Sin alardes: nada de “mi vida empezó cuando te conocí”: sus muchas ex parejas aparecen de cuando en cuando, físicamente o en las conversaciones, con total naturalidad.
Naturalidad. Sinceridad. Autoconocimiento. Diálogo. Negociación. Aceptación. Palabras que deberían regir con más frecuencia nuestras relaciones amorosas, pero que lamentablemente no lo hacen, ni siquiera en la ficción. Y es por eso por lo que Bones sigue siendo una de mis series favoritas, crímenes aparte.
Por qué Amanda Palmer y Neil Gaiman van a ser los mejores padres del mundo
El pasado mes de marzo, Amanda Palmer anunciaba su embarazo con una fotografía realizada por su pareja, Neil Gaiman. Esta semana anunciaban el nacimiento de su primer hijo, uno que, desde luego, parece afortunado en lo que a padres se refiere. Y es que la pareja no sólo llama la atención por su innegable talento, en sus respectivas carreras artísticas, sino que también es, a mis ojos, un precioso ejemplo de amor sano.
Una foto publicada por Amanda Palmer (@amandapalmer) el
Precisamente poco antes de que anunciaran el embarazo, leía en Psychology Today (no me juzguéis, estoy estudiando y hago esas cosas) este decálogo de índices de una relación sana, y aunque el medio tiene sus cosas (muchas cosas, de hecho), creo que en este caso puedo firmarlo:
Tu pareja y tú estáis en la misma onda en lo que se refiere a valores básicos y metas vitales. Sabéis qué queréis de la vida, cuáles son vuestras metas en común, qué queréis conseguir y estáis comprometidos a conseguirlo juntos.
Hay un fuerte vínculo de confianza entre vosotros. Discutís abiertamente de todo: lo bueno, lo malo, y lo desagradable. Sin secretos ni medias verdades.
Mantenéis vuestra identidad dentro de la relación; tú y tu pareja. Esto es vital. La relación puede ser una parte importante de esa identidad, pero, sobre todo, sigues siendo un individuo con diversos roles en la vida más allá de ella.
Pasáis tiempo de calidad juntos haciendo cosas que os resultan satisfactorias a ambos, además de tiempo separados haciendo lo que os importa a cada uno a título individual.
Os animáis el uno al otro a crecer y cambiar. Os inspiráis el uno al otro para ser mejores personas.
Tu pareja y tú os sentís a salvo cuando comunicáis necesidades y deseos. Dedicáis tiempo a comentar lo que es importante para vosotros como pareja y para cada uno de vosotros individualmente. Os escucháis con atención, algo clave para el entendimiento real.
Respetáis vuestras diferencias, incluso si estáis en desacuerdo en temas importantes, y sois capaces de llegar a acuerdos en torno a ellas.
Compartís expectativas realistas sobre la relación, en lugar de fantasear sobre cómo podría o debería ser. Recordáis que estáis tratando con otro individuo extraordinariamente complejo además de con vosotros mismos; trabajo más que suficiente sin añadir ideales poco realistas.
Cada uno de vosotros contribuye a la relación con sus fortalezas y habilidades, en beneficio del equipo.
Tu pareja y tú honráis los lazos familiares y amistosos del otro. Aunque es importante tener tiempo para la familia y los amigos también es importante mantener ciertos límites sanos entre tú y tú pareja, además de entre vosotros y el resto de las relaciones cercanas que tengáis.
Cada pareja tendrá su propia forma de llevar a la práctica este decálogo, pero no veo ningún gran reparo que ponerle a esta serie de principios, y sin embargo me es muy difícil encontrar parejas a mi alrededor que pueda decir que lo siguen (o en mi pasado, vaya). En cambio, veo a Neil y a Amanda y encarnan cada uno de ellos.
via Amanda Palmer @ Facebook
Cuando él coge un avión para cruzar el país y acompañarla en un acto de presentación del libro de ella en su 54 cumpleaños; cuando ella reconoce el enorme esfuerzo que él está haciendo con este gesto y lo agradece públicamente pidiendo a sus fans que dediquen cariño a él también. Cuando deciden casarse «oficialmente» aunque ya llevasen mucho tiempo casados simbólicamente el uno con el otro y lo hacen con toda esta naturalidad. Cuando les veo mirarse el uno al otro con admiración mutua en las presentaciones de proyectos juntos, que los tienen, o ante los logros individuales del uno y el otro. Cuando Amanda está destrozada ante la inminente muerte de uno de sus mejores amigos y Neil cancela sus siguientes compromisos para acompañarla a despedirse, aunque ni siquiera sabe si llegará a conseguirlo. Y la acompaña, aunque es una cosa que ella necesita hacer sola, para estar en el camino. Así, justo así, es como se honra esos lazos afectivos, y no invadiéndolos, como hacen tantas parejas diariamente obligándose al acompañamiento mutuo a todos los acontecimientos sociales. Y, sobre todo, cuando habla de su día a día, de que, por supuesto, se pelean, como todas las parejas reales, pero que, al final del día, son un equipo.
Pero esto no viene de que hagan una pareja fantástica, sin más. Esto viene, sin duda, del enorme trabajo que han hecho ambos en sí mismos como individuos. Y es que Amanda es una mujer con un enorme sentido del humor (tanto como para convertir una experiencia que aterraría a cualquier primeriza, contraer la enfermedad de Lyme durante el embarazo, en una excusa para proponer un súpergrupo junto a Kathleen Hannah y Avril Lavigne, ambas afectadas por la misma enfermedad) y con un don que hace mucha falta en este mundo de individuales que se creen autosuficientes: lo que ha llamado El arte de pedir, y que da título a su reciente (y muy recomendable) libro y a una charla de TED que podéis ver aquí si preferís la versión audiovisual. La capacidad de reconocer que una necesita a los demás y de pedirles lo que necesita y al mismo tiempo de ser capaz de reconocer que es un acto de generosidad de los demás aportar eso que tú necesitas. Chapeau, Amanda. Haces que parezca fácil, pero no lo es.
