Etiqueta : amor-propio

María (y casi todas): sobre «María (y los demás)», de Nely Reguera

(Atención lector/a, este post contiene SPOILERS de la película).

María podríamos ser todas en algún momento de nuestras vidas. Y los demás son aquellas personas que están alrededor: la familia, los amigos, los compañeros o los conocidos con los que se comparten los días. Personas que, aunque físicamente estén cerca, no siempre pueden entenderla.

Cartel promocional de la película "María (y los demás)"

Cartel de la película «María (y los demás)»

Los demás quieren que María les escuche. Pero ella siente que su momento nunca termina de llegar. María ha cuidado de su padre enfermo durante meses, o quizás puede que haya sido más tiempo. Desde que tenía quince años, exactamente, que es cuando murió su madre. Y es que ella tiene dos hermanos que a veces le dicen que la quieren efusivamente y que le cantan el Como yo te amo de Rocío Jurado, pero que se desentienden cuando se trata de compartir tareas y cuidados o la llaman histérica cuando se le ocurre protestar, que no creen en sus capacidades lo más mínimo, a pesar de que lo hace casi todo.

Ahora su padre se ha recuperado y va a casarse con Cachita, su enfermera. Y María no puede tener sororidad hacia Cachita porque ella no la tiene hacia María.

Tampoco María puede conectar con sus amigas cuando le hablan de lo bueno de la vida, de todas esas cosas que ella no tiene. O con la joven y exitosa escritora que presenta su nueva novela en la editorial en la que ella trabaja. En esos casos, María siente una profunda rabia.

María es estricta consigo misma, pero deja los zapatos tirados por la habitación y las carpetas desperdigadas por el escritorio del ordenador. Y con la cabeza desorganizada, durante las noches, busca un final para la novela que no consigue acabar.

Imagen en la que la protagonista de la película, María, escribe su novela

María tratando de acabar su novela

María tiene un amante que es un capullo, que no la valora, que exige demasiado mientras se desentiende de casi todo, que desaparece cuando le da la gana y que la manipula sentimentalmente. Un amante que solo la llama para tener sexo. Siempre el tipo de sexo que él quiere tener. Y ni hablar de lo que María quiere o le apetece o siente. Ella se pone feliz cuando recibe un poco de atención de este amante. Cuando, después de horas esperando, le contesta un WhatsApp. Entonces tararea canciones y sonríe durante el resto del día. Porque sabe que, aunque esté fastidiada, estando con él se aferra a lo que las normas sociales marcan para una chica de su edad. Por eso, cuando su familia le pregunta con quién va a ir a la boda de su padre, ella dice que con su novio.

Y es que a María, al igual que a Amélie Poulain, se le escapan las oportunidades por no enfrentarse a la realidad y perderse en el artificio. Se le escapa la novela, se le escapa la felicidad, se le escapan los treinta y cinco y la fuerza para mandar a paseo a los hombres egoístas que hay a su alrededor. Hasta ella parece querer escaparse de su propia vida cuando la vemos correr por la calle de un lugar a otro en algunas escenas.

Y yo, que llego cerca de un año tarde a esta película, tengo que agradecerle a Nely Reguera que haya dirigido un largometraje tan cuajado de detalles y matices como María (y los demás). Porque no está de más que nos recuerden que la realidad no se compone por personas esencial y arquetípicamente malas o buenas: todos oscilamos entre una amplia gama de grises. Como María, que se sorprende a sí misma observando impasible cómo Cachita se ahoga en el mar justo antes de tirarse a por ella al agua.

Hacen mucha falta películas que pongan bajo el microscopio las historias que narran. Que hablen de que perderse es normal, que nos muestren a mujeres que tienen dificultades, que están en encrucijadas, que pelean y que todos los días se atreven, a pesar de los demás, a pesar del contexto que las acompaña. Estas historias son más importantes, interesantes y necesarias de lo que solemos pensar.

Descreídos de treinta años

Al margen de todos los prejuicios de una sociedad patriarcal, de todos los medios de información y publicidad, películas que circunscriben el amor hacia un mundo rosa que más valdría dejar de llamar “comedia romántica” para tildarlo de “ciencia ficción”. Dejando a un lado la irradiación maravillosa que reflejan algunos de nuestrxs amigxs sobre sus relaciones amorosas y pasionales (sí… esxs amigxs tuyos que llevan juntos desde los 17, ya tienen casa, van a por la parejita y parece que su vida es tan perfecta que casi dan ganas de vomitar); al margen de todo eso, entérense: el amor no suele durar siempre, el amor duele en muchas ocasiones. El amor no es como lo pintan o como creías que era.

El amor, tal y como lo presentan, es una de las mayores mentiras que ha habido y habrá siempre.

Y nada te salva de ello. Por mucho que unx sea inteligente y tenga una gran perspicacia en la vida, es difícil de digerir, de entender y de, finalmente, asumir para actuar en consecuencia.

Tal vez porque el bombardeo mediático-social es tenaz, porque los mismos mecanismo psicobiológicos del enamoramiento juegan en tu contra o, simplemente, porque nos encanta tropezar en esa deliciosa piedra.

Un hombre le pone un parche al corazón de una mujer.

Corazón parcheado vía Facebook

Y eso que no podemos decir que no hemos sido avisadxs. Todxs estamos hartxs de escuchar a esos amigxs (o ex parejas) pesimistas e irónicxs que pasean de un lado a otro martirizándose (y, por tanto, martirizándote cuando estás a unos metros de ellxs) lanzando a discreción proclamas contra cualquier tipo de romanticismo que nos hacen dudar incluso de si son humanos. Mujeres y hombres de hojalata que no tienen corazón. Lxs mirabas antes, con aire de superioridad, a veces incluso con cierta lástima pero siempre con benevolencia, que para esos son tus amigxs, pensando que no se puede ir por la vida con una mirada tan negra sobre las relaciones, que en la vida merece la pena luchar por lo que se cree, que el amor todo lo puede, y todo ese tipo de consignas que te han cañoneado a lo largo de tu vida.

Pero la vida pone a cada uno en su sitio, como dicen muy acertadamente las madres, y llega por fin un tiempo determinado, que puede ser más tarde o más temprano, sin que casi te des cuenta, en que parece —y solo parece— que todo recobra el sentido y te das cuenta de la verdad:

Esos lúgubres amigxs no estaban tan equivocados. (Con ciertas salvedades, claro).

A muchos, esa reflexión les pasa con treinta años, aunque ese es un tiempo estipulado en el que nada tiene que ver, de hecho, la edad. Como dije antes, puede ser antes o después, todo tendrá que ver con el momento vital que atravieses, por ejemplo, que te deje la pareja de toda la vida, que se escuche la llamada de tener un hijo y no se tenga con quién, multitud de bodas en verano y yo compuestx y sin novix, etc.

El caso es que esas cosas suelen suceder en España en unos hipotéticos treinta solteros años, y así te plantas a esa edad, con algunas relaciones a sus espaldas, y miras para atrás y miras para adelante, y piensas: «¿Y ahora qué?».

