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Sobre el viejo (no) arte de los piropos

Voy a empezar apelando a la subjetividad presente en todo estudio, investigación o artículo sobre temas sociales o personales, porque quienes los escribimos somos personas inmersas en la sociedad, con nuestras realidades. Por lo tanto, pretender vender una cierta objetividad pura y aséptica me parece directamente una farsa. Este post lo escribo desde mi condición de mujer, joven y crítica, por la cual he sufrido (y supongo que seguiré sufriendo) el acoso callejero en forma de piropos, silbidos y miradas.

A medida que avanzan los tiempos, vamos repensando más y mejor a nivel colectivo todos los espacios colonizados por el patriarcado y el machismo, de manera que nuestras opiniones como personas (mujeres y hombres) respecto a lo que debe ocurrir o lo que es aceptable o no aceptable que pase en esos lugares va variando progresivamente. En este post me voy a centrar solamente en lo que ocurre en la calle, espacio público por excelencia, porque para hablar de todos los espacios en los que las mujeres sufrimos piropos y demás serían necesarios varios posts o directamente una tesis doctoral.

Tal vez sería necesario empezar por el principio y remontarnos a la incipiente adolescencia de cualquier chica, ya que en ese momento se producen multitud de cambios corporales y emocionales: los pechos y las curvas parece que estorban más que de lo que ayudan, la regla incomoda, las cosas afectan más, la autoestima baja, la inseguridad aumenta… En esos momentos, pasar por una calle, un parque, una obra, o cualquier otro espacio público repleto de chicos o hombres puede producir cierta angustia. Recuerdo que yo pasaba pensando «por favor, que no me digan nada». Y como yo, muchas otras. Ese pensamiento te hace buscar estrategias para no llamar la atención y casi sin darte cuenta vistes de otra manera, tu posado en la calle es otro, tu forma de relacionarte es diferente. Al final aparcas las minifaldas, los vestidos vistosos, los escotes y todas aquellas prendas ceñidas que realcen tu figura. Y luego caminas por la calle con cara de mala leche, mirando fijamente al frente, fingiendo que no oyes nada, para aparentar algo así como que eres una tía dura que no puede ser objeto de según qué comentarios.

La adolescencia pasa, la individualidad de cada una ha seguido evolucionando, sin embargo, toda esta coraza que has pasado tanto tiempo construyendo sigue vigente, y es que todavía no te gusta que te digan cosas, te silben o te miren de aquella manera. Nosotras caminamos por la calle creyéndonos que también es nuestra, pero es que ellos (algunos) creen que la calle les pertenece más y, de paso, también tu cuerpo y el derecho a decirte, hacerte o mirarte lo que quieran y como quieran. Que te digan guapa u otros piropos, cuando no que te acosen persiguiéndote y pidiéndote que tomes una copa o un café con ellos, que te silben o que te miren de arriba abajo tiene que ver con su posición respecto a la nuestra, con la supremacía masculina que ellos mismos se han ido otorgando a lo largo de la historia y que parece que no quieren abandonar.

Después entra en juego nuestra respuesta o la ausencia de ésta. Son muchas las ocasiones en las que queremos expresarnos pero no nos sale. O respondemos algo que, visto con perspectiva, no nos gusta. Y luego hay otras veces en las que nos empoderamos y soltamos algo increíble que nos sirve para alimentar de nuevo ese empoderamiento y hacerlo durar hasta el infinito y más allá. Pero éstas son las menos, normalmente. Y es que, para responderle a un hombre que te grite algo por la calle, tienen que alinearse muchos factores, entre ellos, tu estado emocional y contexto en el que se produce el presunto piropo. No es lo mismo responderle a un machirulo de día que de madrugada, sola que acompañada, etc. Pero, preparaos, porque tu respuesta a su atrevimiento puede comportar dos reacciones: por una parte, que no se lo espere y se quede tan cortado que no replique y, por otra parte, que no se lo espere y le siente tan mal tu osadía que te replique como si no hubiera mañana. Esta última reacción es la más habitual según mi experiencia y la de las mujeres de mi entorno. En estos casos el hombre en cuestión se transforma (aún más) en un energúmeno y las palabras salen atropelladas de su boca, puesto que tiene ganas de hacerte saber rapidísimo todo lo que piensa de ti: ya no eres bonita, ahora eres una zorra. Y es que están tan acostumbrados a que agaches la cabeza y sigas tu camino avergonzada, haciéndoles sentir el vencedor de turno, que cuando osas responder te conviertes directamente en una bruja, porque eres disidente, porque los afrentas, porque cuestionas esa supremacía.

