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Girls American Bitch, cuando la línea del consentimiento se emborrona

*Este post habla sobre el último episodio de Girls, American Bitch; no sigas leyendo si no quieres spoilers.

American Bitch, el último episodio de Girls, nos trae de vuelta a la Lena Dunham en todo su esplendor de principios de la serie que tanto echábamos de menos. Por mucho que les pese a sus detractores, Girls es una serie que trata todos los temas de relevancia que han sido tabú por mucho tiempo y refleja su generación de una manera que pocas series han retratado antes.

Hannah Horvath —el personaje de Dunham— visita la casa de un novelista respetado, Chuck Palmer (interpretado por el grandísimo Matthew Rhys de The Americans), cuyo nombre ha sido puesto en entredicho al salir a la luz varias acusaciones de agresión sexual. Hannah y Chuck debaten sobre el problema ético de en qué lado posicionarse cuando hay carencia de pruebas definitivas: ¿del hombre poderoso o del acusado?

Chuck se gana la confianza de Hannah rápidamente y consigue que dude sobre el artículo que ella ha escrito acusándole de abusar de su poder. Hannah cae en su encanto, ella le admira por su trabajo y él consigue convencerla de que no hay nada malo en «usar» su fama para seguir su vida de mujeriego. Y es entonces, cuando ella está totalmente encandilada cuando, ¡boom!, la invita a tumbarse con él en la cama, tumbarse nada más, y cuando ella está a su lado, él se gira y se saca el pene tocando su pierna. No dice nada, no hace nada más, se la saca y mira a Hannah con una sonrisa diabólica. La tiene exactamente donde él quería. Ella se lo coge por un segundo y, al momento, se da cuenta de lo que está pasando, flipa en colorines y se va corriendo.

No la fuerza, no la viola, simplemente se gana su confianza y, una vez que la tiene, abusa de ella. Cruza una línea que nunca debería de cruzarse. Lena Dunham ha hablado abiertamente de su experiencia cuando fue atacada sexualmente y en este episodio va un paso más adelante, «todo el mundo» reconoce y condena públicamente una violación o cualquier tipo de ataque violento, pero ¿qué pasa cuando no hay violencia? ¿Qué pasa cuando se abusa de una situación de poder y superioridad «sutilmente»?

Lena Dunham y Matthew Rhys en el episodio American Bitch de la serie Girls

En una reciente entrevista, Lena Dunham habla sobre este capítulo:

Estamos teniendo muchas conversaciones sobre la cultura de la violación y el asalto y son realmente muy importantes, pero muchas mujeres van por ahí con una gran vergüenza sobre episodios que no parecen violación de la manera tradicional. He pensado mucho sobre esto. Tengo muchísima menos vergüenza sobre mi violación que la que tengo por muchísimos encuentros que he tenido con gente en situaciones en las que no he sabido expresarme correctamente o crear la distancia adecuada. Cuando te violan, te violan. Tienes derecho a decir «esto me ha pasado y estaba fuera de mi control». Pero cuando permites que los límites se desdibujen sin ni siquiera darte cuenta de que está pasando, es una sensación diferente de dolor y vergüenza que te come por dentro durante mucho tiempo.

Es este punto el que me parece más importante sobre lo que Dunham pone en la mesa. Cuántas veces una mujer ha estado en una situación en la que no quería encontrarse por no poder decir que no ya que «no estaba pasando nada«. Cuántas mujeres no cuentan estas experiencias porque saben que la respuesta va a ser «no seas exagerada» o «no es para tanto» o «bueno, estás acusando de algo muy grave y no ha pasado nada». Cuántas veces la respuesta a un abuso es «llevaba una falda muy corta», «es que iba provocando»…

Hannah cuenta a Chuck una experiencia suya con un profesor del colegio y un ex-compañero de clase que es el perfecto ejemplo de estos casos:

Yo le gustaba, estaba impresionado, tenía una habilidad especial para la escritura creativa y escribí una historia corta o algo. A veces cuando estaba hablando en clase se ponía detrás de mi silla y me daba un masaje en el cuello. A veces me masajeaba la cabeza y jugueteaba con mi pelo. Y no me importaba. Me hacía sentir especial. Sentía que alguien me veía y que sabía que iba a crecer y ser realmente especial. También hacía que los demás niños me odiaran y pusieran lasaña en mi puta mochila, pero esa es otra historia.

Bueno, pues el año pasado, en una fiesta en un almacén en Bushwick, un tipo se me acerca y dice: «Horvath, fuimos al instituto juntos, ¡East Lansing!». Y  yo: «¡Ostias!, ¿te acuerdas de la locura de clase de Mr Lasky? Estaba básicamente intentando abusar de mí».

¿Sabes lo que dijo el tío? Me mira en medio de la puta fiesta como si fuera el juez y me dice: «Esa es una acusación muy seria Hannah». Y se pira. Y ahí me quedé yo, sintiéndome como si tuviera once años otra vez y me estuvieran masajeando el cuello. Porque esas cosas no se olvidan.

Es importante que se hable de este sistema de poder en el que se dejan cruzar los límites en busca de validación, de aprobación. Este sistema en que las mujeres vivimos en una continua desventaja. Es importante que se pongan las cartas sobre la mesa y que se cuestione, de una vez por todas, no solo lo obvio sino todos los pequeños detalles que suman y añaden a que sigamos viviendo en una sociedad patriarcal.

Las caras borrosas de los violadores de Sanfermines

En los medios se pixelan las fotos de los cinco acusados de violación en los pasados Sanfermines. Si se hace para proteger su imagen, resulta infructuoso: a estas alturas las fotos son públicas y han sido ampliamente difundidas por medios de comunicación y redes sociales, así como sus nombres y apellidos: Ángel Boza Florido, Antonio Manuel Guerrero Escudero, José Ángel Prenda Martínez, Alfonso Jesús Cabezuelo Entrena, Jesús Escudero Domínguez.

violadores sanferminesTal vez se difuminan sus rostros por otra razón: para ocultar lo normales que se ven.