En cuanto a Neil, su enorme creatividad probablemente tenga una gran relación con su aceptación de los errores. Algo fundamental si queremos ser realistas: no somos perfectos. Vamos a equivocarnos, vamos a correr riesgos, vamos a jugárnosla y a perder. Y no pasa absolutamente nada. Sin esos errores, uno no llegaría a aprender lo suficiente como para ser parte de este equipo, sin duda.
Enhorabuena, pequeño Anthony-Squeaker. Tus padres te van a enseñar cosas estupendas, ya verás.
Ahora que no tengo hijos, y que nadie va a pensar que lo escribo por despecho, me siento suficientemente libre para reflexionar sobre quién lleva y quién recoge a los niños del colegio.
Sin ánimo de ser rigurosa en los datos que utilizo, vengo observando por mis amigos, conocidos y compañeros de trabajo que lo más común en una pareja que reparte equitativamente las tareas domésticas y familiares es que los niños los lleve al colegio una de las partes y que lo recoja la otra.
Queda meridianamente claro. Es un fifty-fifty. Uno va y el otro vuelve con ellos. Uno les da el desayuno, los viste, los peina y les prepara el bocadillo. El otro les prepara la comida y/o merienda y los lleva a las extraescolares.
No voy a negar que es el plan perfecto. Pero, ¿quién los lleva y quién los trae? ¿Son los padres? ¿Las madres? ¿Los abuelos? ¿Una mezcla de todos ellos?
Louie C.K. es un desastre como novio, pero lleva a sus hijas al cole… y las recoge
Efectivamente, aunque no sea tu caso, sabes de sobra que lo más común es que ellos los lleven al colegio y ellas los recojan. Pero qué perdemos por el camino, qué estamos comprometiendo con esta decisión.
El camino hacia la conciliación familiar pasa por la flexibilización de horarios. Evidentemente sigue habiendo horarios rígidos donde las jornadas son de 7 a 15h, de 15 a 23h y no hay tutía. Los niños son carne de aulas matutinas, comedores y clases extraescolares. Pero quiero hablar de los casos en los que hay elección. De los casos en los que se puede solicitar una jornada reducida, de los trabajadores por cuenta propia, de los trabajos de oficina, de los comerciales, etc.
Quien lleva a los niños al colegio entra más tarde al trabajo. Lo que hace años hubiera sido impensable hoy está bastante aceptado. Entras algo más tarde y retrasas la hora de salida para compensar la jornada.
Todavía creo que no se ha inventado el cliente que solo pueda reunirse de 8:00 a 8:30 y sea imposible verlo a otra hora de la mañana o de la tarde. Sin embargo, todos conocemos a ese partner que las 5 de la tarde es su hora favorita para fijar reuniones interminables o esa familia que es imposible que te visite hasta las 18 por sus horarios laborales.
Hace un tiempo, hablaba con mi pareja de este tema y me decía que cómo iba a preferir estar en el trabajo por las tardes que con sus hijos. Evidentemente planteado en esos términos nosotras tampoco querríamos ni me atrevería siquiera a plantear esta cuestión. Pero no es una cuestión de preferencias ni de prioridades. Se trata de que todavía nosotras tenemos que demostrar mucho más que nuestro trabajo es relevante para la empresa. Y la empresa valora mucho más la disponibilidad de un trabajador que la efectividad de su trabajo (desgraciadamente para todos).
Salir volando del trabajo porque dejas abandonadas a tus criaturas es una parte fundamental del techo de cristal, responsable de la limitación en el ascenso laboral de las mujeres y que pone en peligro su estabilidad laboral. Por lo que yo le pediría a todos los padres que estén por la igualdad (espero que sean todos) que hagan el esfuerzo, porque ese esfuerzo si no lo hacen ellos lo van a hacer ellas y les van a penalizar el doble.
Ante la recién estrenada paternidad, ¿puedes decir en la oficina que a partir del lunes entrarás a primera hora y saldrás a medio día? Puesto que tu sueldo es mayor que el de ella y tu estabilidad laboral mayor, ¿podrías ser tú el que reduzca la jornada y así equiparáis vuestros salarios? Piensa que la recompensa a estos esfuerzos va a ser tiempo y aportar tu granito de arena para que la realidad laboral que se encuentren tus hijos e hijas al crecer sea mucho mejor que la que encontraron sus padres.
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.”
Julio Cortázar, Rayuela
A comienzos de año, la escritora Mandy Len Catron, que lleva tiempo recopilando material para escribir un libro sobre el amor, decidía poner en marcha un experimento que realizó en los años 90 el psicólogo Arthur Aron. Como en aquel caso, funcionó: Catron se enamoró de su «extraño» (aunque ella reconoce que hizo trampas al elegir a quién se lo proponía). Con ocasión de San Valentín, se volvió a repetir la fórmula con más de 100 personas, y el resultado final es un cortometraje.
La fórmula es sencilla: sólo hay que responder 36 preguntas, que consiguen generar una ilusión de intimidad, y, a continuación, pasar cuatro minutos mirándose a los ojos. Al estar predefinidas, ni el emisor se siente «cotilla» ni el receptor se siente forzado. Como cuando éramos pequeños y jugábamos a beso, verdad o atrevimiento: las reglas del juego hacen que contestemos la verdad, que sigamos con las normas. Venga, mostrémonos, total, «es un experimento».
Elaine Aron, la mujer del pionero, explica en este artículo del Huffington Post que existen varios requisitos para que las preguntas funcionen. Por ejemplo, que la intimidad creada sea gradual (lo que evita situaciones incómodas por una excesiva exposición), o que exista, obviamente un interés por parte de ambos hacia las respuestas.
Así que la fórmula del enamoramiento es muy sencilla: contacto visual, estar dispuesto a hablar de ti, estar dispuesto a escuchar sobre el otro y arriesgarse a compartir intimidad.