“¿Estoy bien solx? ¿Quiero tener un hijx? ¿Podré volver a tener una relación?”.

“¿El amor es de color de rosas?”.

Preguntas existenciales a las que deberemos dar respuestas mientras disfrutaremos de ese maravilloso estado que es la libertad de estar solx (no os equivoquéis, no digo que sea mejor que estar en pareja, porque tanto lo uno como lo otro es maravilloso).

Y ¡qué diablos!, me voy a tirar a la piscina, y decir algo muy alto: en mi opinión deberían dar subvenciones a los solterxs de más de treinta años porque, sin lugar a dudas, mueven el mundo.

  • Trabajan su jornada laboral como si nada, y luego se marchan al cine, al teatro, al bar, de concierto con los pocxs amigxs que queden sin ennoviar.
  • Siguen saliendo los fines de semana, mientras los demás ven distraídamente una película en el calor del hogar.
  • Por lo tanto, mueven los engranajes del sector hostelero y del espectáculo de este y muchos países.
  • Alquilan pisos que decoran fervientemente como si fueran casas de Ikea o hipsters de Instragram.
  • Contratan paquetes de viajes concertados o, mejor aún, viajan solitarixs en busca del significado de su existencia por lo más recónditos lugares del planeta tierra, que luego muestran en Facebook o por fotos de su móvil en los grupos de sus amigxs (sólo por dar envidia).
  • Consumen toneladas de preservativos y otros métodos anticonceptivos.
  • Son los mejores tíos y tías del universo y engalanan de regalos inverosímiles a los hijos de su hermanx, a los que adoran.
  • Compran paquetes de comida en el supermercado que saben que no van a poder consumir enteros, maldiciendo porque no hacen packs individuales.
  • Son la fuente más grande de adopciones y cuidadores de animales del mundo.
  • Y, por último, sustentan, por sí solos, a familias enteras que viven de las páginas e-dating o de ligoteo.

Pero, sobre todo, están prevenidos sobre el amor, con una mochila de buenas y malas experiencias que les hacen discernir, de una manera cada vez más nítida, qué es lo que unx quiere para sí.

Lo bueno es eso: que ya no se andan con gilipolleces, que saben que el amor no es “ciencia ficción” sino realidad.

Lo malo es que, normalmente, eso se aprende por las malas, después de una fea experiencia,  y una vez que se rompe un corazón es difícil encontrar todos los trozos para arreglarlo y que se recomponga igual.

Aunque quizás no debería quedar igual, debería formarse un corazón nuevo, una escultura de formas propias que fuese capaz de latir pero también de razonar y  pensar como un analítico cerebro.

Se debería aprender, en vez de olvidar, pero sin echar la mirada atrás.

Si consigues eso, enhorabuena, estarás bien solo y en pareja.

Pero si acaso, por lo que sea, vuelven a romperte el corazón en mil pedazos, no te preocupes porque siempre te haremos un lugar en el “Club de los descreídos”.

Mañana, cañas a las 20:00 en el bar de siempre.

Quiéreteme no te quiere

#Quiéreteme no te quiere

Enero llegó y nos trajo de vuelta el frío y las rebajas. Los telediarios abrían una vez más con esa imagen, que empieza a tener algo de obsoleta, de la gente agolpada frente a las puertas del Corte Inglés de Preciados esperando para pasar en tropel y hacerse con las mejores gangas.

Durante la sobremesa de un día cualquiera, la televisión suena de fondo: Quiéreteme, date un capricho amor. Quiéreteme, ponte guapa por favor. Quiéreteme, es hora de pensar en ti… Esa melodía se cuela por los oídos casi sin darte cuenta, evocando sensaciones de alegría y optimismo. En el siguiente acto estás con el móvil entre las manos y tecleando. Esperando encontrar productos que llamen tu atención. Porque te lo mereces, porque lo vales, porque te quieres.

Sin duda la cadena del triángulo verde ha ideado un spot muy pegadizo y efectivo. Seguro que podéis tararear la musiquilla sin pensarlo demasiado. Apuesto a que tampoco ha pasado desapercibida la palabra insignia de la campaña.

Quiéreteme parece una mano tendida que invita a mimarse. Pero en realidad resulta ser como un caramelo envenenado. Quiéreteme no significa que te quieras a ti. No se trata del amor que una se profesa a sí misma porque sí. Quiéreteme es sentir insatisfacción y comprar con la esperanza de que se disipe. Es ponerte guapa, arreglarte… pero nunca pensar que eres guapa sin más.

Quiéreteme es un imperativo curioso. Nos da y nos quita a la vez. Sugiere que nos queramos a modo de consejo, pero se retuerce al final añadiendo un -me. Pidiéndonos para sí aquello que nos había regalado al principio. Quereos, pero para mí, parece decirles el joven de traje gris a las muchachas del anuncio.

Quererse para una es un acto demasiado egoísta y poco atractivo para una campaña comercial. Hay que quererse con el fin de agradar y gustar. Tú preocúpate solo de sonreír. 

Quiéreteme implica no podernos querer como nos dé la gana, sino de una forma concreta. Aquella que nos sugiere todo un  sistema muy bien ensamblado.

Por ello, quiérete sin -mes y sin más. Quiérete solo, sin aditivos. Cuando estés sola o acompañada. Quiérete para ti. Porque sí, sin necesidad de ponerte guapa o atractiva o moderna o elegante. Quiérete cuando te apetezca y porque te apetece.

Sobre todo, quiérete después de que el subidón provocado al comprarte ese abrigo en las rebajas se haya ido. Quiérete cuando no tengas dinero para gastar en las tiendas, o cuando no lo quieras gastar y todo te incite a que lo hagas. O cuando al hojear un catálogo de moda pienses en todo lo que deberías cambiar en ti. Entonces quiérete, no por lo que puedas llegar a ser o por lo que un día fuiste, sino por lo que eres.

El dilema de no ser suficientemente buenas

A menudo nos autoboicoteamos a traición, a menudo nos creemos impostoras y farsantes de nuestras propias vidas. A menudo el cursor parpadea al principio de un documento en blanco. Ese blanco tan vacío que es capaz de congelar y hacer enmudecer el pensamiento. Cuando las ideas geniales se convierten en una amalgama oscura e informe, la voluntad de escribir se torna en miedo, angustia e inseguridad. La mente se nubla y ya nada está claro. En esos momentos puedes dudar, retroceder, escribir, borrar, volver a escribir y volver a borrar en una vorágine de confusión y sinsentido. Te repliegas sobre ti misma, encogiéndote en la silla mientras la confianza en tu propio criterio no para de menguar y Pepito Grillo susurra al oído que no eres capaz de empezar aquella tarea porque no vales, porque no eres buena o porque te faltan conocimientos.