Imagen via Nomellamonena

No debemos olvidar que el acoso callejero y el presunto arte rancio del piropo son agresiones en toda regla, si bien no marcan nuestra piel dejando cicatrices, sí nos dejan huellas dentro, donde más duele. Así que hacer frente a estas agresiones es autodefensa. Desde aquí me gustaría animar a todas las mujeres a responder de forma contundente a sus agresores, pero debo admitir que incluso a mí, que lo he hecho varias veces, me cuesta y no siempre sé responder, por las circunstancias, por mi estado anímico, por un sinfín de elementos. Pero sí puedo deciros que, cuando he respondido como quería, me he sentido la mujer más poderosa del universo y esa sensación me ha durado días enteros y que, en cambio, cuando no respondo me juzgo y me machaco repetitivamente culpándome por no haber sacado las agallas suficientes para plantarle cara al machito que se atrevió a soltarme algo por su boca sin pensar si yo quería o no recibir ese piropo.

Imagen via Nomellamonena

Nada me gustaría menos que aburriros con mis anécdotas personales, pero creo que debo explicaros que la última vez que respondí a una agresión de este tipo fue en las pasadas vacaciones navideñas. En esos días se celebraban cenas de empresas por doquier, pero mis amigas y yo celebrábamos el cumpleaños de una de ellas. Después de cenar salimos a buscar un bar donde tomar algo y en esas nos encontramos dando vueltas por un conocido barrio barcelonés en el que la primavera pasada hubo disturbios a causa del desalojo de un Centro Social Autogestionado. En casi cada esquina había restaurantes que acogían fumadores a sus puertas y en uno de esos grupos un hombre decidió que debía gritarme a los cuatro vientos un «¡GUAPA!» bien fuerte, a mí, que me había quedado rezagada mirando las fotos que nos habíamos hecho un rato antes. De manera que me giré, le sonreí y le enseñé el dedo corazón de mi mano izquierda. Os podéis imaginar su reacción completamente airada. Después de un montón de insultos, me gritó (también bien fuerte) «¡PUES QUE SEPAS QUE TENGO PARIENTA!». Ah vale, que en casa tienes a una mujer que te espera, qué machote. Evidentemente, mis amigas, que aparte de amigas son compañeras en esto de vivir la vida feminísticamente me aplaudieron y me dieron todo su apoyo.

Seguramente si no hubiera contado con la seguridad de mi grupo de amigas no hubiera dado esa respuesta. Lo sé porque, debido a mi afición a la montaña y a mi trabajo para el cual a veces madrugo lo inimaginable, me encuentro yendo cuando todavía está oscuro a buscar el coche los fines de semana, es entonces cuando me topo con manadas de machirulos volviendo a casa después de una noche de farra descontrolada. Entre que de por sí ya se creen los amos de la calle y que han bebido, se envalentonan más de lo normal y se pasan de la raya (también más de lo normal). En estos casos, la reacción suele ser la misma tanto si respondes como si no: improperios como si no hubiera mañana. Así que lo único que puedes hacer es acelerar el paso, por si les da por seguirte y «darte tu merecido», como oí el pasado domingo.

Si os soy sincera, presuntos piropos, silbidos y miradas los he recibido a cualquier hora del día, pero es de noche cuando las agresiones han sido más numerosas y más contundentes. En esos momentos me siento más insegura y me doy cuenta que con la edad ha ido aumentando mi percepción del peligro real de sufrir una agresión más allá de las palabras, por lo que me pongo en estado de alerta aun sin ser consciente muchas veces desde que salgo del punto de origen y llego a mi destino. Pero también debo decir que el feminismo me ha ayudado a canalizar y gestionar mejor esas agresiones, tanto dentro de mí como fuera. De hecho, el feminismo es la base que nos permite catalogar y analizar estos hechos como agresiones y, al mismo tiempo, es la herramienta a través de la cual podemos exterminar estas prácticas y protegernos las mujeres.