Esto nos lleva a preguntarnos, si es tan sencillo, cómo es posible que no nos enamoremos todo el rato. Yo soy una enamoradiza de cuidado, lo confieso, y me doy cuenta al ver esta fórmula de que es así porque repito la fórmula continuamente: miro a los ojos, pregunto, cuento, y una cierta incapacidad para pensar las cosas dos veces me hace que termine también generando intimidad, muchas veces sin pretenderlo (también, sospecho, porque tengo una cierta tendencia a la ansiedad; según las investigaciones, también hay una correlación entre el nivel de ansiedad o excitación general en que nos encontramos y la atracción que sentimos por los demás). Por eso no ha habido forma humana de que me convenzan de que Tinder funciona: me aburre mortalmente, me parece un catálogo de personas al que le echo en falta el alma. No hay contacto visual, y las conversaciones estándar «qué haces», «vienes mucho por aquí» son incapaces de generarme el más mínimo interés por lo que hay bajo la fachada (aunque las hay que han intentado recrear el experimento en Tinder… con desiguales resultados).
Por una serie de casualidades he acabado viendo algunos programas de esta edición deQuién quiere casarse con mi hijo que acabó ayer; un programa que no es nuevo, ni sorprendente, seguro, pero que además me resulta deliciosamente predecible, pensando en todo esto.Y me lleva a preguntarme también qué es lo que pasa en los realities para que los protagonistas sientan las cosas tan intensamente. Nunca me he planteado que esté todo guionizado: no creo que guonistas tan buenos vayan a estar escribiendo realities, no creo que alguien pueda sostener u papel con esa regularidad durante tanto tiempo. Y sin embargo, sí que he vivido experiencias relativamente parecidas. No sé cómo se llama en realidad, pero imagino que todos entendéis la expresión «efecto campamento»: conoces a unas personas, compartís muchas experiencias (un curso, un viaje, un trabajo particularmente intenso) y de pronto empiezan a crearse chistes privados, rutinas, os echáis de menos enseguida, y de pronto esas personas son tus mejores amigos, tu pareja, tu familia… ¿A quién no le ha pasado? ¿Y cómo, si no, se iban a crear los vínculos sociales?
Veamos las «36 preguntas del amor»:
Bloque I
1. Si pudieras elegir a cualquier persona del mundo, ¿a quién invitarías a cenar?
2. ¿Te gustaría ser famoso? ¿Cómo?
3. Antes de llamar por teléfono, ¿ensayas lo que vas a decir? ¿Por qué?
4. ¿Cómo sería un día perfecto para ti?
5. ¿Cuándo fue la última vez que cantaste a solas? ¿Y para otra persona?
6. Si pudieras vivir hasta los 90 años y tener el cuerpo o la mente de alguien de 30 durante los últimos 60 años de tu vida, ¿cuál de las dos opciones elegirías?
7. ¿Tienes una ‘corazonada’ secreta acerca de cómo vas a morir?
8. Di tres cosas que creas que tenemos en común.
9. ¿Por qué aspecto de tu vida te sientes más agradecido?
10. Si pudieras cambiar algo en cómo te educaron, ¿qué sería?
11. Tómate cuatro minutos para contarme la historia de tu vida con todo el detalle posible.
12. Si mañana te pudieras levantar disfrutando de una habilidad o cualidad nueva, ¿cuál sería?
Bloque II
13. Si una bola de cristal te pudiera decir la verdad sobre ti mismo, tu vida, el futuro, o cualquier otra cosa, ¿qué le preguntarías?
14. ¿Hay algo que hayas deseado hacer desde hace mucho tiempo? ¿Por qué no lo has hecho todavía?
15. ¿Cuál es el mayor logro que has conseguido en tu vida?
16. ¿Qué es lo que más valoras en un amigo?
17. ¿Cuál es tu recuerdo más valioso?
18. ¿Cuál es tu recuerdo más doloroso?
19. Si supieras que vas a morir de pronto en un año, ¿cambiarías algo en tu forma de vivir? ¿Por qué?
20. ¿Qué significa la amistad para ti?
21. ¿Qué importancia tienen el amor y el afecto en tu vida?
22. Dime cinco características positivas de mí.
23. ¿Tu familia es cercana y cariñosa? ¿Crees que tu infancia fue más feliz que la de los demás?
24. ¿Cómo te sientes respecto a tu relación con tu madre?
Bloque III
25. Di tres frases que empiecen por «nosotros». Por ejemplo, «nosotros estamos en esta habitación sintiendo…».
26. Completa la frase: «Ojalá tuviera alguien con quien compartir…».
27. Si te fueras a convertir en mi amigo íntimo, comparte conmigo algo que sería importante que supiera.
28. Dime qué es lo que más te ha gustado de mí. Sé muy honesto, di cosas que no dirías a alguien a quien acabas de conocer.
29. Comparte con tu interlocutor un momento embarazoso de tu vida.
30. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste delante de alguien? ¿Y a solas?
31. Cuéntame algo que ya te guste de mí.
32. ¿Hay algo que te parezca demasiado serio como para bromear sobre ello?
33. Si fueras a morir esta noche sin poder de hablar con nadie, ¿qué lamentarías no haber dicho a alguien? ¿Por qué no se lo has dicho hasta ahora?
34. Tu casa se incendia con todas tus posesiones dentro. Después de salvar a tus seres queridos y a tus mascotas, tienes tiempo para hacer una última incursión y salvar un solo objeto. ¿Cuál escogerías? ¿Por qué?
35. De todas las personas que forman tu familia, ¿qué muerte te parecería más dolorosa? ¿Por qué?
36. Comparte un problema personal conmigo y deja que te cuente cómo lo habría solucionado yo. Pregúntame también cómo creo que te sientes respecto a él.
