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Amor 2.0

Cultura del envase. Eduardo Galeano

«Estamos en plena cultura del envase» (Eduardo Galeano), vía Aquifrases

¿En qué se ha convertido el amor?

Decía el gran Silvio Rodríguez que los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí.

Y así veo el amor en el siglo XXI, como si se tratase del peor invierno. El miedo ha paralizado a media humanidad. Nos ha convertido en personas insensibles, ajenas a todo acto de amor. Podría decirse que es la enfermedad del s. XXI. Lo puedo ver, cada día, en las historias que me cuentan. En las excusas que se dicen para no afrontar el miedo a amar.

Internet nos ha facilitado la vida, eso no se puede negar, pero a mí parecer nos ha vuelto más egoístas. Creo que las relaciones en la era de la nueva tecnología se han convertido en frías e hirientes. Manipulan y controlan. Juegan y, cuando se cansan, buscan algo más nuevo. Consumo inmediato, de usar y tirar. Dan Slater afirma que las redes sociales están volviendo las relaciones más casuales.

Así se vive el amor en la era cibernética. Y es que pertenecemos al mayor escaparate que nunca nadie podría haberse imaginado. Inmersos en seleccionar y elegir como si fuésemos productos. Y, claro, eso deriva en amores superficiales y efímeros. Han dejado de existir las relaciones duraderas por la cantidad de opciones que se tienen en el mercado. Además de la falsa sensación de compañía que otorgan las redes sociales y que pocas veces puede ofrecerte una buena conversación a media tarde.

Galeano dice que vivimos en la cultura del envase y no puede estar más en lo cierto. Ha dejado de importar el interior, lo más buscado es un buen físico que haga subir el número de seguidores.

El amor 2.0 llena nuestras vidas con besos en forma de emoticonos, autoestima basada en la cantidad de likes recibidos, fotos para evidenciar la felicidad y ocultar la realidad detrás del sofá. Somos como aquel pasajero esperando en una sala de aeropuerto viendo despegar aviones, esperando a escoger el mejor, y por mejor quiero decir el que más incremente el número de followers. En conclusión: parejas de escaparate con un fondo vacío. Como expone Alfonso Casas en sus dibujos, publica una foto conmigo para que pueda ver todo el mundo lo felices que somos, de lo contrario pensarán que no me quieres.

No creas en lo que te venden, solo es publicidad; si rascas un poco, conocerás la otra cara de la moneda.

Alfonso Casas. Las mayores distancias no se miden en km

Pareja dormida en la misma cama mirando sus móviles, de Alfonso Casas

Albert Einstein dijo: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas”. Obsérvate ahora, pegado a una pantalla de móvil mirando vidas de personas a las que probablemente ni le intereses, mientras ignoras a las que te quieren. ¿Es esto en lo que se ha convertido el amor? ¿En seleccionar a tu futura pareja por el mejor selfie del día? O aún peor, ¿quién quiere comprometerse con la cantidad de posibles candidatos que ofrece Instagram?

Gracias, pero no acepto el trato. Prefiero mantenerme al margen de todo lo que esa oferta me ofrece porque no demando popularidad, sino sensibilidad. Sí, sensibilidad a la vida y a las personas. Querer y respetar por encima de todo, volver a conectar con los/as que tienes delante. Creo en el amor real, en conocer poco a poco y respetar la libertad ajena. Pero, sobre todo, en construir juntos un techo para cobijarnos fuera de todo esto.

Con esto no quiero decir que Internet sea la bruja malvada del cuento, para nada. Pero como todo en la vida se trata de decidir. Recuerda que lo único que nos pertenece es nuestro tiempo, en nuestra mano está decidir en qué y en quién queremos invertirlo.

El debate está servido. Y tú, ¿que opinas? ¿A favor o en contra del amor 2.0?

La preñez entre bambalinas

Si no has tenido la famosa «suerte de quedarte embarazada», te pido que te tomes unos minutos para hacerte partícipe de una realidad que no tiene ni pintas de color rosa. Más bien, el sentimiento de culpa y remordimiento te persigue en cada minuto de tu vida.

Las mentiras que se dicen del embarazo, ligadas a la violencia a la mujer y doble violencia por la presión que se ejerce per se y por estar en gestación son increíbles. Tantas, que mil palabras se harían ver como un tuit.

Acostumbradas a tapar el dolor y el sufrimiento para no ser calificadas como malas mujeres, indignas de un estado realmente catastrófico y de mutación, decimos para el bien de la sociedad machista que somos hermosas y estamos perfectas, aún cuando la cadera nos reviente del dolor por el peso de la barriga.

Acá solo algunos de los mitos que bordean una de las etapas, para mí, más terribles que puede pasar a una mujer: el embarazo.

via Trestletech en Morguefile

1.- Eres feliz desde el primer momento
Nada puede ser más falso. Más aún si no lo has planificado o si ya no esperabas otre hije . El mundo se cae encima de ti, las nubes negras se apoderan de tu mente: ¿Qué hacer? En mi país el aborto es ilegal, si lo haces y sobrevives a los camales ambulatorios, irías presa por asesina. Si lo llegas a tener en avanzada edad como en mi caso, eres calificada como mujer irresponsable y añosa (término médico para embarazos de mujeres pasadas las 3 décadas). Si lo tienes a temprana edad, los calificativos no dejan de ser fuertes y malignos pero extrapolados: joven golosa (término social machista para subrayar el gusto desmedido de una adolescente por el sexo, gusto que aún no se puede manifestar en sociedad. la culpa te recorre las venas.

2.- No piensas en abortar
Falso. Los planes que tenías de mujer independiente y llena de gatos, se fueron al traste. Tus viajes fueron tachados del calendario y tus ahorros se rutean a biberones y pañales. Entonces, ¿quieres tener a tu cría desde el primer momento? NO, no es así, pasas noches y días pensando a quien llamar, a buscar un número telefónico de una clínica clandestina, pegado en un poste. Luego tomas la decisión: «lo tendré» ( si su decisión será tener al bebé, siga a los siguientes numerales, caso contrario, continúe preparándose en su maestría). Entonces la sociedad se encarga de decirte que eres una fácil ( término patriarcal que pretende someter a la mujer por tener un hijo soltera, culpándola de no tener marido), una mujer que se preñó por irresponsabilidad, más no por una excelente planificación social, obviamente, inexistente.

3.- Estás en la etapa más bella de tu vida
Falso. Tu cuerpo sufre una metamorfosis, te transformas en un ser extraño y nuevo que se llama mamá (estereotipo del que ya hablaremos en próximos artículos), estás mutando… Las tetas te duelen, te llenas de gases, tienes artritis gestacional, te salen hemorroides, vomitas el aire que respiras y lloras, lloras todo el tiempo. Pregunto a las féminas de mi alrededor: ¿cuál síntoma te gustó más? ¿El que no puedas caminar del dolor de cadera? ¿El que tus piernas estén hinchadas y rojas con mucha urticaria? ¿Que tu cuerpo esté pesado como un bloque de hierro? Nadie lo acepta, salvo que sea una mujer muy allegada a ti, que con vergüenza dice «sí, es horrible». No, no es lindo, no es para nada lindo, es terrible, horroroso, eres inútil, casi no recuerdas tu vida sin barriga y sigues llorando. La maternidad la gozas cuando tienes a tu cría en los brazos, y a veces pienso que tampoco es muy cierto.

