Una historia de amor casual

I – El encuentro

Desde que me compré la bici dejé de ser engullido día tras días por las escaleras mecánicas que bajaban al metro, pero aún seguía recordando su haz de tristeza y hastío. En aquella época, me pasaba más de una hora diaria encerrado hasta llegar al trabajo, por lo que me entretenía mirando a todos esos cuerpos sin vida que vivían embutidos dentro de sus pantallas, hablando con alguien a cientos de kilómetros mientras no advertían mi presencia allí al lado. Aprovechaba esos instantes para imaginarme vida inteligente detrás de esos dedos. Ahora yo soy uno de ellos y, las pocas veces que cojo un metro, puede que haya un/a joven soñador/a que me mire, imaginando mi poderosa historia mientras le escribo a mi compañero: “Falta papel higiénico”.

Un grupo de personas que viajan en metro

Personas en el metro, imagen de Sabri Tuzcu

Algunas veces, aprovechaba esos momentos de trayecto para hablar con California y decirle que la echaba de menos, planear un sábado casero y otra clase de deberes y placeres de las relaciones estables. Ahora, probablemente me pasaría todo el tiempo deslizando los dedos por encima de fotos, deshojando margaritas anónimas: “Te quiero, no te quiero”.

Cuando usas una aplicación para ligar por un tiempo indeterminado, tu percepción del tiempo y el espacio comienzan a cambiar y los tiempos muertos, necesarios —según los budistas— para meditar sobre la levedad de nuestras existencias, son sustituidos por fugas irrefrenables hacía un cosmos paralelo llamado Tinger (todos los nombres del presente relato han sido cambiados para proteger los intereses comerciales de sus protagonistas). Los veteranos de este tipo de aplicaciones somos capaces de distinguir patrones (y plantones) que se repiten. Casualidades más o menos sorprendentes que forman parte de la idiosincrasia de la vida líquida.

De hecho, esperando al metro conocí a una chica. Me refiero a que conocí a una chica digitalmente hablando.

Era una chica simpática a la que le encantaban los conciertos, salir y reírse (con emoticonos que enseñan los dientes). Conversamos durante largo tiempo, congeniamos (o eso me pareció) y lanzamos la idea alocada de conocernos algún día.

El tiempo pasó y trajo consigo profundos cambios, aunque nosotros seguíamos conversando de vez en cuando. Por fin, un día hablamos de una cena sin pretensiones mutuas. Ella había conocido a un chico con el que le apetecía algo más serio y yo comenzaba a tener una relación abierta con otra persona (con mis dudas morales sobre si eso estaba bien o estaba mal).

Nos encontramos en un restaurante de comida ecológica. Tengo que reconocer que Esther me gustó más de lo que pensaba. Allí estaba, con una imagen bastante similar a la de las fotos a la que añadía el brillo de sus gestos, timbre de voz y ojos y su sonrisa, mucho más auténtica en directo que en diferido. Las conversaciones banales por redes sociales y perfiles no le hacían ninguna justicia: tenía una conversación profunda y amigable. Era muy inteligente.

Imagen de una pareja en un restaurante

Pareja comiendo, vía Pixabay

Al final, tuve que rendirme a un atractivo no previsto.

Comimos, hablamos y paseamos por el parque de enfrente. Pasamos cerca de la escalera del famoso poema, símbolo de una época pasada:

[…] que colapsó

en las escaleras transitadas

por miles de anónimos vecinos

que miraban,

sin darse cuenta,

nuestro puto velatorio.

Le pregunté cómo había sido la ruptura con su pareja y ella suspiró un momento antes de comenzar su relato. La historia fue larga e interesante. Siempre me sentí cómodo escuchando a la gente; sin dejar de exponer la verdad de lo que soy y dejándome, al mismo tiempo, espacio para escrutar a la otra persona. Las historias personales suelen proyectarse en mi cabeza, y mientras caminábamos dejé balancear mis emociones según su tono de voz: la tristeza de sus palabras en las despedidas y la sonoridad de la sonrisa en los nuevos comienzos. No parecía que Esther hubiera sufrido por un tiempo prolongado, quizás por su capacidad de resiliencia, mas yo, ¿qué sabía? Parecía una mujer fuerte; sin embargo, nunca se sabe realmente qué pasa detrás de nuestra fachada.