No he visto todos los capítulos del programa, pero han sido suficientes para ver casi todos estos tópicos representados en un momento u otro. Los «hijos» preparan días perfectos para sus pretendientes, demostrando cómo serían para ellos, qué les parece importante compartir con su pareja, y se dejan también sorprender por estos. Imponen sus requisitos: para empezar, a sus madres (no quiero entrar en eso, pero el hecho de que las madres sean quienes presentan a su hijo como premio, independientemente de la «cuota de homosexualidad» de cada edición, es deplorablemente sexista: redunda en el estereotipo de la suegra como bruja, del síndrome de Edipo, de las mujeres como alcahuetas y otros varios tropos que habría que destruir uno por uno, también). Los diferentes pretendientes se fuerzan a buscar puntos en común que les acerquen más entre sí que a los otros concursantes. Se intentan conocer a toda velocidad: se comparten «secretos», sueños, aspiraciones, recuerdos. Se halagan: el formato del concurso premia este tipo de interacciones positivas: «Eres maravillosa, pero…». «He descubierto tu secreto y te perdono». Y, al mismo tiempo, hace que se trasluzcan los reparos: «Mi madre cree que esto es importante». «Respeto tu forma de vida pero no la comparto».Así que es así de sencillo, y, si lo pensamos, seguro que recordamos más de un caso. Personas que no nos parecían muy interesantes o atractivas pero con las cuales sentimos al menos un fuerte cariño tras compartir algunas experiencias intensas. O un secreto. O un momento íntimo.
¿Pero qué pasa con desenamorarse? Pues aparentemente, es aún más fácil. Otra columnista del New Yorker propone estas 36 preguntas alternativas. Si no os funcionan, no tenéis más que esperar: ya sabéis que el amor dura tres años. U ocho programas. Depende de lo que estemos dispuestos a sostener la escucha, la confianza y la intimidad.
La culpa es de la monogamia, abraza el poliamor: ¿repensar las relaciones para dejarlo todo igual?
Alguien me dijo un día que si algo te molesta, te da asco o te genera odio, has de pararte a pensar acerca de ello y tratar de comprobar qué dispositivo hay detrás: una cuestión de clase, de género, etnocéntrica o de cualquier otro tipo. Imagino que lo mismo ocurre con aquello que causa el fervor de grandes grupos humanos. De pronto algo se pone de moda y parece que eres imbécil si no te subes al carro de semejante modernez. Que no te enteras, colega, que esto es lo que mola ahora.
El tema de las relaciones humanas (afectivas, amorosas, de amistad…) me preocupa como persona y como socióloga. Como persona es un tema que me revuelve; me duele pensar y debatir sobre ello, y creo que es una buena señal, porque quiere decir que se están desmoronando cosas que dabas por hecho, que te habían inculcado desde las primeras etapas del aprendizaje y nunca habías podido pensar. Como socióloga, una de las cosas que me interesa es analizar la enorme complejidad que subyace a las relaciones interpersonales e intergrupales, por mucho que a veces los sociólogos nos empeñemos en reducirlas a numeritos.
Por esto me parece que, cuando la cuestión a tratar es ni más ni menos que un cambio radical del modelo de relaciones que lleva vigente (¿cuánto tiempo?), hay que avanzar con cautela, tratar de reprimir un entusiasmo exacerbado y evitar dar lecciones de superioridad moral al resto del mundo. Porque el modelo a través del cual nos relacionamos no es algo que se pueda cambiar de la noche a la mañana.
Ya hemos dicho en este blog que el amor romántico se basa en numerosos mitos, que hemos interiorizado eficazmente y que por ello le sirven de firme sustento: la media naranja, los celos como regalo, el control como muestra de afecto, el dolor como algo inherente al amor, etc. Queda claro que todos estos mitos son perjudiciales, crean relaciones insanas y debemos trabajar para que, poco a poco, desaparezcan del imaginario colectivo, sustituyéndolos por representaciones orientadas al bienestar y no al sacrificio. Por eso me preocupa que la alternativa que se está poniendo de moda estos días, la del poliamor (con sus subcategorías), llegue rodeada de más mitos e irrealidades, de grandilocuencia y de esa actitud de superioridad moral.
Creo que coincidiremos en que buscar una pluralidad de modelos de relación es algo positivo. Que cada uno pueda elegir la opción que mejor se le adapte sin coacción. Está claro que la monogamia no es para todo el mundo, pero ¿no es para nadie? ¿Y es para todo el mundo el poliamor? La cuestión central es que, a día de hoy, la monogamia es la única opción posible. Esto entraña dos problemas: el primero es que no hay tal cosa como «elegir» ser monógamo y el segundo que cuando eliges no serlo, te espera rechazo y boicot por parte de mucha gente.Para mí la monogamia, a pesar de ser la base del amor romántico, no lo agota. La monogamia es sólo un rasgo del enorme entramado del amor romántico, en el que se entremezclan la dominación de los hombres sobre las mujeres, de los heterosexuales sobre otras sexualidades, de la monogamia sobre el poliamor, del capitalismo sobre otras formas de organización económico-social, etc. Dominación. Dominación y violencia. Entiendo que para atacar a un sistema firmemente arraigado es más fácil atacarlo en su conjunto que andar haciendo concesiones a alguno de sus rasgos, porque la crítica pierde fuerza, pero me da un poco de miedo también la crítica totalizadora, acrítica de tan ambiciosa que es. Me preocupa que se piense que atacando la monogamia cambiará todo, cuando el amor romántico es mucho más que eso. Me preocupa esa festividad en torno al poliamor, como si fuera la fórmula que nos liberará de todos nuestros males. Y, sobre todo, lo poco que se exponen los problemas que esta alternativa lleva aparejados.
Creo que la teoría y la práctica han de ir unidas. No podemos pasarnos la vida teorizando sin llevar a la práctica los cambios que pretendemos llevar a cabo. Pero tampoco tiene sentido pretender hacer un cambio de modelo para dejarlo todo igual. Y mucho me temo que tener varias parejas (y aquí estoy simplificando los rasgos del poliamor, pero precisamente me preocupa la ligereza con la que se expone esta propuesta por parte de quienes la defienden) no va a acabar por sí mismo con el amor romántico. Se pueden tener numerosas relaciones paralelas y repetir los patrones de violencia del amor romántico.
Es muy probable que una relación monógama sea más dañina que una poliamorosa. Que aprender a compatibilizar varias relaciones pueda llevar, a la larga, a un mayor bienestar. Pero creo que también se pueden construir relaciones sanas desde la monogamia, desde un planteamiento radical de la misma en la que se luche por hacer de ésta una opción más, lo que implica incluir en la ecuación tantos otros modelos de relación sana como seamos capaces de imaginar y construir.
