Marion Dougherty. Hacer el cambio
Cuando en la pasada ceremonia de los Oscars Leonardo DiCaprio se alzaba con el premio al mejor actor protagonista por su interpretación en El Renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015) una de las personas que incluyó en su agradecimiento fue el director de su primera película como protagonista, Vida de este chico (Michael Caton-Jones, 1993). Su expresión fue «Gracias por escogerme en mi primera película». Leonardo DiCaprio estaba agradeciendo una oportunidad en la selección de un casting de hacía 23 años, una oportunidad sin la cual probablemente él no habría labrado la carrera que le llevó hasta ese escenario. Y precisamente entre el público asistente de esa noche había actores y actrices que tampoco habrían estado allí si no hubieran sido descubiertos y apoyados por directores de casting que apostaron por ellos. ¿Qué pensarías si te dijera que Warren Beatty, James Dean, Peter Fonda, Martin Sheen, Christopher Walken, Robert Duvall, Jon Voight, Dustin Hoffman, Gene Hackman, Glenn Close, Al Pacino, Diane Lane entre muchos otros recibieron sus primeras oportunidades gracias a la labor de selección de una misma persona? ¿Qué pensarías si te dijera que, además, esa persona desarrolló el oficio de director de reparto de la nada e influyó en el cambio de dinámicas de los estudios desde los sesenta hasta principios de los noventa? ¿Crees que merecería el reconocimiento de la industria?

Marion Dougherty se estableció en Nueva York a finales de la década de los cuarenta, entrando a trabajar como asistente en el departamento de reparto del programa Kraft Television Theatre. En esa época la televisión comenzaba a popularizarse mientras que la producción cinematográfica de Hollywood se había estancado. Los estudios supeditaban el carácter artístico de las películas a un modelo industrial que funcionaba a base de clichés de géneros fílmicos. Los actores no eran contratados para papeles concretos sino que eran fichados por su apariencia física para realizar personajes prototipo en varias producciones. No importaban sus cualidades interpretativas sino que su aspecto respondiera a unos cánones concretos, creando así unos estereotipos que se repetían en todas las películas. Sin embargo, en la otra costa del país, el Actors Studio estaba fomentando una revolución en el método de interpretación que priorizaba la credibilidad frente a este modelo comercial. Y Marion Dougherty aprovechó el potencial de toda una generación de actores desarrollando a la vez un sistema de trabajo que sustentaría las bases de lo que acabaría convirtiéndose en una profesión, la dirección de casting. No se limitó a ejercer de organizadora de reparto tirando de agenda de teléfonos, fue a ver obras de teatro, realizó audiciones, entrevistas en las que realizaba fichas y anotaba detalles de las impresiones que obtenía de los actores, realizaba auténticos y pormenorizados trabajos de selección. Ella consideraba que las producciones audiovisuales debían ser más realistas y a la vez ricas, como lo es en realidad la sociedad. Su criterio era que los personajes se definían por sus acciones y por su capacidad de hacer que el público se identificara con ellos, no por su aspecto. Solía decir «Traeré a 3 o 4 actores, todos muy diferentes, pero que podrían interpretar todos el papel». Tenía un gran instinto para saber distinguir las posibilidades de cada actor y no sólo para papeles protagonistas, era consciente de que los personajes secundarios eran un soporte tan fundamental para las historias como los anteriores y ponía tanto detalle en ellos como en los primeros. Aportó calidad a un proceso que hasta ese momento se había considerado menor y pronto su audacia empezó a dar resultados visibles en los proyectos en los que trabajaba. A inicios de los sesenta comenzó a llevar el casting de dos series de televisión que adquirieron gran popularidad, Nacked City (ABC, 1961-63) y Route 66 (CBS, 1963-64), y en 1963 montó su propia compañía de casting, Marion Dougherty Associates, afincada también en Nueva York donde, además de promocionar a parte de los mejores actores del cine y la televisión estadounidense de los 60 y 70, contrataba sólo a mujeres como asistentes, entre las cuales acabarían surgiendo reputadas directoras de casting como Juliet Taylor (descubridora de Maryl Streep y Dianne Wiest), Amanda Mackey, Nessa Hyams, Phyllis Huffman o Wally Nicita. Es decir, no sólo inició el cambio del paradigma del reparto junto a Lynn Stalmaster, director de casting coetáneo a Marion que aplicó sus prácticas en Hollywood descubriendo a estrellas como John Travolta o Chrsitopher Reeve, también ayudó a consolidar el papel y el poder de la mujer en la industria a través de la profesionalización del proceso de creación de reparto.

