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Perdóname por ser varón heterosexual

Hablé en otro post de la inquietante ola de odio al feminismo que asola nuestra sociedad y que es firmemente sostenida por una mayoría de hombres y alguna mujer despistada. Quiero hablaros hoy de los argumentos que suelen salir en las conversaciones en que una feminista se encuentra con un hater. Probablemente os suenen porque, todo sea dicho, además de poco convincentes son bastante poco originales.

Llamarte feminazi o hembrista: Entiéndelo, tienen que intentarlo. Con estos términos te desacreditan como interlocutora y niegan tu autoridad para debatir sobre el tema. Al fin y al cabo, no eres más que una radical con la que no se puede razonar. Pero adivina qué: ni el feminazismo ni el hembrismo existen. Ni en la RAE ni en la vida real. Que sí, que habrá alguna persona en el universo que quiera darle la vuelta a la tortilla y someter a los hombres o agarrar un cuchillo y…el resto os lo podéis imaginar. Pero ni se trata de una mayoría sustancial, ni conforman un movimiento real, ni pertenecemos a él todas las personas que nos identificamos con los feminismos.

El feminazismo y el hembrismo existen en tanto que amenaza imaginada por los hombres, que temen que años de sometimiento de las mujeres por parte del colectivo masculino acabe en una rebelión de éstas contra ellos. Es decir, existe en tanto que paranoia. Creednos, tenemos cosas más importantes que hacer. Queremos poder vivir nuestra vida plenamente y sin miedo. Con muchos de vosotros a nuestro lado, si es lo que decidimos. Y lo que es más, nuestra lucha va a liberaros a vosotros de la imposición de roles e identidades que también os perjudican. Si nosotras podemos librarnos de nuestros miedos, vosotros también.

El argumento del “flaco favor le haces al feminismo”: sabemos que históricamente habéis llevado la voz cantante en política, historia, filosofía, arte, sociología más recientemente, y un largo etcétera. Nuestra incorporación a la educación y los movimientos sociopolíticos puede ser reciente, pero es firme. Lo de que a los hombres se les asocie la inteligencia y a las mujeres la belleza está superado. No creáis que nos podéis dar lecciones también en esto. No sabéis lo que es bueno para el feminismo mejor que nosotras (al menos, no por definición). La mayor parte de las veces que he oído este argumento hacía referencia a algún chiste o slogan tipo “machete al machote” o “ante la duda, tú la viuda” que había sido sacado de quicio, de contexto o exagerado. En cualquier caso, si ante la extensión y buenas prácticas del feminismo tu único recurso es atacar un meme, vamos bien.

Imagen de Memes Feministas

Imagen de Memes Feministas

El argumento de “perdóname por ser varón heterosexual” o argumento “pasivo-agresivo”: pues mira, no, no te perdono. No puedes elegir con qué privilegios naces, pero sí de qué privilegios detentas…y ostentas. Cuando dices algo así estás mostrando que no crees que tengas un privilegio por haber nacido hombre, cuando sí lo tienes. Si, por el contrario, lo reconoces y haces algo por cambiarlo, entonces no se te puede reprochar nada porque, efectivamente, uno no elige cómo nace. Reconocer tus propias cadenas es lo que te permite acabar con ellas.El argumento de “imagínate eso al revés”: podemos volver al ejemplo anterior del “ante la duda, tú la viuda”. –Es que imagínate que eso lo dijéramos de las mujeres. A ver cómo te lo explico…Es que eso YA pasa. Nos asesinan diariamente, nos violan, nos vejan, nos insultan, nos lanzan “piropos”…No necesitamos imaginar estúpidos memes porque es nuestra realidad diaria.

El argumento del “yo no soy machista”: puede no parecer un argumento de tipo odio-al-feminismo, pero lo es en un sentido muy radical, porque da a entender que el feminismo no es tan importante como parece, ya que “la gente normal” como él no es machista. Sería, por tanto, cosa de otros, de un grupo reducido y a-normal. Exime, además, de responsabilidad a quien esgrime este argumento. La triste realidad es que el machismo está extendido y normalizado hasta tal punto que todo el mundo tiene interiorizados conductas y actitudes machistas y el machismo penetra todas las esferas de la vida.

Imagen de Memes Feministas

Imagen de Memes Feministas

Si te topas con alguno de estos argumentos…suerte. Quienes se escudan tras ellos no suelen estar dispuestos a debatir, escuchar ni tratar de entender. Pero, en fin, que no se diga que no lo intentaste.El argumento del “pero también los hombres son asesinados”: nadie lo niega. Y, aunque podría enfatizar que las mujeres asesinadas son muchísimas más, me parece que la cuestión cuantitativa es secundaria con respecto a otra: creo que esos casos (haciendo referencia a los que son perpetrados por mujeres y no en defensa propia) son también consecuencia del sistema machista y patriarcal en el que nos hallamos inmersos, esta vez en sentido contrario.

Nota: Podéis leer más sobre el tema en Falacias ‘ab machismum’ volumen I y volumen II, de Barbijaputa.

Ciencia ficción feminista



Al igual que el anterior post que escribí, empiezo este haciendo referencia de nuevo a una “vivencia casual”, es decir, ese momento en el que de repente, como por arte de magia, algo que para entonces era desconocido o casi, te asalta, ocupa espacio en tu mente y te dices a ti misma: lo quiero. En este caso fue hace tiempo escuchando un programa de radio. Estaban hablando de este libro y la alerta me saltó cuando escuché las palabras novela de ciencia ficción feminista y ¡yo no había leído ninguna!

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La puerta al país de las mujeres (The Gate to Women’s Country) es una novela de la escritora norteamericana, Sheri S. Tepper publicada en 1988. La acción se desarrolla unos trescientos años después de lo que parece ser un holocausto nuclear. Para evitar que volviera a ocurrir deciden organizar la sociedad de otra forma.

En las amuralladas ciudades las mujeres mantienen una parte de la cultura del pasado. Ellas son las que se encargan de gestionar y dirigir la sociedad mientras que fuera, las guarniciones de guerreros se encargan de cultivar la violencia y luchar para defender las ciudades. Para las mujeres, estos hombres son sus propios hijos, hermanos y amantes a los que pueden perder para siempre si, tras el período de formación militar en la adolescencia, deciden no volver a las ciudades.

A medida que avanza la narración vamos descubriendo que estamos ante una historia marcada por conspiraciones, secretos, amores, contrastes. Además de mantenernos en una continua tensión, nos hace ir planteándonos un sinfín de preguntas que nos llevan sin duda, a respuestas que tienen que ver con el poder y el ansia de poseerlo. Poder sobre los más pobres, los de otra raza, los de otro sexo, de otra religión, en definitiva el poder de unos humanos sobre otros.La autora, con una prosa sugerente y dinámica, nos adentra en las cabecitas de cada uno de los personajes. Utiliza la ciencia ficción para reflexionar sobre nuevos modelos de sociedad y nos plantea cuestiones sobre cómo la sociedad asigna roles de género y de qué manera el papel reproductivo de la mujer afecta en su posición social.

