Etiqueta : amor-romantico

Descreídos de treinta años

Al margen de todos los prejuicios de una sociedad patriarcal, de todos los medios de información y publicidad, películas que circunscriben el amor hacia un mundo rosa que más valdría dejar de llamar “comedia romántica” para tildarlo de “ciencia ficción”. Dejando a un lado la irradiación maravillosa que reflejan algunos de nuestrxs amigxs sobre sus relaciones amorosas y pasionales (sí… esxs amigxs tuyos que llevan juntos desde los 17, ya tienen casa, van a por la parejita y parece que su vida es tan perfecta que casi dan ganas de vomitar); al margen de todo eso, entérense: el amor no suele durar siempre, el amor duele en muchas ocasiones. El amor no es como lo pintan o como creías que era.

El amor, tal y como lo presentan, es una de las mayores mentiras que ha habido y habrá siempre.

Y nada te salva de ello. Por mucho que unx sea inteligente y tenga una gran perspicacia en la vida, es difícil de digerir, de entender y de, finalmente, asumir para actuar en consecuencia.

Tal vez porque el bombardeo mediático-social es tenaz, porque los mismos mecanismo psicobiológicos del enamoramiento juegan en tu contra o, simplemente, porque nos encanta tropezar en esa deliciosa piedra.

Un hombre le pone un parche al corazón de una mujer.

Corazón parcheado vía Facebook

Y eso que no podemos decir que no hemos sido avisadxs. Todxs estamos hartxs de escuchar a esos amigxs (o ex parejas) pesimistas e irónicxs que pasean de un lado a otro martirizándose (y, por tanto, martirizándote cuando estás a unos metros de ellxs) lanzando a discreción proclamas contra cualquier tipo de romanticismo que nos hacen dudar incluso de si son humanos. Mujeres y hombres de hojalata que no tienen corazón. Lxs mirabas antes, con aire de superioridad, a veces incluso con cierta lástima pero siempre con benevolencia, que para esos son tus amigxs, pensando que no se puede ir por la vida con una mirada tan negra sobre las relaciones, que en la vida merece la pena luchar por lo que se cree, que el amor todo lo puede, y todo ese tipo de consignas que te han cañoneado a lo largo de tu vida.

Pero la vida pone a cada uno en su sitio, como dicen muy acertadamente las madres, y llega por fin un tiempo determinado, que puede ser más tarde o más temprano, sin que casi te des cuenta, en que parece —y solo parece— que todo recobra el sentido y te das cuenta de la verdad:

Esos lúgubres amigxs no estaban tan equivocados. (Con ciertas salvedades, claro).

A muchos, esa reflexión les pasa con treinta años, aunque ese es un tiempo estipulado en el que nada tiene que ver, de hecho, la edad. Como dije antes, puede ser antes o después, todo tendrá que ver con el momento vital que atravieses, por ejemplo, que te deje la pareja de toda la vida, que se escuche la llamada de tener un hijo y no se tenga con quién, multitud de bodas en verano y yo compuestx y sin novix, etc.

El caso es que esas cosas suelen suceder en España en unos hipotéticos treinta solteros años, y así te plantas a esa edad, con algunas relaciones a sus espaldas, y miras para atrás y miras para adelante, y piensas: «¿Y ahora qué?».

“¿Estoy bien solx? ¿Quiero tener un hijx? ¿Podré volver a tener una relación?”.

“¿El amor es de color de rosas?”.

Preguntas existenciales a las que deberemos dar respuestas mientras disfrutaremos de ese maravilloso estado que es la libertad de estar solx (no os equivoquéis, no digo que sea mejor que estar en pareja, porque tanto lo uno como lo otro es maravilloso).

Y ¡qué diablos!, me voy a tirar a la piscina, y decir algo muy alto: en mi opinión deberían dar subvenciones a los solterxs de más de treinta años porque, sin lugar a dudas, mueven el mundo.

  • Trabajan su jornada laboral como si nada, y luego se marchan al cine, al teatro, al bar, de concierto con los pocxs amigxs que queden sin ennoviar.
  • Siguen saliendo los fines de semana, mientras los demás ven distraídamente una película en el calor del hogar.
  • Por lo tanto, mueven los engranajes del sector hostelero y del espectáculo de este y muchos países.
  • Alquilan pisos que decoran fervientemente como si fueran casas de Ikea o hipsters de Instragram.
  • Contratan paquetes de viajes concertados o, mejor aún, viajan solitarixs en busca del significado de su existencia por lo más recónditos lugares del planeta tierra, que luego muestran en Facebook o por fotos de su móvil en los grupos de sus amigxs (sólo por dar envidia).
  • Consumen toneladas de preservativos y otros métodos anticonceptivos.
  • Son los mejores tíos y tías del universo y engalanan de regalos inverosímiles a los hijos de su hermanx, a los que adoran.
  • Compran paquetes de comida en el supermercado que saben que no van a poder consumir enteros, maldiciendo porque no hacen packs individuales.
  • Son la fuente más grande de adopciones y cuidadores de animales del mundo.
  • Y, por último, sustentan, por sí solos, a familias enteras que viven de las páginas e-dating o de ligoteo.

Pero, sobre todo, están prevenidos sobre el amor, con una mochila de buenas y malas experiencias que les hacen discernir, de una manera cada vez más nítida, qué es lo que unx quiere para sí.

Lo bueno es eso: que ya no se andan con gilipolleces, que saben que el amor no es “ciencia ficción” sino realidad.

Lo malo es que, normalmente, eso se aprende por las malas, después de una fea experiencia,  y una vez que se rompe un corazón es difícil encontrar todos los trozos para arreglarlo y que se recomponga igual.

Aunque quizás no debería quedar igual, debería formarse un corazón nuevo, una escultura de formas propias que fuese capaz de latir pero también de razonar y  pensar como un analítico cerebro.

Se debería aprender, en vez de olvidar, pero sin echar la mirada atrás.

Si consigues eso, enhorabuena, estarás bien solo y en pareja.

Pero si acaso, por lo que sea, vuelven a romperte el corazón en mil pedazos, no te preocupes porque siempre te haremos un lugar en el “Club de los descreídos”.

Mañana, cañas a las 20:00 en el bar de siempre.

La paja en el coño ajeno

Leo con estupor, rabia y una infinita tristeza la columna de Elvira Lindo «Coño, esa palabra de moda«. Con estupor, porque realmente me sorprende que una persona inteligente, como ella misma se define, con capacidad crítica, como yo le atribuía a fuerza de leerla durante estos años, y con capacidad de defenderse de «patosos», que ella llama, considere que realmente lo más relevante de un «determinado tipo de feminismo» (no nos explica cuál, pero me encantaría saberlo) sea el uso de una palabra que ella misma dice que utiliza con frecuencia. Con rabia, porque lo atribuye a la «necesidad de llamar la atención», como si no fuera plenamente legítimo llamar la atención tanto sobre el feminismo como sobre el coño en sí, cuando no lo conocemos en absoluto (ni el movimiento ni el coño. Lo uno se ve claramente leyendo su columna. Lo otro se ve también bastante claro en este maravilloso capítulo de Orange is the New Black, donde es precisamente el personaje trans el que viene a explicar cómo es un coño, porque las demás reclusas no parecen haber pensado lo más mínimo en el suyo). Con infinita tristeza, porque es de esas ocasiones en las que lo personal se mezcla con lo político (si es que alguna vez no lo hace) y conforme avanzo en la lectura se me remueven todos los encontronazos con «patosos», violadores y asesinos que yo misma he pasado, y pienso en que los vivo desde el privilegio (de mujer cis, blanca, europea, con estudios superiores, con ingresos propios) y no puedo soportar pensar qué habrán sentido quienes lean esto desde otros puntos menos favorecidos. Y porque me doy cuenta de que no importa lo inteligente, crítica, fuerte que sea una persona, mujer para más inri: sigue habiendo por ahí demasiadas personas que se empeñan en no entender nada, y que además presumen de ello desde su pedestal de los miles de lectores.

