Love Actually
La culpa de todo la tiene James Stewart . Él empezó todo esto con el pomo de la barandilla de la escalera que siempre se soltaba, y de ahí hasta nuestros días. Llega la navidad y nos ponemos a hacer balance vital cual George Bailey en ‘¡Qué bello es vivir!’ preguntándonos si llevamos la vida que queremos o si somos víctimas del destino. Es la época del año en la que nos vemos obligados a dedicar más tiempo y atención a nuestras relaciones personales, lo que a veces se convierte en un revulsivo inesperado para cuestionar el amor en nuestras vidas. Quizás por eso ‘Love Actually’ se ambiente precisamente en el periodo navideño, para aprovechar esa red de encuentros tan concentrada que sólo tienen lugar en esos días del calendario. La película, escrita y dirigida por Richard Curtis, realiza un breve recorrido por varias relaciones y apela a nuestro optimismo para mostrar una idea del amor.
«La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo entiendo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo no es especialmente decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí. Padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos. […] Si lo buscáis tengo la extraña sensación de que descubriréis que el amor en realidad está en todas partes.»
El mensaje no es nuevo y el resultado del conjunto es ciertamente agradable, un producto perfecto para todos los públicos, pero el collage de historias no es tan heterogéneo como se anuncia, ni la panorámica sobre el amor resulta tan realista. Sólo una de las propuestas se sale del patrón pareja heterosexual y todas aspiran al noviazgo o el matrimonio salvo el caso nombrado y los damnificados por circunstancias insalvables como el personaje de Mark (Andrew Lincoln) que está enamorado de la esposa de su mejor amigo, o Sarah (Laura Linney) y Karl (Rodrigo Antoro), que no logran superar la relación absorbente de Sarah con su hermano enfermo mental. El caso de Sarah resulta interesante como manifestación del concepto de sacrificio de amor tan vinculado al universo femenino. Ella lleva dos años enamorada de su compañero de trabajo y cuando por fin hay un acercamiento entre ambos prefiere seguir manteniendo su vida como está, centrando toda su atención en la relación con su hermano. Ni siquiera hay un intento de adaptación por su parte. Karl no es consultado para saber si a pesar de las aparentes dificultades está dispuesto a esforzarse, es una decisión unilateral.
Es como si la devoción hacia un tipo de afecto fuera incompatible con cualquier otro. Es una clásica postura de resignación heredada de la idea de amor romántico, en la que el individuo es un agente pasivo sin capacidad creativa de alternativas a un totalitarismo social sobre el ámbito privado. «Como ya no tenemos padres y ahora los dos vivimos aquí es mi deber cuidarle. Bueno, no es mi deber, pero obviamente lo hago encantada.» Con ese obviamente lo hago encantada Sarah oculta la frustración de una vida solitaria marcada por la dependencia de su hermano. No estaría bien visto ser sincero y afirmar que algo nos sobrepasa, que no sabemos cómo afrontar una situación difícil en una relación. Hay otro momento significativo con respecto a esto en la historia de Daniel (Liam Neeson) un hombre que acaba de quedarse viudo y al cargo de su hijastro. En determinado punto recurre a su amiga Karen para mostrar sus temores y su dolor y ella le insiste en que se controle, que nadie soporta a los cobardes. Nos encontramos de nuevo ante un condicionamiento de género. Puede que estos sean los detalles de la película más cercanos a lo que podría ser una crítica a la idealización del amor romántico y nuestros roles en dicho esquema, pero no se profundiza en ello, Curtis prefiere quedarse con una imagen general más amable.
Por otro lado, determinadas líneas argumentales se desarrollan de forma un tanto forzada como la infidelidad sufrida por Jamie (Colin Firth) y su enamoramiento absoluto de alguien a quien apenas conoce, Aurelia (Lúcia Boniz), la asistenta portuguesa que le ayuda en la casa de campo donde se retira para escribir. La barrera del idioma no les impide conectar, pero de eso a una propuesta matrimonial estilo caballero hay un trecho. Resulta más realista la infidelidad de Harry (Alan Rickman) hacia Karen (Emma Thompson), ambos formando el modelo clásico de matrimonio maduro. Y es creíble entre otras cosas por la tremenda secuencia de Emma Thompson asumiendo la decepción mientras escucha Both Sides Now de Joni Mitchell, un momento íntimo y conmovedor.