El cine empezó a llamarla y ella dio oportunidades a actores de todo tipo dinamitando los prejuicios de la industria hasta ese momento. Fue ella la que logró, gracias a su insistencia, que Jon Voight, un actor casi desconocido hasta ese momento, lograra el papel protagonista en Cowboy de medianoche (John Schlesinger, 1969). Y también recomendó a Dustin Hoffman, al que había presentado anteriormente para El Graduado (Mike Nichols, 1967), para el papel de «Ratso» Rizzo en la misma cinta. Ambos fueron nominados a los premios Oscar ese año por sus interpretaciones. Cuando realizaba el reparto para Arma letal (Richard Donner, 1987) presentó como candidatos a Mel Gibson, que sólo había interpretado unos pocos papeles hasta ese momento, y a Danny Glover, a quien había visto en El color púrpura (Steven Spielberg, 1985). Donner admitió con posterioridad que nunca había pensado en darle el papel del Sargento Murtaugh a un actor afroamericano, pero que tras una lectura del guión entre ambos actores estaba absolutamente convencido de que Marion había creado una de las mejores parejas actorales del cine, y se sentía avergonzado por su preconcepción sesgada del guión. El éxito de Arma letal inspiró el estilo buddy cop de finales de los ochenta y principios de los noventa y catapultó las carreras de ambos actores. Marion Dougherty fue una pionera cuyas aportaciones ayudaron a cambiar algunos medios de representación cultural tan importantes en el siglo XX como el cine y la televisión y lo logró sin muchas referencias, sólo haciendo. Sin embargo, la misma industria que se beneficiaba del favor del público a esa renovación se negaba a otorgarle el reconocimiento por ello. Por ejemplo, en 1968 Lynn Stalmaster se convirtió en el primer director de casting en tener un rótulo propio en los créditos de inicio de una película, El secreto de Thomas Crawn (Norman Jewison, 1968). Fue un reconocimiento espontáneo que el propio Stalmaster no esperaba. Al año siguiente Marion Dougherty, quien había inspirado a Lynn Stalmaster en sus métodos, solicitó el mismo privilegio para los créditos de Cowboy de Medianoche, una de las películas con uno de los repartos más icónicos del cine. Ante la negativa de su director a la propuesta, Marion dio un ultimátum indicando que si no podía recibir ese reconocimiento, que no la pusieran en los créditos, y John Schlesinger optó por esto último. Prefirió no mencionar a Marion en los títulos antes que darle el mismo reconocimiento que un hombre había obtenido el año anterior sin siquiera haberlo pedido. Así, Marion Dougherty tuvo que esperar hasta Matadero Cinco (George Roy Hill, 1972) para ver su nombre como directora de casting en los títulos iniciales de una película, algo que su compañero de profesión masculino había logrado cuatro años antes sin que nadie cuestionara que merecía estar ahí.
La ignominia a la que fue sometida se trasladó a la labor general de la profesión de dirección de casting, quizás por estar asociada mayoritariamente a mujeres o simplemente porque parte de los directores de cine que conforman la Academia se niegan a reconocer la importancia de una función no técnica en las películas. El argumento más esgrimido para no añadir una categoría a la dirección de reparto en los Oscars es que, en última instancia, la decisión de tomar a los actores para los proyectos recae sobre el director, aunque todo el trabajo de selección pase previamente por las manos del director de casting. Más o menos lo que plantean es que sólo hay un director, que es el que toma las decisiones, y el resto de departamentos desarrollan su labor amparados en la visión del mismo, un argumento muy respetable si no cayera ante la evidencia de que otras categorías que supuestamente también están bajo la batuta del director de la película, como la dirección artística o la dirección de fotografía, tienen reconocida su propia categoría de dirección en dichos premios. Es decir, un director de fotografía o un director de arte pueden recibir el reconocimiento de sus compañeros de la Academia por su trabajo, pero un director de casting no, porque aunque dirige su departamento no es director, muy lógico todo. Sólo se encargan de elegir a los actores que encarnarán a los personajes, algo sin importancia que no afecta al resultado final de las películas, por supuesto, y en caso de que la tenga, el mérito tiene que ser del director de la película, que además ya tiene su categoría propia.
Pero la aportación de esta mujer al cine fue tal que muchas voces como Clint Eastwood o Martin Scorsese se alzaron para solicitar que se le reconociera el trabajo de toda su carrera con un Oscar honorífico. Pensemos que elaboró el casting de, además de las ya citadas, Lenny, El mundo según Garp, Los gritos del silencio, Batman, Gorilas en la niebla, Un día de furia, por decir algunas sin contar lo que aportó al reparto en televisión. Sin embargo, la campaña fue en vano y Marion Dougherty falleció en 2011 sin haber recibido ese reconocimiento de la Academia. Casting by (HBO, 2012), un documental realizado por Thomas Donahue en torno a la figura de Marion, al menos sirvió como el homenaje que nunca tuvo por parte de la Academia y ayudó a reflexionar sobre la labor de los directores de casting.

