Las zapatillas rojas (1948) – M. Powell y E. Pressburger
Es difícil escribir un post analizando una película como Las Zapatillas Rojas sin destriparla mucho, pero haré todo lo posible por evitar los spoilers demasiado reveladores. Remarcar, eso sí, que os aconsejo a todos ver este clásico que es toda una joya «oculta», puesto que aunque cinéfilos de todo el mundo coinciden en considerarla una película de culto (es, sin ir más lejos, una de las preferidas de Martin Scorsese, que participó activamente en su restauración), no suele ser de la que más se habla cuando nos referimos a «Las mejores películas de la historia del cine». ¿Por qué? Tal vez por su cierto carácter subversivo, su complejidad y la forma en la que los temas femeninos son tratados por medio de símbolos no siempre fáciles de descifrar. Desde luego, no para el ojo heteropatriacal.
Revisemos la sinopsis que podemos leer en Wikipedia sobre la película:
Una joven bailarina de ballet se debate entre dos hombres, un compositor y un autoritario empresario.
El argumento del ballet que da título a la película es la historia de un maligno vendedor de zapatos que le da un par de zapatillas rojas a una muchacha, [Nota de la autora del post: esta historia es la del cuento de Hans Christian Andersen, cuento en el que se basa la película] quien no puede parar de bailar, sin importar los esfuerzos que haga. Su larga y fatigosa danza culmina con la muerte, pero no sin que antes el vendedor recupere los zapatos para entregárselos a algún otro desdichado.
ERG. Primera interpretación heteropatriarcal del argumento:
Una joven bailarina de ballet se debate entre dos hombres, un compositor y un autoritario empresario.
No, a ver, no. La bailarina no se debate entre dos HOMBRES. La bailarina, Victoria Page, se debate entre su vocación, que es el ballet, y la promesa de matrimonio y estabilidad que le ofrece el compositor. Cierto es que el director de la compañía del ballet, Boris Lermotov, es un hombre y empresario autoritario y «fagocitador» de bailarinas al que le cuesta desprenderse de sus talentos, y es evidente en la película que este ha desarrollado sentimientos por la protagonista, pero quedarse en esta interpretación, «debatirse entre dos hombres», no hace sino poner de manifiesto que tendemos a analizar los productos culturales desde la perspectiva que más cómoda nos resulta, y esa es la heteropatriarcal, que tenemos más asumida de lo que creemos.
Las Zapatillas Rojas, en todo caso, no es en absoluto un drama fácil en la que el argumento principal de la película se base en la decisión de la protagonista por uno u otro hombre, como a nuestra sociedad heteropatriarcal le gustaría acomodarla.
Victoria Page, la protagonista de esta versión del «cuento», tiene un final desgraciado debido a las presiones que ambos hombres ejercen sobre su vida, al verse en un callejón sin salida en el que su capacidad de decisión se ve anulada por las expectativas de los hombres que la rodean. (¿Nos suena esto?). En ocasiones vemos cómo se pinta como «malo de la película» a Boris Lermotov en vez de a su pareja, Julian Craster, pero debemos considerar que realmente quien la aparta de su verdadera vocación es su marido, sin dejarle ninguna otra opción, movido por los celos y el despecho a Boris cuando este le plantea que el matrimonio (no olvidemos que estábamos en la década de 1940 y el matrimonio significaba en muchos casos «la muerte laboral» de la mujer) aparta a Victoria de su carrera y que no puede permitir ese tipo de relaciones en su compañía (en esto no es que esté muy de acuerdo con Boris, tenía que decirlo, pero no me entretengo). ¿Quién es el verdadero villano? ¿Aquel que le anima a perseguir sus sueños de ser bailarina y alcanzar el éxito en su vocación? ¿O su pareja que le plantea de forma directa «o el ballet o yo»?
Las zapatillas rojas es mucho más feminista de lo que pudiera parecer a primera vista. El tándem compuesto por Michael Powell y Emeric Pressburguer no fue dado a las soluciones fáciles y todas sus obras (las muy recomendables Narciso negro, Los invasores o A vida o muerte, entre otras) contienen una crítica social que puede no resultar evidente a primera vista debido a la belleza de sus obras. Sin ir más lejos, Las zapatillas rojas es uno de los más bellos ejemplos que se conservan del uso del technicolor de la época, y el ballet central que ocupa gran parte del metraje es simplemente cautivador. Un festín para nuestros ojos y oídos. Pero es mucho, mucho más que eso si nos tomamos la molestia de observar y no nos limitamos a mirar.
Michael Powell y Emeric Pressburguer nos plantearon en esta bellísima obra de 1948 la crueldad y presión a las que se somete a las mujeres en la sociedad al tener que elegir entre una vocación o carrera o su relación. A día de hoy me diréis que esto está superado, pero teniendo en cuenta que la conciliación familiar sigue siendo una asignatura pendiente y que, según los últimos estudios, aún sigue considerándose «cuestión de mujeres», ¿podemos estar seguros de que las cosas han cambiado tanto desde 1948? No olvidemos tampoco la brecha salarial de género que sigue castigando a gran parte de las mujeres trabajadoras y profesionales. De hecho, se calcula que las mujeres tardarán 118 años (¡!) en superarla. ¿Queremos decidir entre nuestra carrera y nuestra familia o más bien es que «nos invitan» a ello?
Las zapatillas rojas, por lo tanto, es un poético ejemplo de la situación que muchas mujeres han vivido y viven todos los días. El trágico final de Victoria Page es una bella metáfora de la situación que muchas mujeres han afrontado y afrontan. Que el color de las zapatillas sea el rojo, por lo tanto, no parece demasiada casualidad. Muchos analistas del film lo relacionan con la menstruación y con la capacidad creadora de la mujer. Parece que para nuestra sociedad heteropatriarcal debiéramos elegir entre la capacidad biológica de dar a luz vida humana o la creatividad intelectual. O ceñirse solo a una, preferentemente la biológica, claro. ¿Y eso cómo puede acabar, siendo complejas como seres humanos que somos? Solo mal. Especialmente para las mujeres.
Esta reflexión que se puede extraer de Las zapatillas rojas es una razón más, si no la principal, para ver esta película de 1948 que, en muchos aspectos, sigue estando de rabiosa actualidad.
¿Y tú, has visto Las zapatillas rojas? ¿Cómo la interpretaste?