Erradicar los piropos en la lucha contra el machismo

Imagen:  Yves Herman/ Reuters

¿Eliminar el piropo? Pues claro que sí, joder. No entiendo por qué os habéis echado todos las manos a la cabeza por las declaraciones que hizo ayer Ángeles Carmona, la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Por mucho que os cueste comprenderlo, los piropos no son algo agradable. Son un comportamiento machista y que promueve la cosificación de la mujer como en los años 50 eran aceptadas las palmaditas en el culo a las secretarias y oficinistas en general. ¿Verdad que si ahora algún jefe o compañero de trabajo os da una palmada en el trasero os violenta? Pues a ver si vamos cambiando la mentalidad con el tema del piropo, que viene a ser lo mismo. 

Antes de juzgarme, escucha

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                     Imagen: J.J. Guillem/ EFE
 

Vayamos por partes. Hace poco, una amiga me dijo que le había impactado muchísimo una frase que leyó: «generalmente, cuando alguien habla, no lo escuchamos con intención de entender lo que está diciendo sino que vamos formulando mentalmente argumentos para rebatirle». Por eso, querido lector o lectora, te pido que hagas lo mismo con las declaraciones de Ángeles Carmona. Ya no te pido que empatices con mi visión de este asunto, sino simplemente que intentes entender lo que la presidenta del CGPJ dijo.

«El piropo ha sido siempre permitido y se ha asumido como algo normal, pero lo cierto y verdad es que supone una invasión en la intimidad de la propia mujer porque nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de la mujer.»

¿En serio no le veis el sentido a esta afirmación? ¿De verdad se merece esta argumentación un revuelo como el que se ha montado?

Vivimos unos tiempos en los que las exigencias físicas son altísimas. Las mujeres llevamos mucho tiempo padeciendo esta presión pero ahora también los hombres podéis entender que los prototipos de belleza que se promueven desde los medios de comunicación y audiovisuales son inalcanzables. A no ser que puedas permitirte unas 3 horas diarias en el gimnasio y una considerable inversión económica en productos de belleza y operaciones de cirugía estética. Como la mayoría no lo hacemos, no queremos o no estamos interesados, surge la cuestión de que, efectivamente, nadie tiene derecho a hacer un comentario físico sobre el aspecto de una mujer, sea bueno o malo. ¿Quién cojones le da la potestad a un tío que no conozco de nada de decirme si le parece que hoy estoy guapa o no? ¿Por qué tengo que aceptar y tragarme esta
opinión gratuita?

Efectivamente, este desconocido está invadiendo mi intimidad o si lo entendéis mejor así, está formulando una opinión sobre mi persona basándose únicamente en mi aspecto exterior. ¿No hemos quedado ya que eso no debe hacerse para que no se incrementen los casos de personas que sufren enfermedades y trastornos vinculados a la obsesión con el físico?

Segunda declaración de Ángeles Carmona:
«En ciudades como El Cairo las mujeres van con auriculares y tapones para no escuchar los comentarios de este tipo y aunque sean bonitos, buenos y agradables y sean actitudes absolutamente permitidas en nuestra sociedad, deben ser erradicadas y debe haber mucho más respeto por la imagen de la mujer».
 

Exactamente. Respeto, por favor. Soy mujer y no quiero que un desconocido me juzgue por mi aspecto físico. No quiero sentirme agredida. No quiero que se me trate como a un objeto. No quiero sentirme violenta. No tengo por qué aguantarlo. De hecho, seguramente por muy bonito que sea lo que me estés diciendo, voy a ponerme nerviosa porque como mujer, ya he vivido otras experiencias de hombres que se creen que por decirme 4 halagos piensan que me voy a ir a la cama con ellos. E incluso un porcentaje de éstos me perseguirá por la calle si no respondo o pueden ponerse agresivos.

Piropos buenos, piropos malos

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Imagen: www.cartasamoru.com
 

Y aquí es donde me dirán que hay que distinguir, que hay diferentes tipos de piropos, que todo depende de la intención, que hay hombres maravillosos que dicen estas cosas porque quieren halagarme. Pero sigo pensando que nadie tiene derecho a opinar sobre mi aspecto de forma gratuita y sin conocerme de nada porque si ellos se sienten con el derecho de hacerlo, yo me siento con el derecho de escribir este artículo para decir que me parece mal, que no me gusta y que es machista porque se limitan a decir algo basado en mi físico. Soy una persona, no una cosa, gracias.

