Dejar de ser invisibles: una reseña de la película «Las Invisibles»

Pasear por la calle y encontrarse con elementos aparentemente decorativos que esconden funciones menos inocentes, como adornos en hierro forjado que acaban en una flecha puntiaguda o barras que separan un banco por la mitad, es algo común en muchas ciudades. Estos elementos dejan mensajes sutiles, pero contundentes, a aquellas personas que no tienen un hogar donde dormir: su condición de sin techo no es bien recibida en ese espacio.

Hemos estado en el preestreno de la película Las Invisibles (Les Invisibles, en su versión original), una comedia social francesa dirigida por Louis-Julien Petit y guionizada por Marion Doussot y Claire Lajeunie. En su producción también cuenta con otra mujer, Liza Benguigui. Porque, como propone la actriz y directora de cine Rory Uphold, es necesario atender a cuántas mujeres hay detrás de la cámara y qué lugares ocupan. Esta película tiene como precedente e inspiración el documental Femmes invisibles, survivre dans la rue y el libro Sur la route des invisibles, ambos de Claire Lajeunie, que abordan las realidades de mujeres sin hogar en Francia.

La película comienza donde termina la historia contada en el documental. Siguiendo el test de Alison Bechdel, podemos hacerle varias preguntas a la película: ¿cuenta con dos o más personajes femeninos con nombre? ¡Por supuesto que sí! Tenemos a Audrey, Manu o Hélène, quienes representan a trabajadoras sociales. También están Monique, Catherine, Dalida, Julie, Fedoua, Chantal o Marianne, entre otras. Mujeres muy diversas en las que se personifica la figura de las sin techo. Este segundo grupo está compuesto por actrices debutantes.

Y las siguientes preguntas son: ¿estos personajes hablan entre sí? ¿Sus conversaciones giran en torno a aspectos diferentes a los hombres y su relación con ellos? También podemos responder afirmativamente. Las protagonistas hablan entre ellas de sus preocupaciones, del pasado, de la pobreza, de cómo conseguir un trabajo e, incluso, de cómo arreglar una videoconsola vieja y estropeada.

La película alude a las invisibles como metáfora para señalar que determinados grupos de personas son apartados de los ojos de quienes ostentan posiciones más privilegiadas en una sociedad por su clase, género, raza o identidad. Las mujeres sin techo están invisibilizadas principalmente por su pobreza y su género. A esas categorías se unen otras que ahondan en su marginación: ser anciana, transexual, racializada o ser drogodependiente son algunas de las que muestra la película.

Las otras invisibles a las que se hace referencia son las trabajadoras e integradoras sociales. Desempeñan oficios relacionados con los cuidados, altamente femenizados y, en consecuencia, desvalorizados. Se pretende poner de relieve la importancia de aquellas ocupaciones que pasan desapercibidas mientras se realizan, pero que se vuelven imprescindibles y pasan a ser visibles en el momento en que se dejan de llevar a cabo.

Las invisibles muestra sin florituras las barreras difíciles de sortear, no por grandes sino por oscuras e intrincadas, de quienes reúnen las características de las protagonistas. Cómo la vulnerabilidad, la falta de herramientas y las inseguridades que encuentran estas mujeres les afectan a la hora de desenvolverse en una sociedad que rápidamente las identifica como marginales, perpetuando su marginación. O el miedo a sufrir violencia sexual fuera del espacio no mixto que constituye el centro de día L’Envol (El vuelo). Miedo que llega hasta las trabajadoras sociales y, empatizando con ellas, les permiten pasar las noches en las instalaciones.

También nos muestra formas de amor subversivo. Afecto en forma de sororidad, de estrategias revolucionarias de amor y cuidados, como acompañar tratando de no anular o decidir por ellas. Poniendo en valor y permitiendo que muestren las capacidades y fortalezas que ellas ya tienen. O ayudándolas a buscar referentes de mujeres que conozcan, a través de las cuales puedan llegar a sentir que ellas también importan, mediante el empleo de tácticas lúdicas. Todas las integrantes del centro eligen como apodo el nombre de una mujer reconocida o mediática: Edith Piaf, Simone Veil, Lady Di o, incluso, Brigitte Macron son algunos de ellos.

Recomiendo que, si podéis, no dejéis de ver esta película porque, como comedia, resulta amable y divertida. Pero, sobre todo, porque pone en el centro y da vida a historias de mujeres no privilegiadas, que aparecen con una voz propia y complejidades que van mucho más allá del amor romántico enfocado hacia los hombres, hacia el matrimonio o la maternidad. Resulta muy necesario visibilizar a las invisibles, en todas sus formas.

María (y casi todas): sobre «María (y los demás)», de Nely Reguera

(Atención lector/a, este post contiene SPOILERS de la película).

María podríamos ser todas en algún momento de nuestras vidas. Y los demás son aquellas personas que están alrededor: la familia, los amigos, los compañeros o los conocidos con los que se comparten los días. Personas que, aunque físicamente estén cerca, no siempre pueden entenderla.

Cartel promocional de la película "María (y los demás)"

Cartel de la película «María (y los demás)»

Los demás quieren que María les escuche. Pero ella siente que su momento nunca termina de llegar. María ha cuidado de su padre enfermo durante meses, o quizás puede que haya sido más tiempo. Desde que tenía quince años, exactamente, que es cuando murió su madre. Y es que ella tiene dos hermanos que a veces le dicen que la quieren efusivamente y que le cantan el Como yo te amo de Rocío Jurado, pero que se desentienden cuando se trata de compartir tareas y cuidados o la llaman histérica cuando se le ocurre protestar, que no creen en sus capacidades lo más mínimo, a pesar de que lo hace casi todo.

Ahora su padre se ha recuperado y va a casarse con Cachita, su enfermera. Y María no puede tener sororidad hacia Cachita porque ella no la tiene hacia María.

Tampoco María puede conectar con sus amigas cuando le hablan de lo bueno de la vida, de todas esas cosas que ella no tiene. O con la joven y exitosa escritora que presenta su nueva novela en la editorial en la que ella trabaja. En esos casos, María siente una profunda rabia.