Los y las protagonistas de la historia recuerdan a los personajes de la Ilíada de Homero y tanto es así, que a lo largo de la novela se va desarrollando una obra teatral griega, con la que resalta una de las ideas principales de este texto: lo que supone el conflicto bélico para las mujeres.

Este sería el planteamiento general de una novela que ha levantado opiniones de todo tipo, ya que en definitiva, nos reconstruye una civilización bajo el dominio de las féminas, que mantienen a los varones en una ridícula autocontemplación fálica consagrados a la lucha y al culto de sus cuerpos, mientras ellas rigen la sociedad, con la colaboración de algunos hombres que deciden abandonar la guarnición.

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Tepper ha sido acusada de feminazi por esta obra. Plantea una discusión clásica dentro de la comunidad científica: si las identidades de género masculino-femenino tienen una base biológica o son construcciones culturales e ideológicas. Aunque parezca que la obra se decanta por el biologicismo, lo cual me dejó ojiplática, teniendo en cuenta mi formación sociológica y mi convicción firme sobre el peso determinante que lo social y lo cultural tiene sobre los individuos y sus grupos. La sensación que me queda después del impacto final, es que la autora tampoco termina de creerse este posicionamiento porque lo apoya en creencias y lo resuelve con una ausencia científica evidente.

Por último, hacer referencia a que la autora también nos plantea otras cuestiones que no he mencionado todavía. La primera es que el amor romántico supone una forma de manipulación a las mujeres, y la otra es que la educación sexista, dentro de la organización claramente funcional que se plantea, es antinatural.

Estamos ante un libro, como digo yo, con sustancia, que no deja indiferente e incita a la reflexión constante desde la primera línea, compartas o no esta hipotética civilización.

Nuevas paternidades y conciliación: #papiconcilia

Dedico esta entrada a tres padres: el mío, el de mi hijo y ese que tiene como prioridad en la vida recoger a su hija del colegio.

Me siento a escribir esta entrada después de la enésima discusión con mi ex.

Hace ya ocho meses que me separé. Llevo dos días esperando respuesta a tres cuestiones:

  1. Qué hacer con la tortuga, que se ha despertado de la hibernación
  2. Saber si me va a dejar la Nintendo 2ds del niño
  3. Si podemos alterar el orden de las semanas de la convivencia con nuestro hijo por un asunto personal… Por favor… Yo creo que yo estoy siendo muy flexible y generosa contigo.

Mi hijo lleva hoy cinco días sin hablar con su padre (ni por teléfono) porque tiene mucho trabajo. Aún así tengo una especie de custodia compartida extraña en período de pruebas. Con ese mismo padre. Por mi «culpa».

Tuvo mi hijo, durante seis años, a un padre que cambiaba pañales, daba papillas, duchaba, dormía a mi hijo. Ese mismo padre era incapaz de llegar antes de las ocho de la tarde. Una persona que nunca hizo por venir a comer entre semana (ni siquiera el viernes). Es el padre «quiero pero no soy capaz de sacrificar mi carrera». Y no es que fuera mal padre (no lo es según mi criterio, a lo mejor el tuyo es diferente. Si es así, me lo puedes decir en los comentarios), es que no tenía ninguna base social, cultural o filosófica para entender la importancia de pasar tiempo con su hijo.

Sin embargo, hará cosa de un mes, después de pelear mucho porque me cambiaba constantemente las visitas, dijo las palabras mágicas «quiero la custodia compartida». Que a mí me parece estupendo compartir con el la custodia con él… Con él… Sí, con ÉL. No con su madre o con su nueva novia de 19 años con un más que evidente problema psicológico…

Custodia Compartida Malasmadres
Imagen vía Malasmadres

Después de casi quedar sin respiración…. Indignarme porque en meses después de la separación era como si no existiera…. Cabrearme mucho… Llorar… Ir a una psicóloga especialista, una asesora legal y una abogada… Después de desearle una larga custodia compartida con un niño con gripe sin poder trabajar… Decidí que sí. Que tenía que por una vez que aceptar que los «QUIERO» y los «PUEDO» tienen que ir en consonancia. Por una vez tendría que adaptar su vida a la de su hijo, y no al revés. Entonces decidí que sí. A ver si había huevos de tener una compartida. Adelante. Hay que probar.

Te preguntarás qué ha pasado en este mes…

Bueno, esta semana ya ha incumplido su acuerdo. Pero se lo dejo pasar, soy así (de gilipollas, dirás, pues no). ¿Compartimos al 50%? Bueno… Más bien estamos a un 40-60% (por ser generosa) y no sé cuanto va a durar. No me fío, no sé si durará. Me voy haciendo con mi tribu.

Yo no sé si su trabajo desde entonces se ha resentido, el mío después de separarme se cayó como plofffffff… Ahora, meses después, empiezo a recuperar el ritmo. Ahora incluso SOY FELIZ la mayor parte del tiempo, a pesar de todo. Pero porque me he encontrado y reencontrado con gente extraordinaria.

Yo sigo haciéndome cargo de parte de su complicada agenda (vamos, que me manipula para que me quede con el niño cuando él tiene «citas ineludibles»), porque él también está ayudándome con otros temas. Un win-win forzoso.

¿No me entiendes?

Sin embargo para mí ha sido difícil que los demás entiendan mi decisión. Eso de no querer luchar por llevar la contraria es algo como de… Sí, de #malamadre.

Por supuesto, como he dicho que sí sin protestar, ni llevar a juicio, ni nada, ya no tengo derecho a estar triste cuando no está ni a preocuparme.

En más de una ocasión he tenido que aguantar frases de personas muy cercanas cómo «yo no se la hubiera dado sin pelear», «al final se ha salido con la suya», «ese ni quiere al niño ni nada, lo que quiere es no pagar», «yo desde luego hubiera peleado al menos»… Resuena en mi cabeza eso de #malamadre y poca gente se da cuenta que no sólo es lo mejor para el niño, sino lo mejor para mí. Porque es en lo que creo. Porque es lo que los tres nos merecemos y a lo que nos comprometimos.

#papiconcilia

El libro de #papiconcilia salió a raíz de las sugerencias de algunos padres concienciados con la crianza con apego después del éxito  #mamiconcilia. Padres que, ellos sí, creían que sus hijos merecían de su tiempo y su atención. Padres que creyeron que eso de que la carrera profesional fuera lo primero, era una falacia. Padres que abandonaron proyectos, crearon empresas, modificaron horarios, etcétera, para estar más tiempo con sus hijos. Ellos se vieron abocados a las críticas. De ellos no se espera que hagan eso… Y de nosotras tampoco, la verdad.

Papiconcilia
Portada de #papiconcilia, disponible aquí

Dentro de las nuevas masculinidades se cree que los movimientos feministas no se preocuparon de sacar al hombre de su rol. Tienen su parte cierta. Algunas corrientes feministas, han tratado de igualar la mujer al hombre. Otros han hecho del feminismo de la diferencia hembrismo. Incluso se han utilizado en otros argumentos biologicistas para indicar que los hombres eran en esencia violentos y que deberían reeducarse.

