La paja en el coño ajeno

Leo con estupor, rabia y una infinita tristeza la columna de Elvira Lindo «Coño, esa palabra de moda«. Con estupor, porque realmente me sorprende que una persona inteligente, como ella misma se define, con capacidad crítica, como yo le atribuía a fuerza de leerla durante estos años, y con capacidad de defenderse de «patosos», que ella llama, considere que realmente lo más relevante de un «determinado tipo de feminismo» (no nos explica cuál, pero me encantaría saberlo) sea el uso de una palabra que ella misma dice que utiliza con frecuencia. Con rabia, porque lo atribuye a la «necesidad de llamar la atención», como si no fuera plenamente legítimo llamar la atención tanto sobre el feminismo como sobre el coño en sí, cuando no lo conocemos en absoluto (ni el movimiento ni el coño. Lo uno se ve claramente leyendo su columna. Lo otro se ve también bastante claro en este maravilloso capítulo de Orange is the New Black, donde es precisamente el personaje trans el que viene a explicar cómo es un coño, porque las demás reclusas no parecen haber pensado lo más mínimo en el suyo). Con infinita tristeza, porque es de esas ocasiones en las que lo personal se mezcla con lo político (si es que alguna vez no lo hace) y conforme avanzo en la lectura se me remueven todos los encontronazos con «patosos», violadores y asesinos que yo misma he pasado, y pienso en que los vivo desde el privilegio (de mujer cis, blanca, europea, con estudios superiores, con ingresos propios) y no puedo soportar pensar qué habrán sentido quienes lean esto desde otros puntos menos favorecidos. Y porque me doy cuenta de que no importa lo inteligente, crítica, fuerte que sea una persona, mujer para más inri: sigue habiendo por ahí demasiadas personas que se empeñan en no entender nada, y que además presumen de ello desde su pedestal de los miles de lectores.

Stephanie Sarley, The fruits of art

Lo que nos sale del coño

Vamos a empezar por el principio. Lindo asegura que «hay mujeres que han entendido que la igualdad está en pronunciar tantas veces la palabra ‘coño’ como ellos lo hicieron con sus palabra fetiche, ‘polla'». No sé a qué clase de mujeres conoce, y desde luego no coinciden con las que he conocido yo, pero me parece interesante que no sea consciente de lo paradójica que es su queja. Para empezar, porque titula un artículo arrancando con la palabra «coño», lo que le garantiza muchas más visitas que de ordinario sin que lo necesite en absoluto (otra cosa es lo que crea su equipo editorial, por supuesto), quejándose de que esta sirva para llamar la atención. Para seguir, porque ve que no hay igualdad en la reclamación de que el coño sea idéntico a la polla en su capacidad de llamar la atención, manifestando al mismo tiempo que no es idéntico. Y no, lamento que no lo sea.

Las personas con vagina seguimos sin tener una relación sana y normal con nuestro cuerpo porque la formación con respecto a nuestros genitales está marcadamente sesgada desde la educación primaria. Si bien se explica con todo lujo de detalles cómo funciona el placer masculino, el clítoris sigue siendo el gran excluido de los libros de texto, por aquello de que no tiene una finalidad meramente reproductiva. Esto conduce a que las personas con vagina capaces de eyacular crean que tienen un problema; pero yéndonos más a la cotidianidad, conduce también a que las mujeres sigan sin saber cuántos agujeros tiene su vulva, a que los angloparlantes no distingan la misma de la vagina (nosotros, con el mucho menos fino «coño», pues es un problema que nos ahorramos), a que no consideremos que nuestro placer forma parte de la relación sexual, a mitos como el de que la virginidad sólo se pierde a través de la penetración y a un sinfín de malentendidos y desconexiones corporales.

¿Por qué las mujeres somos las únicas que no podemos nombrar nuestros genitales? Clic para tuitear

Porque nuestros coños, parece ser, sólo están destinados a la reproducción. Así nos lo recuerdan las leyes, que se atreven a opinar sobre qué tiene que salir o dejar de salir de ellos; las noticias, que nos indican que somos nosotras quienes usamos mal los preservativos (curioso cómo la responsabilidad del embarazo no deseado es nuestra pero la decisión de qué hacer con él no tanto); los hombres que nos recuerdan cuando salimos a la calle cómo de sexualmente atractivas les resultamos. ¿Es más o menos escandaloso que a las menores de edad las llamen «chochitos» a que una actriz porno hable de su coño como herramienta de trabajo? ¿O que un periodista publique «traviesamente» el estado de las ingles de la fallera mayor cuando ella entiende mal una pregunta en una entrevista? ¿Por qué somos las únicas que no podemos mencionar nuestros genitales?

Las guardianas de las buenas costumbres

Y es que parece que seguimos siendo nosotras aquellas en quienes recae la responsabilidad de mantener el recato, de usar un lenguaje menos soez, de ser más cerebrales y menos hormonales. Muy curioso eso, cuando es precisamente a nosotras a quienes se nos llama histéricas (que, claro, viene de útero, no de coño, y es mucho más fino) cuando manifestamos unas emociones que a los hombres les educan a no manifestar en público. Uno de los motivos que hace que su forma de expresar lo que sienten sea de forma más agresiva. No, no son las hormonas. Son los constreñimientos sociales. Es esa idea de que las mujeres no pensamos con el coño y de que los hombres no lloran. Y, vaya, resulta que son las feministas, precisamente, quienes dicen que genitales, hormonas y cromosomas aparte, las personas somos sexuales, emocionales e inteligentes y tenemos derecho y obligación de ser educadas conforme a esto para poder vivir en libertad y responsabilidad. Son las feministas las que dicen «la calle y la noche también son nuestras», las que se niegan a creer que los hombres sean depredadores al acecho que están esperando a ver a una mujer sola caminando de noche para violarla. Son las feministas las que dicen que no es la ropa que llevas o tu forma de bailar. Pero, oh, vaya; «las feministas generalizan». Sí, claro que generalizamos. Hablamos de cultura de violación y hablamos de heteropatriarcado porque, nos guste o no, es el sistema en el que vivimos. Es el mismo que hace que a ti te rechine mucho más escuchar «coño» que «nos matan». Es el mismo que hace que se culpabilice a las víctimas de agresiones sexuales. Que es exactamente lo que has hecho en tu artículo. «Sin querer», dirás. Ya me imagino. De eso, precisamente, es de lo que va la historia.

El origen del mundo, de Courbet

El origen del mundo, de Gustave Courbet

Lo que nos entra en el coño

Es ese tipo de feminismo que gusta hablar en plural siempre y afirma “nos matan”, “nos violan”, como convirtiendo a todas las mujeres en víctimas: tanto a las vivas como a las muertas, a las que han sufrido una violación como a las que se han tenido que enfrentar a un simple patoso. Porque hay patosos, sí, pero lo que hay que predicar es la defensa, no el victimismo. Desde los 19 años, como trabajadora me he topado con más de uno, pero he aprendido a pararles los pies, y es una victoria que tengo en el saco. No siempre me han sacado otros las castañas del fuego.

Este párrafo, Lindo, es exactamente lo que se llama «revictimización». Se trata de un proceso por el cual a quienes han tenido la experiencia de una agresión sexual se las señala como torpes, como culpables, como incapaces de defenderse. Como seres pasivos que buscaban que «otros les sacaran las castañas del fuego». Dices que «casi de manera inconsciente, algunas, yo creo que las más listas, encontramos a hombres que tenían un pensamiento más sofisticado y tanta capacidad como nosotras de pensar con la cabeza en unos momentos y de dejarse llevar por sus instintos cuando terciaba». Eso que tú llamas un proceso inconsciente fruto de la inteligencia es un privilegio.