Stephanie Sarley, The fruits of art

Lo que nos sale del coño

Vamos a empezar por el principio. Lindo asegura que «hay mujeres que han entendido que la igualdad está en pronunciar tantas veces la palabra ‘coño’ como ellos lo hicieron con sus palabra fetiche, ‘polla'». No sé a qué clase de mujeres conoce, y desde luego no coinciden con las que he conocido yo, pero me parece interesante que no sea consciente de lo paradójica que es su queja. Para empezar, porque titula un artículo arrancando con la palabra «coño», lo que le garantiza muchas más visitas que de ordinario sin que lo necesite en absoluto (otra cosa es lo que crea su equipo editorial, por supuesto), quejándose de que esta sirva para llamar la atención. Para seguir, porque ve que no hay igualdad en la reclamación de que el coño sea idéntico a la polla en su capacidad de llamar la atención, manifestando al mismo tiempo que no es idéntico. Y no, lamento que no lo sea.

Las personas con vagina seguimos sin tener una relación sana y normal con nuestro cuerpo porque la formación con respecto a nuestros genitales está marcadamente sesgada desde la educación primaria. Si bien se explica con todo lujo de detalles cómo funciona el placer masculino, el clítoris sigue siendo el gran excluido de los libros de texto, por aquello de que no tiene una finalidad meramente reproductiva. Esto conduce a que las personas con vagina capaces de eyacular crean que tienen un problema; pero yéndonos más a la cotidianidad, conduce también a que las mujeres sigan sin saber cuántos agujeros tiene su vulva, a que los angloparlantes no distingan la misma de la vagina (nosotros, con el mucho menos fino «coño», pues es un problema que nos ahorramos), a que no consideremos que nuestro placer forma parte de la relación sexual, a mitos como el de que la virginidad sólo se pierde a través de la penetración y a un sinfín de malentendidos y desconexiones corporales.

¿Por qué las mujeres somos las únicas que no podemos nombrar nuestros genitales? Compartir en X

Porque nuestros coños, parece ser, sólo están destinados a la reproducción. Así nos lo recuerdan las leyes, que se atreven a opinar sobre qué tiene que salir o dejar de salir de ellos; las noticias, que nos indican que somos nosotras quienes usamos mal los preservativos (curioso cómo la responsabilidad del embarazo no deseado es nuestra pero la decisión de qué hacer con él no tanto); los hombres que nos recuerdan cuando salimos a la calle cómo de sexualmente atractivas les resultamos. ¿Es más o menos escandaloso que a las menores de edad las llamen «chochitos» a que una actriz porno hable de su coño como herramienta de trabajo? ¿O que un periodista publique «traviesamente» el estado de las ingles de la fallera mayor cuando ella entiende mal una pregunta en una entrevista? ¿Por qué somos las únicas que no podemos mencionar nuestros genitales?

Las guardianas de las buenas costumbres

Y es que parece que seguimos siendo nosotras aquellas en quienes recae la responsabilidad de mantener el recato, de usar un lenguaje menos soez, de ser más cerebrales y menos hormonales. Muy curioso eso, cuando es precisamente a nosotras a quienes se nos llama histéricas (que, claro, viene de útero, no de coño, y es mucho más fino) cuando manifestamos unas emociones que a los hombres les educan a no manifestar en público. Uno de los motivos que hace que su forma de expresar lo que sienten sea de forma más agresiva. No, no son las hormonas. Son los constreñimientos sociales. Es esa idea de que las mujeres no pensamos con el coño y de que los hombres no lloran. Y, vaya, resulta que son las feministas, precisamente, quienes dicen que genitales, hormonas y cromosomas aparte, las personas somos sexuales, emocionales e inteligentes y tenemos derecho y obligación de ser educadas conforme a esto para poder vivir en libertad y responsabilidad. Son las feministas las que dicen «la calle y la noche también son nuestras», las que se niegan a creer que los hombres sean depredadores al acecho que están esperando a ver a una mujer sola caminando de noche para violarla. Son las feministas las que dicen que no es la ropa que llevas o tu forma de bailar. Pero, oh, vaya; «las feministas generalizan». Sí, claro que generalizamos. Hablamos de cultura de violación y hablamos de heteropatriarcado porque, nos guste o no, es el sistema en el que vivimos. Es el mismo que hace que a ti te rechine mucho más escuchar «coño» que «nos matan». Es el mismo que hace que se culpabilice a las víctimas de agresiones sexuales. Que es exactamente lo que has hecho en tu artículo. «Sin querer», dirás. Ya me imagino. De eso, precisamente, es de lo que va la historia.

El origen del mundo, de Courbet

El origen del mundo, de Gustave Courbet

Lo que nos entra en el coño

Es ese tipo de feminismo que gusta hablar en plural siempre y afirma “nos matan”, “nos violan”, como convirtiendo a todas las mujeres en víctimas: tanto a las vivas como a las muertas, a las que han sufrido una violación como a las que se han tenido que enfrentar a un simple patoso. Porque hay patosos, sí, pero lo que hay que predicar es la defensa, no el victimismo. Desde los 19 años, como trabajadora me he topado con más de uno, pero he aprendido a pararles los pies, y es una victoria que tengo en el saco. No siempre me han sacado otros las castañas del fuego.

Este párrafo, Lindo, es exactamente lo que se llama «revictimización». Se trata de un proceso por el cual a quienes han tenido la experiencia de una agresión sexual se las señala como torpes, como culpables, como incapaces de defenderse. Como seres pasivos que buscaban que «otros les sacaran las castañas del fuego». Dices que «casi de manera inconsciente, algunas, yo creo que las más listas, encontramos a hombres que tenían un pensamiento más sofisticado y tanta capacidad como nosotras de pensar con la cabeza en unos momentos y de dejarse llevar por sus instintos cuando terciaba». Eso que tú llamas un proceso inconsciente fruto de la inteligencia es un privilegio.

Para empezar, porque los hombres que no se dejan llevar por sus instintos no son «los más sofisticados». Porque artistas, filósofos, militantes incluso por los derechos humanos, abusan de sus compañeras. Porque la inteligencia no es un seguro de vida: porque las mujeres con altas capacidades, estudios superiores, inquietudes feministas, una excelente educación y mucha lectura a cuestas (convendrás conmigo en que son cosas que no siempre van juntas, aunque tú pareces dar por sentado que se combinan necesariamente varias de ellas) también hemos sido violadas por nuestras parejas. Porque no se trata de «elegir un hombre sofisticado», se trata de darte cuenta de cuándo el hombre sofisticado se ha convertido en un maltratador, y eso que tú llamas orgullosa «parar los pies» no es sólo una victoria: es una guerra larga y terrible, en primer lugar contra ti misma. Porque el amor romántico nos ha dicho que las mujeres (las buenas mujeres, las que no dicen «coño» sin parar) somos capaces de convertir a los hombres en príncipes azules desde que no levantábamos un palmo del suelo y nos explicaban que Bella salvó a la Bestia, que la Bella Durmiente se casó con el príncipe que la besó mientras dormía con dieciséis años recién cumplidos, que la Cenicienta lo dejó todo para irse con su príncipe azul aunque no recordara siquiera su cara, y así sucesivamente.

Porque ha tenido que venir Pamela Palenciano a explicarnos a todas que «No solo duelen los golpes«, porque hasta ahora parecía que el control, el aislamiento, los celos, los silencios hostiles, no eran mecanismos de abuso sino signos de amor (y de masculinidad; de esa masculinidad tóxica de la que tú hablas como «hombres así de transparentes, algunos incluso me hacían gracia por su evidente primitivismo, pero no eran mi tipo»). Porque ahí está A tres metros sobre el cielo para seguir educando a las adolescentes en que el chico malo es el deseable.

Hablas de «elegir mejor». Tú, como mujer inteligente, cultivada, posiblemente seas aficionada al cine clásico y habrás visto (o leído), sin duda, Luz que agoniza. ¿Se puede decir que Paula Alquist elige mal? Un apuesto Gregory Anton, atento, «con posibles», se enamora locamente de ella y le ofrece ir a vivir a un hogar maravilloso, a disfrutar juntos de su afición musical compartida, a empezar de nuevo tras haberse quedado sola en el mundo. ¿Elige mal Alquist? ¿Es ella la responsable de no pararle los pies a ese marido encantador que la halaga continuamente y que se preocupa muchísimo por esos «brotes de locura» que él mismo provoca? Porque este es el proceso que multitud de mujeres maltratadas hemos vivido durante años. Algunas pueden salir. Otras no. Otras, como Alquist, no tienen familia. O también llevan trabajando desde los 19 años, pero en un trabajo de cuidados, que sigue sin ser remunerado, y por tanto no tienen independencia económica. O, directamente, están amenazadas de muerte.