Es cierto, quizás, que las mujeres no hemos tenido mucho interés en sacaros de vuestro rol… Pero es que ya teníamos bastante con sacarnos del pozo, al que cultural y socialmente nos somete el patriarcado. Ya que tenéis unos privilegios, revísenlos, úsenlos para salir de ese rol.

Creo que la actitud valiente de aquellos que se salen de los esquemas sociales para el bien de las futuras generaciones es aplaudible. Pero sin faltar con aquello que las mujeres llevamos años ganando a pasos de sangre. A pesar de todo, a vosotros, después de vuestro atrevimiento la mayoría de personas os miran con una mezcla de respeto y admiración. Casi tenéis más ganado el derecho a ser amos de casa, tomar jornada partida o una excedencia que nosotras. La sociedad, en este momento, en este lugar del mundo, nos obliga a ser supermujeres.

Pero… La verdad… Me he emocionado leyendo. Mucho. Os sentía tan cerca, chicos. Sentía tantas ganas de coger el ebook y enviarlo con «mucho amor» a mi ex. A ese que me dijo «qué te crees, ¿que tu vida es más importante que mi trabajo?». Pobre de su sentido de la existencia.

Y vuelvo a decir que no es de los peores. Que ha cambiado más pañales, preparado más baños y ha hecho más salidas al colegio que yo. Pero el sentido de todo eso… No lo debe tener muy claro. Hay quien lo ve una carga y quien lo ve un privilegio.

Nuevas paternidades

Ser padre ya no es lo que era. Yo tuve la suerte de tener un padre que me llevaba al campo y a pescar. Que me regaló un coche teledirigido y me llevaba con él a trabajar. Pero era tanto el contraste con los padres de mis amigas… Sí, de mis amigas. Porque con ellos era diferente. A ellos sí los llevaban al fútbol, tampoco mucho más.

Yo me enternezco cuando veo a un padre con su camiseta heavy pararse ante los escaparates llamados por la llamativa Frozen o Hello Kitty. O tararear la canción de Frozen. O poner por enésima vez la película de Frozen. O comprar braguitas de Frozen. Sí, Frozen es la it girl del momento. Si no que se lo digan a un «new dad». Te quiero así. Sí, de verdad… Prefiero que nuestra canción sea Frozen, que la más romántica (oh, no, romántico y tóxico, noooo).

La cuestión es que ya hay muchos padres que no necesitan reafirmarse ante la machada siendo el más macho. Vale que tampoco muchos hablan de niños más allá de la sala del pediatra… Pero ahí están.

Las nuevas hordas de nuevos padres están en los parques solos, ¡¡¡sin su mujer!!! Y lo mismo ni están divorciados ni nada. Invaden los vestuarios de natación. Los cuenta cuentos. Las salas de cine. Y algunos (haberlos haylos) que compran vestidos y disfraces piratas SOLOS. Y no les pasa nada. Dicen incluso que saben el camino de vuelta a casa.

Buenos Padres
Imagen vía Malasmadres

Vale. No he llegado a preguntar cuáles de ellos están divorciados. Seguramente se convierte en una pista de ligue la sección infantil de Primark o Kiabi. Pero lo mismo no.

Los padres ahora tienen la oportunidad de molar. Ellos tienen la oportunidad de disfrutar de sus hijas probándose todas las faldas de Primark. De ver cómo sus hijos pasan como de incógnito por la sección de Barbie de Toys ur us. De preparar la comida y que te la dejen tirada. De conocerse de memoria todas las bandas sonoras de las películas de Disney y Pixar.

Seguid invadiendo espacio

Visibilizaros también fuera de Internet. No os escondáis si os sabéis de pañales y papillas más que muchas de nosotras. Tomad las calles de la sección de ropa infantil de carrefour.

No dejéis que os demos consejos sobre cómo vestir a vuestros hijos como si os acabaran de sacar de las cuevas del neardental. Coged espacio y disponed de él en las actividades de los niños, las reuniones del AMPA, los pasillos de zapatos de uniforme del cole, en el pediatra, los parques…

Ganad espacio hablando amorosamente de lo que os gusta recoger a vuestros hijos en las reuniones del trabajo.

Hacedlo tanto que seáis legión.

Querido ex, padre a medias conmigo

No, no te odio. Sólo te digo que revises tus principios y tus privilegios. Esos privilegios que como hombre blanco, europeo, con estudios, residente quince años en Alemania, proveniente de una clase económico social media, tienes.

Esos privilegios que no tuve yo, cuando al parir a mi hijo me despidieron de mi puesto directivo. Eso que hizo que yo sí me decidiera a trabajar desde casa.

Querido ex, revisa tus privilegios. Revisa tus prioridades. Revisa tus principios.

* Un abrazo enorme a todos los padres blogueros. Ayudáis a educar a la sociedad. Visibilizáis nuevos movimientos. Padres blogueros que se derriten al poner la foto de los niños a la hora de la siesta PORQUE ESTÁN EN CASA A LA HORA DE LA SIESTA.

**Papá, gracias por existir. Te quiero un montón. 

Sobre el viejo (no) arte de los piropos

Voy a empezar apelando a la subjetividad presente en todo estudio, investigación o artículo sobre temas sociales o personales, porque quienes los escribimos somos personas inmersas en la sociedad, con nuestras realidades. Por lo tanto, pretender vender una cierta objetividad pura y aséptica me parece directamente una farsa. Este post lo escribo desde mi condición de mujer, joven y crítica, por la cual he sufrido (y supongo que seguiré sufriendo) el acoso callejero en forma de piropos, silbidos y miradas.

A medida que avanzan los tiempos, vamos repensando más y mejor a nivel colectivo todos los espacios colonizados por el patriarcado y el machismo, de manera que nuestras opiniones como personas (mujeres y hombres) respecto a lo que debe ocurrir o lo que es aceptable o no aceptable que pase en esos lugares va variando progresivamente. En este post me voy a centrar solamente en lo que ocurre en la calle, espacio público por excelencia, porque para hablar de todos los espacios en los que las mujeres sufrimos piropos y demás serían necesarios varios posts o directamente una tesis doctoral.

Tal vez sería necesario empezar por el principio y remontarnos a la incipiente adolescencia de cualquier chica, ya que en ese momento se producen multitud de cambios corporales y emocionales: los pechos y las curvas parece que estorban más que de lo que ayudan, la regla incomoda, las cosas afectan más, la autoestima baja, la inseguridad aumenta… En esos momentos, pasar por una calle, un parque, una obra, o cualquier otro espacio público repleto de chicos o hombres puede producir cierta angustia. Recuerdo que yo pasaba pensando «por favor, que no me digan nada». Y como yo, muchas otras. Ese pensamiento te hace buscar estrategias para no llamar la atención y casi sin darte cuenta vistes de otra manera, tu posado en la calle es otro, tu forma de relacionarte es diferente. Al final aparcas las minifaldas, los vestidos vistosos, los escotes y todas aquellas prendas ceñidas que realcen tu figura. Y luego caminas por la calle con cara de mala leche, mirando fijamente al frente, fingiendo que no oyes nada, para aparentar algo así como que eres una tía dura que no puede ser objeto de según qué comentarios.