4.- Perteneces a los grupos de atención prioritaria
Relativamente falso. Si bien es cierto que en medicina es respetado este decreto constitucional, a la sociedad le importa un rábano tu preñez. Vas parada en el transporte público, no te ceden el turno en los bancos, no hay prioridad en los cines ni cajeros automáticos. No importa si sientes que vas a morir de tanto sol, si llegaste última, te aguantas. La atención prioritaria es algo que aún en Ecuador se tiene que luchar por obtener en vez de vivir con naturalidad. Ni hablar de lo que sucede en las catástrofes naturales: «Si la tierra tiembla, yo me iré de aquí», diría Johnny Pacheco.

5.-El instinto materno aflora desde el primer mes
No, no es verdad, llevo 5 meses de gestación y aún me pregunto si tomé la mejor decisión. Me deprimo y me cuestiono por toda la culpa que me enseñó a sentir mi maestr@ diciéndome que a pesar de saber que mi pareja no quería hijes, lo tuve y debo afrontar mi preñez sola (lejos de adoptar una actitud legal y humana), mostrando un orgullo tonto que abarca hambre y desnutrición para la madre y la cría, antes que tramitar los juicios de responsabilidad paternal. De la culpa que me entregó gratuitamente una amiga cristiana, quien decretó que no amaré a mi hije por no ser nacido dentro de matrimonio, con la bendición de un Dios que castiga a un ser que ni ha salido del vientre. Culpa, siento culpa y lucho día a día para que mi hije no nazca con esa energía castradora y sometedora. Aún no puedo cantarle a mi vientre, ni contarle historias, me siento culpable.

6.- No estás enferma, sólo estás embarazada
Falso: para seguir con la poca libertad que tienes, te advierten que compartir con amigos y amigas dejó de ser parte de tu vida desde que el embrión está en tu útero. ¡No! Cuidado, eres mamá, tienes que moderarte, no puedes desvelarte, recuerda, estás EMBARAZADA, no vaya a ser que pierdas al bebé por tu vida social. Pero nuevamente se extrapola para el capitalismo: para seguir produciendo, para las horas extras en la ofi, para aguantar el estrés, los memos, los oficios, las deudas, las cuentas por pagar, no, para eso «no estás enferma, sólo estás embarazada». Así que si un hombre te dice esta famosa frase, grítale con fuerza: «préñate primero y me juzgas después.»

7.- Estás desesperada por sexo, eres sujeto de pena
Si, aunque no lo creas, te vendrán muchas propuestas de hombres generosos que por pena te ofrecerán su pene para que puedas satisfacer tus pobres deseos de mujer preñada sin marido. Sí, increíble pero cierto…

8.- Pierdes objetividad
Totalmente. Eres una barriga caminando, nada de pensar, tu cerebro dejó de funcionar desde que los y las demás supieron que estás preñada. No eres objetiva para los compas de la ofi, eres un río de emociones en la familia, con los y las amigas. No, tu criterio en los 9 meses no tiene validez.

9.- ¡Eres mamá!
Sí, lo eres, lo sientes, lloras y eres feliz. No importa si tienes las tetas caídas hasta el pupo. No importa si tienes panza de tambor. ¡No importa, eres mamà! Y sí, es cierto, das la vida por tu bebé. Es lo único cierto en todo esto: yo ya lo hice una vez y fue hermoso, créeme.

Mucha suerte en tu decisión, cualquiera que sea luego de este post.

Donald Trump o la cosificación de las mujeres

¿Qué tiene que ver el multimillonario Donald Trump con las fiestas populares de muchas localidades españolas? Desde hace unos meses parece imposible no hablar de intolerancia, racismo, misoginia o cualquier patada a la carta de Derechos Humanos que se “precie” sin tener un recuerdo para el empresario estadounidense. Y este caso no va a ser menos.

¿Qué tiene que ver Donald Trump con las fiestas populares de muchas localidades españolas? Clic para tuitear

Vale, quizás sea exagerado conectar al candidato favorito a ocupar la Casa Blanca con Puerto Real, una localidad situada en la sin par Bahía de Cádiz; pero ahora que se ha captado la atención es el momento de encender las luces de la pasarela.

Se podrían poner miles de ejemplos, tantos casi como localidades hay en el territorio, pero en esta ocasión el foco se pone en la vecina de la trimilenaria donde la polémica ha precedido sus carnavales. Gran momento siempre el carnaval para la polémica y la crítica, esencial materia prima para las letras de sus chirigotas y comparsas.

¿Piñoneras sí o piñoneras no? La piñonera, además de ser una excelente cerveza local, es el nombre que reciben las mujeres representantes de las fiestas. Quizás uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de representación sean las falleras valencianas.

Donald Trump y las mujeres

Donald Trump vía Huffington Post

Y ¿qué pinta Donald Trump entre el viento de levante y el carnaval? No, no tiene nada que ver con su flequillo. El magnate explota el concurso de Miss Universo, uno de los paradigmas de la cosificación de la mujer: los concursos de belleza. Certámenes que, además de cosificar en el sentido más literal del verbo, buscan la mofa y coger a contrapié a las aspirantes, donde no es casualidad que fuera de contexto y a traición pregunten por Confucio o Rusia. Ni hablar de la versión «baby», pero este tema quizás mejor tratarlo en otro momento o, mejor aún, preparar palomitas y ver Pequeña Miss Sunshine. Si bien es cierto que estos certámenes locales no son sólo de belleza, sino que se eligen mujeres que reúnen una serie de cualidades-habilidades relacionadas con la fiesta en cuestión, lo que dificulta el debate al introducir más elementos en la ecuación.

El cambio de color de muchos ayuntamientos pone sobre la mesa el replanteamiento de algunas figuras, entre las que se encuentran estas elecciones de mujeres tras pasar una serie de pruebas. No sería justo olvidar los cambios introducidos en la última década, donde aptitudes como por ejemplo saber cocinar han desaparecido de los requisitos para ser elegida.

Ayuntamientos como el Cádiz, donde las mujeres elegidas para representar el Carnaval reciben el nombre de Ninfas, han decidido este año no publicar las fotos de las candidatas para evitar la cosificación. Un paso que puede hacer de puente para un replanteamiento más amplio de la figura de ninfa.

Volviendo a la Villa de Puerto Real, donde el hagstag #NoSomosMujeresFlorero ha inundado el salón de plenos, al final la polémica se ha quedado ahí, en polémica. El hagstag, por cierto, no lo pusieron en marcha los promotores de una nueva figura de piñonera, sino las propias candidatas. La publicidad es una muy buena muleta para hablar de cosificación de la mujer donde no siempre las modelos que aparecen en los anuncios conocen el «copy» final de la pieza publicitaria, es decir: no saben el fin que va a tener su imagen ni el texto que la acompaña. Aún sabiéndolo, que tú no creas que esa fotografía sea el adalid de la cosificación no significa que no lo sea.

Es una tradición centenaria, dicen. Que algo se lleve haciendo no significa que haya que respetarlo ni tampoco que esté obsoleto, pero es un sano ejercicio encender el ojo crítico, activar los resortes del pensamiento crítico y replantear valores, acciones, tradiciones.

El Carnaval es así, como el propio debate: abierto y plural, contradictorio y visceral. Capaz de de intentar retener tradiciones pseudo-obsoletas a toda costa sin introducir cambios, pero al mismo tiempo escribir y cantar letras como éstas donde es la igualdad de mujeres y hombres la que carga sus tintas:

¿Qué es la libertad sino la posibilidad de despertarte cada mañana y replantearte quién eres? Y desde Cádiz, cuna de la libertad —y del «age»—, quizás pueda prender una mecha como en 1812 que revise la figura de la mujer en las fiestas locales.