Para empezar, porque los hombres que no se dejan llevar por sus instintos no son «los más sofisticados». Porque artistas, filósofos, militantes incluso por los derechos humanos, abusan de sus compañeras. Porque la inteligencia no es un seguro de vida: porque las mujeres con altas capacidades, estudios superiores, inquietudes feministas, una excelente educación y mucha lectura a cuestas (convendrás conmigo en que son cosas que no siempre van juntas, aunque tú pareces dar por sentado que se combinan necesariamente varias de ellas) también hemos sido violadas por nuestras parejas. Porque no se trata de «elegir un hombre sofisticado», se trata de darte cuenta de cuándo el hombre sofisticado se ha convertido en un maltratador, y eso que tú llamas orgullosa «parar los pies» no es sólo una victoria: es una guerra larga y terrible, en primer lugar contra ti misma. Porque el amor romántico nos ha dicho que las mujeres (las buenas mujeres, las que no dicen «coño» sin parar) somos capaces de convertir a los hombres en príncipes azules desde que no levantábamos un palmo del suelo y nos explicaban que Bella salvó a la Bestia, que la Bella Durmiente se casó con el príncipe que la besó mientras dormía con dieciséis años recién cumplidos, que la Cenicienta lo dejó todo para irse con su príncipe azul aunque no recordara siquiera su cara, y así sucesivamente.

Porque ha tenido que venir Pamela Palenciano a explicarnos a todas que «No solo duelen los golpes«, porque hasta ahora parecía que el control, el aislamiento, los celos, los silencios hostiles, no eran mecanismos de abuso sino signos de amor (y de masculinidad; de esa masculinidad tóxica de la que tú hablas como «hombres así de transparentes, algunos incluso me hacían gracia por su evidente primitivismo, pero no eran mi tipo»). Porque ahí está A tres metros sobre el cielo para seguir educando a las adolescentes en que el chico malo es el deseable.

Hablas de «elegir mejor». Tú, como mujer inteligente, cultivada, posiblemente seas aficionada al cine clásico y habrás visto (o leído), sin duda, Luz que agoniza. ¿Se puede decir que Paula Alquist elige mal? Un apuesto Gregory Anton, atento, «con posibles», se enamora locamente de ella y le ofrece ir a vivir a un hogar maravilloso, a disfrutar juntos de su afición musical compartida, a empezar de nuevo tras haberse quedado sola en el mundo. ¿Elige mal Alquist? ¿Es ella la responsable de no pararle los pies a ese marido encantador que la halaga continuamente y que se preocupa muchísimo por esos «brotes de locura» que él mismo provoca? Porque este es el proceso que multitud de mujeres maltratadas hemos vivido durante años. Algunas pueden salir. Otras no. Otras, como Alquist, no tienen familia. O también llevan trabajando desde los 19 años, pero en un trabajo de cuidados, que sigue sin ser remunerado, y por tanto no tienen independencia económica. O, directamente, están amenazadas de muerte.

¿Son ellas unas débiles? ¿Somos las demás quienes las victimizamos al decirles que nosotras escuchamos, que somos legión, que si las tocan a ellas nos tocan a todas, que no están solas? ¿En serio?

El fuego cruzado de ser feminista

Todos los días, las personas que nos declaramos abiertamente feministas recibimos impactos dolorosos. Vemos a Trump jactarse de que puede agarrarnos cuando quiera por ese coño del que nosotras no podemos hablar. ¿Por qué? ¿Es suyo? ¿Es como nuestras tetas, que solo pueden usarse para placer masculino pero no para amamantar? ¿Del coño se puede hablar para abusar de él pero no para explicarnos que es un indicador de nuestro estado de salud?

Vemos a los hombres decir que las feministas esto y las feministas lo otro. Bueno. Es un «ladran, luego cabalgamos»; a nadie le gusta que le quiten sus privilegios, y lo raro sería verles encantados con que hayamos decidido convertir a nuestros coños en sujetos en vez de objetos de las frases. Panda de locas, que queremos ser vistas como seres sexuales y tener orgías cuando nos apetezca, y no cuando nos droguen y nos graben en vídeo.

Vemos a muchas feministas señalándose entre sí. Algunas lo hacen mejor y otras peor. Yo aprendo cada día de las feministas negras, islámicas, trans. De opresiones de las que no tengo ni idea. Y les agradezco infinito que a pesar de mis torpezas sigan confiando en mi capacidad de aprender, de respetarlas y de apoyar su lucha cuando quieran que lo haga. El feminismo, ya lo dije en otro sitio, se trata de reconstruirse, y las primeras que nos revisamos somos nosotras. Todos los días.

Pero cuando una mujer viene a hablar de «un tipo de feminismo» señalando simplemente que no le gustan sus formas, desde su espacio público, su altavoz privilegiado; cuando a esa mujer la leen tantas y tantas personas que la admiran y van a formarse una opinión a partir de la suya y lo hace desde la intención de sacar punta a una decisión que no comprende y que no ha intentado explicarse, cuando lo hace comparándolo con la misma estructura que sí, aunque no te guste, «nos mata» y «nos viola», duele, Elvira. No sabes cuánto duele.

Ojalá que un día encuentres tus gafas moradas y te des cuenta de que por muy maravillosos y llamativos que sean nuestros coños, son lo de menos en todo esto.

Ojalá, @ElviraLindo, descubras un día que nuestros coños son lo de menos en todo esto. Clic para tuitear

El delicado arte de decir que no

Hace unos años estaba en una relación abusiva. Teníamos Discusiones Interminables que duraban horas y que empezaban por el más absurdo de los detonantes, pero que servían como excusa para volver una y otra vez sobre los Grandes Agravios Recurrentes que, al parecer, no dejaba de hacerle a mi ex.

Uno de esos Grandes Agravios Recurrentes consistía en Aquel Día En Que Me Fui a Tomar Una Cerveza Con Un Colega Que Él No Conocía.

El colega en cuestión era amigo de unos amigos y aunque nos llevamos muy bien, vive en otra ciudad y por tanto, las cosas como son, no es una persona que surja habitualmente en las conversaciones. Yo estaba trabajando cuando me dijo que estaba en Madrid, y como estaba recuperándome de una fractura complicada en un pie y me costaba mucho moverme, me ofreció acercarse a la zona de mi oficina a tomar una cerveza cuando saliera, antes de irse a cenar por ahí. Mi pareja había quedado con unos amigos, así que le escribí diciendo que no me esperara. Cuando volvió, de madrugada, me despertó para preguntarme a qué hora había vuelto yo. Pensé que estaba borracho, pero resulta que no. Que estaba ofendido.

Lo estuvo durante muchos meses, y después de muchas de esas Discusiones Interminables fue hilando los argumentos. En su opinión, el hecho de que él se hubiera desplazado para facilitar que nos encontrásemos era una muestra clara de interés por mí. Interés sexual, claro. Como era sexual el interés que tenía el investigador que me estaba ayudando con la tesis desde Finlandia sin haberme visto nunca. Él consideraba que cualquier interés que yo despertara era, aparentemente, sexual. Yo aquello lo consideraba entre enfermizo y halagador; ahora veo que era cosificador e insultante (además de enfermizo, que un poco también), pero entonces sonaba, incluso, agradable (la romantización de los celos, ya saben. Ese arma que mata mujeres todas las semanas en este país).

Ehh… No. Los celos no son cuquis.

Yo intentaba explicarle, con paciencia, que jamás había habido acercamiento sexual por parte de este chico, que sólo éramos amigos. Él insistía en que conocía mejor que yo la mente masculina. Que no había amigos, que en realidad eran estrategias de seducción más o menos sutiles. Había pasado no mucho antes por una sorpresa muy dolorosa después de que el que creía que era mi mejor amigo me dijera un poco lo mismo, así que accedí a que tal cosa era posible. «Pero, sinceramente, quiero vivir en un mundo donde creo que es posible tener amigos, más allá del interés sexual», maticé. «Es posible que tú no le veas así, pero te aseguro que él piensa en ti de esa manera». Es curioso: dicen que las feministas somos las que odiamos a los hombres, pero parece ser que las que confiamos en ellos somos precisamente nosotras.

«Y eres mi novia. Y que piense en ti así me parece insultante. ¿Y qué pensabas hacer si te entraba?», me dijo. Ahí sí me enfadé: le dije que consideraba que era perfectamente capaz de hacer frente a esa situación y que cada uno era libre de pensar en los demás como quisiera siempre y cuando respetase las decisiones ajenas. «Claro», contestó, «pensando así no me sorprende que te pasen las cosas que te pasan».

Por «las cosas que te pasan» no se refería al hecho de que un supuesto mejor amigo se dedicara a autoproclamarse mi heredero natural o el de mis amigas; no, qué va. Por «las cosas que te pasan» se refería al hecho de que después de tomar dos cervezas con un compañero del gremio y ofrecerle un ibuprofeno para una supuesta jaqueca que tenía y para la que no tenía pastillas porque su novia, de la que acababa de separarse, se había llevado los fármacos, se me abalanzase encima y me dijera que no tenía forma de retirarle porque pesaba el doble que yo y fuera cierto. Por «las cosas que te pasan» se refería a que aparentemente era culpa mía el hecho de que una persona a la que estaba ofreciendo ayuda considerase necesario demostrarme que el único motivo por el que no me violaba era que le daba pereza.

I said no, por Ken Lum

I said no, por Ken Lum

Afortunadamente, el tipo que no necesitó violarme vive ahora en otro continente y el que me violó repetidas veces mientras éramos pareja (y se recreó convirtiendo aquel infierno en una obra teatral, para más recochineo) están absolutamente desaparecidos de mi vida. Sin embargo, hace unas semanas que todo esto me ronda la cabeza otra vez.

Y es por algo tan «inofensivo» como el hecho de que un señor me ande cortejando. Porque el cortejo, eso fue lo que me enseñó el violador, es «sutil». Y como es sutil, resulta que no es tan fácil decir que no. No me atreví a hacerlo cuando «confundió» mi oferta de usar mi microondas con una de comer con él cada día (aunque sí le aclaré que me había entendido mal y no me senté en todo el rato que estuvo en casa; eso aprendí del casiviolador: si estás de pie es más fácil verles venir) y no me atreví cuando me tocó el pelo sin venir a cuento. Porque «eh, ¡solo intento ser amable!».

Resulta que aquí no se lleva eso de «¿Quieres tener una cita conmigo?» No, qué va. Aquí vivimos en la ambigüedad del ¿quieres ir a tomar una caña alguna vez? Y, veréis, es que a mí me encanta tomar cañas. Y, a veces, con gente que me atrae. Y, a veces, con gente que no. Pero la diferencia es que a mí me sancionan por tomarme esa caña si resulta que me la estoy tomando con alguien que no me atrae pero a quien yo sí atraigo. Porque entonces «me la estoy jugando», porque me arriesgo a que violen, o a que me amenacen con hacerlo (como sabe quien lo ha vivido, la sensación de indefensión es suficientemente espantosa per se; y cuando la motivación es de poder, y no sexual -como sucede en muchas ocasiones-, tanto da que haya o no penetración finalmente). ¿Dónde iba así vestida? ¿Por qué se fue con ese tío? Y así.

O porque estoy siendo mala persona. Una traidora. Por la friendzone, esa ofensa completamente retorcida hasta que lo que parece mal es no desear al otro sexualmente, y no utilizar a una persona o portarse bien con ella sólo con expectativas de obtener una recompensa. Tenemos que tener cuidado nosotras, ¡ojo! De no dar ese primer paso diminuto, ese «sí» a algo que parece que da pie a «sí a todas las cosas».

WhatIfIToldYou

El chico que me corteja llegó, por fin, a decirme que buscaba una «amiga» que no quisiera comprometerse, que fuera libre, bla, bla; me insistió en que no había besado a nadie desde hacía tiempo. En fin, dio señales. GRACIAS AL CIELO. Por fin pude decirle que no sólo no busco una relación sino que me niego a tenerla, que no echo nada de menos y que bajo ningún concepto estoy dispuesta a volver a tener que pasar por según qué cosas. Incluyendo relaciones abiertas, libres y sin compromiso. Ahora es cuando yo me siento libre. Porque ahora no me pueden echar en cara que he alentado esperanzas ajenas. Porque vivimos en un entorno tan podrido que hay quien sería capaz de echarme en cara tal cosa.

Desde entonces, cada día (necesariamente debo pasar por la puerta de su tienda) me recrimina mi falta de fidelidad. Me dice que los perros son mejores que los humanos. Pero, mirad, al menos en algo estamos de acuerdo. 

Amor y huesos: relaciones de pareja en Bones

Me encanta Bones. Me encanta porque la fórmula de personas neurodiversas inadaptadas que, sin embargo, son capaces de prestar un servicio único a la sociedad me apasiona: desde la terrible Scorpion (que es terrible. Lo sé) hasta, a su manera, The Big Bang Theory (aunque para ser justos si habláramos de ella en este blog sería para destriparla). Pero también hay una cosa que no he empezado a valorar hasta hace más bien poco, y es la excelente forma en la que se presentan las relaciones románticas a lo largo de sus temporadas.

SocialSkills

El equilibrio entre trabajo y vida de pareja se negocia continuamente. Booth y Brennan dejan sus empleos al mismo tiempo y vuelven al mismo tiempo: no se presupone que ninguno de los dos deba cuidar y el otro ser cuidado. Hodgins está dispuesto a abandonar su carrera y su país para cumplir el sueño de Angela de mudarse a París y centrarse en su arte como profesión más que como afición; ella considera que el sacrificio no vale la pena y cancelan la mudanza, pero no cumple el clásico “renuncia a sus sueños por amor”: cambia la pintura por la fotografía y sigue avanzando en nuevas formas de expresión artística.

Ugliness
Las conversaciones son asertivas: los personajes, sobre todo en las últimas temporadas, han tenido tiempo de verse en todo tipo de situaciones y se conocen a la perfección. Respetan los sentimientos ajenos aunque no los compartan en absoluto: un ejemplo claro es la pareja Brennan-Booth, que son totalmente opuestos pero aprenden a entenderse en ámbitos tan complicados como la fe católica frente al escepticismo basado en las ciencias naturales. Se coordinan en la educación de su hija procurando respetar las formas de ver el mundo de ambos progenitores, y siempre priorizando el bienestar de la pequeña por encima de sus propias creencias.

ToBeYou
Para ello, lo primero es que sean muy honestos consigo mismos. Esto se ve a la perfección en el caso de Cam (estoy pensando ahora mismo en cómo a las mujeres se las llama por su nombre y a los hombres por su apellido. Muy mal, fatal, Bones, aunque la jefa de todos y la figura de la poderosa fiscal sean mujeres y negras, que eso mola, para variar). Cuando Arastoo se marcha a su país de origen este le plantea que no va a ser capaz de sobrellevar abandonar su puesto, su país y su cultura, y ella no se deja cegar por la fantasía romántica: le da la razón y, con tristeza, le deja. No se oculta la decepción de la ruptura o lo irracional de los sentimientos: empieza una relación con un personaje perfecto para ella pero reconoce no estar preparada. No “he perdido a mi media naranja”, no. Un “eres estupendo pero para mí es muy pronto” que ojalá se pronunciara así de sinceramente más a menudo.

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Una vez rotas las parejas, la relación se mantiene. Escasez de reparto obliga, es cierto. Pero lo bonito es que no hay dramas y sí mucho cariño. Con una empatía sorprendente para el personaje, Bones llega a decirle a Cam “A veces se me olvida que tú y Booth salisteis”, para inmediatamente después consolarla por su vinculación emocional con la familia de él: sin celos, sin acaparar el protagonismo durante la tragedia como «esposa oficial». Hodgins y Wendell son amigos íntimos aunque este haya sido pareja de Angela. Y eso que Hodgins es celoso: algo que no se premia nunca como signo de romanticismo, sino que Angela procura mitigar recordándole periódicamente que le ha elegido a él y que es feliz a su lado. Sin alardes: nada de “mi vida empezó cuando te conocí”: sus muchas ex parejas aparecen de cuando en cuando, físicamente o en las conversaciones, con total naturalidad.

MidWife

Naturalidad. Sinceridad. Autoconocimiento. Diálogo. Negociación. Aceptación. Palabras que deberían regir con más frecuencia nuestras relaciones amorosas, pero que lamentablemente no lo hacen, ni siquiera en la ficción. Y es por eso por lo que Bones sigue siendo una de mis series favoritas, crímenes aparte.

NeverSayNever

En qué se parecen Ryan Gosling y Álvaro Reyes

Hace unas semanas el «maestro de la seducción» Álvaro Reyes salta otra vez a la palestra; en este caso por el escrache feminista que se ha encontrado en su última llegada a Barcelona; una acción de autodefensa, teniendo en cuenta que estaba en un lugar público rodeado de una serie de discípulos a los que enseña a acosar a mujeres. Lo sorprendente no es este episodio; lo sorprendente es que este tipo y sus congéneres puedan seguir haciendo de eso que llaman «la seducción científica» y que no es más que el acoso sexual sistematizado reconvertido en un programa de coaching su modo de vida. Digo «sorprendente», pero es falso: no me sorprende para nada si consideramos el imaginario al que estos hombres están sometidos.

Y es que no hay ninguna diferencia entre «alvarodaygame» y todos los personajes de Ryan Gosling, salvo, quizás, que la mayoría de la gente encuentra a Gosling atractivo (diferencia, por otra parte, muy relevante, en tanto que hablamos precisamente de un hombre que enseña a «saltarse» las reticencias de las mujeres que no quieren tener sexo con él. Es muy posible que el hecho de que a mí me dé un poco de repelús a nivel físico sea lo único que hace que a mis ojos películas como El diario de Noa, Blue Valentine o Crazy, Stupid, Love no sean más que un alegato romántico a favor del acoso sexual.

Todas ellas se desarrollan bajo el mismo esquema: Gosling aparece, ve a la chica, decide que va a acostarse/casarse /tener hijos con ella, y a partir de ahí durante todo el primer acto se dedica a enfrentarse a sus múltiples negativas de forma más o menos espectacular o más o menos grimosa: desde el «romántico» salto a la noria de El diario de Noa al repugnante movimiento a lo American Psycho de Crazy, Stupid, Love. El problema de El diario de Noa no es la idea del alma gemela o el discurso-sueño americano de que el amor no entiende de clases (en el que mejor que no entre); igual que en Blue Valentine, el problema no es si la vida sexoafectiva de los protagonistas es más o menos satisfactoria. El problema es que en todas estas películas se muestra exactamente el mismo mensaje que en todos estos negocios de acoso al por mayor, es decir: el que la sigue la consigue y si no es así es porque ella es una estrecha.

En Crazy, Stupid, Love es en la que más claramente podemos ver el paralelismo entre Gosling y Álvaro Reyes o cualquiera de estos autoproclamados gurús (estrictamente hablando, acosadores). Pero no existen diferencias más que de estilo en el patrón que todos ellos siguen para acercarse a las mujeres. Aparentemente las negativas de ellas no importan, nunca importan. Aparentemente, Gosling tiene perfecta legitimidad para empezar a seguirla: en sus trabajos, a sus casas, por su pueblo. Y, por supuesto, junto a la protagonista siempre hay un personaje que le recomienda «no ser tan estirada». Chicas del mundo, ¿cuántas veces habéis escuchado que sois unas estiradas/frígidas/bordes simplemente por no ceder ante los requerimientos de un tipo que no os atraía y punto?

Si no es complicado con es el amor de tu vida

Las feministas repetimos continuamente que «ni las mujeres ni los territorios son espacios de conquista», pero exactamente igual que la historia nos demuestra que somos incapaces de aprenderlo en el caso de las fronteras, hay todo un aparato que justifica que también las mujeres deben ser colonizadas. Empezando por el discurso científico de la reproducción en el que los valientes espermatozoides se adentran a través del sinuoso, laberíntico y hostil paso de la vagina para alcanzar al expectante óvulo que aparentemente no tiene nada mejor que hacer que esperar pasivamente a ser fecundado (una descripción bastante sesgada de un proceso que requiere la colaboración de todo el aparato femenino para culminar). Esperar, como dice Pamela Palenciano, es el eterno rol de lo femenino. En este caso tenemos la promesa de una fantástica historia de amor. ¿Qué pasa, que el chico no te atrae? No te preocupes y espera, ¡es cuestión de tiempo! Acostúmbrate.

En psicología social se llama «efecto de mera exposición» a este por el cual los estímulos se nos hacen cada vez más agradables simplemente por el hecho de ser conocidos. Es ese fenómeno por el que preferimos los números que nos recuerdan a nuestra fecha de nacimiento o a la casa que vivíamos de pequeños. Al nivel de la atracción interpersonal, hay experimentos que demuestran que los mismos usuarios encuentran a la misma chica mucho más atractiva después de que esta le siga (que aparezca en sus clases, se deje ver en sus espacios de ocio, etcétera), incluso aunque nunca hayan interactuado. Es decir: lo grave es que, efectivamente, a nivel cognitivo la cosa funciona. Cuando hemos visto numerosas veces el mismo estímulo empieza a parecernos familiar y deja de parecernos amenazante. Por eso los personajes de Ryan Gosling son peligrosos: porque nos están indicando que el acosador al final no es tan malo, que es una cuestión de paciencia, que hay un buen tío detrás de la insistencia, que nadie nos querrá tanto como ellos; en definitiva, que tenemos el imperativo social de decir que sí, de dejar de ser desgraciadas, de dejarnos seducir por estos «científicos» que, amparados en preocupantes deformaciones de todas las teorías biológicas, psicológicas y sociológicas para que legitimen un comportamiento repugnante se empeñan en convertir el consentimiento en el resultado final de una ecuación, en vez de en un acto de voluntad; como si cualquier cosa que obligase a una persona a realizar algo anulando su voluntad previa no fuese, por su propia naturaleza, un acto inmoral.

Cuando el amor se vuelve veneno

 

Sometimes I hate every single stupid word you say,
Sometimes I wanna slap you in your whole face.
There’s no one quite like you, you push all my buttons down,
I know life would suck without you.
At the same time I wanna hug you, I wanna wrap my hands around your neck.
You’re an ******* but I love you, and you make me so mad I ask myself
Why I’m still here, or where could I go?
You’re the only love I’ve ever known,
but I hate you, I really hate you, so much I think it must be…True love true love
It must be true love
Nothing else can break my heart like true love
True love, it must be true love
No one else can break my heart like you
Just once try to wrap your little brain around my feelings
Just once please try no to be so mean
Repeat after me now R-O-M-A-N-C-E
Come on I’ll say it slowly (Romance)
You can do it babeAt the same time, I wanna hug you
I wanna wrap my hands around your neck
You’re an ******* but I love you
And you make me so mad I ask myself
Why I’m still here, oh where could I go
You’re the only love I’ve ever known
But I hate you
I really hate you, so much
I think it must beTrue love true love
It must be true love
Nothing else can break my heart like true love
True love, it must be true love
No one else can break my heart like you[Lilly Allen]
Why do you rub me up the wrong way
Why do you say the things that you say
Sometimes I wonder how we ever came to be
But without you I’m incompleteI think it must true love true love
It must be true love
Nothing else can break my heart like true love
True love, it must be true love
No one else can break my heart like you, like you
No one else can break my heart like you

A veces odio cada estúpida palabra que dices,
A veces quiero abofetearte en toda la cara,
No hay nadie como tú, pulsas todos mis resortes,
Sé que la vida sería una mierda sin ti.

Al mismo tiempo quiero abrazarte y rodear tu cuello con mis manos.
Eres un imbécil, pero te quiero, y me cabreas tanto que me pregunto
¿por qué estoy aquí, o a dónde iría si no?
Eres el único amor que he conocido
pero te odio, te odio de verdad, tanto que creo que debe de ser…Amor verdadero, amor verdadero
Debe de ser amor verdadero
nada más puede romper mi corazón como el amor verdero
Amor verdadero, debe de ser amor verdadero
Nada más puede romper mi corazón como tú
Sólo una vez intenta que en tu cerebrito entren mis emociones
Sólo por una vez por favor intenta no ser tan malvado
Repite conmigo: R-O-M-A-N-C-E
Vamos, lo diré despacio: Romance
Puedes hacerlo, cariño.Al mismo tiempo quiero abrazarte
Y quiero rodearte el cuello con las manos
Eres un ******* pero te quiero
Y me haces enfadar tanto que me pregunto
Por qué sigo aquí o a dónde iría si no? Eres el único amor que he conocido
pero te odio,
te odio de verdad,
tanto que creo que debe de ser…
Amor verdadero, amor verdadero
Debe de ser amor verdadero
nada más puede romper mi corazón como el amor verdero
Amor verdadero, debe de ser amor verdadero
Nada más puede romper mi corazón como tú
[Lilly Allen]
Por qué me frotas al revés
por qué dices las cosas que dices
A veces me pregunto cómo llegamos a estar juntos
Pero sin ti estoy incompleta.
Creo que debe de ser amor verdadero, amor verdadero
Debe de ser amor verdadero
nada más puede romper mi corazón como el amor verdadero
Amor verdadero, debe de ser amor verdadero
Nada más puede romper mi corazón como tú, como tú
Nada más puede romper mi corazón como tú

 

Hay una idea preconcebida de la que hemos hablado aquí ya, y tiene que ver con lo pasional del amor. Y es que para que el amor sea verdad, sea auténtico, debe ser un amor tormentoso, complicado, enrevesado; superar una serie de pruebas complicadísimas y sobrevivir a esa gymkhana de pruebas en su contra.

Lamentablemente, el amor que se enfrasca en esa guerra contra el mundo no se pregunta si hay motivos para saltar esos obstáculos o es el momento de replantearse si no se ha tomado la decisión equivocada. Quizá todas esas pruebas en contra demuestran una incompatibilidad de caracteres. O quizá ponen de manifiesto que una o las dos partes de la relación tienen problemas propios que resolver que están arrastrando a esa dinámica y que no están arreglando. O incluso las dos cosas a la vez, por qué no. Esto se multiplica cuando una de las dos partes (o, peor aún, las dos) arrastra ya esa necesidad de emociones fuertes a la pareja. Adictos al desequilibrio emocional (politoxicómanos, narcisistas, personalidades histriónicas…), «artistas» sin imaginación que buscan inspiración en desgracias propias y ajenas, reinas del drama (de todos los géneros)…

Hay un estereotipo particular dentro de esta categoría de amores tormentosos, que es el del «amor loco». El amor loco, l’amour fou, que este estereotipo bebe también del romanticismo de lo francés (y mucho), es esta idea llevada al extremo: es un amor que es clarísimamente nocivo, toxico, venenoso, pero que, precisamente por eso, porque quien lo siente se percibe «enfermo de amor», «capaz de cualquier locura» se convierte en una droga que hace palidecer por comparación al amor normal, el sano, el tranquilo, el que se construye diariamente, se negocia y se disfruta, más que sufrirse.

 

 

Y existe toda una línea de películas que lo ensalzan y lo romantizan (más allá, por supuesto, de la obvia Romeo y Julieta). Jeux d’enfants es la más clara de ellas: dos niños se retan el uno al otro en un bucle permanente en el que los dos se exceden hasta la autodestrucción, con la capacidad creciente conforme ellos maduran, hasta que no hay una vuelta atrás. ¿Capaz o no? Esta misma idea del reto permanente es la que subyace en La fille sur le pont: personas desesperadas que sólo tienen suerte cuando se ponen a prueba, a vida o muerte, juntas. De nuevo, la idea del «sin ti no soy nada»; sin ti no sé ni siquiera hacerme daño, te necesito incluso para sufrir.

En Bye, bye, Blondie vuelve de nuevo la idea de amor loco, de la predestinación, del estar perdidos al separarse pero condenados a destruirse al reencontrarse. Pero en esa novela resaltan una frase que me dio que pensar: «una chica que conoces en el psiquiátrico no puede hacerte feliz».

Discrepo, completamente. Porque la mayoría de las personas excelentes que conozco han acudido alguna vez a profesionales de la salud mental. El problema es cuando el amor se interpone en la propia sanación. Cuando esperamos que de manos del otro venga nuestra suerte. Nuestro valor.

Ningún amor es «el único», y desde luego un amor que sube y baja, que duele y se retuerce hasta generar violencia, hacia el otro o hacia sí, no es amor.

Racismo contra los blancos, o el privilegio en el ojo ajeno

Charlotte Rampling, actriz británica nominada al Oscar por 45 años, ha declarado esta semana que la intención de algunas estrellas como Spike Lee o Jada Pinkett Smith y su marido Will de no asistir a la entrega de dichos premios por no haber ninguna persona negra nominada en ninguna categoría (por segundo año consecutivo) es «racismo contra los blancos». La polémica se ha desatado, la organización se plantea cambiar sus normas, y Michael Caine, el actor también británico, considera que «no hay que admitir este tipo de prebendas«. Como Rampling, que se pregunta si «tenemos que ir dividiendo la sociedad en categorías cada vez más pequeñas para formar parte de una minoría».

Open Letter to the Academy

Es curioso que Rampling no sienta ningún tipo de contradicción cuando está nominada a Mejor Actriz, no a Mejor Interpretación. Todos los premios cinematográficos distinguen sin ningún problema en sus categorías Mejor Actor y Actriz (a veces también Principal y Secundario, o Dramático y Cómico), y eso nos parece natural. Una pregunta interesante es qué hacemos con esta división cuando queremos premiar a una persona intergénero con una excelente interpretación. Afortunadamente, no hay personas intergénero participando en películas del circuito comercial, así que es un problema que nos evitamos. Mira qué bien. Felicitémonos porque Laverne Cox (con un talento abrumador) haya podido interpretar a una presa transexual gracias a que contaba con un hermano gemelo que podía hacer de ella en su vida pretransición (quiero pensar que no fue determinante, PERO). Curiosamente, en España en esto vamos por delante: Antonia San Juan hace de suegra en La que se avecina con toda naturalidad y sin ninguna referencia a su transexualidad.

Dicen que hay que premiar a las personas en función de su interpretación (y de su género, parece ser, pero eso no lo dicen), pero no están considerando algo bastante importante, como el hecho de que no todas las personas tienen acceso a la misma variedad de papeles. Porque no hay la misma cantidad de personajes complejos para actores que para actrices. Porque no hay la misma presión con los estándares de belleza y juventud en actores que en actrices. Y, por ejemplo, porque en este caso, los personajes para intérpretes negros son «personajes de negro». Hace poco America Ferrera destacaba que lo que le sorprendió del guión del nuevo show que protagoniza, Superstore, era que su personaje no estaba escrito como latino, que en ningún caso se hacía hincapié en los orígenes étnicos de cada uno de ellos. Eso me hizo pensar, por ejemplo, en series como Scrubs, donde su «elenco diverso» destaca precisamente los rasgos étnicos de todos ellos… Salvo de los blancos, claro, que son «la raza por defecto».

Spike Lee Instagram MLK

Me da mucha pena escuchar a personas como Rampling haciendo este tipo de declaraciones (y defendiéndolas a posteriori), precisamente porque como mujer madura en Hollywood no creo que lo tenga nada fácil. Veo a Caine, británico, hombre, cis, heterosexual, rico y reputado, y entiendo que siga creyendo que lo importante son las personas y no las categorías, porque si a él le dan un papel por ser hombre británico y maduro puede que, sin embargo, siga siendo interesante y sorprendente, mientras Ferrera se tiene que enfrentar a papeles de «eh, soy morena, con curvas y bajita, pero puedo ser sexy», Rampling a los de «ya no me encuentran sexy pero sigo siendo valiosa» e Idris Elba a los de «tipo duro pero que tiene su corazoncito». Pero, es curioso; si se trata de premiar la interpretación, no deja de sorprender que Elba o Smith hayan hecho personajes muy potentes en sus trabajos de este año y sigan sin aparecer entre las nominaciones.

Black Actors Nominated As Slaves

Y, lo que es peor; esos personajes son la excepción. Ya hemos hablado aquí de varios tests que demuestran la poca representatividad de género en el cine, pero hay más. Por ejemplo, el Every Single Word Spoken, que demuestra que si montamos exclusivamente las líneas interpretadas por personas negras en el cine nos quedamos en una sucesión de cortometrajes. Imaginad un test de Bechdel para personajes negros. ¿A cuántos se les representa, como destacaba Ferrera con los latinos, como algo más que «una persona negra a la que le pasan determinadas cosas»? Si nos paramos a reflexionar veremos que la riqueza de matices está muy desigualmente distribuida entre los personajes en función de sus características. ¿Para eso sí nos interesa dividir el mundo en infinitas categorías, Charlotte? «Un hombre gay llega a un pequeño pueblo…» «En un gheto un joven negro encuentra la esperanza…» ¿No nos suenan estas sinopsis? ¿Se cuentan las películas igual cuando hablamos de una pareja blanca heterosexual?

Por muy mujeres que seamos y por muchas injusticias que se cometan contra nosotras como género no estamos autorizadas a dejar de cuestionarnos nuestros privilegios. Como blancas. Como cis. Como europeas. Como adineradas. Como profesionales reputadas. Hay todo tipo de estructuras de dominación que se entrecruzan con la machista. Rampling ha hablado públicamente del capacitismo, en cuanto al estigma que rodea a las personas con enfermedades mentales, por ejemplo.

¿Es tan difícil reconocer que hay otras opresiones y respetar la lucha contra ellas cuando no nos afectan directamente?

No necesito que me lo expliques, gracias

La campaña de Sabadell habla de «Nuevos tiempos», pero el mensaje que muestra este anuncio es bien viejo. ¿Cuánto habla Coronado, cuánto habla Dolera? ¿Os habéis fijado en cuánto interrumpe Dolera a Coronado y cuántas veces es a la inversa? Añadamos a esto que Dolera es actriz y directora y lo que tenga de joven lo compensa con la experiencia de sacar adelante su propia película. Una película que intenta explicarle a Coronado mientras este la interrumpe una y otra vez para hablar de su experiencia personal, esa que explica sin que le pregunten (Dolera lo hace en respuesta a una pregunta del actor) y que ella escucha con total calma.

Ya Victoria Ocampo refería este fenómeno en el año 36: «Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer, (…) empieza por un no me interrumpas de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera predilecta de expresión adoptada por él (La conversación entre hombres no es sino una forma dialogada de este monólogo). Se diría que el hombre no siente o siente muy débilmente la necesidad de intercambio que es la conversación con ese otro ser semejante y sin embargo distinto a él: la mujer».

Un famoso artículo de Soraya Chemaly aseguraba que una mujer, para triunfar, sólo necesita practicar diez palabras: «Don’t interrupt me. I already said that. No explanation needed» («No me interrumpas. Ya lo he dicho yo. No hace falta explicarlo«). Diversos estudios demuestran que el estereotipo de mujer charlatana se viene abajo cuando se analizan las dinámicas conversacionales entre hombres y mujeres: en la práctica, las mujeres tienen mucho más problemas para ser escuchadas sin interrupciones. Pasa en el trabajo, pasa en las aulas, pasa en los medios, pasa incluso en los medios sociales «libres» y que construimos entre todos. Ningún área del espacio público se libra de esta dominación masculina de la conversación.

Ningún área del espacio público se libra de la dominación masculina de la conversación. Clic para tuitear

Con ocasión de las fiestas (y de las recientes elecciones) se habla estos días mucho del fenómeno «cuñao«, pero lo interesante es que no hay «cuñadas», ¿no? ¿Por qué esta dominación masculina también del entorno privado? Y es que da igual que seas politóloga explicando la Ley d’Hont o neuróloga asegurando que no hay diferencias anatómicas entre el cerebro masculino y el femenino; por algún motivo incomprensible esos cuñados siempre te acaban mandando callar, incapaces por completo de asumir que tú puedas saber más que ellos. El saber, la racionalidad, se consideran patrimonio de los hombres, y por eso ellos «explican cosas», como asevera el famoso ensayo de Rebecca Solnit, en el que comenta una conversación en la que un asistente a una cena se empeña en explicarle el libro que ella ha publicado ese año y del que él no ha leído más que una reseña en la prensa. Después de la viralización de dicho ensayo, apareció el Tumblr «Academic Men Explain Things To Me«, mostrando cómo no es un fenómeno aislado, ni mucho menos.

La racionalidad se considera propia de hombres: por eso no paran de explicarnos lo que ya sabemos. Clic para tuitear

Pero esto no se queda en las conversaciones sobre política, no ocurre sólo en la academia y no se queda en la mesa de Navidad. Esto al final impregna nuestras relaciones cotidianas, y favorece técnicas de control psicológico sobre las que se apoyan los maltratadores, como la luz de gas; o la obsesión por legislar la capacidad de control de las mujeres sobre sus propios cuerpos en todos los países del mundo. Las mujeres contamos con una desventaja histórica en el acceso a la educación, al trabajo remunerado y al discurso público que hemos acabado interiorizando y que da lugar al síndrome de la impostora que nos convierte en negociantes inhábiles.

No me interrumpas.

Ya lo he dicho yo.

No hace falta explicarlo.

Frases que pueden ayudarnos a ser tratadas con más respeto por los demás, pero que no tendrán ningún efecto si no hacemos un trabajo previo y fundamental, que es el de desarrollar la confianza en nosotras mismas: en nuestra intuición, patrimonio femenino clásico, pero también en nuestra capacidad de raciocinio; en el valor de nuestro trabajo, en la realidad de nuestras propias percepciones y emociones. Esta extraordinaria fe en sus cualidades que tienen los cuñados sí es algo que podemos aprender de ellos: hagámoslo.

Algo podemos aprender de los cuñaos: la extraordinaria fe en sí mismos. Clic para tuitear

Una carta de amor a Ada Lovelace

Querida Ada;

Hoy habrías cumplido 200 años (aunque el Ada Lovelace Day se celebre en octubre). Seguramente no habrían sido suficientes, ya que las personas como tú necesitan siempre más tiempo para seguir descubriendo, cambiando, aprendiendo. Perdona la familiaridad, pero estuve a punto de llamarme Ada y procuré que mi hermana pequeña se llamara Ada, así que es en parte como si fueras de la familia…

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Pero no, no lo fuiste. Fuiste hija de padres separados: no paran de nombrarte como hija de Lord Byron pero de lo que no hablan es de que tu madre, temerosa de que el amor por la literatura te llevara también hacia el amor romántico, quiso hacer de ti una mujer de ciencias como ella, muy lejos de la formación que tradicionalmente recibían tus congéneres en la época. Y acertó: porque resultaste tener un enorme talento, el que te llevó a ser reconocida como fuente básica en los trabajos de Turing, el que consiguió que tu nombre fuera reconocido como el que mejoró los trabajos de Babbage y sus discípulos, el mismo que te llevó a inventar una máquina para volar con trece años.

 

Las niñas deberían saber que con trece años pueden estar diseñando máquinas para volar, y no sólo vestidos. Pero eso ya no se les dice, ¿sabes? Quizá necesitamos más madres que teman al amor romántico, porque el caso es que, ahora mismo, la informática ha dejado de ser cosa de mujeres, a pesar de todos los avances que habían conseguido durante los primeros años de la disciplina.

El Medialab organiza talleres de programación para chicas, pero, incluso así, se cancelan las sesiones de apps y se mantienen las de ropa inteligente. Hace unos meses, cuando Google homenajeó a Lamarck, seguían hablando de ella como «la mujer más bella del cine», como si ella no hubiera odiado ese sanbenito y hubiera preferido dedicarse a inventar.

Se dice que el problema vino en los ochenta. El caso es que los machitos han decidido que las ciencias y la tecnología son su terreno. Y que, si quieres entrar, tienes que aguantar sus estupideces. Y los medios lo corroboran: Google asegura que es la televisión la que «enseña» a las niñas a huir de la ciencia. Así que, aunque 7 de cada 10 niñas tienen interés en la ciencia, sólo 2 de cada 10 buscan una carrera científica. Ya hemos hablado de eso por aquí.

Hay otras como tú, ¿sabes? Hasta han fundado una escuela con tu nombre para enseñar de forma gratuita desarrollo de software a las mujeres. Hay niñas de once años que no sólo son fantásticas programadoras: quieren ayudar a que otras niñas también lo sean. Karlie Kloss, la supermodelo, decidió nada más empezar a estudiar programación en la Universidad de Nueva York que era algo a lo que deberían acceder todas las niñas del mundo, así que ha creado una beca para ellas. Las «women hackers» que expusieron en el Sónar del año pasado fueron entrevistadas para una de esas revistas que se empeñan en convertirnos más en supermodelos que en programadoras (y que, afortunadamente, también están siendo hackeadas, poco a poco). Hay iniciativas de gigantes como Microsoft o Google (o, más cerquita, Telefónica), y luego esa cosa que a veces pinta muy bien y que casi siempre se hace muy mal que es el programa de ciencia para chicas de la Unión Europea. Sin embargo, incluso cuando algunas valientes desafían el estereotipo y se lanzan a por ello… tienen que pagar el pato de ser mujeres en sus condiciones de trabajo.

Dicen que tú eras capaz de ver la belleza en las máquinas. Yo me pregunto si quienes hacen esas aseveraciones lo dicen en serio o sólo porque también ellos tienen problemas imaginándote, como mujer, disfrutando de una tarea de hombres. A mí me encanta ver tus imágenes vestida de condesa e imaginándote llena de tiza y de tinta de tanto hacer ecuaciones. O ver a Margaret Hamilton y su minifalda apilando páginas y páginas de código.

Estoy segura de que no pensabas que nos fuéramos a ver así a tus doscientos años. Y me da hasta un poco de vergüenza venir a contarte a ti todo esto. Pero, Ada, te necesitamos. Fuera lo que fuera lo que sabías hacer, vamos a necesitar que nos lo recuerdes. Porque la tecnología es un pilar clave de nuestras sociedades, y nos estamos perdiendo a la mitad del talento de la población.

Querida Ada, gracias por tu ejemplo. Te recordamos.

 

Imagen via I fucking love science

Imagen via I fucking love science

Las violencias machistas (en plural)

El próximo día 7 está convocada en Madrid la Marcha Estatal contra las Violencias Machistas. Las violencias, en plural. Hay a quien le sorprende este plural. Los autores de este blog, incluso, llegamos a debatir, después de uno de los últimos feminicidios, qué sentido tiene seguir señalando los micromachismos cuando hay macromachismos, hay asesinatos, hay jueces que exculpan acosadores, que niegan órdenes de alejamiento; hay periódicos que siguen hablando de las mujeres que se caen por las ventanas incluso después de que se detenga a su pareja por sospecha de asesinato.

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No se caen: las tiran. Como a Ana Mendieta. ¿Quién coño es Ana Mendieta? Quizá que no sepamos quién es y por qué se la reivindica hace que nos duela menos su muerte. Quizá que las mujeres se mueran en vez de que las asesinen hace que nos dé mucho menos miedo ser mujeres. Y tendríamos que tener mucho miedo de ser mujeres; porque cuando un experimento demuestra lo predispuestos que están los hombres a violarnos cuando bebemos, el vídeo que se hace viral se titula «los peligros del alcohol».

No, veréis: el alcohol no viola. Los violadores violan. Creo que fue a Charo López a la quien escuché decir que no importa lo acabada que se sienta una mujer o lo alcóholica que sea; no se derrumba a dormir la mona en un parque cualquiera, en un portal cualquiera. Recuerdo a una mujer que este verano vagaba, sin hogar, alrededor de la casa de una amiga. Recuerdo que siempre aseguraba que estaba allí porque ella quería, que era temporal, que no necesitaba ayuda, que gracias, ya había comido. No podemos mostrarnos vulnerables porque nada resulta más atractivo que la vulnerabilidad, parece ser.

Nos quieren vulnerables, y qué mejor forma de hacer a alguien vulnerable que debilitándole. Por ejemplo, privándole de comer. Y así, el canon de belleza empieza a plantear estándares que son cualquier cosa menos estándar, porque hay muy poquitas mujeres que puedan estar flaquísimas sin estar débiles. Pero, por si acaso, porque aún así son muchas las mujeres delgadas que siguen siendo de constitución fuerte, la faena se remata reforzando lo poco femenino que es el ejercicio, la musculatura. Por si acaso. Y así las mujeres dejamos de hacer deporte al llegar a la adolescencia, y así nos privan, poco a poco, de la capacidad física de autodefensa.

Y qué decir de la autodefensa mental; cómo vamos a poner límites a las personas si desde pequeñas nos enseñan a no tenerlos, si, como decía Malena Pichot, jugamos a servir el té y a cuidar muñecos, siempre para los otros, nunca para nosotras. Si nos enseñan que tenemos que ser agradables y corteses, si ser firme es un rasgo positivo en un hombre y una descortesía en una mujer. Nosotras a cuidar, a sonreír, a alimentar, a servir. Y, por supuesto, es importante que pensemos que todo eso no es importante. Que lo importante no es cultivar, sino cazar; la intimidad, sino la esfera pública; la educación, sino la guerra, la familia, sino el empleo remunerado.

Nos han hecho pequeñitas, vulnerables, solícitas y humildes. Cómo, entonces, nos vamos a quejar cuando nuestra pareja nos dice que no valemos para nada, que no nos preocupamos por lo que van a decir de él si nos portamos mal, que a lo mejor se enfada con nosotras y entonces qué, que va a ir a buscar fuera lo que no se le dé en casa.

 

 

Nos están matando. En un goteo de sangre que cada vez es más una riada y que aun así a nadie le parece suficiente como para ponerse a construir presas.

Pero además nos están amenazando, nos están gritando, nos están controlando, nos están humillando. Nos están sometiendo cuando no nos dejan hablar en el trabajo, cuando nuestro compañero cobra más que nosotras por hacer el mismo trabajo y apropiarse de nuestras ideas porque cuando hablamos tampoco nos oyen. Nos están controlando cuando aseguran que lo que llevamos puesto, lo que hemos bebido, por dónde caminamos son motivo para que nos agredan. Nos están sometiendo cuando no aceptan que no queramos follar, besar, sonreír o hablar; con desconocidos o con conocidos. Nos están matando cuando los periódicos fingen que no hay asesinatos, cuando los jueces fingen que no hay amenazas, cuando los vecinos fingen que no oyen ruidos, cuando nuestras personas queridas fingen que no nos ven llorar. Nos están gritando también cuando no nos dejan gritar a nosotras. Nos están humillando cuando dicen que no quiere decir sí.
Nos violan todos los días y nos están matando poquito a poco.

Y habrá mil guerras que luchar y mil discusiones que tener y mil matizaciones que ir negociando; pero para poder hacer todo eso es muy importante que sigamos vivas. Por fuera y por dentro.

Por todo esto, seguiremos denunciando el amor cuando nos debilita; y otras muchas violencias relacionadas y que hemos seleccionado en los tuits que encontraréis más abajo.

Y, por supuesto, por todo esto el sábado que viene nos vemos en Madrid: #YoVoy7N

Recorrido


En qué se parecen los machistas y las ONGs

– Perdona, ¿tienes un minuto?
– No, lo siento.
– ¡Qué desagradable eres!

Si al leer esto has pensado inmediatamente en alguien captando socios para una causa solidaria, enhorabuena, eres o pareces un hombre.  Si eres o pareces mujer, no sabrás si esta conversación se refiere a la situación anterior, a un día que corrías para coger el autobús y un tipo que iba a coger el siguiente te bloqueó en la parada, a ese señor raro que te esperaba en la puerta del colegio cuando tenías nueve años o a cualquiera de las otras miles, millones de variantes que tiene el acoso callejero. Y es que, de una forma curiosa y espeluznante, ambas prácticas (conseguir fondos para las ONGs y exigir atención a las mujeres simplemente porque sí, porque tú lo vales) se están entrecruzando a unos niveles que empiezan a ser prácticamente indistinguibles.

Imagen via Upcycled Patches

Imagen via Upcycled Patches

Empecemos por la parte marketiniana: «¿Tienes un minuto?» es una técnica de venta más vieja que andar hacia delante (o casi), llamada «El pie en la puerta». Esta se basa en algo que nos va a parecer súper evidente, pero que, en serio, no lo es desde el lado del receptor: cuando consigues algo de tu interlocutor es mucho más fácil conseguir algo más. El minuto se transforma en tu atención durante cinco, y esta en una donación puntual, que luego te agradecerán con una carta en la que te invitan a suscribirte permanentemente, y a continuación a aportar algo más de forma extraordinaria porque hay una necesidad puntual urgente que atender, y al cabo del año a subir tu cuota. Todas las ONGs que conozco (y, a pesar de muchas de las cosas que voy a escribir aquí, soy socia de tres y lo he sido de otras cinco más a lo largo de mi vida) funcionan exactamente igual. ¿Por qué? Porque funciona, claro. No siempre, pero funciona. Es como usar una palanca: si encuentras el punto de apoyo, mueves el mundo. Si encuentras la conexión, ese socio potencial ya es tuyo.

Así que las ONGs no van a por tu suscripción anual, claro que no. Van a que les digas que sí. Una sola vez. Van a lo seguro. «¿Te gustan los niños?» «¿No te parece terrible lo que está pasando en Siria?» «¡Tenemos que parar a quienes están destruyendo el Amazonas!, ¿verdad?». Porque a ver quién es el antisocial que tiene valor de decir «no, son una lacra social», «bueno, en la tierra somos muchos» o «a mí me da lo mismo: que se preocupen los que vengan detrás». No, eso no se dice, jamás. Somos buenos ciudadanos: nos gustan los niños y los animalitos y nos preocupamos por las personas que sufren, al menos si las vemos mucho por la tele y nos queda muy claro que no tienen nada que ver con nosotros (ya, lo de Melilla, pues lo comentamos otro día). Tuve la suerte de tener una profesora fantástica que me enseñó todo esto desde un punto de vista sociológico y no sólo desde el marketing que había estudiado yo y que recomiendo leer a todos los que os interese el tema, Vanesa Saiz Echezarreta; por mi parte lo dejo, de momento, aquí, porque casi os enlazo su tesis, y tampoco es la cuestión.

Los captadores de ONGs y los acosadores buscan lo sencillo: que digas que sí. Una sola vez. Clic para tuitear

Pero ahora, para quienes no seáis vistas como mujeres cuando andáis por las calles, tomáis café, estudiáis en la biblioteca, etc., os voy a contar otra cosa: y es que la interacción con los hombres desconocidos es, en nuestro caso, muy parecido a esto cada día, en cada contexto.

¿Os acordáis de la polémica que se desató cuando una chica se indignó en Twitter porque un chico se había acercado a ella en la biblioteca para invitarla a café? «¡Exagerada!» «¡Feminazi!» «¡Odiahombres!» «¡Desagradecida!» Hay que tener muy mala leche para que te siente mal que te inviten a un café, ¿eh? Pues no. Porque ese café tiene una historia detrás, y hemos aprendido de ella a protegernos.

Nuestra experiencia, a lo largo de los años, seamos más o menos guapas o feas conforme al canon de belleza que nos toque, viene a ser terriblemente similar en cuanto empezamos a compartirla: en muy poquitas ocasiones un desconocido nos ha abordado sin que hubiera una intención detrás. Generalmente, la sexual. Es más: luego esos mismos que levantan gritos de «odiahombres», si ella se hubiera levantado de la biblioteca y se hubiera ido a tomar un café con él, y él hubiera aprovechado la salida del café para llevarla a un callejón y violarla, son quienes dicen «qué ingenua, a quién se le ocurre tomar un café con un desconocido». Entre otros, nuestro Ministerio del Interior, nada menos.

Quienes acusan de odiahombres a una mujer por desconfiar la llaman ingenua si finalmente es violada. Clic para tuitear
Imagen via Tumblr

Imagen via Tumblr. La noticia completa sobre el asesinato de Mary «Unique» Spears se puede leer aquí.

Esto, así contado, suena ridículo de lo incoherente que es, pero vivimos con esto todos los días de nuestras vidas, sobre todo desde que nos desarrollamos. Porque, de pronto, tú tienes nueve o diez años pero hay señores random que se bajan de sus coches y te dicen «oye, guapa, ven un momento» (¿tienes un minuto?). Porque sacas a tu perro y montones de hombres solos te acorralan en los portales con el «qué perro tan bonito, ¿muerde?» (¿te gustan los niños?) para convertirse después en un «y la dueña, ¿muerde o se va a dejar tocar?». Porque cuando andas por la calle, señores random te gritan «qué seria vas, hija mía, sonríeme un poquito, alégrame la mañana» (sólo es un euro y es súper importante), pero resulta que cuando no te da la gana de sonreír, la cosa, a veces, se pone muy fea: porque ya no se trata de que tú sonrías y eso sea bonito para ti y para quienes te ven feliz, sino de que han hecho un mandato sobre lo que tienes que hacer, tú, como mujer, para formar parte del espacio público que dominan ellos, los hombres, y no has cumplido. ¿Cómo osas, mala mujer? A ver si vamos a tener que enderezarte. Y todas nosotras temblamos cuando oímos esas palabras porque no será la primera vez que, por plantarnos ante un trato que no nos gusta, lo que nos encontramos es, directamente, una agresión.

 

Volviendo a la relación entre ambas cosas: quizá las mujeres que os hayáis encontrado con captadores de ONGs recientemente hayáis visto un extraño fenómeno, y es que ahora en muchos casos el estilo original de aquellos se ha reforzado con las características primarias del acoso. Hemos llegado a tal punto que el chico simpático con chaleco de una asociación que, a priori, te cae bien, te dice «Madre mía, vaya belleza» y cuando no contestas dice «Está claro que eres sólo guapa por fuera, qué vergüenza no pararte a hablar conmigo». La primera vez me dejó a cuadros. Pero es que no me ha pasado una sola vez, no me ha pasado sólo a mí, y, por lo que he contrastado, no pasa sólo en Madrid. Que os acosen por la calle cuando quieren pediros dinero para una buena causa es tendencia, chicas. Tomad nota.

Y, por supuesto, no falta el recurso a la culpa. «Con lo guapa que eres y lo poco que sonríes» (hay que ver lo desagradecida que soy, que encima de que soy guapa no comparto mi belleza con todas las personas que quieran mirarla, así, como si mi vida fuera un escaparate gigantesco) se convierte en «con lo guapa que eres y lo poco solidaria que eres». Madre mía. Soy un desastre ciudadano. No me gustan los niños. No me importan los sirios. Están matando focas. Yo no llevo suelto, o estoy en el paro, o tengo un mal día, o me he sentido agredida por las formas terribles en las que el captador se ha dirigido a mí, pero, no os quepa duda, el sabor de boca que me llevo es que la culpa es mía. Porque soy una seca. Una rancia. Una desagradable. Una borde. Porque «una sonrisa no cuesta nada», «un euro no cuesta nada».

Verás, es que esa no es forma de dirigirte a una desconocida. Es que no me importa lo más mínimo que te parezca bella por dentro, por fuera o por donde meo. Mal está que me hostigues por la calle para pedirme dinero para un problema que resolvemos con organizaciones mediadoras en vez de demandando a nuestros gobiernos que tomen medidas sistémicas (perdón. Ya sabía que se me iba a escapar. Aun así, insisto, soy y he sido socia de varias ONGs y este texto es sin acritud hacia ellas, dejando al margen las estrategias de venta, que suelen estar externalizadas); pero que lo hagas apelando a la misma forma en la que me acosarías sexualmente me parece de locos.

Lección clave de autodefensa: pon límites lo antes que puedas, porque los van a intentar saltar. Clic para tuitear

¿Sabéis qué enseñan en los cursos de autodefensa? Que el pie en la puerta es súper eficaz. Y que, por tanto, cuando sepas que tu límite está en un punto determinado, tienes que ponérselo a la otra persona mucho antes. Para que no haga palanca. Da igual lo fácil que parezca la primera demanda, si es un minuto, una sonrisa o un café; si la interacción no te está gustando, si no tienes tiempo, si no tienes ganas, recuerda que no estás obligada a nada. Que no le debes nada a nadie. Pon ese límite desde el principio, para que tu interlocutor no se aproveche de esa culpa que tenemos tan bien interiorizada las mujeres, de esa necesidad permanente de agradar que nos enseñan como parte clave del ser mujer, de esa generosidad que conlleva el ser ciudadano pero a la que, curiosamente, sólo apelamos de forma puntual (¿hola, tienes un minuto?) y no desde el civismo que enseñaría, por ejemplo, que hacer sentir mal a una persona no es, en ningún caso, una técnica aceptable de venta. Ni de ligoteo, por supuesto.

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