Por suerte ha habido mujeres dentro del gremio que han recibido apoyo. Woody Allen publicó una carta abierta en favor de Juliet Taylor, Martin Scorsese también defendió el valor del trabajo de selección de su directora de casting durante años, Ellen Lewis y de otros compañeros de profesión. Y Allison Jones, asidua directora de casting de Judd Apatow, directamente ha tenido gran implicación en el estilo de la nueva comedia americana, descubriendo a actores como Seth Rogen, James Franco, Jason Segel, Emma Stone o Jonah Hill. Apatow dice sobre ella: «Allison no sólo nos encuentra actores, ella encuentra gente con la que queremos trabajar el resto de nuestras vidas». Otro de los directores con los que Jones ha trabajado en varias ocasiones es Paul Feig, director de la nueva Cazafantasmas que se estrenará este año y cuya promoción está viéndose afectada por la polémica derivada de que las protagonistas sean mujeres. Desde que el proyecto salió a la luz, las redes sociales se han plagado de descalificaciones y vaticinios catastrofistas por parte de melancólicos recalcitrantes ofendidos por el cambio de género. El trailer, estrenado esta semana, cuenta casi con el doble de dislikes que de likes en Youtube. Y es que sigue siendo difícil que los egos de la vieja escuela de Hollywood toleren las demandas, cada vez más mayoritarias, de un público diverso, cansado de estereotipos patriarcales. Este año la polémica de la ceremonia ha sido la ausencia de más nominados de color, la campaña #OscarSoWhite se ha extendido como reclamo ante la menor representación entre los candidatos a los premios, pero incluso entre las voces discordantes la peor factura social la pasaron las actrices, porque si tienes una opinión que no guste y eres hombre no tienes que dar muchas explicaciones por ello, una mujer sí. El año pasado el discurso con contenido social lo dio Patrica Arquette con su reflexión sobre la desigualdad salarial de las mujeres y ha reconocido que aquel gesto le ha pasado factura económica. En el cine, como en la mayor parte de los ámbitos de la sociedad, ser mujer y ejercer tu libertad de palabra y acción sin condicionantes de género es algo harto difícil. Es una industria controlada mayoritariamente por hombres hasta el punto de que, en 88 años de premios Oscars, sólo en 4 ocasiones ha habido una mujer nominada en la categoría de mejor dirección, llevándose la estatuilla sólo una vez Kathryn Bigelow por En tierra hostil (2008). Y esta ausencia de voces femeninas en las categorías de más prestigio se produce también en la industria española, como se puso de manifiesto en la última entrega de los premios Goya, donde la nominación de dos mujeres en la categoría de dirección se presentaba como la noticia del certamen, mientras que sólo unas pocas mujeres lograban un Goya en categorías mixtas. ¿Cuál es el avance entonces en la industria del cine si cada mujer que se sale de la norma siempre paga un precio en su vida personal e incluso profesional? La falta de reconocimiento a Marion, el desprestigio mediático que sufre toda propuesta mainstream con cierto mensaje feminista, el cuestionamiento de las opiniones y discursos de mujeres sobre la realidad social, todo responde a un sistema obsesionado con prolongar los privilegios de los hombres blancos heterosexuales.
Sin embargo algo va quedando, haciendo mella; los hechos, el legado de estas mujeres, realidades materializadas que son innegables. El feminismo no va a entrar de la mano de los que no entienden que se trata de lo justo y beneficioso para todos, mujeres y hombres, ni de aquellos que no ven la necesidad de que todos tengamos representación en nuestros productos culturales. Es uno mismo quien debe demandarlo, apoyarlo, construirlo, hacerlo, como hizo Marion Dougherty. Puede ser que no veamos la categoría de mejor dirección de casting hasta dentro de unos cuantos años porque, al tratarse de una profesión con un alto grado de excelencia reconocida en mujeres tanto como en hombres, inevitablemente se convertiría en una categoría con asiduas nominaciones femeninas. La ley de la probabilidad iría en su beneficio y eso supondría otra puerta de acceso a la representación y voto en la Academia para la minoría más mayoritaria del planeta, y progresivamente un cambio de modelo. Glenn Close afirmaba “Todos los grandes directores están muy agradecidos a los encargados del casting. Gracias a su trabajo y a saber asumir riesgos, las películas son mejores”. Pero no todos los riesgos luego se reconocen igual de cara a la galería de la industria. Sin ir más lejos este año Carol (Todd Haynes, 2015) fue escandalosamente ignorada en las categorías de mejor película y dirección, tal vez por tocar un tema como el romance entre dos mujeres en la sociedad estadounidense de los cincuenta sin hacer uso de manidos estereotipos lésbicos masculinos. Deben temer que la sagrada meca del cine se tambalee llenándose de feministas, trans de verdad, lesbianas y mujeres maduras en chupas de cuero que encima se lleven el premio. Ah, espera. Ya lo están haciendo.

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