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No necesito que me lo expliques, gracias

La campaña de Sabadell habla de «Nuevos tiempos», pero el mensaje que muestra este anuncio es bien viejo. ¿Cuánto habla Coronado, cuánto habla Dolera? ¿Os habéis fijado en cuánto interrumpe Dolera a Coronado y cuántas veces es a la inversa? Añadamos a esto que Dolera es actriz y directora y lo que tenga de joven lo compensa con la experiencia de sacar adelante su propia película. Una película que intenta explicarle a Coronado mientras este la interrumpe una y otra vez para hablar de su experiencia personal, esa que explica sin que le pregunten (Dolera lo hace en respuesta a una pregunta del actor) y que ella escucha con total calma.

Ya Victoria Ocampo refería este fenómeno en el año 36: «Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer, (…) empieza por un no me interrumpas de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera predilecta de expresión adoptada por él (La conversación entre hombres no es sino una forma dialogada de este monólogo). Se diría que el hombre no siente o siente muy débilmente la necesidad de intercambio que es la conversación con ese otro ser semejante y sin embargo distinto a él: la mujer».

Un famoso artículo de Soraya Chemaly aseguraba que una mujer, para triunfar, sólo necesita practicar diez palabras: «Don’t interrupt me. I already said that. No explanation needed» («No me interrumpas. Ya lo he dicho yo. No hace falta explicarlo«). Diversos estudios demuestran que el estereotipo de mujer charlatana se viene abajo cuando se analizan las dinámicas conversacionales entre hombres y mujeres: en la práctica, las mujeres tienen mucho más problemas para ser escuchadas sin interrupciones. Pasa en el trabajo, pasa en las aulas, pasa en los medios, pasa incluso en los medios sociales «libres» y que construimos entre todos. Ningún área del espacio público se libra de esta dominación masculina de la conversación.

Ningún área del espacio público se libra de la dominación masculina de la conversación. Clic para tuitear

Con ocasión de las fiestas (y de las recientes elecciones) se habla estos días mucho del fenómeno «cuñao«, pero lo interesante es que no hay «cuñadas», ¿no? ¿Por qué esta dominación masculina también del entorno privado? Y es que da igual que seas politóloga explicando la Ley d’Hont o neuróloga asegurando que no hay diferencias anatómicas entre el cerebro masculino y el femenino; por algún motivo incomprensible esos cuñados siempre te acaban mandando callar, incapaces por completo de asumir que tú puedas saber más que ellos. El saber, la racionalidad, se consideran patrimonio de los hombres, y por eso ellos «explican cosas», como asevera el famoso ensayo de Rebecca Solnit, en el que comenta una conversación en la que un asistente a una cena se empeña en explicarle el libro que ella ha publicado ese año y del que él no ha leído más que una reseña en la prensa. Después de la viralización de dicho ensayo, apareció el Tumblr «Academic Men Explain Things To Me«, mostrando cómo no es un fenómeno aislado, ni mucho menos.

La racionalidad se considera propia de hombres: por eso no paran de explicarnos lo que ya sabemos. Clic para tuitear

Pero esto no se queda en las conversaciones sobre política, no ocurre sólo en la academia y no se queda en la mesa de Navidad. Esto al final impregna nuestras relaciones cotidianas, y favorece técnicas de control psicológico sobre las que se apoyan los maltratadores, como la luz de gas; o la obsesión por legislar la capacidad de control de las mujeres sobre sus propios cuerpos en todos los países del mundo. Las mujeres contamos con una desventaja histórica en el acceso a la educación, al trabajo remunerado y al discurso público que hemos acabado interiorizando y que da lugar al síndrome de la impostora que nos convierte en negociantes inhábiles.

No me interrumpas.

Ya lo he dicho yo.

No hace falta explicarlo.

Frases que pueden ayudarnos a ser tratadas con más respeto por los demás, pero que no tendrán ningún efecto si no hacemos un trabajo previo y fundamental, que es el de desarrollar la confianza en nosotras mismas: en nuestra intuición, patrimonio femenino clásico, pero también en nuestra capacidad de raciocinio; en el valor de nuestro trabajo, en la realidad de nuestras propias percepciones y emociones. Esta extraordinaria fe en sus cualidades que tienen los cuñados sí es algo que podemos aprender de ellos: hagámoslo.

Algo podemos aprender de los cuñaos: la extraordinaria fe en sí mismos. Clic para tuitear

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