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Joseph Gordon-Levitt y el hombre nuevo

La primera imagen que recuerdo de Joseph Gordon-Levitt es la de su personaje en 10 razones para odiarte (Gill Junger, 1999), una adaptación libre de La fierecilla domada (William Shakespeare, 1594) en la que interpretaba a un adolescente que se enamoraba por primera vez. Su personaje representaba el clásico viaje de iniciación juvenil en el mundo de las relaciones de pareja, cumpliendo con todos los cánones de la comedia romántica, aunque con algunos detalles que convirtieron a la cinta en un pequeño fenómeno dentro del género. Luego vinieron más películas, con papeles de todo tipo, hasta la icónica 500 días juntos (Marc Webb, 2009). En ella compartía protagonismo con Zooey Deschanel, una de las actuales musas indies que ejercía el rol de manic pixie dream girl en nivel extremo. Como el crítico Nathan Rabin describió en su definición de este tipo de personajes, se trata de «esa criatura cinematográfica burbujeante y superficial que sólo existe en la febril imaginación de escritores-directores sensibles para enseñar a los jóvenes graves y pensativos a abrazar la vida y sus infinitos misterios y aventuras». Y en cierta forma, todos hemos sido Joseph Gordon-Levitt en su relación con Summer (Zooey Deschanel) alguna vez. Todos nos hemos encontrado con alguien que hace tambalear nuestros esquemas y nos hace soñar con una vida  de cuento de hadas en absoluta conexión con un igual.

La obra de Webb se alimentaba de la mitología posmoderna del amor. Vivimos en la primera era en la que varias generaciones experimentan un acceso más generalizado a la cultura, por lo que los criterios para elegir compañero vital se amplían. La prioridad general ya no es exclusivamente encontrar a alguien con quien crear una familia o reforzar nuestra inclusión en una sociedad concreta. Buscamos perfiles ideales en nuestro mundo hiperconectado, cuantos más checks a nuestra lista de necesidades contenga el individuo en cuestión, mejor. Y lo tremendo es que hay herramientas para hacerlo, para agruparnos en tendencias, categorías, prototipos, clases, como un enorme catálogo a veces sutil y otras vergonzosamente evidente. Si además el lote incluye una apariencia que nos atraiga, ya no cabe duda de que el relato del amor romántico y perfecto se ha hecho realidad.  ¿Pero hasta qué punto es real esto?¿Cómo esperar respuestas que atiendan a la complejidad humana en un entorno social estructurado como un mercado de valores económicos? ¿Qué ocurre cuando las inversiones, beneficios y pérdidas de nuestras estrategias amorosas afectan a una parte importante de nosotros mismos y no a recursos materiales? 
Expectativas 500 dias
Fotogramas de 500 días juntos vía http://catmaster10000.tumblr.com/

Pues lo habitual es el desconcierto y la decepción. Probablemente acabemos como el personaje de Joseph Gordon-Levitt en 500 días juntos, arrastrados por la culpabilización del otro y/o de nosotros, refugiados en los patrones del género; ‘los hombres son así’, ‘las mujeres son así’,’para que las relaciones tengan el final el feliz de película las cosas deben ser así’. Y llega un punto en el que no sabemos lo que queremos, sólo lo que queremos querer, lo que nos han dicho que es querer. Es curioso cómo la trayectoria artística de un actor lo ha colocado tras dos personajes que representan dos etapas claves en el crecimiento personal de cualquiera; el primer enamoramiento, vinculado a nuestra idea preconcebida del amor, y la primera gran ruptura, que supone nuestra toma de conciencia de que esa idea era más una construcción imbuida que un conocimiento real.