Pero la sensación de no saber lo suficiente persistirá aunque te conviertas en una experta en la materia sobre la que quieres escribir, hablar o trabajar. Intentarás que esa conciencia malvada y autodestructiva, que mete baza sin pedir permiso en los momentos más inesperados, se calle, pero no puedes. Por lo tanto, buscarás apoyos en otras personas. Y en la mayoría de los casos acabarás recibiendo sus respuestas con modestia e incredulidad: ¿En serio? ¿De verdad que te ha gustado? ¿No te parece que esta parte se podría mejorar? En realidad no me ha salido muy bien, pero creo que he tenido suerte. Tenía mucho a mi favor, es un tema que está de actualidad.

Las mujeres a menudo nos sentimos impostoras y farsantes de nuestras propias vidas. Compartir en X

No aceptarás del todo las críticas positivas y pensarás que la gente podría estar siendo demasiado amable o educada contigo. De modo que no crees merecer cumplidos y felicitaciones por lo que haces. Pero sin embargo sí piensas que los necesitas para validarte y esto resulta casi siempre muy frustrante. Parece que esa parte de ti quisiera alimentarse de comentarios negativos para consolidarse como única opción. De esta forma se acabaría la contradicción y ya no habría que cuestionarse nada. Pero dejarse llevar por estos pensamientos nos abocaría a no realizar nuestras metas y, por lo tanto, a la infelicidad por no vernos realizadas.

Es curioso, pero tengo la sensación de que muchas mujeres se quedan a las puertas de tener éxito en sus carreras y propósitos y, estando a punto de conseguirlo, desisten. O cuando por fin lo logran no pueden dejar de estar en contradicción consigo mismas. Así, ocurre de manera frecuente con algunas mujeres que después de aprobar el carnet de conducir sienten que no están preparadas para ello y empiezan a tener miedo. Quizás pasarán a ocupar el puesto de copiloto para siempre. Hay otras que, al ver una oferta de trabajo en su especialidad, suspiran con anhelo y piensan resignadas que seguramente ya habrá otras personas mejor preparadas para ese puesto que ellas. Y otras que creen que solo van a decir tonterías y por eso sistemáticamente callan lo que piensan.

El sentir que no somos suficientemente buenas nunca y que cuando tenemos éxito no es el resultado de nuestro esfuerzo sino de una suerte de contingencias favorables, o que este se debe a la ayuda y al mérito de los demás y no al propio, no es una casualidad: es un factor común.

Joan Rivière (1929) desde el campo del psicoanálisis hablaba del papel que juega la feminidad como una máscara en el caso de las mujeres intelectuales, que tras realizar una conferencia encontraban mucha angustia y la necesidad de verse afirmadas por los hombres adoptando una máscara de ingenuidad. O el caso de otra mujer que llevaba a cabo con destreza tareas del hogar típicamente masculinas como puede ser arreglar objetos, pero cuando había que acudir a un tapicero u a otro técnico se sentía obligada a disimular todos sus conocimientos y fingir ser una mujer ignorante en esas cuestiones.

He podido hablar con compañeras y amigas y la sensación de frustración, de bloqueo, de no dar la talla ante un nuevo reto o las contradicciones frente a la consecución de las metas y el triunfo es algo que se repite de una u otra manera. Es importante ponerlo en común y visibilizarlo porque no se trata tan solo de que seamos muy exigentes y perfeccionistas con nosotras mismas, como podría parecer, es también el miedo a brillar con luz propia, a saber más o a llevar la voz cantante. En definitiva, el miedo a tener poder. Por eso resulta crucial comprender estas contradicciones en común y tratar, en la medida de lo posible, de tener otro tipo de afectos para nosotras mismas, de querernos mejor, permitiéndonos afirmar que somos buenas, que somos competentes y que estamos seguras de lo que somos y hacemos.

Referencias:

Rivière, Joan (1929) «Womanliness as a mascarade» International Journal of Psycho-Analysis.

Disney enseña a desobedecer

El planteamiento es cualquier cosa menos prometedor (al menos para gran parte de la audiencia de este blog): los hijos adolescentes de los príncipes y princesas Disney ven invadido su pequeño mundo perfecto cuando el príncipe Ben decide permitir que algunos de los hijos de los villanos, desterrados durante toda su vida a una isla incomunicada con el perfecto mundo de Auradon, accedan a estudiar con ellos. A partir de ahí, realeza y villanía se enredan en un High School Musical con magia, algo así como si las Monster High aprendieran a cantar. En fin, un telefilme de Disney Channel, sin más. Pero el caso es que tras el clásico chico-conoce-chica, chicos-juegan-al-rugby, chico-nerd-se-enamora-de-chica-cool, todos-cantan-sin-venir-a-cuento, The Descendants da varios mensajes que están, muy, muy bien y que se echan en falta en otros mensajes de Disney:

– Para empezar, la diversidad. Sí, la hija de Mulan es china, sin duda, obvio. Pero también es negra la hija de la Bella Durmiente, y lo es con total naturalidad aunque la negrura se haya saltado una generación (negra es la madre de la Bella Durmiente; cómo Aurora era una rubia WASP es un misterio pero que en la película no tienen necesidad alguna de resolver), es ¿negra? ¿hispana? Cruella de Vil y algo de eso queda en su hijo, y es mestizo y aparentemente sin madre el hijo de Jafar, todo esto de una forma bastante poco problematizada. Hay una chica en silla de ruedas que aparece en las coreografías sin que sepamos quién es, sin que nos llamen la atención sobre la cuota de diversidad, simplemente como parte del alumnado. Bravo por eso, Disney. En serio. Ahora: cualquier día, los protas no son dos blancos estupendos, eso también. Venga, si hasta en High School Musical la prota era latina. Te vamos a perdonar porque al fin y al cabo Audrey, la hija de Aurora, es capitana de las animadoras.

Princesas Disney negras en The Descendants

La hija y la madre de la Bella Durmiente se enfrentan la hija de Maléfica.

No son las chicas las que se enamoran como locas. No, qué va. Evie es una clásica princesa (no en balde ha sido educada por la Reina Malvada de Blancanieves) a la que «su madre enseñó a usar colorete antes que a hablar». Está obsesionada con el espejo, pero por tradición familiar (al fin y al cabo su madre es aquella del «Espejito, espejito…»). Y Evie, por supuesto, llega a Auradon buscando enamorar a (y enamorarse de) cualquier príncipe que vea… Pero de lo que acaba por enamorarse es de la química, y descubre que todas sus habilidades hogareñas no son más que muestras de su enorme talento, que Mal le invita a seguir desarrollando, por ella y para ella, en un arrebato de amor propio y sororidad muy raro en películas como esta y en la frase de esta película que consigue hacerme llorar. Sí, tal cual. Ahí lo dejo. Queredme.

 

Evie en el espejo

Espejito, espejito, ¿cuál es la masa atómica de la plata?

