El delicado arte de decir que no

Hace unos años estaba en una relación abusiva. Teníamos Discusiones Interminables que duraban horas y que empezaban por el más absurdo de los detonantes, pero que servían como excusa para volver una y otra vez sobre los Grandes Agravios Recurrentes que, al parecer, no dejaba de hacerle a mi ex.

Uno de esos Grandes Agravios Recurrentes consistía en Aquel Día En Que Me Fui a Tomar Una Cerveza Con Un Colega Que Él No Conocía.

El colega en cuestión era amigo de unos amigos y aunque nos llevamos muy bien, vive en otra ciudad y por tanto, las cosas como son, no es una persona que surja habitualmente en las conversaciones. Yo estaba trabajando cuando me dijo que estaba en Madrid, y como estaba recuperándome de una fractura complicada en un pie y me costaba mucho moverme, me ofreció acercarse a la zona de mi oficina a tomar una cerveza cuando saliera, antes de irse a cenar por ahí. Mi pareja había quedado con unos amigos, así que le escribí diciendo que no me esperara. Cuando volvió, de madrugada, me despertó para preguntarme a qué hora había vuelto yo. Pensé que estaba borracho, pero resulta que no. Que estaba ofendido.

Lo estuvo durante muchos meses, y después de muchas de esas Discusiones Interminables fue hilando los argumentos. En su opinión, el hecho de que él se hubiera desplazado para facilitar que nos encontrásemos era una muestra clara de interés por mí. Interés sexual, claro. Como era sexual el interés que tenía el investigador que me estaba ayudando con la tesis desde Finlandia sin haberme visto nunca. Él consideraba que cualquier interés que yo despertara era, aparentemente, sexual. Yo aquello lo consideraba entre enfermizo y halagador; ahora veo que era cosificador e insultante (además de enfermizo, que un poco también), pero entonces sonaba, incluso, agradable (la romantización de los celos, ya saben. Ese arma que mata mujeres todas las semanas en este país).

Ehh… No. Los celos no son cuquis.

Yo intentaba explicarle, con paciencia, que jamás había habido acercamiento sexual por parte de este chico, que sólo éramos amigos. Él insistía en que conocía mejor que yo la mente masculina. Que no había amigos, que en realidad eran estrategias de seducción más o menos sutiles. Había pasado no mucho antes por una sorpresa muy dolorosa después de que el que creía que era mi mejor amigo me dijera un poco lo mismo, así que accedí a que tal cosa era posible. «Pero, sinceramente, quiero vivir en un mundo donde creo que es posible tener amigos, más allá del interés sexual», maticé. «Es posible que tú no le veas así, pero te aseguro que él piensa en ti de esa manera». Es curioso: dicen que las feministas somos las que odiamos a los hombres, pero parece ser que las que confiamos en ellos somos precisamente nosotras.

«Y eres mi novia. Y que piense en ti así me parece insultante. ¿Y qué pensabas hacer si te entraba?», me dijo. Ahí sí me enfadé: le dije que consideraba que era perfectamente capaz de hacer frente a esa situación y que cada uno era libre de pensar en los demás como quisiera siempre y cuando respetase las decisiones ajenas. «Claro», contestó, «pensando así no me sorprende que te pasen las cosas que te pasan».

Por «las cosas que te pasan» no se refería al hecho de que un supuesto mejor amigo se dedicara a autoproclamarse mi heredero natural o el de mis amigas; no, qué va. Por «las cosas que te pasan» se refería al hecho de que después de tomar dos cervezas con un compañero del gremio y ofrecerle un ibuprofeno para una supuesta jaqueca que tenía y para la que no tenía pastillas porque su novia, de la que acababa de separarse, se había llevado los fármacos, se me abalanzase encima y me dijera que no tenía forma de retirarle porque pesaba el doble que yo y fuera cierto. Por «las cosas que te pasan» se refería a que aparentemente era culpa mía el hecho de que una persona a la que estaba ofreciendo ayuda considerase necesario demostrarme que el único motivo por el que no me violaba era que le daba pereza.

I said no, por Ken Lum

I said no, por Ken Lum

Afortunadamente, el tipo que no necesitó violarme vive ahora en otro continente y el que me violó repetidas veces mientras éramos pareja (y se recreó convirtiendo aquel infierno en una obra teatral, para más recochineo) están absolutamente desaparecidos de mi vida. Sin embargo, hace unas semanas que todo esto me ronda la cabeza otra vez.

Y es por algo tan «inofensivo» como el hecho de que un señor me ande cortejando. Porque el cortejo, eso fue lo que me enseñó el violador, es «sutil». Y como es sutil, resulta que no es tan fácil decir que no. No me atreví a hacerlo cuando «confundió» mi oferta de usar mi microondas con una de comer con él cada día (aunque sí le aclaré que me había entendido mal y no me senté en todo el rato que estuvo en casa; eso aprendí del casiviolador: si estás de pie es más fácil verles venir) y no me atreví cuando me tocó el pelo sin venir a cuento. Porque «eh, ¡solo intento ser amable!».