¿Son ellas unas débiles? ¿Somos las demás quienes las victimizamos al decirles que nosotras escuchamos, que somos legión, que si las tocan a ellas nos tocan a todas, que no están solas? ¿En serio?

El fuego cruzado de ser feminista

Todos los días, las personas que nos declaramos abiertamente feministas recibimos impactos dolorosos. Vemos a Trump jactarse de que puede agarrarnos cuando quiera por ese coño del que nosotras no podemos hablar. ¿Por qué? ¿Es suyo? ¿Es como nuestras tetas, que solo pueden usarse para placer masculino pero no para amamantar? ¿Del coño se puede hablar para abusar de él pero no para explicarnos que es un indicador de nuestro estado de salud?

Vemos a los hombres decir que las feministas esto y las feministas lo otro. Bueno. Es un «ladran, luego cabalgamos»; a nadie le gusta que le quiten sus privilegios, y lo raro sería verles encantados con que hayamos decidido convertir a nuestros coños en sujetos en vez de objetos de las frases. Panda de locas, que queremos ser vistas como seres sexuales y tener orgías cuando nos apetezca, y no cuando nos droguen y nos graben en vídeo.

Vemos a muchas feministas señalándose entre sí. Algunas lo hacen mejor y otras peor. Yo aprendo cada día de las feministas negras, islámicas, trans. De opresiones de las que no tengo ni idea. Y les agradezco infinito que a pesar de mis torpezas sigan confiando en mi capacidad de aprender, de respetarlas y de apoyar su lucha cuando quieran que lo haga. El feminismo, ya lo dije en otro sitio, se trata de reconstruirse, y las primeras que nos revisamos somos nosotras. Todos los días.

Pero cuando una mujer viene a hablar de «un tipo de feminismo» señalando simplemente que no le gustan sus formas, desde su espacio público, su altavoz privilegiado; cuando a esa mujer la leen tantas y tantas personas que la admiran y van a formarse una opinión a partir de la suya y lo hace desde la intención de sacar punta a una decisión que no comprende y que no ha intentado explicarse, cuando lo hace comparándolo con la misma estructura que sí, aunque no te guste, «nos mata» y «nos viola», duele, Elvira. No sabes cuánto duele.

Ojalá que un día encuentres tus gafas moradas y te des cuenta de que por muy maravillosos y llamativos que sean nuestros coños, son lo de menos en todo esto.

Ojalá, @ElviraLindo, descubras un día que nuestros coños son lo de menos en todo esto. Compartir en X

Neoliberalismo sexual y amor romántico

Hace poco me di cuenta de la absurda cantidad de tiempo que pasamos lxs jóvenes buscando pareja, o en su defecto hablando de buscar pareja. Pero más curiosa me resulta la respuesta confiada de mis amigxs cuando menciono esta reflexión junto con mi típica frase «el amor romántico es tóxico». La respuesta más generalizada que recibo es: ¡será tóxico pero es que yo soy muy románticx!

Annoyed boy

Pese a los avances de la lucha feminista en la búsqueda de la igualdad, el sistema patriarcal está anclado en la estructura social, el dominio masculino se ha convertido en algo más que su definición literal. Este gobierno, o contrato social que nadie ha firmado, es algo endémico en la vida de las mujeres, la institucionalización de una estructura de creencias establecida para mantenerlas en un continuo estado de sumisión. 

Es inevitable, por tanto, tratar de discernir cómo el patriarcado ha llevado a cabo una estrategia para someter a la mujer a través de las relaciones afectivas. Ana de Miguel habla del amor romántico como algo que todo lo puede y todo lo justifica, ya que es el propósito más absoluto de la vida. Ese célebre sin ti no soy nada de Amaral es una clara prueba de que el amor es la búsqueda de la persona perfecta que nos complete, ya que si no se encuentra una pareja la vida se convierte en una perpetua deambulación triste y solitaria. El amor no puede fracasar nunca pase lo que pase, ya que es lo que da sentido a la vida.

Portada de

Portada de «Neoliberalismo sexual», de Ana de Miguel

Aún así, me resulta alarmante cómo una generación que cada vez está más concienciada sobre la perspectiva de género sigue manteniéndose, de manera voluntaria, en un estado de alienación imperturbable. La entrega total es el ideal que plaga la búsqueda eterna de una pareja que tiene que durar toda la vida, porque si no vaya pérdida de tiempo. Estamos dispuestxs a todo por triunfar en el amor, una de las razones del famoso online dating. Ana de Miguel habla del amor romántico como un clásico del feminismo, es decir, algo que se lleva debatiendo desde el movimiento sufragista.

Es el momento de luchar contra esta quimera, ahora que ponerse las gafas moradas es algo que ya no asusta tanto. Sin embargo, como afirma De Miguel, la dificultad se encuentra en lidiar con la doble moral sexual que, por un lado, defiende la liberación sexual de la mujer y, por otro, en todos los medios proyecta el mensaje del amor como manera de autorrealización.

Cuando empiezas a pensar en esto del amor romántico, te cuestionas cómo lo has tenido toda la vida delante y nunca te has dado cuenta de lo tóxico que realmente es, pero no te sientas culpable: la invisibilización de la coacción a la mujer a través del amor es uno de los factores que habilitan la reproducción de la desigualdad. En esto, como en todo lo respectivo a la desigualdad, no tenemos la culpa nosotras.

Una de las reflexiones de Ana de Miguel que más incendiaria me pareció en el capítulo titulado «del amor como proyecto de vida al amor como valor en la vida» fue cómo analizaba la evolución del amor romántico en la actualidad, una época en la que muchas sociedades son consideradas formalmente igualitarias, y por lo tanto las jóvenes tenemos acceso a más actividades que nunca. Sin embargo, las hostilidades y trabas que nos pone el patriarcado para desarrollar un proyecto de vida pueden condicionar nuestra concepción del amor para convertirlo en algo que ofrece sentido a la vida.

Y es que, después de la revolución sexual, la década prodigiosa de los sesenta, la sexualidad se convirtió en el centro de la reflexión. Fue el inicio de la repulsa de la sexualidad normativa y hegemónica en términos patriarcales; sin embargo, esta lucha nos ha llevado a la división entre dos espectros paralelos de vivir la sexualidad dentro de la ilusión del amor romántico: la promiscuidad, que define a las mujeres como objetos serviles, y las relaciones formales, que definen a las mujeres como propiedad.

Esta reflexión de la que os hablé al principio sobre la búsqueda del amor coincidió en el tiempo con mi descubrimiento de Ana de Miguel y su libro Neoliberalismo sexual, que me dejó con una estupenda sensación de feminista experta.

Este libro defiende que ni hay libertad ni hay igualdad. Hay nuevas formas de reproducción de la desigualdad, una vuelta acrítica a los valores más rancios del rosa y el azul. No vamos a resignarnos ante la conversión del ser humano en mercancía, ¡ven con nosotras!

No me malinterpretéis, no soy de esas personas condescendientes que dan charlas, sino que ahora he perdido la paciencia que me permitía escuchar monólogos vacíos sobre igualdad con la esperanza de que, entre todas, alguna palabra mereciese la pena. Me he convertido, en cierta manera, en una womansplainer, una mujer que tiene una voz fuerte y que decide los términos en los que desarrolla sus relaciones afectivas, así como el tiempo y el esfuerzo que invierte en ellas. He encontrado mi voz y de eso, bajo mi punto de vista, va la lucha contra el amor romántico, de encontrar una voz propia que te permita vencer la cantidad de mensajes que recibimos a diario para darnos por vencidxs y buscar a nuestra media naranja.

El problema no es el tiempo que invertimos ni la forma, sino el tipo de romance idílico que buscamos de manera generalizada (a mis amigxs sólo les falta decir que les encantan las comedias románticas), al fin y al cabo Kate Millet no estaba muy equivocada cuando decía que el amor es el opio de las mujeres. Finalmente, para responder a todos ellxs que se autodenominan muy románticxos, me gustaría utilizar el subtítulo de Neoliberalismo sexual, ya que el amor romántico simplemente es El mito de la libre elección.

Adictos al amor: la búsqueda de pareja en la red

He vivido un mes en un auténtico torrente emocional. En una montaña rusa de citas, hechizos, me gustas, situaciones extrañas, mensajes por WhatsApp, cafés, picnics en el parque, conciertos con personas que no conocía de nada:

– Llevo unas sandalias blancas y un vestido de flores

– Vale, yo voy con mi gorrita gris.

