Magical Girl: todos somos tóxicos

Nota: el texto detalla información importante sobre la trama de la película Magical Girl, de Carlos Vermut, por lo que no recomendaría la lectura a aquellos que no la hayan visto.
Fotograma de Magical Girl

 

«Tampoco estamos tan mal» es la defensa de Bárbara cuando le sugieren que los medios nos están distrayendo para silenciar nuestras quejas. Un conflicto entre lo real y lo que preferimos creer que no sólo ilustra la idea de una España en crisis que no es capaz de hacerse entender, sino que aparece también en los comportamientos de género de los protagonistas de esta Magical Girl. Manipuladores pero vulnerables, todos confían en llevar a cabo sus acciones para ayudar a quienes están a su lado, cuando en realidad no hacen sino moverse para alcanzar su propio beneficio. Otra cosa muy distinta es lo que se cuenten a sí mismos. Magical Girl nos impacta y nos altera, nos exige que la repensemos desde la crueldad del impulso emocional, pero también desde la angustia del devenir político. La segunda cinta de Carlos Vermut desgrana la amnesia colectiva de un país que aún transita entre la picaresca y el deseo europeo, para golpearnos con lo que más nos incomoda: todos en algún momento hemos hecho daño, aun cuando sabíamos qué era lo correcto.

La película juega con las representaciones tradicionales de clase y género creando paradojas morales que, a pesar de sus múltiples torsiones, hablan muy directamente de la realidad social española. El ser humano es corrupto; el sexo, siempre permeable a nuestros intereses. No hay artificio alguno en la trama. Los conceptos de los que se sirve Vermut (la mujer fatal que se autocondena, el recurso fácil al chantaje, lo turbio en la inocencia infantil) están anclados en nuestras cabezas, en nuestra forma de entender las relaciones sentimentales, la paternidad o la sexualidad. Los personajes femeninos en Magical Girl son mártires y a la vez verdugos, pero en la misma medida que los masculinos: todos explotarán rasgos consolidados a su género para lograr sus objetivos.

Alicia es una niña que padece una enfermedad terminal y cuya mayor ilusión es conseguir el vestido de su personaje de anime favorito. Luis quiere hacer realidad el sueño de su hija, pero su situación de desempleo y el alto precio del regalo le superan. Su suerte parece cambiar cuando conoce a Bárbara, una mujer de clase acomodada que vive inmersa en una relación dependiente con un marido psiquiatra que la controla a través de la medicación. Luis chantajea a Bárbara con argumentos sexuales y ella acude a Damián, un antiguo profesor que decide enfrentarse al hombre que la está acosando.

 

Cartel de Magical Girl

La cinta exprime numerosos estereotipos de género, pero si los retuerce es para mostrar lo grotesco que hay en ellos: ¿es posible que Bárbara sea ‘la mala’ de la película cuando, en primer lugar, ha sido chantajeada por un hombre que se ha aprovechado de su inestabilidad emocional? El personaje se nos descubre a través de varias etiquetas: atractiva, desequilibrada, autodestructiva y dependiente de los hombres, motivos por los cuales es necesario controlarla. Sin embargo, y así como sucede más allá de la ficción, Bárbara no es un ser malvado ni tampoco un ángel de cuento. Y, desde luego, no está más enferma que su marido, que la custodia hasta la extorsión emocional.

– No puedo estar siempre detrás de ti como si fueras una niña de siete años. Bárbara, ¿me miras cuando te hablo? ¿Tengo que estar siempre detrás de ti como si fueras una niña de siete años? Si algún día me entero de que me mientes te juro que me voy y no vuelvo […] Perdona por enfadarme.
– No pasa nada. Te enfadas porque me quieres.

La actitud dominante del marido de Bárbara se expone de forma cruda y produce un rechazo inmediato que ataca directamente a los pilares del amor romántico. La necesidad emocional de la mujer parece total y se presenta como una conducta insana que la empuja al extremo de hacer cosas terribles. Es esta correspondencia tóxica y desigual la que desencadena su aparato manipulador: la relación amorosa está por encima de todo, incluso del chantaje al que acepta ser sometida. Como espectadores, queremos que Bárbara abandone la dinámica de terror con su marido, pero al mismo tiempo entendemos de dónde viene. Y no, no es necesario un historial clínico para explicarlo. Desde el ámbito familiar, pero también desde la ficción, se nos ha inculcado que la mujer debe luchar y aguantar por amor. Vermut acierta plenamente al no mostrar romanticismo alguno en la relación de pareja: no sentimos ese supuesto amor que los une porque no puede existir.

En cuanto al vínculo entre Bárbara y Damián, la cinta no explicita lo ocurrido pero podemos intuir algún tipo de relación sexual previa. Una vez más, se nos lanza de lleno contra los estereotipos. Ambos personajes son adultos y, por lo tanto, completamente responsables de sus actos. Culparla a ella de las decisiones del otro supone recrear el mito de la mujer pecadora que arrastra al hombre hacia la fatalidad. La copla de Manolo Caracol que escuchamos en dos de las escenas clave de la película subraya el afán de Vermut por dejar claro que las cosas no son blancas o negras: los personajes cohabitan en situaciones injustas, pero han sido ellos mismos quienes las han provocado.

La niña del fuego te llama la gente y te están dejando que mueras de sed.
Ay, niña de fuego.
Dentro de mi alma yo tengo una fuente pa’ que tu culpita se incline a beber.
Ay, niña de fuego.
Mujer que llora y padece te ofrezco la salvación.
Tu cariño ciego, soy un hombre bueno que se compadece.
Ay, ay, mi niña de fuego.

Es casi imposible resumir toda la complejidad de Magical Girl en una sola frase, pero si algo podemos concluir al respecto es que todos somos corruptos porque la sociedad misma en la que vivimos está podrida desde la base. O en otras palabras, seguimos haciéndonos daño porque sabemos que podemos sostener relaciones insanas. Al igual que Bárbara y el resto de personajes, hemos asumido una serie de comportamientos viciados que nos aseguran que hacer el mal es plausible aun cuando la exigencia es hacer el ‘bien’ a toda costa. El predominio de las relaciones afectivas tóxicas en un sistema que estimula la corrupción es ciertamente desalentador, pero tampoco debemos olvidar que no existen las conductas infalibles. Las alternativas seguirán actualizándose a medida que reflexionemos con la misma ferocidad con la que lo hace Magical Girl.

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Carmen Estefania Cervantes

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