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Eternamente agradecida: la desigualdad en Jane Austen

El periodo que le tocó vivir a Jane Austen y en el que se enmarcan sus novelas es muy diferente al actual. Pero, salvadas las distancias, hay muchos aspectos que llaman la atención en las relaciones sentimentales de sus relatos. Las heroínas, aunque supuestamente enamoradas de los caballeros con los que terminan casándose, siempre les deben mucho. Es esta actitud de agradecimiento la que nos plantea si realmente estamos ante relaciones de iguales, si realmente estas uniones lo son por amor o hay algo más.

Jane_Austen

Cuando se habla de Jane Austen, a todos nos viene a la cabeza la que tal vez sea su novela más popular, Orgullo y prejuicio. Pero vamos a dejar a la señorita Elizabeth Bennet y al señor Darcy aparte porque la desigualdad de esta relación viene marcada de base: desde el principio del relato nos queda muy claro que tanto Elizabeth como el resto de sus hermanas se encuentran en una situación económica precaria ya que, al no tener heredero varón, el señor Bennet ve cómo peligra el futuro de sus hijas. En esta Inglaterra de finales del siglo XVIII, el título que ostenta el padre de las chicas se transmite únicamente a varones, por lo que la casa familiar y todos los terrenos pasarán a manos de otro pariente cuando el señor Bennet muera.

Así, Elizabeth, Jane, Lydia, Mary y Kitty serán desahuciadas, expulsadas de su hogar y abandonadas a su suerte en el caso de que no encuentren maridos que les aseguren la estabilidad económica. Porque no nos engañemos, es así de crudo: en esa sociedad en la que la señorita Austen escribe, la única manera de asegurar el porvenir cuando se es mujer es el matrimonio.

Esta premisa asienta a priori las bases de una desigualdad entre sexos que además se refuerza por las costumbres sociales aceptadas de la época pero, como decía, no quiero centrar este análisis en este caso tan claro sino exponer otro, la única novela de Jane Austen en la que la heroína tiene una situación económica favorable, Emma.

Emma

Las hermanas Bennet de Orgullo y Prejuicio son unas pobretonas que necesitan un marido rico que las mantenga, por lo que todas sus relaciones de pareja se ven empañadas por la duda de si estas uniones lo son por amor o conveniencia. Pero ni siquiera Emma, la heroína de la novela que lleva el mismo título, está libre de sospecha:

Emma Woodhouse, guapa, inteligente, rica, risueña por naturaleza y con una casa magnífica, parecía reunir algunas de las mayores bendiciones de la existencia.

De esta manera arranca la novela: la autora quiere dejarnos muy claro que, a diferencia de sus otras protagonistas, Emma no tiene ninguna necesidad de casarse. Es más, pone en boca de su protagonista que el pecado de la mujer no es ser morir soltera, sino ser soltera y pobre:

¡Acabar siendo una solterona como la señorita Bates! ¡Será usted una solterona! ¡Y eso es algo terrible!

No pasa nada, Harriet, porque yo no seré una solterona pobre. Y lo único que hace al celibato condenable a los ojos del público en general no es otra cosa que la pobreza. Una mujer soltera, con una renta muy apurada a la fuerza tiene que ser una solterona ridícula y poco agradable; el hazmerreír de los jóvenes y las jóvenes.

En este mismo diálogo entre Emma y su amiga Harriet, nuestra protagonista confiesa los motivos que incentivan al matrimonio a las jóvenes:

Yo carezco de todas las motivaciones que normalmente tienen las mujeres para casarse. No quiero dinero, no quiero trabajo ni quiero más importancia.

Emma, a diferencia del resto de mujeres de las novelas de Jane Austen, gracias a su riqueza económica y su notable posición social no tiene ninguna necesidad de ir buscando un marido y ella es muy consciente de este hecho. Pero ni siquiera la adorable Emma Woodhouse, con toda su riqueza, belleza e inteligencia se libra de la sospecha de un matrimonio desigual. Al final de la novela, nuestra protagonista se da cuenta de que está enamorada del señor Knightley, su cuñado, y amigo de la familia desde que ella era niña.

Emma-and-Knightley

De nuevo nos encontramos con el mito de Pigmalión ya que, en boca de sus protagonistas, vemos que desde que Emma tenía 13 años, el señor Knightley se ha dedicado a modelar su carácter para que sea de su gusto:

(Emma) – Con frecuencia mi comportamiento correcto se debía a usted, con más frecuencia de la que hubiera reconocido por entonces.

(Knightley) – Con cuánta frecuencia me habrás dicho, con una de esas miradas insolentes tuyas: señor Knightley, voy a hacer esto y lo otro, algo que sabías que no aprobaría.

Emma sentía mucho no poder ser más abiertamente sincera respecto a una ayuda que le había prestado la mayor sensatez de él, salvándola, con un consejo, de caer en la mayor de sus locuras femeninas: su caprichosa amistad íntima con Harriet.

Porque el papel del señor Knightley en esta novela es ser el único capaz de encontrar defectos en Emma, ponerlos en evidencia para esperar que ella corrija su comportamiento y lo adapte a lo que a él le parece más adecuado. Así, el señor Knightley consigue como premio una esposa a la que lleva «educando» desde los 13 años para que sea lo que él desea y, lo que es más, una esposa que le está agradecida por la manera en que ha influido en ella. Juzguen ustedes mismos.

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