– Y ese es el mensaje principal de la película: no tenemos por qué comportarnos tal y como nos han educado. Por fuertes que sean los estereotipos con los que nos hemos criado (en este caso, el terrible maniqueísmo de realeza frente a villanos, colegio privado o gueto, porque todo lo que tiene de diverso en cuanto a raza desde luego no pierde el tinte clasista transversal a todos ellos; pero también, claro, el de «la princesa del cuento«), tenemos ocasión de elegir. El hermoso mito de la movilidad de clase ascendente, sí, pero también una ocasión de elegir, de que los protagonistas se liberen del peso de lo que sus padres y madres quieren para ellos.

 

Maléfica y su hija

Dime, mamá, ¿qué nueva maldad quieres que haga hoy?

 

Pero eso no quita que aún tengamos varios frentes en los que trabajar. Por ejemplo, ¿por qué son las chicas las que sufren tanto con ese vínculo con la madre y sus expectativas? El hijo de Cruella se hace rápidamente con un perrito como mascota en contra de todo lo que le enseñó su madre, y el de Jafar, a pesar de las enseñanzas individualistas de su padre, no tiene problema en descubrir que disfruta mucho más de su fuerza bruta cuando la pone al servicio del equipo. Son las chicas, también, las que son compadecidas por la hija de Mulán porque sus madres no les hacían galletas cuando estaban tristes, reforzando el estereotipo de maternidad tradicional, la «madre Pinterest», como el único válido. Que no, que Maléfica y la Reina Malvada no son ejemplos de madres, seguro, pero por muchos motivos que tienen poco que ver con sus habilidades culinarias.

The descendants - Haciendo galletas

Oh… ¿en serio los progenitores villanos no os han enseñado a hacer galletas?

Y, por supuesto, están los mensajes de fondo del amor como salvación, como expiación: Mal es capaz de enfrentarse a su madre cuando descubre que Ben está enamorado de ella realmente y no gracias a su filtro de amor (el clásico engaño presente en casi todos los amores de cuentos de hadas), cuando descubre que han traspasado su coraza y que ella también siente algo hacia él. Este amor se mezcla con el amor a sus amigos, y el que estos sienten a su vez por sus nuevos intereses y aficiones, no quedando reducido al amor romántico, pero hay ahí un pozo de amor que redime del que ya hemos hablado aquí en otras ocasiones y que es peligroso. Eso sí, al menos es ella quien se salva, y salva a todos los demás, y ante el comentario del príncipe de «la próxima vez espero rescatarte yo a ti» ella responde «mejor que no haya próxima vez». Porque, como también hemos dicho anteriormente por aquí, el amor está en la rutina, y no en los grandes dramas.

Me siento fea: por qué no nos vale ser gordibuenas

Seguramente todos tenéis esa amiga que es preciosa, viste como una estrella de cine, se mueve como una bailarina y tiene el cuerpo de una monitora de fitness y que, sin embargo, regularmente dice que se siente fea. Y quienes están a su alrededor la miran y piensan que es una forma de llamar la atención. Attention whore, dicen los angloparlantes, nada menos: porque una mujer que quiere que le miren, claro está, es una puta; ¿no es curioso este mundo que enseña a las mujeres simultáneamente a ser hermosas y deseables pero a ser discretas y no llamar la atención, a ser objeto de deseo pero a no tener deseo, a someterse a los deseos ajenos pero a que será castigada si así lo hace?

Las mujeres vivimos en un permanente doble vínculo: la situación en la que una «víctima» (así la llaman Bateson y sus colaboradores en el artículo donde enunciaron esa teoría) se encuentra de forma recurrente enfrentada a un mandato primario negativo («No hagas eso, o te castigaré», o bien «Si no haces eso, te castigaré») y un mandato secundario en conflicto con el primero en un nivel superior de abstracción, reforzado por castigos o señales que anuncian un peligro para la supervivencia.

Esto, que suena complejo, es en realidad una forma básica de encubrimiento del maltrato que nos sonará a todos: las frases «No me veas como a un enemigo», «Lo hago por tu bien», «Te lo digo porque te quiero», cuando rodean una situación vejatoria, peligrosa, de dominación, de violencia, hace que la víctima empiece a confundir poco a poco la interpretación de la situación, siendo cada vez menos capaz de distinguir lo que es amenazante de lo que no, lo que es amor de lo que es hostilidad, etc. Y es que la amenaza generalmente no se transmite verbalmente, sino de forma subyacente: con gestos, posturas, tonos de voz, acciones… Para que se produzca el doble vínculo, la situación debe ser recurrente. Cuando se interioriza esta contradicción, ya no hace falta que existan las órdenes en conflicto para que afecten a la forma en que esas personas juzgan la realidad y las acciones propias y de los otros (de hecho, esta teoría se fundamentó en el análisis de esquizofrénicos, porque llega a tomar la apariencia de voces interiores).

Obviamente, en una situación estándar podemos distinguir muy fácilmente la información real de la que la contradice. Miras a tu amiga y le contestas «Qué dices, si eres guapísima», «Pues yo te veo estupenda», «¿No hay espejos en tu casa?»

El problema es que a muy pocas mujeres nos han enseñado a mirarnos al espejo. Las mujeres, por lo general, hemos aprendido desde bien pequeñas que nuestra relación con el cuerpo tiene que ver con estándares ajenos a nosotras, que cuando empiezan a imponérsenos no entendemos en absoluto y que, de hecho, muchas veces no son coherentes entre sí. El bebé gordito tiene que ser una niña flaca y las curvas se celebran porque ya eres mujer pero en cuanto eres mujer debes medir lo que se marca y lo que no, y así hasta que la adolescencia se convierte en un cuento de terror marcado por todo tipo de trastornos alimentarios, autolesiones, y, en definitiva, una relación tortuosa con el propio cuerpo que para muchas mujeres no termina nunca. ¿Cómo va a terminarse, si las señales siguen ahí?

Mi amor por los espejos - Pizarnik
«He tenido muchos amores – dije – pero el más hermoso fue mi amor por los espejos», dijo Pizarnik

Para empezar, hay toda una industria dirigida a que nos sintamos mal con nuestro cuerpo. Hace meses un maravilloso artículo de Leticia García me abrió los ojos: la moda cambia radicalmente y hace cuerpos buenos y cuerpos malos, asegurándose de que siempre, en todo momento, haya mujeres que se sientan a disgusto dentro del suyo: una persona insatisfecha es una persona a la que se puede persuadir de que compre.

Ahora se llevan los culos. Se llevan los culos porque habían vuelto los pantalones pitillo, porque estábamos flacas. Es más: es en estos momentos, en los que dedican escaparates de Mango sólo a ropa para runners, de pronto se llevan las «gordibuenas«. Y su equivalente masculino: los fofisanos. Eh, todos tranquilos: ya no tenéis que seguir adelgazando para que os queramos. Venga, vale, os vamos a querer gorditos. Total, la pasta de las zapatillas, el chándal, y los wearables ya la tenemos en nuestras cuentas. Sigan a lo suyo, aquí no hay nada que ver. Pero ya asoman las campanas en las nuevas colecciones de otoño, ya. Y más dura será la caída.