Sí, he estado en una app para ligar. Cuando se lo cuento a la gente, todo el mundo dice “no jodas, no te pega para nada”; “tío, tú no necesitas eso”; “¿tan desesperado estás?”, o peor aún… “te vas a hinchar a follar”.

Imagen via Morguefile

Imagen via Morguefile

El dating online se ha convertido en un instrumento más para establecer relaciones sociales, emotivas o de pareja. El submundo formado en este tipo de aplicaciones es un extracto perfectamente equivalente al de la sociedad en general, una buena muestra. Habría, obviamente, que establecer algún tipo de investigación sobre el tipo de personalidad, quizás más dada a la experimentación, de quien utiliza estas apps, pero no sé si tendría mucho sentido. Estamos en el 2016 y ya lejos quedaron los estereotipos de “salidas y pervertidos” que utilizaban las páginas web para algún encuentro casual. Si utilizamos apps para compartir coche, información, comprar comida, ¿por qué no para compartir tiempo y conocernos? Sin embargo, sigue habiendo un cierto tabú, valoraciones de juicio que algunas personas hacen cuando descubren que alguien utiliza ese tipo de webs: «Seguro que es un cabronazo» o «a esa le gusta demasiado follar».

¿Qué problema hay en ser promiscux? ¿Qué problema hay en buscar una relación seria en este tipo de páginas? La respuesta es clara: ninguno. Sin embargo, la falta de flexibilidad, de respeto y la concepción diferente que ha adquirido en la actualidad las relaciones emocionales y sexuales, es sumamente difícil de aceptar por muchos. Y si ya introducimos en la ecuación toda la perspectiva de género, apaga y vámonos. Seguramente, podríamos estar hablando de este tema horas: sobre los roles de ligón virtual discotequero, fotos de penes, insultos cuando llega el rechazo y páginas que defienden el honor de la mujer, pero creo que hay un genial artículo escrito en esta página que lo explica mucho mejor

Obviando todos estos factores externos, ¿qué proporcionan este tipo de webs? Y lo que es más importante, ¿que nos prometen? Nos prometen una serie de experiencias que van desde conocer gente, al sexo casual o relaciones a largo plazo. En definitiva, nos prometen la felicidad convirtiendo en realidad tus deseos, y eso, como supondréis, no es ni tan sencillo ni del todo cierto.

Las “experiencias” que cada usuarix busca en estas páginas son muy diferentes (rollo casual vs, amor eterno) y aunque muchas de ellas están especializadas en cierto tipo de relaciones (más o menos comprometidas) la mayoría, básicamente, juegan con la ambigüedad. El problema es que crearse unas expectativas excesivamente altas sobre lo que unx va a encontrar allí (ya sea la mujer/hombre de tu vida o miles de relaciones esporádicas) puede conllevar decepción, hastío o incluso enfado. Es como la vida misma, no existen princesas o príncipes, solo gente normal con sus virtudes y fallos. Por eso, tal vez la premisa más importante que uno debe de tener en el Tinder, Adopta un tío, puf, Meetic, etc… es que hay que adaptar los deseos a la realidad. Y no morir en el intento.

“Estaba empeñado en enseñarme su coche y yo, simplemente, quería huir rápidamente de allí”

A este tipo de apps entra gente interesada en una relación a largo plazo, gente en búsqueda de una experiencia nueva, gente que pretende olvidarse de su antigua pareja sin haber superado todavía la perdida, una relación casual, un polvo, solo hablar. Vamos, una heterogeneidad de razones, de las cuales es difícil coincidir en espacio y tiempo. Por eso, no te extrañe que se torne complicado encontrar a alguien interesante «sin faltas de ortografía», «que no se haga fotos frente al espejo», que te guste (y viceversa) y que, además, quiera lo mismo que tú. Imagínate ya ponerte a encontrar tu media naranja, el “superflechazo químico”.

Buscar una aguja en un pajar.

No obstante, ¿es posible encontrar un amor más a largo plazo: sano, real y basado en la compenetración en vez de en la fantasía del amor romántico, en una página de estas características? Seguramente sí, pero no es fácil. Asistimos actualmente a una devaluación del amor como símbolo de atadura y falta de libertad, seguramente por la fuerte dictadura que el amor tradicional y patriarcal nos ha sometido durante centenares de años. Todo ese complejo desarrollo que estamos viviendo hacía un amor más real gracias a las ciencias sociales, al desarrollo de la sociedad y a todas esas libertades alcanzadas por la lucha a pie de calle (democracia, lucha feminista, la revolución sexual, mayo del 68), han provocado que podamos vivir las relaciones emocionales, la sexualidad y la propia identidad de cada unx a un nivel más saludable. Sin embargo, estamos asistiendo a un fenómeno interesante en los últimos tiempos: “nos hemos pasado de rosca”. En la búsqueda de nuestra propia identidad e independencia, de nuestros propios deseos y apetencias, lejos de los convencionalismos y la moral imperante, hemos saltado al otro extremo del amor romántico, y ahora, muchxs confundimxs compromiso con atadura, intimidad con la falta de libertad, los naturales problemas de cualquier relación con obstáculo insalvables que nos llevaran inexorablemente al dolor. Relaciones poco profundas que se rompen con mucha facilidad, cuando podrían ir más allá, a veces por el miedo a sufrir, otras por ceñirnos solo a una elección dejando escapar “otras posibilidades”. Límites que unx mismo se impone.

No dejar fluir la emocionalidad.

Por otro lado, también siguen en pie los antiguos esquemas patriarcales de amor, totalmente irreales (no ayudan nada las películas y los libros más comerciales). La búsqueda constante de mujeres y hombres idealizadxs y perfectxs, superhéroinas o superheroes del amor, Romeos y Julietas… Sin parar a pensar que sería más útil la búsqueda de un compañerx de carne y hueso.

Imagen via Morguefile

Imagen via Morguefile

“Tan rápido como empezaba a intimar con una chica, empezaba a buscar alguna otra en la página…¿Y si me perdía a alguien mejor? ¿Y si mientras estaba con ella, se me escapaba mi verdadero amor?”

Buscar la pareja perfecta, unas expectativas demasiado altas, ir en busca de algo de manera casi ansiosa, la dependencia emocional, limitar el compromiso más íntimo…factores todos que, seguramente, no permiten llegar a algunos usuarios que buscan una relación a largo plazo, a una disposición “adecuada” para encontrar pareja. Y sin embargo, es irónico que muchos de ellos perciban que sus posibilidades sean más altas de lo que realmente son. Aunque existan (al menos en las ciudades más grandes, las pequeñas es otra historia) un buen número de candidatxs a elegir y todos ellos estén “solterxs y dispuestxs”, a menudo se desprecia el propio estado emocional y vital que alberga en ese momento unx mismx y esos aspectos pueden entorpecer muchos más esa búsqueda que otros factores externos. A veces nuestro peor enemigo somos nosotrxs mismxs.

“Me empeñaba en quedar con chicos cuando realmente seguí pensando en mi ex, la página me ayudaba a mantener mi mente ocupada, pero a la hora de las citas, eran un desastre…”

No es menos cierto, que muchas veces es la otra persona que encontramos la que tiene ese tipo de problemas. Podría ser lógico realizar un intento de seguir adelante si la otra persona está dispuesta a cambiar ciertos aspectos muy concretos a través de una comunicación abierta y asertiva, pero es inútil en empeñarse en que la relación funcione eternamente, tirando solo unx del carro. Lo más seguro es que si ha empezado mal, no vaya a cambiar demasiado, así que lo mejor que puedes hacer unx en ese momento es: cooorrreeerrrr.