La adolescencia pasa, la individualidad de cada una ha seguido evolucionando, sin embargo, toda esta coraza que has pasado tanto tiempo construyendo sigue vigente, y es que todavía no te gusta que te digan cosas, te silben o te miren de aquella manera. Nosotras caminamos por la calle creyéndonos que también es nuestra, pero es que ellos (algunos) creen que la calle les pertenece más y, de paso, también tu cuerpo y el derecho a decirte, hacerte o mirarte lo que quieran y como quieran. Que te digan guapa u otros piropos, cuando no que te acosen persiguiéndote y pidiéndote que tomes una copa o un café con ellos, que te silben o que te miren de arriba abajo tiene que ver con su posición respecto a la nuestra, con la supremacía masculina que ellos mismos se han ido otorgando a lo largo de la historia y que parece que no quieren abandonar.

Después entra en juego nuestra respuesta o la ausencia de ésta. Son muchas las ocasiones en las que queremos expresarnos pero no nos sale. O respondemos algo que, visto con perspectiva, no nos gusta. Y luego hay otras veces en las que nos empoderamos y soltamos algo increíble que nos sirve para alimentar de nuevo ese empoderamiento y hacerlo durar hasta el infinito y más allá. Pero éstas son las menos, normalmente. Y es que, para responderle a un hombre que te grite algo por la calle, tienen que alinearse muchos factores, entre ellos, tu estado emocional y contexto en el que se produce el presunto piropo. No es lo mismo responderle a un machirulo de día que de madrugada, sola que acompañada, etc. Pero, preparaos, porque tu respuesta a su atrevimiento puede comportar dos reacciones: por una parte, que no se lo espere y se quede tan cortado que no replique y, por otra parte, que no se lo espere y le siente tan mal tu osadía que te replique como si no hubiera mañana. Esta última reacción es la más habitual según mi experiencia y la de las mujeres de mi entorno. En estos casos el hombre en cuestión se transforma (aún más) en un energúmeno y las palabras salen atropelladas de su boca, puesto que tiene ganas de hacerte saber rapidísimo todo lo que piensa de ti: ya no eres bonita, ahora eres una zorra. Y es que están tan acostumbrados a que agaches la cabeza y sigas tu camino avergonzada, haciéndoles sentir el vencedor de turno, que cuando osas responder te conviertes directamente en una bruja, porque eres disidente, porque los afrentas, porque cuestionas esa supremacía.

Imagen via Nomellamonena

No debemos olvidar que el acoso callejero y el presunto arte rancio del piropo son agresiones en toda regla, si bien no marcan nuestra piel dejando cicatrices, sí nos dejan huellas dentro, donde más duele. Así que hacer frente a estas agresiones es autodefensa. Desde aquí me gustaría animar a todas las mujeres a responder de forma contundente a sus agresores, pero debo admitir que incluso a mí, que lo he hecho varias veces, me cuesta y no siempre sé responder, por las circunstancias, por mi estado anímico, por un sinfín de elementos. Pero sí puedo deciros que, cuando he respondido como quería, me he sentido la mujer más poderosa del universo y esa sensación me ha durado días enteros y que, en cambio, cuando no respondo me juzgo y me machaco repetitivamente culpándome por no haber sacado las agallas suficientes para plantarle cara al machito que se atrevió a soltarme algo por su boca sin pensar si yo quería o no recibir ese piropo.

Imagen via Nomellamonena

Nada me gustaría menos que aburriros con mis anécdotas personales, pero creo que debo explicaros que la última vez que respondí a una agresión de este tipo fue en las pasadas vacaciones navideñas. En esos días se celebraban cenas de empresas por doquier, pero mis amigas y yo celebrábamos el cumpleaños de una de ellas. Después de cenar salimos a buscar un bar donde tomar algo y en esas nos encontramos dando vueltas por un conocido barrio barcelonés en el que la primavera pasada hubo disturbios a causa del desalojo de un Centro Social Autogestionado. En casi cada esquina había restaurantes que acogían fumadores a sus puertas y en uno de esos grupos un hombre decidió que debía gritarme a los cuatro vientos un «¡GUAPA!» bien fuerte, a mí, que me había quedado rezagada mirando las fotos que nos habíamos hecho un rato antes. De manera que me giré, le sonreí y le enseñé el dedo corazón de mi mano izquierda. Os podéis imaginar su reacción completamente airada. Después de un montón de insultos, me gritó (también bien fuerte) «¡PUES QUE SEPAS QUE TENGO PARIENTA!». Ah vale, que en casa tienes a una mujer que te espera, qué machote. Evidentemente, mis amigas, que aparte de amigas son compañeras en esto de vivir la vida feminísticamente me aplaudieron y me dieron todo su apoyo.

Seguramente si no hubiera contado con la seguridad de mi grupo de amigas no hubiera dado esa respuesta. Lo sé porque, debido a mi afición a la montaña y a mi trabajo para el cual a veces madrugo lo inimaginable, me encuentro yendo cuando todavía está oscuro a buscar el coche los fines de semana, es entonces cuando me topo con manadas de machirulos volviendo a casa después de una noche de farra descontrolada. Entre que de por sí ya se creen los amos de la calle y que han bebido, se envalentonan más de lo normal y se pasan de la raya (también más de lo normal). En estos casos, la reacción suele ser la misma tanto si respondes como si no: improperios como si no hubiera mañana. Así que lo único que puedes hacer es acelerar el paso, por si les da por seguirte y «darte tu merecido», como oí el pasado domingo.

Si os soy sincera, presuntos piropos, silbidos y miradas los he recibido a cualquier hora del día, pero es de noche cuando las agresiones han sido más numerosas y más contundentes. En esos momentos me siento más insegura y me doy cuenta que con la edad ha ido aumentando mi percepción del peligro real de sufrir una agresión más allá de las palabras, por lo que me pongo en estado de alerta aun sin ser consciente muchas veces desde que salgo del punto de origen y llego a mi destino. Pero también debo decir que el feminismo me ha ayudado a canalizar y gestionar mejor esas agresiones, tanto dentro de mí como fuera. De hecho, el feminismo es la base que nos permite catalogar y analizar estos hechos como agresiones y, al mismo tiempo, es la herramienta a través de la cual podemos exterminar estas prácticas y protegernos las mujeres.

Mujeres trabajadoras: de epítetos y cristales

Viñeta sobre el 8M

Mi primera aproximación a los estudios de género fue casualidad. Yo en realidad andaba estudiando cómo culpabiliza el sistema de discursos a las personas por su precariedad laboral cuando me encontré en una librería un manual llamado «Las chicas buenas no consiguen el despacho de la esquina o 101 errores inconscientes con los que las mujeres sabotean su propia carrera«, y aunque me había prometido no mezclar el tema del género en mi tesis, me lo acabé llevando, dispuesta a destrozarlo sin piedad. No pude.