¿Hay que igualar por arriba o por abajo? Es decir, ¿introducir «piñoneros», «ninfos» y «falleros» en las celebraciones o, por el contrario, suprimir las figuras? En la propia localidad gaditana se introdujo hace años la figura de la «Estrella de Oriente» en la cabalgata del Día de Reyes sin crear ningún trauma en las niñas y niños portorrealeños. Quizás la polémica no prendió como las Reinas Magas porque la prensa no había iniciado su peculiar caza de brujas del cambio. Polémica que ya hace su pasacalles en la ciudad Condal donde la «Reina Belluga» sustituirá al «Rei Carnestoltes». Paradójicamente, en este caso, se recupera una figura de dos siglos atrás.

Pero ¿quién viene por ahí? Es Donald Trump, que se ha sentido ninguneado y olvidado como hace él con todas las minorías. Viendo que no aparecía más en el post ha aprovechado para tomarse unos vinos y unas tapitas, eso sí, no se le notan nada porque sigue diciendo las mismas tonterías, que dónde están esas piñoneras, que si no desfilan en biquini o qué.

Ya salta el levante, enloquecedor de ideas, inspirador viento llegado de oriente que además de levantar el flequillo de Donald limpia el horizonte para dejar ver el porvenir.

The Game: El Arte Venusiano y demás deshumanizaciones

 

The Game Método Portada Neil
Portada de la
edición española

The Game (El Método en castellano) es un libro escrito por el periodista Neil Strauss, también conocido como Style. Dónde narra cómo comenzó a hacer un reportaje para la revista Rolling Stones acerca de la/s comunidad/es de seducción. Neil pasa por todas las etapas necesarias para convertirse en un AVEN (Artista Venusiano) que van desde cambiar de imagen, cambiar de nombre, forma de vestir, actuar y demás. Todo por conseguir llevarse a una mujer a la cama.

El problema del autor es el mismo que el de todos los que se dejan embaucar por este «Código DaVinci» de la psicología y el conductismo. Cuando éste libro cayó en mis manos no me encontraba en mi momento más álgido de autoestima. Es posible que ésta sea la clave de su éxito.

Nuestro grupo de amigos nunca había destacado por su capacidad para atraer chicas. Por eso cuando uno del grupo incorporó «el libro» a la «estrategia» vino como caído del cielo. No sólo eso, sino que vino con una especial recomendación, ya que contaba la leyenda que «Fulano», que no se había comido un colín en su vida, había conseguido el «éxito» con una gran cantidad de mujeres.

Empezamos a ingerir toda esta clase de libros: «El Método» de Style, «El Secreto» de Mystery, «Sex Code» de Mario Luna, etc. Todo para ver como nuestro grupo se iba transformando cada vez más en más en un aburrido entorno donde sólo se hablaba de lo que hacer y cómo hacerlo. Se hablaba de ligar, de acostarse con chicas y de las mejores frases para conseguirlo. Nos intercambiabamos frases de ligoteo como los mecánicos se intercambian tornillos de cabeza plana. El ligar (con mayor o menos éxito) se había convertido en algo programado, aburrido y sin lugar a la equivocación. Éste proceso deshumanizaba a las chicas a las que entrábamos y a nosotros mismos. Nuestra propia personalidad se había visto mermada para dar paso a una infinidad de conceptos: set, apertura, identificador de valor, etc.

Íbamos de tipos duros como si estuviéramos en una peli.

No lo pude soportar. Decidí abandonar todas las «estrategias». Salir a hablar con la gente ya no era divertido, puesto que inconscientemente debías responder de una manera determinada.

– ¿¡Pero también podías no hacerlo, no!?

Cómo si una peli de Al Pacino o de Clint Eastwood se tratara, nuestra falta de autoestima había hecho de adoptáramos nuestro personaje y lo interiorizáramos. Estábamos perdidos.

Lo que yo vi como un problema no tardó en hacerse patente en el resto del grupo. Estas técnicas no sólo devaluaban a las chicas, sino que nos frustraban. Irónicamente nos frustraban igual que al autor de ‘El Método’, ya que a la hora de la verdad la calidad de las relaciones que conseguíamos eran pobres. Pobres y vacías como nuestras técnicas. Puesto que lo en realidad buscábamos no era un polvo de una noche para contarlo con los amigotes.

Lo que buscábamos era algo más. Y eso no te lo pueden contar en un libro.

Escena del capítulo «Love Letters» de «Steven Universe». Creado por Rebecca Sugar.

 

Cada cierto tiempo vuelve a aparecer un libro de estos y me gusta echar una ojeada para ver si cambian algo. Pero lo más aprovechable de estos libros lo puedes encontrar en cualquier libro de «Cómo mejorar tus relaciones personales».

¿Blurred Lines?: el machismo en el videoclip

El videoclip es un elemento de la cultura popular (o de masas, según la clasificación que utilicemos) y, a la vez, una herramienta de comunicación comercial. Esta doble dimensión parece ser uno de los motivos por los que el videoclip es un blanco fácil para críticas desde todos los frentes. Cuando investigaba sobre este fenómeno para mi tesis doctoral y mi posterior libro, me llamó la atención la cantidad de críticas procedentes del ámbito académico, algunas de las cuales estaban plenamente justificadas, y otras, en cambio, no tanto ―por ejemplo, la conexión de su ritmo visual con la proliferación de la cocaína, según Marsha Kinder, o la influencia de El triunfo de la voluntad en su supuesta ideología, en opinión de David J. Tetzlaff―. Entre ciertos excesos, había un tema mucho más complejo que aparecía de forma recurrente. Se trataba, como no, de la presencia de imágenes sexistas en el videoclip.

Resulta evidente que hay machismo en los videoclips. Es más, hay mucho, muchísimo. Como suele suceder, esta evidencia se torna, en demasiadas ocasiones, en una generalización que no comparto. Por ejemplo, para Saul Austerlitz, crítico de cine, televisión y música, el videoclip se ve marcado por

la cosificación de las mujeres como objetos de deseo. La presencia de mujeres medio desnudas en el fondo (y en primer plano) en prácticamente todos los videoclips que se han hecho se ha convertido en algo tan común que casi no parece digno de mención. Los videoclips, en su mayoría, están dirigidos a los ojos de los hombres, proporcionándoles infinitas oportunidades para deleitarse con el espectáculo de mujeres bellas actuando para su placer. Los vídeos son fantasías masculinas de control y posesión de las mujeres, y esquivar este tema es saltarse uno de los aspectos definitorios del videoclip.

Desde mi punto de vista, la generalización y la existencia de ciertas premisas erróneas arruinan el argumento de Austerlitz. Porque efectivamente existen numerosos videoclips asquerosamente machistas, pero también un gran número de piezas que no lo son o, mejor aún, que son abiertamente feministas.