Nos encontramos también con otras líneas argumentales más frescas como ese primer amor del hijastro de Daniel, el romance entre los dobles de cine porno o la relación entre el Primer Ministro británico (Hugh Grant) y su secretaria Natalie (Martine McCutcheon). Esta historia se adentra quizás en terreno algo inverosímil y no sólo por el movimiento de caderas de Grant cuando le da por bailar, sino por representar una versión del cuento del rey enamorado de una chica del pueblo. Refuerza el dañino mito del príncipe azul. Aunque para exagerar tópicos está el personaje de Colin (Kris Marshall) y su idealización de la mujer americana como la solución para su limitada vida sexual. Esto último es además un llamativo ejemplo de la cosificación sexual de la mujer, ya que lo que acontece desde que Colin pisa tierras estadounidenses parece más una fantasía erótica que la consecuencia lógica de una fe ciega en sí mismo y su plan.
Por último quiero destacar mi historia favorita de toda la película, la relación entre el rockero Billy Mack (Bill Nighy) y su manager Joe (Gregor Fisher). Billy intenta colarse en las listas de éxitos navideños con una versión de ‘Love is all around’ que se limita a cambiar la palabra ‘love’ por ‘christmas’, todo un prodigio. Su curiosa campaña promocional basada en la sinceridad más descarada y certera no sólo proporciona las secuencias más divertidas del film, además desemboca en la única declaración de amor fuera del patrón heterosexual, e incluso fuera de la propia concepción del amor romántico en sí. Billy descubre que el verdadero amor de su vida ha sido su agente, quien le ha apoyado de forma incondicional incluso en sus manifestaciones más irreverentes. El vínculo entre ambos es real y honesto, inclasificable y tierno. Es amor, del de verdad, del de navidad, y no ha sido algo casual, ha sido algo sustentado a lo largo del tiempo. «Hemos tenido una vida maravillosa» le confesaba Billy Mack a Joe.
El amor está en todas partes pero no es algo que se tenga que buscar para verlo o con lo que nos tropezamos si tenemos suerte en el camino. Si fuera así, el desarrollo de nuestras emociones estaría expuesto al devenir de la vida y nosotros estaríamos indefensos. Este planteamiento es una forma de evadir nuestra responsabilidad en la gestión de nuestra propia felicidad. Tal vez sea mejor considerar que el amor es una construcción que nos permite elevar un sentimiento de base hasta alcanzar una emoción profunda que cuando está nos estimula como pocas cosas lo hacen y cuando desaparece no nos abandona en un pozo de dolor profundo porque aunque sea temporal no es efímera.




Con esto no quiero decir que cada uno «elabore su amor ideal» como si se tratase de una receta de cocina. No es cuestión de cambiar a nadie, ni de idear un plan maestro para el éxito como el personaje de Colin, ‘el dios del sexo’. Si confiamos en ese tipo de estrategias lo más probable es que nos decepcionemos y suframos más de lo necesario a pesar de que quienes prueban dicha fórmula en la película salgan bien parados. Construir no es controlar ni establecer un canon a nuestra imagen y semejanza. Puede haber una atracción implícita o un afecto entre dos personas, pero si no hay una comunicación entre ambos, una implicación de ambas partes, las posibilidades se diluyen, como le ocurría al personaje de Sarah (Laura Linney) con Karl. Construir el amor es un diálogo entre dos seres humanos para complementarse en un proyecto común. Las relaciones no deben ser entes misteriosos que nos atacan a veces dejándonos como víctimas a su merced, ni inaccesibles fórmulas de desigualdad bajo las que tenemos que someternos para ser felices. No hay nadie que encarne nuestros sueños ni se nos aparecerá en un futuro como el espíritu de la navidad si creemos en el amor como en una bendición concedida. Ambos la habían construido juntos en un entendimiento mutuo. A diferencia de las comedias románticas en las que lo personajes están supeditados a roles, la vida en el mundo real nos permite construir un amor perfecto para cada uno, construirlo con el otro y experimentarlo.




Y volvemos a James Stewart y a ‘¡Qué bello es vivir!’. George Bailey pasó una navidad muy complicada para comprender qué era lo que quería y aunque el final de su historia es casi milagroso, no deja de ser el resultado de lo que el personaje de James Stewart construyó como amor. Y se trataba de un amor como el descrito al inicio de ‘Love Actually’, no exclusivo del prototipo romántico, esa clase de magia que te encuentras en la terminal de llegadas de un aeropuerto. Tú lo construyes a partir de algo que te hace sentirte en comunión con otro ser humano, como cuando George y Mary conversan al regresar a casa tras el baile:
«-¿Qué has pedido?¿Deseas la luna? Dime solamente una palabra, la cogeré con un lazo y te la entregaré. Te regalaré la luna.
-La acepto. ¿Y luego qué?
-Pues luego te la comes. Y los rayos lunares saldrán entonces de la punta de tus dedos y de la punta de tus dedos de los pies y de la punta de tus pelos ¿Estoy hablando demasiado?»