Pongamos por caso que no se da tal caída; pongamos por caso que nos aceptamos en nuestros cuerpos rotundos y amamos a nuestros michelines (por no ser injusta con los angloparlantes, ¿cómo vamos a pelear contra una parte de nuestro cuerpo que se llama «love handle»?). No pasa nada, porque encontrarán otra forma de crearnos un complejo. No hay más que ver las revistas femeninas: «Cómo conseguir que se fijen en ti sin dejar de ser tú misma» comparte portada con «10 cosas que DEBES hacer para que ellos se vuelvan locos», «Aún estás a tiempo: dietas exprés para la operación bikini», y así. Los medios critican y ensalzan simultáneamente a quienes una vez en el candelero cometen la osadía de ganar peso, así que Tania Llasera pasa de decir que se siente sexy con sus kilos de más tras dejar de fumar a informar al país entero de que ha decidido ir a un nutricionista para poner fin a esa situación.

Y los medios se hacen eco porque lo que se cuenta aquí no son las oscilaciones de la báscula de Tania Llasera, sino el juego que la sociedad impone cada día a la autoestima de las mujeres. Para que te reconozcan por tu trabajo tienes que ser fea, pero si eres fea no llegas a ninguna parte y te tienes que cuidar más, cuando por fin tienes una imagen que resulta agradable a los demás estás obligada a mantenerla (y a asumir que te juzguen sólo por ella), y así. No es más que una historia de sometimiento, de hija pródiga que vuelve al redil de la talla 38. La historia de todas nosotras.

No nos vale ser gordibuenas porque incluso aunque nos valiera nos sentiríamos engañadas: porque esa valía nos la aporta el reconocimiento externo, el ser atractivas como gordas, no el sentirnos bien en ese peso. Ninguna mujer se siente legitimada para sentirse sexy dentro de su cuerpo. Sentirse sexy es ser una zorra. Ser una zorra es ser despreciable. Si has conseguido agradar lo suficiente como para despertar el deseo, entonces tienes que empezar a negar el deseo. Debes cultivar tu mente. Y nunca serás suficientemente lista, ¿cómo vas a sentirte suficientemente lista si todo el mundo da por hecho inmediatamente que eres muy lista «para ser una chica»? Debes hacer deporte por tu salud, no por tu físico, pero evita la natación, que te pondrá las espaldas anchas; el ciclismo, que te pondrá los gemelos gordos; fibrosa, bien, musculosa, mal. Debes ser, (no) debes ser, debes ser. Si (no) eres, no te querrán. Esa es la amenaza velada: las mujeres vivimos aterradas porque nos han enseñado que si no cumplimos, nadie va a querernos. Y los estándares que debemos cumplir están amañados: como cuando la madrastra le asegura a Cenicienta que podrá ir al baile «si acabas tus obligaciones y encuentras un bonito vestido».

Cenicienta_nuevo_vestido Cenicienta_vestido_roto
Imágenes via Disney Wiki

Nadie nos dice que vamos a recibir todo el cariño que nos merecemos porque cuando no sea así vamos a mandar a freír espárragos a la persona que nos infravalora. Nadie nos dice que podemos hacer con nuestro cuerpo lo que nos dé la gana: dejarnos crecer el pelo o afeitarnos, engordar o adelgazar, llevar tacones o zapatillas, follar con ansias o elegir el celibato. Nadie nos dice que eso no importa, que tenemos derecho a que nos quieran como cualquier otro ser humano.

Que no nos valga ser gordibuenas porque ahora nos han dicho que está bien, que nos perdonan. Que nos valga nuestro cuerpo, como sea. Cuando se lleven las gordibuenas y cuando se lleve el heroin chic. Porque sólo tenemos uno y tiene que llevarnos a donde queramos ir; así que se merece todos los mimos del mundo.

Cuando Penélope se impacienta

Los viajes en el tiempo

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. Es como recibir, ya completamente definido en su última onda de expansión, un sonido cuyo eco se inició en otro tiempo y que sólo has podido percibir una vez que éste ha recorrido ese espacio hasta ti rebotando entre los acontecimientos. La memoria se traslada, con toda su carga de decepciones y anhelos, de un punto al otro de la trayectoria, y se adquiere sin esfuerzo ese entendimiento odiséico del valor del viaje. Así me ocurre cada vez que vuelvo a ver El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001). Siempre hay un viaje, a modo de lectura, en el que no sólo cuentan las aventuras de Rafael (Ricardo Darín), ese personaje en crisis que se enfrenta a las presiones de mantener el negocio familiar, lidiar con la separación de su esposa y asumir los efectos del alzheimer que padece su madre, todo ello rodeado por personas que lo cuestionan y a la vez lo apoyan y a las que es incapaz de acercarse realmente. En El hijo de la novia hay varias historias de amor que se entrecruzan, pero en el recorrido de esta ocasión me ha llamado la atención algo muy específico de la relación entre Rafael y Naty (Natalia Verbeke), porque es un fenómeno más común de lo que imaginamos.

Naty es una chica joven que se debate entre sus sentimientos hacia Rafael y la impotencia de sentir cómo éste toma distancia de ella y no termina de vincularla a su plan vital. En la película no hay demasiada información sobre el tiempo que llevan juntos, pero se da a entender que Rafael comparte parte de su vida con ella. Naty conoce a su familia, cuida de la hija de Rafael cuando éste trabaja, es evidente que no es una relación puntual, pero siempre se desarrolla desde ciertas dinámicas egocéntricas de Rafael que presuponen la conformidad de Naty con ese compromiso en eterna prueba. Nuestro Ulises, inmerso en su propio viaje de crecimiento, no se da cuenta de que no es el único que intenta superar problemas o que sufre o tiene objetivos por los que luchar. Así, se ve sorprendido cuando su pareja no actúa siguiendo el complejo de Penélope y no asume una espera pasiva que será recompensada por el amor del héroe. Naty se da cuenta de que no desea sacrificar su ilusión y su tiempo por una promesa infundada de recompensa romántica.