“La chica se quedó un fin de semana entero en mi casa, pero luego no me escribía. Yo era la que me empeñaba siempre en llamarla y en quedar, y ella siempre accedía, pero no sé, no parecía muy ilusionada, era como que pasaba el rato. Al final decidí que lo mejor sería que no nos viésemos más”

No obstante, la experiencia es única y embriagadora para aquellxs que sepan mirar con ojos curiosos, dejándose llevar y sabiendo gestionar toda la marabunta emocional que generan un carrusel de citas constantes, con sus aciertos pero también con sus fracasos. . Hay momento que pueden llegar a ser ciertamente divertidos (algunos mirando en perspectiva, no en el momento) y ya, solo por eso, merece la pena. Cualquiera que haya estado en este tipo de apps tiene un buen puñado de anécdotas que contar: quedar para ir a un concierto y que liguen delante de ti, silencios de más de quince minutos porque después de una hora te has cansado hablar y la otra persona es sumamente callada, personas que no son igual que en la foto, “me quiero ir y solo llevo diez minutos”, “habla demasiado sobre sí mismx»…

  • “Estoy saliendo de casa, llego en veinte minutos”
  • “Ay, se me olvidó decirte pero no puedo quedar porque… (añada en la línea de punto cualquier excusa que se le ocurra)”

Tengo que reconocer que para seres ineptos emocionalmente como yo, es muy difícil reconocer las señales de interés. Una vez le pregunté directamente a alguien si le interesaba sexual o emocionalmente hablando, meramente por intentar comprender como funciona todo esto. Me dijo que no. Menos mal, ella tampoco me gustaba. Pero no la saqué de su error cuando me pidió dos veces disculpas porque no había “feeling”. Al menos era maja la chica.

  • “Me gustas, por mí repetimos”
  • “Vale, pero como colegas”

Otras veces no es tan agradable y la cosa se pone tensa. Suele pasar cuando quedas con alguien que no te termina de dar buena espina y aun así, acudes a la cita (¡haz caso a tu sexto sentido!). De repente, estás escuchando una serie de opiniones totalmente contrarias a ti sobre la homosexualidad, se enfada porque no le contesta dos minutos después de que te escriba, llora delante tuya porque has llegado diez minutos tarde o te envía fotos de su pene y ofrece acostarse contigo a los cinco minutos de conocerte. Unx casi se enamora perdidamente de alguien de estas páginas meramente normal con el que conversar…

  • “Ya sé de qué palo vas, no quiero saber si me gustas o no me gustas, estoy enfadada, así que no voy a ir a la cita”
  • Ehmmm, ¿qué he hecho?

Fuera de buenas o malas experiencias, las apps de ligar no son más que un facilitador, una herramienta más que ayuda a las personas a buscar una relación. La herramienta es útil y muy interesante, sin embargo, todo depende del uso que nosotros hagamos de ellas y de la gestión emocional. Está claro que el mundo y la forma de relacionarnos está cambiando, el amor también está cambiando. Las relaciones están cambiando. Y este es simplemente otro vehículo que cada vez estará más usado y normalizado . Sin embargo, es lícito preguntarse si este tipo de aplicaciones no estarán potenciando un tipo de relación menos profundas, más rápidas y de usar y tirar que impidan cierto compromiso sano o la búsqueda infinita del amor perfecto, totalmente irreal. Tal vez, este tipo de páginas estén creando ejercito de mujeres y hombres enganchados a el amor fugaz, estableciendo forma de relacionarse basadas en la artificiosidad.

Sí. los peligros están ahí. ¿Sabrás sortearlos?

En qué se parecen Ryan Gosling y Álvaro Reyes

Hace unas semanas el «maestro de la seducción» Álvaro Reyes salta otra vez a la palestra; en este caso por el escrache feminista que se ha encontrado en su última llegada a Barcelona; una acción de autodefensa, teniendo en cuenta que estaba en un lugar público rodeado de una serie de discípulos a los que enseña a acosar a mujeres. Lo sorprendente no es este episodio; lo sorprendente es que este tipo y sus congéneres puedan seguir haciendo de eso que llaman «la seducción científica» y que no es más que el acoso sexual sistematizado reconvertido en un programa de coaching su modo de vida. Digo «sorprendente», pero es falso: no me sorprende para nada si consideramos el imaginario al que estos hombres están sometidos.

Y es que no hay ninguna diferencia entre «alvarodaygame» y todos los personajes de Ryan Gosling, salvo, quizás, que la mayoría de la gente encuentra a Gosling atractivo (diferencia, por otra parte, muy relevante, en tanto que hablamos precisamente de un hombre que enseña a «saltarse» las reticencias de las mujeres que no quieren tener sexo con él. Es muy posible que el hecho de que a mí me dé un poco de repelús a nivel físico sea lo único que hace que a mis ojos películas como El diario de Noa, Blue Valentine o Crazy, Stupid, Love no sean más que un alegato romántico a favor del acoso sexual.

Todas ellas se desarrollan bajo el mismo esquema: Gosling aparece, ve a la chica, decide que va a acostarse/casarse /tener hijos con ella, y a partir de ahí durante todo el primer acto se dedica a enfrentarse a sus múltiples negativas de forma más o menos espectacular o más o menos grimosa: desde el «romántico» salto a la noria de El diario de Noa al repugnante movimiento a lo American Psycho de Crazy, Stupid, Love. El problema de El diario de Noa no es la idea del alma gemela o el discurso-sueño americano de que el amor no entiende de clases (en el que mejor que no entre); igual que en Blue Valentine, el problema no es si la vida sexoafectiva de los protagonistas es más o menos satisfactoria. El problema es que en todas estas películas se muestra exactamente el mismo mensaje que en todos estos negocios de acoso al por mayor, es decir: el que la sigue la consigue y si no es así es porque ella es una estrecha.

En Crazy, Stupid, Love es en la que más claramente podemos ver el paralelismo entre Gosling y Álvaro Reyes o cualquiera de estos autoproclamados gurús (estrictamente hablando, acosadores). Pero no existen diferencias más que de estilo en el patrón que todos ellos siguen para acercarse a las mujeres. Aparentemente las negativas de ellas no importan, nunca importan. Aparentemente, Gosling tiene perfecta legitimidad para empezar a seguirla: en sus trabajos, a sus casas, por su pueblo. Y, por supuesto, junto a la protagonista siempre hay un personaje que le recomienda «no ser tan estirada». Chicas del mundo, ¿cuántas veces habéis escuchado que sois unas estiradas/frígidas/bordes simplemente por no ceder ante los requerimientos de un tipo que no os atraía y punto?

Si no es complicado con es el amor de tu vida

Las feministas repetimos continuamente que «ni las mujeres ni los territorios son espacios de conquista», pero exactamente igual que la historia nos demuestra que somos incapaces de aprenderlo en el caso de las fronteras, hay todo un aparato que justifica que también las mujeres deben ser colonizadas. Empezando por el discurso científico de la reproducción en el que los valientes espermatozoides se adentran a través del sinuoso, laberíntico y hostil paso de la vagina para alcanzar al expectante óvulo que aparentemente no tiene nada mejor que hacer que esperar pasivamente a ser fecundado (una descripción bastante sesgada de un proceso que requiere la colaboración de todo el aparato femenino para culminar). Esperar, como dice Pamela Palenciano, es el eterno rol de lo femenino. En este caso tenemos la promesa de una fantástica historia de amor. ¿Qué pasa, que el chico no te atrae? No te preocupes y espera, ¡es cuestión de tiempo! Acostúmbrate.

En psicología social se llama «efecto de mera exposición» a este por el cual los estímulos se nos hacen cada vez más agradables simplemente por el hecho de ser conocidos. Es ese fenómeno por el que preferimos los números que nos recuerdan a nuestra fecha de nacimiento o a la casa que vivíamos de pequeños. Al nivel de la atracción interpersonal, hay experimentos que demuestran que los mismos usuarios encuentran a la misma chica mucho más atractiva después de que esta le siga (que aparezca en sus clases, se deje ver en sus espacios de ocio, etcétera), incluso aunque nunca hayan interactuado. Es decir: lo grave es que, efectivamente, a nivel cognitivo la cosa funciona. Cuando hemos visto numerosas veces el mismo estímulo empieza a parecernos familiar y deja de parecernos amenazante. Por eso los personajes de Ryan Gosling son peligrosos: porque nos están indicando que el acosador al final no es tan malo, que es una cuestión de paciencia, que hay un buen tío detrás de la insistencia, que nadie nos querrá tanto como ellos; en definitiva, que tenemos el imperativo social de decir que sí, de dejar de ser desgraciadas, de dejarnos seducir por estos «científicos» que, amparados en preocupantes deformaciones de todas las teorías biológicas, psicológicas y sociológicas para que legitimen un comportamiento repugnante se empeñan en convertir el consentimiento en el resultado final de una ecuación, en vez de en un acto de voluntad; como si cualquier cosa que obligase a una persona a realizar algo anulando su voluntad previa no fuese, por su propia naturaleza, un acto inmoral.