Resultó que el libro era un auténtico manual de empoderamiento y uno de esos momentos en los que te pones las gafas violetas y la vida no vuelve a parecerse a lo que pensabas que era. Y es que el libro tenía razón en su inmensa mayoría; no me gusta la idea de llamar autosabotaje o «errores inconscientes» a los estereotipos de género, pero aun así lo que decía tenía sentido: la forma de comportarse de las mujeres en el entorno laboral es totalmente incompatible con la idea de liderazgo tal y como la tenemos construida. Carmen lo decía en su post sobre la industria del cine: las mujeres ambiciosas son malas. Por tanto, una mujer que no esté dispuesta a ser percibida como una bruja no puede triunfar en un sistema que premia la ambición. De ahí La Perfecta Cabrona en el trabajo, un libro que te anima a hablar contigo misma cual Anastasia Steele sobre su saltarina diosa interior: cada vez que tomes una decisión impopular, piensa en tu Cabrona Interior y sus metas. Es decir: distánciate, aléjate de ese juicio que te hacen, no dejes que tu feminidad se vea atacada. Pórtate como un machirulo o como una femme fatale en tu espacio de trabajo (no olvidemos la importancia entre los iconos asociados a la mujer trabajadora de los tacones de aguja) y quítate la coraza de camino a casa, para prepararte para tu papel de amantísima madre y esposa.

No nos engañemos: a día de hoy, así viven todas esas que retratan como «supermujeres» y que son sencillamente aquellas que tienen empleo remunerado. No ya por una decisión empoderadora de no sometimiento a la dependencia económica, no: ¿cuántas familias pueden ahora mismo vivir con un sueldo? En su inmensa mayoría, las mujeres han saltado al mercado laboral y se han quedado estancadas en sectores feminizados por su relación con el trabajo que hacían ya sin remuneración alguna (limpieza, cuidado, educación, organización) o en puestos intermedios de los que no pueden salir. Conclusión: una fuerza de trabajo más barata (incluso en la realeza) y en muchos casos más sacrificada, porque si algo hemos aprendido las mujeres es a trabajar sin esperar nada a cambio, a sacrificarnos por los demás. Por eso el 8 de marzo debería ser el día de la mujer, a secas; porque no conozco ninguna mujer que no sea trabajadora, reciba o no un sueldo a cambio. ¿Cómo conseguir una recompensa justa por ese esfuerzo? Abrazando a nuestra cabrona interior. Siendo auténticas perras. ¿Se llevan los machirulos? Pues vamos a ser peores que ellos.

Esto era lo que Cristina señalaba en su post sobre el feminismo de la diferencia. Es normal que las personas prefieran trabajar con jefes que con jefas  si las que han accedido a esta posición lo han hecho exagerando las características machistas del liderazgo autoritario: adicción al trabajo, autoatribución de los logros del equipo, renuncia a las medidas legales necesarias para una conciliación de la vida familiar y laboral (hemos dicho ya lo del sacrificio, ¿no?), y, en definitiva, toda una ética de la dominación que se opone al liderazgo transaccional al que también llaman «femenino» o «blando». Y esta es mi parte favorita del problema.

Existen otras formas de trabajar y de liderar. No sólo existen, sino que dadas la economía del conocimiento interconectada, la primacía de la ética del intercambio, la llegada de las generaciones Y y Z a la fuerza laboral, la pirámide poblacional en una marcada tendencia de envejecimiento, esas otras formas son absolutamente imprescindibles para el sostenimiento de nuestra sociedad. Las empresas más competitivas hoy día son aquellas que saben motivar a sus trabajadores, y esto se hace a través de una dinámica más horizontal donde las órdenes no son tales y donde se priman actitudes como la diversidad, la creatividad o la innovación, incompatibles con un estilo autoritario de mando. Estamos en la era de la conversación: algo en lo que llevan siglos socializando a las mujeres, no a las hombres: son ellas quienes hablan y escuchan mejor. El marketing se llena de palabras como «vivencial» o mientras se sigue sin dar a los hombres suficiente formación en inteligencia emocional, negándoles desde niños la expresión de sus propios sentimientos.

Olvídemonos de si son ustedes feministas o no, y partamos de que tienen un mínimo instinto de supervivencia. ¿De qué vamos a vivir cuando no haya nuevas generaciones que nos sostengan? ¿Quién va a cuidarnos si no tenemos hijos que se hagan cargo de nosotros ni liquidez en las arcas del destrozado Estado de Bienestar? ¿Y cómo vamos a tener hijos si no fomentamos la conciliación, tanto para hombres como para mujeres (cualquiera diría que la crianza es exclusiva de ellas a la vista de cómo se trata este asunto)?

¿Cómo vamos a conseguir que unos jóvenes que han aprendido de primera mano que las empresas no son de fiar nos entreguen los mejores años de su vida si no les pagamos lo suficiente como para que vivan ni les aportamos un mínimo empuje a su desarrollo profesional y personal?

¿Cómo vamos a adaptar nuestras empresas a un entorno donde hay que trabajar en equipo y a través de redes cada vez más complejas basadas en la confianza y en la comunicación bidireccional? ¿Cómo piensan hacer todo esto negando los atributos «blandos», «femeninos», del cuidado, la confianza, la motivación, el diálogo?

En la jaula de cristal hay encerradas muchas mujeres, pero cuando el techo estalle no son sólo ellas las que van a resultar heridas.

Estreno sobre esquíes: Fuerza Mayor (Ruben Östlund, 2015)

Después de haber visto la película ayer y hoy haber pasado el día en la nieve, voy a hablaros de un film sueco muy recomendable. Hace ya varias semanas llegó a mis manos un artículo que hablaba sobre esta película y acto seguido me apunté el día en que la estrenaban, ya que si algo tenía claro después de leerlo, era que no me iba a dejar indiferente.

Fuerza Mayor (Turist) de Ruben Östlund, se desarrolla en una estación de esquí de los Alpes donde sus protagonistas, una pareja joven de clase media alta y su dos retoños, niño y niña, todo muy ideal, se disponen a pasar unos días de descanso disfrutando de la nieve y practicando deporte en familia. La película cuenta día a día sus vacaciones haciendo un total de seis. El primer día se nos muestra a los protagonistas y podemos ver que estamos ante un matrimonio maduro, tal vez un poco castigado por la rutina, donde el rol de madre y el rol de padre propios de nuestra sociedad actual occidental, se ven claramente definidos desde el minuto uno, hasta tal punto, que los primeros comentarios entre ambos y los primeros gestos en relación al cuidado de “sus crías”, nos parecen de una cotidianidad espeluznante.

