Tribulaciones de una madre soltera (vocacional) camino de Laponia

¿Alguna vez os habéis sentido vulnerables? ¿Alguna vez os habéis visto a vosotras mismas como víctimas potenciales? Pues claro que sí, eso nos ha pasado a todas y a mí muy recientemente, además.

Esta Navidad me he ido a Laponia con mi hijo de 5 años. Soy madre soltera (vocacional), así que nos hemos sido los dos solos, mi niño y yo.

Laponia es una zona de Finlandia en la que, en un día bueno, puedes estar a -17ºC y de ahí, bajando hasta -30ºC. Es decir, que para disfrutar ese viaje tienes que ir muy preparado y cargar una maleta grande de ropa interior térmica, forros polares, calcetines de lana, botas impermeables, gorros, manoplas, cortavientos… Vamos, un maletón tremendo de ropa imprescindible para la supervivencia. Porque sin todo eso, a menos 30 grados, no se sobrevive.

Paisaje Lapón
Paisaje lapón, Carmen Figueiras

A eso hay que sumar una mochila con una primera muda por si acaso la maleta acaba en Hong Kong y tú, con tu lencería fina, en Laponia congelándote como una pescadilla. Lógicamente, una muda para cada uno más gorros, manoplas, calcetines de lana y bufandas para los dos abultan lo suyo. Un mochilón. Y a esto hay que unirle un niño de 5 años y su mochilita con juegos, muñecos y pasatiempos. ¿Os imagináis el cuadro? Parecíamos una expedición al Polo. Y nunca mejor dicho.

Maletas
Lea Marzloff vía Compfight

Bien, pues cuando ya está todo preparado es cuando a mí me entra la neura y me da por pensar que voy sola con el niño. Que precisamente llevar un niño me convierte en blanco propiciatorio y muy vulnerable. ¿Y si me roban la maleta? ¿Y si nos vemos en Laponia con lo puesto? ¿y si se me muere el niño de frío porque me roban la maleta y no me veo capaz de defenderla por no soltar el niño? Peor aún, ¿y si se dan cuenta de que estoy sola, soy vulnerable y me quieren quitar el niño?

Mi obcecación llegó a ser casi irracional. Mi mente atribulada me mostraba imágenes de mí misma, cargada como una mula romera, defendiéndome a bocados (la boca era lo único que me quedaba libre) de un hipotético malhechor robamaletas y secuestraniños.

A ver, siempre me he defendido bien. Una vez que volvía a casa de madrugada, sola, cruzando el parque que había detrás
de mi casa, un atracador me quiso robar el bolso a punta de navaja. No sé muy bien lo que pasó pero la cuestión fue que terminé con el atracador, que no daba crédito, trincado por el pescuezo, estrangulándole con el brazo, mientras lo llevaba a rastras por todo el parque, gritando como una posesa ¡Socorro, que me atracan! Porque, recordémoslo, la víctima era yo. Lo arrastré algo más de 100 metros. ¿Qué iba a hacer con él? Pues no sé. Subírmelo a casa, quizá. Menos mal que llegó la policía a tiempo y lo rescató de mis garras.

Por cierto, esa noche me salté todas las recomendaciones policiales para evitar violaciones que tan magistralmente disecciona este post. Siempre he sido una rebelde, ni siquiera llevaba silbato.

Pero volvamos a lo de mi neura, que pierdo el hilo. El caso es que no dejaba de darle vueltas a cómo ser eficaz y operativa en la defensa de nuestras vidas y posesiones. Me apunté a un curso de autodefensa, le coloqué un GPS a la maleta y me dispuse a comenzar el viaje, tan preparada para el ataque, que si alguien se acerca a mi maleta, le arranco la cabeza.

Al final fuimos y volvimos sin incidencias y conocimos gente estupenda. Entre ellos a un señor de Málaga que viajaba sólo con su hijo, con más bultos que yo, y al que la mera idea de estar en peligro ni si quiera se le había pasado por la mente. ¿Por qué él no se ve a sí mismo como una víctima potencial? La respuesta es sencilla, a él nunca le han educado como tal. Nunca le dijeron “no vuelvas solo”, “dile al taxista que espere hasta que entres en el portal”, “no te separes de los amigos”, “ojo con los chicos, que te pueden violar” o la peor de todas, “como te violen, ya no te recuperas en la vida”.

En lugar de educarme como a una víctima podrían haberme enseñado a defenderme para no serlo, digo yo. Tengo un hijo varón y mis esfuerzos se centran en grabarle a fuego que cuando una mujer dice no, es que no. Sin matices. Pero si mi hijo fuera niña, mis esfuerzos se centrarían en que no permitiera jamás que nadie la convirtiera en víctima, la enseñaría a defenderse de cualquier agresión, verbal o física. Y desde luego, le inculcaría que una violación es una agresión más, de la que te puedes recuperar lo mismo que de cualquier otra, siempre que la sociedad no se empeñe en machacarte el resto de tu vida con ese estigma.