‘La mujer suele sufrir de lo que yo denomino el complejo de Penélope, cuya figura es esa mujer en espera continuamente, al lado del teléfono, tejiendo y destejiendo fantasías: «¿Me llamará?», «no me llamará?», «¡ah!, pero me lo prometió», «bueno, finalmente llamó». Pero no hay solución de continuidad porque aunque llame, el drama se volverá a repetir: después de la llamada todo vuelve a empezar. Penélope recomienza a tejer y destejer.’
Marie Langer

Naty abandona Ítaca para autoafirmarse y escoger para sí misma en función de aquello a lo que aspira aunque su criterio sea visto como algo infantil por el propio Rafael; la fantasía de la princesa que espera fiel a su príncipe frente la fantasía de construir un amor real y compartido por ambas partes con convicción. ¿Qué factores sociales llevan a Rafael a considerar imposible la realización de la segunda idealización mientras que la primera parece algo aceptable? Pues no es tanto una cuestión de escepticismo personal frente a la idea del amor como la implicación de que él no sea el único sujeto activo y válido para decidir.

hijo01
Vía www.pelisargentinas.blogspot.com

 

«Yo no estoy segura de estar enamorada de vos. Siempre supe que no tenés el cerebro de Einstein, ni la plata de Bill Gates, no sé… tampoco sos, yo que sé, Dick Watson, pero me enamoré… no sé por qué. Ahora no estoy segura. Yo no creo que seas el tipo que yo pensaba que eras. Te agradezco mucho que no quieras jugar conmigo, de todos modos yo no te iba a dejar jugar conmigo, porque yo valgo la pena ¿entendés?.. yo valgo.»
(Naty, en El hijo de la novia)

Lo habitual en el discurso dominante es presentar situaciones en las que el sujeto que ejerce el rol femenino, no obligatoriamente tiene que ser una mujer, se limita esperar la resolución del rol masculino. Penélope, que puede ser la «buena chica», el «pagafantas» o la víctima de la «friendzone» (indistintamente del género) acaba centrando toda su potencialidad en el cultivo de virtudes admirables en vez de en el desarrollo de capacidades respetables. En consecuencia se perpetúa la dicotomía de ‘objeto al que ver y sujeto que mira y determina el valor del objeto’, y por tanto, su sentido. El efecto más nocivo de todo esto es la dependencia de aprobación por parte de los sujetos inmóviles (sólo los Ulises asumen la capacidad de decidir y se ponen en movimiento, sólo sus sentimientos y valoraciones son las relevantes) Dicha atribución desigual de poder puede condenar la autoestima de los individuos invisibilizados y generarles perspectivas nada saludables sobre la posibilidad de experimentar el amor de forma sana y positiva, o incluso hacerles sentir que su propia existencia carece de sentido sin el otro.  

El amor no puede ser un ejercicio de estoicismo y espera incondicional en el que dependamos de la evolución del otro para evolucionar nosotros mismos. A pesar de los innumerables mensajes mediáticos que repiten el mismo patrón de héroe-princesa, la realidad es que nos relacionamos con un compañero o compañera, no con un objeto que nos aporte un valor X como si fuera un patrimonio, ni con una pieza que hay que lograr poseer para sentirnos completos como si se tratara de la piedra angular de nuestra vida.

YouCompleteMe
YouHadMeAtHello
 
“Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa). Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta […] Se sigue de ello que en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara; este hombre que espera y que sufre, está milagrosamente feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido, sino por estar enamorado”.
Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso, 1977)

Persuasión

Otro ejemplo que ahonda en el concepto de la espera en una relación es el de la novela de Jane Austen Persuasión (1818). La relación entre los protagonistas de esta historia de amor, Anne Elliot y el Capitán Wentworth, se ve truncada por condicionantes sociales, obligando a cada uno a continuar con una trayectoria vital independiente tras su separación. Tras 8 años sin mantener contacto, vuelven a encontrarse y ambos se plantean la posibilidad de darle otra oportunidad a su relación o dejarlo estar en sus vidas separadas. Volvemos a ese punto de inflexión que experimenta el personaje de Naty en El hijo de la novia¿Lo sigo intentando con esta relación, espero a ver si puede funcionar, si esa persona es como pensaba que era o sigo mi vida sin condicionarme por esa espera incierta? En este caso el elemento añadido a la reflexión es la manifestación del propio paso del tiempo. Durante la separación, tanto Anne Elliot como el Capitán Wentworth asumen el rol activo de decidir sobre su destino, sin importar su género. No han esperado al otro, han vuelto a encontrarse , pero habiendo desarrollado su madurez, teniendo definidas sus ideas y su propia realización personal. Y tras ese intervalo vuelven a ese estado inicial, siendo de nuevo ellos dos, pero diferentes, comprendiendo en ese momento cosas de sí mismos que no habrían visto sin haberse aventurado a su propio viaje.

Muchas veces nos enfrentamos a esa situación. Nos planteamos esperar o no por el desarrollo de una relación con la esperanza de que se cumplan nuestras expectativas, a veces cuando no hay señales claras que respalden esa creencia, o incluso cuando las señales son opuestas a lo que requieren nuestras necesidades afectivas. La escena en la que Naty declara sus ideas y la reflexión que planteaba Jane Austen  con esa relación a destiempo son ejemplos de la naturaleza cambiante del ser humano, de la inevitable diferencia de nuestro yo de cada momento, y de la necesidad de hacer ese viaje a partir de nuestra iniciativa y no delegar su gestión a otro ser humano. Debemos cuestionarnos a nosotros mismos para avanzar en la búsqueda de nuestro desarrollo, no hay otra manera. Podemos dar tiempo a aquellas cosas y personas que consideremos que merecen la pena, pero no de forma pasiva/exclusiva, no tejiendo y destejiendo nuestro día a día como si esa abnegada voluntad fuera a ser colmada con la consecución de nuestros sueños. El tiempo es como una flecha que va siempre en una dirección irreversible y lo que acontece en él no vuelve a suceder igual nunca. Lo que transcurre no es un periodo de prueba eterno, es nuestra vida. Cada momento es único, nada se mantiene sólo porque uno se mantenga esperando. No detendremos la posible pérdida, el posible dolor, el posible error, sólo nos detendremos a nosotros mismos, a nuestras posibilidades de ser, de experimentar. E igual cuando llegue o regrese nuestro/a Ulises, el paso del tiempo lo habrá cambiado tanto, que ni siquiera reconoceremos ese amor anhelado. Y su gesto de valoración por nuestro sacrificio será algo decepcionante, como una palmada en la espalda pero sin sonido, vacía.

HalfAgonyHalfHope
Vía www.zazzle.com

Así que la opción más sensata es asumir el riesgo de decidir, hacer aquellas cosas que nos hagan ser quienes realmente somos e integrar todo eso en un viaje común, pero recorrido siempre por cada uno con su propio pie. Eso no nos aportará la seguridad de lograr lo que nos propongamos, ni de solventar todos los obstáculos, pero puestos a esforzarse, que sea por algo nuestro, por algo escogido. Como afirmaba el personaje de Rafael en determinado momento de la película de Campanella: «Quiero todos tus problemas, y los míos, esos problemas, no los otros» Y con respecto a la asociación de lo ‘femenino’ con la incapacidad de decidir y asumir el reto de los cambios y el paso del tiempo Jane Austen lo expresó con claridad:“Odio oírte hablar así como un fino caballero, como si todas las mujeres fueran finas señoritas en lugar de criaturas racionales. Ninguna de nosotras espera estar en aguas tranquilas todos los días”. 

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. A veces ocurre con las relaciones y éstas sólo funcionan en el tiempo en el que ambas partes están listas y no antes. No hay una norma que asegure cuándo se trata de un tipo de amor o de otro, cuándo va a enriquecernos y cuándo no, pero es más probable que tomemos las decisiones que nos hagan más felices si somos conscientes de que esa flecha que es el tiempo tiene que ser lanzada por nuestra mano.