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Pero el arco de transformación no acaba aquí. Sin necesidad de esperar una década de nuevo, el actor estadounidense encarnó a otro personaje que se adentraba en la raíz de parte de los problemas de la pareja media; el sexismo como condicionante de nuestras relaciones. En esta ocasión dirigió su propio guión para contar la historia de Jon Martello, una especie de  Don Juan moderno que a pesar de todas sus conquistas sólo alcanza cierto éxtasis viendo pornografía en su ordenador. Don Jon (Josep Gordon-Levitt, 2013) es una declaración de intenciones desde sus títulos de inicio. Jon  trata a las mujeres como objetos y simplifica su ideología en una premisa: «Hay pocas cosas en la vida que realmente me importan: mi cuerpo, mi apartamento, mi coche, mi familia, mi iglesia, mis amigos, mis chicas, y mi porno». Toda su vida responde a unas expectativas calibradas milimétricamente por lo que se espera de él como hombre en la cultura del patriarcado más sexista. Trabaja, cuida su imagen según el patrón en el que cree que encaja, cuida sus cosas, donde incluye a las mujeres, como cree que debe hacerse para tener éxito en ese patrón, mantiene una imagen de cara a su familia y sus amigos y utiliza el porno como vía de escape para una insatisfacción que no es capaz de ver porque él hace las cosas como la sociedad le ha enseñado y por tanto eso conlleva la consecución de la felicidad. Su vida es una rutina cómoda y segura hasta que en su camino se cruzan dos mujeres, Barbara (Scarlett Johansson) y Esther (Julianne Moore).

La primera parece ser la horma de su zapato en cuanto a clichés de género, mostrando algunas de las actitudes más negativas de los mismos como sus tácticas para transformar al chico que le interesa en el chico que le gustaría que fuera. Y la segunda incita a Jon a reflexionar sobre su obsesión por el porno como baremo para plantearse sus relaciones. Jon empieza a descubrir que el sexo y la vida en pareja no pueden ser ejercicios unilaterales conjuntados con el otro en los que cada uno ejecuta un inexorable rol predeterminado como si fuéramos actores de una peli (porno o romántica dependiendo de si somos hombres o mujeres). Y ya no se trata sólo de algo que afecte a nuestra vida amorosa, el sexismo limita nuestro desarrollo personal  y nos convierte en intérpretes de nuestra propia vida en vez de en propulsores de la misma.

Maybe its time
Fotograma de Don Jon via http://biofikill.com/
La modernidad líquida -como categoría sociológica- es una figura del cambio y de la transitoriedad, de la desregulación y liberalización de los mercados. La metáfora de la liquidez -propuesta por Bauman- intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro, se reduce al vínculo sin rostro que ofrece la Web.
Adolfo Vásquez Rocca, Zygmunt Bauman: Modernidad líquida y fragilidad humana

El periplo de Jon Martell, un ejemplo de persona totalmente alienada por la cultura de la imagen y el sexo, es la forma en la que Joseph Gordon-Levitt muestra su ética sobre cómo debería ser la sociedad o al menos cómo no debería ser. Y lo hace sin tapujos, sin tibieza. Utiliza su repercusión mediática como estrella de Hollywood para hablar sobre los efectos de esa normalización aberrante de los condicionantes de género y lo hace porque cree que la discusión abierta es necesaria para eliminarlos. Podría decirse que es un de esos nuevos hombres que también se han cansado del machismo y quieren más libertad para sí mismos porque han entendido que la lucha es común. Al igual que las mujeres, quieren decidir sobre sus vidas y no interpretar un rol. Quieren que ser hombre no les defina como las mujeres quieren que ser mujeres no las defina. No estamos hablando de afirmar la igualdad per se dentro de esta sociedad. Hay diferencias biológicas que influyen en nuestra manera de ver el mundo y eso nos distingue, pero también hay elementos sociales que influyen en nuestra visión del mismo que escapan de todo determinismo biológico y que pueden exponernos al conflicto interno y a la exclusión social. Y cuando nos convertimos en nuestro propio enemigo o en el del otro género por ser como somos, la sociedad como mecanismo de supervivencia y desarrollo humano no tiene sentido. No es posible plantearse la igualdad en una sociedad así, no es posible para muchos hombres y mujeres ser feliz en una sociedad así. Es preciso desarrollar una sociedad nueva, con nuevos hombres y nuevas mujeres.

Odio darme cuenta

Los hombres aprendemos a ser hombres. No nacemos machistas, aprendernos a reproducir patriarcado a través del sexismo, la homofobia, el falocentrismo, la heteronormatividad. Lo importante es que esos aprendizajes se pueden desaprender, lo que implica necesariamente una lucha política.