Fuerza-Mayor

Aquellos y aquellas que hayáis leído la sinopsis ya sabéis que se produce un hecho que desencadena el drama familiar, que no es otro que una avalancha, que aunque no ocasiona daños, sí les pega un buen susto. La familia que nos ocupa, cuando ocurre esto, está comiendo en un restaurante con unas vistas espectaculares a las pistas y tanto las personas de dentro de la pantalla como las que están en las butacas empiezan a tensionarse según ven como una cantidad ingente de nieve se aproxima hacia las cristaleras. “El padre de familia” ante el peligro inminente, huye despavorido priorizando sus guantes y su móvil mientras su hijo y su compañera le llaman desesperadamente. A partir de este suceso, en el que se pone de manifiesto cómo las situaciones límites ponen al descubierto nuestro instinto básico de supervivencia, algo se rompe claramente entre la pareja. Ambos intentan verbalizarlo en diferentes ocasiones, pero la incapacidad que él tiene para aceptar lo ocurrido y a sí mismo, aumenta la distancia entre ellos y los primeros en notarlo son sus hijos.

La necesidad que tiene Ebba, la madre de nuestra película, de compartir con otros personajes el episodio de la avalancha, justifica la entrada en escena de otras dos parejas muy diferentes entre sí, y a través de ellas el director nos lanza un sinfín de preguntas referentes al significado del amor, las relaciones de pareja, la paternidad y la maternidad, el matrimonio, la edad…

Ruben Östlund ha conseguido mantenerme pegada a la pantalla toda la película, sufriendo y cuestionando lo que ocurre con cada personaje, juega con los planos y la música como si de un thriller se tratara y sin duda el rol de género está muy presente durante todo el largometraje, lo que probablemente estoy convencida que provocará diferencia de opiniones entre ellas y ellos después de verla. Además el final de la película también invita a una reflexión sociológica muy interesante sobre la que no voy a decir “ni mu” por aquello de no contar más de la cuenta. Así que os animo a que cuando la veáis comentéis.

Parece amor, pero sólo es drama: estereotipos del cine lésbico

Habitualmente, cuando se piensa en una relación homosexual, se tiende a considerarla mejor o peor que las heterosexuales, o en cualquier caso distinta a ellas. Esto ocurre, además de por los prejuicios homófobos aún extendidos en la sociedad, porque las personas hemos otorgado al hombre y a la mujer un rol en la pareja y en la vida, y nos negamos a deshacer esa asociación. Tenemos que comprender que no todas las mujeres son codependientes y frágiles emocionalmente, y no todas las personas codependientes y frágiles son mujeres (de igual forma, no todos los hombres son controladores y protectores, y no todas las personas de ese perfil son hombres).

Tradicionalmente, en la filmografía lésbica ha existido una predominancia clara del drama por encima de otros géneros, si bien ha habido honrosas excepciones (desde comedias románticas hasta películas de acción o históricas). Ya sea por la querencia de muchas lesbianas a meterse en relaciones tortuosas o por el deseo de los directores y guionistas de mostrarlas en pantalla, puede decirse que el cine lésbico es, mayoritariamente, famoso por sus bollodramas. El caso es que, si nos paramos a pensarlo, tiene todo el sentido del mundo porque ¿qué crea más y mejor drama que la dependencia psicológica y el extremismo emocional? Nada. Y ¿dónde hay de eso? Pues en la mujer, claro (pensarán los directores). Así que, ¿para qué voy a representar a una Bridget Jones enamorada, obsesionada y anulada completamente si puedo representar a dos y ponerlas a interactuar?

En 2001, Léa Pool nos trajo Lost and Delirious (más conocida en España como El último suspiro). En ella, Paulie y Tori son dos estudiantes de un internado de chicas que mantienen una relación a escondidas del resto. Una de ellas (Paulie) es valiente y no teme las consecuencias de que salga a la luz su romance; la otra (Tori), sin embargo, vive atemorizada por ello y decide cortar la relación cuando su hermana pequeña las descubre juntas en la cama una fría mañana. Hasta aquí, la historia podría parecerse a otras muchas que siguen la fórmula del «amor prohibido». El drama viene cuando, tras verse abandonada, Paulie comete todo tipo de locuras autodestructivas para llamar la atención de Tori y del colegio entero. Al final, como no podía ser de otra forma, se suicida tirándose desde el tejado del edificio.

Esa misma lógica bollodramática siguió el director Pawel Pawlikowski cuando escribió la historia de Mona y Tamsin (My summer of love), dos jóvenes que, ante la perspectiva de pasar un aburrido verano en el campo, deciden liarse y prometerse amor eterno porque es mucho más divertido. Este planteamiento no tendría nada de especial si no fuera porque su relación está dominada por los celos de Mona y la ciclotimia de Tamsin. Esta, para alimentar los celos de su novia, decide liarse también con su hermano. Mona, tras averiguar esto, la intenta asesinar ahogándola en el río, pero Tamsin consigue huir y ahí termina la película. También hay que entender a Mona… ¿Quién no ha intentado matar a su ex después de que le ponga los cuernos?

Tal y como dictan los cánones, he reservado para el final el mejor exponente del drama lésbico que estos ojos míos han podido ver: Love and suicide. Creo que viendo el título no hará falta decir mucho más, pero no os voy a ahorrar el gusto. Esta película es de bajo presupuesto, no creo que llegase a estrenarse ni siquiera en DVD, así que las críticas al apartado técnico no han lugar. La historia es simple: Kaye es una adolescente de familia muy religiosa que se muda a una ciudad nueva. Allí conocerá a Emily, otra adolescente de carácter fuerte y con las ideas muy claras. Ninguna de las dos sabe aún que es lesbiana, pero lo descubrirán juntas. Evidentemente, la familia de Kaye no tardará en enterarse y ésta se verá obligada a cortar la relación y a iniciar una vida heterosexual «normal» que satisfaga a su familia y a la sociedad en la que vive. Emily intentará llamar su atención en repetidas ocasiones y, una vez se rinda, se suicidará. La escena del suicidio es la cosa más dolorosamente lamentable que he podido ver en una pantalla: una chica tirada en el suelo, llorando, rodeada de fotos de su ex destrozadas, con botellas de alcohol vacías aquí y allá y regocijándose en el momento del suicidio durante varios minutos. Lo lamentable no es el deseo de suicidio, ni pillarse una borrachera cuando tienes el corazón roto, ni romper a bocados las fotos de tu ex, ni desear que le pille un autobús. Lo lamentable es que lo juntes todo, hagas una película y pretendas venderme que eso es el amor entre dos mujeres (o el amor a secas). 

Para terminar, me gustaría recomendaros algunas películas que presentan historias de amor sanas entre mujeres, sin suicidios ni asesinatos ni órdenes de alejamiento. Por mencionar algunas: If walls could talk 2, Aimée & Jaguar , Desert hearts, Imagine me & you y I can’t think straight.

404, la fractura de la espera

Sepas o no lo que significa exactamente, el 404 es un error informático que existe y seguro que te lo has encontrado más de una vez. A grandes rasgos es que la comunicación con la página que buscas se puede realizar, pero la información que contiene no existe o no se encuentra. Un enlace en mal estado, en resumidas cuentas. El cortometraje va precisamente de eso, de una comunicación que de hecho se produce, pero que no llega donde debería llegar.