Pero lo peor, son todas esas mujeres que han llenado Twitter de comentarios diciendo que les parece una práctica bonita, que no debe perderse, que les sube la moral. A todas ellas solo puedo decirles que si su autoestima es tan pobre que depende del juicio casual que un desconocido hace sobre su aspecto físico me dan mucha pena.

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¡Olé la tradición!

Luego tenemos a los que se agarran a la belleza de esta tradición. A mucha gente le parece que el toreo es un arte y encuentran belleza en esta práctica. Hay otros que defienden que el matrimonio tradicionalmente es una institución únicamente para parejas heterosexuales. Señores, que una práctica sea una tradición no le da ningún tipo de legitimidad. La sociedad evoluciona, o eso quiero pensar, y el hecho de que aparezcan voces discrepantes a lo que tradicionalmente se ha considerado una práctica aceptada no tiene porque armar semejante follón. Llevamos casi 24 horas con un TT (Trending Topic) en Twitter donde #EliminaUnPiropo se ha convertido en una lapidación a los que estamos en contra del piropo como práctica machista.

¿Qué tiene que ver el tocino con la velocidad?

Y luego están los artículos de opinión lleno de falacias, como el que se ha marcado este periodista en la edición digital de La Rioja.

 
«Cuesta creer que el protagonista de ‘La vida es bella’ quisiera humillar a su esposa cuando, cada vez que la veía, le decía aquello de «¡Buenos días, princesa!»».

¿Soy yo la única que se ha dado cuenta de que una cosa son los apelativos cariñosos que te dedica tu pareja y otra lo que te puede decir un desconocido en la calle? La relación que tengo que con mi pareja no tiene nada que ver con los piropos de anónimos.

Veamos más argumentos absurdos, en este artículo de la Opinión.

«¿A quién se le ocurre irse a El Cairo a oír piropos, pudiendo ir a Cádiz o la Gran Vía Madrileña?»
 
«Resulta además un poco triste que una persona eminente, inteligente y de gran valía como ella piense que solo puede piropearse a las mujeres por su aspecto físico, que lo único admirable en ellas es su belleza o su singular gracia al caminar.»
 

Me parece lamentable que se agarre al hecho de que los piropos no se basan solo en el físico cuando únicamente se centran en eso. ¿Hay alguien en la sala a la que le hayan dicho «¡Qué bonito tu doctorado, nena!» o «¡Me encantan tus inquietudes culturales!«. Pues claro que no, porque me remito a lo que llevo repitiendo desde un principio: el tío que me increpa por la calle no sabe nada más de mí que lo que ve, por eso sus comentarios se van a limitar a mi cuerpo, me va a convertir en una «cosa».

 Somos todas unas putas. O unas feas

 
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Y ya, en el escalafón más bajo de la argumentación, están aquellos y aquellas que dicen que si estás en contra de un piropo es porque eres muy fea y tienes celos porque nunca te lo han dicho o que tienes que aguantar los piropos porque llevas mucho escote y vas muy maquillada. En el fondo te lo estás buscando. Supongo que esto es lo mismo que se dicen a sí mismos los maltratadores o los violadores para legitimizar sus actos.

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Basta ya, por favor

Abandonemos la mentalidad retrógrada. Otra cosa que daría para otro post es la manera en que se han tratado desde los medios de comunicación las declaraciones de Ángeles Carmona.

Titular

Este titular extraído de un artículo de El Digital Castilla la Mancha, además de tendencioso, no se molesta ni en citar el cargo de la Presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial porque lo más importante, lo grave, es que quiere «erradicar el piropo».

Y para rematar, Ángeles Carmona habló de temas mucho más importantes, como la necesidad de proteger a los menores cuando sus padres son maltratadores o sobre el bajo porcentaje de denuncias por violencia de género que resultan ser falsas. Pero claro, ¿qué son estas nimiedades comparadas con hablar mal de una tradición patria? Esto es lo que deben de pensar los que siguen tirando cabras de campanarios.

Y me despido con este tuit, que me da un poco de esperanza en la humanidad.

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