La anarquía relacional, dentro de las variantes del poliamor (y por lo poco que sé de ella) es una de las propuestas que más me agrada. Me gusta porque (corregidme si me equivoco) pretende equiparar todas las relaciones de amistad, desjerarquizándolas. Para mí la amistad es sin duda la base del amor y creo que desde ahí, desde la amistad, debemos repensar las relaciones. Alguien me dijo una vez dos palabras que me marcaron y desde entonces me acompañan: independencia compartida. Creo que esa es la base de las relaciones. Que dos espacios completos, el tuyo y el mío, decidan en un momento determinado y en base a unos acuerdos concretos unirse mientras siguen siendo dos. Un acuerdo revisable en todo momento, en evolución continua al tiempo que evolucionan las dos partes.
Luchemos por lo que nos hace felices y por hacer felices a las demás. Seamos honestas con nosotras mismas y el resto. Respetémonos y respetemos a los otros.
Y, como dice el Relationsanarkii 8 punkter: Eso sí, luchemos por lo que realmente queremos, no simplemente contra las normas.
¿Qué quieres que te diga?
¿Que mi vida va genial?
¿Que todo transcurre tal y como lo pensé,
tal cual, sin más?
¿Que todas mis decisiones
pasan por un autotune de aciertos?
Qué más da, si no lo vas a escuchar.
¿Qué quieres que te diga?
¿Que escogiste lo mejor?
¿Que ya no quedaba amor?
¿Que no me merecías porque eras lo peor?
¿Qué tengo mil ilusiones,
qué ya no queda ni un gramo de pena?
Qué más da. Nunca supiste escuchar.
¿Qué quieres que te diga?
¿Que el tiempo va a mejorar,
que el gobierno está fatal,
que el Barça hoy ha vuelto a pinchar?
¿Qué quieres que te diga,
que sin ti no puedo más,
Que mi vida se rompió cuando te fuiste sin pensar que
nunca, nunca más me iba a recuperar
porque cuando tú jugabas yo creía
que lo que hacías era amar?
Y mientras,
yo me enamoraba como un fan
de tu voz, de tus amigos, de tu ropa
y de tu forma de mirar.
¿Qué quieres que te diga?
¿Que prefiero pasear por la playa
y escuchar a Billy Joel, o quizás a Ben Folds Five,
porque sé que tú los odiabas,
no eran suficientemente indies…? Qué más da. Tú siempre fuiste lo más.
¿Qué quieres que te diga?
¿Que el trabajo no está mal,
que cerraron el local donde solíamos tocar?
¿Qué quieres que te diga,
que me arrancaste el corazón?
Y hoy se te ocurre venir a pedir perdón
Después de un siglo o dos.
(La Casa Azul – Como un fan)
Este post es un exorcismo, una confesión, una hoja de diario; muy poco filosófica, ni psicológica, ni sociológica. Me enamoré como una fan casi a la vez que era lanzada esta canción; y no era la primera vez. Y es una forma terrible de enamorarse. Bebía cada una de sus palabras. Sus gustos eran mis deberes. Lo que en aquella época leía, veía o escuchaba está todavía tan relacionado con su persona que tengo autores, cineastas y grupos vetados aún, diez años después. Por si a alguien le cabía duda, la historia acabó mal, fatal. De hecho suelo presumir de que entre mis ex parejas se cuentan varios de mis mejores amigos pero en este caso aún no podemos estar en la misma habitación sin que se enrarezca el ambiente. Sí, diez años después.Si intento entender por qué aquella relación me dolió tanto a día de hoy sigo sin entenderlo bien. El pasado 25N una chica que conozco y que trabaja precisamente sobre el amor en su tesis nos proponía en Facebook que analizásemos entre las formas sutiles de dominación dentro de la pareja la que se construye desde la admiración, que cuestionásemos nuestro propio deseo. «¿Por qué tanta necesidad de admirar? Y sobre todo ¿qué es lo que consideramos admirable?» Me parecen dos preguntas indispensables para pensar sobre cómo nos enamoramos.
¿Es Alex Vause, de Orange is the new black, también sapiosexual?
Al buscar quien me guíe, busco a quien sepa más que yo. Me coloco inmediatamente en la posición de aprendiz. ¿Qué implica eso? Para empezar, que mi capacidad crítica se ve tremendamente mermada. Esa persona ya no tiene fallos. Siempre tiene razón. Eso empieza a generar dudas, una tras otra, sobre el propio criterio. ¿Es cierto esto que creo? ¿Estoy segura de que disfruto con esto? Una base fantástica, por cierto, para las relaciones tóxicas de todo tipo. No es necesario que alguien te haga sentir inútil si tú misma ya te has colocado en esa posición a costa de idolatrar a la otra persona, de creer que ella es el producto terminado y tú quien aún tiene un largo camino por recorrer.¿Cuántas de las personas que conocéis consideran que la admiración es un componente indispensable del amor? George Sand decía que el amor, sin admiración, es sólo amistad. Si contesto instintivamente, yo misma levantaría la mano. Necesito admirar para enamorarme porque, como esta chica proponía, hay una cierta sensación de estatus construida en torno al amar a quien es mejor que nosotros. Y así, no amamos al compañero, sino al guía. Admiramos la inteligencia; y ojo, que esto es preocupante: creemos que las personas negativas son más inteligentes, encima.
Una profecía que, en realidad, se autocumple. Incluso aunque tenga qué aportar, no lo voy a demostrar. Como un perrillo faldero, soy yo quien se entusiasma, quien admira, quien sigue, quien imita. La otra persona se puede sentir halagada, incluso obligada. Pero en estas condiciones no hay forma de que se sienta entusiasmada por estar conmigo. Y leía hace poco que si las dos partes no sienten entusiasmo, no hay nada que hacer. Me parece un buen criterio. La relación se convierte en un cementerio para las aspiraciones de una de las dos partes, que se coloca en el plano secundario. Pero también para el orgullo, la admiración y la sorpresa de quien se coloca en la posición de superioridad. También me he visto en esas, y aquel guía me dejó porque «había dejado de ser yo misma». Eso es lo que pasa cuando una se enamora como una fan. Que desaparece en el otro. Y nadie quiere estar con una cáscara vacía (de hecho, si alguien quiere estar con vosotros cuando no sois vosotros mismos, huid; es un síntoma de narcisismo bastante chungo no echar de menos a la persona por la que os habíais sentido atraídos cuando desaparece para convertirse en vuestro espejo).
