Marion Dougherty. Hacer el cambio

Cuando en la pasada ceremonia de los Oscars Leonardo DiCaprio se alzaba con el premio al mejor actor protagonista por su interpretación en El Renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015) una de las personas que incluyó en su agradecimiento fue el director de su primera película como protagonista, Vida de este chico (Michael Caton-Jones, 1993). Su expresión fue «Gracias por escogerme en mi primera película». Leonardo DiCaprio estaba agradeciendo una oportunidad en la selección de un casting de hacía 23 años, una oportunidad sin la cual probablemente él no habría labrado la carrera que le llevó hasta ese escenario. Y precisamente entre el público asistente de esa noche había actores y actrices que tampoco habrían estado allí si no hubieran sido descubiertos y apoyados por directores de casting que apostaron por ellos. ¿Qué pensarías si te dijera que Warren Beatty, James Dean, Peter Fonda, Martin Sheen, Christopher Walken, Robert Duvall, Jon Voight, Dustin Hoffman, Gene Hackman, Glenn Close, Al Pacino, Diane Lane entre muchos otros recibieron sus primeras oportunidades gracias a la labor de selección de una misma persona? ¿Qué pensarías si te dijera que, además, esa persona desarrolló el oficio de director de reparto de la nada e influyó en el cambio de dinámicas de los estudios desde los sesenta hasta principios de los noventa? ¿Crees que merecería el reconocimiento de la industria?

Marion Dougherty se estableció en Nueva York a finales de la década de los cuarenta, entrando a trabajar como asistente en el departamento de reparto del programa Kraft Television Theatre. En esa época la televisión comenzaba a popularizarse mientras que la producción cinematográfica de Hollywood se había estancado. Los estudios supeditaban el carácter artístico de las películas a un modelo industrial que funcionaba a base de clichés de géneros fílmicos. Los actores no eran contratados para papeles concretos sino que eran fichados por su apariencia física para realizar personajes prototipo en varias producciones. No importaban sus cualidades interpretativas sino que su aspecto respondiera a unos cánones concretos, creando así unos estereotipos que se repetían en todas las películas. Sin embargo, en la otra costa del país, el Actors Studio estaba fomentando una revolución en el método de interpretación que priorizaba la credibilidad frente a este modelo comercial. Y Marion Dougherty aprovechó el potencial de toda una generación de actores desarrollando a la vez un sistema de trabajo que sustentaría las bases de lo que acabaría convirtiéndose en una profesión, la dirección de casting. No se limitó a ejercer de organizadora de reparto tirando de agenda de teléfonos, fue a ver obras de teatro, realizó audiciones, entrevistas en las que realizaba fichas y anotaba detalles de las impresiones que obtenía de los actores, realizaba auténticos y pormenorizados trabajos de selección. Ella consideraba que las producciones audiovisuales debían ser más realistas y a la vez ricas, como lo es en realidad la sociedad. Su criterio era que los personajes se definían por sus acciones y por su capacidad de hacer que el público se identificara con ellos, no por su aspecto. Solía decir «Traeré a 3 o 4 actores, todos muy diferentes, pero que podrían interpretar todos el papel». Tenía un gran instinto para saber distinguir las posibilidades de cada actor y no sólo para papeles protagonistas, era consciente de que los personajes secundarios eran un soporte tan fundamental para las historias como los anteriores y ponía tanto detalle en ellos como en los primeros. Aportó calidad a un proceso que hasta ese momento se había considerado menor y pronto su audacia empezó a dar resultados visibles en los proyectos en los que trabajaba. A inicios de los sesenta comenzó a llevar el casting de dos series de televisión que adquirieron gran popularidad, Nacked City (ABC, 1961-63) y Route 66 (CBS, 1963-64), y en 1963 montó su propia compañía de casting, Marion Dougherty Associates, afincada también en Nueva York donde, además de promocionar a parte de los mejores actores del cine y la televisión estadounidense de los 60 y 70, contrataba sólo a mujeres como asistentes, entre las cuales acabarían surgiendo reputadas directoras de casting como Juliet Taylor (descubridora de Maryl Streep y Dianne Wiest), Amanda Mackey, Nessa Hyams, Phyllis Huffman o Wally Nicita. Es decir, no sólo inició el cambio del paradigma del reparto junto a Lynn Stalmaster, director de casting coetáneo a Marion que aplicó sus prácticas en Hollywood descubriendo a estrellas como John Travolta o Chrsitopher Reeve, también ayudó a consolidar el papel y el poder de la mujer en la industria a través de la profesionalización del proceso de creación de reparto.

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El cine empezó a llamarla y ella dio oportunidades a actores de todo tipo dinamitando los prejuicios de la industria hasta ese momento. Fue ella la que logró, gracias a su insistencia, que Jon Voight, un actor casi desconocido hasta ese momento, lograra el papel protagonista en Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969). Y también recomendó a Dustin Hoffman, al que había presentado anteriormente para El Graduado (Mike Nichols, 1967), para el papel de «Ratso» Rizzo en la misma cinta. Ambos fueron nominados a los premios Oscar ese año por sus interpretaciones. Cuando realizaba el reparto para Arma letal (Richard Donner, 1987) presentó como candidatos a Mel Gibson, que sólo había interpretado unos pocos papeles hasta ese momento, y a Danny Glover, a quien había visto en El color púrpura (Steven Spielberg, 1985). Donner admitió con posterioridad que nunca había pensado en darle el papel del Sargento Murtaugh a un actor afroamericano, pero que tras una lectura del guión entre ambos actores estaba absolutamente convencido de que Marion había creado una de las mejores parejas actorales del cine, y se sentía avergonzado por su preconcepción sesgada del guión. El éxito de Arma letal inspiró el estilo buddy cop de finales de los ochenta y principios de los noventa y catapultó las carreras de ambos actores. Marion Dougherty fue una pionera cuyas aportaciones ayudaron a cambiar algunos medios de representación cultural tan importantes en el siglo XX como el cine y la televisión y lo logró sin muchas referencias, sólo haciendo. Sin embargo, la misma industria que se beneficiaba del favor del público a esa renovación se negaba a otorgarle el reconocimiento por ello. Por ejemplo, en 1968 Lynn Stalmaster se convirtió en el primer director de casting en tener un rótulo propio en los créditos de inicio de una película, El secreto de Thomas Crawn (Norman Jewison, 1968). Fue un reconocimiento espontáneo que el propio Stalmaster no esperaba. Al año siguiente Marion Dougherty, quien había inspirado a Lynn Stalmaster en sus métodos, solicitó el mismo privilegio para los créditos de Cowboy de Medianoche, una de las películas con uno de los repartos más icónicos del cine. Ante la negativa de su director a la propuesta, Marion dio un ultimátum indicando que si no podía recibir ese reconocimiento, que no la pusieran en los créditos, y John Schlesinger optó por esto último. Prefirió no mencionar a Marion en los títulos antes que darle el mismo reconocimiento que un hombre había obtenido el año anterior sin siquiera haberlo pedido. Así, Marion Dougherty tuvo que esperar hasta Matadero Cinco (George Roy Hill, 1972) para ver su nombre como directora de casting en los títulos iniciales de una película, algo que su compañero de profesión masculino había logrado cuatro años antes sin que nadie cuestionara que merecía estar ahí.

La ignominia a la que fue sometida se trasladó a la labor general de la profesión de dirección de casting, quizás por estar asociada mayoritariamente a mujeres o simplemente porque parte de los directores de cine que conforman la Academia se niegan a reconocer la importancia de una función no técnica en las películas. El argumento más esgrimido para no añadir una categoría a la dirección de reparto en los Oscars es que, en última instancia, la decisión de tomar a los actores para los proyectos recae sobre el director, aunque todo el trabajo de selección pase previamente por las manos del director de casting. Más o menos lo que plantean es que sólo hay un director, que es el que toma las decisiones, y el resto de departamentos desarrollan su labor amparados en la visión del mismo, un argumento muy respetable si no cayera ante la evidencia de que otras categorías que supuestamente también están bajo la batuta del director de la película, como la dirección artística o la dirección de fotografía, tienen reconocida su propia categoría de dirección en dichos premios. Es decir, un director de fotografía o un director de arte pueden recibir el reconocimiento de sus compañeros de la Academia por su trabajo, pero un director de casting no, porque aunque dirige su departamento no es director, muy lógico todo. Sólo se encargan de elegir a los actores que encarnarán a los personajes, algo sin importancia que no afecta al resultado final de las películas, por supuesto, y en caso de que la tenga, el mérito tiene que ser del director de la película, que además ya tiene su categoría propia.

Pero la aportación de esta mujer al cine fue tal que muchas voces como Clint Eastwood o Martin Scorsese se alzaron para solicitar que se le reconociera el trabajo de toda su carrera con un Oscar honorífico. Pensemos que elaboró el casting de, además de las ya citadas, Lenny, El mundo según Garp, Los gritos del silencio, Batman, Gorilas en la niebla, Un día de furia, por decir algunas sin contar lo que aportó al reparto en televisión. Sin embargo, la campaña fue en vano y Marion Dougherty falleció en 2011 sin haber recibido ese reconocimiento de la Academia. Casting by (HBO, 2012), un documental realizado por Thomas Donahue en torno a la figura de Marion, al menos sirvió como el homenaje que nunca tuvo por parte de la Academia y ayudó a reflexionar sobre la labor de los directores de casting.