María es estricta consigo misma, pero deja los zapatos tirados por la habitación y las carpetas desperdigadas por el escritorio del ordenador. Y con la cabeza desorganizada, durante las noches, busca un final para la novela que no consigue acabar.

Imagen en la que la protagonista de la película, María, escribe su novela

María tratando de acabar su novela

María tiene un amante que es un capullo, que no la valora, que exige demasiado mientras se desentiende de casi todo, que desaparece cuando le da la gana y que la manipula sentimentalmente. Un amante que solo la llama para tener sexo. Siempre el tipo de sexo que él quiere tener. Y ni hablar de lo que María quiere o le apetece o siente. Ella se pone feliz cuando recibe un poco de atención de este amante. Cuando, después de horas esperando, le contesta un WhatsApp. Entonces tararea canciones y sonríe durante el resto del día. Porque sabe que, aunque esté fastidiada, estando con él se aferra a lo que las normas sociales marcan para una chica de su edad. Por eso, cuando su familia le pregunta con quién va a ir a la boda de su padre, ella dice que con su novio.

Y es que a María, al igual que a Amélie Poulain, se le escapan las oportunidades por no enfrentarse a la realidad y perderse en el artificio. Se le escapa la novela, se le escapa la felicidad, se le escapan los treinta y cinco y la fuerza para mandar a paseo a los hombres egoístas que hay a su alrededor. Hasta ella parece querer escaparse de su propia vida cuando la vemos correr por la calle de un lugar a otro en algunas escenas.

Y yo, que llego cerca de un año tarde a esta película, tengo que agradecerle a Nely Reguera que haya dirigido un largometraje tan cuajado de detalles y matices como María (y los demás). Porque no está de más que nos recuerden que la realidad no se compone por personas esencial y arquetípicamente malas o buenas: todos oscilamos entre una amplia gama de grises. Como María, que se sorprende a sí misma observando impasible cómo Cachita se ahoga en el mar justo antes de tirarse a por ella al agua.

Hacen mucha falta películas que pongan bajo el microscopio las historias que narran. Que hablen de que perderse es normal, que nos muestren a mujeres que tienen dificultades, que están en encrucijadas, que pelean y que todos los días se atreven, a pesar de los demás, a pesar del contexto que las acompaña. Estas historias son más importantes, interesantes y necesarias de lo que solemos pensar.





«La llamada» u otras formas de tratar el amor romántico

El otro día estuve viendo La llamada (película) de Javier Ambrossi y Javier Calvo. Me vais a tener que perdonar, he de confesaros que no he visto la obra de teatro originaria, pero me hubiera encantado hacerlo antes de ver su versión cinematográfica.

Escribo sobre esta película porque, mientras estaba en la sala, mi cabeza hizo clic unas cuantas veces, y algunas ideas empezaron a conectar con otras. Seguramente, a quienes ya la habéis visto os haya pasado algo parecido. A quienes no, deciros antes que nada que vayáis, porque os reiréis. Y si fuisteis niños durante los noventa y os gustaban los libros de Monolito Gafotas, como es mi caso, posiblemente encontrareis un guiño a Sita Asunción en el personaje de Sor Bernarda. Nuevamente a los que no la habéis visto, deciros que puede que sea mejor posponer esta lectura para más adelante porque, aviso, contiene SPOILERS y no me gustaría ser la culpable de haber destripado la película a nadie. Una vez hecha esta advertencia, ¡comenzamos!

Cartel de la película "La llamada" donde aparecen sus protagonistas.

Cartel de la película La llamada

La llamada se desarrolla en el transcurso de un fin de semana de verano. El lugar en el que suceden todos los acontecimientos es un campamento católico de Segovia llamado La Brújula, regentado por monjas. En este contexto son narradas las historias de las cinco protagonistas. Y sí, habéis leído bien, ¡todas ellas son mujeres! Creo que esta película podría pasar el test de Bechdel sin problemas.

Hay dos amigas adolescentes. A ellas les gusta el reggaeton y el electro-latino. A veces cantan juntas, incluso han empezado a formar un grupo musical.

También hay una monja novicia, encargada de custodiar a las adolescentes. Es una mujer joven, aparentemente insegura e inocente, que toma el papel de paciente mediadora entre las chicas rebeldes y la monja encargada. Esta monja encargada de dirigir el campamento suele ser bastante estricta, pero no puede parar de verse reflejada en las jóvenes y de recordarse a ella misma en su juventud, llegando a cuestionarse sus propios métodos. Por último, entre las protagonistas también está la cocinera del campamento. Ella es cómplice y confidente de las jóvenes, sabe de sus salidas nocturnas y de sus amores de verano.

Al principio, podría parecernos que la trama va a girar en torno a la religión y a la rebeldía juvenil, pero pronto descubriremos que hay una cuestión que vertebra las demás temáticas presentes en la película. Esta cuestión es el amor romántico.

En La llamada, el amor romántico está tratado de una forma bastante curiosa. Cuando una de las adolescentes empieza a ver a Dios por las noches, cree que es una «llamada» a seguir el camino de la religión y posiblemente a casarse con Dios, convirtiéndose en monja. Esta idea es la que se insinúa en la película.

Ella no sabe lo que le está pasando, se avergüenza y guarda silencio porque piensa que no la van a entender. Lo vive con el secretismo y la cautela de un enamoramiento. Pero si hay alguien que conoce muy bien lo que le está ocurriendo, esa es la monja novicia. Y como si de una hermana mayor se tratase, le aconseja que no dé ese paso, que se lo piense porque aún es muy joven y va a tener que renunciar a muchas cosas que le hacen feliz: la música, sus aspiraciones, la ropa que le gusta llevar… Esto es algo muy parecido a lo que ocurre cuando tenemos una pareja posesiva.

Imagen de los actores y actrices que actúan en "La llamada" durante el rodaje.

Reparto de la película La llamada

Esta monja sabe bastante de la situación. También tuvo un grupo de música en su adolescencia y fantaseó con otras muchas metas vitales distintas a convertirse en novicia. Y es que si se atreve a hablar sobre ello con la adolescente es porque se ha empezado a dar cuenta de que ha dejado demasiadas cosas olvidadas al centrarse en su vocación espiritual, y ahora está calibrando si el peso de la religión la está ahogando como persona.

¿Podríamos compararlo con las aspiraciones aparcadas en los márgenes de nuestros días por otorgarle todos nuestros esfuerzos y ganas a noviazgos y matrimonios o a la consecución de ellos? Yo pienso que sí. Y creo que la película, pretendidamente o no, consigue que lleguemos a esta conclusión.

Mientras todo esto ocurre, otra adolescente se está enfrentando al gran tabú de la homosexualidad y a la incomprensión que podría conllevar el reconocerlo públicamente, dado el contexto religioso en el que se desarrolla la trama. Su realidad es, al mismo tiempo, diferente y similar a la de su amiga.

Por último, la cocinera del campamento se ha cansado de ocultar a los demás que su pareja la ha dejado. Ahora lo único que quiere es un hombre con el que poder salir a bailar.

Vemos, por tanto, que en un primer momento las protagonistas deciden replegarse sobre sí mismas. Más tarde se atreverán a expresar lo que les está ocurriendo y a compartirlo con el resto de personajes.

Como os adelantaba antes, el amor romántico traspasa toda la película. A veces, incluso de las formas que menos podríamos haber esperado. Y para mí eso es un punto muy a favor, ya que la mayoría de las veces que se nos habla de amor en el cine ha de tratarse de un amor romántico al uso o más bien estereotipado, encarnado casi siempre por una pareja joven, heterosexual y guapa. Y podríamos seguir la lista, enumerando características típicas y conocidas por todos.

Pero si hay algo que me ha gustado mucho muchísimo de esta película, es la sororidad que desprenden, unas con otras, sus protagonistas. La representación de la camaradería, del apoyo, del afecto, de la comprensión o del trabajo codo con codo entre mujeres, en detrimento de la rivalidad y la falta de empatía por nuestras congéneres a la que nos tienen acostumbradas en el cine. Por todas estas razones no os puedo dejar de recomendar una vez más esta película, ya que no os dejará indiferentes.





Quiéreteme no te quiere

#Quiéreteme no te quiere

Enero llegó y nos trajo de vuelta el frío y las rebajas. Los telediarios abrían una vez más con esa imagen, que empieza a tener algo de obsoleta, de la gente agolpada frente a las puertas del Corte Inglés de Preciados esperando para pasar en tropel y hacerse con las mejores gangas.

Durante la sobremesa de un día cualquiera, la televisión suena de fondo: Quiéreteme, date un capricho amor. Quiéreteme, ponte guapa por favor. Quiéreteme, es hora de pensar en ti… Esa melodía se cuela por los oídos casi sin darte cuenta, evocando sensaciones de alegría y optimismo. En el siguiente acto estás con el móvil entre las manos y tecleando. Esperando encontrar productos que llamen tu atención. Porque te lo mereces, porque lo vales, porque te quieres.

Sin duda la cadena del triángulo verde ha ideado un spot muy pegadizo y efectivo. Seguro que podéis tararear la musiquilla sin pensarlo demasiado. Apuesto a que tampoco ha pasado desapercibida la palabra insignia de la campaña.

Quiéreteme parece una mano tendida que invita a mimarse. Pero en realidad resulta ser como un caramelo envenenado. Quiéreteme no significa que te quieras a ti. No se trata del amor que una se profesa a sí misma porque sí. Quiéreteme es sentir insatisfacción y comprar con la esperanza de que se disipe. Es ponerte guapa, arreglarte… pero nunca pensar que eres guapa sin más.

Quiéreteme es un imperativo curioso. Nos da y nos quita a la vez. Sugiere que nos queramos a modo de consejo, pero se retuerce al final añadiendo un -me. Pidiéndonos para sí aquello que nos había regalado al principio. Quereos, pero para mí, parece decirles el joven de traje gris a las muchachas del anuncio.

Quererse para una es un acto demasiado egoísta y poco atractivo para una campaña comercial. Hay que quererse con el fin de agradar y gustar. Tú preocúpate solo de sonreír. 

Quiéreteme implica no podernos querer como nos dé la gana, sino de una forma concreta. Aquella que nos sugiere todo un  sistema muy bien ensamblado.

Por ello, quiérete sin -mes y sin más. Quiérete solo, sin aditivos. Cuando estés sola o acompañada. Quiérete para ti. Porque sí, sin necesidad de ponerte guapa o atractiva o moderna o elegante. Quiérete cuando te apetezca y porque te apetece.

Sobre todo, quiérete después de que el subidón provocado al comprarte ese abrigo en las rebajas se haya ido. Quiérete cuando no tengas dinero para gastar en las tiendas, o cuando no lo quieras gastar y todo te incite a que lo hagas. O cuando al hojear un catálogo de moda pienses en todo lo que deberías cambiar en ti. Entonces quiérete, no por lo que puedas llegar a ser o por lo que un día fuiste, sino por lo que eres.





El dilema de no ser suficientemente buenas

A menudo nos autoboicoteamos a traición, a menudo nos creemos impostoras y farsantes de nuestras propias vidas. A menudo el cursor parpadea al principio de un documento en blanco. Ese blanco tan vacío que es capaz de congelar y hacer enmudecer el pensamiento. Cuando las ideas geniales se convierten en una amalgama oscura e informe, la voluntad de escribir se torna en miedo, angustia e inseguridad. La mente se nubla y ya nada está claro. En esos momentos puedes dudar, retroceder, escribir, borrar, volver a escribir y volver a borrar en una vorágine de confusión y sinsentido. Te repliegas sobre ti misma, encogiéndote en la silla mientras la confianza en tu propio criterio no para de menguar y Pepito Grillo susurra al oído que no eres capaz de empezar aquella tarea porque no vales, porque no eres buena o porque te faltan conocimientos.

Pero la sensación de no saber lo suficiente persistirá aunque te conviertas en una experta en la materia sobre la que quieres escribir, hablar o trabajar. Intentarás que esa conciencia malvada y autodestructiva, que mete baza sin pedir permiso en los momentos más inesperados, se calle, pero no puedes. Por lo tanto, buscarás apoyos en otras personas. Y en la mayoría de los casos acabarás recibiendo sus respuestas con modestia e incredulidad: ¿En serio? ¿De verdad que te ha gustado? ¿No te parece que esta parte se podría mejorar? En realidad no me ha salido muy bien, pero creo que he tenido suerte. Tenía mucho a mi favor, es un tema que está de actualidad.

Las mujeres a menudo nos sentimos impostoras y farsantes de nuestras propias vidas. Clic para tuitear

No aceptarás del todo las críticas positivas y pensarás que la gente podría estar siendo demasiado amable o educada contigo. De modo que no crees merecer cumplidos y felicitaciones por lo que haces. Pero sin embargo sí piensas que los necesitas para validarte y esto resulta casi siempre muy frustrante. Parece que esa parte de ti quisiera alimentarse de comentarios negativos para consolidarse como única opción. De esta forma se acabaría la contradicción y ya no habría que cuestionarse nada. Pero dejarse llevar por estos pensamientos nos abocaría a no realizar nuestras metas y, por lo tanto, a la infelicidad por no vernos realizadas.

Es curioso, pero tengo la sensación de que muchas mujeres se quedan a las puertas de tener éxito en sus carreras y propósitos y, estando a punto de conseguirlo, desisten. O cuando por fin lo logran no pueden dejar de estar en contradicción consigo mismas. Así, ocurre de manera frecuente con algunas mujeres que después de aprobar el carnet de conducir sienten que no están preparadas para ello y empiezan a tener miedo. Quizás pasarán a ocupar el puesto de copiloto para siempre. Hay otras que, al ver una oferta de trabajo en su especialidad, suspiran con anhelo y piensan resignadas que seguramente ya habrá otras personas mejor preparadas para ese puesto que ellas. Y otras que creen que solo van a decir tonterías y por eso sistemáticamente callan lo que piensan.

El sentir que no somos suficientemente buenas nunca y que cuando tenemos éxito no es el resultado de nuestro esfuerzo sino de una suerte de contingencias favorables, o que este se debe a la ayuda y al mérito de los demás y no al propio, no es una casualidad: es un factor común.

Joan Rivière (1929) desde el campo del psicoanálisis hablaba del papel que juega la feminidad como una máscara en el caso de las mujeres intelectuales, que tras realizar una conferencia encontraban mucha angustia y la necesidad de verse afirmadas por los hombres adoptando una máscara de ingenuidad. O el caso de otra mujer que llevaba a cabo con destreza tareas del hogar típicamente masculinas como puede ser arreglar objetos, pero cuando había que acudir a un tapicero u a otro técnico se sentía obligada a disimular todos sus conocimientos y fingir ser una mujer ignorante en esas cuestiones.

He podido hablar con compañeras y amigas y la sensación de frustración, de bloqueo, de no dar la talla ante un nuevo reto o las contradicciones frente a la consecución de las metas y el triunfo es algo que se repite de una u otra manera. Es importante ponerlo en común y visibilizarlo porque no se trata tan solo de que seamos muy exigentes y perfeccionistas con nosotras mismas, como podría parecer, es también el miedo a brillar con luz propia, a saber más o a llevar la voz cantante. En definitiva, el miedo a tener poder. Por eso resulta crucial comprender estas contradicciones en común y tratar, en la medida de lo posible, de tener otro tipo de afectos para nosotras mismas, de querernos mejor, permitiéndonos afirmar que somos buenas, que somos competentes y que estamos seguras de lo que somos y hacemos.

Referencias:

Rivière, Joan (1929) «Womanliness as a mascarade» International Journal of Psycho-Analysis.





Cuando se les va la mirada

Estación de cercanías de Sol, media tarde. Voy caminando por la pasarela central que está encima de los andenes. La gente marcha en ambas direcciones, unos hacia las vías, otros hacia la salida. Dos chicas caminan delante de mí, van distraídas hablando entre ellas.

Voy a llevar a cabo una prueba. Solo tengo que estar atenta a lo que suceda a partir de ahora. Me estoy anticipando a la situación porque la he vivido un millón de veces; en la estación o en cualquier lugar en que pudiera haber estado. Con otras mujeres o sola. Me la conozco al dedillo.

Empiezo, y voy a tratar de no perder la cuenta. Veo al primero venir de frente, un chico de unos treinta y tantos años, diría. Camina deprisa y parece abstraído, enfrascado en sus propios pensamientos. Pero al sobrepasar a las dos chicas que llevo delante, el devenir tranquilo de su vida se altera por un instante. Sale asombrosamente rápido del estado de sopor que mantenía hasta entonces y ¡chas!, como si un resorte hubiese saltado en su interior, gira la cabeza, les mira el trasero a las compañeras, y retorna igual de rápido a su estado anterior.

Pasa el siguiente. Repite el mismo gesto, pero esta vez con una pequeña modificación. Parece que a este señor el resorte (o la vista) le falla, porque no para de saltarle; gira la cabeza hacia atrás una y otra vez compulsivamente, haciendo, mientras tanto, un gesto zafio con la boca.

De lejos llega un padre con una niña pequeña, la lleva cogida de la mano. En un momento dado se gira hacia la pequeña y hace un amago de colocarle bien la trenca, pero en realidad ni siquiera la está mirando. Es una excusa, un gesto enmascarado para poder girar la vista hacia las chicas.

Esta es una táctica habitualmente utilizada. Los hay que hacen como si se rascasen una pierna o la espalda, los hay que disimulan mientras se atan o se colocan bien el zapato. Luego están los que no disimulan. Hay, incluso, quienes se giran con chulería y mantienen la mirada fija durante un rato.

Ha pasado solo cerca de un minuto y medio, el tiempo que hemos tardado en recorrer la pasarela, y he llegado a contar hasta siete hombres que, con más o menos descaro, giraban la cabeza para mirarles el culo a las chicas.

Da igual si son jóvenes o mayores, si son padres, casados, novios o solteros. Da igual si son de clase alta o baja, si es el señor del banco, el señor catedrático o el señor que trabaja en la obra. Da igual si son feos o guapos. Si son de acá o de allá. El resorte les salta casi universalmente. De la manera más normal y natural. Hay algunos hombres respetuosos y concienciados que no actúan de esta manera con nosotras. Pero aún son pocos y no suelen estar bien vistos en los círculos masculinos, donde son tildados de «calzonazos» o «pavisosos», usando adjetivos suavecitos. A vosotros: ánimo, compañeros. Sois valientes por no seguir la norma.

El problema de todo esto viene cuando la libertad de unos no acaba donde debería empezar la libertad de otras. Ellos son los que observan y desean, mientras que nosotras somos observadas y deseadas. Es complicado salir de esa dinámica, incluso a propósito. Para esos hombres, la pasarela de la estación es una especie de pasarela Cibeles de delanteras y traseros con los que pueden deleitar a sus ojos. Y les sale automático pensarlo así.

A nosotras, en cambio, no. Más bien, nos sale pensar: «Me voy a subir un poco la camiseta, que creo que me he pasado» o «No se por qué esas de allí tienen que ir así vestidas» o «Creo que tengo celos». ¿Dónde queda eso de desear? ¿Dónde queda la sororidad o camaradería femenina?

Últimamente han estado emitiendo una serie de anuncios titulados: No infidelidad. Esta publicidad pertenece a un banco que anuncia la opción de solicitar un préstamo sin pertenecer directamente a él. En los spots se intercalan situaciones  y eslóganes como: «Que se te vaya la vista no es una infidelidad», «Seleccionar en el metro no es una infidelidad» o «Puntuar al nuevo no es una infidelidad». Si bien es cierto que en las cuatro versiones del anuncio que he visto, en dos aparecen hombres y en dos mujeres, también es cierto que en la vida real esto no es así. No te encuentras todos los días por la calle a la «típica mujer» que hace como si se subiese una media para aprovechar a mirarle el culo a un joven atractivo o hace como que le arregla el pelo a su hijo para no dejar pasar la oportunidad de echarle una miradita a un hombre que casi se le pasa de largo, o a la típica mujer que se para en seco y con cara de deseo clava los ojos y persigue con la mirada a aquel con el que se acaba de cruzar. Esa no es la norma, por mucho que en los anuncios o en las películas se trate de equiparar. Nuestra forma de desear es mucho más tímida que la suya. A nosotras nos han enseñado a no traspasar la línea de su libertad.  Y si la pasamos, resulta que nos meten en el saco de frívolas, de groupies locas, de obsesionadas, de ninfómanas o de desesperadas. Igualito que a ellos, ¿verdad?

Fuente:http://www.marketingdirecto.com/creacion/spots/no-infidelidad-campana-ing/

Anuncio vía Marketing Directo

Resulta que el anuncio en cuestión habla principalmente de infidelidad, y aquí retomo un cabo que he dejado suelto antes. Cuando pensamos que la compañera va un poco exagerada, cuando parece que sentimos celos porque nuestra pareja le acaba de hacer una radiografía con los ojos, y el debate gira en torno a lo que es o no es una infidelidad, ¿no será que en realidad sentimos un terrible descontento, el cual no nos atrevemos ni a analizar, con que a las mujeres no se nos perciba como sujetos?

Quizá, mujeres, estamos yendo en una dirección que no nos beneficia nada cuando nos dedicamos a juzgarnos las unas a las otras, y llamamos celos a lo que en realidad es impotencia ante una situación injusta y desigual que creemos no poder cambiar.

Igual empezaríamos a resolver todo esto si nos uniésemos un poco más entre nosotras, si nos diésemos cuenta de que no se trata de que unas reciban más atención de los hombres y otras menos, sino de que de un modo u otro todas estamos subordinadas. A lo mejor esto nos ayudaría a vernos menos como deseadas y más como personas que tienen deseos propios.

Va siendo hora de que nos pongamos de acuerdo y no permitamos que se sobrepase la línea de nuestras libertades.





La salud también es esto

Hoy, 7 de abril se celebra el día mundial de la salud. La OMS define a la salud como el estado completo de bienestar físico, mental y social que tiene una persona.

Se suele incidir mucho en la importancia del bienestar físico y mental. Sin embargo, el componente social queda normalmente relegado a un tercer plano. Prueba de ello son los títulos centrales que cada año se eligen para la celebración de este día: Vence la diabetes, Contrólese la tensión arterial o Salud Mental: sí a la atención, no a la exclusión. Pero, ¿qué hay de aquellos problemas que suelen quedar fuera del foco de atención en estas celebraciones tan institucionalizadas? ¿Qué hay de los problemas sociales que afectan a la salud?

Elaboración Propia.

Elaboración propia

En las décadas de los cincuenta y sesenta, la psicóloga social norteamericana Betty Friedan observaba a las mujeres de su sociedad. Muchas de ellas parecían felices viviendo en su particular jaula dorada. Una familia llena de retoños, una casa bonita, con una cocina equipada a la última en tecnologías del hogar donde poder hornear tartas de manzana para después dejar enfriar en el alféizar. Pero al mismo tiempo que sucedía esto, paradójicamente las consultas de psiquiatría se llenaban de esas mismas mujeres felices, que acudían con serios problemas de alcoholismo o depresión. Las mujeres  parecían vivir bien, pero cuando se indagaba un poco, muchas de ellas experimentaban con frecuencia un sentimiento de tristeza inherente a sus vidas. No podían dar una razón exacta que explicase esa desazón, ni determinar por qué era producida, pero estaba ahí.

Betty Friedan catalogó esa tristeza difusa como «El problema que no tenía nombre», ya que nadie sabía decir qué era lo que ocurría y no era fácil de verbalizar incluso entre mujeres que se encontraban en la misma situación. El problema iba más allá de lo particular, era común, compartido en silencio por una parte de la sociedad. Era un problema social que generaba malestar individual.

En nuestra sociedad actual puede parecer que pocas cosas quedan sin ser nombradas. Si algo abunda es la información, los datos, las noticias. Sin embargo, las mujeres seguimos teniendo problemas difíciles de definir. A día de hoy existen tabúes que tienen que ver, exclusivamente, con nosotras, como: menstruar, algunas partes de nuestra anatomía o la representación y la vivencia del placer fuera de una óptica de deseo masculina. Son algunos ejemplos que evidencian que aún hay mucho por nombrar y por decir. En estos casos, las verdades quedan suplantadas por ideales modélicos que tomamos como reales, a falta de realidad en la que vernos reflejadas. Nosotras mismas, sin quererlo, somos parte de la trampa, retroalimentando esas fantasías, siendo cómplices y engañadas al mismo tiempo, en un juego entre lo que deberíamos ser y lo que somos realmente.

¿Y qué ocurre cuando vivimos las fantasías que otros han producido sin pensar en nosotras? ¿Qué ocurre cuando aspiramos a hacer de las mentiras realidades en nuestras propias carnes? Ocurre que no encajamos. Que empezamos a no saber lo que nos pasa, porque nos hemos perdido en el camino hacia la perfecta vivencia sexual,  y nos callamos porque es vergonzoso reconocérnoslo a nosotras mismas. Porque en el fondo sabemos que aquí algo no funciona bien, como les ocurría a aquellas mujeres que Betty Friedan retrataba en su ensayo.

A la confusión se suceden las respuestas médicas. Que si trastornos del deseo sexual en los manuales de psiquiatría. Que venga a recetar antidepresivos a diestro y  siniestro (en España el consumo de estos fármacos se ha triplicado en 10 años según datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios [AEMPS]). Que si acaban de sacar una «viagra rosa» que nos va a poner la excitación por las nubes.

La solución a problemas que en su raíz son sociales no puede venir dada por los efectos temporales que producen los fármacos en nuestras mentes y en nuestros cuerpos. El descontento de las mujeres por una falta de identidad propia en el terreno sexual no se puede suplir diseñando patologías y colocando bajo el tejado de sus definiciones a todas aquellas mujeres que experimenten malestar sexual.

Bibliografía:

Friedan, Betty. (1963) «La mistica de la feminidad», Madrid: Ediciones Cátedra Feminismos.





Letras podridas

¿Qué te parece si una noche oyes a alguien decirte: Mirando a una chica tan bonita me pregunto por qué anda tan solita (1)? Es probable que esa frase te ponga en alerta o te inquiete. Puede que la vergüenza no te deje salir corriendo. Porque qué descortés sería hacer eso a aquel extraño que te piropea sin conocerte, ¿verdad?

La historia continúa. ¿Qué estudias? ¿Vives lejos de aquí? Eres muy guapa. A cada pregunta que respondes sientes como si te deshicieses de partes de tu intimidad. Pero, como no quieres dar a entender que eres una miedosa, contestas.

La velada se vuelve más íntima. Su espontaneidad irrespetuosa aflora nuevamente. Ahora mueve el culo, hazlo como si doliese (2). Te dice que sabe lo que quieres, que eres una buena chica (3). Te voy a dar algo lo suficientemente grande como para partirte el culo en dos (4).

Te apartas. No deberías haberme tentado, te gusta jugar. Si no quieres flamenquito, no toques las palmas. Es muy tarde para echarse atrás (5). Te advierte esto desde la confianza que le da estar en su terreno.

Si vuelves a intentar marcharte, te voy a atar a la cama, y voy a prender fuego a la casa (6).

Tu no querías estar sola porque tu mundo es pequeño (7)porque has normalizado que cuando le gustes a un chico le abrirás las puertas de par en par, y estarás dispuesta a hacer todo a su voluntad. Porque soy tuya toda, de arriba abajo. Toda. Aunque mi vida corra peligro (8). Y si amenaza con prenderte fuego, tú debes contestar que te gusta cómo duele (9)Porque sin ti (hombre) no soy nada (10)porque estoy decidida a quererte sin más, a morir si esta vida es sin ti (11).

Fuente: tumblr_mvz7hgRZxa1sk9yxbo1_500

Vía Pinterest

Las frases de este relato pertenecen a canciones que oímos día a día. Son canciones animosas, con ritmos alegres o emotivos, muy pegadizos. Suenan realmente bien. Pero si nos detenemos en sus letras y tratamos de llevar sus estrofas a hipotéticas vivencias, estas canciones dejan de ser bonitas. Están podridas por dentro. Podridas de odio, de prejuicios, de intolerancia o de violencia.

Por eso, me gustaría deciros algo alentador antes de acabar. Existen otras canciones. Sí, existen. Y ahora, a través de sus letras, digo que estamos cansados de llevar siglos y siglos soportando la misma canción (12), que cada día es más intenso el sentimiento de que hay que cambiar esto (13)Que hay que romper la cadena de lo indiferente (14).

Que no somos como nos quieren representar. No soy esa que tú te imaginas. Una señorita tranquila y sencilla, que ríe por nada diciendo sí a todo. Esa no soy yo (15). Pedimos que nos dejen ser otra cosa que no sea un cuerpo (16). Save me from Disney, save me from the power, save me from the botox, sálvame de ti (17). Sálvame de esa tierra de los hombres, que realmente es una tierra de antihombres (18). Porque el utilizar las cadenas propias para dominar (19), no tiene sentido.

Por eso, es tiempo cambiar. De que digamos que no somos malas personas por querer nuestro hueco (20). Que ya era hora, ahora me toca a mí (21). Nos toca a nosotras. Ahora toca ser más fuerte que nunca (22).

Canciones:

(1) Nicky Jam – Hasta el amanecer.

(2) (3) y (4) Robin Thicke – Blurred lines.

(5) Alejandro Sanz feat. Jesse & Joy – No soy una de esas.

(6) y (9) Eminen feat. Rihana – Love the way you lie.

(7) y (10) Amaral – Sin ti no soy nada.

(8) Malú – Toda.

(11) Malú – Encadenada a ti.

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(12) Mafalda – Bombas violetas.

(13) La Otra – Cada vez.

(14) Ana Tijoux – Antipatriarca.

(15) Mari Trini – Yo no soy esa.

(16) Gata Cattana – Lisístrata.

(17) The Mamzelles – Save me.

(18) The Mamzelles – La tierra de los hombres.

(19) La Otra – La otra.

(20) Mafalda – Recuperar mi vida.

(21) Bebe – Que nadie me levante la voz.

(22) Mafalda feat. Sara Hebe – La llorona.





¡Gracias, Pamela!

Cuando estaba en segundo curso de carrera vino a mi facultad Pamela Palenciano. Por aquel entonces mi relación con el feminismo era ambivalente, podía sentir el desagrado y la impotencia que me producían algunas situaciones cotidianas de machismo. Conocía el origen de la rabia, pero no sus causas, y por lo tanto veía esa disconformidad como algo lleno de banalidad y subjetivismo. Mis ideas eran disidentes, pero personales e íntimas y en definitiva no tenían más horizonte a la vista que unas réplicas de andar por casa pronunciadas con voz temblorosa, y eso si corrían la suerte de ser pronunciadas.

Pero, ¿por qué no era claramente feminista si el machismo me molestaba? Porque el feminismo era algo demasiado serio, demasiado importante para llegarlo a relacionar con las tonterías que le pueden preocupar a alguien corriente. A veces también solía pensar que no quería ser vista por los demás como una radical exagerada. Os pido que os pongáis en situación y tratéis de entender a mi yo de esa época; veía a las feministas como unas mujeres que luchaban por cosas realmente importantes pero que no me concernían del todo, ni me iban a ayudar a desentramar las contradicciones diarias que por otra parte cada vez eran más pronunciadas. Aún  no había escuchado nunca el lema de «lo personal es político» tan en boga ahora, pero se gestaba una pregunta en mí bastante relacionada con esta expresión: ¿podía ser el feminismo una lucha en lo cotidiano y lo personal y ser al mismo tiempo una lucha colectiva? La respuesta llegó pronto y fue decisiva para colocarme las gafas lilas ante los ojos definitivamente.

Aquella mañana en la que Pamela Palenciano llegó a la facultad, yo estaba en clase de demografía y me debatía junto a mi compañera de mesa entre quedarnos en clase resolviendo problemas del Diagrama de Lexis o salir a hurtadillas para ir a ver a Pamela al Aula Social en cuanto dieran un descanso. Optamos por lo segundo, sin restar importancia al Diagrama de Lexis en nuestro aprendizaje como sociólogas.

Cuando entramos en el aula había unas veinte personas. Ninguna conocida a la vista, todas eran de otros cursos o de asociaciones de la facultad. La mayoría éramos mujeres salvo dos o tres chicos. A pesar de haber tan poco público nos sentamos de las últimas para que no se nos viese demasiado, teníamos pululando sobre nosotras la incertidumbre de si aquel acto nos iba a entusiasmar, a conmover o a desengañar. Nuestra actitud era de ignorante desconfianza, pero también de una irrefrenable curiosidad, la misma que nos había hecho llegar hasta allí esa mañana.

Pamela Palenciano está de gira en Madrid este mes de enero. https://www.youtube.com/watch?v=tTPXpSUNRho

Pamela Palenciano está de gira con No Solo Duelen los Golpes en Madrid este mes de enero. Vía Youtube

Pamela captó nuestra atención desde el principio de su monólogo. Nos hablaba de forma directa, clara y lo que hasta ahora habían sido percepciones personales se convertían en certezas compartidas. ¿Por qué no me había atrevido a revelarme contra las cosas que me molestaban en lo cotidiano? ¿Por qué ni siquiera había pensado antes en ello como algo susceptible de cambio? Mi compañera y yo asentíamos con la cabeza cuando Pamela decía en clave cómica, pero lanzando verdades como puños al público, que dejó su reino para irse al reino de su novio, dijo adiós mamá, adiós papá, adiós amigas y, sobre todo, amigos, o adiós a la contraseña del Facebook.

Había dejado de hacer todo lo que le gustaba —salir con quien se lo pasaba bien, hablar como siempre lo había hecho—porque ahora todo su tiempo era prioritariamente para su novio, y cuando estaba en el patio del instituto con sus amigas ya no podía reír ninguna anécdota contada porque simplemente ella no estaba allí cuando habían sucedido. O nos hablaba de cómo, tras las discusiones que tenía con él, se prometía una y otra vez a sí misma que no le iba a esperar, que no iba a seguir así, y sin embargo esperaba y seguía inmóvil, mientras se frustraba por haber caído en contradicción consigo misma una vez más y por estar alimentando el que su novio no valorase el tiempo que ella dedicaba a aguardarle permanentemente. Porque a Pamela su pareja del instituto le intentó asesinar, pero ella no nos habla de eso, nos habla de la convivencia diaria con él: de los gestos, de las palabras, de todo aquello que es pequeño, sutil y se va aceptando poco a poco sin decir esta boca es mía.

A Pamela su pareja le intentó asesinar, pero ella habla de aquello que es sutil y se va aceptando... Clic para tuitear

Ahora necesito que demos un salto en el tiempo. Vayamos a noviembre de 2015: voy paseando por Ciudad Universitaria de camino a una reunión en el Instituto de Investigaciones Feministas de la Complu, donde realizo mi doctorado, cuando veo anunciado en uno de esos paneles habilitados para colocar carteles que Pamela Palenciano estará con su monólogo No Solo Duelen los Golpes en el salón de actos de Ciencias de la Información en unos días. ¿Por qué no volver a verla? Es cierto que, después de aquella vez, quería haber vuelto a asistir. En casa había buscado muchas veces su performance por Youtube y se la había mostrado a mis padres y sobre todo a mi hermana pequeña y también a amigas, con el entusiasmo de quien da un consejo que le ha sido útil.

https://twitter.com/Letrasfeminist/status/661449255773671424

Cartel de presentación del acto del 5 de noviembre en Ciencias de la Información. Vía Twitter 

El día del monólogo llega y yo estoy allí, vengo acompañada por una compañera recién llegada de México que se ha animado a venir conmigo cuando le he contado que iba a asistir. Alrededor del portón de acceso al salón de actos se arremolina mucha gente y entramos todxs en tropel cuando abren las puertas. Me entusiasmo cuando  veo que el espacio llega a su aforo máximo, ya ni siquiera hay butacas para tantxs y hay quienes han empezado a ocupar los pasillos o el espacio entre la primera fila de butacas y el escenario, somos multitud.

Escucho el monólogo con suma atención, no quiero perderme ninguna pista, ninguna clave, no quiero que se me olviden las sensaciones que causa en mí el escuchar su historia. Creía que no iba a ocurrir pero, a pesar de haber andado, leído y deconstruido mucho desde que acudí al primer No Solo Duelen los Golpes hasta la segunda cita con Pamela, es difícil no descubrirse en pequeños detalles que desearía no reproducir, pero que se escapan de las manos sin darnos cuenta y sin pretenderlo la inercia te lleva algunas veces, aunque pongas todo tu empeño en resistirte, a circular por el surco ya marcado, a ser como la cabra que tira pa el monte, y hace falta por muy feminista que seas que te recuerden ciertas cosas para que no se te olviden.

Veía por el público a chicas y también a chicos de diecinueve o veinte años, aproximadamente la edad que yo tendría aquella vez, me recordaban a mí, y me alegraba de que ellxs estuviesen allí descubriendo a lo mejor que sus desencuentros consigo mismxs y con los demás no son tan particulares como creían, o que lleguen a la conclusión de que lo personal, lo emocional y lo más visceral hay que gritarlo a voces en un auditorio, como hace Pamela, en vez de quedarse oculto en el plano privado de nuestras vidas. Porque sí amigxs, lo personal es político y Pamela lo hace patente cada vez que se sube a un escenario, acude a alguna plaza, asociación, instituto o universidad. Le doy las gracias infinitamente por ello.

Lo personal es político y Pamela lo hace patente cada vez que se sube a un escenario. Clic para tuitear





Contracarta: una respuesta feminista a «Quiero estar soltera pero contigo» de Isabelle Tessier

Quiero que cuando vayas a tomarte una cerveza con tus amigos y al día siguiente tengas resaca no me llames pidiéndome que vaya a verte, no quiero ir a cuidarte tras tus juergas. Llámame cuando te encuentres bien. Que cuando quieras estar conmigo sea porque te apetece disfrutar de mi compañía, no porque necesites que te atienda. Estoy segura de que tú sabes cómo pasar un día de resaca solo, de modo que, como dice Isabelle Tessier, a mí también me gusta que cada uno haga lo que quiera durante el día.

Por favor, tampoco me cuentes que cuando saliste esa noche había una chica en el bar que te ponía ojitos. No soy esa espectadora paciente que te escucha con admiración, no trates de narrarme batallas de galán nocturno porque son aburridas e innecesarias. Me fío lo suficiente de ti como para saber que si, así lo hemos consensuado antes, no harás nada con esa chica. De modo que no seas fanfarrón conmigo.

Tampoco quiero quedarme esperando a que lleguen tus mensajes, y menos aún cuando en estos me dices chorradas. Tengo muchas cosas que hacer como para atender a chorradas. Dime algo interesante, algo que creas que me puede ser útil o reconfortante y lo valoraré mucho, pero no me digas cosas tontas  y menos aún trates de hacer eso simplemente para dar cuenta de que estoy pensando en ti, para quedarte seguro de que estoy bien quietecita en casa esperando a que vuelvas. No pienso en ti todo el tiempo y me gustaría que tú tampoco lo hicieras conmigo.

Por supuesto que quiero que nos riamos mientras hacemos el amor, pero esa complicidad puede traducirse también en sentirme cómoda contigo sin depilarme o teniendo la menstruación. No quiero que cuando estemos con mis amigos o nuestros amigos, me cojas de la mano y me lleves a otra habitación porque ya no puedes aguantarte más y tienes ganas de hacerme el amor ahí mismo. Respétame, porque si estoy reunida con amigos esa es mi única prioridad en ese momento, si tú no te aguantas las ganas tendrás que irte solo, porque yo no me voy a ir.

También quiero que la expresión «probar cosas nuevas»  no signifique que tú des rienda suelta a todos los estereotipos y prácticas que la pornografía convencional te ha enseñado a desear y que yo acceda de forma complaciente a ello. Más bien pretendo que probar cosas nuevas signifique hacer algo nuevo de verdad y quiero que tú no tengas prejuicios cuando llegue el momento de ponerlo en práctica. Por último, no voy a tratar de permanecer en silencio mientras tenemos sexo: mi placer no tiene por qué silenciarse.

No quiero tener miedo contigo, porque tener miedo con o de tu pareja no significa nunca nada bueno. No quiero que me protejas, que me agobies; no soy un ser débil e indefenso, si con alguien tengo que sentirme segura es conmigo misma. Soy fuerte, sé lo que quiero y puedo valerme por mí misma.

Cuando esté con mis amigas y amigos, no siempre quiero que tú vengas para después cogerme la cara y besarme, a veces me gusta dormir sola con toda la cama para mí.  Y si duermes conmigo no voy a ser tu cojín, ni la muñequita que te acompaña esta noche en la cama.

No quiero adelantar acontecimientos, ni hay apartamento de nuestros sueños ni voy a discutir sobre si es mejor la costa este o la oeste. Mi vida sólo depende de lo que pase hoy, no creo en cuentos de hadas y príncipes, no quiero alimentar mis fantasías con ellos. No quiero ser esa amiga con la que adoras quedar, no quiero estar orgullosa de que pienses que soy guapa, porque soy como soy, si no te gusto físicamente, vete; si no quieres quedar conmigo, vete también. Esto no es un plus al que yo tenga que llegar, o te gusto como soy o no te gusto, no hay vuelta de hoja, no voy a cambiar por ti.  No soy la princesa que te anhela, no quiero estar feliz de que tú me elijas para pasar  la noche entre las muchas chicas con las que has tonteado, no estas de compras, tío, todas nosotras somos personas y no estamos a tu disposición.

Voy a viajar por puro capricho y sin ataduras, voy a viajar por trabajo, por asuntos familiares, por lo que quiera… Eso es cosa mía y de nadie más, no voy a quedarme esperándote, ni te voy a dar explicaciones sobre ello.

Y para ir acabando, quiero que me dejes en paz cuando esté trabajando, escribiendo o perdida en mi mundo de música, porque todo esto constituye una parte importante en mi vida, en mi desarrollo laboral, personal, artístico y académico. Déjame ser, no me cohíbas, no me interrumpas, no creas que ese tiempo mío también te pertenece a ti, no te atrevas a valorar si se trata de un tiempo bien invertido o no. Quiéreme como una persona completa, no como alguien que sólo es a la mitad, que te necesita y te espera para poder vivir feliz.

Un día no hará falta redactar cartas como esta, porque otras como la de Isabelle Teissier no se escribirán.





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