Dentro del proyecto Números, el cortometraje 404 explora la forma actual en la que nos comunicamos. Y cómo la tecnología aparece como mediadora en las relaciones de pareja. Te acerca a la posibilidad de retener los impulsos, a la rectificación reflexiva de un mensaje de texto, al cambio de conversación, a los silencios. Reflexiona sobre la facilidad de sincerarse sin la interpelación de una mirada, cuando los canales de la empatía se pueden anular leyendo dos de cada tres palabras. Sobre la unidireccionalidad de los mensajes.

Pero dentro de la pieza hay tres elementos que llaman poderosamente mi atención. Por una parte, la competencia digital de las mujeres y si profundizar en ella puede darnos ventajas en algunos ámbitos de nuestra vida. Y por otra, dos pinceladas que recorren el personaje de Eva: la visibilización del alcoholismo y la ruptura del ciclo de la espera.

Me explico, lo prometo. Vamos por partes.

En defensa de romper con tu pareja por WhatsApp

Toda la vida nos han dicho que las relaciones hay que terminarlas cara a cara. Que hay que quedar con la pareja para volver a tener una discusión que ya has tenido por teléfono. Y nos han reprendido en numerosas ocasiones por decir a través del móvil algo que resulta le molesto a la otra persona (véase «acabo de descubrir que me has mentido» o algo similar).Pero resulta que la mediación tecnológica evita todo componente corporal y eso, a veces, es una ventaja que no puedes tener en otra situación. Evitar el cuerpo es evitar y esconder el tono de voz. Es anular la posibilidad de contacto físico. Es la oportunidad de no leer la respuesta, si no quieres. Y es, en último término, suprimir la posibilidad de una agresión corporal.

Todo esto ha sido siempre de cobardes (a la vez que nos han dicho continuamente que el cementerio está lleno de valientes), pero es sin duda una ventaja que podemos y debemos aprovechar.

Si, como se ve en el corto, que Pablo no llama a Eva para charlar un rato, para decir te quiero… Eva está completamente legitimada a terminar con Pablo por los mismos medios. «Me pregunto si te hubiese temblado la voz» es la imagen misma de la venganza.

Un arma en mano de las mujeres

La brecha digital que años atrás era muy significativa entre hombres y mujeres, en los estudios estadísticos actuales se ha reducido considerablemente.

Sería interesante plantearnos si las mujeres estamos adquiriendo mayor dominio de las nuevas tecnologías y si esto no nos beneficia a la hora de abordar un tema complejo como es el poner fin a una relación. La posibilidad de anular la disposición corporal, el tono de voz y en términos más extremos, el peligro a una agresión. Huir en el sentido más amplio de la palabra.

 

404

Dibujando una Eva poco convencional

El personaje de Eva rompe con el papel tradicional de las princesas de cuento. Al principio del corto Pablo, el príncipe que en pos de un ascenso social, económico y profesional acepta las condiciones de movilidad que su trabajo como ejecutivo le propone, le explica a Eva que «a partir de ahora funciona así». Le pide que espere, que espere a que vuelva, a que vuelva cada vez que salga de viaje. Que espere a Bonny, el perro que, por supuesto, es solo de ella, aunque vivan los tres juntos.

Las mujeres hemos sido educadas para esperar. Esperar en casa sin resistirnos. Sentirnos abandonadas. Y explotar por ello. Porque también nos han educado para eso. Para vivir la distancia como un abandono. Pero Eva rompe el círculo de las reconciliaciones. Un punto de no retorno. Probablemente porque Bonny volverá cuando le parezca y porque Pablo hará lo mismo.

Por una vez es Eva quien bebe para superarlo. Tan acostumbrados que estamos a ver en los relatos que son ellos quienes tienen mayor prevalencia al alcoholismo cuando la realidad les supera. Porque también eso es un comportamiento culturalmente masculino.Sin embargo es ella la que dice que está cansada de esperar, que está borracha, que está cansada que Pablo se esconda tras una pantalla para no afrontar los problemas que tienen en la pareja. Ella le lanza un certero «no quiero escuchar lo que vas a decirme sino ver cómo lo dices», pero los kilómetros de distancia y los interminables minutos de espera los separan.

Año nuevo, sección nueva

En enero este blog cumple un año. Ha sido un año terriblemente irregular, fundamentalmente porque durante más de la mitad de él no he tenido las fuerzas y el entusiasmo que requiere coordinar y hacer despegar un proyecto colectivo. Pero puedo decir con mucha alegría que el último trimestre ha demostrado que somos muchas las que queremos pensar juntas sobre el amor romántico, desde nuestras diferentes visiones, perspectivas, formaciones y experiencias. De hecho tenemos material de sobra para publicar incluso más de una vez a la semana en este segundo año. Algo muy gratificante considerando la juventud del proyecto y su carácter totalmente voluntario.

Hay que vestirse con las heridas justas
La herida justa, de Erika Khun

 

Algo que me ha sorprendido a lo largo de este año, aunque quizá podría haberlo esperado, ha sido que la inmensa mayoría de quienes firmamos estos posts somos mujeres. Obviamente cuestionar lo que el amor romántico hace con nosotros nos lleva directamente al feminismo, pero también conozco a muchos hombres feministas (soy afortunada). Algunos de ellos han sido, de hecho, quienes han inspirado este proyecto y algunos de los posts que he firmado en él.

Sin embargo, apenas hemos conseguido enganchar a los chicos, a pesar de que al principio del proyecto hubo muchos que mostraron interés. Esto me lleva a pensar que el problema con el amor es un problema femenino. Hablaba hace poco con otras de las autoras, en concreto sobre la violencia dentro de la pareja, sobre el daño que hace mezclarla con la violencia de género; probablemente uno de los problemas más peliagudos y urgentes que se entrecruzan con lo que estamos haciendo aquí (y mucho más serio que lo que hacemos aquí). Pensaba, también, en el monólogo de Pamela Palenciano «No solo duelen los golpes» (que podéis consultar junto a otras excelentes reflexiones en la barra derecha del blog), y en cómo ella hablaba de cómo ve exactamente los mismos problemas también en parejas homosexuales.

A mi entender, eso tiene que ver con que es un problema de roles. Con «lo femenino», en general, sea quien sea quien lo encarne dentro de la pareja. Con la necesidad de que el amor sea siempre una relación de poder desigual. Lo que hacemos aquí no es un problema exclusivo de las mujeres, pero, sinceramente, la experiencia (personal, romántica, y dentro de este blog) me llevan a pensar que es un problema mucho más grave para las mujeres. Y que se entrecruza con el resto de los problemas que tenemos desde la forma femenina de estar en el mundo. Entiéndase femenina como «socialmente asignada como femenina», por favor. Ser correcta todo el rato es bastante cansado y va en contra de la economía lingüística, pero entiendo que hay que aclararlo porque, insisto, los hombres de mi entorno han tenido mucho que ver en todo esto, muchos de ellos heterosexuales y cis. Pero que precisamente por cuestionar sus privilegios se encuentran a veces en esa posición de inferioridad, o al menos son más capaces de empatizar con ella.

En cuanto a las mujeres que han escrito, comentado o difundido lo que se ha escrito en este blog, han hecho multitud de sugerencias que se han quedado fuera del proyecto. Porque nos centramos en el amor. Pero la verdad es que lo que hablamos no está tan alejado de la posición ocupada en el entorno romántico. Una compañera me hablaba de la necesidad de tomar lecciones de autodefensa para viajar con su hijo, siendo familia monoparental. Otras veces, yo misma he querido hablar de acoso callejero y lo he hecho fuera de aquí.

Me pregunto en qué medida el que se considere que se nos halaga juzgándonos cuando andamos por la calle o que somos indefensas y por tanto una víctima adecuada para un atraco no está total y directamente ligado con el hecho de que seamos princesas esperando a nuestro príncipe azul (y aquí os remito al artículo de Coral Herrera que también podéis leer a la derecha del blog) y por tanto total y directamente ligado con el objetivo del blog.

Así que en este nuevo año, quiero abrir un nuevo espacio en este hueco digital que ya es de todas nosotras para que quepan esas reflexiones; igual que tuvimos que hablar en el 25N, tenemos mucho de qué hablar cada día.

Así que todas las personas que queráis hablar de otros fenómenos relacionados con esto, aunque no sean directamente ligados al amor romántico, estáis invitados a sumar un post más cada domingo. Porque al final hablamos de un sistema, y si lo pensamos, los puntos están más unidos de lo que parece.

Así que, ya sabéis: estáis invitadas. Pasad y contar.

La mujer-niña: de Nora Helmer a Tania Sánchez

Dice Goffman que existe un «acuerdo entre los sexos» a través del cual se organiza la sociedad, cualquier sociedad. Los chicos a un lado, las chicas a otro. Que esa organización determina nuestra manera de ser, pensar y sentir. Que los chicos tienen maestros y patrones y luego empleados y aprendices, y las chicas padres, maridos e hijos. Según Goffman, las mujeres son el único grupo adulto discriminado al que se tiene al mismo tiempo una gran estima, patente en los sistemas de cortejo y las reglas de cortesía (qué casualidad lo de la raíz lingüística, supongo). Esta estima lleva a muestras de admiración como el piropo, el cortejo, y en última instancia, la violación. No lo digo yo, ¿eh? Lo dice Goffman, que es un señor.

Pero antes de llegar a la violación se da un estado intermedio, que es el de la mujer-objeto, la mujer-muñeca. La mujer-accesorio del varón. Ese papel social, asignado desde el nacimiento y para el que nos enseñan a comportarnos. A ser modestas. A ser sumisas. A ser generosas. A ser agradables. A volcarnos en nuestra familia. A ser frívolas, porque toda nuestra coquetería refleja en realidad el poder adquisitivo de nuestro compañero.

Goffman habla de la ritualización de la sumisión de la mujer ante la figura masculina inmediata, sea esta el padre o el marido. Nora lo dice mucho más claramente: «Nuestro hogar no fue más que el cuarto de jugar. En casa, con papá, se me trataba como a una muñequita; aquí como a una muñeca grande. Y los niños eran, a su vez, mis muñecos. Yo me divertía mucho cuando tú jugabas conmigo, lo mismo que los niños se divierten cuando yo juego con ellos». Su marido intenta explicarle su rol en la sociedad: «Ante todo eres esposa y madre», y Nora responde con un revolucionario: «Ya no lo creo así. Lo que creo es que ante todo soy un ser humano, yo, exactamente como tú… o, en todo caso, que debo luchar por serlo.»

Casa de muñecas

Sí, he dicho revolucionario. Casa de muñecas se estrenó en 1879. Sin embargo, a día de hoy, Nora sigue siendo uno de los papeles con los que sueñan las actrices de teatro. Nora, esa señora burguesa, frívola y torpe, coqueta e inútil, caprichosa y juguetona. Nora, que es capaz de ser todo eso y al mismo tiempo ser la imagen de la dignidad femenina, porque es el primer personaje que se planta ante esa posición y dice no. El drama de Casa de muñecas es una excusa para que asistamos, estupefactos, al empoderamiento de Nora, que de pronto decide dejar de ser la muñeca.

Queremos creer que esto está más que superado. Pero si hay un caso que ejemplifica hasta qué punto no lo está, este es el de Tania Sánchez. El tratamiento mediático de su candidatura la convierte permanentemente en una muñeca, a la que su novio, Pablo Iglesias, le permite «jugar» a la política. «Pablo tiene su proyecto, y yo el mío», intenta defender, mientras todos los medios (vale, casi todos, con honrosas excepciones) oyen «de momento, claro, hasta que tenga que empezar a ser consorte». ¿No es eso lo que hacen las mujeres, no es eso lo que hizo la reina Letizia, esa princesa profesional y divorciada, indie y moderna? Esa permanente autorreferencialidad del varón, que convierte a su compañera en «la novia de», que convierte el acoso a la mujer en un acoso a su mujer, en un problema de masculinidades. El papel del hombre en la pareja es el de protegernos, cuidarnos, dejarnos brillar, pero a su sombra. Tania es la elegida por «el deseado», ¿qué más quiere?

¡Oh, qué tranquilo y delicioso hogar el nuestro, Nora! Aquí estás segura; te guardaré como si fueras una paloma recién recogida por mí después de sacarla sana y salva de las garras del buitre. Sabré tranquilizar tu pobre corazón palpitante. Lo conseguiré poco a poco; créeme, Nora. Mañana verás todo de otra manera. Todo seguirá como antes. No necesitaré decirte a cada momento que te he perdonado, porque tú misma lo comprenderás indudablemente. ¿Cómo puedes creer que vaya a rechazarte ni a hacerte cargo siquiera? ¡Ah!, tú no sabes lo que es un corazón que ama, Nora. ¡Es tan dulce, es tan grato para la conciencia de un hombre perdonar sinceramente! No es ya su esposa lo único que ve en el ser perdonado, sino también su hija. Así te trataré en el porvenir, criatura extraviada, sin brújula. No te preocupes de nada, Nora; sé franca conmigo nada más, y yo seré tu voluntad y tu conciencia.

«Soy mujer, joven y rubia; por eso en la televisión tengo que ser más dura». La diputada de Izquierda Unida, actual candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid tras su arrolladora victoria en las primarias, forma parte de la nueva corriente que está intentando renovar la formación de izquierdas después de una tendencia descendente. Sin embargo, ¿qué le preguntan? Por qué no sonríe más. Tania-Nora, mi estornino, mi pajarito cantor, ¿por qué no nos bailas una tarantela?

 

 

El papel social de las mujeres sigue siendo el del agrado. Ni siquiera dentro de la pareja: agradar al género masculino, en general. Debemos sonreír. Ser educadas. Graciosas, dentro de unos límites. Pizpiretas. Como niñas bien educadas. Si queremos jugar a la política, está bien, siempre y cuando la disfrutemos. Nada de tomárnosla en serio, nada de preocuparnos, nada de tener voluntad o conciencia. Eso son cosas de hombres.

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