Cinco tíos en un grupo como conocemos todos, más o menos macarras unos que otros, pero bastante comunes, bastante españoles. Se parecen a la pandilla que tiene un amigo del pueblo, a los colegas de uno del equipo de fútbol, a los de toda la vida de tu compañero de curro, a los habituales del bar de la esquina, a la panda de un ex compañero del cole. Bastante NORMALES.

Incluso dos de ellos eran miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, esas destinadas a protegernos. No uno, no una manzana podrida: DOS de cinco.

Son cinco chavales a quienes, cuando aún no se conocían todas las pruebas, se les ha defendido en foros, en comentarios, en tertulias de radio, en algún plató de televisión. Sin las grabaciones y los chats a lo mejor todavía se estaría discutiendo si no fue todo una invención de una chica ligera de cascos, si no fue culpa de ella por incitarlos, si no se habrá arrepentido después del calentón para acusarlos falsamente.

violadores sanferminesNo son solo los cinco que abusaron de (que hasta ahora sepamos) dos chicas, sino los otros 16 que estaban en un chat donde se narró el delito y aplaudieron la gracia en vez de protestar de alguna forma. Ninguno de ellos salió indignado de la conversación o manifestó su desacuerdo. Ya con esto sumamos 21 manzanas podridas, que viene siendo una cifra más difícil de ignorar.

Porque nadie quiere creer que en su entorno haya gente como ellos, que entre tus amigos, tus compañeros de trabajo, tus colegas de fiesta, tus amigos del barrio, hay gente capaz de abusar de ti. Y, sin embargo, la mayor parte de las violaciones que se denuncian ocurren en entornos cercanos. Eso si se realiza la denuncia, porque más de la mitad se quedan en la vergüenza, la humillación y el miedo. Eso si la denuncia es aceptada, porque en muchos casos no se cree a la víctima, como le sucedió a la chica abusada en Córdoba.

Tal vez se difuminan sus caras porque, a diferencia de otros casos, resulta difícil mostrarlos como los monstruos que son, convertirlos en algo ajeno al día a día, como suelen hacer los medios de comunicación. Es más fácil hacernos creer que son cinco casos aislados, que no representan el machismo y la cultura de la violación que son reales y existen en nuestro entorno… aunque queramos negarlo o no sepamos verlo.

El delicado arte de decir que no

Hace unos años estaba en una relación abusiva. Teníamos Discusiones Interminables que duraban horas y que empezaban por el más absurdo de los detonantes, pero que servían como excusa para volver una y otra vez sobre los Grandes Agravios Recurrentes que, al parecer, no dejaba de hacerle a mi ex.

Uno de esos Grandes Agravios Recurrentes consistía en Aquel Día En Que Me Fui a Tomar Una Cerveza Con Un Colega Que Él No Conocía.

El colega en cuestión era amigo de unos amigos y aunque nos llevamos muy bien, vive en otra ciudad y por tanto, las cosas como son, no es una persona que surja habitualmente en las conversaciones. Yo estaba trabajando cuando me dijo que estaba en Madrid, y como estaba recuperándome de una fractura complicada en un pie y me costaba mucho moverme, me ofreció acercarse a la zona de mi oficina a tomar una cerveza cuando saliera, antes de irse a cenar por ahí. Mi pareja había quedado con unos amigos, así que le escribí diciendo que no me esperara. Cuando volvió, de madrugada, me despertó para preguntarme a qué hora había vuelto yo. Pensé que estaba borracho, pero resulta que no. Que estaba ofendido.

Lo estuvo durante muchos meses, y después de muchas de esas Discusiones Interminables fue hilando los argumentos. En su opinión, el hecho de que él se hubiera desplazado para facilitar que nos encontrásemos era una muestra clara de interés por mí. Interés sexual, claro. Como era sexual el interés que tenía el investigador que me estaba ayudando con la tesis desde Finlandia sin haberme visto nunca. Él consideraba que cualquier interés que yo despertara era, aparentemente, sexual. Yo aquello lo consideraba entre enfermizo y halagador; ahora veo que era cosificador e insultante (además de enfermizo, que un poco también), pero entonces sonaba, incluso, agradable (la romantización de los celos, ya saben. Ese arma que mata mujeres todas las semanas en este país).

Ehh… No. Los celos no son cuquis.

Yo intentaba explicarle, con paciencia, que jamás había habido acercamiento sexual por parte de este chico, que sólo éramos amigos. Él insistía en que conocía mejor que yo la mente masculina. Que no había amigos, que en realidad eran estrategias de seducción más o menos sutiles. Había pasado no mucho antes por una sorpresa muy dolorosa después de que el que creía que era mi mejor amigo me dijera un poco lo mismo, así que accedí a que tal cosa era posible. «Pero, sinceramente, quiero vivir en un mundo donde creo que es posible tener amigos, más allá del interés sexual», maticé. «Es posible que tú no le veas así, pero te aseguro que él piensa en ti de esa manera». Es curioso: dicen que las feministas somos las que odiamos a los hombres, pero parece ser que las que confiamos en ellos somos precisamente nosotras.

«Y eres mi novia. Y que piense en ti así me parece insultante. ¿Y qué pensabas hacer si te entraba?», me dijo. Ahí sí me enfadé: le dije que consideraba que era perfectamente capaz de hacer frente a esa situación y que cada uno era libre de pensar en los demás como quisiera siempre y cuando respetase las decisiones ajenas. «Claro», contestó, «pensando así no me sorprende que te pasen las cosas que te pasan».

Por «las cosas que te pasan» no se refería al hecho de que un supuesto mejor amigo se dedicara a autoproclamarse mi heredero natural o el de mis amigas; no, qué va. Por «las cosas que te pasan» se refería al hecho de que después de tomar dos cervezas con un compañero del gremio y ofrecerle un ibuprofeno para una supuesta jaqueca que tenía y para la que no tenía pastillas porque su novia, de la que acababa de separarse, se había llevado los fármacos, se me abalanzase encima y me dijera que no tenía forma de retirarle porque pesaba el doble que yo y fuera cierto. Por «las cosas que te pasan» se refería a que aparentemente era culpa mía el hecho de que una persona a la que estaba ofreciendo ayuda considerase necesario demostrarme que el único motivo por el que no me violaba era que le daba pereza.

I said no, por Ken Lum

I said no, por Ken Lum

Afortunadamente, el tipo que no necesitó violarme vive ahora en otro continente y el que me violó repetidas veces mientras éramos pareja (y se recreó convirtiendo aquel infierno en una obra teatral, para más recochineo) están absolutamente desaparecidos de mi vida. Sin embargo, hace unas semanas que todo esto me ronda la cabeza otra vez.

Y es por algo tan «inofensivo» como el hecho de que un señor me ande cortejando. Porque el cortejo, eso fue lo que me enseñó el violador, es «sutil». Y como es sutil, resulta que no es tan fácil decir que no. No me atreví a hacerlo cuando «confundió» mi oferta de usar mi microondas con una de comer con él cada día (aunque sí le aclaré que me había entendido mal y no me senté en todo el rato que estuvo en casa; eso aprendí del casiviolador: si estás de pie es más fácil verles venir) y no me atreví cuando me tocó el pelo sin venir a cuento. Porque «eh, ¡solo intento ser amable!».

Resulta que aquí no se lleva eso de «¿Quieres tener una cita conmigo?» No, qué va. Aquí vivimos en la ambigüedad del ¿quieres ir a tomar una caña alguna vez? Y, veréis, es que a mí me encanta tomar cañas. Y, a veces, con gente que me atrae. Y, a veces, con gente que no. Pero la diferencia es que a mí me sancionan por tomarme esa caña si resulta que me la estoy tomando con alguien que no me atrae pero a quien yo sí atraigo. Porque entonces «me la estoy jugando», porque me arriesgo a que violen, o a que me amenacen con hacerlo (como sabe quien lo ha vivido, la sensación de indefensión es suficientemente espantosa per se; y cuando la motivación es de poder, y no sexual -como sucede en muchas ocasiones-, tanto da que haya o no penetración finalmente). ¿Dónde iba así vestida? ¿Por qué se fue con ese tío? Y así.

O porque estoy siendo mala persona. Una traidora. Por la friendzone, esa ofensa completamente retorcida hasta que lo que parece mal es no desear al otro sexualmente, y no utilizar a una persona o portarse bien con ella sólo con expectativas de obtener una recompensa. Tenemos que tener cuidado nosotras, ¡ojo! De no dar ese primer paso diminuto, ese «sí» a algo que parece que da pie a «sí a todas las cosas».

WhatIfIToldYou

El chico que me corteja llegó, por fin, a decirme que buscaba una «amiga» que no quisiera comprometerse, que fuera libre, bla, bla; me insistió en que no había besado a nadie desde hacía tiempo. En fin, dio señales. GRACIAS AL CIELO. Por fin pude decirle que no sólo no busco una relación sino que me niego a tenerla, que no echo nada de menos y que bajo ningún concepto estoy dispuesta a volver a tener que pasar por según qué cosas. Incluyendo relaciones abiertas, libres y sin compromiso. Ahora es cuando yo me siento libre. Porque ahora no me pueden echar en cara que he alentado esperanzas ajenas. Porque vivimos en un entorno tan podrido que hay quien sería capaz de echarme en cara tal cosa.

Desde entonces, cada día (necesariamente debo pasar por la puerta de su tienda) me recrimina mi falta de fidelidad. Me dice que los perros son mejores que los humanos. Pero, mirad, al menos en algo estamos de acuerdo. 

A favor de la violencia

La guerra de los sexos tiene los cuerpos como campo de batalla y no es una guerra, sino una ocupación. La ocupación del cuerpo no masculino, no blanco, no poderoso. La ocupación de los cuerpos de las mujeres, sobre todo, pero también de todos los que no representan el poder patriarcal.

Nos ocupan de muchas formas. Nos enseñan a odiar todo lo que nuestro cuerpo no es según la norma, nos castigan si somos demasiado o no lo bastante. ¿Demasiado o no lo bastante qué? Depende de lo que espere de ti, pero eso ya lo sabes. Y aprendemos a camuflarnos, a torturarnos (depílate, haz dieta, opérate), para parecer quienes no éramos.

La ocupación es cotidiana y a menudo colaboramos en ella, hasta hay quien piensa que con gusto. Vemos los videoclips, los anuncios, las revistas, las películas, y queremos ser como son ellas, delgadas pero con curvas, obedientes pero picantes. O como ellos, fuertes e independientes, ricos, poderosos, listos para someter al mundo a su voluntad.

Emily the Stange

Emily the Stange vía SOS Gamers

A veces no. A veces la ocupación la ejercen los demás con violencia. Psicológica (no vales nada), física (te estamparé contra la pared), sexual (en el fondo te gusta).

Me sorprende la cantidad de amigas mías que han sido violadas, pero sobre todo me sorprende la cantidad de amigas que han escapado de una más que probable violación. Con varias tácticas, se han visto en un intento de invasión terrible del cuerpo y han podido pararlo. No salen en las estadísticas, ni en las películas, ni se habla mucho de ello fuera de los círculos privados. Cuesta contabilizarlas, pero por lo menos a mi alrededor son muchas.

La que se encontró acorralada por el revisor del gas y, sin saber cómo, le salió decirle: «Tu madre no estaría muy contenta si te viera hacerme esto», y le vio pegar un salto de un metro hacia atrás, disculparse, marcharse. La que se encontró con una navaja apuntándole dentro del portal de su casa y, con el chute de adrenalina que nunca había sentido tan fuerte, cogió al imbécil por la camiseta, lo levantó a un palmo del suelo, lo sacó a la calle. La que fue seguida al salir de la discoteca y, cuando le dijeron que no hiciera ningún ruido y subiera al coche, se echó a correr y escapó.

¿Dónde están las películas que enseñan a las mujeres defendiéndose? ¿Ganando, si no la guerra, alguna batalla? ¿Dónde están las que no se quedan paralizadas, las que no gritan indefensas, las que se olvidan por un momento de que pertenecen al sexo débil y que deberían callar y tragar?

No me malinterpretéis, sé muy bien que no todas tenemos la suerte de reaccionar así. Sé que el miedo es un veneno eficaz, sé que el cuerpo te puede traicionar, sé que puedes quedarte sin fuerzas ni para respirar.

Y esa es la imagen que tenemos grabada a fuego. En cualquier teleserie, barata o cara, buena o mala, llega el capítulo en el que un depravado viola a una chica. Es casi infalible: la chica no se puede defender. Él es más fuerte, da más miedo. No hay nadie, está oscuro y da igual si grita o no: no la oye nadie, no hay príncipe azul que la vaya a rescatar. Así que la cosa pasa y ella termina suicidándose, o se vuelve drogadicta, o deja de tener vida sexual. En el mejor de los casos, se vuelve una asesina en serie de violadores. Pocas, poquísimas, lo superan y echan para adelante una vida normal, como pasa mayoritariamente en la realidad. Y así, con imágenes difíciles de olvidar, nos convencen de que nuestro cuerpo no es nuestro, es de cualquiera que nos lo quiera robar. Nos convencen de que somos débiles, de que ellos siempre ganan, de que es mejor no resistirse mucho y así quizá no nos matarán. Y no solo eso: nos ofrecen como alternativa a la violación quedarnos en casa, no salir solas, no beber mucho, irnos con cuidado.

La guerra de los sexos no es una guerra, es una ocupación en la que el ejército ocupante tiene lodos los medios. Hasta el hombre más debilucho tiene tras de sí siglos de opresión patriarcal que le han hecho el trabajo sucio. Han desarmado a las mujeres de la idea de que existe la posibilidad de luchar. Luchar no solo como obligación de mantener un cuerpo inviolado, como si fuera el santuario que hay que ofrecer a un macho más o menos elegido. Luchar por el derecho al espacio propio, cuando podemos, porque a veces podríamos si no nos hubieran convencido de que no. Luchar por servirnos de nuestro cuerpo como nos dé la gana, por ofrecerlo a quien los parezca, si nos parece.

La guerra de los sexos no es una guerra, es una ocupación intermitente del cuerpo que empieza por la ocupación permanente de la mente. Viendo cómo está el mundo, no creo que llegue a vivir el armisticio, así que de momento me dedico a armar a las guerrillas. Así que olvida las películas. Si te lo encuentras en un callejón oscuro y consigues vencer al miedo (legítimo, por supuesto), mírale bien. Está solo, él también. Y quizá no sea tan fuerte ni tan grande. Quizá si le sorprendes, si lo descolocas, podrás escapar. Al fin y al cabo estáis en un callejón oscuro, no hay nadie más. La adrenalina que te corre a borbotones por las venas podría hacerle mucho daño.

Eres fuerte. Eres capaz. Tienes un cuerpo que es tuyo, sírvete de él.

Por qué [no] necesito el feminismo

De un tiempo a esta parte, el vídeo de la canadiense Lauren Southern titulado Por qué no necesito el feminismo (Why I don’t need feminism) se ha hecho muy popular en las redes, a raíz de una foto que subió hace algunos años. Ya existe alguna respuesta a este vídeo, pero algunas mujeres (de cuyos nombres no quiero/puedo acordarme) estuvimos reflexionando sobre esto y creo que si no se publica, reventamos. Va con cariño para Lauren y, sobre todo, por y para ellas.

Respuesta a Lauren Southern

Esta es la foto que Lauren subió a su página en Tumblr

Esta chica se ha dedicado a desmontar el feminismo con argumentos que lo convierten en un movimiento cómplice o, como mínimo, observador pasivo de los problemas de los hombres. Todo su discurso se articula en esta línea a lo largo del vídeo, cuyo lapidario pistoletazo de partida es que el feminismo no es un movimiento que busque la igualdad, entre otras cosas porque no hay una representación igualitaria de los problemas de ambos géneros. Bueno. Respondamos por enésima vez a esta creencia, remarcando en primer lugar la confusión entre los términos igualitario y equitativo, y aclarando la confusión existente.

Según Lauren Southern el feminismo no es un movimiento que busque la igualdad. Clic para tuitear

El feminismo defiende los derechos de la mujer (género tradicionalmente oprimido) con el fin de igualarlos a los del hombre (género tradicionalmente opresor). No hay una representación equitativa de los problemas de ambos géneros porque los problemas, su calado, su amplitud, su trasfondo, su gravedad, no son iguales. El feminismo es, por lo tanto, un movimiento igualitario pero no equitativo. ¿Se traduce esto en la pretendida invisibilización de los problemas masculinos? No. ¿Se traduce en la lucha por los derechos que el machismo lleva siglos arrebatando? Sí. Punto.

Continuemos. El vídeo habla después de la cifra de hombres violados en las prisiones de Estados Unidos. Lo cierto es que desconozco la fuente de donde se han extraído estos datos, así que es tan difícil verificarlos como contrastarlos. Con la misma fiabilidad se podría decir que prácticamente la totalidad de esas violaciones han sido ejercidas por hombres (puesto que las prisiones son espacios no mixtos), así como hacernos una idea aproximada de las violaciones ejercidas por hombres en las cárceles de mujeres (sobre lo cual jamás se darán datos oficiales porque supondría señalar con el dedo a los funcionarios que trabajan en ellas). Y eso por no hablar del número de violaciones producidas en el ámbito doméstico que no son denunciadas por miedo, o las debidas al fenómeno denominado trata de blancas, el tercer negocio más rentable del mundo por detrás de la venta de armas y del narcotráfico, y cuyas víctimas son mayoritariamente mujeres y menores, en una proporción aproximada del 80%.

Según Lauren, las feministas guardan silencio sobre el tema. Sin embargo, en 2003 en Estados Unidos el feminismo lideró una coalición que defendía el Prison Rape Elimination Act of 2003 (Ley por la Eliminación de las Violaciones en Prisión). Más tarde, en 2011, la Feminist Majority Foundation estuvo luchando por cambiar la definición de violación para que esta incluyera como víctimas a los hombres (que antes no estaban incluidos) pero también otros tipos de violación, en una campaña llamada Rape is Rape. No sé si silencio es la palabra que mejor define lo que hacen las feministas con respecto de esto.

La violencia de género es siempre la ejercida contra una mujer por parte de un hombre. Clic para tuitear

Siguiente lanzamiento de datos aleatorios: Casi la mitad de las víctimas del abuso doméstico en Estados Unidos y Canadá son hombres. De nuevo me gustaría empezar aclarando la diferencia entre la violencia de género (la ejercida contra una mujer por parte de un hombre que sea o haya sido su cónyuge o a la que le haya unido una relación de afectividad, según el Instituto Nacional de Estadística) y la violencia doméstica (toda violencia ejercida por un hombre o por una mujer hacia cualquier persona de las recogidas en el artículo 173.2 del Código Penal –descendientes, ascendientes, cónyuges, hermanos, etc.– a excepción de los casos específicos de violencia de género). Es decir, que de todos los datos que voy a enumerar a continuación habría que hacer el análisis correspondiente solo en términos de violencia de género para ver el número exacto de mujeres que mueren a manos de sus maridos, exmaridos, novios o exnovios.

Habría que explicar también la diferencia entre la violencia situacional de pareja (que, efectivamente, ambos géneros ejercen por igual, pero se da en situaciones puntuales y generalmente es el resultado de una discusión, por lo que no es representativa de la violencia crónica o sistemática) y la violencia sistemática (que incluye actos cotidianos de control mediante la coacción activa o coercitiva, tanto por motivos económicos como sentimentales, sexuales, psicológicos, etc., que son los que suelen acabar en el asesinato o daños psicológicos irreversibles y el reflejo inmediato de la estructura social). Dicho lo cual, en este caso tampoco se dan a conocer las fuentes. Sin embargo, el Bureau of Justice Statistics (portal estadístico del Departamento de Justicia de los Estados Unidos), empleando como fuente el national crime victimization survey, presenta alguna comparación con un porcentaje parecido a este en alguna de sus tablas. El peligro de no contextualizar las estadísticas es una posible interpretación incorrecta. Expliquemos con datos, que de datos va el asunto:

Efectivamente, en el ámbito familiar, un 42,5% de las víctimas mortales entre 2003 y 2012 fueron hombres, mientras que el 57,5% fueron mujeres. Sin embargo, un estudio del mismo BJS afirma que el 81% de las denuncias en los 75 estados más grandes del país fueron puestas contra hombres. Además, el equilibrio entre los porcentajes de ambos géneros se da (y me avergüenza tener que escribir esto) por la muerte de menores: el 50,8% eran hijos y el 49,2% eran hijas, mientras que la relación de víctimas entre los cónyuges fue del 19% de maridos y 81% mujeres. Esto quiere decir que un alto número de asesinatos se produjo por parte del padre de familia hacia el resto de sus miembros. Esto no ocurre solo en Estados Unidos. En España, según datos del INE, de las 34.407 denuncias por violencia doméstica en 2014, 31.538 víctimas eran mujeres. En los años anteriores los números son muy similares. Me parece triste y patético justificar cualquier violencia equiparando datos, pero ya que es el argumento espada de los detractores del feminismo, equiparémoslos de forma justificada.

Para seguir con el diluvio estadístico de fuentes desconocidas, en el vídeo nos encontramos con que el 80% de los casos de suicidio son hombres, así como el 92% de las víctimas de muertes laborales, el 97% de las muertes durante las guerras y el 77% de las víctimas de homicidio. En los casos de suicidio es difícil señalar un culpable, siendo que la mayoría de ellos, sin embargo, son propiciados por la presión de la sociedad, según estudios de la OMS. Una sociedad dominada por el patriarcado. El hecho de que la mayoría de las muertes laborales y las muertes durante las guerras sean de hombres tiene una explicación tan sencilla como que los puestos de mayor riesgo laboral han estado tradicionalmente destinados a los hombres, y los ejércitos son nutridos en grandes proporciones por hombres (desde los gobernantes que las lideran hasta los soldados rasos que las luchan). Por último, de nuevo el Bureau of Justice Service afirma que, entre 1980 y 2005, el 90% de los asesinatos fueron cometidos por hombres. No añadiré nada más.

Los hombres son obligados a cumplir estándares sociales. ¿Quién les obliga? El patriarcado. Clic para tuitear

El vídeo clama que los hombres son objetivizados, violados, maltratados y obligados a cumplir estándares sociales igual que las mujeres. Bueno, en términos estadísticos no es igual, pero dejémoslo en que también son víctimas, como las mujeres. ¿Víctimas de quién? ¿Quién les obliga a cumplir esos estándares? El patriarcado. La industria, las guerras, la economía mundial, los roles, el autoritarismo, todo, está impuesto por una sociedad dominada por los hombres.

Lauren también se queja de que, en caso de divorcio, probablemente ella se quedaría con la custodia de sus hijos. Sí, esto es así porque lo normal en caso de divorcio es que sean lxs propixs progenitorxs quienes lleguen a un acuerdo, y generalmente la madre se queda con la custodia porque ella es quien carga con la mayor parte de la responsabilidad. Socialmente, a la mujer se le asigna el rol de cuidadora que asume la maternidad y al padre el rol de ciudadano que contribuye económicamente a sustentar a la familia. Es precisamente contra estos roles (entre otras cosas) contra lo que lucha el feminismo. Así pues, lo mejor que pueden hacer aquellos padres que quieran asumir el rol de la paternidad es unirse al feminismo, pues sus luchas son convergentes en este punto. Aunque la realidad legal es que no hay ninguna premisa, doctrina, ley o jurisprudencia que adjudique la custodia a la madre de forma sistemática. porque todxs somos iguales ante la ley. En el Código Civil Español, por ejemplo, todxs figuramos como progenitorxs y/o cónyuges.

Respuesta al vídeo de Lauren Southern

Captura del vídeo de Lauren Southern,Why I don’t need feminism

Por si la ración de datos aleatorios y de origen desconocido nos había sabido a poco, el vídeo continúa: Como mujer, recibiría la mitad de la condena por cometer exactamente el mismo crimen que un hombre. Literalmente, no se qué decir a esto. ¿En qué prisión? ¿En qué Estado? ¿Según qué ley? ¿Con antecedentes? ¿Sin ellos? ¿De qué crimen está hablando? No se sabe. No se sabe si es cierto o si no, si ha descontextualizado las estadísticas como ha hecho con las víctimas de la violencia doméstica, si se lo ha inventado, si es una información maquillada… No se sabe nada. No me romperé la cabeza preguntándome más acerca de este fenómeno inaudito de la justicia. Aún así, añadiré que con respecto al sistema de encarcelamiento hay una gran cantidad de mujeres feministas que luchan porque este sea honesto y justo. Algunas de ellas son Angela Davis, Sarah Lamble o Julia Sudbury.

Si acuso a alguien de violarme, me tomarían en serio. Y no se reirían de mí por no ser lo suficientemente masculina. No se por qué a estas alturas sigo sorprendiéndome. Suponiendo un mundo idílico en el que siempre te tomaran en serio por ser mujer y decir que has sido violada (¿Cómo ibas vestida?; Algo habrías hecho; Darías a entender que tú también querías; No fuiste lo suficientemente clara; Es tu novio, ¿cómo te va a haber violado?; y así podría seguir hasta el infinito), puede que sí se riesen de ti por ser un hombre violado… El patriarcado y los estereotipos que este impone. Las mujeres, como potenciales víctimas de una violación en mil millones de situaciones diferentes, generalmente no ridiculizamos a la persona agredida. Generalmente. Claro que puede pasar, pero no es lo normal. Por esta regla de tres, por cierto, es muy probable que como mujer seas ridiculizada si no eres lo suficientemente femenina.

¿Cómo ibas vestida?; Algo habrías hecho; No fuiste clara; Es tu novio, ¿cómo te va a haber violado? Clic para tuitear

Otro asunto que preocupa a Lauren es la falta de asistencia a los hombres en caso de violencia doméstica. El hecho de que las campañas de apoyo estén mayoritariamente dirigidas a ellas tiene una explicación lógica en base a la sociedad en la que se dan: el modelo de familia que aún impera responde al modelo tradicional. Volvamos a explicar este punto, que por lo visto no es tan evidente: la mujer cuida de la casa y los niños y (en menor medida, pero también) depende económicamente del hombre. Esto acorrala a la mujer en una situación que dificulta mucho dejar la casa, pues ella es la responsable de los hijos, y esa baza podría usarla el maltratador en su contra, tanto por medio de una estrategia victimista, como de indefensión o como amenaza. En el caso contrario, un hombre tiene más accesos y facilidades para abandonar el hogar, en tanto que es económicamente más independiente y domésticamente menos responsable.

De todas formas, de nuevo la realidad legal es diferente, porque la Ley de Violencia Contra las Mujeres que se aprobó en 1994 ampara tanto a hombres como a mujeres dado que, como se ha mencionado anteriormente, todxs somos iguales ante la ley.

Lauren también está convencida de que como mujer, es más probable que obtenga un puesto en el gobierno o en el ejército a pesar de no estar cualificada, solo para que cumplan una cuota de igualdad. Ay diosas, mi capacidad de asombro está rebosada. Ya no me cuestiono qué le habrá llevado a Lauren a hacer semejante afirmación, así que me limitaré a explicarla: las cuotas de igualdad existen porque existe la desigualdad en las plantillas (la propia frase de Lauren admite que esto es así). A pesar de que más del 50% de la población mundial es femenina, su representación en las empresas y en los puestos de trabajo no es ni proporcionada ni mucho menos igualitaria. Esto no quiere decir que una mujer tenga más posibilidades de ser contratada a pesar de estar menos cualificada (¿Pero dónde está la relación entre ambas cosas? Es que de verdad, de verdad que no la encuentro), quiere decir que EL NÚMERO DE CANDIDATAS A UN PUESTO AUMENTARÁ, aumentando así el abanico de mujeres, capacitadas en mayor o menor medida, a las que se entreviste. A esto se le llama discriminación positiva, no «teregalounpuestoporsermujer».

Y por último, sí Lauren, el feminismo considera que nacer hombre en un sistema dominado por los hombres te concede ciertos privilegios inherentes. Esto no significa que todos los hombres hagan uso de forma deliberada de sus privilegios, ni que las feministas odien a los hombres. Significa que los hombres son privilegiados por poder vestir lo que quieren. Son privilegiados por poder andar por su barrio sin miedo a ser violados. Son privilegiados porque siguen ganando más que nosotras, siguen teniendo más oportunidades que nosotras. Y, sobre todo, porque son ellos los ACTORES, no nosotras. Ellos son quienes se matan, quienes se exigen, quienes se apuntan al jodido ejército. Y quienes nos matan y nos exigen a nosotras. La violencia ES machista porque es ejercida por un macho, y es ejercida porque no encajas en sus cánones patriarcales. O porque él encaja demasiado bien.

El feminismo no compadece a la víctima; ataca al agresor.

El feminismo no los quiere muertos; nos quiere vivas.

Mala Hembra: visibilizando nuestro miedo

Mala Hembra es un maravilloso proyecto, una tienda online, creado por dos jóvenes feministas con espíritu guerrero y emprendedor. Os dejo aquí información sobre Mala Hembra. Entre su variedad de productos de cariz feminista (camisetas, bolsas, chapas…) está su joya de la corona: el llavero gato. Este llavero de autodefensa con forma de gato está diseñado por ellas mismas y elaborado gracias a la impresión 3D. La idea la cogieron de productos similares comercializados en Estados Unidos, pero como no podían importarlo por considerarse arma, se las han ingeniado para producirlos aquí, con su propio diseño, haciendo un Verkami para conseguir financiación para la impresora 3D. En esta entrevista explican todo acerca del llavero y cómo nació la idea. Como bien dicen, además de ser verdaderamente útil, el llavero visibiliza una realidad. La realidad que vivimos la inmensa mayoría de las mujeres que, por desgracia, somos potenciales víctimas de agresores que ven en una mujer sola la presa perfecta.

Llaveros Mala Hembra Verkami

Llavero de Mala Hembra

Mala Hembra Gatas

Llavero de Mala Hembra

En la entrevista, me llama la atención que hablan sobre imágenes de mujeres con las llaves entre los dedos y cómo la mayoría de los hombres no es capaz de identificar el significado. Todas hemos hecho algo para sentirnos un poco más protegidas a la hora de volver solas a casa de noche después de, por ejemplo, una fiesta. Yo no era muy de llaves, siempre he sido más de cigarro encendido (¡mal vicio confesado!). Siempre que volvía a casa sola después de una noche de juerga, de una tarde o noche de trabajo, de entrenar, de clase… lo que fuera, pero de noche y sola, llevaba un cigarro encendido en la mano. En caso de que se consumiera antes de llegar a casa, rápidamente encendía otro. Pensaba que si un hombre me atacaba, le quemaría un ojo (o lo que pudiese) con el cigarrillo y aprovecharía para escapar. Pero también es una buena opción llevar las llaves en la mano, cualquier objeto punzante, un spray… lo que pueda ayudarte.

Otra técnica habitual es ir haciendo como que hablas por el móvil. Chicas, confesad, ¿quién no lo ha hecho? Las veces en que volvía a casa en taxi, durante el trayecto “hablaba” con mi padre (ya fallecido, pero me parecía que imponía más “resucitar” a mi padre que hablar con mi madre, claro) contándole dónde estaba y que iba de camino, en taxi. Por si el taxista tenía la tentación de llevarme a otro lugar y hacerme daño, que se lo pensara dos veces. Durante mis años de juventud en los que salía de fiesta todos (o casi) los fines de semana, si volvía sola a casa (muchas veces me acompañaban amigos, el noviete que tuviese en ese momento o algunas amigas), la única situación en la que no estaba tensa desde que perdía a mis amigos de vista hasta que llegaba a casa, era si cogía un taxi y la conductora era una mujer. Era como que te tocase el premio en un sorteo, ¡un broche final estupendo para una buena noche de juerga! Pero, como todo premio, no era muy frecuente.

¿Os habéis fijado en que es rarísimo encontrarte a una mujer de madrugada borrachísima (o similar) tirada en cualquier sitio (durmiendo, por ejemplo)? Pues eso refleja bien que, por mucho que perdamos hasta la consciencia, rara vez bajamos la guardia…

Imagen de la película El Callejón

Imagen de la película El Callejón

Puede que alguien, leyendo esto, piense que soy una paranoica, histérica o exagerada. Seguramente, si eres mujer me entiendes perfectamente. Lo cierto es que no me considero especialmente cobarde. No chillo con un simple susto, me encantan las pelis de terror y disfruto mucho de atracciones y espectáculos de miedo. No voy por la calle pensando que todos los hombres son peligros potenciales para mí, pero lo cierto es que la realidad hace que las mujeres tengamos que tomar muchas precauciones. Hablando con mi novio sobre esto, me decía que él no recordaba haber sentido miedo volviendo a casa solo. Quizá alguna vez puntual, en una zona muy oscura con “mal ambiente”. Si preguntas a cualquier mujer de tu entorno, seguro que no recuerda cuántas veces ha sentido miedo regresando sola a casa, de tantas que han sido. La mayoría de las mujeres con mucha razón, pues a casi todas nos ha pasado algo, algún susto o algo peor, a lo largo de nuestra vida, probablemente más de una vez.

Seguro que muchas mujeres no recuerdan cuántas veces han sentido miedo volviendo solas a casa. Clic para tuitear

Hace poco discutía lo injusto que me parece que nosotras tengamos que “tener cuidado” y tomar ciertas precauciones que los hombres no. La persona con la que lo debatía me respondió Bueno, es que tampoco dejarías que tus hijos fueran solos de noche por la calle, por ejemplo. Sentí un mazazo tremendo. Claro que no, pero es que ellos ¡son niños!: vulnerables, inocentes y debemos protegerles. Pero yo soy adulta, creo que la diferencia es obvia. Compararme con un igual sería hacerlo con un hombre adulto, no con un niño. ¿Estamos las mujeres adultas en el escalafón de los niños? Y en ese caso, ¿cómo podré entonces proteger, como madre, a mis hijos, si estoy al mismo nivel que ellos? Llamadme loca por querer ser tratada y vivir como una persona adulta.

Otra respuesta tan habitual como irritante cuando le muestras a un hombre tu indignación por no poder ser e ir libre por la calle -¡sólo por el hecho de ser mujer!- es aquella de Bueno, yo tampoco estoy libre de que me ataquen para robarme, o un psicópata, por ejemplo. Analicemos esto, a ver si razonamos mejor antes de hablar: Puedes ser atacado por otra persona para robarte o por un psicópata, vale. Yo también. Ahí estamos en igualdad. Si me apuras, entre robar a un hombre adulto o a una mujer, si yo fuera atracadora, creo que tendría claro a quién. Por aquello de la –en general- superioridad física. Así que creo realmente más probable que me elijan a mí como víctima. Pero vamos a dejarlo en empate. A parte de una agresión con el fin de hurtar, está la agresión sexual. Y ahí, perdóname, “ganamos” (terrible honor) por goleada. Ningún hombre al que se lo he preguntado (y han sido muchos y de muy diversas edades y tamaños) siente miedo a que le violen. Lo creen muy improbable. Sin embargo, nosotras no corremos la misma suerte. Los números los conocemos de sobra, ¿verdad? No hace falta una comparativa entre mujeres víctimas de agresiones sexuales y hombres. El único caso en el que no hay tanto desequilibrio es en la infancia, que es otro tema, pero igualmente hay un mayor número de casos de abusos a niñas que a niños. Algo en lo que no hay diferencia según la edad de la víctima es el agresor: por mayoría aplastante, es hombre. Un altísimo porcentaje de los agresores sexuales son hombres. “Corregir” y educar a estos hombres y a los niños (hombres del futuro) es responsabilidad de todos y todas y sólo se conseguirá erradicando cada pequeño detalle en el que la mujer se cosifica y sexualiza, pero esto ya daría para un millón de posts sobre el tema, y ahora no toca.