Claudio Duarte (Sociólogo, académico e investigador de la Universidad de Chile)
A través de su propia productora, Hit Records, Joseph Gordon-Levitt intenta promover el feminismo difundiendo creaciones artísticas que se sustenten en el debate colectivo sobre el género. Como actor entiende la importancia del compromiso de los mensajes culturales con la reeducación, que no adoctrinamiento, de la sociedad. Sólo implicando al mayor número de personas posible, exponiendo ideas, analizando situaciones y fomentando el diálogo, se podrá avanzar hacia esa nueva sociedad más sana para todos. Su ejemplo puede verse como un símbolo de la generación de los 80 y su experiencia con las relaciones de pareja. Crecimos creyendo en el amor romántico con final feliz como en 10 razones para odiarte. Asumimos la transición a la madurez empujados por el fracaso de ese ideal como en 500 días juntos. Y tenemos la posibilidad de reflexionar sobre el papel del sexismo en nuestra insatisfacción vital y cómo podemos cambiarlo como en Don Jon. Cualquiera de nosotros puede y debe plantearse quién es y cómo experimenta el amor. Y si la respuesta no es la que se esperaba de cada uno, no hay que inquietarse, igual es que eres un hombre nuevo o una mujer nueva. Como decía el personaje de Heath Ledger en 10 razones para odiarte: «No hace falta ser siempre quien quieren que seas»

Nosotras también nos corremos

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Imagen de Stephanie Wilson via Twitter

Nada de fisting (!), penetración con objetos (!!), facesitting (!!!) y nada de eyaculación femenina (!!!!!!!!!). El pasado mes de diciembre, el parlamento británico decidía qué prácticas podrían exhibirse en la pornografía producida en el país y, por tanto, qué comportamientos sexuales dejarían de ser aceptables. Debates sobre la censura aparte, el listado no puede ser más arbitrario y sexista: las actrices seguirán chupándosela al actor de turno, pero no las veremos sentarse sobre su cara. Se prohíben así los actos sexuales de mayor empoderamiento de la mujer en su rol sexual intencionalmente activo.

Sobra decir que ni existe un sólo tipo de pornografía ni soy yo una experta en la materia. Mi perspectiva es la de la consumidora a la que le gustaría ver en pantalla tantas representaciones visuales del sexo como tipos de personas y de placeres consensuados existan. Sin mecanizar y sin estereotipar. Soy un animal sexual y por lo tanto grito, sudo, me muevo, me retuerzo y me corro. Aunque de esto último no siempre tengamos indicios en las películas.Que la educación sexual no sea precisamente el campo de actuación de la pornografía no es excusa para obviar el impacto que tiene en nuestras ideas acerca de qué es o qué puede dejar de ser el sexo. Todas las creencias aprendidas desde la cultura influyen en mayor o menor medida en nuestra vivencia de la sexualidad: lo que no está contemplado culturalmente es raro, problemático o incorrecto. El porno fomenta nuestras fantasías eróticas, pero también condiciona y normaliza las conductas sexuales. Al igual que ocurre con el amor y las relaciones sentimentales, nuestro primer acercamiento al sexo suele venir del ámbito de la ficción, más aún desde la comodidad que nos proporciona internet. La pornografía convencional vendría a ser una especie de manual de sexología que nos muestra con quién debemos follar, de qué manera, con qué partes del cuerpo y en qué orden. Por supuesto, no hay nada negativo en inspirarse en ciertas posturas o comportamientos, pero el riesgo de culpabilidad si no nos sentimos atraídos por lo que se nos muestra en pantalla es importante.

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Fue precisamente la industria pornográfica la que popularizó el squirting y lo convirtió en un género más dentro de la producción fílmica. Pero nuestros fluidos, al igual que nuestros rostros y nuestros pechos, no escapan al escrutinio público. Siempre ha existido cierto empeño en comprobar si nuestra eyaculación es en realidad orina, en un intento de categorizarla como disfunción típicamente femenina. Algo que, seguramente, habrá llevado a muchas mujeres a inhibir dicho proceso natural (culpabilizar el placer, o que no decaigan las tradiciones). Algunas voces señalan que reducir a orina las manifestaciones físicas del orgasmo femenino resta importancia a la consecución del placer de la mujer durante el coito. Otras defienden justo lo contrario: hablar de algo más que pis, así como el squirting en sí mismo, vendría a perpetuar ciertas fantasías masculinas.