Por suerte ha habido mujeres dentro del gremio que han recibido apoyo. Woody Allen publicó una carta abierta en favor de Juliet Taylor, Martin Scorsese también defendió el valor del trabajo de selección de su directora de casting durante años, Ellen Lewis y de otros compañeros de profesión. Y Allison Jones, asidua directora de casting de Judd Apatow, directamente ha tenido gran implicación en el estilo de la nueva comedia americana, descubriendo a actores como Seth Rogen, James Franco, Jason Segel, Emma Stone o Jonah Hill. Apatow dice sobre ella: «Allison no sólo nos encuentra actores, ella encuentra gente con la que queremos trabajar el resto de nuestras vidas». Otro de los directores con los que Jones ha trabajado en varias ocasiones es Paul Feig, director de la nueva Cazafantasmas que se estrenará este año y cuya promoción está viéndose afectada por la polémica derivada de que las protagonistas sean mujeres. Desde que el proyecto salió a la luz, las redes sociales se han plagado de descalificaciones y vaticinios catastrofistas por parte de melancólicos recalcitrantes ofendidos por el cambio de género. El trailer, estrenado esta semana, cuenta casi con el doble de dislikes que de likes en Youtube. Y es que sigue siendo difícil que los egos de la vieja escuela de Hollywood toleren las demandas, cada vez más mayoritarias, de un público diverso, cansado de estereotipos patriarcales. Este año la polémica de la ceremonia ha sido la ausencia de más nominados de color, la campaña #OscarSoWhite se ha extendido como reclamo ante la menor representación entre los candidatos a los premios, pero incluso entre las voces discordantes la peor factura social la pasaron las actrices, porque si tienes una opinión que no guste y eres hombre no tienes que dar muchas explicaciones por ello, una mujer sí. El año pasado el discurso con contenido social lo dio Patrica Arquette con su reflexión sobre la desigualdad salarial de las mujeres y ha reconocido que aquel gesto le ha pasado factura económica. En el cine, como en la mayor parte de los ámbitos de la sociedad, ser mujer y ejercer tu libertad de palabra y acción sin condicionantes de género es algo harto difícil. Es una industria controlada mayoritariamente por hombres hasta el punto de que, en 88 años de premios Oscars, sólo en 4 ocasiones ha habido una mujer nominada en la categoría de mejor dirección, llevándose la estatuilla sólo una vez Kathryn Bigelow por En tierra hostil (2008). Y esta ausencia de voces femeninas en las categorías de más prestigio se produce también en la industria española, como se puso de manifiesto en la última entrega de los premios Goya, donde la nominación de dos mujeres en la categoría de dirección se presentaba como la noticia del certamen, mientras que sólo unas pocas mujeres lograban un Goya en categorías mixtas. ¿Cuál es el avance entonces en la industria del cine si cada mujer que se sale de la norma siempre paga un precio en su vida personal e incluso profesional? La falta de reconocimiento a Marion, el desprestigio mediático que sufre toda propuesta mainstream con cierto mensaje feminista, el cuestionamiento de las opiniones y discursos de mujeres sobre la realidad social, todo responde a un sistema obsesionado con prolongar los privilegios de los hombres blancos heterosexuales.

Sin embargo algo va quedando, haciendo mella; los hechos, el legado de estas mujeres, realidades materializadas que son innegables. El feminismo no va a entrar de la mano de los que no entienden que se trata de lo justo y beneficioso para todos, mujeres y hombres, ni de aquellos que no ven la necesidad de que todos tengamos representación en nuestros productos culturales. Es uno mismo quien debe demandarlo, apoyarlo, construirlo, hacerlo, como hizo Marion Dougherty. Puede ser que no veamos la categoría de mejor dirección de casting hasta dentro de unos cuantos años porque, al tratarse de una profesión con un alto grado de excelencia reconocida en mujeres tanto como en hombres, inevitablemente se convertiría en una categoría con asiduas nominaciones femeninas. La ley de la probabilidad iría en su beneficio y eso supondría otra puerta de acceso a la representación y voto en la Academia para la minoría más mayoritaria del planeta, y progresivamente un cambio de modelo. Glenn Close afirmaba Todos los grandes directores están muy agradecidos a los encargados del casting. Gracias a su trabajo y a saber asumir riesgos, las películas son mejores”. Pero no todos los riesgos luego se reconocen igual de cara a la galería de la industria. Sin ir más lejos este año Carol (Todd Haynes, 2015) fue escandalosamente ignorada en las categorías de mejor película y dirección, tal vez por tocar un tema como el romance entre dos mujeres en la sociedad estadounidense de los cincuenta sin hacer uso de manidos estereotipos lésbicos masculinos. Deben temer que la sagrada meca del cine se tambalee llenándose de feministas, trans de verdad, lesbianas y mujeres maduras en chupas de cuero que encima se lleven el premio. Ah, espera. Ya lo están haciendo.

Jennifer Lawrence, mujeres y negociación

Llega noviembre y las vallas publicitarias y los autobuses de las ciudades se llenan con las imágenes promocionales de la nueva y última entrega de la saga de ‘Los Juegos del Hambre’. Veo a Jennifer Lawrence sosteniendo un arco rodeada de llamas y recuerdo las cifras que la encabezaban en la lista de las actrices mejor pagadas del mundo. Sus algo más de 50 millones de dólares anuales, 30 millones menos que el actor mejor pagado, no pueden ocultar que sólo 4 de las actrices que aparecen en la lista facilitada por Forbes alcanzan los 20 millones en contraposición a los 21 intérpretes masculinos que superan dicha cifra. Puede parecer ridículo hablar de diferencias salariales entre cifras tan altas, pero cuando la actriz que protagoniza la franquicia juvenil del momento y las nuevas entregas de ‘X-Men’ sufre esta desigualdad es para pensar en cómo está el panorama en general.

Lawrence publicó una carta en la newsletter feminista de Lena Dunham, Lenny Letter, en la que hablaba sobre la discriminación que afecta a las mujeres en la industria del cine. La actriz había descubierto a través de las filtraciones de los correos de Sony que tanto ella como su compañera de reparto en La gran estafa americana (2014), Amy Adams, habían cobrado menos que sus coprotagonistas masculinos. Pronto surgieron voces de apoyo a la acción de la actriz y se sumaron testimonios como el de Sienna Miller, que hizo público su rechazo a una oferta en teatro cuando había sabido que iba a cobrar la mitad que su compañero cuando sólo actuaban ambos sobre el escenario. Pero un aspecto interesante del ensayo de Jennifer Lawrence es que ponía de manifiesto algunas inseguridades bastante comunes en las mujeres a la hora de desenvolverse en el mundo laboral o incluso en la construcción de su propia autoestima.

Ilustración de Jennifer Williams«Estaría mintiendo si no dijera que hubo un componente de querer agradar a los demás que influyó en mi decisión de cerrar el acuerdo sin peleas. No quiero parecer difícil o malcriada. […] Éste es un elemento de mi personalidad contra el que he estado luchando durante años, y basándome en las estadísticas, creo que no soy la única mujer con este problema. ¿Estamos socialmente condicionadas a comportarnos de esta manera? ¿Tenemos el hábito de intentar expresar nuestras opiniones para no ofender o asustar a los hombres?»

Es llamativo que una actriz que con 22 años años ya ha conseguido un Oscar, que ha logrado sortear el ataque del fappening sin que afectara gravemente a su carrera y que recibe la admiración de sus compañeros de profesión llegue a cuestionarse sus capacidades o tema reclamar el reconocimiento de su estatus a través de su sueldo porque pueda ser tomado como un signo de inmadurez. Estamos hablando de que los condicionamientos de género afectan gravemente a la capacidad de negociación de las mujeres y que a su vez esto contribuye al mantenimiento del techo de cristal. Un fenómeno más común de lo que imaginamos es el síndrome del/de la impostor/a. En éste, los méritos y logros alcanzados no son aceptados como propios sino como fruto de la buena suerte y las circunstancias favorables. De esta manera se genera la sensación de ser un fraude que debe minimizar el reconocimiento por su trabajo y habilidades para no ser descubierto. Esta especie de perfeccionismo menoscaba la autoconfianza del individuo y presenta el éxito como una situación peligrosa y no deseable para sí mismo. Quien se cree un impostor teme constantemente defraudar al otro, necesita la aprobación social para actuar como cree y lo más probable es que permanezca en segunda línea eternamente para evitar dicho riesgo. No es de extrañar que haya menos directivas que directivos en las empresas u ocupando puestos de poder cuando por su propio género se les inculca la idea de valorarse a razón de las construcciones exteriores y no las propias, cuando las aspiraciones de desarrollo profesional están constreñidas por el temor de «cómo van a ser juzgadas socialmente». La generalización de esta situación en el ámbito laboral y académico es el nicho psicológico idóneo para adquirir esta dinámica autocastrante del síndrome de la impostora y resulta terrible pensar en la cantidad de mujeres que pueden haberse autoboicoteado o haber aceptado condiciones peores que sus compañeros por no considerarse dignas de alzar su voz o de exigir lo que es justo por su esfuerzo y trabajo.

«Estoy cansada de tratar de encontrar la forma adorable de expresar mi opinión y seguir siendo simpática. ¡Qué mierda! No creo que haya trabajado para un hombre al mando que haya gastado su tiempo en pensar qué ángulo debía utilizar para que su voz sea escuchada. Jeremy Renner, Christian Bale y Bradley Cooper lucharon y tuvieron éxito negociando contratos poderosos para ellos. Estoy segura de que se les recomendó ser agresivos y tener una táctica, mientras yo me preocupaba por no parecer una niñata y no por conseguir un trato justo. Una vez más, esto no tiene NADA que ver con mi vagina, pero tampoco estaba tan equivocada cuando otro correo electrónico filtrado de Sony reveló que un productor se refería a una actriz protagonista en una negociación como una niñata malcriada. Por alguna razón, no puedo imaginarme que alguien lo diga de un hombre”.

Jennifer Lawrence confesaba recientemente que su personaje de Katniss Everdeen le había inspirado a la hora de compartir su reflexión sobre el sexismo en Hollywood. Ojalá ocurra lo mismo con los millones de espectadores, sobre todo los jóvenes, que irán a ver el final de la historia en unas semanas. Ojalá su carta abierta haga reflexionar a otros y el silbido del Sinsajo llegue lejos.

Fundación de Cicely. Feminismo y futuro

Si me dieran a elegir una serie para llevarme a una isla desierta no tendría duda en mi elección. Han pasado 20 años desde el final de su emisión y, sin embargo, Doctor en Alaska (Northern Exposure 1990-1995) sigue siendo el equivalente de Los Simpsons en serie no animada. No hay situación cotidiana o duda existencial que no tenga reflejo en alguno de sus capítulos, y la cantidad de secuencias memorables a las que se puede recurrir para mostrarlo es considerable. Durante seis temporadas esta serie creada por Joshua Brand y John Falsey narra las peripecias de Joel Fleischman (Rob Morrow), un joven doctor neoyorkino, algo neurótico y escéptico, que se ve obligado a ejercer como médico general en Cicely, un remoto pueblo de Alaska. Cicely empieza siendo un entorno que produce un fuerte rechazo en él, una especie de reducto salvaje que no encaja en sus parámetros de urbanita. Pero pronto sus habitantes y la forma de vida de ese extraño pueblo van afectando a la perspectiva vital del doctor y a la de los espectadores.

doctor en alaska dr fleischmanCicely es ese sitio en el que el locutor de la radio local, un exconvicto aficionado a la filosofía, hace instalaciones artísticas y oficia las bodas y entierros sin ser cura. Donde una joven de familia adinerada prefiere pilotar aviones a responder a las expectativas de su familia. Donde una reina de la belleza de 18 años decide casarse con un antiguo cazador 40 años mayor que ella que reniega de la crueldad de sus antecesores. Donde la dueña de la tienda es una anciana temperamental que dejó atrás a su familia para empezar de nuevo una vida independiente. Donde conviven un joven introvertido y afable con vocación de cineasta, un astronauta retirado con ínfulas de magnate, una india de carácter tranquilo pero de voluntad irredimible y toda una serie de personajes peculiares y a la vez comunes, gente que podría ser rechazada o simplemente ignorada por los convencionalismos sociales dominantes pero que encuentran en ese rincón de Alaska un espacio en el que vivir en paz y ser valorados.

doctor en alaska cicely

Y poco a poco Cicely se convierte en un sitio en el querrías estar. Un lugar donde las dificultades se superan con humor y tolerancia, donde todos se conocen y siempre hay alguien que entiende tu rareza. Lo que concierne al pueblo se plantea y vota en asamblea y no como una reivindicación extraordinaria, sino como un acto cotidiano. En Cicely aprendes a vivir con razonamiento, con intuición, con diálogos entre personas muy diferentes, con reflexiones individuales y colectivas, con experiencias estéticas, con los vínculos con la naturaleza. Las situaciones a veces son surrealistas o contradictorias, los personajes cambian. Pero paradójicamente todo ello consolida el realismo de la serie. Aunque parezca un universo un tanto mágico y especial, no es un cuento irreverente, te está hablando de algo que está ahí, en todas partes, latente en distintas grados. El mundo no tiene ese pulcro orden de los anuncios, de los sistemas, capitalista, comunista, da igual. Hay un crisol de circunstancias y de necesidades humanas que no caben en ellos, que son cubiertas por colectivos reales que han sido invisibilizados en los libros de historia y que rara vez aparecen en los medios. Y detrás de eso está el sufrimiento de la gente, un imaginario colectivo secuestrado, personas que son discriminadas, maltratadas, esclavizadas, limitadas, denigradas, asesinadas por la desigualdad, el machismo, la xenofobia, la homofobia. Y los cánones de perfección social, de aquello que se impone como ideal a lograr, no son más que otro instrumento del patriarcado para tenerte sometido a miedos e insatisfacciones que bloqueen tu capacidad de autonomía, que impidan que veas el poder que te da el amor en todas sus modalidades, no sólo la romántica patriarcal.

Coges la carretera y te diriges al norte, sin destino fijo […], y justo cuando crees que has perdido contacto con todo lo real, te encuentras con Cicely, Alaska.

Doctor en Alaska se fundamenta en la diversidad de relaciones: heteronormativas, intergeneracionales, interculturales; pero es la relación entre dos mujeres la que da origen al pueblo. En uno de sus capítulos se relata la historia de Cicely y Roslyn, dos mujeres muy diferentes que deciden fomentar la cultura en esa comunidad a la que llegan y promover una visión mucho más abierta de la convivencia que permita que todos se sientan aceptados y contribuyan al enriquecimiento común. Pero estas pioneras del feminismo y del poliamor se enfrentan al poder establecido y acaban sufriendo las consecuencias. Sin embargo, su ejemplo marca tan profundamente a esa localidad que sus habitantes deciden recordarlas llamando Cicely a la ciudad y Roslyn al café del pueblo. Y no sólo eso. Cicely mantiene el respeto por la pluralidad, por el valor de las ideas y por la comprensión del amor desarrollado en la comunidad, la tribu, la familia, la amistad, la individualidad o  la simple y valiosa empatía entre congéneres. Por aquel entonces no era consciente de que aquella serie tan diferente a las demás hablaba también del feminismo, pero el tiempo la ha colocado en su lugar convirtiéndola en un referente fundamental.

roslyn cicely doctor en alaska

Cicely y Roslyn, fundadoras de Cicely

El feminismo no va de odiar a los hombres, es evidente, y sin embargo siempre tienes que aclararlo y casi pedir disculpas. No es la consecución de la igualdad con ellos en este régimen injusto. No, el feminismo es la cultura de los cuidados, del desarrollo de toda la potencialidad constructiva del ser humano, de la sostenibilidad, de la libertad, la integración y la tolerancia. El feminismo son muchos feminismos y tampoco es la panacea que todo lo salvará, pero se instrumentaliza en la crítica y crece y no se muere en la autoindulgecia. El feminismo sirve, no crea siervos. El feminismo es que la gente no deje de ser feliz por una etiqueta de género. No es cosa de mujeres, ni de hombres, es cosa de todos. Pero si lo proclama una mujer escúchala, oye sus palabras y no le reclames que haya hecho suyo ese discurso porque es el discurso de aquellos a los que no han dejado hablar y a las mujeres las han silenciado mucho tiempo. Luego si crees en ello defiéndelo, compártelo, pero no le cambies el nombre o lo digas con la boca pequeña y un pero detrás porque entonces le estás robando todo su sentido.Si consideras que llamarlo feminismo es una manera de limitar esa lucha a un colectivo es que no has entendido que el feminismo es la no limitación de la lucha a un colectivo.

También puedes encontrarte con quienes lo consideran innecesario porque ya vivimos en la igualdad redactada en las leyes y declaraciones de derechos, esas que son quebrantadas por estados y ciudadanos, o quienes argumentan que insistir en el discurso feminista puede ser contraproducente por saturación. Si ya sabemos que hombres y mujeres no tienen las mismas oportunidades, no hace falta cacarear a todas horas datos que lo corroboren, analizar todo a través de las gafas violetas o pretender  que lo establecido cambie de la noche a la mañana. Pues resulta que sí que hace falta, hay que visibilizar hasta la saciedad, porque el cambio necesitará muchas noches y muchas mañanas para hacerse real. No basta con la aprobación de cuotas de participación en los organismos de poder o con avances puntuales de cara a la galería. Crear una nueva conciencia de lo establecido, de lo aceptable, una nueva forma de vivir, sólo puede consolidarse mediante el debate constante en todos los ámbitos, porque es la única forma de normalizarlo, de la misma manera que la violencia, la explotación y la miseria se han normalizado en este mundo globalizado a base repetir patrones en toda forma de comunicación posible.

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Cicely y Roslyn lo entendieron y el espíritu de lo que defendían cambió a una pequeña ciudad ficticia. Así que si ves que hay razón para que las cosas no sean como son haz tu parte y cuestiona lo que quieras. Háblalo, modifica tu lenguaje, exprésate en formas nuevas si las viejas se te quedan cortas, asóciate, comparte, reflexiona, movilízate en la calle, en casa, donde sea. Apoya con medios, con discurso, con difusión, apoya dejando pasar. Comparte vídeos, escribe en blogs polifónicos sobre grandes cosas, sobre pequeñas cosas. O simplemente escucha y observa. Suma tu historia a otras historias y haz manada, comunidad. Hazlo día a día, en tu entorno o con desconocidos. Cada gesto de cada individuo puede hacer brotar una idea en otro, una perspectiva diferente. Y así funciona, uno a uno. Cuando veía Doctor en Alaska de adolescente quería que Cicely existiera, que fuera real. Hoy, todos esos gestos y mensajes de otras personas que defienden el feminismo me muestran que puede serlo, y que esa isla a la que me llevaría la única serie que me cambió la vida ya no está desierta.

Visiones del otro

En ocasiones es difícil recordar que las relaciones no existen por sí mismas sino que existen las personas que se relacionan. Lo que cada uno ve y experimenta con la otra persona, es decir, aquello que sucede en su cabeza y no los hechos en sí, ésa es la relación. A menudo intentamos definir el amor con determinadas características que en realidad sólo son traslaciones de nuestros temores individuales. Y normalmente nuestros problemas al relacionarnos comienzan en esa confusión. Asumimos que lo que vemos es la realidad, pero no es más que una parte de la realidad vista desde una sola perspectiva. Es totalmente humano generalizar a partir de la experiencia personal, y el cine romántico se mueve en esos parámetros, vemos lo que ocurre entre dos personas desde fuera. Pero ¿y si pudiéramos verlo como lo ve cada parte? ¿No reside precisamente ahí la esencia de la relación en vez de en los acontecimientos en sí y sus resultados?

Desde esta premisa se desarrolla ‘The disappearance of Eleanor Rigby’ (Ned Benson, 2013), una misma historia contada en dos películas desde la perspectiva de cada una de las partes. Eleanor y Conor (Jessica Chastain y James McAvoy) se han separado e intentan reconstruir sus vidas y los momentos clave que les llevaron hasta ese punto. La narración se centra en un periodo concreto en el que podemos ver algunas escenas comunes mostradas en la forma en que cada uno las recuerda y las ha asimilado. Y además, como espectadores, tenemos la ventaja de asistir también al desarrollo de los personajes en sus parcelas no compartidas. A pesar de la sencillez de la propuesta, contar lo mismo desde un lado y el otro, el efecto es poderoso y fascinante. Percibiendo las diferencias de tono en esos momentos narrados desde ambas orillas y llegando a conocer la información que se le escapa a cada parte, es inevitable plantearse muchas cuestiones e incluso modificar nuestra manera de aproximarnos al amor.

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Vía https://melrook.wordpress.com
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Vía https://melrook.wordpress.com

Empezamos a preguntarnos qué habrá sucedido en la cabeza del otro en todas esas situaciones que nos marcaron en nuestras relaciones y cómo el hecho de reaccionar de manera diferente ante lo mismo puede distanciar a dos personas que se quieren. Normalmente recurrimos al tópico de que «son cosas que pasan», pero en realidad no son cosas que pasan, somos nosotros y nuestra incapacidad para ver todas las piezas del rompecabezas. Y aunque parezca inútil de entrada, la mera toma de consciencia de que nuestra visión es parcial y el intento de ponernos en el lugar del otro ya suponen un gran paso. La tendencia a proyectar nuestros patrones internos en el otro y en nuestra relación con él es muy fuerte, sobre todo a medida que acumulamos intentos de conectar con otras personas. La distorsión de la realidad se alimenta a sí misma cuanto más implicados nos sintamos con relación a lo que nos afecta. Es el clásico efecto de «cómo no veía esto cuando estaba viviéndolo». Hay distintas variantes de esta manipulación a la que nuestra mente somete lo que llega a ella; considerar que el otro va a actuar como nosotros o movido por los mismos intereses cuando el bagaje de cada uno es totalmente distinto, esperar que la otra persona cubra unas necesidades que ni siquiera nosotros tenemos perfiladas claramente, definirnos a nosotros mismos y tomar nuestras decisiones siguiendo una manera de ser que pensamos como propia cuando en realidad es un compendio de temores y pautas de comportamiento inculcadas que utilizamos como mecanismos de supervivencia. Y es así como en el camino nos rompemos, porque para sentirnos más seguros necesitamos construir verdades absolutas que nos guíen y lo hacemos juntando fragmentos dispersos que muchas veces ni siquiera son nuestros. Es como tratar de leer un libro en el que sólo hay impresas algunas palabras sueltas.

Some people damage just by living

Puede parecer que este planteamiento es desesperanzador porque nadie es capaz de posicionarse en todos los puntos de vista posibles de cada situación y construir una imagen completa de la realidad. Ni siquiera nosotros como espectadores con más información logramos alcanzar una conclusión certera para la historia de Eleanor y Conor. Pero quizás no hace falta ser un superhéroe con cosmovisión infalible, tal vez baste con profundizar en nuestra manera de ver, trabajar en nosotros mismos, conocernos con sinceridad, y luego tratar de entender que al otro le ocurrirá igual pero a su modo. No podemos saber absolutamente todo en relación a lo que vivimos, pero si podemos conocernos a nosotros, lo cual no es poco, e intentar conectar con el otro a través de la empatía. Es una manera más sana de cimentar las relaciones que apoyarnos en proyecciones. Además, es ingenuo esperar que otra persona nos dé las respuestas a nuestras preguntas, como mucho pueden ayudarnos con los motivos para encontrarlas.

 When we were together I figured out BeforeYouIHadNoIdeaWhoIWas

Y en ese siguiente paso dentro de la crisis de una pareja por la visión que cada uno tiene de ella, se sitúa otra película sobre las relaciones, ‘The one I love’ (Charlie MacDowell, 2014). La cinta de MacDowell se presenta también como una propuesta experimental, aunque en este caso lo que llama la atención no está tan relacionado con el formato sino con el propio argumento. Ethan (Mark Duplass) y Sophie (Elisabeth Moss) son un matrimonio que asiste a terapia para intentar salvar su relación y prueban a pasar unos días solos en una casa de campo por recomendación de su terapeuta. Hasta aquí no hay nada extraordinario en el planteamiento, uno de los recursos más socorridos para fomentar la comunicación entre dos personas es aislarlas en un entorno relajado para darles la oportunidad de expresarse sin presiones externas. Pero la situación adquiere otras dimensiones cuando los protagonistas descubren que en el lugar al que han ido suceden cosas un tanto extrañas. Poco más se puede desvelar de la historia sin arriesgarse a romper la base de su dinámica; un juego de realidades que se mueve entre el humor y los temores e instintos más básicos de sus personajes.

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Vía http://variety.com/

Lo más interesante de ‘The One I love’ es el concepto de la visión que tenemos del otro, qué ocurre cuando nuestra relación es larga y la persona de la que nos enamoramos cambia. Es más, considerando que es inevitable que todos cambiemos, ya que es lo que implica crecer, cómo afecta esto a nuestras relaciones y cómo asimilamos la versión del amor que logra sobrevivir a ese paso del tiempo. «El problema es que te enamoraste de mis flores, no de mis raíces…Y cuando vino el otoño no supiste qué hacer». Usando esta frase hecha podemos entender un poco el estado en el que se encuentran Ethan y Sophie. Aunque quieran continuar con su relación, están demasiado perdidos porque ya no logran comunicarse ya que cada uno está inmerso en la visión que tiene del otro y de las cosas, cada una de ellas anclada en momentos distintos, en prioridades diferentes.

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Vía http://filmint.nu/

«Envolvemos al amado en capas de cristal, y vemos una visión en lugar de una persona durante todo el tiempo que dura el encanto» Stendhal

Otro elemento sobre el que trabaja la historia es cómo las expectativas pueden hacer que nos desviemos de lo fundamental. Nos agobiamos por la maraña de cosas que fallan y que nos gustaría cambiar de nuestra pareja mientras no prestamos atención a lo básico  ¿Siento amor en realidad por esta persona o es dependencia, necesidad o temor a estar solo? ¿Conozco de verdad al otro o conozco una versión de él que mi mente elaboró a partir de algunos de sus rasgos y gran parte de mis deseos?¿Por qué mis relaciones acaban derivando en las mismas dinámicas o se estancan siempre en los mismos problemas? La terapia especial de nuestros protagonistas mantiene el suspense hasta el tramo final de la película no sólo por su juego con una realidad anormal, sino porque atañe a esos interrogantes universales. Básicamente la cuestión es que si quieres sentirte realizado contigo mismo y con tus relaciones amorosas tienes que mancharte y trabajar cuestiones complicadas y que te obligarán a repensarte, si no, es probable que acabes dedicando esfuerzos y tiempo a los mismos errores con personas diferentes.

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Vía http://conidayvuelta.com/

Tanto el díptico de ‘The disappearance of Eleanor Rigby: Her – The disappearance of Eleanor Rigby: Him’ como ‘The one I love’ me han parecido propuestas muy interesantes para plantearse la importancia del concepto de cómo vemos lo que ocurre en nuestras relaciones y cómo construimos nuestra visión del otro. Si trasladamos la responsabilidad de lo que acontece al motor de las relaciones, es decir, a los que se relacionan, y no a las relaciones en sí, como si fueran entes imperturbables bajo los que no queda más remedio que someterse, podemos encontrar la templanza que da saber que nuestra felicidad es posible por nosotros mismos, que podemos construirla. De esta forma,  aunque pueda parecer difícil alcanzarla, lo positivo es que uno puede empezar a acercarse a ella cuando quiera, incluso ahora mismo. Que no puedas ver algo en determinado momento no significa que no esté ahí.

Joseph Gordon-Levitt y el hombre nuevo

La primera imagen que recuerdo de Joseph Gordon-Levitt es la de su personaje en 10 razones para odiarte (Gill Junger, 1999), una adaptación libre de La fierecilla domada (William Shakespeare, 1594) en la que interpretaba a un adolescente que se enamoraba por primera vez. Su personaje representaba el clásico viaje de iniciación juvenil en el mundo de las relaciones de pareja, cumpliendo con todos los cánones de la comedia romántica, aunque con algunos detalles que convirtieron a la cinta en un pequeño fenómeno dentro del género. Luego vinieron más películas, con papeles de todo tipo, hasta la icónica 500 días juntos (Marc Webb, 2009). En ella compartía protagonismo con Zooey Deschanel, una de las actuales musas indies que ejercía el rol de manic pixie dream girl en nivel extremo. Como el crítico Nathan Rabin describió en su definición de este tipo de personajes, se trata de «esa criatura cinematográfica burbujeante y superficial que sólo existe en la febril imaginación de escritores-directores sensibles para enseñar a los jóvenes graves y pensativos a abrazar la vida y sus infinitos misterios y aventuras». Y en cierta forma, todos hemos sido Joseph Gordon-Levitt en su relación con Summer (Zooey Deschanel) alguna vez. Todos nos hemos encontrado con alguien que hace tambalear nuestros esquemas y nos hace soñar con una vida  de cuento de hadas en absoluta conexión con un igual.

La obra de Webb se alimentaba de la mitología posmoderna del amor. Vivimos en la primera era en la que varias generaciones experimentan un acceso más generalizado a la cultura, por lo que los criterios para elegir compañero vital se amplían. La prioridad general ya no es exclusivamente encontrar a alguien con quien crear una familia o reforzar nuestra inclusión en una sociedad concreta. Buscamos perfiles ideales en nuestro mundo hiperconectado, cuantos más checks a nuestra lista de necesidades contenga el individuo en cuestión, mejor. Y lo tremendo es que hay herramientas para hacerlo, para agruparnos en tendencias, categorías, prototipos, clases, como un enorme catálogo a veces sutil y otras vergonzosamente evidente. Si además el lote incluye una apariencia que nos atraiga, ya no cabe duda de que el relato del amor romántico y perfecto se ha hecho realidad.  ¿Pero hasta qué punto es real esto?¿Cómo esperar respuestas que atiendan a la complejidad humana en un entorno social estructurado como un mercado de valores económicos? ¿Qué ocurre cuando las inversiones, beneficios y pérdidas de nuestras estrategias amorosas afectan a una parte importante de nosotros mismos y no a recursos materiales? 
Expectativas 500 dias
Fotogramas de 500 días juntos vía http://catmaster10000.tumblr.com/

Pues lo habitual es el desconcierto y la decepción. Probablemente acabemos como el personaje de Joseph Gordon-Levitt en 500 días juntos, arrastrados por la culpabilización del otro y/o de nosotros, refugiados en los patrones del género; ‘los hombres son así’, ‘las mujeres son así’,’para que las relaciones tengan el final el feliz de película las cosas deben ser así’. Y llega un punto en el que no sabemos lo que queremos, sólo lo que queremos querer, lo que nos han dicho que es querer. Es curioso cómo la trayectoria artística de un actor lo ha colocado tras dos personajes que representan dos etapas claves en el crecimiento personal de cualquiera; el primer enamoramiento, vinculado a nuestra idea preconcebida del amor, y la primera gran ruptura, que supone nuestra toma de conciencia de que esa idea era más una construcción imbuida que un conocimiento real.

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Pero el arco de transformación no acaba aquí. Sin necesidad de esperar una década de nuevo, el actor estadounidense encarnó a otro personaje que se adentraba en la raíz de parte de los problemas de la pareja media; el sexismo como condicionante de nuestras relaciones. En esta ocasión dirigió su propio guión para contar la historia de Jon Martello, una especie de  Don Juan moderno que a pesar de todas sus conquistas sólo alcanza cierto éxtasis viendo pornografía en su ordenador. Don Jon (Josep Gordon-Levitt, 2013) es una declaración de intenciones desde sus títulos de inicio. Jon  trata a las mujeres como objetos y simplifica su ideología en una premisa: «Hay pocas cosas en la vida que realmente me importan: mi cuerpo, mi apartamento, mi coche, mi familia, mi iglesia, mis amigos, mis chicas, y mi porno». Toda su vida responde a unas expectativas calibradas milimétricamente por lo que se espera de él como hombre en la cultura del patriarcado más sexista. Trabaja, cuida su imagen según el patrón en el que cree que encaja, cuida sus cosas, donde incluye a las mujeres, como cree que debe hacerse para tener éxito en ese patrón, mantiene una imagen de cara a su familia y sus amigos y utiliza el porno como vía de escape para una insatisfacción que no es capaz de ver porque él hace las cosas como la sociedad le ha enseñado y por tanto eso conlleva la consecución de la felicidad. Su vida es una rutina cómoda y segura hasta que en su camino se cruzan dos mujeres, Barbara (Scarlett Johansson) y Esther (Julianne Moore).

La primera parece ser la horma de su zapato en cuanto a clichés de género, mostrando algunas de las actitudes más negativas de los mismos como sus tácticas para transformar al chico que le interesa en el chico que le gustaría que fuera. Y la segunda incita a Jon a reflexionar sobre su obsesión por el porno como baremo para plantearse sus relaciones. Jon empieza a descubrir que el sexo y la vida en pareja no pueden ser ejercicios unilaterales conjuntados con el otro en los que cada uno ejecuta un inexorable rol predeterminado como si fuéramos actores de una peli (porno o romántica dependiendo de si somos hombres o mujeres). Y ya no se trata sólo de algo que afecte a nuestra vida amorosa, el sexismo limita nuestro desarrollo personal  y nos convierte en intérpretes de nuestra propia vida en vez de en propulsores de la misma.

Maybe its time
Fotograma de Don Jon via http://biofikill.com/
La modernidad líquida -como categoría sociológica- es una figura del cambio y de la transitoriedad, de la desregulación y liberalización de los mercados. La metáfora de la liquidez -propuesta por Bauman- intenta también dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones. El amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro, se reduce al vínculo sin rostro que ofrece la Web.
Adolfo Vásquez Rocca, Zygmunt Bauman: Modernidad líquida y fragilidad humana

El periplo de Jon Martell, un ejemplo de persona totalmente alienada por la cultura de la imagen y el sexo, es la forma en la que Joseph Gordon-Levitt muestra su ética sobre cómo debería ser la sociedad o al menos cómo no debería ser. Y lo hace sin tapujos, sin tibieza. Utiliza su repercusión mediática como estrella de Hollywood para hablar sobre los efectos de esa normalización aberrante de los condicionantes de género y lo hace porque cree que la discusión abierta es necesaria para eliminarlos. Podría decirse que es un de esos nuevos hombres que también se han cansado del machismo y quieren más libertad para sí mismos porque han entendido que la lucha es común. Al igual que las mujeres, quieren decidir sobre sus vidas y no interpretar un rol. Quieren que ser hombre no les defina como las mujeres quieren que ser mujeres no las defina. No estamos hablando de afirmar la igualdad per se dentro de esta sociedad. Hay diferencias biológicas que influyen en nuestra manera de ver el mundo y eso nos distingue, pero también hay elementos sociales que influyen en nuestra visión del mismo que escapan de todo determinismo biológico y que pueden exponernos al conflicto interno y a la exclusión social. Y cuando nos convertimos en nuestro propio enemigo o en el del otro género por ser como somos, la sociedad como mecanismo de supervivencia y desarrollo humano no tiene sentido. No es posible plantearse la igualdad en una sociedad así, no es posible para muchos hombres y mujeres ser feliz en una sociedad así. Es preciso desarrollar una sociedad nueva, con nuevos hombres y nuevas mujeres.

Odio darme cuenta

Los hombres aprendemos a ser hombres. No nacemos machistas, aprendernos a reproducir patriarcado a través del sexismo, la homofobia, el falocentrismo, la heteronormatividad. Lo importante es que esos aprendizajes se pueden desaprender, lo que implica necesariamente una lucha política.

Claudio Duarte (Sociólogo, académico e investigador de la Universidad de Chile)
A través de su propia productora, Hit Records, Joseph Gordon-Levitt intenta promover el feminismo difundiendo creaciones artísticas que se sustenten en el debate colectivo sobre el género. Como actor entiende la importancia del compromiso de los mensajes culturales con la reeducación, que no adoctrinamiento, de la sociedad. Sólo implicando al mayor número de personas posible, exponiendo ideas, analizando situaciones y fomentando el diálogo, se podrá avanzar hacia esa nueva sociedad más sana para todos. Su ejemplo puede verse como un símbolo de la generación de los 80 y su experiencia con las relaciones de pareja. Crecimos creyendo en el amor romántico con final feliz como en 10 razones para odiarte. Asumimos la transición a la madurez empujados por el fracaso de ese ideal como en 500 días juntos. Y tenemos la posibilidad de reflexionar sobre el papel del sexismo en nuestra insatisfacción vital y cómo podemos cambiarlo como en Don Jon. Cualquiera de nosotros puede y debe plantearse quién es y cómo experimenta el amor. Y si la respuesta no es la que se esperaba de cada uno, no hay que inquietarse, igual es que eres un hombre nuevo o una mujer nueva. Como decía el personaje de Heath Ledger en 10 razones para odiarte: «No hace falta ser siempre quien quieren que seas»

Cuando Penélope se impacienta

Los viajes en el tiempo

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. Es como recibir, ya completamente definido en su última onda de expansión, un sonido cuyo eco se inició en otro tiempo y que sólo has podido percibir una vez que éste ha recorrido ese espacio hasta ti rebotando entre los acontecimientos. La memoria se traslada, con toda su carga de decepciones y anhelos, de un punto al otro de la trayectoria, y se adquiere sin esfuerzo ese entendimiento odiséico del valor del viaje. Así me ocurre cada vez que vuelvo a ver El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001). Siempre hay un viaje, a modo de lectura, en el que no sólo cuentan las aventuras de Rafael (Ricardo Darín), ese personaje en crisis que se enfrenta a las presiones de mantener el negocio familiar, lidiar con la separación de su esposa y asumir los efectos del alzheimer que padece su madre, todo ello rodeado por personas que lo cuestionan y a la vez lo apoyan y a las que es incapaz de acercarse realmente. En El hijo de la novia hay varias historias de amor que se entrecruzan, pero en el recorrido de esta ocasión me ha llamado la atención algo muy específico de la relación entre Rafael y Naty (Natalia Verbeke), porque es un fenómeno más común de lo que imaginamos.

Naty es una chica joven que se debate entre sus sentimientos hacia Rafael y la impotencia de sentir cómo éste toma distancia de ella y no termina de vincularla a su plan vital. En la película no hay demasiada información sobre el tiempo que llevan juntos, pero se da a entender que Rafael comparte parte de su vida con ella. Naty conoce a su familia, cuida de la hija de Rafael cuando éste trabaja, es evidente que no es una relación puntual, pero siempre se desarrolla desde ciertas dinámicas egocéntricas de Rafael que presuponen la conformidad de Naty con ese compromiso en eterna prueba. Nuestro Ulises, inmerso en su propio viaje de crecimiento, no se da cuenta de que no es el único que intenta superar problemas o que sufre o tiene objetivos por los que luchar. Así, se ve sorprendido cuando su pareja no actúa siguiendo el complejo de Penélope y no asume una espera pasiva que será recompensada por el amor del héroe. Naty se da cuenta de que no desea sacrificar su ilusión y su tiempo por una promesa infundada de recompensa romántica.

‘La mujer suele sufrir de lo que yo denomino el complejo de Penélope, cuya figura es esa mujer en espera continuamente, al lado del teléfono, tejiendo y destejiendo fantasías: «¿Me llamará?», «no me llamará?», «¡ah!, pero me lo prometió», «bueno, finalmente llamó». Pero no hay solución de continuidad porque aunque llame, el drama se volverá a repetir: después de la llamada todo vuelve a empezar. Penélope recomienza a tejer y destejer.’
Marie Langer

Naty abandona Ítaca para autoafirmarse y escoger para sí misma en función de aquello a lo que aspira aunque su criterio sea visto como algo infantil por el propio Rafael; la fantasía de la princesa que espera fiel a su príncipe frente la fantasía de construir un amor real y compartido por ambas partes con convicción. ¿Qué factores sociales llevan a Rafael a considerar imposible la realización de la segunda idealización mientras que la primera parece algo aceptable? Pues no es tanto una cuestión de escepticismo personal frente a la idea del amor como la implicación de que él no sea el único sujeto activo y válido para decidir.

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Vía www.pelisargentinas.blogspot.com

 

«Yo no estoy segura de estar enamorada de vos. Siempre supe que no tenés el cerebro de Einstein, ni la plata de Bill Gates, no sé… tampoco sos, yo que sé, Dick Watson, pero me enamoré… no sé por qué. Ahora no estoy segura. Yo no creo que seas el tipo que yo pensaba que eras. Te agradezco mucho que no quieras jugar conmigo, de todos modos yo no te iba a dejar jugar conmigo, porque yo valgo la pena ¿entendés?.. yo valgo.»
(Naty, en El hijo de la novia)

Lo habitual en el discurso dominante es presentar situaciones en las que el sujeto que ejerce el rol femenino, no obligatoriamente tiene que ser una mujer, se limita esperar la resolución del rol masculino. Penélope, que puede ser la «buena chica», el «pagafantas» o la víctima de la «friendzone» (indistintamente del género) acaba centrando toda su potencialidad en el cultivo de virtudes admirables en vez de en el desarrollo de capacidades respetables. En consecuencia se perpetúa la dicotomía de ‘objeto al que ver y sujeto que mira y determina el valor del objeto’, y por tanto, su sentido. El efecto más nocivo de todo esto es la dependencia de aprobación por parte de los sujetos inmóviles (sólo los Ulises asumen la capacidad de decidir y se ponen en movimiento, sólo sus sentimientos y valoraciones son las relevantes) Dicha atribución desigual de poder puede condenar la autoestima de los individuos invisibilizados y generarles perspectivas nada saludables sobre la posibilidad de experimentar el amor de forma sana y positiva, o incluso hacerles sentir que su propia existencia carece de sentido sin el otro.  

El amor no puede ser un ejercicio de estoicismo y espera incondicional en el que dependamos de la evolución del otro para evolucionar nosotros mismos. A pesar de los innumerables mensajes mediáticos que repiten el mismo patrón de héroe-princesa, la realidad es que nos relacionamos con un compañero o compañera, no con un objeto que nos aporte un valor X como si fuera un patrimonio, ni con una pieza que hay que lograr poseer para sentirnos completos como si se tratara de la piedra angular de nuestra vida.

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YouHadMeAtHello
 
“Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa). Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta […] Se sigue de ello que en todo hombre que dice la ausencia del otro, lo femenino se declara; este hombre que espera y que sufre, está milagrosamente feminizado. Un hombre no está feminizado porque sea invertido, sino por estar enamorado”.
Roland Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso, 1977)

Persuasión

Otro ejemplo que ahonda en el concepto de la espera en una relación es el de la novela de Jane Austen Persuasión (1818). La relación entre los protagonistas de esta historia de amor, Anne Elliot y el Capitán Wentworth, se ve truncada por condicionantes sociales, obligando a cada uno a continuar con una trayectoria vital independiente tras su separación. Tras 8 años sin mantener contacto, vuelven a encontrarse y ambos se plantean la posibilidad de darle otra oportunidad a su relación o dejarlo estar en sus vidas separadas. Volvemos a ese punto de inflexión que experimenta el personaje de Naty en El hijo de la novia¿Lo sigo intentando con esta relación, espero a ver si puede funcionar, si esa persona es como pensaba que era o sigo mi vida sin condicionarme por esa espera incierta? En este caso el elemento añadido a la reflexión es la manifestación del propio paso del tiempo. Durante la separación, tanto Anne Elliot como el Capitán Wentworth asumen el rol activo de decidir sobre su destino, sin importar su género. No han esperado al otro, han vuelto a encontrarse , pero habiendo desarrollado su madurez, teniendo definidas sus ideas y su propia realización personal. Y tras ese intervalo vuelven a ese estado inicial, siendo de nuevo ellos dos, pero diferentes, comprendiendo en ese momento cosas de sí mismos que no habrían visto sin haberse aventurado a su propio viaje.

Muchas veces nos enfrentamos a esa situación. Nos planteamos esperar o no por el desarrollo de una relación con la esperanza de que se cumplan nuestras expectativas, a veces cuando no hay señales claras que respalden esa creencia, o incluso cuando las señales son opuestas a lo que requieren nuestras necesidades afectivas. La escena en la que Naty declara sus ideas y la reflexión que planteaba Jane Austen  con esa relación a destiempo son ejemplos de la naturaleza cambiante del ser humano, de la inevitable diferencia de nuestro yo de cada momento, y de la necesidad de hacer ese viaje a partir de nuestra iniciativa y no delegar su gestión a otro ser humano. Debemos cuestionarnos a nosotros mismos para avanzar en la búsqueda de nuestro desarrollo, no hay otra manera. Podemos dar tiempo a aquellas cosas y personas que consideremos que merecen la pena, pero no de forma pasiva/exclusiva, no tejiendo y destejiendo nuestro día a día como si esa abnegada voluntad fuera a ser colmada con la consecución de nuestros sueños. El tiempo es como una flecha que va siempre en una dirección irreversible y lo que acontece en él no vuelve a suceder igual nunca. Lo que transcurre no es un periodo de prueba eterno, es nuestra vida. Cada momento es único, nada se mantiene sólo porque uno se mantenga esperando. No detendremos la posible pérdida, el posible dolor, el posible error, sólo nos detendremos a nosotros mismos, a nuestras posibilidades de ser, de experimentar. E igual cuando llegue o regrese nuestro/a Ulises, el paso del tiempo lo habrá cambiado tanto, que ni siquiera reconoceremos ese amor anhelado. Y su gesto de valoración por nuestro sacrificio será algo decepcionante, como una palmada en la espalda pero sin sonido, vacía.

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Vía www.zazzle.com

Así que la opción más sensata es asumir el riesgo de decidir, hacer aquellas cosas que nos hagan ser quienes realmente somos e integrar todo eso en un viaje común, pero recorrido siempre por cada uno con su propio pie. Eso no nos aportará la seguridad de lograr lo que nos propongamos, ni de solventar todos los obstáculos, pero puestos a esforzarse, que sea por algo nuestro, por algo escogido. Como afirmaba el personaje de Rafael en determinado momento de la película de Campanella: «Quiero todos tus problemas, y los míos, esos problemas, no los otros» Y con respecto a la asociación de lo ‘femenino’ con la incapacidad de decidir y asumir el reto de los cambios y el paso del tiempo Jane Austen lo expresó con claridad:“Odio oírte hablar así como un fino caballero, como si todas las mujeres fueran finas señoritas en lugar de criaturas racionales. Ninguna de nosotras espera estar en aguas tranquilas todos los días”. 

A veces ocurre que algo que una vez observaste o experimentaste de manera casual vuelve a ti, pero esta vez conectado directamente al sentido vital que precisas en ese momento. A veces ocurre con las relaciones y éstas sólo funcionan en el tiempo en el que ambas partes están listas y no antes. No hay una norma que asegure cuándo se trata de un tipo de amor o de otro, cuándo va a enriquecernos y cuándo no, pero es más probable que tomemos las decisiones que nos hagan más felices si somos conscientes de que esa flecha que es el tiempo tiene que ser lanzada por nuestra mano.

Love Actually

La culpa de todo la tiene James Stewart . Él empezó todo esto con el pomo de la barandilla de la escalera que siempre se soltaba, y de ahí hasta nuestros días. Llega la navidad y nos ponemos a hacer balance vital cual George Bailey en ‘¡Qué bello es vivir!’ preguntándonos si llevamos la vida que queremos o si somos víctimas del destino. Es la época del año en la que nos vemos obligados a dedicar más tiempo y atención a nuestras relaciones personales, lo que a veces se convierte en un revulsivo inesperado para cuestionar el amor en nuestras vidas. Quizás por eso ‘Love Actually’ se ambiente precisamente en el periodo navideño, para aprovechar esa red de encuentros tan concentrada que sólo tienen lugar en esos días del calendario. La película, escrita y dirigida por Richard Curtis, realiza un breve recorrido por varias relaciones y apela a nuestro optimismo para mostrar una idea del amor.

«La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo entiendo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo no es especialmente decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí. Padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos. […] Si lo buscáis tengo la extraña sensación de que descubriréis que el amor en realidad está en todas partes.»

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Escena de ‘Los fantasmas atacan al jefe’ (‘Scrooged’, 1988)

El mensaje no es nuevo y el resultado del conjunto es ciertamente agradable, un producto perfecto para todos los públicos, pero el collage de historias no es tan heterogéneo como se anuncia, ni la panorámica sobre el amor resulta tan realista. Sólo una de las propuestas se sale del patrón pareja heterosexual y todas aspiran al noviazgo o el matrimonio salvo el caso nombrado y los damnificados por circunstancias insalvables como el personaje de Mark (Andrew Lincoln) que está enamorado de la esposa de su mejor amigo, o Sarah (Laura Linney) y Karl (Rodrigo Antoro), que no logran superar la relación absorbente de Sarah con su hermano enfermo mental. El caso de Sarah resulta interesante como manifestación del concepto de sacrificio de amor tan vinculado al universo femenino. Ella lleva dos años enamorada de su compañero de trabajo y cuando por fin hay un acercamiento entre ambos prefiere seguir manteniendo su vida como está, centrando toda su atención en la relación con su hermano. Ni siquiera hay un intento de adaptación por su parte. Karl no es consultado para saber si a pesar de las aparentes dificultades está dispuesto a esforzarse, es una decisión unilateral.

Es como si la devoción hacia un tipo de afecto fuera incompatible con cualquier otro. Es una clásica postura de resignación heredada de la idea de amor romántico, en la que el individuo es un agente pasivo sin capacidad creativa de alternativas a un totalitarismo social sobre el ámbito privado. «Como ya no tenemos padres y ahora los dos vivimos aquí es mi deber cuidarle. Bueno, no es mi deber, pero obviamente lo hago encantada.» Con ese obviamente lo hago encantada Sarah oculta la frustración de una vida solitaria marcada por la dependencia de su hermano. No estaría bien visto ser sincero y afirmar que algo nos sobrepasa, que no sabemos cómo afrontar una situación difícil en una relación. Hay otro momento significativo con respecto a esto en la historia de Daniel (Liam Neeson) un hombre que acaba de quedarse viudo y al cargo de su hijastro. En determinado punto recurre a su amiga Karen para mostrar sus temores y su dolor y ella le insiste en que se controle, que nadie soporta a los cobardes. Nos encontramos de nuevo ante un condicionamiento de género. Puede que estos sean los detalles de la película más cercanos a lo que podría ser una crítica a la idealización del amor romántico y nuestros roles en dicho esquema, pero no se profundiza en ello, Curtis prefiere quedarse con una imagen general más amable.

Por otro lado, determinadas líneas argumentales se desarrollan de forma un tanto forzada como la infidelidad sufrida por Jamie (Colin Firth) y su enamoramiento absoluto de alguien a quien apenas conoce, Aurelia (Lúcia Boniz), la asistenta portuguesa que le ayuda en la casa de campo donde se retira para escribir. La barrera del idioma no les impide conectar, pero de eso a una propuesta matrimonial estilo caballero hay un trecho. Resulta más realista la infidelidad de Harry (Alan Rickman) hacia Karen (Emma Thompson), ambos formando el modelo clásico de matrimonio maduro. Y es creíble entre otras cosas por la tremenda secuencia de Emma Thompson asumiendo la decepción mientras escucha Both Sides Now de Joni Mitchell, un momento íntimo y conmovedor.

Escena de Love Actually

Nos encontramos también con otras líneas argumentales más frescas como ese primer amor del hijastro de Daniel, el romance entre los dobles de cine porno o la relación entre el Primer Ministro británico (Hugh Grant) y su secretaria Natalie (Martine McCutcheon). Esta historia se adentra quizás en terreno algo inverosímil y no sólo por el movimiento de caderas de Grant cuando le da por bailar, sino por representar una versión del cuento del rey enamorado de una chica del pueblo. Refuerza el dañino mito del príncipe azul. Aunque para exagerar tópicos está el personaje de Colin (Kris Marshall) y su idealización de la mujer americana como  la solución para su limitada vida sexual. Esto último es además un llamativo ejemplo de la cosificación sexual de la mujer, ya que lo que acontece desde que Colin pisa tierras estadounidenses parece más una fantasía erótica que la consecuencia lógica de una fe ciega en sí mismo y su plan.

Por último quiero destacar mi historia favorita de toda la película,  la relación entre el rockero Billy Mack (Bill Nighy) y su manager Joe (Gregor Fisher). Billy intenta colarse en las listas de éxitos navideños con una versión de ‘Love is all around’ que se limita a cambiar la palabra ‘love’ por ‘christmas’, todo un prodigio. Su curiosa campaña promocional basada en la sinceridad más descarada  y certera no sólo proporciona las secuencias más divertidas del film, además desemboca en la única declaración de amor fuera del patrón heterosexual, e incluso fuera de la propia concepción del amor romántico en sí. Billy descubre que el verdadero amor de su vida ha sido su agente, quien le ha apoyado de forma incondicional incluso en sus manifestaciones más irreverentes. El vínculo entre ambos es real y honesto, inclasificable y tierno. Es amor, del de verdad, del de navidad, y no ha sido algo casual, ha sido algo sustentado a lo largo del tiempo. «Hemos tenido una vida maravillosa» le confesaba Billy Mack a Joe.

El amor está en todas partes pero no es algo que se tenga que buscar para verlo o con lo que nos tropezamos si tenemos suerte en el camino. Si fuera así, el desarrollo de nuestras emociones estaría  expuesto al devenir de la vida y nosotros estaríamos indefensos. Este planteamiento es una forma de evadir nuestra responsabilidad en la gestión de nuestra propia felicidad. Tal vez sea mejor considerar  que el amor es una construcción que nos permite elevar un sentimiento de base hasta alcanzar una emoción profunda que cuando está nos estimula como pocas cosas lo hacen y cuando desaparece no nos abandona en un pozo de dolor profundo  porque aunque sea temporal no es efímera.

Love Actually Agony

Con esto no quiero decir que cada uno «elabore su amor ideal» como si se tratase de una receta de cocina. No es cuestión de cambiar a nadie, ni de idear un plan maestro para el éxito como el personaje de Colin, ‘el dios del sexo’. Si confiamos en ese tipo de estrategias lo más probable es que nos decepcionemos y suframos más de lo necesario a pesar de que quienes prueban dicha fórmula  en la película salgan bien parados. Construir no es controlar ni establecer un canon a nuestra imagen y semejanza. Puede haber una atracción implícita o un afecto entre dos personas, pero si no hay una comunicación entre ambos, una implicación de ambas partes, las posibilidades se diluyen, como le ocurría al personaje de Sarah (Laura Linney) con Karl. Construir el amor es un diálogo entre dos seres humanos para complementarse en un proyecto común. Las relaciones no deben ser entes misteriosos que nos atacan a veces dejándonos como víctimas a su merced, ni inaccesibles fórmulas de desigualdad bajo las que tenemos que someternos para ser felices. No hay nadie que encarne nuestros sueños ni se nos aparecerá en un futuro como el espíritu de la navidad si creemos en el amor como en una bendición concedida. Ambos la habían construido juntos en un entendimiento mutuo. A diferencia de las comedias románticas en las que lo personajes están supeditados a roles, la vida en el mundo real nos permite construir un amor perfecto para cada uno, construirlo con el otro y experimentarlo.

To me You Are Perfect

Y volvemos a James Stewart y a ‘¡Qué bello es vivir!’. George Bailey pasó una navidad muy complicada para comprender qué era lo que quería y aunque el final de su historia es casi milagroso, no deja de ser el resultado de lo que el personaje de James Stewart construyó como amor. Y se trataba de un amor como el descrito al inicio de ‘Love Actually’, no exclusivo del prototipo romántico, esa clase de magia que te encuentras en la terminal de llegadas de un aeropuerto. Tú lo construyes a partir de algo que te hace sentirte en comunión con otro ser humano, como cuando George y Mary conversan al regresar a casa tras el baile:

«-¿Qué has pedido?¿Deseas la luna? Dime solamente una palabra, la cogeré con un lazo y te la entregaré. Te regalaré la luna.
-La acepto. ¿Y luego qué?
-Pues luego te la comes. Y los rayos lunares saldrán entonces de la punta de tus dedos y de la punta de tus dedos de los pies y de la punta de tus pelos ¿Estoy hablando demasiado?»

Story of (Timeless) Love: amor y erotismo en la madurez

Hace unos meses una serie de fotografías de Ken Griffiths para el Sunday Times conmovía a las redes sociales. Se trataba de una recopilación de retratos de una pareja de ancianos posando frente a su casa, durante doces meses, siempre en las mismas posiciones. Los cambios del clima, las diferentes estaciones, los efectos del envejecimiento en sus protagonistas, todos los elementos de las instantáneas, evocaban un recorrido vital compartido. Esta historia de amor incondicional se cerraba con la última imagen de la colección, la fotografía solitaria de uno de ellos ocupando el lugar del otro ausente.

Ken Griffiths
Imagen de Ken Griffiths via Indulgd

El proyecto de Griffiths generó una respuesta bastante emotiva y tuvo una amplia difusión en Internet. Justo en el mismo periodo, me encontré con otro proyecto fotográfico que trataba también el amor en nuestra etapa más adulta. ‘Timeless Love’, un trabajo de Marrie Bot, reflexionaba sobre el erotismo en la madurez a través de escenas íntimas de distintas parejas. La serie llamaba la atención sobre la realidad de la sexualidad a partir de determinadas edades, a menudo considerada un tabú social. Fue entonces cuando me cuestioné por qué obras como la de Bot pasan desapercibidas a pesar de que apelan, como la primera historia, a la complicidad del amor hasta el final.

Marrie Bot Liesbeth and Cor - Timeless Love
(Imagen de Marrie Bot via Cultura Inquieta)

«El amor durante la vejez no es repugnante o extraño, sino muy natural,
y….la gente mayor desnuda no es repelente o aterradora.» 

Marrie Bot, fotógrafa.

El contraste de la repercusión mediática de ambas propuestas es un ejemplo más de culto a la juventud que invade nuestro entorno y de cómo éste puede afectar a nuestras relaciones de pareja y generar una percepción distorsionada de nosotros mismos. El mensaje con el que nos bombardean es que para ser feliz el ideal al que aspirar es el amor romántico. Para conseguir dicho amor hay que gustar. Y lo que agrada de verdad es aquello que se enmarca en nuestra concepción social de belleza y perfección. Ninguna necesidad es más lucrativa para el mercado que el deseo de ser amado. Intentamos ser más atractivos, parecer más jóvenes, disimular lo más posible nuestros supuestos defectos y responder a las expectativas de comportamiento propias de cada etapa de nuestra vida, porque así nos aceptarán, porque así nos querrán. De esta forma, asistimos a rocambolescos fenómenos de consumo reflejo de la carrera por mantenernos jóvenes o leemos declaraciones de la veterana actriz Hellen Mirren bromeando con su decepción porque nadie hackease su móvil en el escándalo de los desnudos robados a estrellas de Hollywood (the fappening). Y es que para ser trending topic hay que ser joven y perfecto, la madurez no puede ser sugerente ni desafiante, ni mucho menos normalizarse en todas sus dimensiones.

A real woman is never too old

El sexo es el principal reclamo publicitario y aceptamos que invada la mayoría de los discursos de comunicación, pero siempre asociado a la juventud, o incluso a estereotipos irreales de la pornografía. Según aumenta nuestra edad, la atención dedicada a determinados aspectos de nuestra vida se resiente. Lo que no resulta apropiado en el escaparate en el que nos exhibimos para ser amados se silencia, se oculta. Pero resulta que como seres humanos adultos seguimos teniendo las mismas necesidades de contacto, afectividad física y autoafirmación que cuando éramos más jóvenes. Continuamos desarrollando nuestra sexualidad de la misma forma en que no dejamos de construir nuestro pensamiento a lo largo de los años. Con canas, celulitis o arrugas seguimos sintiendo la misma atracción por vivir y amar de forma plena. «Es totalmente falso y cruelmente arbitrario poner todo el juego y el aprendizaje en la infancia, todo el trabajo en la mediana edad, y todos los pesares en la vejez» afirmaba Margaret Mead. Y es necesario visibilizar tanto la ternura de la pareja de las fotografías de Griffiths como la sensualidad de las parejas desnudas de Bot porque ambas manifestaciones forman parte de la belleza de crecer y de la fascinante complejidad de las relaciones. Debemos reivindicar todo lo que somos como individuos, valorarnos a nosotros mismos como seres diversos, sin anular ninguna de las facetas que nos hacen felices y humanos. Considerar incómoda o vergonzosa la desnudez natural, la pasión, la autenticidad con todas sus imperfecciones, sin importar la edad, es condenarnos a la frustración personal y a una inútil y triste limitación del amor. Es preciso reclamar a las personas como referentes, NO a los roles, empoderar al amor real en vez de a las idealizaciones inalcanzables y dañinas. De ello depende el equilibrio de nuestras emociones y el respeto hacia nosotros mismos. Cuanta mayor comprensión haya sobre la riqueza de envejecer, mayor será la liberación de condicionamientos destructivos.

I'm nine hundred and three years old

You got a problem with that?

Terminaré con una cita de «Beginners» (2010), una película de Mike Mills en la que el padre del protagonista salía del armario a los 75 años en todo un ejercicio de valentía y buen humor. Y es que nunca es demasiado  tarde para ser uno mismo ni se es demasiado viejo para amar realmente.

«¿Ocurre de repente? Requiere mucho tiempo. Normalmente, para cuando eres real, la mayoría de tu pelo se ha caído, se te han salido los ojos y se te aflojan las articulaciones. Pero estas cosas no importan en absoluto porque eres real. No puedes ser feo excepto para la gente que no lo entiende».

El viejito y la viejita

Esta mañana estuve solicitando documentación para unas gestiones. Entre formularios y datos me he encontrado con algunas cifras curiosas sobre mis abuelos. Descubrí, por ejemplo, que los números de los DNI de ambos eran correlativos. Me pareció extraño, pero rápidamente pensé que en la época en la que ambos nacieron no se utilizaba el documento nacional de identidad y que cuando fueron a solicitarlo ya estaban casados y por tanto habían ido a pedirlos juntos. Siempre iban juntos a todas partes y como mi abuelo no sabía ni leer ni escribir, mi abuela le rellenaba lo que necesitase. Me imaginé esa escena, hace varias décadas, de los dos cogidos de la mano tomando sus identificaciones, un número justo detrás del otro. También pude ver que mi abuelo sólo había sobrevivido 5 años después de la muerte de mi abuela. Los dos fallecieron siendo muy pequeña y nunca pude recordar las fechas. Me pareció lógico que el viejito no pudiese vivir demasiado tiempo sin la viejita y me estremeció la idea del temor que tuvo que pasar durante esos años sin su ser humano correlativo, sin sus manos y sus ojos en el mundo de las cifras. Sólo eran números en papeles, fechas en archivos, y sin embargo bastaron para entender el universo existente entre dos personas. Siempre me ha entristecido la idea de que se fueran tan pronto, el hecho de no haber podido conocerlos más. Me habría gustado preguntarles qué opinaban de las cosas, qué secretos me podían desvelar. Hoy me alegré de que no siguieran vivos. La sociedad de ahora les habría tratado como números inservibles. La mentalidad adelantada de la viejita, su humor y su espíritu valiente se habrían sentido prisioneros e ignorados. La infinita bondad del viejito, que no cenaba si su equipo de fútbol perdía y lloraba sólo con pensar en el mar, habría sufrido terriblemente por el dolor ajeno durante esta crisis. Ahora están juntos el viejito y la viejita. Y los números no son para contar, sino para que cuenten lo que hay detrás de ellos.

 

Ken Griffiths

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