Otro debate que tuve con un hombre hace poco, nos llevó a una clara conclusión: tenemos todos, mayoritariamente, más miedo a los hombres. No a todos, por supuesto, concretemos. Está demostrado que un niño o niña, que en cualquier caso jamás deberían fiarse de ningún desconocido, lo harían antes de una mujer que de un hombre. Instintivamente, les da más confianza una mujer. Las mujeres tenemos más miedo, generalmente, de un hombre. Si pensamos en alguien que pudiera hacernos daño aprovechando que estamos solas, nos viene a la cabeza un hombre. Y un hombre, del mismo modo, ve un mayor peligro en otro hombre que en una mujer. Con esto, y quiero que quede muy claro, no criminalizo a todos los hombres ni pretendo decir que todos los hombres son agresores, desde luego; pero esta explicación (obvia y que, para mí, sobraría) he de darla porque ya me conozco bien las reacciones de hombres indignados con el lema “no todos somos iguales”. Por supuesto que no lo sois, ni siquiera son mayoría. Por eso, os animo a que os rebeléis contra aquellos que manchan vuestro género y combatáis el machismo desde el primero y más pequeño de los detalles. Que no le riáis la gracia al colega que humilla a una chica y la insulta llamándola guarra, zorra, buscona, calienta porque enseña el tanga o lleva una minifalda-cinturón, mientras él mismo o cualquier otro chico alrededor lleva el pantalón por debajo del culo, deleitándonos con todo su hermoso calzoncillo y a él, sin embargo, no se le critica de igual manera. Con cada pequeña lucha feminista (esto es, en favor de la igualdad y no en contra de los hombres, no confundamos) daremos un paso más hacia conseguir que las mujeres ocupemos en el mundo el lugar que nos corresponde, el mismo que nuestros compañeros y en igualdad de derechos y condiciones. Para esto es importante responsabilizar al culpable y nunca a la víctima, porque no es responsable una mujer de no ir sola por la calle, sino culpa de quien la agreda el violar ese derecho, esa libertad de la que nosotras también queremos gozar. Mientras tanto y hasta que esto se consiga, tendremos que seguir protegiéndonos y creando llaveros gato.

Un ejemplo rápido de esa falta de libertad que tenemos es mi propia experiencia, ahora mismo. Hace un mes que me propuse salir a correr (vale, caminar rápido, admito que para correr no estoy) para ponerme un poco en forma, ya que hace años que llevo una vida más sedentaria de lo que me gustaría. El caso es que, por horarios y quehaceres, no consigo tener una hora libre hasta, como pronto, las ocho de la tarde. Ahora, a esa hora ya es de noche. Cerca de mi casa hay una pista campestre ideal, que mucha gente utiliza durante el día y que sería perfecta para mí, pero claro, está apartada y poco iluminada. Como no puedo ir por la mañana, tengo que conformarme con ir por el centro de la ciudad. Aún así, he salido ya unas cuantas veces y según con quién me cruce y por dónde, paso algo de miedo. Tengo que organizar mis rutas en función de lo transitadas que estén las calles, lo bien iluminadas, etcétera. Por sacarle un lado positivo, como intento hacer con todo en la vida, he de admitir que sentir algo de miedo me viene bien para subir el ritmo cuando el cansancio se apodera de mí y voy bajando el paso. Es cruzarme con un hombre que me mira con ojos lascivos y acelerar como si me hubiesen inyectado la sangre de Usain Bolt. ¡Gracias por ayudarme a quemar más calorías! Ahora pongámonos serios, ¿por qué no puedo ir a la pista que está acondicionada para senderismo/running y es perfecta para ello? ¿Por qué, además, he de escoger qué calles y barrios andar? ¿Por qué, encima de todas estas limitaciones, tengo que pasar algo de miedo? Sin mencionar el pasar por delante de una terraza con cuatro amigos tomando algo y tener que oír cómo me quedan las mallas, miraditas, silbidos como si fuese un perro… Y todo, SÓLO porque soy una chica. En serio, es muy injusto, un hombre puede salir a correr cuando y por donde quiera y no creo que se sienta muy acosado por ninguna mujer que se cruce. Yo también quiero salir a hacer deporte tranquila. Sin desear ser invisible.

Por último, me gustaría comentar lo que, a nivel personal, me propongo profundamente hacer para aportar igualdad y tranquilidad a esta injusta realidad en la que las mujeres sufrimos y morimos sólo por serlo. Tengo un hijo y una hija, ambos muy pequeños aún. Tengo claro que los educaré en la igualdad y que a ella tendré que enseñarle a ser precavida y protegerse, pues soy consciente de la realidad en que vivimos y quiero velar por ella y que aprenda a defenderse. Pero si en algo haré aún más hincapié es en educarle a él a respetar a las mujeres como iguales. La clave está en que si ÉL no es una amenaza para ellas, ELLA no tendría nada de qué defenderse. Y ella viviría libre. Algún día, ojalá.

Gracias, Mala Hembra, por visibilizar esta realidad que aunque la mayoría no ignoramos, creo que estamos tan acostumbrados a que “esto es lo normal” que muchas personas piensan que no puede cambiarse y que habremos de resignarnos a ir siempre mirando para atrás, con las llaves entre los dedos y a paso ligero.

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