Es decir: la atracción por la inteligencia viene a sustituir la atracción por el dinero y el éxito por los que las mujeres han cambiado tradicionalmente su belleza física. La inteligencia, lógicamente, está asociada al estatus en la sociedad del conocimiento. ¿Pensaban ustedes que eran menos superficiales porque les atraía más una buena conversación que un buen tono muscular? Se equivocaban. En realidad es el mismo mecanismo superficial, aplicado a los nuevos tiempos. Mala suerte.
Y, ¿saben una cosa? El problema del amor basado en las mentes es que es pegajoso. Se queda adherido a las canciones, a los libros, a las películas. Nos ataca por sorpresa detrás de algunas palabras del diccionario y se come nuestros gustos. Y de pronto, con la ruptura, no perdemos sólo a esa persona. Detrás de ella se van discografías completas, el cine francés, tres estaciones de metro, una forma de hablar y de escribir.
Cada persona que forma parte de nuestra vida deja una herencia, un aprendizaje. Qué bonito sería entenderlo así y hacerlo nuestro de forma natural, progresiva, selectiva. Y mutua. Y compartir lo que nosotras también hemos aprendido, y seguimos aprendiendo por otras vías. E intercambiarnos, en lugar de anularnos.
Y que no tengan que pasar diez años para poder volver a leer a Pizarnik.
La culpa de todo la tiene James Stewart . Él empezó todo esto con el pomo de la barandilla de la escalera que siempre se soltaba, y de ahí hasta nuestros días. Llega la navidad y nos ponemos a hacer balance vital cual George Bailey en ‘¡Qué bello es vivir!’ preguntándonos si llevamos la vida que queremos o si somos víctimas del destino. Es la época del año en la que nos vemos obligados a dedicar más tiempo y atención a nuestras relaciones personales, lo que a veces se convierte en un revulsivo inesperado para cuestionar el amor en nuestras vidas. Quizás por eso ‘Love Actually’ se ambiente precisamente en el periodo navideño, para aprovechar esa red de encuentros tan concentrada que sólo tienen lugar en esos días del calendario. La película, escrita y dirigida por Richard Curtis, realiza un breve recorrido por varias relaciones y apela a nuestro optimismo para mostrar una idea del amor.
«La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo entiendo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo no es especialmente decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí. Padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos. […] Si lo buscáis tengo la extraña sensación de que descubriréis que el amor en realidad está en todas partes.»
Escena de ‘Los fantasmas atacan al jefe’ (‘Scrooged’, 1988)
El mensaje no es nuevo y el resultado del conjunto es ciertamente agradable, un producto perfecto para todos los públicos, pero el collage de historias no es tan heterogéneo como se anuncia, ni la panorámica sobre el amor resulta tan realista. Sólo una de las propuestas se sale del patrón pareja heterosexual y todas aspiran al noviazgo o el matrimonio salvo el caso nombrado y los damnificados por circunstancias insalvables como el personaje de Mark (Andrew Lincoln) que está enamorado de la esposa de su mejor amigo, o Sarah (Laura Linney) y Karl (Rodrigo Antoro), que no logran superar la relación absorbente de Sarah con su hermano enfermo mental. El caso de Sarah resulta interesante como manifestación del concepto de sacrificio de amor tan vinculado al universo femenino. Ella lleva dos años enamorada de su compañero de trabajo y cuando por fin hay un acercamiento entre ambos prefiere seguir manteniendo su vida como está, centrando toda su atención en la relación con su hermano. Ni siquiera hay un intento de adaptación por su parte. Karl no es consultado para saber si a pesar de las aparentes dificultades está dispuesto a esforzarse, es una decisión unilateral.
Es como si la devoción hacia un tipo de afecto fuera incompatible con cualquier otro. Es una clásica postura de resignación heredada de la idea de amor romántico, en la que el individuo es un agente pasivo sin capacidad creativa de alternativas a un totalitarismo social sobre el ámbito privado.«Como ya no tenemos padres y ahora los dos vivimos aquí es mi deber cuidarle. Bueno, no es mi deber, pero obviamente lo hago encantada.» Con ese obviamente lo hago encantada Sarah oculta la frustración de una vida solitaria marcada por la dependencia de su hermano. No estaría bien visto ser sincero y afirmar que algo nos sobrepasa, que no sabemos cómo afrontar una situación difícil en una relación. Hay otro momento significativo con respecto a esto en la historia de Daniel (Liam Neeson) un hombre que acaba de quedarse viudo y al cargo de su hijastro. En determinado punto recurre a su amiga Karen para mostrar sus temores y su dolor y ella le insiste en que se controle, que nadie soporta a los cobardes. Nos encontramos de nuevo ante un condicionamiento de género. Puede que estos sean los detalles de la película más cercanos a lo que podría ser una crítica a la idealización del amor romántico y nuestros roles en dicho esquema, pero no se profundiza en ello, Curtis prefiere quedarse con una imagen general más amable.
Por otro lado, determinadas líneas argumentales se desarrollan de forma un tanto forzada como la infidelidad sufrida por Jamie (Colin Firth) y su enamoramiento absoluto de alguien a quien apenas conoce, Aurelia (Lúcia Boniz), la asistenta portuguesa que le ayuda en la casa de campo donde se retira para escribir. La barrera del idioma no les impide conectar, pero de eso a una propuesta matrimonial estilo caballero hay un trecho. Resulta más realista la infidelidad de Harry (Alan Rickman) hacia Karen (Emma Thompson), ambos formando el modelo clásico de matrimonio maduro. Y es creíble entre otras cosas por la tremenda secuencia de Emma Thompson asumiendo la decepción mientras escucha Both Sides Now de Joni Mitchell, un momento íntimo y conmovedor.
