El romanticismo del código civil
Nota de la coordinadora: Este proyecto siempre se pensó como uno colectivo. Partiendo de que juntas pensamos mejor, se quiso que reflexionásemos desde diferentes experiencias y trayectorias formativas y vitales sobre el tema del amor, pero también sobre todos sus enfoques. Creo que este post es el punto álgido de esa colaboración. Porque los encuentros a viva voz entre dos de las autoras de este blog se convierten no ya en otra entrada, sino en parte de la trayectoria amorosa de otra pareja a través de este texto, compartido en una boda hace unas semanas. Gracias, en primer lugar, a los novios, por permitirnos compartir este momento íntimo desde aquí; gracias a Dovidena, por ver romanticismo en la legislación, y gracias a Ana, por saber poner palabras a esa sagacidad.
El otro día contaba una amiga que para ella la lectura de los artículos del Código Civil en una boda es de las cosas más románticas que existen en esta vida. Entre las risas de todos los que estábamos, no supo explicarnos con palabras por qué pensaba aquello, pero consiguió convencerme.
En general, estamos acostumbrados a ver en las bodas los grandes actos de amor romántico de las películas, en la que alguien (el reverendo de turno, normalmente, pero también puede ser el padre o una amiga) da un discurso enternecedor de amor eterno en mitad de un jardín espléndido, mientras la pantalla nos bombardea con planos detalle y colores cálidos.
Esa es la idea de boda que todos tenemos en la cabeza, aunque nos pese. Ese momento de tensión cuando preguntan si alguien tiene algo en contra de que se celebre la boda. Ese otro momento de alegría inmensa cuando se levanta la prohibición y la autoridad pertinente autoriza al marido, ahora sí, para que bese a la novia. En las películas nosotros sabemos que no es cierto, que ya se han besado antes porque habitualmente nos lo han mostrado minutos antes.
En la vida real también pasa. Nosotros hemos visto a Sara y a Atilio besarse, los hemos visto abrazarse y quererse desde que empezaron juntos. Los hemos visto reírse y llorar. Los hemos visto felices. Los hemos vuelto a besarse una y mil veces. Y otro millón de cosas que seguro han vivido juntos, pero nosotros no hemos visto.
Precisamente esto es lo que ha ido construyendo lo que hoy celebramos aquí. Cada beso, de los que se han dado y de los que no han podido darse porque los separaba un océano, han ido forjando el afecto y la complicidad que los han traído hoy aquí, a dejar por escrito, firmado de su puño y letra, que tienen la firme intención de pasar toda su vida juntos.
Porque ese papel que firmarán al finalizar la ceremonia es mucho más que un contrato, es el ejercicio de un derecho, es el fruto de un acuerdo entre ellos, el resultado de las líneas rojas que no van a sobrepasar y la definición del inmenso espacio que queda entre ellas que es, al fin y al cabo, en el que van a disfrutar cada día como si volviera a ser el primero o como si fuera a ser el último.
Y eso es la esencia misma del romanticismo y del amor romántico. Tan serio como comprometerse a cuidar el uno del otro, de los que antes los habéis cuidado a ellos y a aquellos, que si quieren en un futuro, un día serán ellos los responsables de cuidar. Tan serio y tan bonito como tratarse y considerarse como iguales. Y tan romántico como compartir las tareas domésticas, que nos hace gracia o nos remueve, pero que te puede hacer sentir que trabajas en el equipo más coordinado y más efectivo del mundo.
Sara y Atilio, yo quiero felicitaros por ser valientes, por afrontar con madurez este momento y por dar este paso, que no siempre es fácil de asumir y mucho menos fácil de organizar. Lo que sí quiero es pediros de corazón que intentéis ser un poco más felices cada día, que es en eso justamente consiste la vida. Que la disfrutéis, que juguéis como niños, que discutáis como adultos y que cada mañana, cuando abráis los ojos, tengáis la seguridad de que vuestra vida va a seguir siendo maravillosa.