¿EQUIS O CORAZÓN?: El Corte Inglés no se entera

LASUERTEDECONTROLARTE

¡Oins, por fin El Corte Inglés se ha modernizado! Su nueva campaña se llama «El Amor en los Tiempos de Tinder». ¿Le daremos al «corazoncito» o a la «equis»? En estas estábamos el 3 de febrero de 2016.

Por supuesto, hoy ya no vais a encontrar el corto-campaña en ningún canal de El Corte Inglés porque, tras recibir las primeras críticas, han tirado por la calle de en medio y lo han borrado. Menos mal que todos aquellos que nos esforzamos por construir un mundo mejor estamos atentos para que no desaparezcan las pruebas, como El Diario, o lo encontramos en el canal del autor para denunciarlo en este post. Porque por mucho que lo hayan retirado no podemos pasar por alto estas cosas. Por favor, pasen y vean.

Vamos a ver. Puedo entender que los protagonistas de un director sean imperfectos como denuncia, o como representación de la realidad que vivimos (o más bien, la realidad que ojalá no viviéramos). Pero, señores de El Corte Inglés: ustedes saben perfectamente que la publicidad es aspiracional. Que representa modelos para los mortales consumidores que se dejan la pasta en sus centros comerciales pensando que así encontrarán la felicidad, el amor, la aceptación social y el estatus. Es de Primero de Publicidad. Entonces, ¿cómo no han caído en lo que este corto transmitía? 

En el momento en el que una persona se mete en Instagram para controlar los «likes» que haces, ya sean a tíos o a tías, de fotos de gatitos o de perritos, no es que el chaval esté enamorado. Es que tiene unos celos patológicos, una inseguridad alarmante y una personalidad controladora que haría las delicias de cualquier psicólogo. Además, es un manipulador de libro:  Chica: ¿Me vigilas los «likes»? Tío: No, no, qué va, para nada, es simplemente que me meto en Instagram… VENGA POR FAVOR. El momento culminante llega cuando la chica le hace ver que tiene otro ritmo y ale, venga, el muchacho decide hacerle el castigo del silencio hostil y la deja sola en el bar. A ver si así me das lo quiero, cuando quiero y como quiero. La muchacha sale corriendo detrás de él y le dice Intentaré controlarme con los «likes«. A mí esto ya me parece el colmo de los colmos. La chica debería haberse quedado con la frase más sensata: Yo estoy aquí, contigo. Esto es la vida real. Y es que no puedo decirlo de otra forma: es que esto es así. ¿Por qué el muchacho sospecha que porque le de a «like» a una foto de un tío significa que ya está habiendo cuernos? Simplemente porque sospecha de todo bicho viviente y asume que la chica se tira a todo lo que le da «like». No es amor. Es pa-to-ló-gi-co.

Bien. Si el director quiso hacerlo como denuncia, lo acepto (lo dudo, teniendo en cuenta el final). Pero me pregunto: ¿nadie del Departamento de Comunicación y Marketing de El Corte Inglés se dio cuenta de lo que este corto transmitía? ¿Por qué decidieron que representara su campaña de San Valentín? Si nos paramos a pensarlo, es escalofriante. Esto no viene sino a decirnos que una gran parte de la población identifica amor con control. Estar enamorado con ejercer un control sobre los movimientos de la  pareja. Está claro que los responsables de la comunicación de El Corte Inglés sí lo hacen. Porque si algo no te rechina al ver este corto, debes replantearte completamente qué idea de amor te han inculcado y sigues creyendo. 

Una gran parte de la población identifica amor con control. Compartir en X

Hoy es vigilarte si tus «likes» son a fotos de tíos (que pueden ser perfectamente tus compañeros de trabajo, por ejemplo). Mañana es asesinarte porque «en esta calma estamos SOLOS TÚ Y YO». Ojito a la frase.

Señores de El Corte Inglés: ustedes no son modernos porque hayan elegido un corto en el que se hable de Tinder e Instagram y la «pareja» haga avanzar la relación con esas letras de madera tan de moda eligiendo X o CORAZÓN. Ustedes sólo han demostrado que tienen una visión del amor romántico tan enfermiza que es para hacérselo mirar. Y no deberían transmitírselo a sus clientes y potenciales clientes teniendo en cuenta las estadísticas de violencia de género.  Son ustedes unos irresponsables. Antes de lanzar un mensaje al mercado, intenten analizarlo primero.

Así que con esta campaña de El Corte Inglés (ya retirada) yo lo tengo claro: LE DOY A LA X. ¿Y tú?

Contracarta: una respuesta feminista a «Quiero estar soltera pero contigo» de Isabelle Tessier

Quiero que cuando vayas a tomarte una cerveza con tus amigos y al día siguiente tengas resaca no me llames pidiéndome que vaya a verte, no quiero ir a cuidarte tras tus juergas. Llámame cuando te encuentres bien. Que cuando quieras estar conmigo sea porque te apetece disfrutar de mi compañía, no porque necesites que te atienda. Estoy segura de que tú sabes cómo pasar un día de resaca solo, de modo que, como dice Isabelle Tessier, a mí también me gusta que cada uno haga lo que quiera durante el día.

Por favor, tampoco me cuentes que cuando saliste esa noche había una chica en el bar que te ponía ojitos. No soy esa espectadora paciente que te escucha con admiración, no trates de narrarme batallas de galán nocturno porque son aburridas e innecesarias. Me fío lo suficiente de ti como para saber que si, así lo hemos consensuado antes, no harás nada con esa chica. De modo que no seas fanfarrón conmigo.

Tampoco quiero quedarme esperando a que lleguen tus mensajes, y menos aún cuando en estos me dices chorradas. Tengo muchas cosas que hacer como para atender a chorradas. Dime algo interesante, algo que creas que me puede ser útil o reconfortante y lo valoraré mucho, pero no me digas cosas tontas  y menos aún trates de hacer eso simplemente para dar cuenta de que estoy pensando en ti, para quedarte seguro de que estoy bien quietecita en casa esperando a que vuelvas. No pienso en ti todo el tiempo y me gustaría que tú tampoco lo hicieras conmigo.

Por supuesto que quiero que nos riamos mientras hacemos el amor, pero esa complicidad puede traducirse también en sentirme cómoda contigo sin depilarme o teniendo la menstruación. No quiero que cuando estemos con mis amigos o nuestros amigos, me cojas de la mano y me lleves a otra habitación porque ya no puedes aguantarte más y tienes ganas de hacerme el amor ahí mismo. Respétame, porque si estoy reunida con amigos esa es mi única prioridad en ese momento, si tú no te aguantas las ganas tendrás que irte solo, porque yo no me voy a ir.

También quiero que la expresión «probar cosas nuevas»  no signifique que tú des rienda suelta a todos los estereotipos y prácticas que la pornografía convencional te ha enseñado a desear y que yo acceda de forma complaciente a ello. Más bien pretendo que probar cosas nuevas signifique hacer algo nuevo de verdad y quiero que tú no tengas prejuicios cuando llegue el momento de ponerlo en práctica. Por último, no voy a tratar de permanecer en silencio mientras tenemos sexo: mi placer no tiene por qué silenciarse.

No quiero tener miedo contigo, porque tener miedo con o de tu pareja no significa nunca nada bueno. No quiero que me protejas, que me agobies; no soy un ser débil e indefenso, si con alguien tengo que sentirme segura es conmigo misma. Soy fuerte, sé lo que quiero y puedo valerme por mí misma.

Cuando esté con mis amigas y amigos, no siempre quiero que tú vengas para después cogerme la cara y besarme, a veces me gusta dormir sola con toda la cama para mí.  Y si duermes conmigo no voy a ser tu cojín, ni la muñequita que te acompaña esta noche en la cama.

No quiero adelantar acontecimientos, ni hay apartamento de nuestros sueños ni voy a discutir sobre si es mejor la costa este o la oeste. Mi vida sólo depende de lo que pase hoy, no creo en cuentos de hadas y príncipes, no quiero alimentar mis fantasías con ellos. No quiero ser esa amiga con la que adoras quedar, no quiero estar orgullosa de que pienses que soy guapa, porque soy como soy, si no te gusto físicamente, vete; si no quieres quedar conmigo, vete también. Esto no es un plus al que yo tenga que llegar, o te gusto como soy o no te gusto, no hay vuelta de hoja, no voy a cambiar por ti.  No soy la princesa que te anhela, no quiero estar feliz de que tú me elijas para pasar  la noche entre las muchas chicas con las que has tonteado, no estas de compras, tío, todas nosotras somos personas y no estamos a tu disposición.