Nos encontramos también con otras líneas argumentales más frescas como ese primer amor del hijastro de Daniel, el romance entre los dobles de cine porno o la relación entre el Primer Ministro británico (Hugh Grant) y su secretaria Natalie (Martine McCutcheon). Esta historia se adentra quizás en terreno algo inverosímil y no sólo por el movimiento de caderas de Grant cuando le da por bailar, sino por representar una versión del cuento del rey enamorado de una chica del pueblo. Refuerza el dañino mito del príncipe azul. Aunque para exagerar tópicos está el personaje de Colin (Kris Marshall) y su idealización de la mujer americana como la solución para su limitada vida sexual. Esto último es además un llamativo ejemplo de la cosificación sexual de la mujer, ya que lo que acontece desde que Colin pisa tierras estadounidenses parece más una fantasía erótica que la consecuencia lógica de una fe ciega en sí mismo y su plan.
Por último quiero destacar mi historia favorita de toda la película, la relación entre el rockero Billy Mack (Bill Nighy) y su manager Joe (Gregor Fisher). Billy intenta colarse en las listas de éxitos navideños con una versión de ‘Love is all around’ que se limita a cambiar la palabra ‘love’ por ‘christmas’, todo un prodigio. Su curiosa campaña promocional basada en la sinceridad más descarada y certera no sólo proporciona las secuencias más divertidas del film, además desemboca en la única declaración de amor fuera del patrón heterosexual, e incluso fuera de la propia concepción del amor romántico en sí. Billy descubre que el verdadero amor de su vida ha sido su agente, quien le ha apoyado de forma incondicional incluso en sus manifestaciones más irreverentes. El vínculo entre ambos es real y honesto, inclasificable y tierno. Es amor, del de verdad, del de navidad, y no ha sido algo casual, ha sido algo sustentado a lo largo del tiempo. «Hemos tenido una vida maravillosa» le confesaba Billy Mack a Joe.
El amor está en todas partes pero no es algo que se tenga que buscar para verlo o con lo que nos tropezamos si tenemos suerte en el camino. Si fuera así, el desarrollo de nuestras emociones estaría expuesto al devenir de la vida y nosotros estaríamos indefensos. Este planteamiento es una forma de evadir nuestra responsabilidad en la gestión de nuestra propia felicidad. Tal vez sea mejor considerar que el amor es una construcción que nos permite elevar un sentimiento de base hasta alcanzar una emoción profunda que cuando está nos estimula como pocas cosas lo hacen y cuando desaparece no nos abandona en un pozo de dolor profundo porque aunque sea temporal no es efímera.
Con esto no quiero decir que cada uno «elabore su amor ideal» como si se tratase de una receta de cocina. No es cuestión de cambiar a nadie, ni de idear un plan maestro para el éxito como el personaje de Colin, ‘el dios del sexo’. Si confiamos en ese tipo de estrategias lo más probable es que nos decepcionemos y suframos más de lo necesario a pesar de que quienes prueban dicha fórmula en la película salgan bien parados. Construir no es controlar ni establecer un canon a nuestra imagen y semejanza. Puede haber una atracción implícita o un afecto entre dos personas, pero si no hay una comunicación entre ambos, una implicación de ambas partes, las posibilidades se diluyen, como le ocurría al personaje de Sarah (Laura Linney) con Karl. Construir el amor es un diálogo entre dos seres humanos para complementarse en un proyecto común. Las relaciones no deben ser entes misteriosos que nos atacan a veces dejándonos como víctimas a su merced, ni inaccesibles fórmulas de desigualdad bajo las que tenemos que someternos para ser felices. No hay nadie que encarne nuestros sueños ni se nos aparecerá en un futuro como el espíritu de la navidad si creemos en el amor como en una bendición concedida. Ambos la habían construido juntos en un entendimiento mutuo. A diferencia de las comedias románticas en las que lo personajes están supeditados a roles, la vida en el mundo real nos permite construir un amor perfecto para cada uno, construirlo con el otro y experimentarlo.
Y volvemos a James Stewart y a ‘¡Qué bello es vivir!’. George Bailey pasó una navidad muy complicada para comprender qué era lo que quería y aunque el final de su historia es casi milagroso, no deja de ser el resultado de lo que el personaje de James Stewart construyó como amor. Y se trataba de un amor como el descrito al inicio de ‘Love Actually’, no exclusivo del prototipo romántico, esa clase de magia que te encuentras en la terminal de llegadas de un aeropuerto. Tú lo construyes a partir de algo que te hace sentirte en comunión con otro ser humano, como cuando George y Mary conversan al regresar a casa tras el baile:
«-¿Qué has pedido?¿Deseas la luna? Dime solamente una palabra, la cogeré con un lazo y te la entregaré. Te regalaré la luna.
-La acepto. ¿Y luego qué?
-Pues luego te la comes. Y los rayos lunares saldrán entonces de la punta de tus dedos y de la punta de tus dedos de los pies y de la punta de tus pelos ¿Estoy hablando demasiado?»
Nota de la coordinadora: Este proyecto siempre se pensó como uno colectivo. Partiendo de que juntas pensamos mejor, se quiso que reflexionásemos desde diferentes experiencias y trayectorias formativas y vitales sobre el tema del amor, pero también sobre todos sus enfoques. Creo que este post es el punto álgido de esa colaboración. Porque los encuentros a viva voz entre dos de las autoras de este blog se convierten no ya en otra entrada, sino en parte de la trayectoria amorosa de otra pareja a través de este texto, compartido en una boda hace unas semanas. Gracias, en primer lugar, a los novios, por permitirnos compartir este momento íntimo desde aquí; gracias a Dovidena, por ver romanticismo en la legislación, y gracias a Ana, por saber poner palabras a esa sagacidad.
El otro día contaba una amiga que para ella la lectura de los artículos del Código Civil en una boda es de las cosas más románticas que existen en esta vida. Entre las risas de todos los que estábamos, no supo explicarnos con palabras por qué pensaba aquello, pero consiguió convencerme.