El squirting es un acto político contra la represión a expresar libremente el placer y no sólo el placer sino todas aquellas formas de exceso prohibidas a las bio-mujeres y a todas las personas por un sistema que nos quiere a todos implosivos. El squirting es un acto político contra el miedo a explotar, contra el miedo a sentir la intensidad de la vida, del sexo en cuanto acción, como estrategia de superación del miedo a morir. ¡Si antes tenía un coño ahora tengo un cohete que dispara chispas al correrse!
Del blog ideadestroyingmuros (Venecia, 2005)

Sea como fuera, lo que sí parece incuestionable es que prácticamente todo lo relacionado con el placer femenino desvinculado de su función reproductiva se ha mantenido oculto. Y este sería sólo uno de los motivos por los que deberíamos visibilizar las diferentes opciones de la sexualidad femenina, en especial aquellas prácticas casi rituales asignadas exclusivamente al hombre. Pero no estoy hablando de extremos: algo tan aparentemente simple como un «qué extraño me parece que te guste X siendo mujer» es tan enervante como cualquier otra manifestación de sexismo más evidente (por muy buenas intenciones que tenga nuestro interlocutor).

Por lo tanto, no considero que la solución resida en rechazar la pornografía. Sin entrar en consideraciones sobre el llamado porno feminista, me resulta igual o incluso más discriminatorio asumir que las cintas que más excitarán a las mujeres serán aquellas en las que predominen los besos y caricias, la delicadeza y el romanticismo. Quizá sea una opinión un tanto extrema, pero no estamos demasiado lejos aquí de la idea de mujer como ‘sujeto asexual’ aparentemente incapaz de disfrutar con su cuerpo, de elegir sus propias narrativas, descubrir, experimentar y, en definitiva, actuar en consecuencia con su deseo.

La prohibición de la eyaculación femenina es completamente sexista, pero no sólo nos concierne a las mujeres. No quiero vivir en un mundo en el que los hombres consideren que una mujer que se corre de la forma que más placer le produce es una mujer que debería avergonzarse de sus actos. No quiero que nadie se sorprenda si me gusta que se corran en mi cara. ¿Debería sentirme culpable porque en pantalla se muestra únicamente como acto de humillación? ¿Qué posibilidades hay de pedir prácticas como esta de forma natural?

Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997)

Las instituciones de poder, político o religioso, insisten en regular el porno porque entienden la dimensión de nuestra sexualidad como motor desestabilizador del binomio hombre/mujer. No dispuestas a consentir un posible cambio en el modelo de representación de la interacción sexual, lo combaten censurando los lenguajes mediáticos, aquellos que con mayor facilidad pueden transformar y modificar nuestras perspectivas. Controlar la pornografía es eficaz porque conecta con la parte más visceral de lo que significa ser humano: todos tenemos una sexualidad aunque no tengamos encuentros sexuales.

Legislaciones como la que tratamos aquí nos hacen retroceder en cuestiones de igualdad de género y perpetúan el rol de la mujer como simple objeto invisible subordinado al placer masculino. Más allá del porno, entendemos que la sexualidad es algo privado. Sin embargo, la eyaculación masculina es completamente pública: el hombre se libera y ocupa un espacio; todo lo contrario ocurre con el orgasmo femenino, que debe ser limpio, aséptico, transparente. La representación desigual no sólo de las fantasías, sino de las acciones más esencialmente biológicas, responde a la realidad sexual en la que vivimos: si hombres y mujeres no tenemos las mismas condiciones en la sociedad, ¿es plausible que alcancemos las mismas condiciones en el porno?

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Imagen original publicada en Vice

Me gustaría pensar que sí. Que la pornografía, ambivalente como la sexualidad misma, puede ser transgresora además de alienante. Y más aún me gustaría pensar que la visibilidad de un porno sin mecanizar, libre de los roles misóginos de la representación hegemónica, podría llegar a filtrarse en nuestros comportamientos sociales. Un porno donde, por ejemplo, el anal se mostrara como una práctica satisfactoria para ambos sexos y no sólo como un instrumento para excitar al varón heterosexual. Mientras tanto, educación, educación y más educación en todos los campos de batalla donde nos toque luchar.

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