Resulta que aquí no se lleva eso de «¿Quieres tener una cita conmigo?» No, qué va. Aquí vivimos en la ambigüedad del ¿quieres ir a tomar una caña alguna vez? Y, veréis, es que a mí me encanta tomar cañas. Y, a veces, con gente que me atrae. Y, a veces, con gente que no. Pero la diferencia es que a mí me sancionan por tomarme esa caña si resulta que me la estoy tomando con alguien que no me atrae pero a quien yo sí atraigo. Porque entonces «me la estoy jugando», porque me arriesgo a que violen, o a que me amenacen con hacerlo (como sabe quien lo ha vivido, la sensación de indefensión es suficientemente espantosa per se; y cuando la motivación es de poder, y no sexual -como sucede en muchas ocasiones-, tanto da que haya o no penetración finalmente). ¿Dónde iba así vestida? ¿Por qué se fue con ese tío? Y así.

O porque estoy siendo mala persona. Una traidora. Por la friendzone, esa ofensa completamente retorcida hasta que lo que parece mal es no desear al otro sexualmente, y no utilizar a una persona o portarse bien con ella sólo con expectativas de obtener una recompensa. Tenemos que tener cuidado nosotras, ¡ojo! De no dar ese primer paso diminuto, ese «sí» a algo que parece que da pie a «sí a todas las cosas».

WhatIfIToldYou

El chico que me corteja llegó, por fin, a decirme que buscaba una «amiga» que no quisiera comprometerse, que fuera libre, bla, bla; me insistió en que no había besado a nadie desde hacía tiempo. En fin, dio señales. GRACIAS AL CIELO. Por fin pude decirle que no sólo no busco una relación sino que me niego a tenerla, que no echo nada de menos y que bajo ningún concepto estoy dispuesta a volver a tener que pasar por según qué cosas. Incluyendo relaciones abiertas, libres y sin compromiso. Ahora es cuando yo me siento libre. Porque ahora no me pueden echar en cara que he alentado esperanzas ajenas. Porque vivimos en un entorno tan podrido que hay quien sería capaz de echarme en cara tal cosa.

Desde entonces, cada día (necesariamente debo pasar por la puerta de su tienda) me recrimina mi falta de fidelidad. Me dice que los perros son mejores que los humanos. Pero, mirad, al menos en algo estamos de acuerdo. 

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Vega Perez-Chirinos Churruca

Iniciadora de este proyecto. Redactora en varios medios y blogs
Un día empecé a preguntarme por los modelos románticos que copaban las letras de mis canciones favoritas, me di cuenta de que las pensaba mejor cuando lo hacía con amigas... Y aquí terminamos.