Mujer y deporte, #ThisGirlCan

¿Cómo se siente la persona que consigue terminar una carrera de atletismo, que finaliza una hora de zumba, de bici o de body combat al ritmo de una música cañera, o aquella que bate su tiempo récord personal de natación, la que enfrenta su miedo a montar caballos o la que supera su pánico a las alturas haciendo puenting? ¿Cómo se siente alguien a la que felicitan por meter un gol, pararlo, hacer un remate de voley esencial en el partido, que juega al tenis o al pádel y la felicitan por sus saques? No hay duda de que esas personas llegan a sentirse invencibles, fuertes, dueñas de su físico y valientes incluso. Por eso, ya sólo por ese sentimiento, vale la pena practicar cualquier deporte. La autoestima cambia, acostumbrarse a ponerte retos y superarlos te hace dueño/a de tu vida, de tu cuerpo y a la vez, de tu mente. Y si hay algo que necesitamos las mujeres es ser cada vez más dueñas de nuestra vida y de nosotras mismas.

Es por eso y por lo sano que es ver cuerpos diferentes y de distintas edades, que la campaña publicitaria de #Thisgirlcan ha llamado tanto la atención en las redes: su idea es promover la práctica del deporte en mujeres, y lo ha hecho de una forma «realista» y cercana, mostrando en su campaña imágenes de personas sin miedo a mostrar sus kilos, barriguitas, cuerpos imperfectos, sudores, caras de esfuerzo, sin poses aparentes… El anuncio resulta un soplo de aire fresco frente a todo lo que vemos a diario en la televisión o las revistas.

#Thisgirlcan es una iniciativa creada por Sport England, agencia para el deporte en Reino Unido, preocupada por los últimos datos estadísticos que han obtenido y que muestran que casi 2 millones menos de mujeres británicas hacen deporte en relación a los hombres. Lo curioso es que afirma esta misma agencia que un 75% por ciento de las mujeres de entre 14 a 40 años peguntadas, manifestaban su interés por practicar más deporte: ¿y cómo puede explicarse este hecho? La explicación de que haya más hombres que mujeres haciendo deporte, tanto a nivel profesional como a nivel de calle, viene originada por las diferencias en el reparto del tiempo de ocio, la forma en que se encuentra estructurada la familia y el reparto desigual de las obligaciones de sus miembros, los modelos educativos, los estereotipos sociales de género que se mantienen y se tratan de mantener de generación en generación, etc.

I swim because I love my body

Probablemente, las personas que estéis leyendo esto ajenas a los estudios de género podríais pensar que es una exageración hablar de roles también a la hora de practicar deporte, pero los datos están ahí: de falta de representación femenina en altos cargos de las instituciones deportivas, de ausencia de visibilización de mujeres deportistas referentes en la televisión (se hacen excepciones con la última nadadora que va batiendo récords mundiales, como es Mireia Belmonte, o la campeona del mundo de bádminton, Carolina Marín, pero eso sí, cada entrenamiento -o culebrón- de Messi o C. Ronaldo, que ocupe 20 minutos del telediario más programas especiales aparte) o la casi nula retransmisión de partidos o deportes protagonizados por deportistas mujeres.

Señoras y señores, la práctica del deporte se promueve desde pequeños/as o sucede que se consigue que existan esas diferencias de las que hablábamos. Desde que ese centro comercial vende esas cocinitas de color rosa para las niñas y esos patinetes o juguetes de aventuras para los niños y los padres y madres se los compran para que sus hijos/as no desentonen con el resto… comienza todo a estar repartido y casi perdido. Yo aún recuerdo llevar al colegio un balón de fútbol (muy atrevida yo) para que los niños de la clase me lo pidiesen para jugar (estoy hablando de cuando tenía 10 años) y no querer perder la oportunidad de exigirles una única condición, claro, y era la de que podían jugar con él sólo si las chicas también podíamos jugar (las chicas solas al fútbol no era muy común que jugásemos, así de triste era y es aún, porque muy ‘femenino’ no parecía). ¿Y saben qué? Que gracias a ese atrevimiento a que me llamasen ‘machorra’, llevo toda mi vida practicando deportes y humildemente puedo decir que me defiendo en casi todos, gracias a la práctica. Pero… ¿y aquellas chicas de 10 años que no quisieron o no se atrevieron a desentonar, que preferían juegos entendidos como más femeninos? Pues probablemente a día de hoy no sean muy buenas con el balón de fútbol, el atletismo, la bici o la natación, o no se atreven a salir del aeróbic. Es muy recomendable que cambien y luchen contra esa mentalidad y la de su entorno, dejen de creer que son torpes y olviden esos complejos cultivados desde pequeñas -y de mayores- ¡y se atrevan con todo! La habilidad, la constancia y la autosuperación son músculos que se entrenan y ejercitan gracias al deporte.

Como despedida, me viene a la cabeza otra campaña de publicidad, en este caso de Always, (que vende «productos femeninos»: dícese compresas, tampones, etc.) que me parece de lo más reflexiva y positiva:

 

Amor sano vestido de humor negro: My Mad Fat Diary (Rae Earl, 2013)

Por fin, por fin se ha podido estrenar una serie de adolescentes donde sus historias son reales, o al menos así lo hacen creer, donde sus personajes son absolutamente creíbles y donde se llega a una sana reflexión sobre empoderamiento personal.

Me declaro una auténtica fan de “My mad fat diary” por múltiples razones que intentaré exponer aquí, pero quiero adelantar una de las principales: y es que me ha hecho viajar en el tiempo, volver a reencontrarme con un yo pasado inseguro que quería aprender a relacionarse con el mundo (ilusa) y que lidiaba con cambios físicos y hormonales. Lo maravilloso es que ese «yo», es un/a «cualquiera» que acaba conociendo a Rae y aprendiendo mucho de ella.

Rachel Earl, Rae, es una chica de 16 años con problemas de peso (es casi obesa) que sale de un centro psiquiátrico tras cuatro meses de internamiento por un intento de suicidio. Estamos ante una historia dramática, dura, pero que por eso puede contar con un humor negro de lo más terapéutico e ilimitado que acaba por seducir a lxs que vemos la serie. No es un tópico: lloras con Rae, odias el cuerpo de Rae con ella (no paras de pensar en que debería hacer todo lo posible por cambiar su físico), coges valor cuando ella decide tomarlo… y es por eso que creo que es tan relevante esta historia y las relaciones que en ella se mantienen, porque es fácil identificarse y su mensaje puede marcar.

 Estamos ante la historia de una chica que intenta encajar (hasta aquí, un clásico adolescente), pero que llega a la conclusión, gracias a sus amigxs, a su madre, a su tutor/psiquiatra y a ella misma, de que para hacerlo, primero debe enfrentarse a sus fantasmas, sus miedos, y a quién es y en quién quiere convertirse. Es decir, acabamos siendo testigos de un proceso de empoderamiento personal.