En general, estamos acostumbrados a ver en las bodas los grandes actos de amor romántico de las películas, en la que alguien (el reverendo de turno, normalmente, pero también puede ser el padre o una amiga) da un discurso enternecedor de amor eterno en mitad de un jardín espléndido, mientras la pantalla nos bombardea con planos detalle y colores cálidos.
Esa es la idea de boda que todos tenemos en la cabeza, aunque nos pese. Ese momento de tensión cuando preguntan si alguien tiene algo en contra de que se celebre la boda. Ese otro momento de alegría inmensa cuando se levanta la prohibición y la autoridad pertinente autoriza al marido, ahora sí, para que bese a la novia. En las películas nosotros sabemos que no es cierto, que ya se han besado antes porque habitualmente nos lo han mostrado minutos antes.
En la vida real también pasa. Nosotros hemos visto a Sara y a Atilio besarse, los hemos visto abrazarse y quererse desde que empezaron juntos. Los hemos visto reírse y llorar. Los hemos visto felices. Los hemos vuelto a besarse una y mil veces. Y otro millón de cosas que seguro han vivido juntos, pero nosotros no hemos visto.
Precisamente esto es lo que ha ido construyendo lo que hoy celebramos aquí. Cada beso, de los que se han dado y de los que no han podido darse porque los separaba un océano, han ido forjando el afecto y la complicidad que los han traído hoy aquí, a dejar por escrito, firmado de su puño y letra, que tienen la firme intención de pasar toda su vida juntos.
Porque ese papel que firmarán al finalizar la ceremonia es mucho más que un contrato, es el ejercicio de un derecho, es el fruto de un acuerdo entre ellos, el resultado de las líneas rojas que no van a sobrepasar y la definición del inmenso espacio que queda entre ellas que es, al fin y al cabo, en el que van a disfrutar cada día como si volviera a ser el primero o como si fuera a ser el último.
Y eso es la esencia misma del romanticismo y del amor romántico. Tan serio como comprometerse a cuidar el uno del otro, de los que antes los habéis cuidado a ellos y a aquellos, que si quieren en un futuro, un día serán ellos los responsables de cuidar. Tan serio y tan bonito como tratarse y considerarse como iguales. Y tan romántico como compartir las tareas domésticas, que nos hace gracia o nos remueve, pero que te puede hacer sentir que trabajas en el equipo más coordinado y más efectivo del mundo.
Sara y Atilio, yo quiero felicitaros por ser valientes, por afrontar con madurez este momento y por dar este paso, que no siempre es fácil de asumir y mucho menos fácil de organizar. Lo que sí quiero es pediros de corazón que intentéis ser un poco más felices cada día, que es en eso justamente consiste la vida. Que la disfrutéis, que juguéis como niños, que discutáis como adultos y que cada mañana, cuando abráis los ojos, tengáis la seguridad de que vuestra vida va a seguir siendo maravillosa.
Vaya por delante: soy una gran admiradora del género. Los juegos del hambre, las sagas de Scott Westerfeld… Dame unos adolescentes peleando por su vida en un entorno distópico y devoro las páginas sin sentirlas.
En este sentido, Divergente no es mejor que la saga de Collins, al menos desde mi punto de vista. Pero cuenta con una ventaja de la que carece en general toda la literatura juvenil (de ciencia ficción o no) que he leído, y es que dentro de una serie de carencias afectivas descomunales arrastradas por la educación recibida en las facciones, Tris y Cuatro tienen una historia de amor sana y constructiva para ambos. Aleluya.
Me enamoré de él. Pero no simplemente estoy con él por defecto, como si no hubiera nadie más disponible para mí. Estoy con él porque lo elijo, cada día que me despierto, cada día que nos peleamos o nos mentimos el uno al otro o nos decepcionamos. Le elijo una y otra vez, y él me elige a mí.
Ambos personajes cuentan con la ventaja de compartir trayectoria vital: han abandonado a sus familias con la intención de incorporarse a otra facción de su sociedad estrictamente dividida. Por tanto, comparten valores de nacimiento (el altruismo, el sacrificio) pero también el espíritu crítico necesario como para entender que deben combinarlos con otros: que el sacrificio en sí mismo no significa lo suficiente, pero están dispuestos a hacerlo a cambio de salvar a otros; que el altruismo no implica la negación total de la necesidad de divertirse, de disfrutar, de ser felices. No es un mal esquema de partida.
Esto permite que se comprendan, que se reconozcan. Que vean al otro tal y como es, con sus defectos y virtudes; y esto les ayuda a convertirse en una motivación mutua para mejorar, pero no para transformarse en alguien diferente.
Eres débil, no tienes músculo. Nunca ganarás, así no. Pero eres rápida y puedes ganar si usas todo el cuerpo. Sigue trabajando.
(Cuatro a Tris, durante su iniciación en Osadía)
No será la mejor saga de su género, pero a nivel romántico tiene mucho que enseñar a las demás.Pero ambos arrastran también sus propias complicaciones. Tienen dificultades para comunicarse: por una vez, esto no es exclusivo del rol masculino, misterioso y opaco, sino que fluye en ambas direcciones y aprenden juntos a resolverlo, y no tiene tanto que ver con su rol de género como con el entorno hiperregulado en el que se han criado (lo que, a diferencia del clásico «boys will be boys», convierte el problema en una construcción social a la que enfrentarse igual que lo hacen con el resto). Tienen dificultades para confiar en otros (también a consecuencia de la hipervigilancia en la ciudad y de la situación bélica en que se encuentran) pero aprenden, poco a poco, a confiar al menos el uno en el otro. A diferencia de la Saga Crepúsculo, el personaje de ella, que llega desde fuera al mundo del que él ya forma parte (e incluso en el que es un líder) no es ni mucho menos un personaje secundario en la serie de acontecimientos que van a tener que vivir. No depende de las reacciones de Cuatro, no se anula en él. Ambos tienen sus propios miedos, amigos, prioridades. Juntos forman un equipo, y como tal pelean, considerando las necesidades de ambos. Con desencuentros, con malentendidos, e incluso a pesar de un final que contradice toda la dinámica creada a lo largo de la trilogía, tanto entre ellos como con respecto al universo en el que viven.
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