4 comentarios

  • Holden Caufield

    Bastante fuerte lo que cuentas. Esto de la amistad entre hombres y mujeres da a veces lugar a confusiones entre las personas que no saben comunicarse, pero como hombre te aseguro que me da vergüenza esa actitud de tu ex-novio, tan enfermiza (¿será que cree el ladrón que todos son de su condición, y que él no era capaz de ver como amiga a ninguna mujer?). Te contaré algo que me ocurrió con una chica, supuesta “amiga” mía. Nos conocimos en una discoteca y esa noche no hubo, te lo aseguro, ninguna clase de tonteo ni nada por el estilo, y por ninguna de las dos partes. Simplemente fuimos dos personas que conectamos y nos los pasamos bien. Nos cambiamos los teléfonos y al fin de semana siguiente volvimos a quedar. Ahí nos los pasamos incluso mejor, hablando tranquilamente y alejados del estruendo y el ajetreo de la discoteca. Todo genial. El problema fue que, tras tres o cuatro encuentros, yo empecé a sentir algo más por ella. Me gustaba, y mucho, y decidí que, puesto que habíamos sido sinceros desde el comienzo, bien podía confesarle mis sentimientos. Le dije que me gustaba mucho, y que me gustaría tener algo más que una amistad con ella. Me dijo que no. Que yo le caía genial, que era una chico estupendo, pero que ella no sentía lo mismo. Y que se sentía mal porque tenía miedo de que este rechazo afectara a nuestra incipiente amistad. Le dije que, en ese caso, me sentiría muy afortunado con tenerla como amiga. Que por mi parte no iba a actuar de forma inmadura y a perderla solo porque ella no sintiera lo mismo. Le dije que estaría encantado de fomentar con ella una amistad tan sana y sincera como al principio, y que por mi parte el tema de “los otros sentimientos” no volvería a surgir. Que podíamos quedar, ir al cine o a cenar o invitarnos a nuestras casas sin riesgo de que mis sentimientos fueran a enturbiar nuestra relación. Se mostró encantada, y me dijo que era un síntoma de madurez y de lo extraordinaria persona que yo era el asumirlo así.
    Pues bien, todo perfecto. Yo no volví a llamarla. Ella me llamó dos o tres veces, pero no se lo cogí. No por nada en especial, es que me pilló liado en esos momentos. Después me escribió a mi red social, pero no le contesté. Tampoco por nada en especial, ocurrió simplemente que estuve un tiempo sin conectarme. Pasaron unas cuantas semanas sin que habláramos y un día nos encontramos en un centro comercial. Se acercó a saludarme y me acerqué a ella encantado de la vida, pero la noté… no sé, un poco rara, como mosqueada conmigo. Yo me mostré tan amable como siempre, pero empezó a soltar comentarios un poco extraños, como que se me había visto el plumero y cosas así. Le pedí que me explicara a qué se refería con eso, y me dijo que al haberme rechazado había pasado de ella completamente. Le expliqué que no era así, que simplemente había estado liado con algunos proyectos. Además, había conocido a otra chica, con la que sí estaban pasando cosas, y bueno, entre el trabajo y todo eso, no había tenido tiempo de llamarla. Pero, no sé por qué, no lo comprendió. Se aferró a unos prejuicios ridículos, diciendo que al final era igual que todos y no sé qué otras tonterías. En fin, decidí no tomárselo en cuenta; seguía apreciando la posibilidad que fuésemos amigos, aunque ella me hubiera dicho esas cosas. Me llamó un par de veces más, pero no se lo pude coger, porque estaba trabajando o con la otra chica, y al poco tiempo me enteré de que me había puesto a parir con unos amigos en común que habían surgido. Al final, lo que se presentaba como una bonita historia de amistad sincera y sana, terminó con una especie de obsesión suya, como no aceptando que en determinados momentos no tuviera tiempo para dedicárselo a ella. En fin, que fue un desastre. Quizá no sirva como ejemplo para compararlo a lo que te pasó a ti, pero lo cuento como un ejemplo de relación obsesiva y de persona tóxica. Lamentablemente, hay gente que no sabe valorar las relaciones y pierde conciencia de la posición y disponibilidad de los demás, y esto, por desgracia, enturbia e intoxica las relaciones personales. Gracias por compartir tu historia y por permitirme el espacio para compartir la mía. Estaré atento a este blog. Un saludo 😉

    • Vega Perez-Chirinos Churruca

      Efectivamente, no me parece comparable. Espero que, de todas formas, la lectura te haya ayudado a entender que esta es nuestra experiencia habitual. Por tanto, si después de una situación comprometida desapareces, máxime si parte del argumento es que has conocido a otra persona, no me sorprende nada que ella se sintiera dolida y utilizada. Insisto: no porque fuera tu intención, sino porque no parece, en tu relato, que tuvieras en cuenta en ningún momento cómo se podía estar sintiendo ella, a quien se le había prometido una amistad y se encontró con nada en absoluto. 😉
      Muchas veces no tenemos en cuenta que las demás personas no están dentro de nuestra cabeza y no pueden interpretar nuestros silencios. Tuvimos una conversación colectiva sobre ese tema en relación a las ex parejas en el blog, «La mochila del ex». No llegamos a un acuerdo, pero puede que también te permita cambiar la perspectiva sobre lo que te pasó.
      En cualquier caso, estoy totalmente de acuerdo contigo en que si no respetamos la disponibilidad de los demás y la transformamos en un rechazo personal, estamos generando una dinámica de posesión muy poco sana.
      Gracias por compartir tu historia.

  • Holden Caufield

    Sí, es posible que se haya sentido mal, y así lo llegué a pensar en un primer momento, cuando vi que se había mosqueado al encontrarnos. Lo que no me parece lógico es que siga pensando lo mismo una vez que le expliqué los motivos por los cuales no había estado disponible. Se supone que la confianza era parte de nuestra relación; en ese caso, si le estoy argumentando mi ausencia con razones convincentes, no me parece bien que no me crea. Pero puede que tengas razón en cuanto a lo de las expectativas; quizá ella imaginó un tipo de relación y yo otra, aunque insisto que fue algo muy puntual, en ningún momento mi intención fue cortar de raíz, fue simplemente que me pilló liado. Y perdón por haber compartido aquí esta historia, que está algo «descolgada» respecto al tema principal del artículo, lo reconozco; ocurrió que me hacía ilusión poder compartirla y comprobar qué otras perspectivas existían respecto a la experiencia. Gracias por el apoyo y los consejos, e iré en busca de esa conversación colectiva que me comentas, que estoy seguro que tiene mucho que ofrecer. Gracias de nuevo 😉

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