Cada relación de Rae en la serie es para escribir un artículo porque son claves para ella, pero en este caso me voy a centrar en la principal historia de amor de la protagonista: la suya y la de Finn. El chico callado de su pandilla, guapo y algo borde a veces, Finn, no idealiza a Rae, la conoce y cree en ella. Se enamora de ella por su capacidad de superación, por su valentía, por su humor, por su buen gusto por la música, por su inteligencia y sincera entrega hacia los demás. Por fin (no me cansaré de repetirlo) nos encontramos ante el personaje de un chico adolescente guapo (popular a su pesar), humilde y sencillo, con sus propios problemas, que lo único que quiere es pasar tiempo con una chica que no resulta ser el prototipo socialmente aceptado (que sí cumpliría la mejor amiga de Rae) porque quiere conocerla más y necesita que sea algo más en su vida. Y no, personas que leen esto, no se trata del clásico “chico guapo que gracias a su paciencia acaba saliendo con una chica impresionante físicamente, que es lo que escondía bajo la piel y se muestra en el último capítulo”, sino que la recompensa del apoyo de Finn a Rae, el cariño y la paciencia que muestra en su historia en común (mientras ella trata de arreglar su cabeza, sus “asuntos personales” y se decide si quiere estar con él o no), es simple y llanamente, porque quiere que Rae se sienta bien, y en segundo término porque quiere estar con ella, tal y como es desde que la conoce.

El personaje de Finn es algo inusual: un chico que se enamora de una chica gorda y sólo quiere ser feliz a su lado. Y porque la quiere “bien”, la apoya, le dice todo lo bueno que ve de ella, se enfada y se lo hace ver a Rae cuando no hace las cosas bien, le muestra lo mucho que le atrae en todos los sentidos… y así, “sin más”, logra que Rae acabe enamorándose también de él. Y así, sin más también, lxs fans de la serie terminamos viviendo con ella una bonita y sana historia de amor adolescente donde se aprende que la aceptación y el aprendizaje personal son la clave para enfrentarse al mundo y a las relaciones que unx mantiene en él.

¿Nunca habéis conocido a alguien que fuese capaz de ver virtudes en vosotroxs donde sólo veíais defectos y os ayudase a sacar lo mejor de cada unx a través de una relación de amistad o de amor? Rae y Finn sí. Parecía amor, y sí lo era: una historia de amor sana queriéndose bien y de verdad.

El príncipe y yo (Martha Coolidge, 2004)

– A tus hermanos les cae bien.
– Mamá…
– Y a mí también.
– Ya lo veo. Ahora no puedo permitirme ese tipo de distracciones.
– La química no es sólo una asignatura. Vosotros la tenéis.
– Ya, ¿y me hago ilusiones pensando que es mi príncipe azul? ¿Que nos casaremos y viviremos felices? No puedo tirar tanto trabajo por la borda para ocuparme de hacer la comida y de cuidar a los niños.
– Cariño, a mí no me ha ido tan mal, ¿verdad?
– No lo decía por ti.
– Lo sé. Pero no estamos hablando de mí. Yo tomé mi decisión. Toma la decisión adecuada para ti.

Es evidente que no se puede pedir peras al olmo, y si algo no se espera de una comedia romántica de sobremesa es que se convierta en una lanza por la igualdad de género, pero seguramente este título se lleva la palma en varios sentidos.

Imagen via Filmaffinity

El argumento es un clásico de historias de princesas: el amor verdadero surge cuando las personas ocultan su identidad y permite a un miembro de la realeza saber que le aman por quien es y no por el cargo o las riquezas de que dispone. Una vez conseguido ese amor, entonces ambas partes deberán ajustarse a la realidad; en parte es una historia de ascenso social: la pareja recibe el premio de convertirse en parte de la realeza gracias a su generosidad y honestidad. Un clásico contemporáneo que revisitamos incluso cuando hablamos de relaciones reales: es la honestidad y la ética del trabajo de Letizia Ortiz la que la convierte en reina, dicen. Y por supuesto, es la enorme responsabilidad que abre ante ella el hacerse reina la que hace que merezca la pena que renuncie a su carrera profesional.

Volviendo a la película, Paige Morgan tiene una vocación muy clara que le importa hasta la obsesión: formarse como doctora para viajar por el mundo con Médicos sin Fronteras. Hasta que se topa con un compañero de laboratorio que resulta ser príncipe en Dinamarca de incógnito, y se enamora.

La conversación con la que abre este post, preocupantemente, no es a posteriori. No es un momento en que la protagonista deba plantearse a qué está dispuesta a renunciar en caso de convertirse en reina de Dinamarca, es una conversación con su madre cuando el príncipe no es más que «Eddie» y ni siquiera han llegado a besarse, aunque él no deja de mostrar su interés por ella.

La conversación da por sentado que si una mujer es ambiciosa y tiene objetivos profesionales propios debe renunciar al amor, puesto que el amor implica renunciar a estos para convertirse en ama de casa. Sin negociación. Incluso cuando la pareja es (al menos aparentemente) una persona mediocre sin grandes planes para sí, iniciar una relación implica poner en riesgo el proyecto vital de ella. Por supuesto, el príncipe danés está también dispuesto a renunciar al trono por ella: un sacrificio que no tiene nada de meritorio en tanto que es esa renuncia la que inicia la trama, pero que aún así se presenta como una escena clave.

El gran giro argumental de la película viene después de que ambos jóvenes decidan comprometerse inmediatamente, una decisión clásica del género. Paige decide renunciar (de nuevo) a la corona y al amor y vuelve a Estados Unidos para graduarse. El día en que finaliza sus estudios y va a poder incorporarse a la facultad a la que aspiraba, Edward aparece y, en un gesto que pone fin a la trama, le informa de que va a esperar a que se gradúe en Medicina. Y ese es el cuento de hadas. Paige lo consigue todo: su formación universitaria y su príncipe danés. Renuncia tras renuncia, finalmente es afortunada ya que la persona a su lado cede ante sus deseos. En ningún momento se confían el uno al otro las preocupaciones, las dudas; nunca planifican juntos. Edward vuelve a Dinamarca tras la enfermedad de su padre para convertirse en rey. Paige corre tras él y abandona sus estudios. Se comprometen. Edward y Paige son preparados para la coronación de forma separada; sólo planifican juntos el lugar en el que pasarán la luna de miel. Paige observa a Edward reinar y este la mira y la menciona como símbolo de la incorporación de la influencia de ella en su vida, pero no conversan. No dialogan. No negocian. 

Las personas ambiciosas, las personas con grandes planes y grandes responsabilidades, toman solas sus decisiones, y luego sus parejas se acoplan a ellas o no. Principalmente sus parejas femeninas, claro. Así, ¿cómo va a ser posible tener una vocación y una relación romántica al mismo tiempo?

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver Política de cookies
Privacidad