Voy a viajar por puro capricho y sin ataduras, voy a viajar por trabajo, por asuntos familiares, por lo que quiera… Eso es cosa mía y de nadie más, no voy a quedarme esperándote, ni te voy a dar explicaciones sobre ello.

Y para ir acabando, quiero que me dejes en paz cuando esté trabajando, escribiendo o perdida en mi mundo de música, porque todo esto constituye una parte importante en mi vida, en mi desarrollo laboral, personal, artístico y académico. Déjame ser, no me cohíbas, no me interrumpas, no creas que ese tiempo mío también te pertenece a ti, no te atrevas a valorar si se trata de un tiempo bien invertido o no. Quiéreme como una persona completa, no como alguien que sólo es a la mitad, que te necesita y te espera para poder vivir feliz.

Un día no hará falta redactar cartas como esta, porque otras como la de Isabelle Teissier no se escribirán.

A Disney se le cuela una princesa nada romántica

– «¿Podemos ver OTRA vez Frozen?»

Una de las frases más repetidas en mi casa el último invierno ha sido ésta. Así casi puedo afirmar que soy experta en Frozen. Han hecho de «Suéltalo… Suéltalo» mi banda sonora particular.

Elsa, la nueva superheroína

Sinceramente, la impresión que tengo es que Elsa se les ha colado a Disney. Pero por si acaso crearon a Ana, su hermana, esperando que todas las niñas la adoraran y aprendieran a no enamorarse de extraños.

Póster de Anna y Elsa - Frozen

 

Elsa es la única princesa feliz de conocerse a sí misma. No necesita príncipes azules. Se la nota fuerte y feliz cuando decide ir por su cuenta y alejarse del mundo. En contraposición está su hermana Ana: inocente, enamoradiza, tierna… Toda una princesa. ¿Esperaría Disney que todas las niñas fueran como locas buscando muñecas y disfraces de Ana a la sección de princesas?

 Anna, Kristoff y Olaf en la nieve

Pero no, todas las niñas quieren ser Elsa. Una princesa mezclada con súperheroe, que lanza hielo tanto para crear cosas bonitas como defenderse. Yo veo a las niñas en la calle lanzando rayos invisibles de hielo. Ninguna que quiera ser Ana. Ni una sola con interés en enamorarse ya sea de un príncipe o un repartidor de hielo.

Elsa, mejor con armadura que con vestido

Si a una niña le das a elegir, Elsa les ha dado la posibilidad de elegir tener superpoderes. Eligen hielo antes que tener amor. ¡¡¡Pueden ser superheroínas!!! Pueden competir contra Spidermans, supermanes y otros súperheroes del patio del colegio con súperpoderes de hielo. No tienen que ser sus novias para que les defiendan. Se pueden coger de la mano de otra niña al grito de «esto es amor verdadero» y lanzar hielo a los otros súperheroes de los que están presentes en formas de individuos por debajo de uno con cincuenta metros.

No, no han ido en masa a comprar muñecas y disfraces de Ana. Elsa mola más. Da igual estar sola, que nadie las comprenda o que ningún hombre se atreva siquiera a sacarla a bailar. Lanzar hielo mola más que eso.

Disfraz de Elsa

 

Ahora eso sí, quedo a la espera que no destrocen el personaje de Elsa en la próxima entrega. Que no pongan en marcha la maquinaria patriarcal y conviertan a Elsa en otra cosa. Ninguna niña ha echado de menos que Elsa se enamore ni que la salven. Diosa quiera que la próxima de Frozen no tenga como eje principal que Elsa se enamore. Porque, sinceramente no me acabo de fiar de Disney y de cómo funciona la maquinaria patriarcal.

Ana no les ha funcionado de contrapeso de Elsa. Las niñas quieren ser superpoderosas. Quieren ser protagonistas reales de su propia historia. ¡¡¡Qué más da no ser dulce y tierna si tienes superpoderes!!! Elsa les ha dado la posibilidad de elegirse a ellas mismas.

Visiones del otro

En ocasiones es difícil recordar que las relaciones no existen por sí mismas sino que existen las personas que se relacionan. Lo que cada uno ve y experimenta con la otra persona, es decir, aquello que sucede en su cabeza y no los hechos en sí, ésa es la relación. A menudo intentamos definir el amor con determinadas características que en realidad sólo son traslaciones de nuestros temores individuales. Y normalmente nuestros problemas al relacionarnos comienzan en esa confusión. Asumimos que lo que vemos es la realidad, pero no es más que una parte de la realidad vista desde una sola perspectiva. Es totalmente humano generalizar a partir de la experiencia personal, y el cine romántico se mueve en esos parámetros, vemos lo que ocurre entre dos personas desde fuera. Pero ¿y si pudiéramos verlo como lo ve cada parte? ¿No reside precisamente ahí la esencia de la relación en vez de en los acontecimientos en sí y sus resultados?

Desde esta premisa se desarrolla ‘The disappearance of Eleanor Rigby’ (Ned Benson, 2013), una misma historia contada en dos películas desde la perspectiva de cada una de las partes. Eleanor y Conor (Jessica Chastain y James McAvoy) se han separado e intentan reconstruir sus vidas y los momentos clave que les llevaron hasta ese punto. La narración se centra en un periodo concreto en el que podemos ver algunas escenas comunes mostradas en la forma en que cada uno las recuerda y las ha asimilado. Y además, como espectadores, tenemos la ventaja de asistir también al desarrollo de los personajes en sus parcelas no compartidas. A pesar de la sencillez de la propuesta, contar lo mismo desde un lado y el otro, el efecto es poderoso y fascinante. Percibiendo las diferencias de tono en esos momentos narrados desde ambas orillas y llegando a conocer la información que se le escapa a cada parte, es inevitable plantearse muchas cuestiones e incluso modificar nuestra manera de aproximarnos al amor.

the-disappearance-of-eleanor-rigby-her
Vía https://melrook.wordpress.com
the-disappearance-of-eleanor-rigby-him
Vía https://melrook.wordpress.com

Empezamos a preguntarnos qué habrá sucedido en la cabeza del otro en todas esas situaciones que nos marcaron en nuestras relaciones y cómo el hecho de reaccionar de manera diferente ante lo mismo puede distanciar a dos personas que se quieren. Normalmente recurrimos al tópico de que «son cosas que pasan», pero en realidad no son cosas que pasan, somos nosotros y nuestra incapacidad para ver todas las piezas del rompecabezas. Y aunque parezca inútil de entrada, la mera toma de consciencia de que nuestra visión es parcial y el intento de ponernos en el lugar del otro ya suponen un gran paso. La tendencia a proyectar nuestros patrones internos en el otro y en nuestra relación con él es muy fuerte, sobre todo a medida que acumulamos intentos de conectar con otras personas. La distorsión de la realidad se alimenta a sí misma cuanto más implicados nos sintamos con relación a lo que nos afecta. Es el clásico efecto de «cómo no veía esto cuando estaba viviéndolo». Hay distintas variantes de esta manipulación a la que nuestra mente somete lo que llega a ella; considerar que el otro va a actuar como nosotros o movido por los mismos intereses cuando el bagaje de cada uno es totalmente distinto, esperar que la otra persona cubra unas necesidades que ni siquiera nosotros tenemos perfiladas claramente, definirnos a nosotros mismos y tomar nuestras decisiones siguiendo una manera de ser que pensamos como propia cuando en realidad es un compendio de temores y pautas de comportamiento inculcadas que utilizamos como mecanismos de supervivencia. Y es así como en el camino nos rompemos, porque para sentirnos más seguros necesitamos construir verdades absolutas que nos guíen y lo hacemos juntando fragmentos dispersos que muchas veces ni siquiera son nuestros. Es como tratar de leer un libro en el que sólo hay impresas algunas palabras sueltas.