¿De qué parece depender, pues, la presencia o no de machismo en el videoclip? Un primer factor es el género musical al que pertenece el artista. Parece evidente que hay géneros musicales que tienen el machismo casi como un elemento de identidad, como sucede con el reggaetón. No descubro nada si digo que, salvando excepciones, la mayoría de videoclips de este género recurre a tópicos visuales donde la mujer es claramente un objeto, cuando no es abiertamente vejada. Sin ánimo de descargar de responsabilidad a los directores de videoclips ―de los que hablaremos luego―, debe ser difícil no hacer un videoclip sexista cuando la letra de la canción a la que debes añadir una banda de imágenes afirma cosas como “Eso lo quiero ver, qué pasa cuando te pego duro contra la pared”, “Castígala, dale un latigazo. Ella se está buscando el fuetazo. Castígala, dale un latigazo. En la pista te voy a dar yo pal’ de azotazos y palmetazos” o “Esto va pa’ las gatas de to’s colores, pa’ las mayores, pa’ las menores, pa’ las que son más zorras que los cazadores, pa’ las mujeres que no apagan sus motores”, por citar tres canciones del rey del reggaetón, Daddy Yankee. A modo de ejemplo, puede echarse un ojo a Ven conmigo, del citado Daddy Yankee y Prince Royce, donde, aparte de observarse todos los clichés en la presentación de la mujer, vemos al dúo de interfectos masculinos rescatando a las chicas, que permanecían encerradas en una especie de sótano ―aunque no dejaban de contonearse sensualmente pese a ello, claro―. Cuenta con más de 100 millones de visitas en YouTube.

De esta forma, no conviene olvidar que, por decirlo de algún modo, el género musical no es solo musical. A veces el sonido no es realmente una diferencia entre rock y pop. El género musical es, fundamentalmente, una forma de segmentación del público, de modo que la ubicación del artista en un género ―o subgénero― u otro nos dice más sobre cómo son sus fans que sobre cómo suena su música. Y, en fin, esto no dice nada bueno de los fans de Daddy Yankee y compañía.

No obstante, ni se puede generalizar dentro de ningún género musical ni existen géneros impolutos. Desgraciadamente, se trata de algo trasversal a todos ellos, donde suelen existir numerosas obras de carácter sexista. ¿De qué más depende, por tanto? Habría que introducir dos aspectos más: la identidad del artista y la mirada del director. Como decía, dentro de un mismo género coexisten posiciones muy diferentes. Y la identidad de cada artista es un mundo. Hablamos de la identidad del artista pretendiendo enfatizar lo que, en términos publicitarios, sería su dimensión como marca. Esto implica que no se trata de una responsabilidad exclusiva del artista, sino también de todo el entramado de agentes que lo representan y a su compañía fonográfica. Porque, como toda marca, el artista tiene una identidad propia que se va labrando con el paso del tiempo y que guarda relación con un público al que se pretende llegar, y, pese a la importancia retórica del discurso de la autenticidad, lo cierto es que siempre existen cálculos y la autoexpresión suele coexistir con la estrategia. De este modo, lo cierto es que la comunicación del artista intenta conectar con su público, y, en demasiadas ocasiones, ese público es machista. Los videoclips machistas son solo la punta del iceberg de un problema más amplio y más grave.

No se trata, en cualquier caso, de dejar sin cargos al videoclip y a sus emisores, dado que parece sensato exigir una responsabilidad a quienes ejercen comunicaciones públicas, máxime teniendo en cuenta que sus piezas pueden ejercer una labor de refuerzo de estas actitudes, cuando no de educación de un joven público. Esto nos lleva a hablar también de los directores. La publicidad es un mundo complejo, donde un equipo creativo se ve movido en una u otra dirección entre presiones e imposiciones que provienen de dentro y fuera de una agencia publicitaria. Dicho de otro modo, no se trata de una creatividad libre, y suele ser difícil escapar a determinados imperativos. En cuanto al mundo del videoclip, puede decirse que sucede algo similar; no obstante, es mucho mayor la libertad con la que cuentan los directores de videoclips y, por tanto, sería exigible un mayor compromiso. Por eso me resulta particularmente elogiable cuando tenemos a un artista mainstream haciendo algo diferente. Podrían citarse muchos videoclips en este sentido, pero me gusta particularmente So What, de P!nk, y dirigido por Dave Meyers. Tanto la canción como el videoclip juegan con la idea de una chica que acaba de perder a su marido, pero, en lugar de recurrir al tópico de “Sin ti no soy nada” (Amaral dixit), se opta por una autoafirmación de la mujer.

Hay que tener en cuenta, además, que el público es cada vez más crítico y cuenta con plataformas desde las que difundir sus mensajes a una audiencia potencialmente masiva. Y esto es un factor a tener en cuenta de un modo creciente. Por ejemplo, podemos prestar atención a uno de los mayores hits de los últimos años, Blurred Lines, de Robin Thicke (ft. Pharrell Williams). Tanto la canción como el videoclip resultan, desde mi punto de vista, claramente machistas. La canción contiene frases como “You the hottest bitch in this place!” o “I’ll give you something big enough to tear your ass in two”. Hay incluso quien ha interpretado la frase “I know you want it” como una apología de la violación. Por su parte, la cosificación de la mujer es una constante en el videoclip de la canción, que tristemente está dirigido por una mujer, Diane Martel. Y no solo por ir desnudas en la versión explícita de la canción, sino sobre todo por el rol deshumanizado que juegan ante los dos machitos en cuestión.

Pues bien, nada evita que surjan todo tipo de parodias que pretenden denunciar el machismo presente en este videoclip. Así, Melinda Hughes convierte la canción y el videoclip en Lame Lines, donde ridiculiza al prototipo de hombre que representan Robin Thicke y Pharrell Williams en su canción.

Es solo un ejemplo entre miles, pero sirve como muestra de una tendencia habitual. Evidentemente, el número de visionados del videoclip original y de sus parodias no es comparable, porque, pese a la retórica habitual acerca de la democratización que nos trae la web 2.0, unos y otros no compiten en igualdad de condiciones. Pero, al menos, sí queda el derecho público al pataleo. Algo es algo.

Finalicemos con unos toques de optimismo. Varias de las principales investigadoras del videoclip desde una perspectiva de género, como Lisa A. Lewis o Robin Roberts, ponen el acento más en la oportunidad futura que en el punto débil actual. Así, consideran que, en la medida en que cada vez existen más mujeres artistas con una identidad fuerte y más mujeres directoras al tiempo que aumentan las audiencias femeninas, el videoclip puede ser usado con fines abiertamente feministas. De este modo, como cierre, podríamos mencionar Hard Out Here, de Lily Allen, que realiza una dura sátira a los clichés machistas del videoclip y la industria musical.

El videoclip, dirigido por Christopher Sweeney, comienza con una liposucción a la propia artista y, a lo largo del metraje, vemos a un ejecutivo pidiéndole que se mueva sensualmente, frote las llantas de un coche o juguetee con un plátano. Contiene, además, referencias paródicas al citado Blurred Lines ―en concreto, se hace una sátira del patético “ROBIN THICKE HAS A BIG DICK”, que aparece escrito con globos en Blurred Lines, con la leyenda “LILY ALLEN HAS A BAGGY PUSSY”―.

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En palabras de Allen, Hard Out Here se trata de un vídeo satírico que “trata acerca de la cosificación de las mujeres en la cultura pop moderna”.

En fin, concluyamos que hay esperanza. Tanta como camino por recorrer queda.

Sobre el viejo (no) arte de los piropos

Voy a empezar apelando a la subjetividad presente en todo estudio, investigación o artículo sobre temas sociales o personales, porque quienes los escribimos somos personas inmersas en la sociedad, con nuestras realidades. Por lo tanto, pretender vender una cierta objetividad pura y aséptica me parece directamente una farsa. Este post lo escribo desde mi condición de mujer, joven y crítica, por la cual he sufrido (y supongo que seguiré sufriendo) el acoso callejero en forma de piropos, silbidos y miradas.

A medida que avanzan los tiempos, vamos repensando más y mejor a nivel colectivo todos los espacios colonizados por el patriarcado y el machismo, de manera que nuestras opiniones como personas (mujeres y hombres) respecto a lo que debe ocurrir o lo que es aceptable o no aceptable que pase en esos lugares va variando progresivamente. En este post me voy a centrar solamente en lo que ocurre en la calle, espacio público por excelencia, porque para hablar de todos los espacios en los que las mujeres sufrimos piropos y demás serían necesarios varios posts o directamente una tesis doctoral.

Tal vez sería necesario empezar por el principio y remontarnos a la incipiente adolescencia de cualquier chica, ya que en ese momento se producen multitud de cambios corporales y emocionales: los pechos y las curvas parece que estorban más que de lo que ayudan, la regla incomoda, las cosas afectan más, la autoestima baja, la inseguridad aumenta… En esos momentos, pasar por una calle, un parque, una obra, o cualquier otro espacio público repleto de chicos o hombres puede producir cierta angustia. Recuerdo que yo pasaba pensando «por favor, que no me digan nada». Y como yo, muchas otras. Ese pensamiento te hace buscar estrategias para no llamar la atención y casi sin darte cuenta vistes de otra manera, tu posado en la calle es otro, tu forma de relacionarte es diferente. Al final aparcas las minifaldas, los vestidos vistosos, los escotes y todas aquellas prendas ceñidas que realcen tu figura. Y luego caminas por la calle con cara de mala leche, mirando fijamente al frente, fingiendo que no oyes nada, para aparentar algo así como que eres una tía dura que no puede ser objeto de según qué comentarios.

La adolescencia pasa, la individualidad de cada una ha seguido evolucionando, sin embargo, toda esta coraza que has pasado tanto tiempo construyendo sigue vigente, y es que todavía no te gusta que te digan cosas, te silben o te miren de aquella manera. Nosotras caminamos por la calle creyéndonos que también es nuestra, pero es que ellos (algunos) creen que la calle les pertenece más y, de paso, también tu cuerpo y el derecho a decirte, hacerte o mirarte lo que quieran y como quieran. Que te digan guapa u otros piropos, cuando no que te acosen persiguiéndote y pidiéndote que tomes una copa o un café con ellos, que te silben o que te miren de arriba abajo tiene que ver con su posición respecto a la nuestra, con la supremacía masculina que ellos mismos se han ido otorgando a lo largo de la historia y que parece que no quieren abandonar.

Después entra en juego nuestra respuesta o la ausencia de ésta. Son muchas las ocasiones en las que queremos expresarnos pero no nos sale. O respondemos algo que, visto con perspectiva, no nos gusta. Y luego hay otras veces en las que nos empoderamos y soltamos algo increíble que nos sirve para alimentar de nuevo ese empoderamiento y hacerlo durar hasta el infinito y más allá. Pero éstas son las menos, normalmente. Y es que, para responderle a un hombre que te grite algo por la calle, tienen que alinearse muchos factores, entre ellos, tu estado emocional y contexto en el que se produce el presunto piropo. No es lo mismo responderle a un machirulo de día que de madrugada, sola que acompañada, etc. Pero, preparaos, porque tu respuesta a su atrevimiento puede comportar dos reacciones: por una parte, que no se lo espere y se quede tan cortado que no replique y, por otra parte, que no se lo espere y le siente tan mal tu osadía que te replique como si no hubiera mañana. Esta última reacción es la más habitual según mi experiencia y la de las mujeres de mi entorno. En estos casos el hombre en cuestión se transforma (aún más) en un energúmeno y las palabras salen atropelladas de su boca, puesto que tiene ganas de hacerte saber rapidísimo todo lo que piensa de ti: ya no eres bonita, ahora eres una zorra. Y es que están tan acostumbrados a que agaches la cabeza y sigas tu camino avergonzada, haciéndoles sentir el vencedor de turno, que cuando osas responder te conviertes directamente en una bruja, porque eres disidente, porque los afrentas, porque cuestionas esa supremacía.

Imagen via Nomellamonena

No debemos olvidar que el acoso callejero y el presunto arte rancio del piropo son agresiones en toda regla, si bien no marcan nuestra piel dejando cicatrices, sí nos dejan huellas dentro, donde más duele. Así que hacer frente a estas agresiones es autodefensa. Desde aquí me gustaría animar a todas las mujeres a responder de forma contundente a sus agresores, pero debo admitir que incluso a mí, que lo he hecho varias veces, me cuesta y no siempre sé responder, por las circunstancias, por mi estado anímico, por un sinfín de elementos. Pero sí puedo deciros que, cuando he respondido como quería, me he sentido la mujer más poderosa del universo y esa sensación me ha durado días enteros y que, en cambio, cuando no respondo me juzgo y me machaco repetitivamente culpándome por no haber sacado las agallas suficientes para plantarle cara al machito que se atrevió a soltarme algo por su boca sin pensar si yo quería o no recibir ese piropo.

Imagen via Nomellamonena

Nada me gustaría menos que aburriros con mis anécdotas personales, pero creo que debo explicaros que la última vez que respondí a una agresión de este tipo fue en las pasadas vacaciones navideñas. En esos días se celebraban cenas de empresas por doquier, pero mis amigas y yo celebrábamos el cumpleaños de una de ellas. Después de cenar salimos a buscar un bar donde tomar algo y en esas nos encontramos dando vueltas por un conocido barrio barcelonés en el que la primavera pasada hubo disturbios a causa del desalojo de un Centro Social Autogestionado. En casi cada esquina había restaurantes que acogían fumadores a sus puertas y en uno de esos grupos un hombre decidió que debía gritarme a los cuatro vientos un «¡GUAPA!» bien fuerte, a mí, que me había quedado rezagada mirando las fotos que nos habíamos hecho un rato antes. De manera que me giré, le sonreí y le enseñé el dedo corazón de mi mano izquierda. Os podéis imaginar su reacción completamente airada. Después de un montón de insultos, me gritó (también bien fuerte) «¡PUES QUE SEPAS QUE TENGO PARIENTA!». Ah vale, que en casa tienes a una mujer que te espera, qué machote. Evidentemente, mis amigas, que aparte de amigas son compañeras en esto de vivir la vida feminísticamente me aplaudieron y me dieron todo su apoyo.

Seguramente si no hubiera contado con la seguridad de mi grupo de amigas no hubiera dado esa respuesta. Lo sé porque, debido a mi afición a la montaña y a mi trabajo para el cual a veces madrugo lo inimaginable, me encuentro yendo cuando todavía está oscuro a buscar el coche los fines de semana, es entonces cuando me topo con manadas de machirulos volviendo a casa después de una noche de farra descontrolada. Entre que de por sí ya se creen los amos de la calle y que han bebido, se envalentonan más de lo normal y se pasan de la raya (también más de lo normal). En estos casos, la reacción suele ser la misma tanto si respondes como si no: improperios como si no hubiera mañana. Así que lo único que puedes hacer es acelerar el paso, por si les da por seguirte y «darte tu merecido», como oí el pasado domingo.

Si os soy sincera, presuntos piropos, silbidos y miradas los he recibido a cualquier hora del día, pero es de noche cuando las agresiones han sido más numerosas y más contundentes. En esos momentos me siento más insegura y me doy cuenta que con la edad ha ido aumentando mi percepción del peligro real de sufrir una agresión más allá de las palabras, por lo que me pongo en estado de alerta aun sin ser consciente muchas veces desde que salgo del punto de origen y llego a mi destino. Pero también debo decir que el feminismo me ha ayudado a canalizar y gestionar mejor esas agresiones, tanto dentro de mí como fuera. De hecho, el feminismo es la base que nos permite catalogar y analizar estos hechos como agresiones y, al mismo tiempo, es la herramienta a través de la cual podemos exterminar estas prácticas y protegernos las mujeres.

Premiadas pero transparentes: por qué es importante el #AskHerMore

Febrero es el mes del amor romántico, pero también es el mes de los premios cinematográficos. Y cada año, además de las porras sobre quién se llevará los galardones y las repeticiones hasta la saciedad de los chistes más polémicos de cada gala (dentro de lo que se permite una polémica en una gala), se repite también la tradición más insustancial de todas: la alfombra roja.

Reconozco que el fenómeno del photocall me parece totalmente absurdo y por tanto no soy objetiva. Olga tuvo a bien explicarme la importancia que este momento pre-gala tiene para los diseñadores como ocasión única de mostrar sus creaciones, y, está bien, lo acepto. Pero me parece un momento destinado puramente a celebrar a la mujer como percha (para diseñadores, por supuesto, masculinos), sean quienes sean estas mujeres. Porque las actrices serán preciosas (otro problema que tendríamos que hacernos mirar) pero no son modelos, ni tienen por qué serlo. Y porque en Hollywood debería haber mucho más que actrices, como señalaba Carmen en su post de la semana pasada, y debería valorarse su talento y no su elegancia.

Lucir un determinado modelo no es sólo un «valor añadido» o un favor mutuo que se hacen actriz y diseñador. Es una pantalla que se superpone a la ocasión que ellas tienen para presentar su trabajo de todo un año. A ellos se les pregunta por sus proyectos, recientes y futuros; a ellas, «¿quién te ha vestido?». Y ojo a la enunciación de esta frase, que las coloca de nuevo en la posición de muñecas a la que tanto se empeñan en devolvernos. Una práctica que no sólo se realiza en estas ocasiones especiales, donde efectivamente el atuendo es importante, sino también en las entrevistas de promoción de sus películas, como recalcó Scarlett Johansson en la promoción de Los Vengadores ante la insistencia de la prensa en saber si podía llevar ropa interior bajo su traje, o las preguntas sobre su dieta.

Afortunadamente, y gracias en gran parte al trabajo de concienciación de Amy Poehler y Tina Fey en los Globos de Oro, varios medios han tratado de poner esta práctica en evidencia, adhiriéndose a la iniciativa #AskHerMore del The Representation Project. Por ejemplo, BuzzFeed UK preguntándole a los actores las típicas preguntas dirigidas a mujeres en los BAFTA. Desconcertándoles por completo, claro está.

El problema, al final, no son las alfombras rojas, sino el tipo de relación que se establece con las mujeres en los medios. Tras la polémica camisa de Matt Taylor, director del proyecto Rosetta-Philae, mi hermana me preguntaba por qué me parecía tan mal y las reacciones de las personas ante las quejas eran «no es tan importante, lo importante es su trabajo». Bueno, pues diariamente las mujeres se enfrentan a esa misma situación: el «giro» que le piden a Eddie Redmayne puso en evidencia el sexismo en la prensa deportiva, ya que fue la tenista Eugenie Bouchard la que se enfrentó a esta solicitud en la cancha, a la que Serena Williams se negó rotundamente preguntando si Federer o Nadal recibían la misma petición por parte de la prensa. La cosmonauta rusa Yelena Serova se ha enfrentado a preguntas sobre cómo cuidar de su pelo y maquillarse en el espacio (que, como todo el mundo sabe, es una preocupación fundamental de cualquier cosmonauta… mujer).

The Daily Share, por su parte, ha llevado las preguntas recopiladas a través del Amy Poehler’s Smart Girls a los photocalls, como en los Screen Actors Guild Awards, sumándose a BuzzFeed y preguntando a estas mujeres no sólo por su estilo, sino por sus valores, habilidades, trayectorias y aspiraciones personales. Algo absolutamente imprescindible si queremos construir modelos diferentes a los tradicionales de la mujer en Hollywood.

Patricia Arquette ha marcado un hito demandando igualdad salarial en su discurso de aceptación, pero otras artistas están haciendo un enorme trabajo cotidiano que no se está viendo en los medios, como Geena Davis y su Institute on Gender in Media, Reese Witherspoon y su salto a la producción para garantizar que haya papeles femeninos realmente relevantes, o, fuera de la industria cinematográfica, el School of Doodle para animar a las niñas a emprender carreras artísticas. De todo esto es de lo que las queremos oír hablar, periodistas.

Y es que las mujeres de la industria del espectáculo no son, ni mucho menos, sólo perchas

 

Nosotras también nos corremos

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Imagen de Stephanie Wilson via Twitter

Nada de fisting (!), penetración con objetos (!!), facesitting (!!!) y nada de eyaculación femenina (!!!!!!!!!). El pasado mes de diciembre, el parlamento británico decidía qué prácticas podrían exhibirse en la pornografía producida en el país y, por tanto, qué comportamientos sexuales dejarían de ser aceptables. Debates sobre la censura aparte, el listado no puede ser más arbitrario y sexista: las actrices seguirán chupándosela al actor de turno, pero no las veremos sentarse sobre su cara. Se prohíben así los actos sexuales de mayor empoderamiento de la mujer en su rol sexual intencionalmente activo.

Sobra decir que ni existe un sólo tipo de pornografía ni soy yo una experta en la materia. Mi perspectiva es la de la consumidora a la que le gustaría ver en pantalla tantas representaciones visuales del sexo como tipos de personas y de placeres consensuados existan. Sin mecanizar y sin estereotipar. Soy un animal sexual y por lo tanto grito, sudo, me muevo, me retuerzo y me corro. Aunque de esto último no siempre tengamos indicios en las películas.Que la educación sexual no sea precisamente el campo de actuación de la pornografía no es excusa para obviar el impacto que tiene en nuestras ideas acerca de qué es o qué puede dejar de ser el sexo. Todas las creencias aprendidas desde la cultura influyen en mayor o menor medida en nuestra vivencia de la sexualidad: lo que no está contemplado culturalmente es raro, problemático o incorrecto. El porno fomenta nuestras fantasías eróticas, pero también condiciona y normaliza las conductas sexuales. Al igual que ocurre con el amor y las relaciones sentimentales, nuestro primer acercamiento al sexo suele venir del ámbito de la ficción, más aún desde la comodidad que nos proporciona internet. La pornografía convencional vendría a ser una especie de manual de sexología que nos muestra con quién debemos follar, de qué manera, con qué partes del cuerpo y en qué orden. Por supuesto, no hay nada negativo en inspirarse en ciertas posturas o comportamientos, pero el riesgo de culpabilidad si no nos sentimos atraídos por lo que se nos muestra en pantalla es importante.

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Fue precisamente la industria pornográfica la que popularizó el squirting y lo convirtió en un género más dentro de la producción fílmica. Pero nuestros fluidos, al igual que nuestros rostros y nuestros pechos, no escapan al escrutinio público. Siempre ha existido cierto empeño en comprobar si nuestra eyaculación es en realidad orina, en un intento de categorizarla como disfunción típicamente femenina. Algo que, seguramente, habrá llevado a muchas mujeres a inhibir dicho proceso natural (culpabilizar el placer, o que no decaigan las tradiciones). Algunas voces señalan que reducir a orina las manifestaciones físicas del orgasmo femenino resta importancia a la consecución del placer de la mujer durante el coito. Otras defienden justo lo contrario: hablar de algo más que pis, así como el squirting en sí mismo, vendría a perpetuar ciertas fantasías masculinas.

El squirting es un acto político contra la represión a expresar libremente el placer y no sólo el placer sino todas aquellas formas de exceso prohibidas a las bio-mujeres y a todas las personas por un sistema que nos quiere a todos implosivos. El squirting es un acto político contra el miedo a explotar, contra el miedo a sentir la intensidad de la vida, del sexo en cuanto acción, como estrategia de superación del miedo a morir. ¡Si antes tenía un coño ahora tengo un cohete que dispara chispas al correrse!
Del blog ideadestroyingmuros (Venecia, 2005)

Sea como fuera, lo que sí parece incuestionable es que prácticamente todo lo relacionado con el placer femenino desvinculado de su función reproductiva se ha mantenido oculto. Y este sería sólo uno de los motivos por los que deberíamos visibilizar las diferentes opciones de la sexualidad femenina, en especial aquellas prácticas casi rituales asignadas exclusivamente al hombre. Pero no estoy hablando de extremos: algo tan aparentemente simple como un «qué extraño me parece que te guste X siendo mujer» es tan enervante como cualquier otra manifestación de sexismo más evidente (por muy buenas intenciones que tenga nuestro interlocutor).

Por lo tanto, no considero que la solución resida en rechazar la pornografía. Sin entrar en consideraciones sobre el llamado porno feminista, me resulta igual o incluso más discriminatorio asumir que las cintas que más excitarán a las mujeres serán aquellas en las que predominen los besos y caricias, la delicadeza y el romanticismo. Quizá sea una opinión un tanto extrema, pero no estamos demasiado lejos aquí de la idea de mujer como ‘sujeto asexual’ aparentemente incapaz de disfrutar con su cuerpo, de elegir sus propias narrativas, descubrir, experimentar y, en definitiva, actuar en consecuencia con su deseo.

La prohibición de la eyaculación femenina es completamente sexista, pero no sólo nos concierne a las mujeres. No quiero vivir en un mundo en el que los hombres consideren que una mujer que se corre de la forma que más placer le produce es una mujer que debería avergonzarse de sus actos. No quiero que nadie se sorprenda si me gusta que se corran en mi cara. ¿Debería sentirme culpable porque en pantalla se muestra únicamente como acto de humillación? ¿Qué posibilidades hay de pedir prácticas como esta de forma natural?

Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997)

Las instituciones de poder, político o religioso, insisten en regular el porno porque entienden la dimensión de nuestra sexualidad como motor desestabilizador del binomio hombre/mujer. No dispuestas a consentir un posible cambio en el modelo de representación de la interacción sexual, lo combaten censurando los lenguajes mediáticos, aquellos que con mayor facilidad pueden transformar y modificar nuestras perspectivas. Controlar la pornografía es eficaz porque conecta con la parte más visceral de lo que significa ser humano: todos tenemos una sexualidad aunque no tengamos encuentros sexuales.

Legislaciones como la que tratamos aquí nos hacen retroceder en cuestiones de igualdad de género y perpetúan el rol de la mujer como simple objeto invisible subordinado al placer masculino. Más allá del porno, entendemos que la sexualidad es algo privado. Sin embargo, la eyaculación masculina es completamente pública: el hombre se libera y ocupa un espacio; todo lo contrario ocurre con el orgasmo femenino, que debe ser limpio, aséptico, transparente. La representación desigual no sólo de las fantasías, sino de las acciones más esencialmente biológicas, responde a la realidad sexual en la que vivimos: si hombres y mujeres no tenemos las mismas condiciones en la sociedad, ¿es plausible que alcancemos las mismas condiciones en el porno?

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Imagen original publicada en Vice

Me gustaría pensar que sí. Que la pornografía, ambivalente como la sexualidad misma, puede ser transgresora además de alienante. Y más aún me gustaría pensar que la visibilidad de un porno sin mecanizar, libre de los roles misóginos de la representación hegemónica, podría llegar a filtrarse en nuestros comportamientos sociales. Un porno donde, por ejemplo, el anal se mostrara como una práctica satisfactoria para ambos sexos y no sólo como un instrumento para excitar al varón heterosexual. Mientras tanto, educación, educación y más educación en todos los campos de batalla donde nos toque luchar.

«Not my daughter, you bitch!»: el amor maternal vs el amor tóxico en Harry Potter. (J.K. Rowling, 1997-2007)

Mucho hemos hablado en este blog de la idea del Amor que nos presenta la saga Harry Potter, ya sea del “amor adulto” en este post o del papel de los personajes femeninos en sus relaciones con los masculinos en este. Y creo que podríamos seguir hablando mucho más, porque el Amor, junto a la Muerte, son los temas centrales de esta saga.

Lo que más me sorprendió del primer post fue ese análisis de supuesta “toxicidad” de las relaciones que se establecían entre mujeres y hombres. Aunque comprendo la perspectiva, no estoy de acuerdo en que en la saga Harry Potter “el valor de una mujer como pareja lo determina el valor que tiene ante los ojos de otros varones”.

 

Empezamos a pensar que eres adoptado, Ron

 

Esto me recuerda, francamente, a los comentarios que oigo siempre sobre “Grease” (1978): ¿por qué Sandy tiene que cambiar? ¿Por qué no cambia ÉL? Y es lo que siempre contesto: eh, que Danny TAMBIÉN cambia. ¿Es que nadie recuerda que al final acaba siendo deportista? ¿Que se ganó “la chaqueta” y aparece con ella en la última secuencia? Ambos personajes cambian porque se influyen el uno al otro (cada uno con sus propias reticencias) porque se motivan para mejorar como personas. Y creo que esto se podría aplicar perfectamente a las parejas jóvenes en Harry Potter y que analizó Vega en su post: bajo mi punto de vista, en el “amor joven” en la saga, los personajes se motivan el uno al otro para crecer. En el caso de Ron y Hermione, sin ser el mejor ejemplo de pareja (incluso J.K. Rowling aseguró que ahora considera que no fuese la mejor idea emparejarles) podemos ver cómo cada uno de ellos influye y motiva al otro para mejorar: no hay más que recordar cómo Ron o Hermione, en situaciones de tensión, acuden a las enseñanzas del otro y, mientras que Hermione aprende a relajarse y a ser más espontánea (en el libro, el primer beso de la pareja lo da ella en un arrebato), Ron aprende a confiar más en sí mismo y a vencer sus inseguridades (recordemos esa escena en la que se ve cómo el Horrocrux-Guardapelo ha estado precisamente jugando con sus inseguridades). No analizaré aquí el caso de Harry-Ginny puesto que, aunque claramente también se motivan para mejorar el uno al otro, el arco dramático que vive Harry como héroe y las influencias del Ciclo Artúrico en la relación (holi, ¿alguien de verdad creyó que Ginny se llamaba Ginebra solo por casualidad? :)) complican (o hacen más interesante, según cómo se mire) su análisis. [¿Alguien se anima a analizarlo?] Para mí, el amor joven en Harry Potter no hace más que reafirmar esa idea de que “el buen amor” siempre te empuja a mejorar como persona.

 

Dawso… digo, Ron, crece

 

Porque si tenemos que hablar de “amor tóxico” en Harry Potter, tomo esta pregunta que lanzó Vega al analizar el amor en Harry Potter:

«¿Qué papel tiene el amor en la relación de Bellatrix Lestrange y Voldemort?»

 

Eres mala, Bellatrix

 

En mi lectura de la saga Harry Potter la idea de “amor tóxico” que transmite la saga es la obsesión. ¿Y qué personaje más obsesivo que Bellatrix Lestrange? Cuando se planteó la idea de “toxicidad en Harry Potter”, debo confesar que esperaba un post analizando la idea de amor de Bellatrix por Voldemort. El “amor” de Bellatrix es egoísta, solo es un reflejo de lo que Bellatrix quiere alcanzar: poder, reconocimiento, posición social, fortuna. No hay más sacrificio que aquel que promueve ser reconocida por el objeto de su deseo (como cuando Bellatrix propone matar a Harry Potter, buscando el reconocimiento de Voldermort, o todas las atrocidades que comete para ganar el “afecto” de su “señor”… la palabra lo dice todo). Por su lado, Voldemort solo mantiene a Bellatrix a su lado porque su obsesión es válida como un medio para lograr sus intereses, y porque la admiración-obsesión de Bellatrix hacia su persona(je) acrecienta su (falsa) sensación de poder. Mu’ rico, ¿verdad? Os reto a buscar una relación más tóxica en la saga. 🙂

Y como muestra, un botón:

El “amor maternal” es una idea que ya se ha comentado en los anteriores posts. Siguiendo la idea que planteó Carmen en su post, en mi lectura de la saga, una de las ideas principales del Amor que creo que plantea “Harry Potter” es precisamente la contraposición del “amor maternal” contra el “amor tóxico-obsesión”. Esta contraposición está tan presente en la saga que hasta… ¡hay un duelo real entre personajes que lo simboliza!

Porque, tal como apuntó Carmen en su análisis… ¿alguien recuerda cómo Molly acaba retando a Bellatrix en la batalla de Hogwarts? ¿Es esto o no una alegoría del DUELO DE AMOR MATERNAL CONTRA LA OBSESIÓN? Recordemos la frase de Molly antes de darle cera a Bellatrix:

 

«¡Y encima el goth ya pasó de moda, so hortera!»

 

Que el duelo se produzca en el clímax de la saga no hace sino reafirmar la idea de que el amor “más puro” es el amor que se sacrifica por proteger al objeto de amor (en este caso, el hijo, como en el caso de Lily y Harry) mientras que el “amor” que no perdura es el amor egoísta u obsesión representados por Bellatrix.

Nota al pie: los «buenos» y «sabios» también se equivocan

En este post dedicado a la idea de la obsesión como tipo de “amor tóxico” de la saga, no podía faltar el merecido capítulo a la relación de Albus Dumbledore con Grinderwald. Y precisamente una de las cosas que más me gustan de la saga de J.K. Rowling es la idea de que los “buenos” y «más sabios» (ojo, que si estos dos adjetivos van entre comillas es por algo) también se equivocan.

Y tiene forma de rayo

¿Por qué Albus Dumbledore está tan obsesionado con el Amor (especialmente el maternal)? Porque experimentó en sus propias carnes las consecuencias del amor tóxico y de la obsesión. Mientras Grindelwald solo se relacionó con él porque era un buen medio para obtener sus intereses (aquí el paralelismo con Voldemort y Bellatrix), Albus Dumbledore también se obsesiona con Grindelwald por su fascinante arrojo, llegando incluso a descuidar a su familia. Es una alianza de intereses y una proyección de aspiraciones más que un afecto genuino entre dos personas con virtudes y defectos. Puro Ego. En la resolución de la relación J.K. Rowling nos vuelve a presentar la idea de que este tipo de relaciones no suelen llegar a buen puerto, saliendo Dumbledore escaldado. Por supuesto, la cosa se resuelve también con un duelo. 😉 😉 Pero eso es otra historia… y de paso le pido a J.K. Rowling que la cuente bien publicando “Vida y mentiras de Albus Dumbledore”, que los fans llevamos años esperándolo. 🙂

Y LO SABES

 

Por otro lado, ¿recordáis lo que comenta el Profesor Slughorn sobre “los filtros de amor”? ¿Y qué me decís de la relación Lavender Brown–Ron? ¿No va en la línea de la idea de que la obsesión no es “Amor Verdadero”? ¿Alguien se anima a analizarlo?

Adopta un tío: la mercantilización del amor

¿Todo vale en el amor y en la guerra? No desde mi punto de vista. Y en esta guerra continua que es el capitalismo -guerra por vender más productos, por ganar más dinero aun a costa de bajar salarios y empobrecer a los trabajadores, guerra por superar a los competidores, guerra por hacer el eslogan más pegadizo- creo que no debemos perder de vista esta idea. Ni todo vale para conseguir nuestros objetivos… ni nuestros objetivos son siempre legítimos.

Digo todo esto porque tengo la sensación de que, poco a poco, todo se va convirtiendo en algo susceptible de ser vendido o, en su defecto, de servir para vender. Las grandes ideas como la libertad, los derechos o las revoluciones aparecen en los anuncios de las multinacionales, y asuntos como el amor se convierten en mercancías catalogables a las que se puede poner un precio. Y así, nos encontramos con que a los problemas y limitaciones del amor romántico, que se vienen discutiendo en este blog, se suma una: la mercantilización del amor a través de las páginas web de contactos.

Quiero aclarar que no considero las prácticas que se dan en Internet como radicalmente diferentes a las que se dan en en el mundo offline (o, al menos, no lo son necesariamente). Al contrario: son reinterpretaciones, modulaciones o reflejos de las acciones que desarrollamos cuando no existe esa mediación de un ordenador o un teléfono móvil… aunque tanto los apocalípticos como quienes piensan que Internet ha bajado del cielo a salvarnos probablemente no piensen así. Por supuesto, la mediación que produce el dispositivo influye en la comunicación que se da. Pero la forma en que escribimos por Whatsapp, por poner un ejemplo, no influye más en la comunicación que la ropa que lleve puesto el interlocutor que tenemos frente a nosotros. No hay algo así como una comunicación directa, aséptica y no mediada (ni online ni offline), y tampoco podemos decir que las páginas web de contactos sean el invento del siglo.

Donde antes había oficinas y discotecas, ahora hay oficinas, discotecas, y páginas web de contactos. Con sus características y particularidades, no deja de ser un lugar en el que encontrar pareja. Hay miles de cosas que se podrían decir sobre estas plataformas: qué tipo de fotos de perfil usa la gente, la gran variedad de webs específicas que hay, las herramientas que emplean algunas de ellas y que aseguran ser un ‘método científico’ para encontrar pareja, etc. No discuto que pueda tener ventajas ni que sea un método perfectamente válido para encontrar pareja.

En lo que me quiero centrar, sin embargo, es en esa nueva forma de mercantilización que nos brindan las páginas web de contactos. Y, para ello, vamos a analizar a grandes rasgos la interfaz de adoptauntio.com.

AdoptauntíoSEM

Sin entrar siquiera en la web ya nos encontramos con varias perlas: aquí los hombres son objetos (así, tal cual) y las chicas (chicas, que no mujeres) mandan (¿era esto el empoderamiento de la mujer por el que las feministas luchábamos?).

Si te armas de paciencia y decides entrar, te encontrarás esto:

AdoptaUnTioOfertas

No, no te has confundido y te has metido en la página de El Corte Inglés. Es Adopta un tío. ¿Te ha despistado el carrito de la compra o la posibilidad de buscar por categorías de producto? A mí también.

Me parece cutre la idea de hojear el catálogo de hombres hasta dar con un chollo. Me molesta que consideren que las relaciones (sean o no amorosas) se pueden basar en la dominación de una de las partes sobre la otra. Pero, sobre todo, me da asco que quieran transformar el mundo en un gran centro comercial donde te paseas por el supermercado del amor y la boutique de la amistad.

No quiero ser consumidora. Quiero ser persona. 

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