Para terminar, me contó que había conocido a alguien especial recientemente. Que era complicado pero que le gustaba de veras. Parecía entusiasmada.

Hacia el final de la noche, cerca del coche, me fijé en que la luz de la farola alumbraba la mitad de su cara de una forma particular, como en una de esas películas hollywoodenses de los 40. De repente, mientras hablaba, miró hacia un lado en una pausa de unos dos segundos y, después, volvió a mirar a mis ojos de Cary Grant.

Mujer iluminada, vía Pixabay

Y así es como ocurrió.

Hay gente que es capaz de mirar a las estrellas y predecir a cuánta distancia estamos de ellas.

Yo soy capaz de sentir físicamente el momento en que me empieza a gustar una persona. Es un fogonazo que parece que comienza en el centro de mi cuerpo, pero que realmente pasa de un lugar indeterminado a otro hasta que me embriaga por entero. Y, entonces, tengo que disimular porque pienso que un letrero de neón brilla en mi cara, comienzo a hablar muy pausada y torpemente intentado parecer interesante y me toca huir, porque no quiero ser el único que sienta eso, porque Esther está interesada en otra persona, porque he comenzado a tener una relación abierta que me importa. Sin embargo, comprendo que esos momentos son escasos, y más aún aquellos que se hacen eternos, como cuando Encina se bajó del coche y me dio un suave beso en los labios con mas castidad que cuando tenía 13 años.

No, comparándolo quizás aquello no fuera un fogonazo, sería más acertado decir que tan solo era la chispa de la que pudo nacer la hoguera de algo. Un incendio que hubiera podido durar un suspiro o largos años. Pero no hice nada, simplemente cogí mi bici y me sumergí en la noche, entre luces de una ciudad que hace tan solo unos años me había parecido gigante.

Dos personas pasean por la noche

Paseo nocturno por Cedric Brule

II – El desencuentro

Estoy en contra de los selfis. Odio las fotos. Mi padre es fotógrafo y no puedo recordar su cara hasta los 14 años. Anteriormente, solo evoco su efigie detrás de un objetivo.

Los selfis son incluso peores que las fotos porque no desprenden humanidad. Además, me parecen una pérdida de tiempo.

Odio los selfis pero participo en ellos.

Había ido a ver un concierto con los amigos de Santi, un compañero de trabajo. Era una antigua pandilla del instituto que se reunía cada vez que había un festival de música. Los Houston Go venían a Madrid por primera vez desde hacía años. Mi grupo favorito. Santi me invitó a ir con ellos y no me lo pensé dos veces.

Estábamos bebiendo mientras esperábamos a que empezara el concierto hasta que Enrique (uno de los amigos de mi compañero) sacó el móvil y decidió inmortalizar el momento.

Imagen de un concierto donde unas manos hacen la forma de un corazón

Imagen de un concierto tomada por Anthony Delanoix

Quique era de ese tipo de gente que genera interés a su alrededor. Desde el principio me cayó bien, y eso que hacía menos esfuerzos que el resto por conocerme. Creo que era una mezcla de leve timidez y de comodidad con sus amigos. También es cierto que Quique dedicaba mucho tiempo a usar su teléfono. Lo usaba a una velocidad bestial y parecía que atendía a muchas cosas a la vez. Santi me dijo que llevaba un tiempo breve separado de su pareja.

“Ah, era eso” pensé. Conocía esa sensación de euforia poco antes de la caída.

Al cabo de un rato, estábamos todos pidiendo unas cervezas cuando Quique se giró y me dijo: “¿De dónde eres? Hay una amiga que te conoce pero no sabe exactamente de qué”. Me enseñó la foto y la reconocí al instante. Era Esther. “Sí, la conozco”.

Me di cuenta enseguida de que Enrique era el chico con el que Esther quería empezar algo más serio. No me extrañaba. Era un tipo muy atractivo.

Y él se dio cuenta de que yo conocía a Esther exactamente del mismo sitio del que la conocía él, aunque no me comentó nada. Realmente, creo que ella se lo dijo pero él prefirió ser discreto.

Por alguna razón, Quique no volvió a dirigirse a mí durante el resto de la tarde salvo que fuera estrictamente necesario. No era enfado. No era decepción. No era ni siquiera timidez. Era otro algo. ¿Orgullo herido por creer ser único? ¿Pensaba que tal vez yo estaba molesto? ¿Simplemente daba más prioridad a su teléfono? Quién sabe. ¿Son estas pequeñas cosas las que nos hacen fijarnos en otras pequeñas cosas que comienzan a encender diminutas luces en nuestra oscuridad hasta que la claridad de nuestras decisiones se hace visible? No lo sé, quizás sea esta mente mía tan jodidamente analítica la que me haga complicar lo sencillo.

Imagen de luces tipo bokeh

Luces, por Mark Rabe

El hecho es que entre Quique y yo nunca hubo una conversación sobre el tema. A veces, mi amigo Santi decía: “Joder, qué casualidad que tengáis la misma amiga en común” y había balbuceos y monosílabos como respuesta, intentando que Santi se callase cuanto antes. Pero, mientras escuchaba la última canción de los Houston Go, yo no podía dejar de pensar en la aleatoriedad de las casualidades.

¿Eran las casualidades eventualidades azarosas a merced del destino o simplemente acontecimientos descritos por la estadística del cosmos? Quizás seamos seres interconectados por algún desconocido vínculo, nexos que canalizarían nuestras conductas hacía un accidental presente común entre las muchas opciones posibles. Un presente relativo que nos había llevado a tres humanos desconocidos a compartir una experiencia fortuita aparentemente inconexa.

¿Cuál era, pues, nuestro vínculo?

Recordé mis circunstancias cuando mi anterior relación terminó y entonces pensé que tal vez fueran las mismas que las de Quique, un ser humano aparentemente diferente a mí pero, en lo esencial, idéntico. Estaba convencido de que todo ese proceso que acompañaría al dolor por la pérdida de una relación, con pensamientos y valores que comienzan a transformarse en unos nuevos, sería el que Quique estuviera experimentando en esos momentos. Pensamientos similares a aquellos que yo había modificado unos meses antes. Parejos a los que Esther también habría cambiado.

Lo vi claro: X era igual que Y e igual a Z, en otro momento, en otro contexto, en otra experiencia. Con otros fantasmas y fortalezas divergentes mas, en lo esencial, iguales.

Y de repente lo comprendí. Ese era nuestro punto de confluencia: la transformación por la pérdida.

Así, pude concluir que el presente de Quique era mi pasado y que, por eso, podría llegar a predecir sin equivocarme que Esther y él nunca estarían juntos. Aún debía procesar todo ese duelo que le sumiría en un profundo cambio, una mutación que alteraría, seguramente, su concepción del amor. Y, hasta que ocurriera, eso no lo dejaría avanzar.

Porque él caería en el error universal de buscar con testarudez esa misma sensación pasada que había encontrado la primera vez que experimentó el fogonazo, comparando, en los mismo términos, sensaciones pretéritas y contemporáneas en una evaluación que, inexorablemente, nunca podría ser igual.

La búsqueda de ese amor idílico y perfecto en la idealización del pasado.

El mismo amor que yo me empeñaba en encontrar.

Descreídos de treinta años

Al margen de todos los prejuicios de una sociedad patriarcal, de todos los medios de información y publicidad, películas que circunscriben el amor hacia un mundo rosa que más valdría dejar de llamar “comedia romántica” para tildarlo de “ciencia ficción”. Dejando a un lado la irradiación maravillosa que reflejan algunos de nuestrxs amigxs sobre sus relaciones amorosas y pasionales (sí… esxs amigxs tuyos que llevan juntos desde los 17, ya tienen casa, van a por la parejita y parece que su vida es tan perfecta que casi dan ganas de vomitar); al margen de todo eso, entérense: el amor no suele durar siempre, el amor duele en muchas ocasiones. El amor no es como lo pintan o como creías que era.

El amor, tal y como lo presentan, es una de las mayores mentiras que ha habido y habrá siempre.

Y nada te salva de ello. Por mucho que unx sea inteligente y tenga una gran perspicacia en la vida, es difícil de digerir, de entender y de, finalmente, asumir para actuar en consecuencia.

Tal vez porque el bombardeo mediático-social es tenaz, porque los mismos mecanismo psicobiológicos del enamoramiento juegan en tu contra o, simplemente, porque nos encanta tropezar en esa deliciosa piedra.

Un hombre le pone un parche al corazón de una mujer.

Corazón parcheado vía Facebook

Y eso que no podemos decir que no hemos sido avisadxs. Todxs estamos hartxs de escuchar a esos amigxs (o ex parejas) pesimistas e irónicxs que pasean de un lado a otro martirizándose (y, por tanto, martirizándote cuando estás a unos metros de ellxs) lanzando a discreción proclamas contra cualquier tipo de romanticismo que nos hacen dudar incluso de si son humanos. Mujeres y hombres de hojalata que no tienen corazón. Lxs mirabas antes, con aire de superioridad, a veces incluso con cierta lástima pero siempre con benevolencia, que para esos son tus amigxs, pensando que no se puede ir por la vida con una mirada tan negra sobre las relaciones, que en la vida merece la pena luchar por lo que se cree, que el amor todo lo puede, y todo ese tipo de consignas que te han cañoneado a lo largo de tu vida.

Pero la vida pone a cada uno en su sitio, como dicen muy acertadamente las madres, y llega por fin un tiempo determinado, que puede ser más tarde o más temprano, sin que casi te des cuenta, en que parece —y solo parece— que todo recobra el sentido y te das cuenta de la verdad:

Esos lúgubres amigxs no estaban tan equivocados. (Con ciertas salvedades, claro).

A muchos, esa reflexión les pasa con treinta años, aunque ese es un tiempo estipulado en el que nada tiene que ver, de hecho, la edad. Como dije antes, puede ser antes o después, todo tendrá que ver con el momento vital que atravieses, por ejemplo, que te deje la pareja de toda la vida, que se escuche la llamada de tener un hijo y no se tenga con quién, multitud de bodas en verano y yo compuestx y sin novix, etc.

El caso es que esas cosas suelen suceder en España en unos hipotéticos treinta solteros años, y así te plantas a esa edad, con algunas relaciones a sus espaldas, y miras para atrás y miras para adelante, y piensas: «¿Y ahora qué?».

“¿Estoy bien solx? ¿Quiero tener un hijx? ¿Podré volver a tener una relación?”.

“¿El amor es de color de rosas?”.

Preguntas existenciales a las que deberemos dar respuestas mientras disfrutaremos de ese maravilloso estado que es la libertad de estar solx (no os equivoquéis, no digo que sea mejor que estar en pareja, porque tanto lo uno como lo otro es maravilloso).

Y ¡qué diablos!, me voy a tirar a la piscina, y decir algo muy alto: en mi opinión deberían dar subvenciones a los solterxs de más de treinta años porque, sin lugar a dudas, mueven el mundo.

  • Trabajan su jornada laboral como si nada, y luego se marchan al cine, al teatro, al bar, de concierto con los pocxs amigxs que queden sin ennoviar.
  • Siguen saliendo los fines de semana, mientras los demás ven distraídamente una película en el calor del hogar.
  • Por lo tanto, mueven los engranajes del sector hostelero y del espectáculo de este y muchos países.
  • Alquilan pisos que decoran fervientemente como si fueran casas de Ikea o hipsters de Instragram.
  • Contratan paquetes de viajes concertados o, mejor aún, viajan solitarixs en busca del significado de su existencia por lo más recónditos lugares del planeta tierra, que luego muestran en Facebook o por fotos de su móvil en los grupos de sus amigxs (sólo por dar envidia).
  • Consumen toneladas de preservativos y otros métodos anticonceptivos.
  • Son los mejores tíos y tías del universo y engalanan de regalos inverosímiles a los hijos de su hermanx, a los que adoran.
  • Compran paquetes de comida en el supermercado que saben que no van a poder consumir enteros, maldiciendo porque no hacen packs individuales.
  • Son la fuente más grande de adopciones y cuidadores de animales del mundo.
  • Y, por último, sustentan, por sí solos, a familias enteras que viven de las páginas e-dating o de ligoteo.

Pero, sobre todo, están prevenidos sobre el amor, con una mochila de buenas y malas experiencias que les hacen discernir, de una manera cada vez más nítida, qué es lo que unx quiere para sí.

Lo bueno es eso: que ya no se andan con gilipolleces, que saben que el amor no es “ciencia ficción” sino realidad.

Lo malo es que, normalmente, eso se aprende por las malas, después de una fea experiencia,  y una vez que se rompe un corazón es difícil encontrar todos los trozos para arreglarlo y que se recomponga igual.

Aunque quizás no debería quedar igual, debería formarse un corazón nuevo, una escultura de formas propias que fuese capaz de latir pero también de razonar y  pensar como un analítico cerebro.

Se debería aprender, en vez de olvidar, pero sin echar la mirada atrás.

Si consigues eso, enhorabuena, estarás bien solo y en pareja.

Pero si acaso, por lo que sea, vuelven a romperte el corazón en mil pedazos, no te preocupes porque siempre te haremos un lugar en el “Club de los descreídos”.

Mañana, cañas a las 20:00 en el bar de siempre.

Adictos al amor: la búsqueda de pareja en la red

He vivido un mes en un auténtico torrente emocional. En una montaña rusa de citas, hechizos, me gustas, situaciones extrañas, mensajes por WhatsApp, cafés, picnics en el parque, conciertos con personas que no conocía de nada:

– Llevo unas sandalias blancas y un vestido de flores

– Vale, yo voy con mi gorrita gris.

Sí, he estado en una app para ligar. Cuando se lo cuento a la gente, todo el mundo dice “no jodas, no te pega para nada”; “tío, tú no necesitas eso”; “¿tan desesperado estás?”, o peor aún… “te vas a hinchar a follar”.

Imagen via Morguefile

Imagen via Morguefile

El dating online se ha convertido en un instrumento más para establecer relaciones sociales, emotivas o de pareja. El submundo formado en este tipo de aplicaciones es un extracto perfectamente equivalente al de la sociedad en general, una buena muestra. Habría, obviamente, que establecer algún tipo de investigación sobre el tipo de personalidad, quizás más dada a la experimentación, de quien utiliza estas apps, pero no sé si tendría mucho sentido. Estamos en el 2016 y ya lejos quedaron los estereotipos de “salidas y pervertidos” que utilizaban las páginas web para algún encuentro casual. Si utilizamos apps para compartir coche, información, comprar comida, ¿por qué no para compartir tiempo y conocernos? Sin embargo, sigue habiendo un cierto tabú, valoraciones de juicio que algunas personas hacen cuando descubren que alguien utiliza ese tipo de webs: «Seguro que es un cabronazo» o «a esa le gusta demasiado follar».

¿Qué problema hay en ser promiscux? ¿Qué problema hay en buscar una relación seria en este tipo de páginas? La respuesta es clara: ninguno. Sin embargo, la falta de flexibilidad, de respeto y la concepción diferente que ha adquirido en la actualidad las relaciones emocionales y sexuales, es sumamente difícil de aceptar por muchos. Y si ya introducimos en la ecuación toda la perspectiva de género, apaga y vámonos. Seguramente, podríamos estar hablando de este tema horas: sobre los roles de ligón virtual discotequero, fotos de penes, insultos cuando llega el rechazo y páginas que defienden el honor de la mujer, pero creo que hay un genial artículo escrito en esta página que lo explica mucho mejor

Obviando todos estos factores externos, ¿qué proporcionan este tipo de webs? Y lo que es más importante, ¿que nos prometen? Nos prometen una serie de experiencias que van desde conocer gente, al sexo casual o relaciones a largo plazo. En definitiva, nos prometen la felicidad convirtiendo en realidad tus deseos, y eso, como supondréis, no es ni tan sencillo ni del todo cierto.

Las “experiencias” que cada usuarix busca en estas páginas son muy diferentes (rollo casual vs, amor eterno) y aunque muchas de ellas están especializadas en cierto tipo de relaciones (más o menos comprometidas) la mayoría, básicamente, juegan con la ambigüedad. El problema es que crearse unas expectativas excesivamente altas sobre lo que unx va a encontrar allí (ya sea la mujer/hombre de tu vida o miles de relaciones esporádicas) puede conllevar decepción, hastío o incluso enfado. Es como la vida misma, no existen princesas o príncipes, solo gente normal con sus virtudes y fallos. Por eso, tal vez la premisa más importante que uno debe de tener en el Tinder, Adopta un tío, puf, Meetic, etc… es que hay que adaptar los deseos a la realidad. Y no morir en el intento.

“Estaba empeñado en enseñarme su coche y yo, simplemente, quería huir rápidamente de allí”

A este tipo de apps entra gente interesada en una relación a largo plazo, gente en búsqueda de una experiencia nueva, gente que pretende olvidarse de su antigua pareja sin haber superado todavía la perdida, una relación casual, un polvo, solo hablar. Vamos, una heterogeneidad de razones, de las cuales es difícil coincidir en espacio y tiempo. Por eso, no te extrañe que se torne complicado encontrar a alguien interesante «sin faltas de ortografía», «que no se haga fotos frente al espejo», que te guste (y viceversa) y que, además, quiera lo mismo que tú. Imagínate ya ponerte a encontrar tu media naranja, el “superflechazo químico”.

Buscar una aguja en un pajar.

No obstante, ¿es posible encontrar un amor más a largo plazo: sano, real y basado en la compenetración en vez de en la fantasía del amor romántico, en una página de estas características? Seguramente sí, pero no es fácil. Asistimos actualmente a una devaluación del amor como símbolo de atadura y falta de libertad, seguramente por la fuerte dictadura que el amor tradicional y patriarcal nos ha sometido durante centenares de años. Todo ese complejo desarrollo que estamos viviendo hacía un amor más real gracias a las ciencias sociales, al desarrollo de la sociedad y a todas esas libertades alcanzadas por la lucha a pie de calle (democracia, lucha feminista, la revolución sexual, mayo del 68), han provocado que podamos vivir las relaciones emocionales, la sexualidad y la propia identidad de cada unx a un nivel más saludable. Sin embargo, estamos asistiendo a un fenómeno interesante en los últimos tiempos: “nos hemos pasado de rosca”. En la búsqueda de nuestra propia identidad e independencia, de nuestros propios deseos y apetencias, lejos de los convencionalismos y la moral imperante, hemos saltado al otro extremo del amor romántico, y ahora, muchxs confundimxs compromiso con atadura, intimidad con la falta de libertad, los naturales problemas de cualquier relación con obstáculo insalvables que nos llevaran inexorablemente al dolor. Relaciones poco profundas que se rompen con mucha facilidad, cuando podrían ir más allá, a veces por el miedo a sufrir, otras por ceñirnos solo a una elección dejando escapar “otras posibilidades”. Límites que unx mismo se impone.

No dejar fluir la emocionalidad.

Por otro lado, también siguen en pie los antiguos esquemas patriarcales de amor, totalmente irreales (no ayudan nada las películas y los libros más comerciales). La búsqueda constante de mujeres y hombres idealizadxs y perfectxs, superhéroinas o superheroes del amor, Romeos y Julietas… Sin parar a pensar que sería más útil la búsqueda de un compañerx de carne y hueso.

Imagen via Morguefile

Imagen via Morguefile

“Tan rápido como empezaba a intimar con una chica, empezaba a buscar alguna otra en la página…¿Y si me perdía a alguien mejor? ¿Y si mientras estaba con ella, se me escapaba mi verdadero amor?”

Buscar la pareja perfecta, unas expectativas demasiado altas, ir en busca de algo de manera casi ansiosa, la dependencia emocional, limitar el compromiso más íntimo…factores todos que, seguramente, no permiten llegar a algunos usuarios que buscan una relación a largo plazo, a una disposición “adecuada” para encontrar pareja. Y sin embargo, es irónico que muchos de ellos perciban que sus posibilidades sean más altas de lo que realmente son. Aunque existan (al menos en las ciudades más grandes, las pequeñas es otra historia) un buen número de candidatxs a elegir y todos ellos estén “solterxs y dispuestxs”, a menudo se desprecia el propio estado emocional y vital que alberga en ese momento unx mismx y esos aspectos pueden entorpecer muchos más esa búsqueda que otros factores externos. A veces nuestro peor enemigo somos nosotrxs mismxs.

“Me empeñaba en quedar con chicos cuando realmente seguí pensando en mi ex, la página me ayudaba a mantener mi mente ocupada, pero a la hora de las citas, eran un desastre…”

No es menos cierto, que muchas veces es la otra persona que encontramos la que tiene ese tipo de problemas. Podría ser lógico realizar un intento de seguir adelante si la otra persona está dispuesta a cambiar ciertos aspectos muy concretos a través de una comunicación abierta y asertiva, pero es inútil en empeñarse en que la relación funcione eternamente, tirando solo unx del carro. Lo más seguro es que si ha empezado mal, no vaya a cambiar demasiado, así que lo mejor que puedes hacer unx en ese momento es: cooorrreeerrrr.

“La chica se quedó un fin de semana entero en mi casa, pero luego no me escribía. Yo era la que me empeñaba siempre en llamarla y en quedar, y ella siempre accedía, pero no sé, no parecía muy ilusionada, era como que pasaba el rato. Al final decidí que lo mejor sería que no nos viésemos más”

No obstante, la experiencia es única y embriagadora para aquellxs que sepan mirar con ojos curiosos, dejándose llevar y sabiendo gestionar toda la marabunta emocional que generan un carrusel de citas constantes, con sus aciertos pero también con sus fracasos. . Hay momento que pueden llegar a ser ciertamente divertidos (algunos mirando en perspectiva, no en el momento) y ya, solo por eso, merece la pena. Cualquiera que haya estado en este tipo de apps tiene un buen puñado de anécdotas que contar: quedar para ir a un concierto y que liguen delante de ti, silencios de más de quince minutos porque después de una hora te has cansado hablar y la otra persona es sumamente callada, personas que no son igual que en la foto, “me quiero ir y solo llevo diez minutos”, “habla demasiado sobre sí mismx»…

  • “Estoy saliendo de casa, llego en veinte minutos”
  • “Ay, se me olvidó decirte pero no puedo quedar porque… (añada en la línea de punto cualquier excusa que se le ocurra)”

Tengo que reconocer que para seres ineptos emocionalmente como yo, es muy difícil reconocer las señales de interés. Una vez le pregunté directamente a alguien si le interesaba sexual o emocionalmente hablando, meramente por intentar comprender como funciona todo esto. Me dijo que no. Menos mal, ella tampoco me gustaba. Pero no la saqué de su error cuando me pidió dos veces disculpas porque no había “feeling”. Al menos era maja la chica.

  • “Me gustas, por mí repetimos”
  • “Vale, pero como colegas”

Otras veces no es tan agradable y la cosa se pone tensa. Suele pasar cuando quedas con alguien que no te termina de dar buena espina y aun así, acudes a la cita (¡haz caso a tu sexto sentido!). De repente, estás escuchando una serie de opiniones totalmente contrarias a ti sobre la homosexualidad, se enfada porque no le contesta dos minutos después de que te escriba, llora delante tuya porque has llegado diez minutos tarde o te envía fotos de su pene y ofrece acostarse contigo a los cinco minutos de conocerte. Unx casi se enamora perdidamente de alguien de estas páginas meramente normal con el que conversar…

  • “Ya sé de qué palo vas, no quiero saber si me gustas o no me gustas, estoy enfadada, así que no voy a ir a la cita”
  • Ehmmm, ¿qué he hecho?

Fuera de buenas o malas experiencias, las apps de ligar no son más que un facilitador, una herramienta más que ayuda a las personas a buscar una relación. La herramienta es útil y muy interesante, sin embargo, todo depende del uso que nosotros hagamos de ellas y de la gestión emocional. Está claro que el mundo y la forma de relacionarnos está cambiando, el amor también está cambiando. Las relaciones están cambiando. Y este es simplemente otro vehículo que cada vez estará más usado y normalizado . Sin embargo, es lícito preguntarse si este tipo de aplicaciones no estarán potenciando un tipo de relación menos profundas, más rápidas y de usar y tirar que impidan cierto compromiso sano o la búsqueda infinita del amor perfecto, totalmente irreal. Tal vez, este tipo de páginas estén creando ejercito de mujeres y hombres enganchados a el amor fugaz, estableciendo forma de relacionarse basadas en la artificiosidad.

Sí. los peligros están ahí. ¿Sabrás sortearlos?

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