En definitiva, siento como si la educación recibida, más que protegerme, me hubiera mutilado, me hubiera restado capacidades e inculcado miedos irracionales. ¿A vosotras también os pasa?

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Carmen Figueiras

Mujer, empresaria, madre, trabajadora... Normalmente escribo sobre marketing, así que llegué aquí por casualidad y de rebote para escribir sobre lo que veo, oigo, siento y experimento en mi vida cada día. Espero que os guste.

6 comentarios

  • Vega Pérez-Chirinos Churruca

    Nos pasa, Carmen, qué duda cabe. De hecho en los cursos de autodefensa lo que nos enseñan es a pelear no sólo con los puños, sino, también, contra esos miedos y mutilaciones. Contra la necesidad de agradar, por ejemplo, de la que he estado hablando en mis últimos posts, y que nos impide decir que no, poner límites, ser desagradables.
    Me gusta muchísimo también la idea de que la violación es una agresión más. Me parece muy posible que tengas razón con que la estigmatización hace mucho daño. Considerando además las cifras de violaciones que se manejan y que rondan el tercio de la población femenina como mínimo, parece mentira que sea algo de lo que no se hable.
    Bravo por este post, Carmen.

  • Ana Gonzalez

    Gracias, Carmen, por este post. Llevo media vida peleándome con mis terrores callejeros que en su mayoría son infundados y que una parte de ellos están agravados por diversas experiencias un tanto traumáticas.

    Primero decidí que debía exteriorizarlos y nadie que me conozca se ha librado de escucharlos. He de decir que me ha costado discusiones de horas hacer que los hombres de mi vida entendieran que no soy una desquiciada o que por lo menos no soy la única desquiciada. Que muchas mujeres (todas las que conozco) han sentido miedo alguna vez por el mero hecho de ser mujeres y estar solas en un lugar público o privado.

    Después de años de exteriorizar los miedos he pasado a otra etapa. Hace unos meses decidí que no tenía por qué disimular ante una situación que me hace sentir vulnerable y que no tengo por qué agradar al señor/a/es/as desconocido/s que de pronto se encuentran invadiendo mi espacio vital. Esto ha conducido a diversas situaciones cómicas que han incomodado e incluso asustado a más de un transeúnte al acercarse a mí (mujer joven, de metro y medio, que de pronto te mira con cara de si te acercas más te saco los ojos). Recuerdo hace un mes o así que yendo a recoger el coche a un aparcamiento de renfe un chico venía detrás. Más alto, con las piernas más largas, por lo que sus zancadas lo traían cada vez más cerca de mí. Probablemente no se dio ni cuenta hasta que me giré con una mirada lanzarrayos y una expresión corporal que iniciaba automáticamente un ataque. El chico dio un respingo del susto, yo me volví a girar para seguir mi camino, y de reojo vi como el chico se desplazaba lateralmente para agrandar mi espacio vital como unos 20 metros. Con su mala suerte teníamos el coche aparcado uno junto al otro y precisamente para llegar a su coche tenía que pasar por el mío. No he visto a nadie andar más lento para retrasar el momento, te lo prometo. Y hasta que no arranqué el chico no se atrevió a acercarse. Quiero pensar que porque se dio cuenta que me había asustado, pero puede ser que estuviera muerto de miedo porque una tía loca había aparcado junto a su coche, quién sabe.

    Es cierto que nunca me había planteado que estoy victimizada desde mi más tierna infancia. Que en lugar de enseñarme a defenderme me han enseñado a evitar ciertas situaciones que de ser hombre serían totalmente normales.

    Así que gracias por la nueva perspectiva, veré que aplicación práctica le puedo dar.

  • Carmen Figueiras

    Hola Vega:

    Gracias por tu comentario y gracias por invitarme a participar en tu blog. Ha sido toda una experiencia porque parece que lo que no se pone en palabras no existe. Así que escribir sobre mis miedos me ha servido para echar fuera muchas cosas.

    No tenía ni idea de que la cifra de violaciones era tan alta. Creo que una buena manera de reducirla sería enseñar a las mujeres, desde niñas, a defenderse de un hombre armado. Habría que fomentar los cursos de autodefensa.

    Un abrazo, Vega.

    Carmen

  • Carmen Figueiras

    Hola Ana:

    Según leía tu comentario me daba cuenta de que podría haberlo escrito yo, la verdad. Yo también he vivido esas situaciones y, aunque no soy muy dada a exteriorizar mis miedos, sí que me he visto en algunos momentos como tú en ese aparcamiento.

    Lo que me he podido reír con la reacción del chico. Eso sí, seguro que no entendió por qué reaccionaste así. No se le ocurrió pensar que él te había asustado a ti primero y que sentías la necesidad de defenderte. Sinceramente, creo que esa experiencia deberían sentirla más hombres, no estaría de más que todos ellos se toparan, al menos una vez en su vida, con una mujer que les diera miedo. A ver si así aprendían a ponerse en nuestro lugar, que se ven las cosas muy distintas desde el lado de la víctima, ¿verdad?

    Un abrazo y muchas gracias por tu comentario.

    Carmen

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