Some people damage just by living

Puede parecer que este planteamiento es desesperanzador porque nadie es capaz de posicionarse en todos los puntos de vista posibles de cada situación y construir una imagen completa de la realidad. Ni siquiera nosotros como espectadores con más información logramos alcanzar una conclusión certera para la historia de Eleanor y Conor. Pero quizás no hace falta ser un superhéroe con cosmovisión infalible, tal vez baste con profundizar en nuestra manera de ver, trabajar en nosotros mismos, conocernos con sinceridad, y luego tratar de entender que al otro le ocurrirá igual pero a su modo. No podemos saber absolutamente todo en relación a lo que vivimos, pero si podemos conocernos a nosotros, lo cual no es poco, e intentar conectar con el otro a través de la empatía. Es una manera más sana de cimentar las relaciones que apoyarnos en proyecciones. Además, es ingenuo esperar que otra persona nos dé las respuestas a nuestras preguntas, como mucho pueden ayudarnos con los motivos para encontrarlas.

 When we were together I figured out BeforeYouIHadNoIdeaWhoIWas

Y en ese siguiente paso dentro de la crisis de una pareja por la visión que cada uno tiene de ella, se sitúa otra película sobre las relaciones, ‘The one I love’ (Charlie MacDowell, 2014). La cinta de MacDowell se presenta también como una propuesta experimental, aunque en este caso lo que llama la atención no está tan relacionado con el formato sino con el propio argumento. Ethan (Mark Duplass) y Sophie (Elisabeth Moss) son un matrimonio que asiste a terapia para intentar salvar su relación y prueban a pasar unos días solos en una casa de campo por recomendación de su terapeuta. Hasta aquí no hay nada extraordinario en el planteamiento, uno de los recursos más socorridos para fomentar la comunicación entre dos personas es aislarlas en un entorno relajado para darles la oportunidad de expresarse sin presiones externas. Pero la situación adquiere otras dimensiones cuando los protagonistas descubren que en el lugar al que han ido suceden cosas un tanto extrañas. Poco más se puede desvelar de la historia sin arriesgarse a romper la base de su dinámica; un juego de realidades que se mueve entre el humor y los temores e instintos más básicos de sus personajes.

the-one-i-love-sundance-1
Vía http://variety.com/

Lo más interesante de ‘The One I love’ es el concepto de la visión que tenemos del otro, qué ocurre cuando nuestra relación es larga y la persona de la que nos enamoramos cambia. Es más, considerando que es inevitable que todos cambiemos, ya que es lo que implica crecer, cómo afecta esto a nuestras relaciones y cómo asimilamos la versión del amor que logra sobrevivir a ese paso del tiempo. «El problema es que te enamoraste de mis flores, no de mis raíces…Y cuando vino el otoño no supiste qué hacer». Usando esta frase hecha podemos entender un poco el estado en el que se encuentran Ethan y Sophie. Aunque quieran continuar con su relación, están demasiado perdidos porque ya no logran comunicarse ya que cada uno está inmerso en la visión que tiene del otro y de las cosas, cada una de ellas anclada en momentos distintos, en prioridades diferentes.

elle-august-movies-3-h
Vía http://filmint.nu/

«Envolvemos al amado en capas de cristal, y vemos una visión en lugar de una persona durante todo el tiempo que dura el encanto» Stendhal

Otro elemento sobre el que trabaja la historia es cómo las expectativas pueden hacer que nos desviemos de lo fundamental. Nos agobiamos por la maraña de cosas que fallan y que nos gustaría cambiar de nuestra pareja mientras no prestamos atención a lo básico  ¿Siento amor en realidad por esta persona o es dependencia, necesidad o temor a estar solo? ¿Conozco de verdad al otro o conozco una versión de él que mi mente elaboró a partir de algunos de sus rasgos y gran parte de mis deseos?¿Por qué mis relaciones acaban derivando en las mismas dinámicas o se estancan siempre en los mismos problemas? La terapia especial de nuestros protagonistas mantiene el suspense hasta el tramo final de la película no sólo por su juego con una realidad anormal, sino porque atañe a esos interrogantes universales. Básicamente la cuestión es que si quieres sentirte realizado contigo mismo y con tus relaciones amorosas tienes que mancharte y trabajar cuestiones complicadas y que te obligarán a repensarte, si no, es probable que acabes dedicando esfuerzos y tiempo a los mismos errores con personas diferentes.

proyeccion 1
Vía http://conidayvuelta.com/

Tanto el díptico de ‘The disappearance of Eleanor Rigby: Her – The disappearance of Eleanor Rigby: Him’ como ‘The one I love’ me han parecido propuestas muy interesantes para plantearse la importancia del concepto de cómo vemos lo que ocurre en nuestras relaciones y cómo construimos nuestra visión del otro. Si trasladamos la responsabilidad de lo que acontece al motor de las relaciones, es decir, a los que se relacionan, y no a las relaciones en sí, como si fueran entes imperturbables bajo los que no queda más remedio que someterse, podemos encontrar la templanza que da saber que nuestra felicidad es posible por nosotros mismos, que podemos construirla. De esta forma,  aunque pueda parecer difícil alcanzarla, lo positivo es que uno puede empezar a acercarse a ella cuando quiera, incluso ahora mismo. Que no puedas ver algo en determinado momento no significa que no esté ahí.

Quiéreme bonito

Se dice «no me quieras tanto, quiéreme mejor». De eso quiero hablar en este post. Según Eric Fromm, psicoanalista alemán de principios del siglo XX, el amor no es un sentimiento, sino un arte. Y un arte requiere de adquirir, desarrollar y perfeccionar una habilidad.

Por tanto, cariño, quiéreme bonito. Exijo un amor elaborado y construido. No me conformo con un sentimiento que aparece con fuegos artificiales, o sin ellos.

Ahora mismo, parece que el amor es un producto de consumo. Un amor romántico producto del patriarcado. Un amor que dice que con un chispazo eléctrico y sexual hay bastante para construir años de historia y una familia. Abnegación, sacrificio, una llama de pasión que se irá apagando. Un amor que no tiene porque compartirse todo. El amor romántico nos marca que lo masculino y lo femenino son dos caras opuestas circunstancialmente unidas en unidualidad.

Un amor desvirtuado, desapasionado, una herramienta para crear familias convencionales que sigan fabricando hijos frutos del patriarcado. Hijos que repitan los mismos modelos. Desilusionados de ver a qué los conducirán a futuro sus relaciones.

El amor romántico se sufre mucho más de lo que se disfruta. Porque nunca está a la altura de las expectativas. Porque no tiene nada de mágico, ni de elaborado. El amor romántico nos habla de historias de personas que estarán juntos «soportándose» toda la vida. Personas que no van a dedicar nada de su tiempo a aprender a amar. A desarrollar habilidades. Nadie se plantea nada, ni trabaja nada, ni quiere ver nada.

Yo ya no quiero ese amor. Yo quiero un amor consciente. Acompañado. Acompasado. Armónico. Trabajado. Alguien que entienda que necesitamos de amor y por tanto que igual que quiere ser un buen amante en la cama es igual de importante serlo fuera.

Aprender diccionario

Leyendo «Mujeres que corren con los lobos» de la analista Clarisa Pinkola me planteé si hasta ahora había elegido a mis compañeros por motivos equivocados. Porque el amor romántico persé no plantea que elijamos equivocadamente, sino que cree que los flechazos son algo mágico acompañados de manadas de unicornios. Y es que quizás dentro del conocernos, deberíamos examinar porqué elegimos a quienes elegimos.

Ya no quiero estar en relaciones románticas. Me parece mucho más intenso aprender a amar de otra manera. Establecer con mi compañero una unión diferente a la romántica. Mientras exploro nuevas posibilidades aprendo, me divierto, me equivoco, cambio de opinión.

A mí me libera el amor bonito. A ratos puedo decir que vomito amor romántico. Sólo sé que con el paso del tiempo he aprendido a no conformarme. Creo que el amor sin más no sabe a nada. Pero no me gusta el amor desapasionado.

Lo reconozco, cuanto más profundizo en el término amor, más difícil me resulta saber qué es o no es amor. Ese amor que no duele, no lo conozco tampoco.

Pero aún así te pido que me quieras bonito. Quiero aprender a amar, desarrollar mis habilidades. Quizás fallo al pedir ese amor diferente que ni yo misma he conseguido hacer.

No consigo sentir la seguridad necesaria en ese amor no romántico. No es lo que me vendieron. No es lo que intenté comprar. Exploro desde mi experimentación una nueva forma de hacer las cosas.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad